
Sinopsis:
Eternitus, la tierra del tiempo eterno donde habitan los merilov, afronta una rebelión. Los lupiriones, cambiaformas encargados de custodiar a los fantagnos, hartos de servir han decidido alzarse contra el reino.
En vista del peligro inminente, Nairea , la reina, solicita ayuda a Enalterra a fin de preservar la vida de Berenge, su primogénita y heredera.
Liam y Connor, príncipes de Enalterra tendrán la responsabilidad de escoltar a la joven que no es conocida, precisamente, por su obediencia antes de que se meta en problemas de los cuales pudiera no salir bien librada.
Cuarta entrega de la serie «Crónicas de Enalterra».
El roce de una daga al abandonar la vaina se pierde en el fragor del enfrentamiento. Las fauces del lupirión quedan a centímetros del rostro de Berenge. El gruñido ahogado enmudece de golpe. La sangre le salpica la cara. La joven aprieta los ojos para evitar que sus retinas graben aquella agónica expresión. Tiembla a punto de desfallecer. Su mente divaga entre el presente y lo sucedido horas antes. Odia reconocerlo, pero no le queda otra alternativa. Su madre tenía razón, era un blanco fácil. Tendría que haberle obedecido y no darle dolores de cabeza a los príncipes de Enalterra. Pensar en Connor le dispara las pulsaciones. . El recuerdo irrumpe en su psique justo antes de que la engulla el agotamiento.
Berenge avanza a zancadas con las alas tensas y las plumas desordenadas; la contrariedad se le dibuja en el rostro. La reina Nairea la mira de soslayo. Advierte, por su expresión, que se avecina otro de sus berrinches.
—No aceptaré que me envíes a Enalterra justo ahora, Madre —dice y se planta con los brazos cruzados—. Le prometí a mi…
—Tu abuela ha caído prisionera de los rebeldes. Hasta que no controlemos el alzamiento de los lupiriones te quiero fuera y no se hable más del asunto. No voy a exponer a la heredera de Eternitus a las artes oscuras siendo un blanco tan fácil.
La joven palidece, su mirada pierde animosidad. El gesto altivo de la reina la provoca.
—¡No soy ninguna cría! Quizá no puedo enfrentarme en batalla por mis malditas alas, pero puedo ir a por el antídoto hasta la frontera. Yo…
—¡No discutas conmigo! Te irás con los príncipes de vuelta a Enalterra hasta que resolvamos esta situación. Y ojito con arrastrarlos contigo a cualquiera de tus locuras. ¿Me he explicado bien?
—¡Te entendí, madre, no soy una imberbe; pero no estoy dispuesta a obedecerte!
Berenge da media vuelta, echa a correr y alza el vuelo.
—¡Detenedla! —ordena la reina.
Un par de guardias salen tras la jovencita. Ella les da esquinazo y se oculta entre los arbustos que rodean la muralla del castillo.
Media hora más tarde, un carraspeo seguido de una risita la catapulta como un resorte. La joven se vuelve dispuesta a enfrentar la amenaza. Levanta ambas manos y saca las garras.
—Parece que la princesita está de mal humor —dice Liam risueño—. ¿tú que crees, Connor? ¿La desenmascaramos o le pedimos algo a cambio de guardarle el secretito?
—Capullo —espeta y lanza un zarpazo.
Connor se atraviesa y recibe el arañazo en el pecho. Berenge recula un paso y ahoga un gemido. El labio inferior le tiembla.
—Lo-lo siento, yo…
Connor hace un ademán y niega con la cabeza. Un suspiro cansado se le escapa.
—Podemos hacer esto de la manera sencilla o de la difícil, tú decides.
—Tú siempre tan correcto y remilgado, ¡verdad? Nunca rompes las reglas, nunca corres riesgos. ¿Es que no te aburre la cotidianidad?
Liam pone los ojos en blanco. Connor guarda silencio. Si la princesa supiera cuál es la verdadera razón por la que los enviaron a Eternitus, no diría eso y se volvería un incordio.
—Pues para considerarlo un duermeovejas, bien que le has hecho ojitos todo el verano, ¿no?
