«Era una noche tan fría que hasta los árboles tiritaban. Ningún animal se atrevía a salir de su guarida y las blancas calles dormían totalmente desiertas.
Las chimeneas escupían convulsivamente las sobras de las casas y los cristales empañados de las ventanas impedían ver el interior de las familias.
»Esa noche tenía un trabajo que realizar y nada ni nadie en el mundo me impediría ejercer mi encargo. Tal vez fuera la última vez en mi vida, pero, ni el clima más despiadado ni el deseo por el calor de mi dulce hogar me harían desistir en mi cometido.
» Volví a comprobar mi puñal, la cuerda y mi ansiedad, y sin más demora, me adentré en el pueblo…»
Con los dientes castañeteando y los dedos ateridos de frío, eché a andar rumbo a la iglesia. El pesebre, ubicado a un lateral permanecía casi intacto y ese era, en resumidas cuentas, el problema.
Me acerqué por si fuese posible que un milagro ocurriese en vísperas de Navidad, pero no pude estar más equivocada. Justo ahí, tal como me describía Santa en su carta, había un gran espacio vacío. Respiré profundo para mantener mi ansiedad a raya.
Conté despacio ayudándome con los dedos y sí, en efecto, las cuentas no daban. Resoplé, fastidiada. A pesar de lo cabezotas que suelo ser, todavía tenía esperanza de poder regresar a casa en un santiamén, pero algo me decía que eso no iba a ser posible.
Rodeé el pesebre rumbo a la casita parroquial y con todo el aplomo del que pude disponer, toqué la puerta. Una octogenaria se asomó a la ventana llevando en las manos una vela cuya llama danzaba en la penumbra, otorgándole un aspecto misterioso. Como pude le hice señas a ver si se animaba a abrirme la puerta, pero la señora parecía una estatua del siglo pasado. Tras varios intentos infructuosos, decidí seguir por mi cuenta antes de que el culo se me congelara tanto como la nariz y las orejas.
Saqué la carta del bolsillo interno de mi abrigo y me acerqué al poste más próximo. Releí hasta las últimas líneas, la doblé con cuidado y la guardé de nuevo.
Miré mi reloj y apreté el paso. Según Santa tenía que cumplir su petición antes de las doce de la noche o el mundo se quedaría este año sin Navidad. Y bueno, ¿quién puede negarse a salvar la Navidad?
—¿Qué fetichismo tendrían todos con esa jodida hora? —Me detuve a recobrar el resuello, mientras mi mente seguía pensando por qué todo tenía siempre que girar en torno a la media noche. El frío me iba calando los huesos y solo me restaba hora y media.
Me puse a pensar qué haría si fuese una figurita de pesebre en descontento. ¿a dónde me iría? Iluminada de pronto con una lucidez inusitada muy poco propia de mi estructura de pensamiento, salí corriendo como alma que lleva el diablo.
Frené en seco al llegar a mi destino. En efecto, había atinado del todo; lástima que no se tratase de la lotería o el bingo; seguro que en esos juegos de azar terminaba siendo más afortunada.
Cogí la cuerda y como pude hice un nudo de tal forma que pudiese servirme de correa y me lancé a por mi objetivo.
Margareta, no se dio ni por enterada. Sentada con placidez en medio del parque central, ni si quiera se inmutó al sentir cómo mi cuerda la lazaba. Di un pequeño tirón; solo lo suficiente para que la cuerda se ajustase a su cuello sin ahorcarla. Como me cargara a la oveja favorita de Santa, iba a ser otra la que ocupase su lugar y a mí, la verdad, esto de personificar se me da fatal.
—Venga, Margareta, tienes que volver a tu lugar en el pesebre —Margareta seguía a su bola masticando las pocas hojitas que todavía no se habían cubierto de nieve—. No me obligues a convertirte en filetes, tú no te lo imaginas, pero a Santa le gusta el cordero al vino con patatas.
Margareta ladeó la cabeza un instante y el gorrito rojo amenazó con caerse. Como pude se lo enderecé e insistí, pero la jodida oveja seguía sin obedecerme.
Tras cuarenta minutos de tira y empuja, saqué mi cuchillo. De haber sabido que era un método más persuasivo, lo habría sacado desde el principio.
A rastras logré devolver a Margareta a su lugar. La dejé atada como precaución, por si se sentía impelida a abandonar de nuevo el pesebre. Justo al dar las doce menos veinte, apareció santa frente a mis narices.
Margareta baló con fuerza cuando Santa cogió el gorrito y se lo colocó en su brillante cabeza.
—Gracias, esto de ir de casa en casa con este frío que pela y sin tener como cubrirme la calva es un poco coñazo —abrí los ojos como platos sin dar crédito a lo que escuchaba.
—¿Y Margareta?
—No te preocupes de nada, ella estará perfecta como siempre —Santa hurgó en su bolsillo derecho y me extendió el puño. Por reflejo extendí la palma y dos monedas rarísimas cayeron en mi mano.
Alcé la mirada y vi el trineo recortarse contra la luz de la luna. Desde el cielo Santa saludaba risueño, Margareta había vuelto a su estado pétreo y yo miraba perpleja aquel par de monedas, preguntándome si al menos don Cayetano me las aceptaría a cambio de glorias y polvorones.
Dedicado a todos aquellos que necesitan aprender a mirarse más y mejor…
Vagaba la pequeña hada triste por los recónditos rincones del bosque mágico, llorando la pérdida de su amor. Agazapada entre un montoncito de tréboles, la oruga se arrastraba con dificultad.
—eh, tú —seseó la oruga, asomando su pequeña cabeza entre las aterciopeladas hojas—. ¿Puedes echarme una mano?
El hada, ensimismada en su dolor, siguió ajena a la petición de la oruga, hasta que pensando que era una piedra, la pateó.
—¡Ay! —chilló la oruga, frotándose entre las hojas para mitigar el dolor— ¿Qué acaso no ves por donde caminas, niña?
El hada, sorprendida alzó la mirada. La pequeña oruga la observaba entre dolorida y consternada.
—Lo siento —la voz del hada asombró a la pequeña oruga—; es que no te vi.
—Y tanto que no me viste, si hasta me pateaste con ganas —Se quejó un poco la pequeña oruga.
El hada alzó las cejas, negando con la cabeza.
—¿Cómo dices que lo he hecho con ganas? ¿tú no estás en mi cabeza para saber qué pienso, ni en mi corazón, para saber qué siento.
—Eso es cierto —confirmó la oruga—, pero no necesito estar allí dentro, igual me has pateado y ni cuenta te diste de ello —El hada se cruzó de brazos, enfurruñada—. Mírate ahora, a la defensiva; como si yo te hubiese hecho algo, cuando eres tú la que me ha pateado a mí.
—Ya te dije que no fue adrede —Los labios del hada temblaban reprimiendo las lágrimas—. Es que tú no entiendes.
—¿qué tengo que entender? … que vives en tu mundo ¿y por eso ni cuenta te das de lo que te rodea?
El hada rompió a llorar, desconsolada. La oruga, se acercó un poco más, pero dejando la suficiente distancia por si el hada, distraída, la volvía a patear.
—¿Por qué lloras así, niña?
—Porque perdí a mi amor y también mi magia.
—El amor no se pierde, ni la magia tampoco; eres un hada, deberías saberlo.
—Ahora mismo no sé nada —el hada rompió de nuevo a llorar con ganas.
La oruga, se acercó solo un poquitín, aún no confiaba en que el hada no la pateara por andar toda despistada.
—Y si no lo sabes tú, ¿quién lo va a saber? —El hada se giró para mirar a la pequeña oruga.
—¿A quien le importa eso? Nadie me entiende; tú tampoco.
