Apetito insaciable

Tiempo de lectura estimado: 12 minutos
Vampiro con camisa negra; se le ven los  colmillos además de rastros de sangre.
Imagen libre de derechos tomada de Pxfuel

Se miró en el espejo. El vapor había empañado la superficie y la vista resultaba algo neblinosa. Pasó la palma de un lado a otro para aclararlo y se dio los últimos toques al maquillaje. Sonrió de oreja a oreja y los ojos le brillaron producto de la satisfacción. Había logrado sumarse unos cuantos años conservando, al mismo tiempo, un aspecto fresco y lozano. Acababa de cumplir los dieciocho; no obstante, él no tenía por qué saber eso. Salió del cuarto de baño y comenzó a vestirse. Giró sobre su propio eje. Reprimió una risita mientras meneaba las caderas de un lado a otro. Verse así de atractiva le provocó un subidón de adrenalina. Estaba eufórica sólo de imaginar la cara que pondría al verla con aquel aspecto de «femme fatale». Cogió el móvil y se tomó una foto. Tan pronto como la hubo aprobado, la adjuntó al mensaje directo con un texto que decía: «Estoy lista para ti, cariño».

Pulsó en el botón enviar y exhaló un hondo suspiro. Se miró de nuevo en el espejo y se lanzó un sonoro beso. Con destreza bloqueó la pantalla del móvil y lo dejó caer dentro del pequeño bolso que iba a juego con el atuendo. Dio un vistazo al dormitorio, cogió las llaves de la cómoda y salió como si estuviese caminando en una pasarela de modas.

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La noche era fría y cerrada. De pie, entre las sombras, la vio salir del edificio. Se detuvo un instante para pegarse mucho a la pared; ella se había girado de improviso y no le interesaba perderse la oportunidad de acecharla. La observó de pies a cabeza. Lucía nerviosa, ¿quizá excitada? El pensamiento le hizo agua la boca y le disparó la frecuencia cardíaca. Permaneció inmóvil durante un rato mientras respiraba profundo. Era imperioso que calmase la necesidad acuciante de abordarla.

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Tabaleó con el pie contra la acera mientras esperaba que el semáforo cambiase de luz. El ruido incesante del tacón se escuchaba casi tan rápido como los latidos de su corazón. Miró el coqueto reloj de pulsera que destellaba con las luces del poste más próximo. Todavía tenía algunos minutos para llegar al punto de encuentro; aun así, el ansia la mantenía hiperactiva. No entendía por qué había querido que se encontrasen allí, cuando habrían podido ir a cualquier otro lugar. Daba igual, lo importante era que por fin podrían verse cara a cara.

Estaba loca por ver su reacción cuando la tuviese en frente. De seguro se quedaría con la boca abierta. Se había esmerado mucho sólo para conquistarlo. Además, quería verificar si aquella boca era tan sensual en vivo y directo como parecía en las fotos.

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La siguió durante todo el trayecto. Le gustaba esa etapa de la caza. No obstante, se obligó a mantener una distancia prudencial. En un par de oportunidades creyó que lo había descubierto; por fortuna fue mucho más astuto.

El silencio se hizo más notable a medida que se acercaban a los predios del parque. Por esa razón se rezagó todavía más; el ruido de sus pasos era apenas perceptible; aun así, no se arriesgaría llegados a ese punto. En el fondo no le preocupaba quedarse atrás; el repiqueteo de los tacones le indicaba su ubicación precisa.

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Faltaba media cuadra para llegar. Aceleró el paso. Pese a no escuchar nada a su alrededor llevaba rato sintiéndose observada. Volvió la cara varias veces; no vio a nadie.

El frío se hizo sentir un poco más gracias a la brisa gélida que le acariciaba las largas piernas. Se mordió el labio inferior; la duda la abordó con insidiosa insistencia. La idea de que había sido un error presentarse con aquella minifalda tan corta en su primera cita no la dejaba en paz. Atravesó la verja del parque y echó a andar. Los altos tacones repiqueteaban, fantasmales, rompiendo el silencio. Puso su mejor sonrisa y volvió a girarse al sentir un par de pasos acercarse. Se quedó lívida al darse cuenta de que no había nadie tras de sí.

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Casi se le escapa una carcajada al percibir su nerviosismo. Se estaba divirtiendo a lo grande. Le gustaba esa sensación de poder que le concedía el acecho. Sacó su móvil y desbloqueó la pantalla. Pulsó sobre el ícono y allí estaba, su último mensaje directo. Sonrió mientras tecleaba con rapidez. Se relamió al pulsar sobre el botón de enviar.

