Autor: Lehna Valduciel

  • La ciudad insomne

    Dos chicas de espaldas con una capa larga y negra cada una. Caminan por unas calles estrechas, como de una antigua ciudad de edificios bajos
y luces en ventanas y escaparates. Farolas tenues y en el cielo oscuro, apenas el contorno de la luna, como si un eclipse dejase ver solo un pequeño semiarco.
    Imagen libre de derechos de Wilgard Krause en Pixabay

    Sinopsis:

    Un abominable asesinato ocurre en Selentud, sede del concilio de hechiceros eclípsades y ubicada en Ástragus, conocida como «La ciudad insomne». Uno de los jóvenes brujos más prometedores muere en extrañas circunstancias mientras investigaba otro crimen como parte de la última asignación para alcanzar el título de hechicero domínactem.

    Greta y Merina son destinadas a resolver el caso; es el correctivo que el concilio de hechiceros eclípsades les asigna por saltarse las normas una vez más. Ninguna de las dos se soporta. Desde adolescentes han rivalizado y se han tratado como enemigas. No obstante, deberán resolver sus diferencias o de lo contrario pondrán en peligro sus vidas y la de todo aquel que pernocte en Ástragus.

    Lo que las chicas y los miembros del concilio desconocen es que la ciudad insomne oculta un secreto que no debe salir a la luz o las consecuencias podrían ser terribles y los habitantes lo saben; por ello, a medida que la investigación avanza las amenazas que enfrentan son cada vez más peligrosas.

    Dos crímenes; dos jóvenes que descubrirán algo más que secretos mientras luchan por mantenerse con vida y evitan que el misterio las atrape; y una ciudad antigua que despierta de noche, constituyen los pilares de una historia inquietante donde sospechar es lo único que quien se sumerja en ella no podrá evitar.


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    Esta sinopsis fue escrita para participar en el >desafío literario SinOpsis de marzo especial ciudad propuesto por Jessica Galera Andreu en su web.

  • Interruptus

    El farmacéutico queda preso de los recuerdos un instante. Su mente vaga; tiene la mirada perdida. La imagen del último amante de su mujer lo lleva de vuelta al pasado: los ojos del tipo se llenan de lágrimas. El destello de la hoja del cuchillo le arranca un sollozo. El farmacéutico eleva las comisuras; su sonrisa es escalofriante. Se humedece el labio inferior con la lengua.

    —Seré rápido; no te dolerá, te lo prometo. —El tipo recula; choca contra el cabecero de la cama.

    ***

    Le encanta la forma que tiene Isabella de correrse. Está listo para seguirla. El cosquilleo que le recorre desde los huevos le roba un jadeo. Un empellón más y vendrá el éxtasis.

    Un gruñido desconocido capta su atención. Abre los ojos. El destello metálico tras la cabeza de Isabella lo ciega un instante. Ambas miradas masculinas coinciden. Reconoce esos ojos.

    El tipo tira de la melena femenina; el esbelto cuello queda a su merced. Ella chilla. Boquiabierto contempla cómo aquel filo deja un rastro rojizo en la inmaculada piel. Las gotas lo salpican.

    —¿Todo bien, macho? —le pregunta.

    Es incapaz de abrir la boca. Esa mirada lo paraliza.

    —Seré muy rápido, no te dolerá, lo prometo.

    La sonrisa macabra que le ofrece le afloja los esfínteres. Menudo recuerdo se llevará al más allá. Qué forma más chunga de joderle el polvo.

    ***

    La mano femenina coge el móvil. Ubica en la agenda el contacto de Rogelio.

    —Haré lo posible por cerrar pronto para que desayunemos juntos. —La mujer se aparta el móvil de la oreja.

    —Te prepararé tortitas, cariño —responde.

    —Amo tus tortitas, cielo. —La puerta tintinea al cerrarse.

    La mujer se asoma. Verifica que su marido se ha ido antes de marcar. El tono repica dos veces.

    —Hola, nena.

    —Mi marido ha salido ya para el curro, ¿Te vienes?

    —En media hora estoy contigo.

    ***

    El farmacéutico cierra la puerta a sus espaldas. El coro de gemidos lo obliga a acelerar el paso. El corazón le galopa como un potro desbocado. Coge el pomo y empuja con fuerza.

    El culo de su mujer le da la bienvenida. El agudo gemido femenino le roba el aliento; se les aproxima con la sed de sangre rugiéndole en las orejas.

    ***

    La puerta se abre. Él lanza algo más que un lúbrico vistazo.

    —Estás para comerte, nena. —La mujer lo coge por la camiseta y tira del hombre; tiene el tiempo justo antes de que su marido vuelva.

    Rogelio se pone el condón que ella le da tan rápido como puede. Isabella está ansiosa. Es tan ardiente… Lo empuja y él se deja hacer. Tumbado de espaldas la contempla. Lo monta y lo cabalga salvaje. Sus tetas se balancean y lo embelesan. Lleva mucho follando con ella; reconoce cuando está a punto.

    —Córrete, así… córrete. —Le pellizca los pezones como le gusta.

    ***

    Tras la llamada Rogelio busca su cartera. Hurga con rapidez.

    —Me cago en la puta; me gasté el último condón la otra noche… mierda.

