Autor: Lehna Valduciel

  • Lecciones de vida y magia

    Un niño que lee. En su rostro se plasma la sorpresa. El libro que está leyendo parece desprender magia.
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    Se cruzó de brazos, enfurruñada. Resopló y el mechón que le caía sobre la frente, y le cosquilleaba en el ojo se levantó para luego volver a caer en su sitio. Enarcó una ceja y entornó los ojos.

    A su lado, la chica nueva sonreía de oreja a oreja mientras cientos de plumas de colores danzaban en el aire al responder a cada una de sus indicaciones.

    Le lanzó una mirada de pocos amigos y se acercó en dos zancadas.

    La chica la miró y los hoyuelos que se le formaban en las mejillas se profundizaron.

    Eloísa dio un manotazo. Las plumas cayeron en el suelo. La joven alzó las cejas y ladeó la cabeza. Tras algunos segundos de contemplación silenciosa se acuclilló para recoger sus plumas y volver a iniciar el hechizo.

    Ofuscada por su propia frustración, la joven bruja volvió a manotear. El hechizo se rompió y las plumas volvieron a caer. La joven se llevó un mechón de pelo detrás de la oreja y repitió la operación.

    Las plumas ahora no sólo danzaban; también cambiaban de color. La chica sonrió, satisfecha.

    Eloísa gruñó, exasperada. Por tercera vez alzó la mano; sólo que esta vez chamuscó las plumas con una sola llamarada.

    Plagada de sí misma se quedó observando a la novata. La jovencita se inclinó, murmuró algo en voz muy baja y cientos de plumas volvieron a surgir de las cenizas; esta vez con colores mucho más brillantes. la risa de la joven no se hizo esperar.

    La bruja le dio un empujón.

    —¿No sabes rendirte? —La chica ladeó la cabeza y sus rizos coquetos rebotaron con gracilidad.

    —¿Por qué tendría que hacerlo? Que tú no disfrutes no significa que yo no deba disfrutar.

    Eloísa se volvió a cruzar de brazos.

    —¿Quién te dijo a ti que yo no disfruto? No me conoces para decirme eso.

    —No necesito conocerte, basta con verte la cara. Parece que hacer magia te diera dolor de tripa.

    —Y a ti parece que te estuvieran haciendo cosquillas todo el tiempo. Te la pasas con esa sonrisa bobalicona como si la magia fuese un entretenimiento.

    Mariana se le quedó mirando sin parpadear. De pronto, sin venir a cuento, asintió con la cabeza. Era como si estuviese teniendo un diálogo interno con dos partes de sí misma.

    —Así que ese es tu problema —murmuró mientras se sentaba en el suelo con las piernas cruzadas.

    —Yo no tengo ningún problema, no sé de qué hablas. —replicó y apretó los puños—. ¿Qué haces, estás loca?

    —¿Por qué?

    —No puedes sentarte ahí.

    —¿Por qué no? Es muy agradable sentarse en la hierba con las flores, es cómodo. —La chica golpeó el césped a su lado invitándola a sentarse.

    —Haz el favor de levantarte, pareces una loca.

    Mariana se tumbó y se llevó las manos a la cabeza a modo de almohada.

    La bruja la veía con los ojos chispeantes de indignación.

    —Mejor loca que amargada. ¿Sabías que para la gente como tú la esperanza de vida se reduce a la mitad?

    Eloísa chilló y se inclinó para cogerla del pelo. La chica se desvaneció en sus narices y apareció a sus espaldas para darle un cachete en el trasero. La bruja se irguió, furiosa. Al volverse para enfrentarla todas las plumas se lanzaron en su dirección.

    —¿Qué haces? ¡Para! —Las plumas se frotaban contra ella por todas partes—. ¡Para! ¡Auxilio… auxil…!

    La chica sonreía de oreja a oreja mientras Eloísa yacía despatarrada en el suelo luchando contra las plumas y el ataque de risa que pugnaba por escapársele de la garganta.

    —¿Venga, tía, ríndete!

    Los ojos de la bruja brillaron con intensidad; segundos después, se carcajeaba tanto que las lágrimas fluían en libertad mojándole las sienes y las mejillas.

    Mariana se sacudió una palma contra la otra y se dejó caer en el césped. Detuvo el ataque plumífero y le tendió una mano para ayudarla a incorporarse. Eloísa tosía en medio de las risas. Se asió con fuerza y se sentó con las piernas cruzadas.

    —Ahora te toca. —La joven señaló el montón de plumas.

    —Nunca he podido con el elemento aire, es inútil.

    —Tú hazme caso, inténtalo mientras recuerdas la sensación de las cosquillas.

    Eloísa inspiró hondo y cerró los párpados. Recordó la sensación de disfrute; la diversión en la mirada de la otra bruja y visualizó las plumas flotando. Las risas y las palmas la invitaron a abrir los ojos. Se quedó con la boca abierta. Frente a sí, las plumas flotaban y giraban en todas direcciones. Dejó la mirada fija en la bruja más joven. De pronto cayó en cuenta de que no era tan joven como ella creía. Alrededor de los ojos tenía muchas líneas de expresión al igual que en torno a la boca. Los hoyuelos se le volvieron a acentuar.

    —En la vida, como en la magia, las cosas no son estáticas. Tener responsabilidades no implica alejarse del disfrute y disfrutar no es sinónimo de irresponsabilidad. —La bruja risueña se levantó con gracilidad y se sacudió la falda—. No siempre podemos controlar lo que nos rodea; sin embargo, lo que sí está en nuestras manos es la actitud con la que enfrentamos las situaciones de la vida o de la magia.

    —La vida no siempre es risas… y la magia tampoco.

    —Claro que no —replicó Mariana—. Por eso es importante saber reír y hacerlo todo lo que podamos. Nadie dice que tengas el deber de mostrarte feliz delante de todos; pero si te permites ser feliz desde lo más profundo de tu ser, nunca te faltará una sonrisa cálida en los momentos más difíciles. Los logros son importantes, Eloísa, pero disfrutar de la senda que atravesamos, de los pequeños momentos también lo es.

    Eloísa guardó silencio mientras reflexionaba respecto de todo aquello. Quizá la chica tuviese razón y muchas veces se le hacía más cuesta arriba avanzar con la magia por estar más pendiente de graduarse de bruja que de disfrutar de lo que aprendía.

    —Puede que tengas razón.

    Mariana le guiñó un ojo.

    —Puede que sí. —Eloísa se fijó en la dirección que tomaba la mirada de la bruja—. ¿Qué te parece si probamos mi teoría con aquel par?

    La joven se había fijado en una pareja de brujos que permanecían enfrentados con actitud beligerante mientras el montón de plumas seguía aplastado contra el suelo. Los chicos manoteaban con vehemencia; era evidente que discutían.

    Eloísa sonrió de oreja a oreja al ver los hoyuelos y esa mirada pícara en su compañera de travesura.

    —Venga, pero deja que me encargue yo del moreno, quédate tú con el pelirrojo.

    —Vale, la que provoque más carcajadas, gana.

    Mariana chocó palmas con Eloísa y ambas se lanzaron al ataque.


    El pequeño abrió mucho los ojos, se lamió el dedo y pasó a la siguiente página.


    Este relato fue escrito para participar en el va de reto de octubre propuesto por Jose A. Sánchez. La condición era escribir un relato que hablara sobre la Jovialidad.

  • Vilarsad: La maldición del circo de la bruma

    Un hombre con cabeza de calabaza de Halloween de ojos y boca llameantes sentado en una silla. Detrás se ve una pared con varias manos pintadas. en la pared un cuadro ladeado muestra un paisaje campestre.
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    Prólogo

    Vilarsad, 1723.

    Se asomó por el ventanuco de la pequeña habitación que ocupaba. En realidad, era el ático de la casa; pese a su reticencia, cuando cumplió los quince su padre lo acondicionó para que ella pudiese tener su propia habitación. Desde allí podía observar el cielo y el manto de estrellas; imaginar formas con las nubes y tratar de adivinar qué figuras se podían ver en los manchones de la luna. Miriam tenía una imaginación demasiado prolija y una curiosidad desbordante. Por eso vivía metida en problemas y era más el tiempo que pasaba castigada que el que disfrutaba fuera de su habitación con sus hermanos y el resto de chavales del pueblo. Nunca le importó demasiado, hasta que le negaron asistir al circo que recién había llegado y se había instalado en el descampado que había tras las plantaciones de calabazas. El circo ya llevaba casi tres semanas y ella todavía no había podido asistir.

    El deseo por descubrir qué tenía que ofrecer aquel circo se vio acentuado luego de escuchar aquella rara conversación entre sus padres.

    —No debiste autorizar que se instalasen allí, Mario.

    —¿Qué querías que hiciera? Sabes bien que Julian y Soraya nos habrían delatado. Es mejor eso que dejar solos a Miriam y los gemelos.

    —Como sigan así nos descubrirán igual, ¿es que no lo entiendes? Ellos terminarán por llevársela, Mario. No podemos permitirlo.

    Miriam los observaba desde la baranda de la segunda planta agazapada entre las sombras.

    —Me han jurado que se marcharán después de Samhain, cariño.

    La jovencita vio a su madre aferrada a la camisa que su padre siempre usaba los domingos.

    —¿Les crees?