—Tú no eres más Estúpido porque no tienes más tamaño ni más edad.
—Basta de puyitas. —Connor mantiene su posición entre ambos—. Ven con nosotros, mi madre de seguro podrá hacer algo más…
—Que os den a ambos —espeta con los ojos encendidos como dos ascuas. —Liam sonríe de oreja a oreja—. Idos al pozo sulfuroso del inframundo exclama y despega en vertical.
Connor inspira hondo. El aroma floral de la princesa se le queda impreso en el olfato. Liam se inclina y recoge varias plumas que han quedado en el suelo.
—Creo que prefiere la opción difícil, hermano.
—Es mejor que la sigamos de cerca. La reina puede ser intransigente en ocasiones, pero esta vez tiene toda la razón. La revuelta no ofrece buen pronóstico y es mejor que estemos preparados.
Los gemelos echan a andar a paso vivo antes de perderle la pista por completo.
🍃
Berenge pierde altura y esquiva, a duras penas, las copas de los árboles que rodean la frontera con Purgius. Aterriza y el impacto contra el suelo le llena los ojos de lágrimas. El bosque de la vigilia constante se muestra más penumbroso que nunca. El crujido de varias ramillas al quebrarse la obliga a ponerse de pie. El dolor en el tobillo derecho casi le arranca un chillido. Inspira hondo y contiene el aire. Recuerda las enseñanzas de su abuela: «lo que no se mueve es más difícil de percibir». En aquel instante se maldice por ser diferente. El intenso escarlata de sus plumas, cabello y ojos la convertían en una diana ineludible. El aroma acre del sudor masculino le irrita las fosas nasales. Las ganas de estornudar le disparan las pulsaciones. Aquello solo obedecía a una posibilidad: lupirión a menos de un metro. Por primera vez, en sus diecisiete años, agradece aquella maldita alergia.
—No temáis, alteza —dice el lupirión con una voz tan grave que la piel se le eriza de pies a cabeza.
La familiar voz se abre paso entre la neblina de sus pensamientos. Sin embargo, mantiene la intención de ignorarlo. Laurence no es santo de su devoción. Presa de la desesperación hace cuanto puede por evitar estornudar; el hombre la mira con curiosidad. Los ambarinos ojos brillan en la penumbra y compiten con la blancura de esa sonrisa rapaz. El estornudo la estremece. El lupirión suelta una carcajada que silencia la melodía habitual del bosque.
—Yo… —Berenge traga; las manos le sudan.
—Insisto en que no debéis temerme, alteza. No formo parte de la rebelión —dice y avanza un paso hacia ella.
La joven recula. El lupirión ladea la cabeza. Una brisa gélida los envuelve de improviso. El letargo que experimenta Berenge se acentúa; el instinto de supervivencia la obliga a espabilarse. Da un vistazo alrededor. Los ojos del hombre siguen su mirada.
—Debo marcharme —masculla ella y se desplaza en dirección al sonido cantarín del agua.
—El nacimiento del riachuelo perspicaz está en aquella dirección. —Él señala con el índice hacia el sur.
Berenge arruga el entrecejo. «me habré despistado». El pensamiento no tarda en volatilizarse. Los efectos de no haberse hidratado hacen de las suyas.
—¿Estás seguro? Yo tenía entendido que se ubicaba al norte.
El hombre niega con un balanceo suave de la cabeza. Varios mechones se le escapan y le enmarcan el rostro. La joven entrecierra los ojos. La cantinela dentro de su mente se le convierte en un incordio: «No hables con extraños, no confíes en desconocidos ni siquiera si parecen inofensivos y jamás, jamás te acerques a un lupirión por manso que te parezca». La voz de su abuela pasa de largo y apenas roza la densa niebla que le ralentiza los sentidos.
—Puedo acompañaros, si lo preferís. El bosque no entraña peligros para alguien como vos, pero si tenéis en cuenta el alzamiento reciente, cualquier precaución que toméis no está de más.
—No es necesario que os convirtáis en mi guardián. Sé cuidarme solita.
—Perdonad que os contradiga, alteza, faltaría más. Solo cumplo con mi deber como custodio de los fantagnos; si alguno os cogiese… —El lupirión adopta una expresión compungida que se esfuma en segundos, sustituida por la preocupación.