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La vibración del móvil dentro del bolso la sobresaltó. Se mordisqueó la uña del dedo índice; No estaba segura de si debía sacar o no, el dichoso aparato. Estaba sola en aquel parque, aunque él no debería tardar en llegar. Quizá era algún mensaje avisando que se retrasaría. Con cautela abrió el bolso y lo sacó mirando a un lado y a otro antes de fijarse en la pantalla. Introdujo el código con los dedos tensos y falló, así que repitió el proceso hasta que pudo desbloquear el teléfono y tener acceso pleno; pulsó con rapidez sobre la notificación. Su rostro palideció al leer el mensaje. Temblorosa, dejó caer el móvil dentro del bolso al tiempo que miraba a todos lados con el corazón martillándole en la garganta y una gota de sudor corriéndole por la espalda.

—¡Que sepas que no es gracioso! —Oculto entre las sombras él la observaba con los labios curvados en una sonrisa espeluznante—. Vamos, no me habrás traído hasta aquí solo para asustarme, ¿no?

El móvil volvió a vibrar. Frotó varias veces una de sus palmas sudorosas contra la tela de la pequeña minifalda; sentía las manos entumecidas y así, de seguro terminaría por tirar el chisme al suelo. Hizo un esfuerzo para controlar el movimiento involuntario y lo cogió otra vez. Sacó el móvil con cautela y se dispuso a leer el nuevo mensaje directo.

Un nudo se le formó en el estómago. Los latidos del corazón retumbaban en su cabeza y un regusto amargo le llegó hasta la garganta. Soltó de nuevo el móvil dentro del bolso y echó a andar con rapidez deshaciendo sus pasos. Las luces de los faroles se apagaron al mismo tiempo y, de pronto, el parque quedó envuelto en una oscuridad inquietante. La joven se irguió y aferró el bolso con fuerza. Una punzada dolorosa se le alojó entre la nuca y los hombros. Se obligó a inspirar hondo y despacio para evitar que los nervios y su prolija imaginación le jugasen en contra. Aquello se estaba pasando de castaño oscuro y ella no le daría el gusto de que le viese la cara.

—¡No es divertido, Fabián! Deja de jugar que no me hace ni puta gracia, ¿me estás escuchando? —Aquella voz trémula le produjo una gran erección.

Verla tan acojonada le producía un inmenso placer. Sacó la punta de la lengua para percibir la intensa huella que dejaba en el aire el aroma del miedo; se relamió con gusto y siguió adelante. Tabaleó con los dedos sobre la pantalla del móvil; le enviaría un nuevo mensaje. Le encantaba jugar con las emociones humanas.

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La vibración del bolso la hizo dar un respingo. maldiciendo por lo bajo metió la mano y comenzó a hurgar en él. Utilizó la propia luz de la pantalla para poder leer el nuevo mensaje directo.

«Vas a morir, preciosa; pero antes, tú y yo lo pasaremos a lo grande, te lo prometo.»

—¡Estás loco! ¿Eres un puto enfermo, me oyes?

Una carcajada siniestra le erizó los vellos y le puso la piel de gallina. Dejó caer de nuevo el aparato dentro del bolso; escuchó el ruido de unos pasos que se acercaban con parsimonia.

—Mira, macho. Yo no sé qué coño te ha dado, pero lo nuestro hasta aquí llegó, ¿me oyes? Me largo.

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Hizo acopio de un valor que estaba muy lejos de sentir para soltar aquella parrafada; como no obtuvo respuesta alguna trató de orientarse en busca de la verja. Caminaba a toda prisa; la desesperación era como un motor que la impulsaba a permanecer en movimiento. Cuando creyó que estaba a punto de alcanzar la salida, un golpe seco y metálico se escuchó; el eco del portazo reverberó durante varios segundos. El sobresalto hizo que el corazón le diese un brinco. Ahogó un grito y corrió como pudo en dirección a aquel sonido. Se abalanzó hacia adelante; uno de los tacones se le quedó trabado en la gravilla. Trastabilló y se torció un tobillo. A pesar de sus intentos no logró mantener el equilibrio y terminó dándose de bruces contra los barrotes. Los cogió con ambas manos y se aferró con todas sus fuerzas. El sabor cobrizo y salado de su propia sangre se mezclaba con la sal de las lágrimas que le mordían las mejillas. Impulsada por el terror agitó la verja mientras gritaba pidiendo auxilio; pese a sus esfuerzos, seguía fija sin moverse ni un ápice.

