Randra procesó el último lote de alimentos sintéticos. Por el rabillo del ojo miró el reloj; faltaban cinco minutos para que terminara su jornada. El calor bajo el traje de seguridad le perló la frente de sudor. Detuvo la máquina y pulsó el botón. La voz sintética le dio la autorización y salió a prisa.
Caminó pasillo a través en dirección al cuarto de intercambio. Colgó el traje, abrió su casillero y cogió la pequeña mochila. Echó un vistazo alrededor y después de asegurarse de que ningún obrero andaba por ahí, entró en el baño.
El rostro andrógino que observaba en el espejo arrugó la nariz, juntó las cejas y apretó los labios. «Porquería de maquillaje», pensó mientras corregía el tono de piel. Usó el labial y cerró los ojos mientras fijaba el polvo con el spray. Guardó el maquillaje y asió el frasco de perfume. Pulsó el atomizador; odiaba el olor a químicos que se le impregnaba en la piel al utilizar ese maldito traje.
La sirena de salida le aceleró el pulso. Revisó los lentes de contacto con rapidez, el derecho le molestaba horrores. Tragó saliva. La sed Hacía de las suyas. Cogió una esponja hidratante y se la metió en la boca en el instante en que abrían la puerta.
—No sé cómo haces para finalizar siempre a tiempo y parecer recién salida de la ducha —dijo una de las obreras que entró.
Randra se colgó la mochila con agilidad.
—Cuestión de práctica —respondió y les guiñó un ojo.
—Exigencias del curro nocturno —dijo otra—. Como llegue vuelta un asco la echan de patitas a la calle.
—Eso también. En «Apocalipsis» son exigentes —dijo y apretó el paso.
—No sé cómo trabaja en ese lugar —murmuró otra de las obreras.
Las palabras le llegaron amortiguadas.
—Mera supervivencia, querida —masculló para sí.
Randra puso un pie fuera de la fábrica. La luz solar todavía no atenuaba su fulgor. Exhaló el aire y echó a andar. «Otro día más sin que me pillen», pensó mientras caminaba a zancadas hacia el transportador.
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Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.
Pilar se ajustó la gorra e inspiró profundo. Aferró la linterna con firmeza. El haz de luz tembló unos segundos. El corazón le martillaba contra las costillas; en su cabeza sonaba como una melodía tribal acuciante. Puso el pie derecho sobre el arcilloso escalón e inició el descenso sin imaginarse lo que estaba por ocurrir.
Menarok, 2122 d. H.
Kleon contuvo la respiración. Ni sus oídos ni sus ojos daban crédito a lo que estaba presenciando.
—La era del cambio ha llegado —gritó a todo pulmón el sujeto—. El mesías vendrá… La opresión que nos ha tenido esclavizados desde la hecatombe morirá por fin y seremos libres…
El sujeto levitó segundos antes de que una malla de tentáculos fluorescentes lo apresara. Envuelto como un capullo incandescente, desapareció sin dejar rastros.
Kleon tragó saliva. El nudo en la garganta lo salvó de emitir un gemido lastimero. Visualizar aquella ejecución le erizó los pelos de la nuca.
—¿Hay testigos de este suceso? —preguntó Novak con su gelidez habitual.
—No. Por fortuna se hallaba fuera de la red neuronal. Tomamos la impresión visual de uno de nuestros centinelas y la hemos suprimido del registro —explicó la asistente.
—Perfecto. Ahora que estoy tan cerca de lograr mi objetivo no me interesan rumores absurdos. ¿Has programado la propagación del virus? No quiero dilatar más mis planes.
—En menos de treinta y seis horas circulará por la red neuronal.
—Además de ti, ¿alguien más conoce nuestras actividades?
—La discreción se ha priorizado por encima de los demás aspectos.
—Siempre tan meticulosa —reconoció un instante antes de clavarle una aguja en el cuello.
Kleon, boquiabierto, observó cómo el cuerpo de la asistente de Novak se consumía sin que el científico moviese un dedo por ayudarla. Preso del pánico, bloqueó la conexión con la red neuronal y se retiró el dispositivo. Necesitaba retomar la serenidad o correría un destino parecido. Levitó apenas un par de centímetros y se alejó todo lo que pudo del laboratorio.
Deambuló sin rumbo fijo mientras los últimos acontecimientos y sus implicaciones se asentaban como una losa pesada en su psique. ¿Podría informar al consejo de lo que había atestiguado? Descartó la posibilidad. Novak tenía poder suficiente como para aniquilarlo antes de que pudiese convencerlos. Contaba con treinta y seis horas para hallar una solución. Por el momento haría lo único que podía darle una ventaja.
Expandió sus sentidos y apoyó las rodillas en el césped. Hundió los dedos en la tierra y vació toda su energía.
Botorrita (Contrebia Belaisca), 2022 d. C.
Pilar apoyó el pie izquierdo y se volvió. El suelo bajo sus pies se sacudió con tanta fuerza que trastabilló. Soltó la linterna en busca de algún asidero. Los gritos retumbaban en la cripta. Un estruendo seco casi le detiene el corazón. Frente a sí, una grieta dimensional se abría con extraordinaria rapidez. Dio un paso atrás; no contó con que, desde la grieta, una energía magnética tiraba de ella y de todo objeto que estuviese a su alrededor. Pese a sus gritos, nadie acudió a auxiliarla. Agotada por el esfuerzo se dejó arrastrar.
Menarok, 2122 d. H.
Kleon pulsó el atomizador cerca del rostro de la recién llegada; debía despertarla cuanto antes. Pilar tosió y abrió los ojos. La sensación de cosquilleo en la nariz desató una serie de estornudos que la obligó a cubrirse la cara con ambas manos.
—¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? —La joven se incorporó con brusquedad.
El singular atuendo del muchacho que la observaba le disparó las pulsaciones. ¿Estaría alucinando? La idea se le cruzó por la cabeza. Se frotó los ojos y parpadeó hasta que se le llenaron de lágrimas que contuvo por pura tozudez.
—No alucinas. Soy tan real como tú.
Pilar se acuclilló en un movimiento defensivo.
—¿Cómo puedes saber…?
El zumbido que se aproximaba a ellos aumentaba de intensidad con demasiado frenesí.
—Prometo explicártelo todo, pero ahora ¡corre!
Pilar quiso emprender el trote. En dos inspiraciones se hallaba a centímetros del suelo. Un grito casi se le escapa por la impresión. Kleon le tapó la boca y tiró de ella. Los dos se perdieron entre la densa neblina que envolvía el paisaje en una turbidez plomiza.
Pilar se cruzó de brazos. Kleon hizo un ademán invitándola a sentarse en algo que la joven no logró definir con exactitud: lucía como una roca de bordes demasiado filosos para su gusto.
—¿A dónde me has traído?
—Es un lugar seguro. No te preocupes.
—Que no me preocupe, dice —resopló—. En menos de diez minutos despierto con un desconocido, nos persigue un… no sé ni como denominarlo y sigo sin respuesta a mis preguntas. Encima, me muero de sed y ni siquiera me ofreces un vaso de agua.
Las mejillas de Kleon adoptaron un matiz rojizo. El joven pasó frente a ella y entró en el espacio contiguo. Pilar lo siguió. La joven se quedó boquiabierta. Aquella estancia lucía como un laboratorio de esos que salen en las pelis de ciencia ficción.
