Autor: Lehna Valduciel

  • YUGEN – 01 – RYOSHI KOTODAMA – CAZADORES DE ALMAS

    Una joven asiática que viste un kimono de color rojo con flores. La joven lleva el cabello recogido y adornado con flores de color rojo. Lleva un parasol en la mano. al fondo se observa un bosque floreado con mucha niebla
    Imagen libre de derechos de Sasint Tipchai en pixabay

    Sinopsis

    Una ola de muertes inexplicables azota Kioto y sus alrededores. En pleno siglo XXI, resurge la casta de un clan de shinobis extintos hace un milenio. Los misteriosos asesinos constituyen el clan de los ryoshi kotodama o cazadores de almas.

    Hiruko, kitsune de Inari, dios que prometió albergar en sus templos a los cazadores de almas, acude  ante la convocatoria que recibe por parte del dios junto a otros mensajeros a su servicio. El dios expone la crítica situación e informa que los elegidos serán convertidos en ryoshi kotodama y su ikigai será, de ahora en adelante,  cazar a quienes están robando las almas humanas.

    Los únicos aliados con los que contarán los nuevos cazadores han sido sus peores enemigos hasta el momento. Ningún kitsune se habría imaginado jamás colaborando codo con codo junto a las criaturas más despreciadas desde tiempos inmemoriales. Por su parte,  los kiuketsukis se ven obligados a forjar una alianza que garantice su supervivencia, pues sin los humanos, se quedan sin su alimento vital.

    Sanadores que han de convertirse en guerreros; vampiros que deberán transformarse en maestros y un objetivo en común: librarse de los demonios que pretenden exterminar a la humanidad, confluyen en una historia donde  criaturas sobrenaturales, la magia, las leyendas y la cultura de la tierra del sol naciente cobran vida y se transforman en una maravillosa oportunidad que invita a los lectores a evadirse de la realidad.

    Leyenda

    En un misterioso libro antiguo escrito en paralelo al Kojiki, libro que narra la historia antigua de Japón, existe una leyenda que explica el origen de los  ryoshi kotodama o cazadores de almas. Un clan de shinobis (asesinos que absorben el alma de un shinigami transformado en akuma y rescatan la humana que los demonios han robado previamente) creados por Hachiman a petición de Amida.

    Cuenta la leyenda que el dios protector de las almas humanas, preocupado por la ola de muertes inexplicables que estaban ocurriendo en el mundo mortal, solicitó ayuda a su hermano. Antes de conceder el favor, el dios de los samuráis y protector de Japón indagó entre sus fieles seguidores para conocer de primera mano lo que estaba sucediendo. Los samuráis explicaron al dios que Aneko, una shoshinsha (aprendiza) había solicitado el favor de Inari porque quería tener descendencia. El dios se lo concedió y la mujer yació con un  shinigami. Inari enfureció al percatarse de lo sucedido entre el demonio y la shoshinsha y la condenó a permanecer en el Yomi. La situación se torció durante el parto, ya que la criatura demoníaca que había engendrado Aneko bebió su sangre hasta provocarle la muerte y se quedó con parte de su alma. La criatura vagaba entre los vivos y se reproducía sin control. Era necesario contar con una fuerza capaz de hacerles frente y asesinarlos, además de recuperar las almas robadas. Debido a su naturaleza, a esos demonios solo se les podía asesinar absorbiendo sus almas.

    Hachiman habla entonces con Inari y le plantea sus requerimientos antes de crear la nueva casta de guerreros. El dios de la fertilidad accede a que los cazadores de almas se escondan tras los muros de su santuario.



    Kioto, 2021 d. C.

    La luz del poste más cercano se refleja en el pálido pelaje. El pequeño animal avanza con cautela. El cuerpo femenino aún emana calor. El zorro olisquea muy cerca del rostro. Arruga el hocico. Un estallido platinado da paso a la figura de una joven de larga cabellera. Hiruko gesticula con rapidez. Una serie de símbolos dorados se aproximan a la piel de la mujer tendida en el suelo. La sanadora frunce el entrecejo al percatarse de que se desvanecen sin más. Con el pulso acelerado y el temor aleteándole en el pecho lo intenta de nuevo; una, dos, cuatro veces. Es inútil. Un grito distante llama su atención. Coge entre sus dedos la perla que lleva colgada en el cuello. Algo terrible se había desatado en la ciudad. Vuelve a transformarse y sale disparada hacia donde le dicta el instinto. Mientras avanza quiere comunicarse con sus hermanos. Su voz psíquica no obtiene respuesta. El temor le recorre por las venas. Lo único que logra percibir es una desolación aterradora. Lo que sea que esté ocurriendo es mucho peor de lo que alcanza a imaginarse. Hiruko eleva una plegaria silenciosa. La presencia de los dioses es su única oportunidad.

    ***

    El joven baja la escalerilla de acceso al templo y trastabilla. Da manotazos para mantener el equilibrio. Una brisa gélida le cala hasta los huesos. Levanta la mirada. El cielo se había aborregado de improviso.

    Echa a andar hacia la salida del santuario. Una sombra se atraviesa en su camino. Abre la boca con intención de pedir una explicación. El grito se le queda atascado en la garganta. Las piernas le tiemblan como si fuesen de gelatina. Un recuerdo infantil surge desde lo más profundo de su memoria. A su abuela le encantaba contarle las leyendas relacionadas con los demonios. El akuma curva los labios delgadísimos en una mueca que pretende simular una sonrisa; sus ojos llamean segundos antes de abalanzarse sobre el joven para apoderarse de su sangre y su alma.

    ***

    Inari adopta forma humana. Encontrar el cadáver del joven casi a las puertas del templo lo enfurece. Una ristra de malos recuerdos le ensombrece el rostro. Su espíritu viaja más de un milenio atrás.

    —Escucha mi súplica, Inari. Es el latido de mi corazón quien te ruega.

    —¿Qué anhela tu corazón? —La joven shoshinsha se irguió en presencia del dios.