    El padre guardó silencio. Los gemelos comenzaron a gritar. El estruendo podía escucharse en la primera planta. Miriam salió disparada hacia el ático. Esperaría a que el sol terminase de esconderse para emprender la aventura de su vida: descubriría el misterio que se ocultaba entre los integrantes del «Circo de la Bruma».

    ***

    Salió descalza con los zapatos en la mano. Pasó frente a la habitación de sus padres. La respiración suave y acompasada le sirvió de señal; se habían dormido. Bajó las escaleras con mucho cuidado de evitar los escalones que crujían; ya en la planta principal se dirigió a la cocina. Por fortuna era menuda y pudo escaparse por la portezuela de Calígula, el gato que su padre le había regalado hace dos navidades. Le costó salir; ahora, cumplidos los quince había desarrollado curvas que antes no tenía.

    La brisa soplaba traviesa trayendo consigo el aroma a tierra, humedad y algo más que no supo descifrar. Atisbó a lo lejos una columna de humo que se alzaba hasta fundirse con las nubes plomizas que envolvían la luna opacando su fulgor.

    Avanzó con tiento entre las plantas de calabazas. A medida que se acercaba al descampado el ruido habitual de las criaturas nocturnas se atenuaba y el coro de voces masculinas y femeninas se hacía más notorio. Dio un respingo gracias a un conejo que saltó sin que lo hubiese advertido. Se tapó la boca para ahogar la risita que estaba a punto de escapársele. No quería advertir de su presencia a los miembros de aquella singular agrupación. Se detuvo en el linde de la plantación. Desde suposición apenas alcanzaba a ver las carretas y parte de la  lona de la inmensa carpa dónde, de seguro, se realizaban las funciones más importantes.

    Caminó con cuidado rodeando todo el descampado. Todo aquel montaje era fascinante. Ahogó un grito y clavó los talones en el suelo al encontrarse de frente con un gran cartel que anunciaba a víctor el hechicero oscuro. Se reprochó ser tan tonta por asustarse con un simple cartel, aunque en el fondo tenía que reconocer que aquel hombre tenía una mirada insidiosa y una sonrisa siniestra.

    Miriam se adentró aupada por el coro de voces que se hacía cada vez más nítido e hipnótico. Se detuvo al ver al grupo de personas alrededor de la hoguera. Al fondo, un hombre vestido con una túnica oscura permanecía con los brazos alzados en dirección a la luna.

    —Aquí en este día y a esta hora invocamos tu poder;
    escucha nuestra plegaria, madre de la oscuridad, señora de las tinieblas.
    Sangre te ofrecemos; ábrenos la puerta de tu reino;
    en este Samhain muerte por vida te hemos de entregar,
    para que en la tierra la oscuridad pueda reinar.
    Hágase nuestra voluntad.

    Las llamas de la hoguera se elevaron en una columna dorada que obligó a la jovencita a recular de la impresión. Las voces subieron de volumen; los cuerpos se balanceaban al ritmo de la salmodia y los tambores que sonaban en un sonsonete frenético.

    El hombre se volvió. Miriam se quedó muda de la impresión al ver aquellos ojos rojos dirigirse hacia ella. Las voces se acallaron al igual que la percusión. Los presentes se volvieron a mirarla. Pudo reconocer a algunos habitantes del pueblo. El hombre descendió del podio. En su mano izquierda algo destelló con demasiada rapidez.

    —Bienvenida, querida Miriam. Esperábamos por ti.

    Los presentes articulaban su nombre en voz baja formando una cacofonía gutural que le puso la piel de gallina. Sin pensarlo echó a correr.

    El viento aulló y las nubes se arremolinaron de nuevo en torno a la reina de la noche. La oscuridad se volvió insondable. A Miriam el corazón le martillaba en el pecho y el miedo se le enraizaba en las entrañas. Tropezó y cayó de rodillas. El ruido de unas alas la hicieron volverse. La jovencita palideció al ver al hombre lanzarse desde el aire cuchillo en mano hacia su posición. Las enormes alas rojas como la sangre se desplegaron en toda su magnificencia. Miriam gritó y se cubrió el rostro con el antebrazo. Un dolor agudo e insoportable le robó el aliento. La última gota de vida abandonó su cuerpo acompañada de una risa siniestra.

    ***

    El payaso recorría las callejas del pueblo repartiendo los volantes para la nueva función del fabuloso Circo de la Bruma. A todo pulmón anunciaba su nueva atracción.

    —¡Hoy no os podéis perder la grandiosa presentación de la niña lobo! ¡La única en su especie, la feroz niña licántropa! ¡Esta noche disfrutaréis de una presentación inolvidable! Acercaos, señoras y señores, a la gran función del único e inigualable «Circo de la Bruma».


    SinOpsis

    Eva Maneiro es una estudiante de antropología brillante y de mente abierta que centra su trabajo de fin de grado en el estudio de la influencia que tuvo el circo en la conducta de las sociedades antiguas. En pleno siglo XXII la diversión se ha centralizado en el uso de la tecnología en ambientes de realidad virtual. Todo se basa en hologramas y redes neuronales.

    Aunque el doctor Víctor Ruiz, su tutor, no está de acuerdo, Eva decide investigar sobre la leyenda de un pequeño pueblo casi apartado de la civilización en el que funcionó por muchísimo tiempo un afamado circo llamado «el Circo de la Bruma».

    Obsesionada por descubrir qué ocurrió con aquella atracción, Eva decide viajar al pasado y consultar de las fuentes directas lo que ocurrió la noche del 31 de octubre de 1823 cuando se llevó a cabo la última función.

    Lo que Eva no sabe es que sus antepasados están íntimamente relacionados con el final de aquel entretenimiento y el destino de los habitantes de Vilarsad.

    Un viaje en el tiempo; un pasado oculto, la magia más oscura que jamás se haya conocido y un fallo en los cálculos harán que Eva viva en carne propia el terror de la peor noche de Samhain.

    ¿Podrá Eva salir indemne de su investigación? O quedará atrapada en una época a la cual no pertenece y en la que cualquier desliz puede conducirla a la muerte.


    Este relato fue escrito para participar en el desafío literario de octubre propuesto por Jessica Galera Andreu.

    Puede que de aquí surja alguna novela, quién sabe.

  • Nefasta resurrección

    Libro fuego y un pentáculo, símbolos de un ritual ocultista
    Imagen de Darkmoon_de en pixabay

    El fantasma de la culpa acicateaba su dolorido corazón y sumía su mente en una tiniebla que lo engullía sin compasión. Los recuerdos volvían una y otra vez sin darle tregua.

    Se maldijo en voz queda mientras permanecía de pie con los ojos cerrados.

    La imagen de aquella escalera lo golpeó con tanta nitidez que le arrancó un jadeo. Sabía lo que venía a continuación: su pequeño Mario moviendo los brazos como si fuese un avión mientras caminaba de puntillas en el borde del escalón y gritaba entre risas para llamar su atención y él, maldito fuese por el resto de su existencia, seguía al pie de la escalera discutiendo por teléfono con aquel idiota de Marco que nunca se sentía satisfecho y nunca tenía tiempo para dedicarles mientras él miraba por el rabillo del ojo.

    Se estremeció ante el recuerdo del aullido que por fin había capturado toda su atención. Mario rodaba escaleras abajo sin control.

    Al igual que aquel aciago día, se quedó paralizado por la impresión y la incredulidad. Sólo el crujido del hueso al astillarse en mil trozos diminutos lo sacó de su letargo. Sintió las mismas náuseas y el mismo vacío en el estómago. Ese día los ojos sin vida de su pequeño se clavaron en sus retinas; desde entonces, aquella mirada perdida lo perseguía día y noche sin que pudiese arrancársela del corazón.

    Abrió los ojos con lentitud. Tuvo que parpadear para luchar contra el fulgor que lo había obligado a cerrarlos en cuanto hubo separado las tapas del libro.

    Dejó que su mirada vagase por aquellas páginas. Un cosquilleo se le instauró en la boca del estómago mientras el corazón comenzaba a martillarle en el pecho con tanta fuerza que podía escuchar sus latidos con total claridad. Dibujó el pentáculo y chasqueó los dedos para encender el fuego.

    Estaba prohibido; lo sabía. Pese a la sentencia que se cernía sobre su alma alzó los brazos y comenzó a pronunciar el conjuro.

    El suelo bajo sus pies comenzó a sacudirse. El viento chillaba y chocaba contra los ventanales de su estudio. Las nubes se arremolinaron arropando el fulgor de la reina nocturna que, como si hubiese anticipado lo que ocurriría, había preferido no ser testigo de aquella abominación.

    La piel se le erizó en cuanto escuchó aquella risita familiar que otrora le había regocijado el corazón. Bajó los brazos y clavó sus pupilas en aquel cuadro que había pintado días antes de la muerte de su pequeño Mario. Tragó grueso en cuanto la figura de su hijo comenzó a moverse con la clara intención de abandonar el lienzo donde lo había inmortalizado.

    Un aullido desgarrador interrumpió la risa infantil. Por el ventanal, Malcolm podía atisbar parte del risco platinado con timidez por la luz de la luna que lograba colarse entre las nubes.

    La figura de su hijo se aproximó con una sonrisa en los labios. Dejó caer el peluche que tanto había adorado y extendió sus bracitos para impulsarse fuera del cuadro.