—Toma. Póntela debajo de la lengua, calmará la sensación y evitará que te deshidrates —dijo con un pequeño óvalo entre los dedos—. No pretendo envenenarte. Es solo que en Menarok el agua no es de consumo humano. De paso, es bastante escasa.
—¿Menarok? —La sed la estaba volviendo loca, así que cogió el óvalo y siguió las instrucciones.
Treinta segundos tardó la esponja en disolverse y otros quince en provocarle la sensación más refrescante de toda su vida. Kleon cabeceó y la invitó a volver al salón con un ademán.
—Siéntate, por favor.
Pilar se dejó caer con cuidado. El impacto sensorial casi le desorbita los ojos. Lo menos que esperaba era hundirse como si se hubiese sentado sobre un almohadón de plumas.
—Vas a decirme que aquí nada es lo que parece, supongo —soltó entre dientes.
Kleon la miró con los labios apretados y las cejas muy juntas.
—En realidad iba a decirte cómo me llamo y que te hice venir por necesidad. —Pilar se mordió el labio inferior.
—Menarok ¿qué es?
—Para hacerte el cuento corto, es una dimensión en paralelo a la tuya.
—¿Y por qué estoy aquí?
—Necesito que me ayudes a salvar a mi pueblo de un científico desquiciado que quiere acabar con nosotros y hacerse con el poder.
—¿Esperas que te crea? —Él asintió con un movimiento de cabeza.
—¿Por qué habría de mentirte?
—Porque estás un poco chalado, ¿por ejemplo?
Pilar no lo vio aproximarse. En menos de veinte segundos le había colocado un dispositivo en la cabeza y la tenía sujeta por ambas muñecas.
—Inspira hondo y no te resistas. No te dolerá.
El instinto la empujó a debatirse. Él la sostuvo con más firmeza. Pilar se quedó sin aliento en el instante en que los recuerdos de Kleon fluyeron con rapidez hacia su psique.
—Quí-quí-quítame esa cosa. ¡Ya! ¡Quítamela! —La joven se zafó con brusquedad y se arrancó el dispositivo.
La interrupción en la transmisión provocó que el sesenta por ciento de la información se perdiese en el vacío interneuronal. Como efecto más inmediato, debido a la abrupta desconexión, las náuseas le anegaron la garganta de bilis.
—¿Me ayudarás?
—No sé, yo solo soy estudiante de arqueología. ¿Cómo puedo combatir algo que ni siquiera entiendo?
—Al menos piénsatelo. Si no por mí, por los miles de menarokenses que morirán si no hacemos algo para detenerlo.
—Vale, lo pensaré.
Kleon suspiró aliviado. Pese a no haber obtenido una respuesta definitiva, tampoco obtuvo un rechazo absoluto y eso era mucho más de lo que esperaba.
El zumbido que oyó rompió la somnolencia que la mantenía aletargada, un efecto secundario tras la conexión a la red neuronal. Pilar se incorporó sudorosa, con el pulso a todo galope y un nudo en la boca del estómago.
—Venga, debemos marcharnos. No tenemos tiempo que perder —dijo Kleon con la mano extendida en su dirección.
La joven se asió con firmeza. En segundos huían con rumbo desconocido. Ocultos entre unos matorrales vieron pasar al centinela robótico con forma de medusa.
—¿Vas a explicarme qué diablos ocurre? ¿Qué es eso que nos persigue?
—Chist. Aguarda a que se aleje. —Tiró de ella en dirección contraria—. Eso es un centinela. Tus emociones son un imán. Emites con tanta potencia que pueden detectarte a distancia. No sé por qué no lo tuve en cuenta antes.
—¿Y qué? ¿Está prohibido sentir? —El joven cabeceó con brusquedad—. Estáis como putas cabras.
—Puede que lleves razón. Ten en cuenta que, tras nuestra hecatombe, las emociones son consideradas un peligro y una debilidad. Erradicarlas ha sido un propósito común; mantenerlas silenciadas nos ha permitido sobrevivir durante todo este tiempo.
—¿De cuánto estamos hablando?
—En tu dimensión, cien años.
—¿Estamos en 2121? —Él asintió.
El gesto de preocupación del joven le encogió el estómago. Pilar se volvió. Un manchón enorme se aproximaba a toda velocidad.
—¿Has tomado alguna decisión? Porque si es así, este es el mejor momento para que me lo digas.
—Cuenta conmigo —declaró ella—. Ahora, ¡sácanos de aquí!
En un parpadeo salieron disparados sin mirar atrás.
Pilar se detuvo en cuanto divisó la estructura helicoidal cubierta de paneles reflectantes.
—Vi ese lugar en tus recuerdos. ¿Te has vuelto loco? Vas a meternos en la boca del lobo.
—Es nuestra mejor alternativa. Novak no va a esperar que seamos tan atrevidos.
—Obvio —dijo y se cruzó de brazos—. La única salida es que saboteáramos el cerebro central de esa maldita red. ¿Te imaginas lo protegido que debe estar?
Los ojos de Kleon brillaron.
—Quizá no tanto como crees.
—¿De verdad pretendes sabotear ese cerebro?
—En cuanto me acercase mis patrones neuronales despertarían una alerta, pero los tuyos…
—No hablas en serio.
El joven asintió varias veces y sin que pudiera replicar, la arrastró al interior de la estructura.
Kleon le entregó un objeto de aspecto cristalino que, al tacto, resultaba maleable y viscoso. Pilar contuvo las arcadas y lo sostuvo entre dos dedos.
—Repíteme las instrucciones, por favor —El joven puso los ojos en blanco una vez más.
—No te compliques —dijo y señaló hacia la puerta—. Crearé la distracción para que te cueles por allí. Una vez dentro, sueltas la cápsula. En cuanto entre en contacto con la superficie hará su trabajo.
—Estás convencidísimo de que esta porquería abrirá los canales de transmisión… —Pilar se mordió el labio inferior; no hallaba la palabra correcta.
—Sinápticas. Y sí, tranquila. El virus es experimental, pero logrará su cometido. Después yo me encargo de filtrar la información.
Pilar inspiró muy hondo y cabeceó.
—¿Segurísimo de que este método es infalible?
Kleon evitó responder a la pregunta. Hizo un ademán y se perdió en dirección contraria.
«Menudos follones en los que me meto por no saber decir que no». La joven descartó el soliloquio con su conciencia y avanzó a zancadas.
—Intruso en el sector oeste. —La voz monocorde la sobresaltó.
—Verás tú como esto no funcione —masculló para sí y apoyó la frente en el panel junto a la puerta.
Un tufillo a cable chamuscado se le metió por la nariz. Recordó la advertencia de Kleon y contuvo la respiración. El humo que desprendía el panel se dispersó en dos manoteos. Antes de que pudiese arrepentirse pulsó el botón ubicado en el centro de la puerta. El clic seco precedió al deslizamiento lateral de la hoja. Acicateada por la descarga de adrenalina, entró.