    —Un heredero a quien pueda legar tus enseñanzas. Te serviremos —prometió la joven aprendiza.

    —Así sea —concedió el dios.

    Si tan solo se hubiese tomado la molestia de indagar un poco más, se recriminó Inari. Con toda la delicadeza de la que fue capaz recogió el cuerpo sin vida y entró al templo. La rabia que hervía en su interior era casi tan letal como aquella que le produjo descubrir a la aprendiza abierta de piernas para ese maldito shinigami. Condenarla a permanecer en el Yomi no serviría de nada si no lograba evitar lo que él mismo había ocasionado por su negligencia. Ese demonio atrevido no se saldría con la suya si él podía evitarlo. Qué ingenuo y que arrogante había sido. La semilla del mal había arraigado en aquel vientre y ni con todo su poder fue capaz de arrancarla. Desde luego, nada lo había preparado para lo que ocurriría meses después. Y todo había sido por su culpa. Encontrarse a la aprendiza exhalando su último aliento vital le ofreció un alivio momentáneo. Apenas un fragmento diminuto de esa alma débil era lo que había dejado el engendro. Las cosas no podían ir a peor.

    ***

    Amida, dios protector de las almas humanas, se paseaba por el Takamagahara incapaz de detenerse. La atmósfera en el cielo era casi tan sombría como en el mundo mortal. Tantas muertes sin sentido. El corazón del dios se estremeció. Lo peor, además de la cantidad de humanos que morían sin una explicación razonable era la pérdida de sus almas. Algo terrible ocurría y él no lograba dar con la verdad.

    —Hermano —saludó Hachiman—. ¿qué acongoja tanto tu espíritu?

    —He perdido mis dones, hermano —admitió con gran preocupación—. entre los mortales se ha desatado una ola de muertes irracionales y a destiempo y no logro contactar con sus almas. Están perdidas.

    —Eso es imposible. ¿Estás seguro?

    —Completamente. Por eso te convoqué. Necesito tu ayuda.

    —Cuenta con ella.

    Los dioses se trasladaron al mundo mortal. En las afueras de Kioto todo era un caos debido a tantos fallecidos. Hachiman observaba con el entrecejo fruncido. el espectáculo era dantesco y nada tenía que ver con muertes naturales. Mucho menos podían endosárselas a alguna mano humana, por muy cruel que esta fuera.

    —¿Qué es lo que ocurre? —inquirió el dios a uno de sus samuráis.

    —Hay una plaga de criaturas demoníacas. Beben sangre hasta absorber el alma de quien tengan entre sus fauces.

    —Los kiuketsukis no son ladrones de almas.

    —Ellos no; estas criaturas sí. Son muy parecidas a un shinigami, sólo que tienen mirada de fuego y colmillos oscuros y ponzoñosos.

    —¿De dónde han salido? En el Yomi no existe nada similar —aseguró Amida.

    El samurái informó a los dioses sobre lo ocurrido entre la shoshinsha e Inari.

    —Os encargaréis de cazar a esas criaturas —ordenó Hachiman.

    —Somos simples samuráis. Nuestra espada no tiene ningún efecto sobre esos akuma. Necesitáis guerreros silenciosos; asesinos implacables con algún don que les otorgue ventaja.

    Hachiman meditó respecto de la solución que había propuesto el samuray. Era consciente de lo que debía hacer. Sin embargo, tendría que hablar primero con Inari.

    ***

    Inari observaba a sus iguales. En su rostro la rabia y la vergüenza se turnaban para reflejar lo contrariado  y compungido que se encontraba. No hizo falta preguntar el motivo de su inesperada visita. El dios era consciente de lo que estaba ocurriendo, así que se limitó a escuchar la propuesta y responder las preguntas que le hicieron.

    —¿Estáis seguros de lo que pretendéis hacer?

    —No tenemos otra alternativa —dijo Amida con el rostro surcado de líneas por la preocupación.

    —Los samuráis no pueden asumir ese ikigai, Inari —recalcó Hachiman—. Sería pedirles demasiado y morirían inútilmente.

    —Ese samurái es una filtración que no nos conviene en este momento.

    —No te preocupes por él, eso ha quedado resuelto. A esta hora ni siquiera recuerda que hemos estado en el santuario.

    El dios de la fertilidad meditó mientras deambulaba sin parar.

    —De acuerdo. Crea a los cazadores de almas. Yo me comprometo a ofrecerles el resguardo necesario y garantizar el secreto.

    —Gracias, no olvidaré esto, Inari —dijo amida.

    —Así sea —decretó Hachiman.

    Inari fue testigo de la creación de los nuevos guerreros. El corazón le palpitaba con fuerza y solo esperaba poder enmendar su terrible error algún día.

    ***

    Kioto, 2021 d. C.

    Hiruko camina a paso rápido por la acera derecha. Acaba de anochecer. Necesita darse prisa. No da buena imagen llegar tarde cuando tu dios te convoca con urgencia. Mira ceñuda de un lado a otro. La aparente tranquilidad le pone la piel de gallina. Esos últimos días habían sido una verdadera locura. Se estremece de pies a cabeza. el recuerdo de los cadáveres hace que el corazón y también el estómago le den un vuelco. En toda su vida como kitsune nunca había visto algo semejante. No había poder ni kanji sanador que contrarrestase tanta malevolencia.

    Cruza hacia la otra acera. A lo lejos distingue las luces del santuario. Está lista para transformarse cuando el aroma penetrante a canela y clavos la envuelve.

    —No tengo tiempo para juegos, Kasumi —dice y se cruza de brazos—. Inari me espera.

    El vampiro cabecea una vez y se aparta a un lado. La joven entrecierra los ojos. El recelo surge en su interior con tanta fuerza como la que posee un volcán en erupción.

    —Ten cuidado, preciosa. la noche ha dejado de ser segura para vosotros… en realidad para cualquiera que se precie de tener alma.