    El pintor contuvo el aliento. «quizá aquella prohibición no era más que mera superstición. Una regla sin fundamento con el objetivo de mantener el control de quienes ostentaban el poder», pensó antes de dar un paso en dirección a la pared donde descansaba el cuadro. Marco se había negado; sin embargo, él no era capaz de resignarse a haberlo perdido para siempre. Por eso había extraído el libro de la biblioteca del clan.

    El corazón le dio un brinco y la palidez se apoderó de su cara en cuanto pudo ver cómo el rostro de su pequeño se desfiguraba con aquella mueca terrorífica. Supo entonces, que la prohibición tenía algo más que fundamento. El suelo seguía vibrando bajo sus pies. Podía autoengañarse todo lo que quisiese; las señales eran claras y la condena de su alma era, a todas luces, ineludible.

    —Te has portado mal, papi —dijo el niño mientras sus labios se curvaban en una sonrisa macabra—. Tienes que recibir un castigo.

    Malcolm se quedó paralizado mientras la figura fantasmal de su pequeño se aproximaba hacia él; temió por Marco y, aunque trató de advertirle, todos sus intentos fueron en vano. Resignado a su destino, cerró los ojos y se entregó. Lo último que quedó registrado en su corazón fue aquella risa infantil. Después de la dolorosa agonía, se vio envuelto en una sempiterna oscuridad.

    Marco temió lo peor en el instante en que percibió el desequilibrio. La puerta entre el mundo de los vivos y los muertos se había abierto y supo sin duda alguna quién había sido el responsable.

    Apenas si tuvo tiempo de coger su atame cuando vio la figura infantil aproximarse hacia él. Un dolor inenarrable le atravesó el pecho; antes de poder pronunciar las palabras que pondrían fin a aquella nefasta resurrección cayó sin vida.

    Mario se acuclilló junto al cuerpo del brujo. Se inclinó y pegó mucho su cara a la de su segundo padre. Soltó una risita traviesa y se fue dando saltitos; tenía que conseguirse a alguien más con quien jugar.


    Este relato ha sido escrito para participar en el Va de reto septiembre 2020, propuesto por Jose A. Sánchez, @JascNet.


    Elementos a utilizar en el desafío

    Las tresimágenes propuestas.

  • La treceava constelación

    Una mujer mirando las constelaciones en el cielo nocturno en un paisaje natural
    Imagen libre de derechos tomada de Pxfuel

    Dedicatoria

    A ti, que crees en tus sueños y luchas por alcanzarlos…


    El reloj de arena dejó caer su último grano. Ansiosa por emprender la aventura se puso la capa y se ajustó la capucha. Abrió la puerta de su habitación con tanto cuidado que se sorprendió de sí misma; nunca se había movido de forma tan silenciosa como en aquel instante. Cerró la puerta tras de sí y echó a andar en dirección a la biblioteca.

    Había sido muy cautelosa cuando robó la llave de la sala prohibida. La sancionarían si llegaban a descubrir que había sido ella quien la había robado; claro, para eso tendrían que pillarla primero y Enya no estaba dispuesta a ponérselos tan fácil.

    Miró a un lado y a otro; no vio a nadie. Inspiró hondo y se coló en la biblioteca. La luz de la gran Jealach se filtraba por una de las ventanas. Se estremeció de pronto al divisar el movimiento de las sombras contra el suelo y las paredes. Se recriminó lo tonta que era por haberse asustado tanto; aquello a esas horas era algo más que natural.

    Avanzó con el corazón en la garganta, aunque jamás lo admitiría en voz alta. Se detuvo en cuanto vio la gran puerta de la sala prohibida. Las manos le sudaban y le temblaban por igual. Por un momento se preguntó si no sería mejor volverse; hasta ese instante nadie la había descubierto y podría librarse de una buena reprimenda o algo más si se arrepentía.

    Una vocecita chillona y endiablada la acusó de cobarde. ¿Cómo iba a perderse aquella oportunidad de descubrir el gran misterio? Enya cerró los ojos un instante. La tentación de saciar su curiosidad la acicateaba cada vez con más fuerza y resultaba mucho más embriagante que el miedo a ser castigada.

    Abrió los ojos y clavó su mirada en aquella vetusta cerradura. Sin detenerse más sacó la llave, la introdujo y giró el picaporte.

    Los goznes chirriaron con tanta intensidad que se quedó paralizada mientras se esforzaba por escuchar algo más que su desbocado corazón. Exhaló el aire despacio al darse cuenta de que el silencio seguía imperturbable. Decidida a seguir adelante con su aventura entró en la sala.

    Alzó una ceja algo incrédula y no pudo evitar la punzada de decepción que sintió al darse cuenta de que lo que tenía frente a sí no era nada parecido a lo que se había imaginado. Ahí no había grandes estanterías ni la sala era tan enorme como había creído.

    Dio una mirada algo especulativa a su alrededor y soltó un suspiro. Dejó que sus ojos vagasen de nuevo sobre el antiguo escritorio, el sillón de piel algo desvencijada, la chimenea con marco, la lamparita y el grueso cortinaje que, de seguro, protegía la estancia de miradas indiscretas. Sus ojos se fijaron en la alfombra desgastada y en aquellas paredes de piedra oscura como la obsidiana. Se acercó un poco al escritorio. Sus cejas se juntaron al fruncir el ceño cuando su mirada se posó en aquel libro grande y grueso. Parpadeó tantas veces que los ojos se le humedecieron. Cuando entró no lo había visto allí o quizá sí; no podía recordarlo. Embelesada por la extraña fascinación que el viejo volumen causaba en ella, no se percató de que la puerta se había cerrado a sus espaldas.

    Avanzó otro poco. Frunció la boca y arrugó su respingada nariz; un olor a encerrado le provocó ganas de estornudar. Hizo tropecientas muecas y movimientos hasta que el escozor cesó lo bastante como para que pudiese respirar sin riesgo de hacer un gran escándalo con sus característicos estornudos.

    La joven ninfa extendió el brazo; dentro de sí un hormigueo desconocido y difícil de reprimir le provocó el inusitado deseo de rozar las gruesas tapas del libro. En cuanto sus dedos hicieron contacto con la aterciopelada piel, la lamparita del escritorio se encendió y el libro se abrió como por arte de magia. La jovencita dio un respingo y se llevó la mano a la boca para ahogar un gritito. Con el movimiento la capucha cayó hacia atrás y dejó al descubierto la gruesa melena indómita color caramelo que la distinguía de entre sus compañeros. Se reprochó por ser tan impresionable; no debería extrañarse tanto de que esas cosas ocurrieran en el mundo que habitaba. Había estado leyendo demasiado sobre Domhan y los duine. Ahí nada era como en Aislingí y no debía olvidarlo.

    Tragó grueso en cuanto el libro detuvo el avanzar de sus páginas. Sin pensarlo demasiado se inclinó para poder leer mejor. Los ojos se le abrieron tanto que creyó que se le podrían salir de las órbitas. Ahí estaban… las palabras que Maoinie había estado recitando durante el receso de la clase de historia de la magia. Esa era la leyenda que explicaba el secreto de la treceava constelación. Cautivada y embelesada por los trazos elegantes y delicados de aquella letra cogió el libro entre sus manos. El sillón se apartó del escritorio como si la invitase a ocuparlo; Enya no lo pensó dos veces.

    El mullido asiento se hundió bajo su peso y la piel crujió mientras lograba sentarse para ponerse cómoda. Una vez alcanzó la mejor posición comenzó a leer en voz queda.

    «Creados Domhan y Aislingí y los habitantes de cada mundo decidimos reunir nuestros dones en un objeto sagrado que ayudase a proteger al mundo onírico del cual dependían las almas de los duine. El crosier sería nuestro legado; el obsequio que como dioses del Aislingí dejaríamos para que ambos mundos pudiesen existir sin depender de nuestra intervención permanente. Si tan sólo hubiésemos sospechado lo que iba a ocurrir…»

    Enya tragó grueso y se lamió un dedo para humedecerlo y poder pasar la página. El corazón le latió con más fuerza al leer y asimilar lo que los dioses de las emociones habían creado. Todo lo que una vez consideró un mito en realidad existía: el báculo sagrado había sido real. ¿Sería cierto todo lo demás? Dejó que sus ojos se pasearan sobre aquella pulcra caligrafía. La necesidad de develar el misterio la espoleaba a leer sin parpadear.

    «Me he reunido con Téigh, Brón, Éaradh, Iontas, Grá y Aoibhneas; ellos están tan consternados como yo y aunque se niegan a intervenir, he sido firme en mi posición. Como diosa del equilibrio no puedo dejar de hacer algo ante el desastre que se ha desatado tras el robo del báculo sagrado. Anord se negó a admitir su responsabilidad; pese a su insistencia, sabemos que Uaillmhian, su primogénito, fue quien robó el báculo. Es él quien está sembrando el terror entre los duine; es él quien provoca sus pesadillas y roba sus almas mientras se encuentran indefensos. Tal bajeza no la podemos permitir y por más que mis hermanos se opongan, no me quedaré con los brazos cruzados para ver cómo nuestra creación queda destruida por la ambición».