La habitación estaba en penumbras. La perspectiva de avanzar a tientas no le gustaba ni un pelo. Dio el primer paso. Despegar el pie le costó lo suyo. ¿Qué había pasado allí dentro? A diferencia del ambiente exterior, dentro de aquella habitación, cada paso ameritaba un esfuerzo importante. No contaba con tiempo para devaneos. Pese a la resistencia, avanzó con sigilo. Advirtió el cambio de superficie bajo sus pies. El rechinar de las suelas de sus botas contra la lisa superficie la obligó a detenerse.
Entornó los párpados. Un destello repentino la cegó durante algunos segundos. Boquiabierta, vio el núcleo palpitante del cual partían miles de haces luminosos. Se aproximó tan rápido como se lo permitió la fuerza de atracción que tiraba de ella hacia el suelo. Extendió la mano izquierda.
—Debo reconocer que vuestro atrevimiento me tomó por sorpresa. —Novak surgió de entre la penumbra.
Pilar se volvió con rapidez. La sensación pegajosa en los dedos le provocó cierta repugnancia. Apoyó ambas manos en las caderas. Reconoció al sujeto que la miraba con cara de pocos amigos. La piel se le puso de gallina en cuanto afloraron los recuerdos en su psique.
—Ya ve, los jóvenes seguimos siendo impredecibles con todo y su control mental.
—Inconscientes os ajusta mucho mejor. De todas formas, eso dejará de ser un problema en breve. —La sonrisa del científico le revolvió el estómago.
—Lo dice por ese virus que propagó en la red neuronal, ¿verdad?
Novak avanzó hacia ella. Pilar reculó un paso. El hombre la cogió de los brazos con fuerza.
—¿Qué sabes tú de eso?
—La verdad —dijo en voz alta—. Ni más ni menos. —El hombre la agarró del cuello y apretó con fuerza.
—Ni tú ni nadie va a impedir que acometa mis propósitos. Menarok estará bajo mi control en menos de doce horas y tú pasarás a la historia igual que tu amiguito. Despídete de esta dimensión, mocosa entrometida.
—Intrusión no autorizada. Virus desconocido. Transmisión sináptica no cifrada. Cinco segundos para bloqueo y desconexión temporal.
—¡¿Qué habéis hecho?!
—Salvar miles de vidas —contestó ella a duras penas.
Novak rugió. La puerta a sus espaldas salió despedida.
—Suelte a esa joven, doctor —ordenó una voz nasal y monocorde.
—Puedo explicaros lo ocurrido, su excelencia. Estos inadaptados pretendían…
El hombre levantó la palma.
—Desde luego que lo explicará con lujo de detalles, ante el consejo y su tribunal. Por el momento y hasta nuevo aviso, queda usted relevado de sus funciones.
—¡No podéis hacerme esto! —gritó Novak—. No tenéis ni idea de lo que soy capaz de hacer. Os arrepentiréis, os lo aseguro.
El trío de uniformados que acompañaba al miembro del consejo lo sometió tras varios minutos de resistencia.
—Llevadlo a aislamiento sensorial. Una vez se haya calmado, iniciad el interrogatorio.
Los uniformados arrastraron al científico.
—Jovencita —dijo el consejero—. Agradecemos vuestra colaboración. Una vez se aclare este asunto, haremos lo necesario para que pueda regresar a su dimensión. ¿Está de acuerdo?
Pilar asintió con la cabeza. El dolor de garganta la persuadió de hacer preguntas inoportunas.
—Me ocuparé de que revisen su estado de salud —dijo Kleon y dio un paso hacia ella.
—Asegúrate de que recibe toda la atención necesaria, Kleon —ordenó el consejero, segundos antes de abandonar la estancia.
Pilar observó con aprensión la cápsula en la que permanecía Novak. Después de una semana de deliberaciones, el juicio había arrojado el resultado y su respectiva sentencia: suspensión perpetua.
—No es tan terrible como parece —dijo Kleon—. Permanecerá suspendido hasta que su organismo decida detenerse.
—Es como una condena a cadena perpetua.
—¿Sientes pena por él? Quiso matarte.
Ella desvió la mirada de la cápsula.
—Quizá… Es solo que me imagino encerrada en una cárcel así y se me encoge el corazón.
—No tiene noción de nada. Imagina que es como estar dormido.
—¿Estáis seguros de que no puede despertar? ¿No puede salir de allí?
—No te preocupes de nada. La cápsula es inviolable. ¿Lista para volver?
Pilar asintió. Entre tanto, en otro lugar de Menarok, un operador categoría tres, subdenominación delta, advertía la intrusión mental que lo dejó a merced de una Psique que, en teoría, debía hallarse en suspensión perpetua.
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Parpadeé, a modo figurativo, en el instante en el que pude constatar que mi experimento había dado resultado. Mis pensamientos surcaban la psique femenina a sus anchas. La inestimable inteligencia de Rosalind advirtió mi presencia enseguida. Tal cómo esperaba, nuestro primer diálogo ocurrió con senda interpelación por su parte:
—¿Qué clase de intruso eres? Porque una alucinación estoy segura de que no. ¡Habla! ¿Te crees que tengo todo el tiempo del mundo para perderlo contigo?
—Soy un científico del futuro.
Creí que identificándome como un colega su animadversión se atenuaría.
—Pues vaya mequetrefe. Espero que sepas permanecer callado. No necesito interrupciones en este preciso momento.
Atestiguar la forma magistral en la que Rosalind se manejaba en el laboratorio me llevó a experimentar asombro y orgullo al mismo tiempo.
—¿Eso es lo que creo? —pregunté mientras veía a través de sus ojos aquella foto.
—Deberías saberlo. Vienes del futuro, ¿no?
—Claro, pero la imagen que ha quedado en registro no resulta tan impresionante como la original.
—No necesito tu condescendencia.
—Es genuina admiración y ya que estamos, aprovecho para revelarte a qué vine.
Caminamos fuera del laboratorio. Pese a que ella evitaba el contacto visual, comprobé, de primera mano, el rechazo que muchos colegas científicos mostraban ante su presencia.
—¡Gilipollas! —El pensamiento se me escapó; ella dio un respingo.
—Agradecería que no grites mientras sigas dentro de mi cabeza.
—Me enerva tanto machismo. A fin de cuentas, el mérito es tuyo.
—¿De qué hablas?
—Del ADN —respondí—. Tu fotografía, tus informes. Wilkins y Perutz romperán la confidencialidad y le revelarán tus resultados a Watson y Crick. Vine a advertirte para que los detengas. No es justo que…
—¿Determinarán la verdadera forma de la molécula de ADN?
—Sí, de hecho, les otorgarán el premio Nobel.
—Si solo has venido a esto, puedes regresar —dijo y se sentó en un banco del jardín.
Las emociones y pensamientos de Rosalind giraban a una velocidad sorprendente: excitación, curiosidad, fascinación, envidia, inseguridades. Mi revelación había horadado la sempiterna impasividad que acostumbraba a demostrar.
—¿Te volviste loca? Tienes la oportunidad de tu vida. Puedes obtener el Nobel, conseguir el reconocimiento que te mereces.
Me había contagiado con su emotividad y di rienda suelta a mis propias emociones.
—No entiendes nada. ¿De verdad eres un científico? Porque no me lo pareces. Lo que menos me interesa es un reconocimiento frívolo. Lo importante es lo que podemos lograr cada vez que descubrimos algo nuevo. ¿Qué más da quién se lleve el premio al final?
—¿De verdad no te importa que ese traidor de Wilkins robe tu trabajo?