    —Serás descarado —dice acusatoria—. Os estáis aprovechando, pero te aseguro que se os va a acabar la fiesta.

    —Ni yo ni los míos somos responsables de nada de lo que pretendes acusarnos.

    —¿Esperas que crea que sois inocentes?

    —Lo somos —dice con tono acerado—. Si prefieres una voz más confiable, pregunta a Inari. Luego puedes ofrecerme disculpas.

    —Ni lo sueñes —espeta y se transforma en una preciosa zorra de pelaje blanco.

    —Como prefieras —dice el vampiro en voz baja—. Solo asegúrate de ir con cuidado. El peligro acecha.

    La kitsune sale disparada sin mirar atrás.

    ***

    Inari hace acto de presencia. En el templo una veintena de sus más fieles kitsunes aguarda para reunirse con él. El dios clava la mirada en la pequeña zorra que acaba de llegar. Corría con tanto agobio por el temor de ser reprendida que casi le roba una sonrisa. De no ser por el verdadero motivo por el cual los había convocado, se habría tomado el tiempo de tranquilizar a la criatura. La joven se transforma y ocupa su lugar en las filas. Inari se aproxima. El gesto solemne de sus fieles kitsunes le revuelve el estómago. Estaba a punto de cometer una acción desesperada que los pondrá en riesgo absoluto. Ojalá pudiera retractarse; es imposible. Todo volvía a repetirse y esta vez debían actuar con mucha más premura.

    —Os he convocado porque os necesito —dice y fija la mirada en cada uno de ellos—. Para ninguno de vosotros es un secreto lo que está ocurriendo en la ciudad. Es hora de que hagamos algo o la humanidad corre un grave peligro.

    —¿Qué más podemos hacer? Nuestro poder de sanación no tiene efecto.

    —Tendréis que luchar —advierte el dios.

    —Pero sólo somos kitsunes —dice uno de los presentes.

    —Dejaréis de serlo. —El miedo se expande entre los jóvenes.

    —¿Qué seremos? —Las voces trémulas cobran algo de ímpetu—. Se nos ha entrenado para serviros.

    —Y lo seguiréis haciendo, sólo que ahora seréis cazadores de almas.

    Una exclamación general queda ahogada por una voz aguda que se alza víctima de la descarga de adrenalina que no le permite pensar con claridad.

    —No sabemos ser otra cosa —exclama Hiruko—. Estaremos muertos antes de poder actuar como unos guerreros…

    —Aprenderéis

    —Dentro de vosotros arde una llama potente. El miedo está bien. os mantendrá alerta. Lo que no debéis es darle el poder de paralizaros.

    Los jóvenes se quedan petrificados al escuchar la voz de Hachiman. Ellos nunca habían permanecido con él en el mismo plano y lugar. La presencia del dios es acojonante.

    —Hachiman se ocupará de vuestra transformación y también de vuestro entrenamiento. Siempre podréis acudir a mí —declara Inari.

    —¿Y si no aceptamos? —la insolencia de Hiruko crispa los nervios de ambos dioses.

    —No podéis rechazar —responde Inari—. Quien no acepte, morirá. El secreto que se os acaba de revelar no debe salir de esta estancia.

    —Pero es que no podéis…

    Hiruko se muerde la lengua. Nunca se imaginó en una tesitura semejante. Si alguno de sus compañeros le hubiese afirmado que estaría frente a frente ante dos dioses cuestionando sus designios, le habría dicho que se había vuelto loco. El pulso se le dispara. Las manos se le convierten en dos témpanos y un sudor desagradable la envuelve como una segunda piel. Apenas si puede abrir los ojos y cerrar la boca. Las palabras que pronuncia Hachiman se le clavan en el alma y sublevan a su espíritu. Segundos más tarde, la joven arde envuelta en el fuego de la transmutación. La agonía es indescriptible. Cada instante de su vida pasa ante sus ojos ciegos por el dolor. Morirá; está segura de ello. Hiruko está convencida de no poseer el alma de una guerrera, tampoco la fortaleza física; mucho menos el valor. Lágrimas de sangre le arañan las mejillas. Todo su cuerpo se convulsiona y arquea en respuesta al poder del dios.

    El fuego da paso a una gelidez que penetra en cada célula de su maltrecho cuerpo. el entumecimiento no se hace esperar. un sopor asfixiante la envuelve y enseguida todo lo que la rodea se convierte en una densa oscuridad que engulle su conciencia. Convencida de que dormiría el sueño eterno, la joven permite que la nada la absorba por completo y que sus pensamientos se fundan con el silencio.


    Glosario

    Amida: dios protector de las almas humanas.

    Kojiki: libro que narra la historia de japón.

    Kotodama: alma.

    Hachiman: dios de los samuráis, el arco y protector de japón.

    Ikigai: sentido de la existencia. razón que motiva a seguir adelante cada día.

    Inari: dios del arroz y la fertilidad.

    Kitsune: sirviente de Inari con habilidades mágicas y la capacidad de adoptar forma de zorro. Son considerados entes espirituales.

    Ryoshi: cazador.

    Shinobi: ninja o asesino.

    Shinigami: ser sobrenatural que induce la muerte en los humanos o siembra en ellos el deseo de morir.

    Shoshinsha: eterno aprendiz.

    Akuma: demonio o espíritu maléfico.

    Kiuketsuki: vampiro.

    Kanjis: símbolos del alfabeto japonés.

    Takamagahara: el cielo.


    Nota de la autora

    Ante todo ofrezco disculpas anticipadas a los amantes de la cultura nipona por si os encontráis algunas imprecisiones en relación a la mitología o algunas criaturas sobrenaturales. Pese a mis dos días de documentación, es muy posible que sea necesario afinar algún detalle.
    He de confesar que algunas palabras las he utilizado a favor de dar forma a la trama y los personajes. Asimismo, confieso que la leyenda y lo que se desglosa de ella es ficción y responsabilidad de quien escribe.
    Hechas las aclaraciones que considero más relevantes, solo me queda agradeceros si habéis llegado hasta aquí. Ojalá hayáis disfrutado la historia.