    La joven ninfa frunció la boca; sus rosados labios formaron una delgada línea. En su corazón despertó una sensación de incomodidad y rechazo. ¿Cómo podían los dioses pretender desentenderse luego de que todo estuviese de cabeza por su culpa? Como habitantes del mundo onírico se les inculcaba desde muy pequeños un alto sentido de la responsabilidad ante sus actos. De muchos de ellos dependía la estabilidad emocional de los duine. Sabía que era una falta de respeto cuestionar a los dioses; aun así, le resultaba muy difícil no hacerlo. Aquella negativa a intervenir le parecía un total acto de cobardía. Al darse cuenta de que estaba dejándose llevar por sus emociones hizo un alto y respiró profundo. No era propio de ella juzgar sin tener toda la información, así que decidió seguir adelante con la lectura. Quizá las cosas no terminaban tan mal después de todo. Que ambos mundos siguiesen existiendo era buena prueba de ello. Se humedeció el dedo una vez más y enfocó sus ojos en la siguiente página.

    «No sé si habré tomado la mejor decisión. Me pesa muchísimo tener que encargarle a una de mis hijas más jóvenes la tarea de detener a Uaillmhian. Nuestra situación es desesperada y aunque no sea ético, debemos recurrir a todo lo que tengamos a mano. Ella sabe a lo que se expone; ha sido su fe, su lealtad y su valentía la que me ha empujado a pedirle que se encargue de esta misión. Él está loco por ella; su obsesión puede ser nuestra única salvación».

    Enya apretó los dientes con tanta fuerza que sintió una punzada en la mandíbula. Sin poder evitarlo cerró el puño y golpeó el libro como si así pudiese darle a la diosa en todo el rostro. ¿cómo podía Iarmhéid utilizar a una de sus hijas? ¿Acaso no eran ellos los dioses? ¿No podían ellos hacerse cargo? Estaba furiosa y de no ser por el amor que profesaba por los libros, habría arrancado aquella página sin sentir ni una pizca de remordimiento. Bufó indignada y a punto estuvo de cerrar el libro y lanzarlo contra el suelo de no ser por su insaciable curiosidad. Ya que había llegado hasta allí, lo justo era saber cómo había terminado todo aquello.

    «Áilleacht logró atraerlo tal como esperaba. Lo citó en el lugar indicado y eso lo condujo hasta nosotros. Él no llegó a sospechar que le tendimos una trampa…».

    La joven ninfa se quedó inmóvil mientras sus pensamientos no dejaban de darle vuelta en la cabeza. Nunca se imaginó que los dioses fuesen criaturas tan taimadas y traicioneras. Se mordió el labio inferior preocupada por su falta de sensatez; podrían desterrarla si se supiese lo que había llegado a pensar sobre los dioses. Cerró los ojos y negó con la cabeza; necesitaba despejar su mente de prejuicios tan insanos. Bajó la mirada y siguió adelante con la lectura.

    «La lucha fue terrible. A pesar de que hemos logrado detenerlo, la pérdida de mi hija más querida me pesará siempre en el corazón. Quizá por ello no me ha temblado el pulso. Está mal, muy mal que reconozca que me he dejado llevar por la venganza y lo he convertido en una nathair; el vivo ejemplo de lo que un ser como él es: una serpiente rastrera. No me ha importado condenarlo por toda la eternidad a formar parte del báculo. Lo mejor que podemos hacer es que ninguno de los dos esté al alcance de otro espíritu perverso sediento de poder y ambición. Por eso he cumplido el deseo de mi pequeña Áilleacht que, en sus últimos segundos de existencia pidió que del mal se crease algo digno de apreciar. De no ser así lo habría condenado a vivir entre las sombras. No fue fácil; pese a mis deseos y los de mis hermanos, lo hemos transformado en parte del firmamento. Al menos así cada vez que Grian lo roce con su refulgente brillo, el alma de mi pequeña brillará».

    Una lágrima rodó por el níveo rostro de Enya. Se la enjugó con un dedo y tragó grueso. El nudo de emociones que tenía en la garganta le hacía difícil respirar. Cerró el libro y se levantó. Tras dejarlo sobre el escritorio se aproximó al cortinaje. Era pesado y olía a viejo. Lo levantó sin importarle llenarse la mano de polvo. Alzó la mirada hacia el cielo tachonado de estrellas. Jealach brillaba en lo alto y su platinado fulgor le sirvió de referencia. Desvió la cabeza y entrecerró los ojos. Tras algunos segundos de vacilación pudo divisarla. Entre el escorpión y el arquero, la figura del crosier y la Nathair enroscada en su extensión podía verse con claridad. Mientras observaba la treceava constelación recordó la cantidad de veces que se había preguntado de dónde habría surgido. Lo que se les enseñaba desde pequeños es que había sido una invención de los duine; sin embargo, a ella esa explicación le solía parecer vaga e insuficiente. Por mucha imaginación que tuviesen, ella creía que hacía falta algo más para explicar las maravillas que conformaban ambos mundos y no podía decirse que los duine fueran muy propensos a creer en la magia. Tampoco podía decirse, aunque se les enseñase lo contrario, que los dioses eran ajenos a las emociones y las debilidades como cualquier otra criatura. Siendo así ¿Quién era ella para juzgarlos? Si pretendía que los dioses fuesen justos, ella debía serlo también.

    —Llevas razón, en realidad son muy pocos los duine que creen en la magia. Sin embargo, sus almas son tan valiosas como la de cualquiera de nosotros. Sólo por ello merece la pena el sacrificio de salvaguardar su existencia. Respecto de los dioses… es mucho más difícil de lo que se os inculca. El poder trae consigo responsabilidad y también la posibilidad de cometer errores porque en ocasiones nos ciega y opaca nuestra capacidad de impartir justicia. —Enya se volvió con brusquedad al escuchar aquella voz grave y acompasada—. No debes temer, hija mía. He permitido que llegases hasta aquí porque creo que es tiempo de que se sepan algunos secretos.

    La joven ninfa dejó caer el cortinaje. La boca se le secó y las manos le comenzaron a sudar. No todos los días se tenía la oportunidad de ver a una diosa cara a cara.

    —Siento mucho haber leído vuestras memorias —dijo Enya mientras permanecía inmóvil con la mirada clavada en la alfombra.

    Iarmhéid hizo un gesto con la mano para restarle importancia.

    —No debes preocuparte por ello —respondió y esbozó una sonrisa—. Si no hubiese querido que lo hicieras, no habrías podido llegar hasta aquí sin ser descubierta. —Enya alzó la mirada; sus ojos azul verdoso se clavaron en la diosa.

    —Puedo haceros una pregunta? —La diosa asintió con la cabeza—. ¿Por qué ahora? ¿Por qué yo?

    El rostro de la diosa se ensombreció.

    —Porque la historia amenaza con repetirse y necesito que me ayudes… que nos ayudes.

    —El báculo sagrado es inalcanzable y Uaillmhian ha quedado apresado con él. —La diosa desvió la mirada y en su rostro se dibujó algo que a Enya le pareció vergüenza.

    —El crosier no fue el único objeto sagrado que crearon mis hermanos. —La joven ninfa disimuló la sorpresa ante la revelación.

    —¿Por qué no convertís a ese otro objeto como hicisteis con el báculo?

    Las mejillas de la diosa se tiñeron de un rubor parecido al tono del ocaso y Enya estuvo segura de que la diosa estaba avergonzada.

    —Tenemos un pequeño problema —dijo en voz queda—. El objeto se ha perdido y no sabemos quién pudo haberlo extraído de la bóveda donde guardamos todos esos obsequios.

    La joven ninfa se mordió la lengua. A punto estuvo de revelar que para ella esos dichosos objetos lo menos que representaban era un obsequio. No obstante, no era estúpida y sabía que una cosa era pensar y otra muy diferente cuestionar de viva voz a una diosa; lo segundo no era algo que pudiese hacerse sin tener consecuencias. La exasperó sobremanera que la diosa utilizase semejante eufemismo; por lo que podía entender, el objeto había sido robado, no se había extraviado solo. Inspiró muy hondo para aplacar su irritación antes de hablar.

    —Entiendo que me habéis elegido para esta misión, ¿no?

    —Puedes negarte si no te sientes capaz… —replicó la diosa.

    Enya advirtió la provocación. La diosa la conocía y sabía que su peor debilidad era el orgullo. No obstante, no entraría en ese juego.

    —Si pudiera hacerlo no me habríais traído hasta aquí. —Iarmhéid puso gesto adusto—. Lamento si no os gusta mi respuesta —dijo la joven al ver la reacción de la diosa.

    —Lo que no me gusta es tener que hacer esto por segunda vez… créeme, si pudiera no lo haría.

    Enya exhaló un suspiro y decidió aproximarse a Iarmhéid. Luego de lo que había leído sabía que le decía la verdad. Dar el primer paso en su dirección le había costado; en su interior el miedo y el sentido del deber se debatían en una lucha encarnada. Al final ganó el deber. Era una ninfa onírica y como tal debía luchar contra cualquier cosa que amenazara al Aislingí. También debía proteger las almas de los duine y ella era fiel a sus principios. La diosa lo sabía, por eso la había convocado y ella no se negaría a servirle.

    —Os serviré y cumpliré con mi deber —dijo tras inclinar la cabeza en una respetuosa reverencia.