—Wilkins es hombre. Esperar competencia leal por su parte es una estupidez y yo no soy estúpida. No negaré que me revienta que sea justo él quien saque provecho. No obstante, soy consciente de que, de todos mis colegas, él es a quien más le interesa sacarme de en medio.
—Impídeselo. Resguarda los diagramas, habla con Randall.
La negativa que pude atisbar antes de que la verbalizara me dejó sin palabras.
—Eso solo retrasaría el descubrimiento.
Comprendí entonces, que no cambiaría de opinión. Mi viaje y mi experimento habían fracasado estrepitosamente.
—No deberías frustrarte de esa manera —me dijo con severidad—. Es un sinsentido si pretendes convertirte en un científico de verdad. Si me permites una sugerencia —dijo atenuando su ímpetu mental—. Investiga cómo viajar al futuro en lugar de perder tiempo, recursos y energía en volver al pasado para cambiarlo.
—Lo pensaré —murmuré un poco a regañadientes—. ¿No te apetece hacerme ninguna pregunta?
Observé cómo el hilo de sus pensamientos se enroscaba en torno a una gran interrogante. Reprimí la risa.
—¿Qué te resulta tan divertido?
—Que pudiendo preguntarme cualquier otra cosa, lo que más te interesa es saber cómo se aparean las bases entre las dos hélices.
Rosalind se sonrojó.
—Es lo único que todavía no logro dilucidar.
—Invítame a tu casa, te lo explicaré con lujo de detalles antes de regresar a mi época.
—De acuerdo.
Echamos a andar con lentitud. Después de todo, mi experimento no había sido tan inútil. La mente brillante de Rosalind me resultó un viaje lleno de descubrimientos fantásticos. Ni hablar de la experiencia inigualable de entablar una discusión con una de las inteligencias más fascinantes que hubiese conocido jamás. Que me diese un jaque en toda regla solo acicateó mi deseo por conocer a otras mentes maravillosas.
Escribí esta historia para participar en la convocatoria propuesta por ZendaLibros #HistoriasdelaHistoria. Escogí a Rosalind Franklin por su trayectoria científica y la implicación que tuvieron sus experimentos en la determinación de la molécula de ADN.
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Imagen libre de derechos de Arec Socha en Pixabay.
«Después de una catástrofe mundial, la Tierra está desolada. Según todos los indicios, eres la última persona viva en el mundo. Estás encerrado en tu casa, dentro de tu habitación, cansado de vagar solo por parajes desiertos, pensando con desesperanza en tu futuro. En ese momento, unos golpes llaman a la puerta…»
La serie de golpes se repitieron, al menos, dos veces más. Mi primera reacción fue salir disparado. De pronto, sin venir a cuento, me detuve en mitad del salón. ¿quién tocaría a mi puerta? Durante las últimas setenta y dos horas no me topé con una sola alma. Ni animales encontré durante mis excursiones. Un mal presagio se me alojó en la boca del estómago. ¿Y si mis predicciones habían sido ciertas? Si tan solo me hubiesen escuchado en lugar de tomarme como un científico desquiciado. Era tan evidente que semejante catástrofe no tenía nada de natural. Deseché la idea de seguir rumiando. Ya tendría tiempo de formular más hipótesis.
Caminé de puntillas. Pegué la oreja de la puerta. No percibí nada. Otra serie de golpes, ahora más apremiantes, me sobresaltaron. Di un bote y me aparté. Las manos me temblaban y el pulso se me disparó. La curiosidad pudo mucho más que mi sentido común; así pues, me incliné para asomarme por la mirilla. Lo que vi me dejó patidifuso algunos segundos. Exhalé el aire que había mantenido en los pulmones.
Me froté la cara, los ojos, las sienes. Volví a asomarme. El rostro que aguardaba del otro lado de la puerta perdía la impasividad a cada segundo. Las hipótesis que había formulado año tras año se agolparon dentro de mi cabeza. el zumbido de mis pensamientos me aisló durante una fracción de segundos.
—Abra la puerta. Sé que está allí. Contaré hasta diez y si no obedece, la desintegraré.
Me estremecí. Ni por asomo puse en duda la aseveración, así que cogí el picaporte y abrí.
Los ojos de dobles pupilas verticales entornaron los párpados. La fiera expresión me mantuvo de pie sin parpadear. Di un paso atrás en el instante en que la criatura, por denominarla de alguna manera, entró.
—¿Mikel Saldívar? —Cabeceé una vez con infinita lentitud—. Acompáñeme.
Una voz indefinida habló en una lengua que no había escuchado antes. Si no estaba equivocado, provenía de detrás de la criatura. La vi volverse. Emitió palabras en esa misma lengua. De pronto, una figura enorme apareció junto a mi visitante inesperado o debería decir, inesperada. Con ambas criaturas delante de mí no era difícil identificar que uno era macho y la otra hembra, aunque llevaban el mismo tipo de traje. Supongo que, en deferencia a tenerme delante, el macho habló en un español fluido.
—¿Por qué tardas tanto? El comandante está pidiendo muchas explicaciones.
—Recién abrió la maldita puerta.
—¿Y qué más te da? La hubieses desintegrado. Mejor una puerta menos que los tímpanos perforados.
—Deja que ya aplaco yo al comandante. Ocúpate del humano. No me fío ni un pelo.
—Ejem, si no os importa, sigo aquí.
El gigante se dignó a mirarme.
—Como si fuese posible ignorar tu presencia. Esa peste que desprendes se huele a kilómetros.
Me olisqueé y arrugué la nariz. No me pareció que el tufillo que desprendían mis axilas fuese para tanto. En todo caso, tampoco era culpa mía. Mosqueado por su desdén solté la lengua.
—No fui yo quien atacó la tierra a saber con qué mierda, ¿no? No hay electricidad ni agua. ¿Cómo pretendéis que mantenga la mínima higiene? Os lo hubieseis pensado antes si es que sois tan tiquismiquis con vuestro sentido del olfato.
La hembra se me quedó mirando boquiabierta. El macho dio un paso hacia mí. Me di por muerto. Esas pupilas dobles se contraían a un ritmo demasiado inquietante. Tragué saliva y me preparé para el golpe de gracia. La hembra habló en su lengua nativa. El sujeto se detuvo a dos pasos de mí.
—Prepararé la nave, ocúpate tú antes de que pierda la paciencia y lo descabece.
Exhalé el aire en cuanto lo vi perderse de vista.
—Mikel Saldívar, será mejor que de aquí en adelante cierres la boca. Pensar en voz alta va a meterte en muchos problemas y a nosotros también. Y a mi compañero no le gustan los problemas.
«como si a mí me gustasen». Descarté el hilo de mis pensamientos en cuanto distinguí esa mirada que te deja clarísimo: «sé lo que estás pensando, cabrón». Inspiré hondo antes de hablar.
—Doy por sentado que fuisteis vosotros quienes arrasasteis con la humanidad. ¿Puedo preguntaros de dónde venís?
—Ya lo verás —dijo y me hizo señas para que extendiese los brazos al frente—. Respecto de vosotros, te equivocas. No fue un exterminio. Solo hicimos algo de limpieza. Los mejores especímenes seguís con vida.