    Este relato ha sido escrito para participar en el #VaderetoAbril2021, propuesto por Jose A. Sánchez @JascNet. La condición era escribir una historia ambientada en Japón y usar alguna de las palabras propuestas. En este caso he incluido ‘ikigai’ y también ‘shoshinsha’ que se refiere al eterno aprendiz.


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  • Sammy – El koala

    Fondo verde oscuro. A la izquierda la imagen de un koala muy tierno que abraza a un árbol. A la derecha una frase que dice: a veces solo hace falta dar un paso o recibir un abrazo para que todo vuelva a estar bien.
    Imagen libre de derechos

    Sammy, el koala asustadizo, llevaba días sin bajar de la misma rama. Pimpinela, una ardilla rojiza de filosos dientes y horrible temperamento aterrizó junto al pequeño oso.

    —¿Cuánto más vas a seguir aquí arriba?

    —No lo sé —reconoció con timidez.

    —Vale, entonces no te importará que me haga con las hojas y bayas que recopilaron para la fiesta, ¿no? Mejor me las como yo antes de que se pierdan.

    Sammy cabeceó en silencio. No dijo nada, él solía ser muy callado. No obstante, le había sentado mal que Pimpinela se preocupase más por las bayas que por cómo se sentía él.

    —No hagas caso —dijo Malaquías y se ajustó las gafas—. Pimpinela no es mala, lo que pasa es que es cortita de miras.

    La ardilla refunfuñó ante el comentario del viejo búho y se marchó a otra rama.

    —A nadie le importa como me siento —dijo el koala.

    —A mí me importa y, de seguro, a don Euca, también. Si no me crees, pregúntale —sugirió el búho.

    —¿Y cómo hago eso? Don Euca me da sus hojas, pero nunca le he visto una boca ni me ha hablado.

    El búho esbozó una sonrisa y dijo:

    —Lo que pasa es que tú nunca lo has abrazado. Si lo hubieses hecho, sabrías que el le habla a tu corazón.

    —¿De verdad?

    —Desde luego —dijo el búho y rodeó el tronco con sus grandes alas.

    —Ahora mismo me está diciendo que está muy contento de que estemos sobre su rama, pero que le gustaría que le dieses un abrazo para poder hablar contigo.

    El koala abrió mucho los ojos y se arrimó. El viejo búho le cedió el lugar. Medio dubitativo, Sammy se tomó un tiempo antes de acercarse lo suficiente y extender las garras para abrazar al árbol.

    Después de varios minutos, el koala suspiró. El corazón le aleteaba de alegría. La tristeza se había espantado gracias al afecto que le brindó don Euca.

    —¿Ahora sí lo escuchaste? —El koala volvió la cabeza y asintió.

    —A don Euca no le molesta que me coma sus hojas. Me dijo que así podían salirle otras nuevas. Además, me preguntó por qué estaba triste.

    —Muy bien, ¿Te das cuenta de que a veces solo hace falta acercarse un poquitín?

    —Pues sí que llevabas razón —dijo con los ojitos brillantes—. Tampoco le importa que sea diferente y que no me guste mucho ir abajo con los otros animales. Me dijo que a él le gustaba porque así le hacía compañía.

    —Eso es porque A él sí que le importa cómo te sientes.

    —Sí, es que yo no lo sabía.

    —Porque no habías intentado hablar con él antes. Ahora puedes hablar con don Euca cuando quieras.

    El koala volvió a asentir y se abrazó de nuevo al tronco del árbol.

    Malaquías se guardó las gafas entre el plumaje y se lanzó en picado. Dio un par de picotazos juguetones a los animales que se divertían a los pies de don Euca y luego remontó el vuelo. Sammy lo siguió con la mirada hasta que sólo fue un punto diminuto en el firmamento.


    En ocasiones nos sentimos solos e incomprendidos. Creemos que a nadie le interesa cómo nos sentimos. En esos momentos lo más frecuente es aislarnos cuando, quizá, si nos comunicamos con alguien, nos demos cuenta de que hemos estado equivocados. Nos encantaría que los demás se diesen cuenta apenas nos ven, de cómo nos sentimos. No obstante, la verdad es que los demás no pueden adivinar nuestro estado de ánimo; no pueden saber lo que nos pasa si nos cerramos y guardamos todo dentro. Otras veces, un abrazo es suficiente para reconfortarnos; empero, el orgullo nos impide pedirlo.

    Son muchas las veces en que nos mantenemos al margen sin darnos apenas cuenta de que lo único que necesitamos es dar un paso.


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  • Cazador de thentraes

    Un castillo imponente en una cima. al lado se observa otra edificación más pequeña. Hay algunos árboles y un hombre que porta un gran arco en las manos. el arco va apuntando hacia el suelo como si estuviese colocando la flecha y preparándolo para disparar. Hay mucha niebla en los alrededores. el cielo también está nuboso, aunque en lo alto se observa la luna.
    Imagen libre de derechos de Shrikesh Kumar en Pixabay

    «Al fin llegué a los pies de aquella impresionante y antiquísima deidad. Su anchura me limitaba todo el horizonte y se elevaba de forma tan indefinida que parecía perderse más allá del firmamento.

    El silencio era tan intenso que dañaba los sentidos. Solo mi corazón se empeñaba en querer quebrantarlo. La quietud era tan profunda que ni la más tenue brisa se atrevía a perturbarla.

    Con un hondo suspiro hinqué mi rodilla ante ella. Agaché la cabeza y le dediqué la plegaria que desde pequeño me habían inculcado. Deposité mi carga en el suelo y le agradecí su protección y vitalidad para la consecución de mi misión.

    Me fui dejando tras de mí el pesadísimo lastre que me había encadenado durante tanto tiempo y sentí ganas de salir volando.

    Allí quedaron solos, como en un encantamiento, los espíritus ancestrales y su cadáver.