—a mí no me importaba, hasta que me pateaste.
—¿Vas a seguir con la cantinela? Ya te dije que no fue adrede.
—Y tú, ¿vas a seguir con la llorantina, llevándote por delante a todo ser viviente porque nadie entiende cómo te sientes?
—Yo no hago eso.
—¿Seguro? —el hada miraba a la oruga, pensativa.
—Creo que no lo hago —titubeó un instante—; al menos no me he dado cuenta.
—¡Touchè! —El hada se sobresaltó, frunciendo el cejo—. Estás tan ensimismada en tu dolor, en lo que sea que sientes, que no te das cuenta de lo que haces, de lo que dices. Eso es un problema, ¿sabías?
—¿Para quién va a ser un problema?
—Para lo que te rodea, niña… incluso para ti misma —el hada se puso de pie, enfadada.
—tú no sabes lo que dices, eres una simple oruga, tú no entiendes.
—bueno, no hay mucho que entender —La oruga la observaba, serena—. Estás dolida, te sientes sola y abandonada.
—¡te dije que mi amor se murió!
—No, me dijiste que lo habías perdido… lamento que te sientas así, pero sabes una cosa, aferrarte al dolor, la tristeza y el pasado no revive a ningún ser viviente.
—Eres una oruga tonta e insensible… estúpida.
—Puede que lleves razón, pero no soy la única criatura tonta por aquí en este mundo —el hada miraba a la oruga con rabia—. Lo de insensible, es cuestionable —el hada abrió mucho los ojos, atónita ante aquella criatura—. ¿por qué soy insensible según tú? Porque no sufro como tú, porque me atreví a decirte lo que pienso, o porque no busco consolarte como te gustaría.
—Eres una oruga insufrible y malvada.
—Lo de malvada también es cuestionable, ¿lo sabías? —El hada comenzó a deambular frente a la pequeña oruga, resoplando.
—Es que tú no me escuchas… nadie lo hace en realidad.
—No has dicho nada todavía. Solo te lamentas y repites siempre lo mismo.
—¿Cómo que no he dicho nada? —la oruga asintió con un leve movimiento de cabeza.
—a mí no me has dicho nada de ti. Solo hablas de tu amor… ¿y qué de ti? Tu amor se murió, pero tú sigues aquí.
—Es que él lo era todo para mí.
—Pues que pena que sea así y que no seas tú todo para ti misma.
El hada, furiosa por el atrevimiento de la oruga le lanzó un hechizo que casi la convierte en piedra como al helecho.
—¡Vaya! —exclamó la oruga—, después de todo no has perdido tu magia como decías, ¿no?
El hada se sonrojó hasta las puntiagudas orejas.
—Eres una oruga exasperante, insensible y muy estúpida.
—Es posible, pero cuestionable. Por cierto, ¿sabías que todo eso que te molesta de los demás, es lo que no aceptas de ti misma, niña?
—¡que te den! Vete a hacerle terapia a una hoja de lechuga.
—¿Y ahora quién es la insensible? —el hada estaba furiosa y sus pequeñas alas comenzaban a refulgir recobrando su verdadero color—. Hacerle terapia a algo que vas a comerte segundos después es muy cruel, por si no te habías dado cuenta de ello.
—No sé por qué pierdo mi tiempo hablando con una oruga come lechugas y estúpida.
—Esa es una muy buena pregunta, que solo puedes responderte tú, como todas las preguntas que tengan relación contigo, tu vida, tus sueños, tus metas, tus esperanzas.
—Eres odiosa —La oruga estuvo a punto de responderle, pero el hada la interrumpió—… sí, ya sé, me dirás que eso también es cuestionable.
—Desde luego, todo en la vida lo es, niña —El hada se dejó caer sobre un colchón de musgo, frustrada.
—Es demasiado duro vivir sin él.
—La vida es dura, niña. Mírame a mí, pasaré toda la noche haciendo mi crisálida y mañana la romperé y ya no seré yo, seré otra. Y dolerá, porque todos los cambios profundos y trascendentales duelen —El hada negó con la cabeza.
—No es lo mismo, tú estás sola, no has perdido a nadie…
—sí, y no entiendo… si eso ya me lo has dicho antes —interrumpió la oruga—. En el fondo no sabes nada de mí; si he perdido o no he perdido a alguien. En todo caso, por si no te has dado cuenta, nacemos y morimos solos y aunque encontremos a alguien con quien compartir nuestras hojas de lechuga —el hada frunció el cejo ante aquel comentario—, crecemos solos. Nadie nace, crece o muere por nosotros… otra cosa es que decidamos echarnos a morir porque resulta más fácil y cómodo.
—todos estamos un poco locos y quien lo niega está más loco todavía.
—Pero yo no hago eso, no me hecho a morir.
—¿Seguro? Lo mismo dijiste antes —El hada desvió la mirada, abrazándose las rodillas.
—a veces es más fácil aferrarse a la tristeza, a los recuerdos, que lanzarse al abismo de lo desconocido, de lo que está por venir y no tenemos idea de cómo será —Los ojos del hada se llenaron de lágrimas—. Otras veces la culpa sabotea y pensamos que aferrándonos al recuerdo de quien se fue, nos resarcimos de lo que pensamos no hicimos como debíamos; nos autoengañamos creyendo que podemos mantenerlo vivo de alguna manera, porque de forma inconsciente creemos que seguir adelante es una forma de traicionar su memoria, de traicionarles.
—¿Y no lo es? —La oruga se encogió de hombros.
—¿eso qué importancia tiene? Tu amor ya no habita este plano.
—Importa para mí.
Importa para ti, pero no para el resto del mundo, ¿lo entiendes —el hada negó con la cabeza, secándose las lágrimas.
—Eres un hada, si sigues como vas, ocasionarás un desequilibrio en el mundo de las hadas. ¿Acaso no conoces el efecto mariposa? —El hada volvió a negar.
—Olvídalo, lo importante es que entiendas una cosa —El hada escuchaba con atención—: él ya no está aquí y por mucha magia que reúnas, no le harás volver. Te aferres, te apegues, hables de él todo el día, pienses en él todo el día. Él se fue, quien sigue viva eres tú.
—¿Insinúas que no cumplo mi rol de hada?
—Bueno, a mí me pateaste y casi me petrificas, tú me dirás.
—Pero ¿quién te has creído?
—solo soy una oruga, ni más ni menos —El hada cambió de posición, lanzándole una mirada fulminante—. Además, ¿quién fue la que dijo que había perdido su magia?
—Eres una oruga entrometida, insensible, gorda y estúpida.
—Y venga de nuevo. ¿nadie te ha dicho que te pones muy víctima, niña? —La oruga comenzó a moverse, despacio.
—¡Capulla! —La oruga alzó una de sus cejas, pensativa.
—Eso tiene más sentido, la verdad, aunque te has adelantado unas cuantas horas; lo que no quita que te pones un poco víctima cuando se te dice lo que no te gusta —La oruga comenzó a alejarse.
—¿Me dices eso y te vas?
—la vida sigue, niña. Ya tienes bastante con qué sentarte a pensar. Yo tengo que ir a construir mi capullo.
—Puedo hacerte uno con mi magia —La oruga asintió.
—Puedes, pero no sería igual. Cada quien tiene que ocuparse de crecer y definirse a sí mismo y hay tareas en que las ayudas entorpecen el camino —La oruga la miró por última vez—. Ocúpate de ti, niña y fíjate más en lo que haces, no sea que termines pateando a alguien más.
—Eres insoportable.
—Es lo que tiene ser una oruga a punto de ganar.
—¿Cómo que a punto de ganar?
—claro, niña… mañana, cuando rompa mi crisálida, ganaré un par de alas y con ellas, mi libertad —La oruga miraba las alas del hada con gran admiración.