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Otra vez aquella maldita vibración. Durante una fracción de segundos sopesó la idea de lanzar el bolso muy lejos; sin embargo, se contuvo. Con los ojos llenos de lágrimas volvió a meter la mano; tanteó el contenido a ciegas hasta que lo encontró y lo sacó. Se limpió la nariz con el dorso de la mano. tomó una gran bocanada de aire y Miró una vez más la pantalla. Leyó el mensaje.

«Es mejor que no malgastes tus fuerzas, preciosa; las vas a necesitar para lo que te tengo preparado. Yo de ti, pensaría por dónde quieres que comience la diversión.»

Las lágrimas le corrieron el maquillaje. El nudo que se le había formado en la garganta le impedía respirar. Estaba casi al límite; en cualquier momento se pondría histérica o terminaría siendo víctima de un colapso fulminante; perdió el control de su cuerpo; los temblores eran cada vez más intensos y limitantes. Los ojos casi se le desorbitaron al atisbar aquellas sombras aproximándose. Desesperada, intentó teclear un mensaje para pedir ayuda; no fue capaz de escribir nada que fuese legible ni coherente. Soltó el móvil, vencida por el más puro terror. Otra risa macabra se escuchó en medio de la noche y, sin pensarlo, echó a correr despavorida entre chillidos y aleteos de criaturas que no lograba divisar en la penumbra.

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Miró ceñudo aquel par de mensajes en la cronología. Ya se encargaría de eso cuando hubiese terminado de jugar con ella. Sus labios se curvaron en una sonrisa macabra; el par de filosos colmillos destelló un instante bajo la tenue luz de la pantalla. Se guardó el móvil en el bolsillo trasero del pantalón luego de bloquearlo. Sacó un par de guantes y se los puso con cuidado. Había descubierto que aquel juego mejoraba cuando incluía estrategias humanas para causar dolor y dejaba su poder solo para desgarrar las mentes; después, era mucho más gratificante apoderarse de sus almas y disfrutar del sabor de la sangre tibia. Luego de recrearse con lo que le haría, cuchilla en mano, echó a andar a su encuentro; anhelaba saborearla por completo.

Minutos más tarde el silencio se vio interrumpido por un grito desgarrador seguido de una risa escalofriante. Una melodía de sonidos espeluznantes e indescifrables se apoderó de la noche.

El alba despuntaba en el horizonte; los sonidos se fueron apagando a medida que la luz se abría paso acariciando cada centímetro de superficie. Un breve destello se perdió en medio de la luminosidad y el insistente sonido de una serie de notificaciones se elevó como una muda plegaria; sólo entonces el silencio se alzó, insoslayable.

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Noches después, en un establecimiento de la ciudad, el gesto adusto del ancla del noticiero acompañado por su lapidario tono capturó la atención de los clientes que, horrorizados, seguían con atención la terrible reseña: otra chica de dieciocho años había desaparecido en misteriosas circunstancias. La joven, quien respondía al nombre de Samantha Harris, era la novena que desaparecía en menos de tres meses sin dejar rastro alguno.

Sentado en aquel café, sonreía con discreción. El terror que pudo percibir en todos aquellos comensales lo regocijó tantísimo que casi olvida la razón que lo había llevado hasta allí.

—¿Vas a querer algo de cenar, cariño? —La pregunta casi le roba una carcajada.

—Todavía no me decido, pero te avisaré en cuanto lo haga.

—Cerramos a las veintitrés. —La muchacha miró hacia el reloj colgado en la pared junto al televisor.

—Lo tendré en cuenta, preciosa. —La chica se ruborizó y se marchó a la siguiente mesa.

La siguió con la mirada. Suspiró y frunció los labios. Habría jugado con ella; sin embargo, las prefería más jovencitas.; justo como esa que no había dejado de mirarlo desde que entró.

Cogió el móvil y se dispuso a crear su nuevo perfil . Debía hacer contacto con su próxima compañera de juegos; la última había despertado en él un insaciable apetito. Alzó la mirada; ella continuaba comiéndoselo con los ojos. Hizo lo pertinente antes de iniciar la caza: borró su propia imagen de aquella mente tan excitable.

Sonrió para sus adentros; sí, ella sería una estupenda compañera de juegos.



 

 

 

 

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