    …»

    ***

    Entorno los párpados. La luz me ciega una fracción de segundos. Tomo una bocanada que expande mis pulmones a su máxima capacidad. Tenso todo mi cuerpo y fijo la mirada. En segundos el cuchillo se clava en el blanco. Me encamino a recogerlo. La satisfacción que me había hormigueado en el pecho se esfuma. El tiro no fue como esperaba. Arranco el cuchillo. Vuelvo a mi posición inicial. No me iré hasta que no logre un lanzamiento perfecto.

    —¡Ahí estás! —Maxtra se aproxima a la carrera.

    —¿Qué ha ocurrido? —enfundo el cuchillo.

    —Han llegado los mecenas… Padre te está buscando.

    —Padre es un iluso, Maxtra. Ningún mecenas apostará por el hijo adolescente y bastardo del señor de Nirtea.

    —Eso no lo sabes, Klíon. —La fe que deposita en mí me enternece—. Además, en dos días cumplirás veintiuno.

    —Eso es lo de menos. Siempre seré el bastardo de Menleoth.

    —Estás insoportable —me dice—. Tú sabrás. Yo he cumplido con el encargo de padre. Luego no te quejes.

    Un estruendo interrumpe nuestra discusión. Maxtra corre en dirección al castillo. La sigo de cerca. Desenvaino el cuchillo y le exijo a mis piernas que vuelen. Otro estruendo nos asusta lo suficiente como para dejarnos el alma en el camino. Los recuerdos del último ataque se reavivan en mi cabeza. El corazón me da un vuelco. El temor de lo que encontraremos tras la muralla me revuelve el estómago.

    Enormes columnas se elevan hacia el firmamento. Dentro de mi cabeza las imágenes se suceden una tras otra. Los ojos se me nublan un instante. «Maldita visión.» El pensamiento surge y se esfuma tan pronto que no tengo tiempo de reaccionar. Avanzo a ciegas mientras los recuerdos me roban el aliento. Han regresado por Maxtra, lo sé. Vuelvo a maldecir mi inutilidad. Desesperado, elevo una plegaria silenciosa. «Mi vida a tu servicio si salvas a mi hermana. Escucha mi súplica, señora de la vida y de la muerte. Liberaré tu reino de los thentraes… lo juro. Y si acaso incumpliese mi juramento, te entregaré mi corazón como trofeo.»

    El suelo ondula bajo mis pies. Tropiezo y ruedo sobre cientos de raíces que terminan de clavárseme en la piel. Abro la boca. La voz se me queda estrangulada en la garganta. El aire se torna gélido. El aroma metálico se mezcla con el olor acre del humo que se disipa. Mi cuerpo no responde. Las ramas y raíces me envuelven… en breve todo habrá terminado, lo presiento. Una voz sugestiva me invita a rendirme. Demandante me recuerda el juramento que acabo de hacer. Mi espíritu rebelde se niega a rendirse sin una certeza. El dolor me atraviesa y grito. Grito como un loco. La tierra sigue agitada. Un trueno retumba. Gotas filosas caen como aguijones y me recuerdan que si aún siento dolor es porque sigo aferrado a mi humanidad.

    —Dejarás de ser Klíon el Bastardo —dice la voz—. Me honrarás con más ahínco tal como se te ha inculcado desde niño porque ahora serás mi hijo y como tal se te reconocerá.

    —Maxtra… —insisto.

    —Escucha su voz por última vez, hijo mío. Despídete de esta vida y abraza la que yo te otorgaré de ahora en adelante.

    El pulso me galopa a un ritmo vertiginoso. El miedo que me mantiene paralizado da paso a la resignación con demasiada lentitud. La incertidumbre llega tardía. Me habría encantado recibirla mucho antes; quizá me hubiera persuadido. Voces se elevan a mi alrededor. Entre ellas esa que espero para poder morir en paz. Porque moriré para renacer convertido en una criatura muy diferente. Deambularé entre el mundo de los vivos y los muertos. Cazaré en la penumbra; la noche será mi guía, la luna mi compañera.

    —Klíon… ¡Klíon!

    El aroma fresco a flores silvestres me envuelve. Su mano tierna me limpia el rostro. No abro los ojos, no tiene sentido. De todas formas, llevaré conmigo su sonrisa en lo más profundo de mi memoria.

    —Cuida de padre —le pido—. Y, sobre todo, cuídate tú.

    —¿Por qué lo hiciste, Klíon? ¿Cómo voy a seguir sin ti?

    —Por ti.

    El llanto desgarrador que se le escapa me parte en dos el corazón. Por fin me entrego, ya nada me retiene. Me despido de mi vida y de todo lo que he sido hasta ese instante.

    ***

    Avanzo sigiloso pese a la excitación que me recorre de pies a cabeza. Han sido demasiados siglos al servicio de la gran diosa. Hoy por fin podré dar por terminada esta existencia. La anticipación me acelera el pulso. No obstante, me obligo a mantener la serenidad. La luz de la luna platina cada superficie. El firmamento tachonado de diamantes espectrales me señala la senda. A poca distancia distingo la oscura figura. No necesito más. Acorto la distancia que nos separa; no quiero perderlo de nuevo.

    Descubre mi presencia. No le doy importancia. Esta vez estoy mucho mejor preparado que la anterior. Da igual cuánto corra o quiera esconderse. La persecución dará el fruto que espero, nada me lo impedirá.

    Me difumino con el entorno. El thentrae acelera el paso. Me desmaterializo para luego aparecer frente a sus narices. La criatura frena. El grito que brota de sus fauces me hiela la sangre. Me apresuro antes de que retome ventaja. Cojo una flecha del carcaj, la coloco en el arco, apunto y suelto la saeta.

    La flecha se le clava en la garganta. El thentrae cae de rodillas. Cojo otra flecha y disparo. Esta se le clava en el pecho. Repito la operación tal como manda el ritual y por fin lo veo caer de bruces contra el suelo.


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    Esta historia ha sido escrita para participar en el Va de reto marzo 2021, propuesto por Jose A sánchez @JascNet.