    —No esperaba menos de ti querida mía. —La diosa posó ambas manos sobre la cabeza de la ninfa—. Tu misión será difícil y arriesgada. Has de viajar a Domhan, y encontrar al duine que ha robado la gema sagrada de la verdad; el equilibrio entre Éadrom y Scáthanna depende de que recuperes la gema.

    Enya no tuvo tiempo de reaccionar. En una fracción de segundos se sintió arrastrada en una espiral vertiginosa que la arrancó del mundo onírico y la expulsó luego a un mundo que sólo conocía a través de los libros que tanto había leído.

    Desorientada y angustiada por verse atrapada en el mundo real elevó una plegaria a los dioses para que Iarmhéid no se hubiese equivocado al elegirla y para que en breve pudiese recuperar sus poderes antes de verse metida en serios problemas. Estaba segura de que la diosa no exageraba al decir que el equilibrio entre la luz y las sombras de su mundo peligraba si aquel objeto seguía en las manos equivocadas; también estaba segura, aunque eso no se lo hubiese dicho, de que la estabilidad emocional de todas las almas que habitaban el mundo real estaba expuesta a un grave peligro.

    Un crujido a sus espaldas la puso en tensión. La vibración de una energía oscura y poderosa le advirtió que su aventura acababa de comenzar y que no tendría demasiado tiempo que perder si acaso pretendía hallar la gema sagrada y salvar a ambos mundos de la amenaza inminente que podría destruirlos para siempre.


    Glosario

    Áilleacht: Ninfa onírica. Puede sanar el alma de los habitantes del mundo real a través de los sueños.
    Aislingí: mundo de los sueños.
    Anord: dios del caos.
    Aoibhneas: diosa de la alegría.
    Brón: dios de la tristeza.
    Crosier: el báculo mágico que otorga poder a quien lo posea para controlar el mundo de los sueños.
    Domhan: mundo real.
    Duine: habitantes del mundo real.
    Éadrom : luz.
    Éaradh: dios del asco la repulsión y el rechazo.
    Enya: Ninfa onírica. Escogida por la diosa para emprender la búsqueda de otro objeto sagrado.
    Iarmhéid: diosa del equilibrio.
    Iontas: diosa de la sorpresa.
    Jealach: astro nocturno parecido a la luna.
    Grá: diosa del amor.
    Grian: astro diurno parecido al sol.
    Nathair: reptil similar a una serpiente.
    Scáthanna: sombras.
    Téigh: Dios de la ira.
    Uaillmhian: Mago oscuro del caos; provoca pesadillas y roba el alma a través de los sueños.

  • Pequeños detalles logran grandes experiencias

    Un hombre en actitud pensativa sentado frente a un ordenador. A un lado tiene un cuaderno y un lápiz, una taza de café y un pastel de manzana.
    Imagen libre de derechos tomada de pxfuel


    Dedicatoria

    A todos los que añadís vuestro granito de arena para cambiar realidades y mejorar la experiencia eliminando barreras… Gracias totales, sois los mejores.


    «La inclusión puede ser una criatura mitológica, fantástica o convertirse en realidad;
    Todo depende de que cambies tu forma de pensar». Lehna Valduciel


    Ni me conoces ni te conozco. Da igual. La experiencia que quiero compartir contigo es mera solidaridad entre colegas. Perdona, todavía no me presento. Mi nombre es Gonzalo; soy un lector empedernido que alguna vez soñó con tener un espacio literario donde compartir mi experiencia subliminal con las historias que me han llegado al corazón.

    Lo logré, en efecto, tengo un blog literario; un rincón personal donde escribo reseñas, hago entrevistas, invito a retos literarios y escribo de vez en cuando, si la inspiración me llega de visita.

    Ahora que ya me he presentado deja que te cuente lo que me pasó la última semana. Te pido por favor que leas hasta el final antes de emitir un juicio sobre mí; sé que te pareceré un chalado, pero te juro que todo lo que aquí voy a contarte es cierto, palabrita del niño Jesús que nada de lo que leas es una exageración.

    Lo primero que tengo que reconocer es que yo era de esas personas muy incrédulas; de necesitar ver para creer, mejor dicho, experimentar en carne propia para entender que el mundo no se ciñe sólo a lo que conozco; que hay otro tipo de realidades que pueden resultarme muy ajenas y que, pese a ello, no dejan de existir. Ahora lo sé; antes ni me lo hubiese planteado.

    El caso está en que un buen día me tropecé a Fernando, un colega del curro; iba acompañado por una mujer bajita y regordeta, con pelo y cara de muñeca, con la piel blanquísima y unas gafas muy curiosas porque no eran oscuras, pero tampoco podía verse bien tras el cristal, pues el tono gris en degradé apenas dejaba vislumbrar la forma de los ojos. Me resultó una tía medio excéntrica, a decir verdad; no obstante, no dije nada por delicadeza. Bastante avergonzado me sentía ya pues choqué con ella sin darme cuenta y claro, sumido en la lectura del libro que llevaba entre las manos, no me di cuenta de lo que ella sostenía en las suyas.

    —Joder —solté exasperado—. ¿Acaso no ves por dónde caminas? —alcé la mirada y me topé con los ojos de Fernando que me veía con cara de pocos amigos.

    —La verdad es que no —respondió la mujer agachada tanteando en el suelo.

    Me quedé perplejo sin palabras. La cara se me puso roja como un tomate maduro y comencé a balbucir como si fuese tartamudo. Fernando se agachó y cogió el bastón blanco; la mujer se levantó y mi colega se lo dejó en las manos.

    —Lo siento —me disculpé con voz queda.

    —No pasa nada, hombre —comentó ella como si eso fuese su pan de cada día.

    —Te presento a Liah, Gonzalo —dijo Fernando mientras me veía con los ojos como ascuas y el mensaje velado de si la vuelves a cagar te mato.

    —Mucho gusto —le dije y le extendí la mano.

    —Tú eres el compañero de Fernando que lleva el blog literario, ¿verdad?
    Me quedé mudo de la impresión ¿cómo sabría aquella mujer sobre mi blog? En el momento no respondí. Fernando se ocupó de disiparme las dudas.

    —Sí, él es el que hizo la reseña de tu novela. —ella sonrió de oreja a oreja mientras mi cara se volvía un poema.

    ¿Novela? ¿Qué novela? Mi colega me hizo señas y cuando bajé la mirada, caí en cuenta. Estaba releyendo aquel libro que me había llamado tanto la atención. Vi a la mujer y no pude ni abrir la boca. La escritora del libro que tenía entre las manos era ciega.

    —Me gustó mucho tu reseña y te agradezco mucho la oportunidad que le diste a mi pequeñín. Me habría gustado que describieses la imagen en la entrada de tu blog. Supongo que debe ser la portada del libro, ¿no?
    —¿Describir?
    —Sí, ponerle un texto alternativo… descriptivo —se corrigió la mujer—, así si hay personas ciegas que lean la entrada se pueden enterar de qué sale en la imagen.

    Me la quedé mirando como si me estuviese hablando en japonés, mandarín o sánscrito. ¿Otros ciegos leyendo mi blog? Aquello sería una tomadura de pelo, supuse y la miré ceñudo, aunque ella no se diese cuenta de mi expresión. Como mi lengua tiene esa conexión directa con mi cerebro, hablé sin pensar.

    —Estás de broma, ¿no?
    Ella inspiró hondo. Pocas veces he visto a alguien tan expresivo. Ladeó la cabeza y su cara hablaba por sí sola. Era como si me dijese: ven acá, peque, que te explico… Me sentí como un niño pequeño al que van a develarle un gran secreto que ha tenido siempre en las narices y quien sabe por qué nunca lo había visto.

    El rostro de Fernando, en cambio, era el vivo ejemplo de lo que una mirada asesina es capaz de transmitir en poquísimos segundos. Por suerte la de él no tenía efectos sobrenaturales o yo habría terminado varios metros bajo tierra.

    —Verás, Gonzalo… —Su tono amable de maestra de cole acentuó mi incomodidad.

    —Ahora mismo no tenemos tiempo, Liah —interrumpió Fernando—. Ya le explicaré yo a Gonzalo cómo hacer lo de las imágenes.

    —Vale —le respondió y me tendió la mano—. fue un gusto conocerte, Gonzalo.

    En cuanto mi mano hizo contacto con la suya sentí un corrientazo que me recorrió todo el cuerpo y me puso la piel de gallina.

    Aparté la mano con rapidez y me la quedé mirando. Ella me sonrió y por un instante me pregunté si aquel brillo que me pareció ver tras esas gafas había sido real o sólo producto de mi imaginación.

    —Igualmente —le respondí algo cortado.

    De pronto me descubrí deseando echar el tiempo atrás o quizá tener un poder mágico que me permitiese cambiar las cosas; quizá así dejaría de pasar tantos bochornos.

    —Ten cuidado con lo que deseas. —Creí escuchar de sus labios—. Mezclar la realidad con la fantasía lleva lo suyo y quizá no estés preparado para la experiencia.

    Parpadeé varias veces y me fijé en sus labios delgados. No se habían movido o quizá sí. Fernando se despidió apenas con una seña. Los vi alejarse y desanduve mis pasos mientras lo de la fulana descripción seguía dándome vueltas en la cabeza.