—¿Y me lo dices así tan… tranquila? —Extendí los brazos—. Si no quisiera acompañaros qué…
—Tendría que exterminarte y no creo que eso te guste mucho. Pareces inteligente.
—Para lo que ha servido mi dichosa inteligencia —rezongué.
—Sigues con vida por eso, entre otras cosas.
Ella me ajustó unos aros en las muñecas. La energía que me recorrió alcanzó mi cerebro. La descarga me produjo un hormigueo en las extremidades. Reprimí la risa que pugnaba por escapárseme de los labios. Siempre fui muy cosquilludo. Claro, ella no tenía por qué saberlo.
—Andando, hemos perdido mucho tiempo y todavía tenemos que realizar un centenar de paradas más.
Ladeé la cabeza. la criatura se volvió despacio. Me rasqué la nariz y a ella casi se le desorbitan los globos oculares. Me fijé en el pequeño mando ovalado que extrajo de uno de los bolsillos de ese curioso traje. El hormigueo se intensificó y me estremecí. Las cosquillas me harían estallar en carcajadas en cualquier momento. Apreté los labios en una delgada línea. ella pulsó de nuevo ese botón. Di un respingo y cambié el peso de un pie a otro. Era como esa danza que te obligas a realizar mientras reprimes las ganas de echar una buena meada.
—No me lo tomes a mal —dije risueño—. Pero como sigas haciendo lo que sea que haces, no podré contenerme más y a tu colega no creo que le haga puta gracia que me ría o que me termine meando encima. Se ve que eso de los olores… ya sabes.
Soltó una sarta de palabrejas de esas suyas. El hormigueo cesó del todo y suspiré.
—Mikel Saldívar, haz el favor de seguirme la corriente. —La seriedad con la que me habló me puso en alerta—. Si de verdad quieres continuar de una pieza, ni se te ocurra revelar que eres inmune al control neuronal. ¿Me entendiste? —moví la cabeza de arriba abajo en un leve asentimiento.
—No es nada bueno que pueda hacer esto, ¿verdad? —susurré.
Ella apenas negó con la cabeza y se apartó para dejarme pasar. La palidez del rostro púrpura me puso la piel de gallina.
Salimos del edificio. La nave que aguardaba estacionada en el pavimento como si fuese un coche más parecía un vibrador tamaño extra grande. Omití cualquier comentario verbal y me esforcé en anular cada pensamiento al respecto. Me había quedado claro que, dentro de sus múltiples habilidades, leer la mente humana era de las más básicas.
El panel lateral se deslizó. De inmediato una escalerilla se desplegó. Seis yemas se me clavaron en la espalda. El empujón fue leve, pero firme.
—No me has dicho cómo te llamas —dije y puse el pie izquierdo en el primer escalón.
—¿Tiene importancia?
—Para mí sí. —Me volví al no obtener respuesta.
La expresión de su rostro me produjo un hondo desasosiego. No pude evitar preguntarme qué clase de trato recibiría entre su gente.
—No te gustaría saberlo —susurró.
No sé por qué motivo; no es que ella hubiese sido la más amigable; aun así, el tono en sus palabras me provocó unas ganas inmensas de abrazarla. Un gruñido rompió el instante. Retomé el ascenso. Tras abordar la nave y ubicarnos en los asientos se inclinó hacia mí. Evité moverme. Sin certezas respecto de cuál era su implicación en la catástrofe preferí actuar con cautela.
—Me llamo Serya —susurró.
Nuestras miradas coincidieron apenas un instante. La nave despegó. No volvimos a entablar contacto visual. No obstante, mientras abandonaba la tierra con rumbo desconocido, no dejaba de darle vueltas al cambio en mi captora. Quizá tendría una oportunidad si contaba con ella como aliada, aunque antes de pensar en salvar el planeta, tenía que salvarme primero.
Esta historia fue escrita para participar en el #VaderetoJulio2021 propuesto por Jose A. Sánchez en su web. La premisa, continuar una historia teniendo en cuenta el fragmento propuesto, cita del relato «Llamada» del escritor Fredric Brown. Espero lo disfrutéis.
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La nave se estremecía de forma frenética. El capitán miró de soslayo a su copiloto androide mientras intentaba recordar si había programado la secuencia de búsqueda y rescate de forma correcta. La alarma estalló en una secuencia estridente. Luces parpadeaban en el tablero. Los controles parecían registrar los datos de forma errónea.
Aquella travesía por distintos planetas de la galaxia del triángulo había sido una verdadera odisea. Visitar trece planetas con breves paradas tan solo para cargar y descargar la mercancía y sin poder beberse ni un trago de whisky dangeriano ya le pasaba factura. Era lo que tenía formar parte de los piratas espaciales. Podían convocarte en cualquier nanosegundo y rechazar un encargo era aceptar la misma muerte. Nadie escapaba una vez era acogido entre las filas de aquella organización conocida en varias galaxias por su temeridad al contrabandear entre las distintas razas extraterrestres. Eran los mejores, de eso no cabía la menor duda. Por ello medio universo andaba tras su búsqueda y captura.
* ~ *
El capitán aferró los mandos, se ajustó el casco y activó los propulsores. Tras revisar los mapas digitales concluyó que si quería escapar de aquel ataque tendría que dar un salto espaciotemporal rompiendo la barrera y atravesando el agujero de gusano que se hallaba unos grados en dirección noreste.
Otro disparo impactó desestabilizando la nave.
—Tenemos un escuadrón aproximándose a gran velocidad, capitán.
—Prepárate, Lucius, vamos a salir escopetados.
—No poseo información sobre ese término en mi banco de datos, señor.
Aljxur puso los ojos en blanco. Antes de que el androide pudiera decir cualquier otra estupidez empujó los mandos hacia adelante y contuvo el aliento. La nave se sacudió y en nanosegundos solo una estela lumínica rompía la ingrávida oscuridad. El escuadrón se quedó persiguiendo el vacío.
* ~ *
El piloto seguía aferrado a los mandos cuando una fuerte sacudida le hizo perder el control de la nave.
—Hemos entrado en la atmósfera terrestre, capitán.
El androide tecleaba a toda velocidad.
—Dime algo que no sepa ya.
—Iniciando secuencia de eyección…
A Aljxur le castañeaban los dientes. La nave seguía sacudiéndose. En cualquier momento las llamas convertirían la nave en un meteorito flamígero, al menos es lo que verían los habitantes terrestres.
—Iniciando protección ignífuga en cinco segundos…
El capitán cerró los ojos cuando divisó por la escotilla aquella visión blanquecina y extensa que parecía fundirse con el cielo en el horizonte.
—Cinco segundos para eyección…
Ambos asientos salieron disparados por la compuerta superior justo a tiempo. diez segundos después, la nave se había transformado en una inmensa bola dorada que terminó estrellándose contra el lado norte de aquella formación geológica que refulgía como el cristal gracias a la luz solar. Un fuerte destello cegó a Aljxur antes de que su cuerpo chocase contra la arena y perdiese el conocimiento.
* ~ *
El sol abrasaba el cielo del Farafra. Lucius se esforzaba en sacudirse los restos de arena sin mucho éxito. Revisando su pulsera de control escaneó los daños. Sus sensores de proximidad y el módulo de micro geolocalización se vieron afectados. El módulo de comunicaciones también tenía algunos daños menores. El resto de funciones parecían estar intactas. El programa de búsqueda y rescate lo impelía a ponerse en movimiento. Debía encontrar al capitán y activar el módulo de comunicaciones antes de que los habitantes de aquel planeta se percatasen de su existencia. La historia era muy clara. Los humanos eran terribles sanguinarios y había que evitarlos a como diese lugar.