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  • La pequeña bruja traviesa

    Un bosque encantado. en él una niña pequeña está sentada junto a un hongo iluminado como con magia.
    Imagen libre de derechos de Giovanni en Pixabay

    Una tarde, la pequeña bruja jugaba en los alrededores de su cabaña con su nuevo amigo mágico. Su tita Jessica le había advertido que no se adentrara en el bosque ni se alejara demasiado. Sin embargo, atraída por una nube de mariposas se alejó tras ellas. De pronto, se halló perdida. Anocheció sin que se diese cuenta. Un hombre muy alto y con los ojos más raros que Fiona hubiese visto alguna vez, se le acercó muy sonriente. La pequeña bruja ignoró los filosos colmillos que destellaron en la oscuridad.

    —¿Estás perdida, pequeña? —Ella asintió con la cabeza—. Si quieres te llevo hasta tu casa, sé orientarme bien por el bosque.

    Fiona recordó la segunda advertencia de su tita; esa que le impedía llevar a nadie hasta la cabaña. La niña estaba tan asustada que la ignoró y tendió la manita. El hombre se la cogió. Ella se sorprendió de que la tuviese tan fría. Se sentía igual que jugar con la nieve.

    —¿Vives sola? —Fiona negó con la cabeza.

    —Vivo con mi tita, Bubu, mi gato y Zazu, nuestro perro.

    —¿Y a dónde ibas? Está oscuro para que andes sola en el bosque.

    —Sólo paseaba y me distraje con las mariposas. A mi tita no le gusta que ande sola por ahí.

    —¿Cómo se llama tu tita? —La pequeña titubeó unos segundos.

    —Jessica. Yo me llamo Fiona. —Los ojos del hombre destellaron.

    —¿Me invitarías a tu casa, pequeña? —Ella lo meditó; luego cabeceó una vez.

    A cierta distancia luces titilantes brillaban en la oscuridad. La pequeña soltó la mano del desconocido y echó a correr, alegre de haber regresado.

    —Ahí está nuestra cabaña. —Fiona se volvió, pero el hombre había desaparecido.

    ***

    La pequeña entró en tromba. Bubu salió a su encuentro.

    —¿Dónde te habías metido? —Fiona guardó silencio—. No te habrás alejado de aquí, ¿verdad? —La niña acercó el índice y el pulgar sin llegar a tocárselos.

    Una voz varonil interrumpió la conversación.

    —No la regañes, es apenas una niña.

    La mujer empujó a la pequeña a sus espaldas. El vampiro curvó los labios.

    —¡Lárgate!

    —¿No me invitas a cenar?

    La pequeña bruja movió la nariz. La puerta de madera se abrió de golpe. Bubu saltó sobre el vampiro. Una criatura fornida, hecha de troncos, ramas y flores, entró y se abalanzó contra el invitado no deseado. El perro ladró y fue a por su pierna. El hombre gritó. La criatura arbórea le clavó sus ramas una y otra vez, hasta que logró atravesarle el corazón.

    Jessica cogió la escoba para deshacerse de las cenizas mientras Fiona devolvía a su amigo Florentín al jardín trasero.

    —Recuérdame no volver a prohibirte jugar con la magia, cariño.

    Fiona asintió muy sonriente. Con los deditos cruzados en la espalda tomó nota mental de crear más amigos como Florentín, sólo por si acaso. Después de todo, ahora su tita, seguro, la dejaría jugar con su imaginación y la magia sin imponerle castigos. Además, siempre vendría bien tener buenos amigos que ayudaran a limpiar la cabaña.


    También puedes disfrutar de la versión en audio ambientada si reproduces la pista que encontrarás más abajo en el reproductor incrustado. Luego, si te apetece, coméntame qué te ha parecido. Estaré encantada de leerte.

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    Esta historia fue escrita para el taller «Escritorzuelos» que impartió Daniel Hermosel Murcia, @danielturambar.

    Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

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  • Eyla: la musa guerrera

    Un enorme reptil como tumbado en el suelo. Delante, una mujer guerrera, morena, con el pelo ladeado producto del viento. Va vestida como de pieles. Lleva una falda corta y unas botas altas, por encima de la rodilla. Sostiene una especie de lanza apoyada en el suelo y tiene la otra mano en la cintura. La guerrera es igual de alta que la cabeza del reptil. Detrás hay un paisaje difuso, unas montañas rocosas con nieve más en el fondo.
    Imagen libre de derechos de Stephan Keller en Pixabay

    Érase una vez, una joven musa que anhelaba vivir emociones intensas. A sus diecisiete años estaba aburrida de permanecer aislada en Áthas, el mundo onírico donde había renacido. Eyla, así la habían llamado sus padres, no alcanzaba a comprender la razón por la cual, a diferencia de las demás musas de su edad, se le prohibía visitar el mundo mortal.

    Un día, después de haber cumplido con sus obligaciones, se escabulló con la intención de descubrir el secreto que, estaba segura, le ocultaban. Sin que sus compañeras o la «caomhnóir» (guardiana de las musas en Áthas) se diesen cuenta, se coló por la ventana de la biblioteca. Avanzó sigilosa entre las estanterías y se ocultó entre las sombras. Aprovechó el cambio de centinelas y entró en la cámara ancestral. Menos mal había sido lo bastante precavida como para sustraer la llave que guardaba Thyana, la «caomhnóir», en sus aposentos.

    Eyla escudriñó decenas de manuscritos hasta que por fin encontró el que relataba la historia de Áthas antes de la gran catástrofe. Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras leía los acontecimientos que narraban la muerte de sus progenitores a manos de Óstrago (el príncipe dragón), la misteriosa desaparición de su hermano y la sentencia que pendía sobre su cabeza al ser portadora de la única llave que podría volver a unir ambos mundos en un solo universo.