La referencia despierta en Berenge una sensación desagradable que le hormiguea en el estómago. Un fantagnos hijo de puta había atacado a su abuela y ella estaba allí, rompiendo la primera norma que le habían inculcado desde que era niña. Se hallaba tan cerca de lograr su cometido que ignoró todas las advertencias.
—¿Puedes indicarme cómo encontrar las lucídidas?
—Puedo llevaros hasta donde florecen.
Ella niega con la cabeza.
—Indícame el camino, las hallaré.
El lupirión sonríe de medio lado.
—De acuerdo, alteza. Prestad atención.
🍃
Liam y Connor se detienen en el claro de la arboleda al toparse con el montón de plumas escarlata. Ambos jóvenes entornan los párpados mientras evalúan las huellas.
—¿Qué diablos estaría pensando Berenge para irse en sentido contrario? —Liam recoge las plumas y las olisquea.
—La pregunta exacta es: ¿tendría la suficiente claridad para pensar? —Connor dirige la mirada en dirección al sonido del riachuelo—. Ni una sola pisada —masculla.
—Lleva sangre real, no sufrirá los efectos de la hipnesis como nosotros.
—Todavía no ha cumplido los dieciocho.
—Mierda, mierda, mierda. —Liam señala un segundo juego de pisadas.-
—Recarguemos la reserva de agua y movamos el culo antes de que ocurra una tragedia.
—Rastrearla no va a ser nada fácil —dice y vuelve a oler las plumas.
—No hará falta. —Liam arruga el entrecejo—. Si está desorientada no dará con las lucídidas.
—¿No estarás pensando en ir a Purgius o sí?
La determinación en la mirada de Connor responde a su pregunta. Liam maldice y echa a andar tras su gemelo.
🍃
Laurence avanza con sigilo. La fetidez que mana del fantagnos lo orienta pasillo a través. Detiene la marcha en cuanto distingue al par de guardianes. Esos no iban a ser tan sencillos de manipular como la heredera. «Niñata estúpida». La idea de deshacerse de la princesa cobra intensidad. Desde luego, primero se ocupará de la maldita virreina. La boca se le hace agua al imaginar lo suculenta que le resultará la sangre real. Después irá a por la zorra de Nairea y, de postre, el engendro de la naturaleza. Él no hacía caso a profecías ni supersticiones. Poco le importaba la fantasía que su pueblo había tejido respecto de la primogénita; derramaría su sangre y la de cualquier merilov que se interpusiese en su camino con tal de obtener lo que le correspondía. Adoptó forma animal y se lanzó a por sus presas.
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Berenge avanza a zancadas. El hedor ferruginoso le eriza la piel; el silencio se le clava en el corazón como cientos de alfileres candentes. El crujido del manto colorido de plumas al aplastarse le encoge el estómago. Un gemido lejano la empuja a correr. La escena que la recibe enardece su sentido del honor. La bestia que acorrala al guardia contra la pared, da un giro imposible y se abalanza sobre ella. La joven pliega las alas y da una voltereta atrás; rueda sobre sí y se incorpora tambaleante con las garras listas para atacar. A sus pies las flores que llevaba consigo yacen aplastadas. La distracción le brinda tiempo suficiente al guardián para desenvainar la espada. El grito de su abuela casi le detiene el corazón. Con el pulso a todo galope se eleva en dirección al torreón norte. Los efectos de la primera fase de la hipnesis se hacen sentir. Por una fracción de segundos se desorienta. El ruido de la reyerta la obliga a mirar hacia abajo. Los rebeldes habían atravesado la muralla del castillo brumoso. La situación es mucho peor de lo que se imaginaba. Agita las alas en un intento de imprimirse velocidad. Lo único que consigue es agotarse casi hasta el límite.
Posa los pies en el pequeño balcón a duras penas. Avanza y atraviesa el umbral. La habitación permanece en penumbras. El hedor le revuelve las tripas.
—¿Abuela?
—Mi pequeña —dice la anciana con voz grave.