Lucius se giró con brusquedad y supo que era demasiado tarde.
* ~ *
El androide permaneció impasible ante la nube de arena que se levantaba frente a él. Bajo sus rígidos pies el suelo vibraba cada vez con más fuerza. tras lo que le pareció un lapso de tiempo demasiado largo, un grupo de beduinos sobre unas criaturas que, gracias a su banco de datos pudo identificar como camellos, se detuvo. Luego de observarlo con curiosidad, los hombres se dirigieron sendas miradas de sorpresa y alguna que otra de recelo.
—Saludos, caballeros beduinos —pronunció el androide en árabe.
Los beduinos se miraron entre sí, luego clavaron sus oscuros ojos en Lucius. A pesar de no ser humano, el androide había sido creado con la apariencia de uno. Con su largo pelo dorado y sus ojos verdes, Lucius bien podría pasar por un turista anglosajón. Que hablase en árabe sin acento extranjero como si fuese un nativo de aquellas tierras fue algo que desconcertó a los beduinos.
—Encuentro vuestra cultura algo… fascinante —dijo intentando establecer conversación.
—¿Nuestra cultura?
El androide asintió.
—De donde yo vengo… —Hizo unos gestos algo peculiares—. Vuestras costumbres forman parte de la antigüedad.
Los beduinos intercambiaron más miradas. Alguno dejó en claro que pensaba que aquel turista se habría vuelto loco por la insolación.
—¿Y dónde es eso? —la pregunta lo tomó por sorpresa.
—En el tri… —interrumpió la respuesta antes de meter la pata—. De bastante lejos —finalizó procurando adoptar una postura menos amenazadora.
—Ajá…
El androide permaneció en silencio mientras investigaba lo que su banco de datos tenía sobre aquellos humanos.
—¿Cómo es que un tipo con esa pinta que traes está aquí? —El beduino señaló al horizonte—. ¿En medio del desierto blanco? ¿Dónde está la excursión?
El androide frunció el cejo y la frente.
—¿Excursión?
—El sol quizá le tiene la cabeza chamuscada —dijo otro beduino señalando el sol que brillaba ahora con más fuerza.
El líder de los beduinos asintió con la cabeza, mirando a su compañero.
—Además con esas ropas que lleva tiene que estar deshidratado.
El hombre señaló el atuendo del androide.
Lucius bajó la mirada alzando una ceja al ver su aspecto desaliñado. Su uniforme preferido estaba sucio y lleno de arena. Frente a la posibilidad de ocasionar un problema intergaláctico, el androide sopesó sus posibilidades. Cuando el módulo de probabilidades en situaciones de peligro le ofreció un noventa por ciento de éxito, abrió la boca. No tenía tiempo que perder.
—Veréis —intentó explicar Lucius— Pasa que nos despistamos con lo de hace rato y pues ahora yo estoy aquí, pero el capi… digo mi compañero está en otro lado —mintió.
—Ajá… —repitió el líder beduino.
—Vosotros que sois buenas personas… —Gesticuló el androide haciendo casi una reverencia—. Podríais brindarme ayuda para encontrar a mi compañero, ¿verdad? Los libros…
El líder beduino hizo algunas señas a sus hombres y estos se acercaron rodeando al androide, interrumpiendo su discurso. Lucius, sin tener claro qué pretendían los hombres adoptó una postura defensiva que había visto en algunos ficheros de esos que los humanos llamaban película; en la época antigua se realizaban muchas de esas historias visuales. Se supone que la idea era entretener, o eso había entendido Lucius al realizar distintas búsquedas en la red interestelar.
Los beduinos se carcajearon con ganas.
—Calma —dijo el líder beduino cuando sus hombres dejaron de reír—. Nuestro campamento está en el oasis de Bahariya, podemos llevarte ahí y luego de reponer provisiones buscar a tu compañero.
Lucius abandonó la postura y asintió con la cabeza. Estuvo a punto de preguntar el motivo de aquellas risas, pero se dijo que era mejor no distraer a los humanos.
—Os lo agradezco, buen señor beduino.
Los hombres que lo rodeaban se apartaron un poco para dar paso al más joven de todos ellos quien traía de las riendas a uno de los camellos. El líder de los beduinos observaba a Lucius con curiosidad mal disimulada.
—Sabes montar, ¿no?
Lucius veía al animal con los ojos entrecerrados.
—Desde luego —respondió con poco convencimiento.
—Bien.
El líder tiró de las riendas de su montura.
Lucius se acercó al camello. El joven le entregó las riendas. Tras un rato en el que pareció permanecer contemplativo ante aquel animal emitió unos gruñidos y el camello dobló sus patas arrodillándose de tal forma que el androide pudo alcanzar la silla. Siguiendo el manual que había consultado sobre civilizaciones antiguas y sus medios de transporte, el androide montó y volvió a gruñir.
Los beduinos lo miraron con asombro y suspicacia.
—Venga animalito del desierto —el androide hablaba en voz muy baja— sé un buen camellito y sigue a tus colegas.
El camello gruñó al levantarse y echó a andar siguiendo a la caravana. El androide se tambaleaba peligrosamente y logró mantener el equilibrio a duras penas.
Aliviado por haber logrado un contacto satisfactorio con aquel grupo de humanos y una vez dominada la postura sobre aquellas jorobas, el androide entró en modo ahorro de energía aprovechando la luz solar para recargar sus baterías extras. No era igual que la luz en la galaxia del triángulo, pero le valdría para seguir operativo el tiempo suficiente como para rescatar al capitán.
* ~ *
Aljxur despertó desorientado y con un dolor de cabeza que le impedía pensar con claridad. Cerró de nuevo los ojos. Tumbado boca arriba se quitó los guantes y rozó el terreno que lo rodeaba. Respiró de forma superficial para no aspirar demasiado aire de la tierra. Si bien lo toleraba mejor que otros dangerianos, no es que no tuviese ciertas consecuencias en su organismo. Revisó su comunicador de pulsera. Maldijo en danger al darse cuenta de que con el impacto se había averiado. Se retiró el traje; la temperatura comenzaba a ser demasiado alta para seguir dentro. Por fortuna siempre llevaba una camiseta y unos pantalones impermeables debajo. De esa forma si le tocaba escapar de alguna redada podría escabullirse con facilidad.
Abrió los ojos de nuevo. Esta vez tuvo la precaución de no hacerlo de golpe. La luz terrestre era mucho más luminosa y solía dejarlo ciego con mucha rapidez. Esperó a que sus pupilas se adaptasen para dar un vistazo a su entorno. Suspiró profundo al identificar aquella formación geológica. La conocida «Montaña de Cristal». La buena noticia era que si no había retrocedido demasiado en el tiempo estaría cerca de algunos asentamientos beduinos. La mala era que, si no había sido así, podría darse por muerto.