—¿Qué miras?
—tus alas… son preciosas y tan llenas de color.
—No lo sabía, como nunca me las veo.
—bueno, quizá es hora de que empieces a verte más.
La lluvia empezó a caer. El hada volvió a su pequeña aldea entre la copa de los árboles. A la mañana siguiente el sol brillaba en lo alto, creando diminutos arcoíris al chocar contra las gotas que aún quedaban descansando perezosas sobre las otoñales hojas.
Un poco más allá, en la rama de enfrente, El tenue aleteo de una mariposa produjo una suave brisa. El hada inspiró profundo reconociendo el aroma de los olivos. Presa de la curiosidad, salió de su pequeña cabaña y pudo ver a la mariposa alejarse, revoloteando y posándose en las diferentes flores que cubrían el suelo de aquel bosque mágico.
Recordando las palabras de la oruga, descendió para asomarse en la curiosa charca que siempre se formaba tras una noche entera de lluvia. El precioso color de sus alas la dejó sorprendida. Las palabras de aquella sabia criatura cobraron una vitalidad inusitada. Ella tenía razón, no había perdido ni el amor ni la magia, porque ambos habitaban en su alma.
Como toda bruja que se precie de serlo, cada semana visito el abarrote de Merlín, ese, que está en la esquina de Apariciones con tierra de Nadie. Toda bruja y hechicero lo conoce, porque se especializa en los ingredientes más selectos y difíciles de hallar, además de que tiene la singularidad de funcionar las 24 horas.
Por supuesto, las brujas de verdad no vamos allí de día, el horario diurno solo es para aquellos mortales carentes de magia, que lo que buscan es alimentar sus estómagos.
Si los tontos mortales supieran que mucho de lo que ellos llaman gourmet, nosotros lo usamos para ¡hechizos de limpieza!
¿Dónde me quedé? Ah, sí. Como os iba diciendo, todas las semanas voy al abarrote de Merlín, a abastecerme apropiadamente. Ayer, cuál fue mi sorpresa, mientras me paseaba por el túnel de los retinianos, me conseguí a ¡Ravena!; y no es por andar de lengua viperina, pero la pobre nunca consiguió retomar su belleza inicial después de intentar acabar con Blanca Nieves. Arrugas le sobraban a raudales. Claro está que, por diplomacia brujeril, omití deliberadamente hacérselo saber. Y menos mal tuve la astucia suficiente de hacerle señas a Maléfica, que venía de la catacumba de los dragones, antes de que metiese la pata hasta el fondo; porque veréis,Maléfica es demasiado transparente, y todo, absolutamente todo se le nota ¡y todo se le sale!
Afortunadamente, Ravena tiene presbicia y miopía, así que ni cuenta se dio del tic nervioso de Maléfica intentando aguantarse para no soltarle una buena parrafada de ingredientes para pócimas rejuvenecedoras. Debo acotar que no todo lo hice yo sola, el guapo de Mandrake me echó un cable al hacer que todos los calderos comenzaran a desfilar al son de la macarena —Merlín le enseñó ese truco hace añales—; desliz que también aprovecharon Flora, Fauna y primavera para colarse sin que Maléfica se diese cuenta.
Tristemente la noche no fue perfecta; el que no debe ser nombrado, sí, ese mismo, se apareció del brazo de Bellatrix y casi nos arruina la tertulia lanzando Avadas Kedabras por doquier; es que ese también anda bien cegato, gracias a Harry Potter.
Hablando de Potter, se apareció de lo más campante con Ron, Hermione y Gini, su mujer; menos mal que para ese momento, Voldemort ya había agotado la paciencia de unos cuantos Hechiceros y magos, y lo sacaron a empujones, luego de haber alborotado a todas las ranas rinocerontes del camino de los batracios. De no haber sido así, ¿os imagináis cómo habría quedado el abarrote de Merlín?
No, no, mejor ni pensar en eso, que ya tuvimos bastante aquel día en que la Bruja Mala del Oeste se puso a perseguir a la Bruja Buena del Sur por todo el laberinto herbáceo. ¡Nos tuvieron casi un mes sin provisiones! Ni lavanda, ni jazmín, ni hierbabuena, ni albahaca, ni eléboro, Ni cáñamo, ni sándalo, ni eucalipto.
¡Mejor no lo recuerdo, que me termino perdiendo en el tiempo! Es que, veréis, distraerse en el abarrote de Merlín es sumamente fácil y termina una siempre o en otra dimensión, o en otra época; y la masa no está para bollos, ni la magia para que una la desperdicie en semejantes gilipolleces.
Pero como os iba diciendo, menos mal que no se encontraron Potter y el que vosotros sabéis, o nos habrían tenido perdiendo toda la noche esquivando rayos verdes, varitas y librándonos de transformaciones a medias. Claro, que la aparición de Jadis, casi casi, ocasiona que las hadas se quedasen congeladas más allá de la primavera y nos quedásemos sin polvo de hadas hasta que a ella se le ocurriese, pero por suerte solo entró por unas cuantas sanguijuelas y con la misma se marchó, dejando todo helado como una nevera.
Suerte que yo iba con una lista pequeñita —apenas buscaba escamas de dragón de fuego, pezuñas de unicornio, polvo de hadas, hiervas varias, velas de colores, uñas y pelos de un gato negro, un calderito de cobre y una escoba nueva de cedro—; y Hendricks, el druida, muy amablemente me colaboró, mientras yo estaba atrapada entre Ravena, Mandrake y Maléfica, a quien de pronto se le ocurrió explicarnos una nueva forma de convertir príncipes en sapos, para lo cual pretendía usar a Gandalf, a quien, por supuesto no le hizo nada de gracia el intento; de hecho, se puso tan furioso que le lanzó un hechizo para convertirla en lagartija y por un pelo de unicornio, no convirtió a Elías, el gnomo —asistente de Merlín— en un dragón de Comodo.
Qué nochecita, ¡qué nochecita! Hacía mucho no me divertía tanto yendo de compras y es que nunca imaginé que sería tan divertido ver correr a Maléfica, varita y tacones en mano, con un Gandalf furioso detrás, intentando todo hechizo transformador, mientras ella de cuando en cuando se defendía hechizando calderos, escobas y báculos. En realidad yo creo que esos dos se traen algo, pero Delfos, el oráculo no ha querido confirmarlo.
¡Y eso que llevamos siglos preguntándoselo!
Confieso que esta vez aproveché el alboroto para desaparecer —no sin antes pagar por mi pequeño surtido de ingredientes mágicos—; no me apetecía exponerme al asedio de Fistandantilus que, como sabéis, tiene esa obsesión por querer robarle la vida a los demás, y, no, gracias, me gusta mucho mi vida siendo bruja; así que sin pensarlo mucho, tomé mi alforja mágica y, ¡zas! me esfumé. Menos mal he aprendido a desaparecer en un pestañeo, porque por poco no lo cuento, el fastidioso de Randall Flagg me seguía los pasos, el muy necio; es que ¿sabéis? hay magos y hechiceros que no aceptan un «no», por respuesta.
En fin, otro día os contaré mi historia con Randall, que ahora mismo ya no me queda tiempo; Mandrake casi llega y prefiero no hacerle esperar; ¡hoy tocan hechizos de amor danzando desnudos bajo la luna llena!
Caminaba despacio, sintiendo el crujir de las hojas secas bajo sus pies. El aroma a tierra mojada le hizo evocar recuerdos de otros tiempos, cuando presa de las nuevas sensaciones, salía a correr bajo la fina lluvia para observar a las tiernas avecillas canturrear en la rama del viejo arce. Siguió andando cambiando de lugar la cesta que llevaba apoyada en la cadera, rebosante de setas listas para deleitar el paladar de pequeños y grandes.