    La última carta de su padre había sido definitiva: Eyla jamás podría abandonar Áthas ni conocer la verdad sobre sus orígenes. De lo contrario, Óstrago no cesaría hasta obtener la llave que le permitiese regresar y apoderarse del mundo de los sueños. La joven musa leyó hasta que los ojos se le enrojecieron. El corazón le dio un vuelco al encontrar el diario de su madre. Leer cada página la llenó de tristeza y, al mismo tiempo, sembró en su corazón el deseo de acabar, de una vez y para siempre, con la sentencia que la mantenía prisionera y alejada del único familiar que aún le quedaba con vida. si sus padres pudieron desterrar a ese despiadado dragón, ella podría poner a buen resguardo la llave y recuperar a su hermano. Sólo tenía que desplazarse hasta el mundo mortal y encontrar el medallón que le permitiría extraer la llave de su cuerpo.

    Separador (hojas estilizadas que se entrelazan)

    Dos días le tomó lograr su cometido. Saltarse los preparativos de la celebración de su decimoctavo cumpleaños para trasladarse hasta el lago de las ilusiones rotas le costó una buena reprimenda, aunque al final se salió con la suya. La princesa del castillo de las pesadillas la recibió con una sonrisa. Había acudido a ella porque era la única capaz de ayudarla a atravesar la barrera hacia el mundo mortal sin ser descubierta.

    —¿Me ayudarás?

    —Desde luego que sí, querida. Confía en mí. Mi hechizo encubrirá tu verdadera esencia; sólo recuerda que tendrás apenas dos días para ir y volver.

    —Es muy poco tiempo, Niriab. ¿cómo voy a encontrar el medallón y a mi hermano si nunca he estado en el mundo mortal?

    —Esto te servirá de guía. —La princesa le entregó un mapa—. Sigue sus instrucciones y llegarás hasta el medallón. —Niriab apoyó su mano sobre la de Eyla; fue una caricia extraña.

    La joven musa dio un respingo. La mano derecha le ardió como si se hubiese quemado.

    —¿Qué es esto? —Una pequeña estrella rojiza de seis puntas se le había tatuado en el dorso.

    —La marca que te permitirá encontrar a tu hermano. No te preocupes de nada.

    Eyla experimentó un hormigueo desagradable en el estómago. En segundos, la barrera que separaba ambos mundos la atraía hacia sí. El eco de la risa lejana de Niriab sembró el miedo en ella. El corazón le dio un salto a lo desconocido. ¿La habría engañado? Si lo hizo, no tardaría en descubrirlo.

    Separador (hojas estilizadas que se entrelazan)

    La joven musa abrió los ojos. Dio un vistazo a su alrededor y se incorporó de golpe.

    —Por fin despiertas, preciosa. —Eyla fijó la mirada en su interlocutor. Un rostro atractivo le sonreía.

    —¿Quién eres?

    —Un amigo que te ayudará a encontrar lo que viniste a buscar.

    —¿De verdad?

    —Por supuesto. Dame el mapa y nos pondremos en marcha de inmediato.

    Eyla titubeó un instante. Al final le entregó el mapa. Sus ojos se pasearon por el curioso tatuaje que el joven tenía en el brazo izquierdo.

    —¿Cómo te llamas? —preguntó con las mejillas encendidas.

    —Algunos me llaman Trag. Ahora vamos —le tendió la mano izquierda—. Ya has perdido medio día.

    —¿Cómo sabes cuánto tiempo tengo?

    —Niriab y yo somos buenos amigos. Ella me informó y me pidió que te ayudara.

    —¿Sabes dónde está mi hermano? —Los ojos de Trag brillaron.

    —Pensé que buscabas un objeto.

    —Lo busco —confirmó Eyla—. Pero mi hermano está aquí y tengo que encontrarlo.

    —Entonces no perdamos más tiempo, preciosa.

    Separador (hojas estilizadas que se entrelazan)

    Seguir las pistas del mapa enfrentó a los jóvenes a una prueba durísima: atravesar el bosque de las almas perdidas. La musa estuvo a punto de rendirse en varias oportunidades. Se jactaba por considerarse aventurera y en Áthas muchas de sus compañeras solían apodarla «Peleonera». Sin embargo, mientras luchaba contra esas almas errantes, se percató de que en el fondo no era tan valiente como ella siempre había creído. Se sentía un fiasco por el miedo que casi la deja paralizada en pleno bosque. De no ser por la obcecación de su acompañante que la espoleaba a no rendirse, lo habría hecho al final y, entonces, toda oportunidad se habría perdido.

    —Tengo que agradecerte —dijo ella mientras caminaba al lado de su compañero.

    —¿Por?

    —No dejaste que me rindiera —respondió algo cabizbaja.

    —Nada que agradecer, preciosa. Si te rendías, yo habría salido perdiendo también. —ella lo contempló con extrañeza.

    —¿Cómo sabías de qué forma acabar con esas cosas?

    —Lo debo haber leído en alguna parte —respondió y aceleró el paso—. Mira, ahí está el final del bosque.

    La joven musa dirigió la mirada hacia el lugar que Trag le señalaba. Acalló la vocecilla que le susurraba advertencias en su contra. Ese no era el mejor momento para dar rienda suelta a su mente fantasiosa. Si hubiera querido hacerle daño, con dejarla a merced de esos espectros habría tenido suficiente. En cambio, la había ayudado. «Sí, te dijo cómo vencerlos, pero no movió ni un dedo. ¿Eso no te parece raro?» Imaginó una mordaza y se recreó mientras las imágenes de cómo silenciaba a su yo suspicaz se sucedían una tras otra. Estaba tan absorta que no se fijó en que su acompañante la había dejado atrás. En cuanto se halló sola, caminó a prisa hasta alcanzar los predios del bosque.

    Separador (hojas estilizadas que se entrelazan)

    Del otro lado, una cabaña algo desvencijada resistía los embates del clima. Según el mapa, habían llegado por fin. El problema era que Eyla sólo disponía de doce horas para encontrar a su hermano.