Decidió ponerse en pie. Cuando pudo mantener el equilibrio intentó orientarse. Miró hacia donde apuntaba su propia sombra y echó a andar hacia el este. Casi una hora después sintió el suelo vibrar. entrecerró los ojos y aguzó la vista para distinguir qué podía ser aquello. Sorprendido, se quedó inmóvil. Un grupo de hombres, de varias edades, montados sobre unos raros cuadrúpedos se aproximaban en una vigorosa cabalgata. La buena noticia es que, entre todos ellos, Lucius permanecía en la retaguardia. Reconocería ese mal intento de melena en cualquier lugar del universo.
Los hombres redujeron la velocidad hasta detener a los animales cerca de lo que supusieron era el compañero del turista. Nerviosos y desconfiados, decidieron mantener cierta distancia de seguridad. No era común encontrar hombres con semejante altura y complexión. Aquel hombre parecía más un gigante que una persona. Dándose cuenta del estado de ánimo de aquel grupo de humanos, el capitán permaneció con la mirada clavada en el suelo arenoso. Era mejor pasar por introvertido que espantar a aquel grupo mostrando sus peculiares ojos de pupilas verticales e iris púrpura tornasol. Bastante tenía con que viesen su pelo naranja chillón. Siempre podría decir que el color era artificial; al menos ahí no habría ninguna mujer que pudiera darse cuenta y desmentirlo.
El androide avanzó adelantando al grupo para acercarse a Aljxur e inclinarse lo bastante como para poder hablar en el idioma interestelar y en voz muy baja.
—Encuentro venturoso que se halle en un estado aceptable, capitán.
Aljxur resopló. Lo remilgado de Lucius solía hacerle gracia y por ello no había modificado su módulo de lenguaje y comunicación, pero en aquel momento le resultó exasperante.
—¿Has podido enviar el mensaje para que nos saquen de aquí?
—La prioridad del programa es asegurar la supervivencia.
El capitán se cogió del pelo con fuerza.
—Envía el puto mensaje ahora mismo —ordenó—, o voy a convertirte en un asistente de cocina mercuriana.
—Necesito ser reparado, capitán.
El dangeriano apenas se contuvo, para no lanzarse y arrancarle la cabeza.
—¿Va todo bien?
El líder de los beduinos no quitaba los ojos de encima de aquel gigante que parecía salido de una película de terror.
Lucius se irguió y enseguida se giró sonriendo.
—Ningún problema, buen señor —dijo—. Si no os importa ayudaré a mi… compañero a montar y seguiremos nuestro camino, no queremos causaros más inconvenientes.
El líder beduino asintió. En el fondo aquel dichoso compañero le ponía los pelos de punta. Lucius se giró, acarició al camello mientras le gruñía algo que a Aljxur le parecieron adulaciones. El joven que había asistido al androide se acercó guiando a otro camello. Lucius cogió las riendas y el joven salió disparado.
Aljxur veía al animal con desconfianza. Tal como había hecho Lucius con su montura, gruñó, y el animal se arrodilló.
—Haga el favor de montar, capitán —sugirió el androide— debemos darnos prisa.
El pirata miró la silla sobre el camello y luego a Lucius. Deduciendo lo que debía hacer se sentó sobre la silla. El androide hizo una serie de ruidos y el camello se levantó. El capitán maldijo en dangeriano cogiéndose con fuerza a aquellas tiras de cuero para no salir disparado.
Antes de emprender la marcha, Lucius agradeció la ayuda a los beduinos. El líder los despidió y dio la orden de regresar a su campamento.
* ~ *
Varias horas después, el capitán y su acompañante entraban en la ciudad. El ocaso le daba la bienvenida a la noche y la temperatura impactaba causando estragos en Aljxur, que esperaba de pie fuera de una tienda de electrónica, a que su androide hiciese acto de presencia. Cuando por fin salió, el capitán respiró. Le preocupaba que Lucius llamase demasiado la atención. Habían sido muy afortunados en no retroceder mucho en el tiempo, lo que ayudaba a que no hubiese una diferencia tan significativa en la tecnología terrestre que, no por ser insidiosos, pero iba siempre bastante más atrasada que la usada en la galaxia del triángulo.
—¿Y bien?
—He logrado reparar los daños —confirmó Lucius—. La extracción se realizará en cinco minutos con treinta segundos y…
El capitán lo cortó tirando de él hacia el callejón.
—Habla más bajo o los terrestres terminarán por darse cuenta de que no pertenecemos aquí.
Lucius asintió, pensativo. Comenzaba a preguntarse si no habría algún error en la información de que disponían en la red intergaláctica. Claro que, habían llegado unos cuantos años antes de la guerra apocalíptica, con lo que quizá el problema radicaba en que, de esta época no se tenían registros fidedignos. Lo cierto es que, de lo que había conocido hasta el momento, nada coincidía con su banco de datos y eso resultaba desconcertante.
El transporte hizo su aparición en el tiempo establecido. Ambos abordaron la nave sin ser vistos. Utilizando el camuflaje básico, se elevaron y abandonaron la atmósfera terrestre a la velocidad de la luz.
—Joder, Aljxur… te ves peor que la mierda espacial de Andrómeda, macho —dijo Gouel—. ¿Qué coño pasó?
—Mejor no preguntes.
El piloto alzó sus cuatro manos en son de paz.
—Ajustaos cinturones y cascos, volvemos a casa.
Tras activar los mandos y programar las coordenadas, la nave dio un salto temporal hacia el futuro. Con la nave en piloto automático ambos piratas permanecían tumbados en sus camastros.
—Aquí entre nosotros —dijo Aljxur en voz baja— tenemos que tener un chivato.
Gouel se incorporó de golpe.
—Esa es una acusación muy grave.
—Grave o no… —Se escuchó la voz del androide por los altavoces—. Algo raro pasa y no solo porque tengamos un comité de bienvenida.
* ~ *
Ambos piratas salieron directo a la cabina.
—¿Quién más sabía aparte de ti que venías a por mí?
—El comandante y… —El Rideriano se dio con sus dos manos derechas en la amplia frente—. Soy un redomado idiota.
—Idiota o no, saca nuestros culos de aquí… ¡ahora!
Gouel asintió ocupando el asiento del piloto mientras Lucius se ocupaba de la consola para programar las defensas de la nave.
—Clostha tiene que ser la chivata. —concluyó el rideriano.
Sin dejar de mascullar, seguía maniobrando la nave buscando la forma de colarse entre aquella formación.
—Tiene sentido —admitió el dangeriano con tristeza—. Tendría que haber sabido que ella se vengaría tarde o temprano.
—He informado al comandante… —interrumpió Lucius—. La mujer será ejecutada en… —Miró el panel—. Diez minutos y cuarenta segundos.
Aljxur vio a su androide con incredulidad
El capitán se pasó la mano por la cara, abatido. Clostha había sido su primer amor. Entre ellos siempre había existido una pasión y una lujuria desbordada, pero demasiado tóxica para sostenerse durante toda una vida. Aunque la separación había sido dura y tormentosa, él creyó que eso era agua pasada. Se había engañado por demasiado tiempo pensando que ella en realidad había aceptado aquella ruptura. Era evidente que no había sido así y que el hecho de enredarse con otras mujeres había sido la gota que derramó el vaso. Lamentaría su ausencia, era una colega estupenda y una piloto excepcional, pero ella había tomado una nefasta decisión y la traición a un compañero de contrabando se pagaba con la muerte.