Inspiró profundo, aquel característico olor enmohecido le robó una sonrisa imaginando la queja de Eloísa por tener que comer setas en la cena y su alegría cuando viese la cantidad de castañas que le serviría de postre.
Suspiró al divisar la humareda elevándose en lo alto. Apretó el paso para llegar a destino antes de que el ocaso diera la bienvenida a la noche.
Dio un último vistazo al paisaje antes de entrar en la cabaña; parpadeó varias veces intentando no perder ni el más mínimo detalle. La profunda nostalgia le invadió un segundo antes de dejar que aquella belleza le robase el aliento. Rosas, dorados, marrones y rojos se fundían en una paleta de colores cargada de pasión y anhelo. Una pequeña lágrima recorrió su mejilla y como si el cielo pudiese sincronizarse con su corazón, comenzó a llover a cántaros.
—Hala, levantaos y iros directito a la cama.
—Pero mamá, es temprano, déjanos un ratito más.
—Mañana iniciamos la vendimia, hay que madrugar mucho, ya lo sabéis.
—Siempre dices lo mismo, mamá. Deja que Neridia nos cuente una historia.
Neridia sonrió al ver a los niños acorralando a su madre como cada viernes.
—Neridia también tiene que madrugar mañana y mucho más que nosotros —Los niños veían a su madre, suplicantes, con ojitos de cordero degollado.
—Puedo contaros una historia, pero solo una si prometéis iros luego directito a la cama sin chistar —Los niños miraron a Neridia y luego a su madre con los ojitos brillantes por la expectativa de salirse con la suya.
—Vale —suspiró Ingrid—, pero que sea solo una historia.
Los niños se abalanzaron contra su madre llenándola de besos mojados y riendo a carcajadas.
—Venga, pequeñajos, sentaos frente al fuego mientras preparo algo calentito —Ingrid frunció el cejo un instante pero al final se rindió.
—Neridia, los consientes demasiado —Neridia negaba con la cabeza, mientras cogía un cazo y comenzaba a verter leche fresca en aquella olla tan singular.
—¿Qué sería de nuestra infancia sin estos pequeños recuerdos que atesorar? —Ingrid la observaba añadir ingredientes a la leche para ver si atinaba a descubrir qué hacía de su chocolate aquella delicia—. No se preocupe, será solo una tacita y luego de la historia a la cama.
—No sé cómo lo logras, Neridia. Si yo les diese chocolate cada noche como ellos quieren —Ingrid echó una miradita de reojo a los niños que ya se hallaban sentados frente al fuego haciéndose carantoñas—, no tendría fuerzas al día siguiente para trabajar.
Neridia se echó a reír con aquella risa tan cantarina.
—Si pudiera hacer eso, entonces no haría falta que estuviese yo por aquí.
—Llevas razón —Ingrid suspiró profundo, rindiéndose ante su incapacidad por seguir el ritmo de las manos de Neridia—. Los dejo a tu cargo, me iré a la cama o mañana no habrá Dios que me levante.
Neridia asintió mientras removía el chocolate burbujeante en la olla.
Ingrid subió las escaleras, mientras Neridia servía el chocolate humeante y espeso en cuatro tazas de diferentes colores pero del mismo tamaño.
Los niños comenzaban a armar un gran alboroto cuando Neridia se acercaba a la chimenea portando una bandeja con las tazas de chocolate y su curioso tazón del color de las uvas maduras sin asa y con aquellos grabados dorados tan peculiares.
Neridia dejó la bandeja en la pequeña mesita y se ubicó en el sillón más cercano a la chimenea.
—Será mejor que os sentéis y habléis bajito, vuestra madre ya se encuentra descansando y no queremos que se enfade, ¿verdad? —Los niños negaron con la cabeza y se sentaron alrededor del sillón.
—¿Nos vas a contar una historia de miedos y monstruos? —Eloísa le dio un codazo a su hermano Martín—. claro que no, tonto. Luego conchita no duerme porque tiene sueños feos —Martín le sacó la lengua a Eloísa.
—Es mejor que dejemos esas historias para otro día, ¿sí? —Martín asintió con la cabeza un poquito embelesado por la caricia de Neridia.
—mejor una historia de príncipes y princesas —Martín y Eloísa fruncieron el cejo a la vez haciendo que su parecido fuese aún más palpable a simple vista.
—Creo que hoy le toca escoger a —Neridia cerró los ojos moviendo el brazo derecho en un balanceo que les arrancó varias risitas— a ti —dijo finalmente tocando la frente de Sebastián, el más pequeño de todos.
Sebastián dio varias palmaditas y se echó a reír.
—¡Toria de Maya!
—Muy bien, os contaré una historia de magia, pero antes coged vuestras pociones y empezad a beber —Neridia fue dándole a cada pequeño una taza— Soplad con cuidado y sorbed despacio, mis pequeños aprendices.
Los niños obedecieron exhalando un suspiro de satisfacción al saborear aquel chocolate tan calentito y reconfortante. Tras dar un sorbo a su infusión, Neridia comenzó su historia.
Hace mucho, mucho tiempo, en una tierra muy lejana apartada de los hombres, existía un reino inmaculado donde habitaban los dioses emoridios.
—¿Los Dioses emo qué? —Eloísa le dio otro codazo a Martín, mientras Conchita le hacía señas para que se callase—, jope pero si no entendí.
—chitón —conchita le dio un pellizco, haciendo que Martín casi se tirase el chocolate encima.
—Callaos ya, que no dejáis escuchar la historia —Martín se enfurruñó pero guardó silencio después de todo.
—Los dioses emoridios, que eran unos dioses encargados de vigilar por la pureza de todo lo que existía en el mundo —Neridia dio otro sorbo a su infusión.
—¿Había castillos y soldados y caballos y espadas y reyes y princesas con sus príncipes y eso ahí donde esos reyes raros? —Neridia esbozó una cálida sonrisa ante la pregunta de Conchita.
—La verdad es que no, querida. Allí solo habitaban los Dioses.
—¿Y Eran muchos dioses? —Neridia negó con la cabeza y volvió a sonreír.
—solo eran tres dioses: Psiconidio, Emonidio y Fisonidio.
—qué nombres más feos que tenían esos dioses —Neridia soltó una risita en acuerdo con Martín.
—shhhh.
Martín puso los ojos en blanco y se acomodó mejor frente al fuego. Sebastián se acercó a Neridia y le extendió los bracitos.
—Tenían nombres un poquito feos, sí —Neridia dejó su taza en la bandeja y cogió al niño levantándolo para acomodarlo en su regazo.
—Y estarían tristes allí, ¿no? —conchita se relamió los bigotes de chocolate antes de dejar su taza sobre la bandeja— Es que ellos tres solitos ahí… yo cuando estoy solita a veces me siento triste.
—Tristes no sé, pero aburridos sí que tenían que estar —Eloísa le dio un empujoncito a Martín al tiempo que le hacía señas a su hermana para que guardara silencio.
—Bueno —carraspeó con suavidad Neridia—, llevaban una vida algo solitaria, porque se supone que ellos solo debían velar por sus obligaciones, así que de vez en cuando lo que hacían para no aburrirse era desafiarse los unos a los otros.
—¿con espadas? —Neridia sonrió a Martín, negando con la cabeza.
—Se desafiaban usando la magia.
El niño abrió mucho los ojos.
—O sea que se lanzaban rayos y embrujos y maldiciones con chispas de colores, ¿es así? —El rostro de Neridia se puso serio por un momento.
—No te pongas triste, Neridia —La voz de Eloísa mostraba gran afecto y preocupación.