    La joven musa se quedó boquiabierta. Frente a sí, un joven, algo mayor que ella, los recibía espada en mano. en su pecho brillaba un medallón con el símbolo de Áthas.

    —Hasta que logro dar contigo —dijo Trag.

    —Apártate de la chica.

    Eyla se reprochó por no haber escuchado a su conciencia. Ahora estaba metida en un buen problema.

    —Es innegable vuestro parentesco, ¿no te parece? —Trag cogió a Eyla del cuello.

    El joven clavó los ojos en ella. La joven musa reconoció al instante esos ojos tan parecidos a los suyos.

    —Déjala ir, Óstrago. Ya me tienes a mí y al medallón —dijo y lo cogió entre dos dedos para mostrárselo.

    —Me temo, amigo mío, que eso no es suficiente para mí. Mientras sigáis vivos, existirá la posibilidad de que conspiréis contra mí y eso, no voy a permitirlo.

    La joven musa aprovechó la distracción que le ofrecía el diálogo. Le dio un pisotón a su captor, seguido de un fuerte cabezazo que le rompió la nariz. Trag rugió. Su cuerpo tembló, convulso. Las facciones del rostro se le deformaron. Todos sus huesos crujieron y se estiraron.

    —¡Dame tu espada! —El joven comprendió al vuelo lo que la musa pretendía y se la arrojó.

    Eyla rodó sobre sí; alcanzó la empuñadura de la espada y saltó. La espada atravesó la garganta del dragón en mitad del proceso de transformación. La bestia lanzó un rugido ahogado, el último de su existencia, y cayó al suelo sin vida.

    Agitada, con el latido del corazón palpitándole en la garganta arrancó la espada de la bestia y respiró muy hondo para recobrar el resuello.

    —¿Cómo supiste qué hacer?

    Eyla se irguió despacio. El mundo le daba vueltas y no quería desmayarse delante de su hermano. Volvió a inspirar hondo hasta que por fin fue capaz de hablar:

    —Leí el diario de nuestra madre.

    Él la estrechó entre sus brazos. Ella se dejó hacer. En ese momento necesitaba la seguridad que su hermano le ofrecía.

    —¿Regresarás a Áthas? —preguntó el joven y se apartó para poder observar su rostro.

    —Regresaremos —respondió ella—. Niriab debe ser desenmascarada y necesito tu ayuda.

    El joven experimentó un orgullo enorme; tan grande que lo arropó por completo. Una calidez inusitada le llegó hasta lo más profundo del corazón. Su hermana era digna hija de sus padres.

    —Cuenta con ello.

    Separador (hojas estilizadas que se entrelazan)

    El regreso de Eyla y su hermano se celebró por todo lo alto, después de someter a la princesa Niriab a un juicio, en el que se le encontró culpable de alta traición y se le despojó de todos sus poderes. La princesa fue encarcelada hasta el fin de su existencia y, finalmente, ambos mundos se vincularon de nuevo. Eyla fue recompensada con el nombramiento de «ambasakóir» (encargada de asuntos oníricos y mortales) y su hermano fue nombrado príncipe del castillo de las pesadillas. Desde entonces, a la joven musa se le conoce en ambos mundos como «Eyla, la musa guerrera».


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    Confieso que escribir cuentos me resulta complejo. Siempre tengo esa sensación de que se me resisten. Esta historia la escribí con la intención inicial de poner en práctica las funciones del tito Propp; luego caí en cuenta de que era muy extenso para el propósito de ser beteado en directo y desistí. Lo retomé porque la protagonista me gustó mucho y por eso os lo he querido traer. Espero os haya gustado tanto como a mí escribirlo.

    Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

  • Bunoscyann: la ciudad astral

    La silueta de un pequeño bosque negro en la parte inferior y un hombre alzando el brazo y emitiendo una luz que ilumina el cielo. En el cielo, se ve
una ciudad del revés. Los edificios, con sus luces, parten de arriba hacia abajo, como si la ciudad estuviera invertida.
    Imagen libre de derechos de Ini Riske en Pixabay

    SinOpsis:

    En el corazón del bosque Obsidium, el clan de los gorm enfrenta el peor de los desastres: la magia que protege al bosque se desvanece. El equilibrio en el que han vivido por eones amenaza con romperse durante la comhleá; fecha en la que los mundos se fusionan y las dimensiones se comunican. Una fecha en la que nadie debería abandonar el refugio que brinda la muralla del Gormsum o corre el riesgo de ser atrapado por los demonios que saquean el bosque.

    Nessa, hija única del jefe del clan ha desaparecido. Los gorm creen que ha sido raptada; sin embargo, la realidad dista mucho de lo que todos se imaginan. Fard acaba de cumplir la edad que lo convierte en adulto. Tras la ceremonia de transición enfrentará su primera misión como proveedor. Lo que el joven no imagina es que además de proveer a su gente y enfrentar a los temibles demonios del bosque Obsidium, se verá envuelto en un enredo para el cuál, en el fondo, no ha sido preparado.

    Dos jóvenes descubrirán que han vivido una mentira: los demonios no son tales y las leyendas ocultan verdades incómodas. Verdades que más temprano que tarde saldrán a flote para derribar el castillo de naipes sobre el que se han construido dos realidades antagonistas. Ambas realidades deberán enfrentar una amenaza común: dos mundos están a punto de desaparecer y la razón es desconocida. A medida que Nessa y Fard desentrañan el misterio que mantiene a Bunoscyann como una ciudad flotante desligada del mundo real y del bosque Obsidium comprenden que la única solución posible pasa por unir a ambos mundos. El problema es que ninguno de los dos está seguro de poder lograrlo.

    Secretos, intriga, magia, aventura y romance se conjugarán en una historia donde la confianza y la fe han de fortalecerse o de lo contrario la magia desaparecerá, los habitantes morirán y la ciudad astral jamás volverá a ser real.


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    Esta sinopsis fue escrita para participar en el desafío literario «SinOpsis de marzo especial ciudad propuesto por Jessica Galera Andreu en su web.