    Observa su reloj. Su pensamiento vuela. «Si acorto por la calle Girona me ahorro diez minutos y llego a tiempo.» Coge las llaves y cierra tras de sí. Baja los peldaños de dos en dos.

    Distingue el anuncio de la farmacia. Un ruido llama su atención. Entorna los párpados para enfocar. Se aproxima… ese tipo quizá necesite ayuda.

    —¿Todo bien, macho? —El tipo da un respingo.

    —Por supuesto. Es que soy muy torpe y tropecé.

    Sus ojos se desvían un instante. Está demasiado oscuro; sin embargo, El bulto en el suelo es lo bastante grande como para ignorarlo; además, huele fatal. La piel se le eriza con la mirada de aquel tío. alza las palmas en su dirección y recula a prisa.

    —Ella seguro acepta follar a pelo, no será la primera vez —piensa en voz alta. Los ojos del farmacéutico centellean.

    Rogelio se marcha a zancadas, no quiere hacerla esperar. Ya se le ocurrirá alguna excusa.


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  • Descubrimiento

    Era un monstruo. Nadie debería experimentar con la muerte y salir victorioso. ¿Cómo se había dejado embaucar?

    Miró a su alrededor; el laboratorio repleto de cuerpos mutilados le provocó una inquietud asfixiante.

    No ocultaría ese secreto; la ética se lo exigía. Recogió las pruebas; el tiempo se le echaba encima.

    —¿Tienes prisa, Sofía?

    Quiso correr. El pinchazo la paralizó. Sus párpados se cerraron; perdió la esperanza. Cuando el mundo descubriese la verdad, sería demasiado tarde.

    un laboratorio en el que se observa un científico de aspecto monstruoso que sujeta una jeringa
    Imagen libre de derechos de Dmitry Abramov en pixabay

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  • Asesina frivolidad

    Arruga la nariz. Siempre es lo mismo. La impoluta camisa del tipo es un desastre. Le pega un puntapié. Por fin ha quedado fiambre.

    Se ajusta el sombrero dispuesto a marcharse.

    Un ruido estentóreo lo detiene. Se vuelve; empuña la navaja. Los ojos se le desorbitan; sus esfínteres se aflojan.

    —No pensarías abandonarme aquí, Boris.

    Se tambalea. La macabra sonrisa de su interlocutor es elocuente. Baja la mirada. Una mancha borgoña le ha jodido la camisa nueva. Maldice, ceñudo; en el infierno no hay tintorería.

    Un hombre guapísimo que viste una camisa negra que se funde con el fondo del mismo color. Lleva una corbata roja y en la mano sostiene un cuchillo ensangrentado.
    Imagen de Sammy Williams en Pixabay

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  • Silencio

    Una mujer rubia con aspecto de rebelde. Lleva un parche que le cubre uno de los ojos, guantes que no le cubren los dedos ni los nudillos y una gran ametralladora en las manos.
    Imagen de Victoria Borodinova en Pixabay

    El coro de voces se alzó como la ola de un tsunami. El rugido que antecede al desastre se impuso a las voces estranguladas. Ráfagas de balas llovieron sin compasión.

    Cuerpos cayeron; al mismo tiempo, el silencio se alzó, ensordecedor.



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  • La loca de las ánimas

    El viento aulló. Las ramas secas chocaron contra el cristal de la ventana. La lechuza ululó y, como cada noche del tercer viernes de cada mes, Minerva abrió los ojos. También, como cada vez que era reclamada, la temperatura descendió; quizá por ello, posar el pie descalzo sobre el piso gélido no rompió el malentendido sonambulismo que, según algunos, la sacaba de la cama.

    —Tardas demasiado. —La exigencia le puso la piel de gallina.

    Minerva, a diferencia de otras veces, no apresuró el paso. La voz la apremió de nuevo. La batalla que la joven libraba en su interior tenía un final predestinado. Quizá, por esa razón, se resistía, aunque en el fondo era un esfuerzo inútil; ella tenía el poder, ella no la dejaría escapar; ella no era como las otras almas que reclamaban su guía para cruzar… ella reinaba del otro lado.

    —Tu destino está junto a mí, no te resistas, entrégate. —Una lágrima furtiva le rodó mejilla abajo.

    Imagen de un bosque otoñal en el que destaca un árbol marchito. en lo alto se observa parte del rostro de una mujer al que se le ve un ojo y la boca. el rostro parece difuminarse entre nubes.
    Imagen libre de derechos en Pixabay

    El viento sopló con más fuerza; consigo llevaba el aroma a tierra mojada, madera mohosa y magia antigua. El bosque se silenció como sutil bienvenida. Minerva avanzó sin mirar atrás; despedirse era un sinsentido. nadie añoraría a «la loca de las ánimas». Así la llamaban todos; así la llamarían muchos… en otros lugares…  en otros tiempos una vez que su leyenda traspasara la frontera de aquel pueblo perdido y fantasmal.

    Alcanzó el roble marchito. Su pulso disminuyó; su corazón se detuvo. Ella la esperaba con los brazos abiertos. Se fundieron cuerpo, mente y espíritu en un abrazo mortal.

    Minerva desapareció; nadie hizo preguntas. Sin embargo, la noche del tercer viernes de cada mes hay quien dice que ve su rostro entre las nubes; que oye su voz y su risa cuando el viento aúlla y las ánimas pasean reclamando a su guía.


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