—claro que no, cariño —Neridia reacomodó a Sebastián en su regazo—. Termina tu chocolate.
Eloísa asintió con la cabeza, relajándose mientras disfrutaba del intenso sabor a canela mezclado con el chocolate y el azúcar.
—Bueno, si no hacían nada de eso, entonces ¿como se peleaban?
—Recuerda que estos eran dioses para cuidar todo lo puro, no se podían pelear de verdad —Neridia asintió a Eloísa.
—Se decían muchas cosas, pero no se peleaban con la magia porque además solo podían crear cosas, no destruirlas.
—¡Qué chachis! Mola un montón poder hacer de todo sin romper nada —Neridia sonrió con algo de tristeza.
—En realidad eso no fue todo el tiempo así, Martín.
—Ah ¿no? —Martín veía a Neridia con los ojos muy abiertos— ¿Qué pasó?
—Lo que pasó es que su padre, harto de escucharles pelear tanto creó a los hombres y las mujeres y les ordenó cuidar de sus mentes, sus emociones y sus cuerpos y le cedió el cuidado del mundo a Naridia. El dios padre pensó que así se acabarían las peleas, porque estarían muy ocupados haciéndose cargo de cuidar a los humanos.
—¿Y se acabaron? —Neridia reprimió una carcajada ante el coro de aquellas voces.
—Yo creo que fueron a peor, porque imagínate, andarían todos alucinados con la gente de aquí abajo.
—Eso es una gilipollez, Conchi; si son dioses, tienen superpoderes —Conchita puso los ojos en blanco al escuchar a Martín.
—Dejad de pelearos, jope; más bien vamos a ver qué más sigue de la historia —Los niños obedecieron a su hermana mayor y se tumbaron boca abajo, apoyando el mentón sobre sus manos y los codos en el suelo.
—La verdad es que Conchita lleva algo de razón. La cosa empeoró porque ahora se peleaban por ver qué hombres o mujeres tenían los mejores cuidados: La mente con los pensamientos más nobles, el corazón con los sentimientos más puros, los cuerpos más hermosos y sin cicatrices ni marcas que los afeasen.
—Uy, su papá dios se habrá puesto como una furibundia, ¿no? Así como se pone mamá cuando nos ponemos a pelearnos por poner el angelito en el árbol.
—Furia, Conchi, la furibundia no existe.
—da igual si al final me entendiste.
—Papa fadado, ti —Neridia aspiró el aroma de Sebastián y le hizo cosquillitas antes de proseguir con la historia.
—En realidad el dios padre se enfadó, pero no por eso, sino porque uno de ellos había llevado a una mortal allí a su reino para evitar que muriese.
Los niños exclamaron con sorpresa a la vez.
—Seguro se enamoró.
—Los dioses no se enamoran, Conchi.
—Callaos, enanos.
—Claro que sí se enamoran —Conchi hizo un puchero mirando a Neridia con cierta súplica en sus ojitos verdes.
—bueno, Martín, no es muy frecuente que los dioses se enamoren, pero este sí se había enamorado y no quería perder a la chica, así que la llevó consigo.
—toma ya —Martín le sacó la lengua a Conchita haciendo muecas—. Deja de poner caras tontas —Conchita le lanzó un cojín a su hermano.
—Dejad de interrumpir; vais a despertar a mamá y si me castigan voy a contar lo que ya sabéis —Los niños miraron a Eloísa primero y luego se miraron entre sí.
—Vale, vale, Isa —dijeron a la vez— Nos vamos a quedar calladitos pero tú promete que no vas a decirle nada a mamá.
Eloísa los vio ladeando la cabeza, pensativa. Los niños, asustados se reacomodaron a su alrededor, expectantes.
—De acuerdo —murmuró—, ahora dejad que Neridia termine la historia.
Los niños asintieron mirando a Neridia con la súplica reflejada en los ojitos.
—¿Qué pasó después, Neridia? —Martín levantó una mano cuando Neridia iba a comenzar de nuevo.
Eloísa y conchita pusieron los ojos en blanco, Sebastián se empezó a reír.
—¿qué ocurre, querido?
—¿Por qué se moría la gente? ¿Qué no los cuidaban bien? —Una chispa de diversión cruzó la mirada de Neridia un instante.
—Eso no importa —Martín fulminó a conchita con la mirada.
—a mí sí me importa saber —Eloísa miraba a ambos hermanos, incrédula.
—¿Vais a empezar de nuevo? —Los niños negaron con la cabeza ante el tono impaciente de Eloísa.
—Veréis, lo que ocurría es que los humanos enfermaban porque pasaban de vivir bajo mucho calor y sol, a vivir en un frío muy intenso siempre bajo la noche y la luna.
—¿No había otoño? —preguntaron los críos a la vez.
—Naridia se negaba a crear otra estación, así que en el mundo solo había vida durante los meses en que había sol y calor.
—¿todo se moría? Los parajitos y las flores y los árboles y las ardillas y los cervatillos y los conejitos y —Martín le puso una mano en la boca a Conchi para acallarla.
—Pero eso es muy cruel —Neridia asintió con la cabeza mirando a Eloísa, que se estremecía de pies a cabeza.
—¿Y entonces, qué hicieron los dioses? ¿qué pasó con la chica? —Martín dio un respingo cuando Conchi le mordió un dedo—. Ouch —murmuró—, no tenías por qué morderme, jope.
—En realidad ellos no hicieron nada, fue la chica, que viendo como se morían todos pidió audiencia con la diosa Naridia.
—¡Ajá! Y la diosa zasca, la desapareció de un rayo fulminante —Martín hizo el gesto de cerrarse la boca con cremallera al ver a sus dos hermanas cruzando los brazos y a punto de saltarle encima.
Neridia reprimió una carcajada.
—Bueno, no fue así en realidad —Martín frunció el cejo y achicó los ojos, pensativo.
—¿La churruscó?
—Martín casi grita con el pellizco que le dio conchita, pero se mordió la lengua a tiempo—. Vale, vale —masculló entre dientes aguantando el dolor.
—Naridia le dijo a la chica que si ella abandonaba el reino, crearía una nueva estación para que los seres vivos no muriesen por el cambio de temperatura y pudiesen albergar la suficiente fuerza vital para superar el frío y la noche.
—¿Y el dios que la llevó aceptó ese trato? —Neridia miraba a conchita con evidente tristeza.
—el dios no supo nada de esto hasta que fue muy tarde; así que tuvo que presenciar cómo Naridia utilizaba a la chica para crear la nueva estación.
—Pobrecito.
—¿O sea que la chica se convirtió en el otoño?
—Así es, querido. Naridia utilizó la fuerza vital de la joven. Utilizó su sangre para teñir de rojo intenso el ocaso, el color de sus ojos para dar esos ricos matices marrones a la tierra, el color de su cabello, dorado como el trigo para marcar la diferencia entre el verdor de la vitalidad y el estado de latencia que tendrían de ahora en adelante todos los seres del reino vegetal antes de que llegase el frío y la noche, el aroma de su piel para matizar el viento y la brisa, sus lágrimas para atenuar el ardiente sol y refrescar la temperatura y el rosa de sus labios como aviso divino desde el cielo a los humanos en cada amanecer y fue transformándola en el otoño.
—Es una historia bonita, pero muy triste. El papá dios tendría que haberla salvado —Neridia se puso en pie con Sebastián en los brazos, que ya dormía con evidente placidez.
—Y en cierta forma lo hizo, porque en castigo a naridia la devolvió a la vida y la convirtió en la guardiana del otoño; así, mientras transcurre esa estación le permite a ella volver durante las noches a encontrarse con su amor.
—¿De verdad? —Neridia asintió con la cabeza.