—Te ves tan… —Ella titubea unos segundos antes de permitirse dar el primer paso—. Diferente.
La virreina se aproxima. El brillo de sus iris es menos deslumbrante.
—Efectos del maldito fantagnos, querida —dice en voz muy baja.
Berenge estornuda una, dos, tres veces. Un escalofrío le recorre de pies a cabeza. La piel se le eriza. Su cuerpo responde ante la amenaza que perciben sus sentidos y que su mente aún no procesa.
—¿¡Qué hiciste con mi abuela?!
La anciana sonríe con malevolencia. En segundos la piel arrugada se resquebraja y termina sustituida por una densa capa de pelaje oscuro. El rostro se deforma y un hocico surge en lugar de la aguileña nariz. Las fauces ocupan el espacio de los labios femeninos y la hilera de dientes casi triplican su tamaño.
—¿No se os ocurre que pude haber hecho con ella, alteza? —La voz casi gutural de la bestia le provoca una sensación de vacío en el estómago.
—Laurence…
—A vuestras órdenes.
La criatura da un salto inesperado hacia ella; la joven recula. Lanza el brazo derecho al frente; las garras alcanzan a penetrar la gruesa capa de pelos.
—¡Aléjate!
La criatura emite un sonido entre rugido y risa burlona; segundos más tarde se lanza a por ella. La joven reprime el quejido que amenaza con escapársele al chocar contra el suelo.
—No tenéis oportunidad.
—Eso está por verse —masculla y le clava las garras en el abdomen.
La bestia usa sus zarpas contra los brazos de Berenge. Débil por el esfuerzo y los efectos de la segunda fase de la hipnesis, la joven apenas logra evitar que las fauces de la bestia se cierren alrededor de su garganta.
La lucha desigual le pasa factura a la heredera de Eternitus. Una lágrima furtiva le recorre la mejilla. El lupirión la recoge con la lengua y se regodea con el aroma del miedo que exhala en cada jadeo.
El grito se le hace familiar y la catapulta de vuelta al presente. Parpadear es un verdadero incordio y las náuseas no tardan en apoderarse de su garganta. Connor se aleja del portal; Liam lo sigue de cerca. El lupirión articula alguna palabra que se termina desvaneciendo en los predios de la muerte.
—Quitádmelo de encima, por favor —suplica la joven mientras se esfuerza por no vomitar.
Liam recoge la daga y empuja el cuerpo de la bestia. El lupirión inicia la transmutación a fantagnos.
Consciente del riesgo que implica enfrentarse a un espíritu sediento de venganza, Connor desenvaina su espada y tras varios golpes secos, le escinde la cabeza. El cuerpo combustiona y deja un cúmulo de cenizas que se convierten en polvo con lentitud.
—Bebe —Le ofrece Liam a la joven.
Ella niega con la cabeza. Harto de la actitud malcriada de Berenge, Connor suelta la espada, le arrebata el recipiente a su hermano, lo destapa y le presiona las mejillas a la joven de tal forma, que la obliga a abrir la boca y a beber.
—¡Serás bruto! —espeta y se pone en pie.
Liberada de la hipnesis, recobra buena parte de sus habilidades.
—No pretendo incordiar, pero ten en cuenta que nos has complicado mucho las cosas. —La joven le lanza una mirada asesina a Liam—. Agradece que en medio de todo, sigues siendo su prioridad.
—Nadie te ha pedido tu opinión —reprocha Connor—. Cierra esa bocaza que tienes.
El príncipe pone los ojos en blanco y da media vuelta.
—Después no digas que no te echo una mano.
—¿A dónde crees que vas? —Berenge le corta el paso.
Liam extrae de la bolsa que lleva atada a la cintura, un ramillete de flores que abren y cierran los pétalos como si sus capullos palpitaran.
La joven se sonroja. El recuerdo de las flores que había dejado caer la abofetea. Además de debilucha era una verdadera ignorante. ¿Cómo no se había fijado que las flores que ella había cogido no palpitaban?
—Si me permites —dice el joven y la esquiva—. Voy a ocuparme de que la virreina sea liberada.
—Lo lamento, Liam. —El príncipe hace un gesto con la mano libre y avanza hacia la cama.