    *****
    No voy a contarte la cantidad de sueños que tuve aquella noche porque de seguro me dirás que mejor consulte a algún profesional o que me tome unos días en alguna de esas residencias de descanso. Lo que sí voy a contarte es lo que me pasó en lo que pude encender el ordenador.

    —Cacharro antojadizo —mascullé mientras avanzaba la dichosa actualización del sistema—. Menudo momento para decidir actualizarte por enésima vez.

    El sonido de la carga del sistema tenía un retintín distinto o eso me pareció. Hice caso omiso; desde el día anterior había quedado algo despistado. Lo que si no pude omitir fue la cara de un fulano que me miraba con gesto ceñudo en lugar de el fondo de escritorio que solía tener por defecto.

    —¿Qué coño? —exclamé.

    El individuo apretó los labios y negó con la cabeza en un evidente gesto reprobatorio.

    —Es mejor que evites las palabrotas, muchacho —dijo y se cruzó de brazos—; irritan mis redes neuronales y luego empiezan los pantallazos.

    Me froté los ojos y comencé a toquetear la pantalla del portátil. El sujeto se echó a reír como si le estuviese haciendo cosquillas.

    —Deja quieto —me dijo y la figura se distanció hasta hacerse del tamaño de un ícono del escritorio antiguo.

    —Debo estar soñando todavía y no me he dado cuenta —murmuré mientras la figura se acercaba y emitía un sonoro chasquido.

    —Mira, no te hagas el difícil, ¿vale? Pediste un deseo y se te ha concedido.

    —¿Deseo? Joer, yo no recuerdo haber pedido ningún deseo.

    —Esa lengua —me advirtió—. claro que sí, pediste el poder de cambiar las cosas. No me digas que te afecta el tío alemán, ¿no? Porque eso sería lo último que nos faltaría. Enseñarte para que luego se te olvide todo.

    —¡Que no he pedido yo ningún deseo, macho! ¿Cómo te lo tengo que explicar?
    —Que sí lo pediste —me insistió—. El asunto es que no se te ha concedido para tus fines egoístas, sino para que transformes desde tu parcela literaria.

    Un fogonazo me hizo recordar el día anterior. Me froté la cara varias veces y me mesé el pelo con tanta fuerza que casi me arranco un mechón.

    —He perdido la chaveta del todo.

    El sujeto bufó y la pantalla del ordenador parpadeó en respuesta.

    —No seas tonto, claro que no has perdido nada, a menos que te refieras al tiempo que estamos perdiendo en lugar de iniciar tu formación.

    A pesar de sentirme dentro de una dimensión paralela y surrealista, decidí seguirle la corriente a ver hasta dónde pensaba llegar aquella alucinación; porque tenía que ser una alucinación por cojones.

    —Supongamos que te creo —le dije poco convencido—. ¿En qué vas a formarme?
    El individuo sonrió de oreja a oreja.

    —Presta atención porque voy a revelarte cómo cambiar realidades… eso sí, debes cambiar primero tú.

    Lo de tener que cambiar no me hizo demasiada gracia, así que me crucé de brazos. Y lo cierto es que me enfurruñé como un crío pequeño. Me fastidiaba tener que alterar cualquier cosa que me hiciese sentir cómodo.

    —¿Y si no acepto? No sé quién seas, pero no puedes obligarme.

    El sujeto se acercó tanto a la pantalla que sólo podía verle los ojos.

    —No puedo obligarte, es verdad, pero puedo darte la tabarra. Soy buenísimo tocándole las narices a los demás. Por cierto, mi nombre es Filadelfio.

    —Ni creas que me intimidas con eso, ¿eh? —El fulano se encogió de hombros.

    De pronto la pantalla se puso negra y el ordenador hizo un ruido que me puso los pelos de punta. Con el temor reptándome bajo la piel ante la posibilidad de quedarme sin portátil cedí sin pensarlo dos veces.

    —Venga, no tienes por qué tomarla contra el ordenador, si él no te ha hecho nada. Además, si te lo cargas menos me vas a poder formar.

    En la pantalla apareció un texto en letras blancas y no era la marca del portátil:
    «¿Desea iniciar el proceso de formación? Pulse aceptar o cancelar para continuar».

    Miré la pantalla, ceñudo. Resoplé y pulsé en aceptar.

    La imagen del sujeto volvió. Se veía de lo más satisfecho y eso me tocó la moral, la verdad.

    —Me encanta que comencemos a entendernos. ¿Ves lo fácil que resulta?
    Evité responderle, entre otras cosas, porque cuando me cabreo suelto un montón de improperios y el fulano ya me había advertido que las palabrotas lo irritan. Además, si podía controlar mi ordenador de aquella manera, no es que tuviese muchas alternativas.

    —¿Y ahora qué? —Me le quedé mirando con los labios fruncidos.

    —Abre tu navegador, vas a ver que experiencia más chachi. —Obedecí; al mal paso darle prisa—. Venga, ahora ve a tu blog y me cuentas qué ves.

    Aquella invitación me puso los pelos de punta; sin embargo, no hice ningún comentario y fui disparado a ver el blog.

    Casi me desmayo y caigo largo a largo en el suelo. Las imágenes no estaban, el texto aparecía desordenado como si las letras no estuviesen en su lugar. Había zonas ilegibles; otras a las que no podía ni llegar porque de pronto la flecha del panel táctil, el ratón, para que nos entendamos se había congelado y no quería funcionar.

    Me puse blanco como un papel; luego la cara se me encendió de la rabia y comencé a respirar como si fuese una locomotora. Di un manotazo contra el escritorio y solté mil palabrotas.

    —¿Qué… diablos… es esto? —pregunté entre dientes.

    Filadelfio apareció con el hombro apoyado contra un lateral de la pantalla mientras se miraba las uñas de la mano izquierda.

    —Eso es lo que yo llamo EBED; es decir, experimentar barreras en directo.

    —¿Barreras? ¿De qué coño me estás hablando, tío? ¿Quién tiene barreras en internet? No digas gilipolleces, por favor.

    El fulano suspiró y ladeó la cabeza. El gesto me recordó a la escritora ciega del día anterior.

    —Muchas personas como tú no saben que internet, además de la autopista de la información, puede ser un puente roto que te deje aislado.

    Lo miré con renovado interés. Ver mi blog convertido en un desastre me había puesto de los nervios; aun así, lo que el sujeto decía me puso a pensar y cuando pienso es difícil que pueda permanecer cabreado durante mucho tiempo.

    —¿A qué te refieres? —El individuo comenzó a moverse de un lado a otro.

    —Hay personas con discapacidades, personas mayores, inmigrantes, gente del otro lado del charco con velocidades de internet que harían que te trepases por las paredes.

    —Vale. Pero ¿qué puedo hacer al respecto? —El tipo se detuvo y me lanzó una mirada tan penetrante que me quedé petrificado.

    Me dio escalofríos porque parecía un maniático. No obstante, evité abrir mi boca no fuese a arremeter de nuevo contra mi ordenador.

    —Podría decirte que conquistar el mundo —dijo y se le escapó una risita—. Tranquilo —agregó y su expresión se tornó seria—. Puedes hacer cambios que ayuden a muchas personas y yo te voy a explicar cómo.

    No supe si me hablaba en serio; aun así, mientras siguiese atrapado en la alucinación no tenía nada más que hacer.

    —Venga —le repliqué y me puse de pie—, pero primero necesito recargar mi dosis diaria de cafeína.

    El sujeto hizo un ademán para despacharme con rapidez. Di un paso en dirección a la cocina y me detuve. Me pudo la curiosidad y lo vi por el rabillo del ojo. Tenía el pelo largo, con rizos desordenados que se le ponían de punta sobre la frente. Unas cejas gruesas y algo angulosas le enmarcaban aquellos ojos rasgados, de ese tono aguamarina que se ve en tantos ordenadores. Tenía una nariz achatada y descomunal, las orejas puntiagudas y una barba firme y alargada que le cubría la perilla. Avancé con rapidez antes de que me descubriese escudriñándolo y no pude evitar pensar que se parecía a un sátiro. Me preparé mi habitual jarra de café y tras volver de la cocina, me senté a esperar las instrucciones.

    *****
    —Lo primero que vamos a hacer —me dijo luego de sonarse los nudillos—, es cambiar la plantilla de tu blog.

    Lo miré ceñudo, ya que me había llevado días encontrar una que me gustase del todo.

    —No me mires así —me dijo—. Necesitamos que tu plantilla se vea bien en diferentes pantallas. Esa que tienes no se adapta.

    Lo vi sin entender una papa de lo que me decía. El tipo chasqueó los dedos. Solté un grito al ver cómo la pantalla se reducía y se agrandaba sola y el navegador mostraba un batiburrillo ininteligible que hizo que sintiese un vacío en el estómago de pensar en todo el tiempo que había perdido al configurar mi blog.

    —No seas quejica, hombre —dijo Filadelfio mientras me secaba el sudor de la frente con el antebrazo—. Es muy fácil. Vete ahí a la sección de apariencia, entra en los temas y escribe en la caja de texto ‘accesibilidad’
    —¿Qué es eso de ‘accesibilidad’? —pregunté mientras seguía las instrucciones y me fijaba en los resultados.