—De verdad —conchita miraba a Neridia con los ojos muy abiertos y una sonrisa en los labios—. Cada noche del otoño, ella atraviesa el arco de piedra que separa este mundo de aquel reino y cruza el puente sobre el río emoridio que le permite alcanzar la orilla del otro lado donde la espera su dios.
—Venga, es hora de iros a la cama.
Los niños se levantaron del suelo con lentitud.
Martín la observaba con atención, mientras Neridia los guiaba escaleras arriba directo a sus habitaciones.
—la chica de la historia se parece mucho a ti, Neridia.
—¿Ah sí? —Los tres niños asintieron con la cabeza—. No me había dado cuenta, querido.
Neridia terminó de subir las escaleras y caminó hacia la habitación de las niñas, abriendo la puerta con suavidad.
—buenas noches, Neridia.
—buenas noches y dulces sueños, pequeñas.
Neridia esperó a que las niñas cerraran la puerta y se dirigió a la habitación de los niños con Sebastián en brazos y Martín pisándole los talones.
Acostando a Sebastián en su cama, ayudó a Martín a acomodarse el pijama y a arroparse hasta la barbilla.
—buenas noches, Neridia.
—buenas noches, querido. Dulces sueños.
Martín cerró los ojos y fingió quedarse dormido. Neridia salió de la habitación con cuidado de no hacer ruido.
Unos minutos después, los tres niños salían de sus habitaciones para ver desde el rellano, cómo Neridia desaparecía en menos de un parpadeo dejándolos con la boca abierta y los corazones rebosantes de emoción.
“No hay duda de que la ficción hace un mejor trabajo con la verdad.» Doris Lessing.
Un rayo atravesó la oscuridad cayendo sobre el viejo roble con un ruido atronador partiéndolo en dos.
¡Puuum, Ruuuumble… craaash!
El viento comenzó a soplar con fuerza silbando su furia contra el pobre roble, haciendo que sus ramas, ya inclinadas y a la deriva, suplicasen por clemencia a las ventanas que, cerradas a cal y canto observaban impávidas como aquel vendaval se abalanzaba contra ellas.
¡joouuuuuu, joouuuuuuuh, plac plac!
Abrí los ojos cuando comencé a sentir cómo se balanceaban de un lado a otro los muebles y por tanto todo lo que en ellos había. Ponerme en pie me costó lo suyo.
Me moví con rapidez justo antes de que la lámpara cayese sobre mi cabeza.
¡plof, crash, Crick, Crick!
—grgrgrgr —gruñí, maldiciendo por lo bajo al pisar los cristales esparcidos en el suelo.
La tierra dejó de moverse por fin, así que decidí salir de mi aislamiento y verificar el estado de la edificación. Visto lo visto, debería haber una gran alaraca y ese silencio, apenas roto por murmullos entrecortados me resultaba sospechoso.
—¿qué coño se os habrá ocurrido hacer ahora? —Cerré los ojos intentando rastrear al grupo que había dejado en el salón antes de iniciar mi descanso y al no percibirles supe que esta noche habría muchos problemas y más de uno obtendría su castigo.
Salí con cuidado tras ponerme las botas, un par de pantalones y una camiseta. La luz de la luna se colaba por la ventana iluminando la mitad del espacio, creando sombras fantasmagóricas al chocar contra las estatuas ubicadas a lo largo del pasillo.
Decidí asomarme por la ventana y ver qué podía divisar en medio de la tormenta, algo no iba nada bien.
—Estará todo como la boca del infierno —pensé, imaginándome todo lo que deberíamos reconstruir y reparar una vez amainara el temporal.
—¿Temporal? —pensé, intentando recordar— No se supone que hubiese tormenta esta noche —corrí a una velocidad sobrenatural para acercarme a la ventana.
Me detuve en seco un instante, mientras veía la luz de la luna reflejándose en el suelo, al tiempo que el viento aullaba contra las ventanas, los truenos y los rayos se escuchaban estallando y la lluvia parecía caer con fuerza.
¿Pocpocpoc, pocpocpoc, pocpocpoc, pocpocpoc!
—Pero, ¿qué demonios? —mascullé al observar aquel espectáculo a través de la ventana.
Estuve tentado a abrir y gritar como poseso, pero aquello requería una intervención inmediata antes de que todo se saliese de control.
Bajé las escaleras a toda prisa y de tres en tres, mientras de las diversas habitaciones las iniciadas, los cazadores y el resto de la hermandad salían a medio vestir, con gesto adusto los hombres, con incredulidad las mujeres.
Alcanzar la puerta de salida me costó lo suyo. El salón mostraba con claridad los vestigios de lo ocurrido y eso me crispó aún más los nervios.
—No seas demasiado duro —La voz de Brannagh adoptó un tono empalagoso que solo utilizaba cuando se sabía cómplice de las travesuras y procuraba minimizar las consecuencias.
—Después arreglaré cuentas contigo —Brannagh se estremeció ante la intensidad de mi mirada y aunque intentó guardar la compostura, saboreé la satisfacción de meterle el miedo en el cuerpo.
—Cabhan, por favor, sé comprensivo.
—No estás en posición de pedir ni comprensión ni clemencia, tú menos que nadie —Brannagh bajó la cabeza fingiendo una sumisión que yo sabía no sentía.
—tienes razón, pero —La interrumpí sin darle tregua a que usase su don sobre mí—. Mejor guárdate ese truco para cuando tengas que enfrentar a la guardiana —Ver la palidez en su rostro me regocijó.
—No serías capaz de…
—¿en serio crees que no sería capaz? —Achiqué los ojos con malicia—, es evidente que no me conoces, hermana.
—Por favor, solo son críos —Di un paso hacia Brannagh y vi cómo se encogió de miedo
—Cierra la boca, Brannagh —espeté con la mano derecha lista para asestar el golpe—. Críos que estaban a tu cargo y bajo la supervisión de esa —me mordí la lengua antes de maldecirla y truncar su destino—. Ocúpate de explicarle tú al primus hunter y al resto de cazadores por qué su descanso se ha visto interrumpido —Miré a mi alrededor y fruncí el cejo—; y arregla este desastre. Vamos a ver si puedo ocuparme de Adad sin que esto pase a mayores.
Brannagh asintió con una expresión de verdadero temor en el rostro; luego de la furia de Lilith y los terroríficos castigos de la guardiana lo peor era enfrentar el cabreo de Deaglan.
Salí dando un portazo. Mirando de reojo el ventanal del salón, pude ver a Brannagh gesticulando con la cabeza gacha, mientras Deaglan, cruzado de brazos adoptaba una rigidez cada vez más evidente. Sonreí para mis adentros, aunque la sonrisa no me duró demasiado.
Me pasé la mano por el rostro y la cabeza una y otra vez observando aquel caos desarrollándose en el patio central. El pobre Aengus hacía sonar el triángulo de la atención tan rápido como sus viejos brazos le permitían, pero nadie parecía escuchar o, mejor dicho, pasaban de él de forma descarada, ya que en menos de dos parpadeos, de la tensa calma que había cuando llegué, los críos pasaron a formar dos bandos iniciales que no duraron mucho en formación y que terminó por transformarse en un todos contra todos.
—Madre de la oscuridad —alcancé a escuchar, cuando las mujeres salieron en tromba al enterarse de lo ocurrido y comprobaron de primera mano que esta vez no era un exceso de severidad por mi parte.
Los críos comenzaron a gritar mientras peleaban entre sí con puños, pezuñas, dientes y lo que encontrasen a la mano revolcándose en el lodazal que se había formado producto de la tempestad que había creado Adad, dios babilonio de la tormenta y con un muy mal carácter, a decir verdad. Desde luego, si todo hubiese quedado solo en lanzamiento de bolas de lodo el caos sería menor, pero cuando mezclas a críos con distintos poderes sin desarrollar a los pies de dos criaturas temperamentales e impredecibles, comienzan los verdaderos problemas.