Connor se le acerca; Berenge sigue con las mejillas arreboladas.
—Soy una inútil.
—Eres malcriada, no una inútil. Azotarte no sirve de nada —dice y le retira un mechón del rostro—. Lo importante es que reconozcas el fallo y rectifiques.
—¿No me odias?
—Me exasperas más veces de las que me gustaría, pero ¿odiarte? No me has dado motivos de peso para ello.
Ella da un paso hacia él. Connor le mira la boca; traga saliva y asciende hasta fijar los ojos en aquella mirada escarlata.
—En agradecimiento, ¿aceptarías que te invite a comer? Podemos pasar un rato muy agradable, me comportaré, lo juro —asegura con tono seductor.
—Mira, yo… este —Connor desvía la mirada.
Berenge se vuelve. La expresión de la reina de la tierra del tiempo eterno, augura una tempestad.
—¿Cómo te atreves a dirigirte al príncipe en esos términos? ¡Serás confinada en tu habitación lo que resta del verano!
—¡Mamá!
Connor se interpone entre ambas a riesgo de que cualquiera de las dos o ambas inclusive, le claven las garras.
—Vuestra hija no ha roto el protocolo, majestad —asegura el príncipe—. Ambos la hemos autorizado a que nos trate con familiaridad.
—Habéis hecho mal, alteza —reprocha con severidad.
—¿Ahora qué hiciste, hermano? —pregunta Liam mientras sujeta a la virreina que va junto a él.
—Madre —susurra Nairea con voz trémula.
—¡Abuela!
Berenge corre y abraza a la anciana. La virreina responde al gesto con cierta solemnidad.
—Venga ya, no me he muerto. Aparta el dramatismo, ninea.
El apelativo cariñoso le anega los ojos de lágrimas. Berenge traga varias veces. Logra recomponerse a duras penas.
—¿Llevaréis a la virreina con vosotros? —pregunta Nairea—. Quizá Brianna podría asegurarse de que…
—Estoy perfectamente bien, Nairea.
Antes de que ambas mujeres se enzarcen en una pelea infinita, Berenge interviene:
—Ven con nosotros, abuela —pide con suavidad—. Ya sabes que el protocolo se me da fatal. Además, mientras menos dolores de cabeza tenga la reina aquí, más pronto acabará de solucionar este asunto.
La virreina levanta una ceja.
—Solo me faltaba que tú también me tomes por estúpida, ninea.
—Abu…
—Abu una cornamenta completa de unicornios. El protocolo se te da a la perfección; otro asunto es que pases de él cuando te apetece. No obstante, como entiendo que has mentido en favor de colaborarle a tu madre, no te dejaré colgada de cabeza por demasiado tiempo. Ahora vamos, quiero a Eternitus en orden. Vosotros dos, ¡a qué esperáis? Abrid el portal hacia Enalterra.
—Como ordene, mi señora —dice Liam risueño.
La virreina le da un cachete cariñoso.
—Qué buen chico, si señor.
—Informad cuando lleguéis al castillo —exige Nairea.
—Así se hará, majestad —responde Connor justo antes de crear el portal.
La reina asiente, satisfecha. Liam atraviesa el portal acompañado de la virreina. Berenge los sigue de cerca. De improviso se da media vuelta:
—Entonces, ¿aceptas salir conmigo?
El joven reprime la sonrisa y permanece todo lo serio que le permite el corazón; en cualquier momento el órgano va a salírsele por la boca como siga palpitando así, a todo galope cual unicornio en estampida. «Si vuelves a pedirme que salga contigo, no respondo». El pensamiento se esfuma en cuanto divisa el comité de bienvenida que les espera del otro lado. Connor se dispone a observar y callar. Al menos esta vez ni él ni Liam eran responsables del embrollo. La lianta era otra y él no iba a perderse aquel espectáculo.
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Si te apetece leer las entregas previas, aquí las tienes:
- Primera entrega de las Crónicas de Enalterra
- Segunda entrega de las Crónicas de Enalterra
- Tercera entrega de las Crónicas de Enalterra
Gracias por estar allí, te abrazo gigante.
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