—Preparaos… —dijo Gouel por el comunicador— romperemos la barrera en cinco segundos.
Aljxur se cogió con fuerza mientras la nave viraba en un ángulo imposible y salía disparada sin que la flota interestelar pudiese hacer nada para atraparlos.
Luego de atravesar el agujero de gusano la nave permanecía en curso a velocidad constante.
—Lamento su pérdida, capitán.
El hombre negó con la cabeza.
—Nada que lamentar, Lucius… ella se labró su destino.
—Espero que no tenga pensado alguna tarea para … —El androide titubeó observando su propio reflejo en el cristal—. Desensamblar vuestras herramientas.
El capitán se quedó en silencio. Le gustaba fastidiar al androide de vez en cuando. Lucius carraspeó y cuando iba a iniciar una de sus largas peroratas explicativas, Aljxur lo cortó dándole una palmada en el hombro.
—Tranquilo, todavía nos queda una larga bitácora de aventuras.
—Esas son buenas noticias, capitán —dijo el androide retomando su puesto junto al piloto—. Son excelentes noticias.
—Si que lo son, Lucius, sí que lo son.
La nave se dirigía rumbo al cuartel general de los piratas espaciales. Mientras observaba la constelación triangulum, el capitán dangeriano agradecía seguir vivo y en una sola pieza.
Agradecimientos
A Jessica Galera (@Jess_YK82 quien inspiró este curioso relato sembrándome la imagen de un androide montando en camello.
Las palabras de mi mentor seguían resonando en mi cabeza. A pesar de que el consejo se había tomado la libertad de liberarlo de sus obligaciones para conmigo, continuábamos encontrándonos como cada día, en la antesala de mis aposentos. Verle morir entre mis brazos había sido un golpe muy duro de asumir. La culpa por su muerte me acompañaría hasta el final de mi existencia. Tener la certeza de que alguien me quería muerto no hizo sino acicatear mi propósito: cumplir la última voluntad de Gerard.
Tras apertrecharme como correspondía a un ciudadano de mi rango, me dirigí al despacho de la Alianza. Atravesé cada control de seguridad hasta que por fin me vi en mi destino. Me coloqué en el sillón y pulsé en el teclado digital la clave que me había susurrado Gerard segundos antes de exhalar su último aliento.
El holograma de mi mentor me dio la bienvenida al materializarse frente a mí. Se me formó un nudo en la garganta producto de la tristeza y la culpa, pero respiré profundo y me sobrepuse. No había tiempo para gilipolleces sentimentales. Su voz, grave y profunda me advirtió que una vez me adentrase en el campus virtual no habría marcha atrás. Asentí, pues sabía que era imperativo acceder a la información que se me había estado ocultando, a pesar de haber sido escogido por el consejo como el próximo líder de la alianza entre carcax y progrex.
Respiré profundo y tragué para poder controlar el nudo que se iba formando en mis entrañas al ver aquellas imágenes. Tomas aéreas mostraban el verdadero estado de la tierra luego del cataclismo ocurrido en 2050. Comprobar con mis propios ojos aquella devastación empezaba a mermar mis fuerzas; pero lo peor estaba todavía por venir.
Ante mis ojos una gran cantidad de datos comenzaba a pasar con rapidez y entonces lo comprendí, nos habían estado engañando por casi un siglo. En realidad, no se estaba haciendo nada por revertir los daños; tampoco era cierto que estábamos repoblando la tierra, todo lo contrario, se había estado ejecutando un programa de selectividad tan severo que todo aquel que no cumpliese con determinados requisitos biológicos era exterminado, esterilizado o desterrado; era indispensable no malgastar los pocos recursos naturales y artificiales con los que habíamos estado sobreviviendo hasta el momento. La falsa igualdad que la alianza pretendía vender solo había sido una pantomima. En realidad, no teníamos derechos ni libertades; no éramos ciudadanos iguales ante la ley, ni podíamos tomar nuestras propias decisiones.
No estábamos intentando recuperar el planeta, solo nos habíamos asegurado la supervivencia al precio que fuese, incluso si eso contemplaba vidas humanas. No éramos una nueva nación, ni la representación de la evolución del ser humano. Sacrificábamos a nuestra propia especie, sobre todo aquella que no estuviese dispuesta a acatar las directrices de la alianza sin oponer resistencia.
Di un respingo ante aquella palabra. Un fuerte dolor de cabeza se me había alojado en la base del cráneo anulando por segundos mis sentidos. Casi entré en pánico al verme a oscuras sin poder percibir nada a mi alrededor. La voz de Gerard me reconfortó. Seguí sus instrucciones y en segundos logré recobrar mi percepción. Las imágenes que se sucedían ante mí no necesitaban palabras, ni adjetivos; la verdad estaba ocurriendo ante mí. Los renegados existían y los rumores que tanto se habían esforzado por acallar cobraban vida. Ahora comprendía por qué Richard y los otros no habían regresado nunca.
Cerré los ojos un instante y negué con la cabeza. No quería dar crédito a tanta crueldad. Con qué facilidad se nos engañó haciendo pasar como reconocimiento y honor lo que solo podía representar una pena de muerte encubierta, tan solo por el hecho de disentir, de ser diferente; de no querer formar parte de una mente colectiva con pensamiento único; por no querer olvidar el pasado.
Respiré profundo y negué con la cabeza a la propuesta de abandonar el campus virtual. Tenía que ver cada imagen, cada vida extinguida, cada promesa de la alianza incumplida; pues ese sería de ahora en adelante el motor que impulsara mi nuevo propósito
Me sequé las lágrimas con el dorso de la mano y me esforcé para recomponerme; más que nunca tenía que ser fuerte, sobre todo si pretendía darle una oportunidad a la tierra y a la especie humana. Tal como estaba programado el campus se autodestruyó sin dejar rastro alguno una vez se reprodujeron todos los ficheros almacenados en el repositorio. Gerard sabía bien lo que hacía, ahora todo lo llevaría grabado a fuego y terror en el laberinto de mi memoria. Por fortuna no fue lo único que se autodestruyó.
Revisé de forma minuciosa toda la información que ahora formaría parte de mí y apreté los dientes esperando la característica disonancia, pero esta nunca llegó. Luego de respirar profundo un par de veces, utilicé mi comunicador y establecí contacto.
Hora y media después me encontraba en el salón del consejo asumiendo mi puesto como el nuevo líder de la alianza. Entre tanto, bajo tierra, los renegados permanecían expectantes ante el discurso que estaba siendo transmitido en ambas estaciones continentales.
—¿De verdad confías en él? —Richard apoyó una mano en el hombro de su interlocutor.
—Confío y tú también deberías confiar.
Ambos se giraron hacia la gran pantalla al escuchar el final de aquel discurso.
—No os defraudaré. Honraré el compromiso que me habéis otorgado. Tiempos de cambio vendrán para quedarse y el futuro será tal y como lo habéis imaginado.
Richard y su interlocutor sonrieron comprendiendo el verdadero significado de aquellas palabras: la última eclosión acababa de comenzar y esta vez, sería definitiva.
Este cuento fue seleccionado por la Revista Penumbria de México, para formar parte de su quincuagésima antología, que lleva por nombre «Antología de cuento fantástico, dedicada al fin del mundo».
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