—¡Aednat! ¡Dónde infiernos estás metida! ¡Sal ahora mismo! —Grité mientras utilizaba parte de mi poder para separar a los críos y alejarlos de aquel duelo antes de que alguno saliese más que lastimado.
—¡Ya verás tú, soplapollas babilónico lo que es un verdadero temporal! —Abad achicó los ojos cambiando de forma, mientras sus células parecían desintegrarse para volver a unirse en un tornado que prometía arrancarnos a todos de esta dimensión y enviarnos al sueño eterno.
Mis ojos no daban crédito a lo que veían y, consciente de que se nos iba a armar un buen follón, supe que tenía que mover el culo y la hermandad también, antes de que los críos terminasen hechos polvo y no en un sentido figurativo.
—voy a arrancarte las escamas una por una, Aednat, por Lilith que te dejaré sin escamas y luego sin piel como no aparezcas ahora mismo.
Mientras Bad, genio persa del viento y las tempestades se preparaba para enfrentar a Adad, inspiré profundo meditando cuál sería la mejor forma de detener aquel caos sin enfurecer a ninguno de los dos , o al menos no tanto como para que terminase por churruscarnos a todos los presentes con un rayo o ahogarnos en el mejor de los casos.
—Cuento hasta cinco y más vale que te presentes y me des una explicación —Exigí mientras iba sacando del juego a cada crío, procurando que las hermanas se hiciesen cargo de atender las rodillas raspadas, las manos y las alas humeantes, los rasguños y los moratones.
Un rayo cayó en medio del lodazal haciendo temblar el suelo. La tempestad arreció aunque por fortuna seguía contenida por los límites del patio central.
—Sacad a los críos de aquí y procurad que les revisen con detalle, algunas quemaduras necesitan cuidado.
¡Poooomba!
La explosión de uno de los transformadores de energía eléctrica luego de que Adad lanzara un rayo contra el genio nos ensordeció un instante.
Las iniciadas se estremecieron y comenzaron a moverse a toda velocidad. Eleonora asintió con un movimiento de cabeza, organizando a las hermanas y alejándose del caos todo lo que le fue posible.
—¿Este soplapollas babilónico va a hacer que muerdas el polvo de la quinta paila del infierno, meretriz angelical —Otro rayo se formó iluminando el centro de aquel tornado infernal que se dirigía hacia Bad levantando todo a su paso.
—Sorcha, quédate —Alcé la mirada un instante para fijarme en la lucha de ambas criaturas.
Sorcha siguió mi mirada y apretó los dientes con fuerza.
—Necesitaremos algo más que tu fuerza y la mía —Asentí sin dejar de mirar el duelo climático y la destrucción que empezaba a devastar el paisaje y que amenazaba con alcanzar a toda la hermandad.
—Lo sé.
—¿La llave, sabes quién fue? —Iba a responder cuando Aednat decidió dar la cara.
—He sido yo, Sorcha
Al ver el rostro de la guardiana comprendí por qué las iniciadas y tantos integrantes de la hermandad le temían y le odiaban en la misma medida. Sin pensármelo demasiado me interpuse entre ambas.
—Tendrás tiempo de encargarte de su corrección mas tarde —Advertí a la guardiana antes de golpear a Aednat en el rostro.
A la chica se le llenaron los ojos de lágrimas y la boca de sangre, pero supo guardar la compostura.
—Desde luego que me haré cargo, Cabhan —La chica palideció al escuchar el tono de la guardiana.
Mis ojos cambiaron de color producto de la furia, al ver cómo el genio usaba su poder para arrojarle a Adad lo que iba encontrando a su paso.
—¿Tienes idea de lo que hiciste? —Aednat tragó con fuerza, bajando la mirada.
—Lo siento, Cabhan, yo solo quería que los críos se divirtiesen, no imaginé que —Mi depredador rugió en mi interior haciendo que Aednat diese un paso atrás—. Y no se te ocurrió otra brillante idea que abrirle el portal a un genio y a un dios de la tempestad, ¿no? Si es que pedir que uses la cabeza para algo más que lucir los cuernos de tu depredador es mucho pedir.
—Conjuré a Adad cuando el genio perdió el control llevándose los críos fuera, Cabhan. Te juro que —La ira me cegaba de tal forma que volví a golpearla ahora dejando mis garras hacer sendos surcos en su rostro.
Algunas iniciadas chillaron al ver el rostro de Aednat desfigurado, pero me bastó una sola mirada para hacerles callar.
—¡Abre el portal! —Ordené al ver como las tempestades iban aumentando su ferocidad—. Y más te vale que te asegures de hacerlo bien, o te juro que no habrá más lunas oscuras para ti, Aednat.
Aednat palideció y trastabillando se ubicó en medio de aquellas criaturas. Supe cuando inició el conjuro pues sus labios se movían incesantes y la atmósfera iba cambiando cargándose de energía.
—No es suficiente, Cabhan, tenemos que unirnos y aportar nuestra fuerza vital, ambas criaturas están fuera de control.
—Necesitamos completar la formación —Sorcha asintió con los labios apretados haciendo que su rostro adoptase un gesto que había observado en muy pocas ocasiones.
Aednat seguía recitando el conjuro. El rictus de su rostro hablaba por sí solo.
Deaglan se acercó arrastrando a Brannagh del cabello.
—observa tu obra, maldita hechicera —El primus hunter empujó a Brannagh con fuerza dejándola frente a nosotros.
Aednat cayó de rodillas, esta vez abrir el portal le costaría más de lo que habría imaginado jamás.
—¡No! Ayudadla, os lo suplico —El rostro de la hechicera bañado en lágrimas reflejaba el terror que sentía en cada poro de su piel.
Hice un gesto a Deaglan y sin perder más tiempo nos ubicamos dejando a Aednat a la cabeza, con Brannagh tras ella y Deaglan custodiando la retaguardia.
—¿Lista? —Sorcha asintió ubicándose a la diestra de Brannagh, mientras yo me ubiqué en su siniestra.
En el idioma más antiguo de las civilizaciones comenzamos a recitar el conjuro que no solo abriría el portal sino que enviaría a cada criatura al lugar de donde nunca debieron salir.
Un enorme portal se creó sobre nosotros, arrastrando al genio a tal velocidad que no tuvo tiempo de finalizar su siguiente ataque.
Aednat temblaba haciendo un esfuerzo sobrenatural por no caer de bruces y romper el conjuro, mientras Adad luchaba con todas sus fuerzas para no ser absorbido por el portal.
—¡No me iré sin mi prenda! —Aednat cayó de bruces contra el fango, pero el portal permaneció activo.
Un cosquilleo en la nuca me advirtió de su presencia justo cuando se materializaba por encima del portal.
Con su altivez característica nos observó a todos con desagrado.
—vosotros no sabéis sino causar problemas, ¿verdad? —Me mordí la lengua para no replicar ante aquella afirmación.
Brannagh intentó acercarse a Aednat, pero el príncipe se lo impidió.
—Os toca decidir quien de vosotros será la prenda —todo mi cuerpo se puso en alerta ante las palabras del príncipe—. Aunque pensándolo mejor, tú… tú serás la prenda de Adad —Brannagh fue elevada en el aire mientras gritaba y se retorcía intentando zafarse de aquello que la mantenía retenida.
Los presentes ahogaron un grito al ver cómo Adad engullía a Brannagh antes de atravesar el portal.
—ahora si me permitís, seguiré en mis asuntos —el príncipe nos observó con desdén antes de esfumarse en medio de una cascada de fuego que sin más también desapareció.