    —Definiciones de accesibilidad hay muchas —me dijo—. Lo importante es saber para qué sirve. —Me le quedé viendo con una ceja levantada—. Además de ser una característica de calidad, la accesibilidad es como una puerta abierta que permite que la mayor cantidad de personas accedan a tu blog y sus contenidos sin barreras. —Le di un trago a mi taza de café.

    La explicación del sujeto me había puesto a pensar. El asunto de las dichosas barreras seguía haciéndome ruido. Sin embargo, me callé y me dediqué a escoger de entre las opciones un tema que fuese de mi agrado. Para mi sorpresa encontré uno muy chulo y lo activé.

    —No fue tan difícil, ¿no? —me dijo.

    Negué con la cabeza, aunque seguir viendo el blog sin imágenes me tenía con el corazón en la boca.

    —Quita esa cara de estreñimiento, macho —me espetó— y prepárate, ahora viene la mejor parte.

    El fulano parecía demasiado contento. Se frotaba las manos y movía las orejas como si estuviese experimentando algún tipo de orgasmo. Ante semejante manifestación guardé silencio y me dediqué a esperar mientras me bebía la segunda taza de café. Desde luego, las ganas de esperar no me duraron demasiado.

    —Eh, amigo —dije para llamar su atención—. ¿será que seguimos con la inducción?
    —A ti no hay quien te entienda, ¿no? Primero que no te podía obligar, ahora parece que tienes un cohete en el culete. —Filadelfio soltó una risita chillona—. Me salió en verso sin mucho esfuerzo. —Puse los ojos en blanco y resoplé.

    —Déjate de cacofonías y dime qué sigue —le exigí —. No quiero pensar lo que pasará si el blog sigue así hecho todo un desastre por tu culpa.

    El individuo puso los ojos como dos rendijillas y se cruzó de brazos. En ese instante supe que me iba a poner al trote y todo por culpa de mi puta impaciencia.

    —Tres cosas muy importantes —me dijo con tres de sus rechonchos dedos—. La primera, añade el widget de traducción; la segunda, usa el widget para añadir HTML mejor que el de añadir texto; la tercera, evita las imágenes de fondo y escoge un color sólido que haga mucho, pero mucho contraste con el color de las letras y…
    —Dijiste que eran tres cosas.

    —Dije tres cosas muy importantes, no dije que fuesen las únicas —farfullé en voz queda y me dispuse a aplicar lo que me decía el fulano—. Deja de quejarte —me dijo—, aunque creas que no me entero, lo entiendo todo a pesar de que farfulles.

    Me puse rojo como un tomate y pese a mis ganas de soltarle una de las mías, me contuve. La verdad es que los cambios tampoco eran nada del otro mundo y el blog comenzaba a tomar forma. Eso hizo que me lo tomase con más calma. A fin de cuentas, aquella alucinación estaba siendo de lo más productiva.

    Alcé ambas palmas en son de paz.

    —Vale, vale —le dije—. Lamento ser tan impaciente, tío. ¿Podemos continuar?
    Filadelfio me miró con los ojillos entornados durante un rato que se me hizo eterno.

    —Bueno… pero como vuelvas a sacarme de mis casillas verás tú —me advirtió.

    —No tienes mucha paciencia, ¿no?
    Al fulano se le encendieron las mejillas y quise maldecir mi lengua. Antes de que fulminase el ordenador o cualquier otra cosa quise disculparme; sin embargo, el sujeto movió las manos para zanjar el tema.

    —Quita, quita… tienes razón, así que te ofrezco disculpas. Es la edad que, quieras que no, me pasa factura de vez en cuando.

    —Disculpas aceptadas —le dije y por fin se sonrió.

    Me fijé en sus dientecillos afilados y me dieron escalofríos. Como aquel tipo dejase el ordenador, se enfadase de verdad y le diese por darme un bocado, me iba a enterar. Lo mejor era mantenerlo contento, por si acaso.

    —Está bien. ¿qué era lo que ibas a decirme antes?
    —Ah, sí. Mira, chaval. Como hay personas que no ven los colores —Mi cara se fue poniendo pálida al imaginarme algo así— es mejor que no dejes todo en manos del color ni siquiera de las negritas o las cursivas, ¿sabes? Hay que darle sentido y ponerlo fácil, así que es bueno usar el HTML.

    —esas son las palabras que van encerradas entre menor que y mayor que, ¿no? —Al tipo se le iluminaron los ojos otra vez y asintió con la cabeza.

    Fruncí el ceño. Había visto algo de eso en algún sitio, pero ahora para acordarme. Además, qué coñazo andar escribiendo tanto. Como si el fulano me hubiese leído la mente me dijo:
    —Abre tu mente, muchacho. Voy a revelarte un secreto que va a ponerte las cosas muy fáciles. Tú préstame atención.

    «como si pudiera hacer otra cosa», pensé y me crucé de brazos.

    —A ver…
    —Para indicar que el texto es un título o subtítulo puedes usar el mismo símbolo de las etiquetas de la red esa donde todos van y sueltan lo que se le pasa por la cabeza sin pensar demasiado.

    —¿Twitter?
    —¡Eso! —me sobresalté por el chillido—. Coño, qué listo eres. Pues tú suma el símbolo y a más símbolos pongas, aumenta el nivel del encabezado. Si usas uno sólo será de primer nivel, si usas dos será de segundo nivel y así, sucesivamente.

    Que aquello fuese tan fácil no me convencía del todo, así que fui a probarlo por mí mismo.

    —Serás incrédulo —me espetó.

    Me sonrojé un poco; por fortuna el individuo de mi alucinación no me lo tuvo en cuenta.

    —¿Hay más trucos de esos? —pregunté porque mi curiosidad iba en aumento.

    —Claro, chaval —confirmó—. Puedes usar un asterisco para iniciar una lista sin orden y un número si la quieres ordenada; y si quieres indicar que el texto es una cita textual puedes colocar un símbolo de mayor qué al inicio.

    Probé en el modo visual de mi blog todo lo que el tipo me decía y la verdad es que todo funcionaba al dedillo.

    —No me lo tomes a mal —le dije con cierto temor—, pero ¿todo esto para qué sirve? —vi cómo torcía el gesto y corrí a explicarme mejor—. Me refiero a ¿a quién ayuda esto?
    —¿Te acuerdas de la escritora de ayer? —Asentí con la cabeza—. Pues a personas como ella que utilizan lectores de pantalla; a personas que usan navegadores de texto; a personas que necesitan cierta estructura con jerarquía para comprender los contenidos, hasta a las personas mayores les sirve. No creerías que iba a enseñarte cosas inútiles, ¿no?
    Mis cejas se alzaron en respuesta a la sorpresa. ¿qué me habría imaginado yo que tantas personas podrían verse beneficiadas con esos cambios?
    —Ella me dijo algo de describir las imágenes… ¿tú sabes de qué va eso?
    —Te ha picado la curiosidad, ¿eh? —El tipo sonrió con picardía.

    Me quedé callado, entre otras cosas porque siempre me ha costado manejar eso de quedar al descubierto. Lo cierto es que sí, ella había logrado sembrarme la espinita y este fulano me la había clavado entera. El orgullo no me permitía admitir nada, aunque creo que a él no le hacía falta ninguna confirmación. Lo había dado por sentado y la peor parte es que había dado en el clavo.

    —Bueno, ¿sabes? O no sabes. —la impaciencia me pudo para no variar.

    —Joder, macho, menos mal que tú no tienes a tu cargo el tiempo o nos tendrías a todos camino a un futuro incierto. —Torcí la boca en un gesto indefinido que reflejaba mi opinión sobre aquella perspectiva—. Mira, eso es muy fácil, aunque ya te digo, no sólo deberías ofrecer una alternativa a las imágenes, deberías hacerlo también al audio y los videos. De todas formas, antes de meternos con las imágenes, algunas cosas que has de tener en cuenta para el texto.

    —No tengo videos ni audios por el momento —dije y me crucé de brazos—. ¿qué es lo que pasa con los textos?
    —Vale, sólo te lo dije a modo informativo, coño, no te cabrees que íbamos muy bien. el asunto de los textos…
    —Ujum. —Lo miré con cara de pocos amigos.

    —Deberías poner un buen tamaño a la letra y si vas a añadir algún enlace, por lo que más quieras, no uses ‘pincha aquí’, ‘más’, y cosas que son tan ambiguas.

    —¿Qué con eso? Todo el mundo pone enlaces así. —Filadelfio me echó una mirada asesina.

    —O sea que si mañana te dicen lánzate por la ventana, tú te lanzas, ¿no?
    —Claro que no, ¿por quién me tomas? No soy ningún idiota, macho.

    —Pues eso. Que todo el mundo ponga enlaces así no significa que tú tengas que hacer lo mismo, chaval. —Pensé que tenía algo de razón en su argumento así que me quedé callado—. Mira, tú imagínate que la única forma que tienes de ir de una página a otra es una lista donde te aparece varias veces el mismo texto… ‘leer más’, por ejemplo. No ves nada del texto de la web, sólo eso.

    —Que putada —murmuré mientras me imaginaba la situación.

    —Lo vas pillando y menos mal, ya me había comenzado a preocupar.

    —Coño, no sabía nada de esto, tío. supongo que otra gente tampoco sabe.

    —Es lo más probable —admitió mientras se sobaba la barba—. Al menos tú comienzas a formar parte de quienes pueden impulsar el cambio.

    No estaba tan seguro de eso, pero no iba a decírselo por obvias razones.

    —¿Y qué con lo de las imágenes? —Se quedó en mute por una fracción de segundos. Los ojillos se le movían de un lado a otro como si tuviese un tic nervioso.

    —Perdona, se me había olvidado —me dijo y se sentó sobre uno de los íconos—. Verás… En esta plataforma donde tienes tu blog es muy fácil. cuando insertes la imagen te van a aparecer varias cajas de texto. Hay una en particular que suele estar identificada con dos palabras: texto alternativo o alt text. —Mientras el tipo hablaba yo me había puesto a cacharrear en el blog y vi que sí, en efecto, las cajas de texto existían—. Bueno, pues en esa que te digo colocas el texto que describa la imagen.

    Me mordí el labio inferior al pensar en todas las imágenes que tenía que describir y el corazón casi se me sale del pecho.

    —¿Hay que describirlas todas?
    —Si crees que aportan al contenido, sí. Si solo son dibujitos decorativos, no, eso ya es cosa tuya. Quita esa cara de susto, joder, que parece que hubieses visto un fantasma o te hubiese dicho que te vas a morir mañana.

    Aquella respuesta me había dado algo de alivio. Sin embargo, me surgió la pregunta de todos los tiempos.

    —¿Cómo coño hago eso? —Mis ojos se quedaron fijos en la pequeña cajita.

    Filadelfio se me quedó mirando y a mí los cojones se me subieron a la garganta. Estaba seguro de que ahora sí iba a cabrearse a lo grande.

    —Chico, muy fácil. tú piensa que estás al teléfono y le estás contando lo que hay en la foto a esa persona con la que hablas. No tiene más.

    Enarqué una ceja. Que todo fuese tan fácil me había sembrado una inquietud. ¿Por qué estas cosas no se sabían? Para no variar, el sujeto me dio el susto de mi vida al gritar de aquella manera por los altavoces del portátil.

    —¡Porque la sociedad es gilipollas perdía, por eso y lo que tiene que enseñar se lo pasa por el coño alante! —Comenzó a deambular de un lado a otro de la pantalla—. Si es que… nadie allí arriba quiere darme un poder porque ya te digo, si yo tuviese un poder… los ponía a asarse a fuego lento.

    Me quedé perplejo ante aquella salida de tono. El individuo se había cabreado tanto que hasta los pelos de la barba se le pusieron de punta. Con aquella guisa ni se me ocurrió preguntarle a quienes se refería.

    —¡Coño! ¿me estás leyendo la mente? o qué. —Me maldije por mi estupidez.

    Lo que me faltaba en aquel momento es que al fulano le diese por querer churruscarme a mí también.

    —Algo así. —me puse blanco como un papel y el tipo se echó a reír—. Es broma, chaval. Lo que ocurre es que todo el que pasa por mis manos se termina haciendo la misma pregunta y pone la misma cara que tú. Es un clásico.

    —Ya veo ya.

    En cierta forma, luego de meditarlo pensé que el fulano tenía razón en cabrearse así. Con cosas tan sencillas de aplicar no se justificaba que no se hiciese más difusión y que esas cosas no se enseñasen. Qué sé yo, que hubiese un apartado en la sección de ayuda de todas las plataformas que alojan blogs o páginas web no vendría nada mal. Me quedé absorto en mis cavilaciones. El visitante inesperado de mi ordenador comenzó a carraspear como poseso. Me fijé que se atusaba el pelo y la barba y me pregunté con qué me iba a salir ahora.

    —Es hora de irme —me soltó y tuve que parpadear por la impresión.

    —¿Te vas ya? ¿Esto era todo?
    El tipo me vio con una ceja levantada.

    —Claro, ¿qué esperabas? Este es el curso para principiantes.

    —Bueno… no sé, es que pensé que todo iba a ser más largo, pesado y complicado.

    Filadelfio puso los ojos en blanco.

    —No hijo, no. Como te mantuviese aquí durante otra página más, se te funden las neuronas o te peta la patata, una de dos; con esa ansiedad tuya no llegábamos muy lejos.

    —Qué considerado, tú —le dije y me incliné contra el respaldo de la silla.

    —¡Ja!
    La risotada me dio un susto tan grande que me fui hacia atrás con todo y silla. Me golpeé la cabeza con tanta fuerza que en los ojos se me formaron chiribitas y habría jurado que a mi alrededor revoloteaban seres diminutos idénticos al que se había apropiado de mi ordenador.

    No puedo precisarte cuánto tiempo estuve despatarrado en el suelo. Lo que sí puedo decirte es que desde ese día nada ha sido igual. No me he vuelto a topar con el intruso aquel y, aunque por mucho tiempo creí que había sido producto de mi imaginación, la verdad es que los cambios en el blog siguen ahí y desde entonces tengo más visitas y comentarios, San Google trata mi sitio con más cariño y he conocido a muchas personas increíbles desde que cuido más mis contenidos y la forma en que se los ofrezco a los demás. Algunos dicen que ahora soy inclusivo. Yo prefiero dejar de lado la etiqueta y pensar que ahora ofrezco contenidos con calidad que muchas personas pueden disfrutar sin importar cuál es su condición, cómo interactúan con la tecnología, la edad que tengan, la cultura a la que pertenezcan o el idioma que hablen. Y lo mejor de todo ¿sabes qué es? Que tú puedes hacer lo mismo también y sin que te visite el ser fantástico que de vez en cuando se cuela en los ordenadores para dejarte el legado de cambiar realidades y mejorar la experiencia de muchos mediante pequeños detalles.

    No me malentiendas, el sujeto puede llegar a ser simpático luego de que lo piensas con cabeza fría. Eso sí, el susto de muerte que te puedes evitar si tienes en cuenta mi experiencia no es moco de pavo.

    Dicho lo dicho, si acaso te encuentras con Filadelfio, ven a mi blog y déjame tu comentario.


    Notas de la autora

    Essta historia surgió con la idea de difundir estrategias sencillas de aplicar por quienes tengan blogs y deseen ofrecer contenidos accesibles. No hay detalles en extremo técnicos ni se han incluido aspectos avanzados. La idea es que cualquiera pueda aplicar las recomendaciones, aunque no posea demasiados conocimientos sobre herramientas tecnológicas.

    Si te ha gustado esta historia o si crees que puede resultarle útil a alguien, difúndela y pon tu granito de arena en que más personas podamos disfrutar de contenidos en internet con calidad y sin barreras. Y si quieres realizar tu propio aporte para mejorarla, deja tu comentario; prometo tenerlo en cuenta y buscar la forma de agregarlo.

    Gracias a todos por estar allí. Os abrazo muy grande y fuerte.

  • Fecha de caducidad

    Francotiradora rubia con rifle apuntando a su objetivo
    Imagen libre de derechos tomada de pxfuel


    Dedicatoria

    A ti, que sigues allí leyéndome en silencio…


    La asesina se tumba en la azotea. Roza con la barbilla el hormigón. Coge los binoculares y enfoca. Ve la ventana. El hombre se mueve. Ella sonríe. Nicole recuerda el nombre de la víctima: Taylor Ford.

    Deja de acechar y coge el rifle. Ajusta la mirilla. El hombre gira; le da la espalda.

    Nicole apunta; puede ver la nuca de Taylor. Toma aire y lo retiene. El viento aúlla.

    El hombre se vuelve y cierra la ventana. Ella aguarda; el índice en el gatillo espera para contraerse.

    Nicole escucha el jaleo de los vecinos de Taylor. el ruido la paraliza; el hombre se tensa. Ella se fija en la mujer y maldice; detesta los imprevistos. Exhala el aire y suspira. evita moverse, debe finalizar el encargo.

    Taylor se vuelve. Nicole ve la nuca del hombre por la mirilla; se prepara. Empieza a sentir el cosquilleo de anticipación en el estómago.

    Taylor alza el puño. Ella aprieta el gatillo. El cristal de la ventana estalla. La bala le atraviesa el cráneo.

    Nicole ve la sangre y los sesos de Taylor esparcirse. El hombre cae. La asesina escucha el grito de la mujer. Vuelve a disparar. La bala le perfora la frente; la mujer cae. Nicole chasquea la lengua; le molesta desperdiciar balas. Odia dejar rastros que la comprometan.

    Recoge el rifle y los binoculares. Baja del tejado y sale del edificio. Echa a andar por la acera. Cruza la calle.

    Escucha la sirena. La patrulla se aproxima. Las luces del techo giran y la distraen. El coche se detiene; el frenazo se impone a los ruidos de la noche. Policías bajan del vehículo.

    Nicole alza la ceja. Reconoce el rostro de la agente que la mira al entrar empuñando su arma de reglamento. La asesina Piensa con desagrado en los giros que da la vida y retoma la caminata. Cruza la calle en la esquina y voltea.

    Cierra los ojos; el rostro de la policía se le aparece; la mujer le agrada; matarla le incomoda.

    Retoma la caminata; acelera el paso y se pregunta: ¿sabrá Josephine Coleman que su vida tiene fecha de caducidad?


    Agradecimientos

    1. A Daniel Hermosel @danielturambar por sus talleres de escritura en Twitch

    Este reto consistía en escribir un relato sin utilizar adverbios ni adjetivos con menos de 500 palabras. Este consta de 353.