La tempestad se detuvo y pude fijarme con más detalle en los daños que tendríamos que asumir antes de que la señora volviese. Mis ojos se detuvieron en el cuerpo de Aednat, que seguía inmóvil con la mirada perdida y vacía.
Eleonora se acercó a toda prisa. Vi el dolor y la tristeza reflejada en sus ojos al ver el estado de Aednat.
—Lleváosla y si llega a recuperarse, trasladadla al foso de aislamiento —Deaglan alzó una ceja ante mi decisión.
—como tú ordenes, Cabhan —Eleonora hizo señas a sus dos asistentes de enfermería, quienes se ocuparon de Aednat y su traslado.
—si no os importa, me retiraré —Asentí con un movimiento de cabeza al primus hunter, sin quitar los ojos de Aednat mientras era llevada a la cámara de restitución—. Mañana al atardecer nos ocuparemos de las restauraciones.
—De acuerdo —Deaglan desapareció ante mis ojos. Me giré para avanzar hacia los dormitorios cuando Eleonora y Sorcha me cortaron el paso.
—¿Hablabas en serio? —alcé una ceja, inquisitivo.
—¿A qué te refieres, Eleonora?
—No te hagas el idiota conmigo, Cabhan. Sabes bien que me refiero a tus órdenes.
—¿cuándo he dado yo una orden que no vaya en serio? ¿Se te olvida quién y qué soy? —Eleonora se tensó ante mi tono, apretando los dientes con fuerza.
—No cuestionamos tu rango, general. Es solo que ni siquiera es seguro que se recupere —Sorcha dio un paso adelante, buscando encontrarse con mi mirada.
—¿La guardiana mostrando debilidad? Eso sí es toda una novedad.
—Esto no es un asunto de debilidad, Cabhan. La chica ha perdido casi toda su energía vital, sin mencionar que también perdió a su hermana. No estoy segura de que salga de la cámara —Di un paso adelante para enfrentarme a Eleonora.
—No te atrevas a abogar por ella, Eleonora. ¿Sabes cuántas vidas han podido perderse hoy aquí fuera? No voy a seguir permitiendo que el legado de la hermandad corra semejantes riesgos. Tu primogénita estaba ahí —Eleonora palideció un instante y aunque retomó el control, pude fijarme como se estremecía de miedo—. Aednat ha transgredido las normas demasiadas veces; es hora de que aprenda la lección y si no es capaz de seguir las normas, entonces será desterrada… o eliminada, como vosotras prefiráis.
—Me encargaré de cumplir tus órdenes, general —Sorcha hizo la reverencia de costumbre asignada a mi rango y desapareció.
—No puedes hablar en serio, Cabhan, Aednat es sangre de tu sangre, carne de tu carne —Eleonora me observaba, incrédula.
—Tengo una responsabilidad con la hermandad, Eleonora y con la señora. Aednat ha ido muy lejos esta vez y ya no puedo dejarlo pasar. Imagina que otras llaves copien su ejemplo, que por divertirse una noche comiencen a invocar todo tipo de criaturas, dioses de otros panteones. Bastante difícil es ya la situación con Abaddon libre y a sus anchas.
—Es tu sangre.
—Y puede ser nuestra perdición si no le pongo un freno ahora, Eleonora.
—Es muy joven todavía.
—Tiene 117 años, Eleonora. Lo que ha hecho ha sido una gran irresponsabilidad por su parte y sabes bien que este tipo de fallas tiene un precio muy alto.
—Aednat no pretende destruir la hermandad, tienes que saberlo, Cabhan.
—Esto no se trata de intenciones, Eleonora —dije dando zancadas de un lado a otro frente a ella—. Aednat está a punto de alcanzar la mayoría de edad y con ello un aumento de su poder. No podemos tener a una llave que no sepa seguir las normas, que ponga en riesgo a los críos de esta manera y lo sabes.
—Has tenido que ocuparte de ella y de Brannagh desde muy joven —me detuve en seco, taladrándola con la mirada.
—Es mejor que no tomes esa vía, Eleonora. Te lo advierto. Mi paciencia es escasa y hoy he agotado mis reservas —Eleonora bajó la cabeza, avergonzada—. Entiendo que tu instinto todavía está latente porque tu cría es muy pequeña; pero no intentes manipularme. Yo he aceptado mi destino y las consecuencias de mis decisiones y mis actos; Aednat debe aprender a hacer lo mismo o no sobrevivirá aunque se recupere y Lilith no termine eliminándola o desterrándola.
—me disculpo, he trasgredido límites que no he debido traspasar, Cabhan —Ver a Eleonora abogar por Aednat de aquella forma me recordó demasiado a nuestra madre y no pude evitar que mis emociones se desbocasen.
—Márchate y ocúpate de lo que te corresponde, Eleonora.
—Como ordenes, general —el dolor de Eleonora era casi palpable, pero mi dolor junto a mi ira eran mucho más potentes.
Una vez que la vi ingresar a los dormitorios, dejé que mi depredador tomase el control y cuando hubo finalizado mi transformación, expandí mis alas y me elevé a toda velocidad dejando que mis instintos guiasen a mi bestia.
En la segunda planta, Deaglan Y Sorcha observaban a aquel enorme dragón cruzando la oscuridad.
—No pensé que fuese capaz —Sorcha seguía al dragón con la mirada.
—Yo tampoco, pero eso es lo que lo hace ser quien es y ostentar el rango que ocupa —Deaglan asintió, inspirando profundo al detectar el tono de la guardiana.
—supongo que es inútil que te ordene que te vayas a la cama, ¿verdad? —Sorcha asintió en silencio sin dejar de observar por la ventana.
—Ojalá que en algún momento se dé cuenta de que somos algo más que criaturas de la noche con el deber de proteger un legado —Sorcha evitó mirar al primus hunter, pero él no perdió detalle de las emociones que cruzaron su mirada—. Ojalá abra los ojos y no pierda todo lo que anhelas ofrecerle.
Deaglan vio como la armadura de la guardiana se resquebrajaba y admiró la fortaleza de aquella mujer para contener sus emociones.
—buenas noches, Sorcha.
—buenas noches, Deaglan.
Deaglan desapareció, mientras Sorcha luchaba para mantener sus emociones a raya; lo peor que podría pasar en estos momentos es que su secreto más preciado fuese conocido por la hermandad.
“El que quiere arañar la luna se arañará el corazón.” —Federico García Lorca.
“La ambición está más descontenta de lo que no tiene, que satisfecha de lo que tiene.” —Fénelon.
La risa de Vanora rompió el trance. Pestañando con fuerza, alcé la mirada. Mi señora me observaba, expectante.
—Nuestro destino está en tus manos, si decides aceptar esta misión.
Tragué grueso y contuve la respiración. Cerré los ojos rememorando cada instante de la visión que Lilith, señora de la luna oscura reprodujo para mí.
—entiendo que es mucho lo que te pido, pero eres la única a quien puedo confiarle este secreto.
La voz rota de mi señora me forzó a salir de aquel ensimismamiento. ¿Quién habría pensado jamás que Lilith, señora de todo mal, de la luna oscura, podría sentir debilidad o preocupación? La observé con adoración, haciendo a un lado mis dudas y mis recelos. Mi señora no me tendería una trampa, ¿verdad? Sería incapaz de arriesgar a toda la hermandad solo por ambición o venganza.
—¿Y bien? ¿Has tomado ya una decisión?
—Acepto, mi señora. Mañana tendréis en vuestras manos el diamante de Abaddon.
—Sabía que no me defraudarías, ve, hija mía y cumple tu misión. Tu recompensa será eterna.
Asentí con un movimiento de cabeza y la señal reglamentaria de fidelidad y entrega eterna a su culto y desaparecí.
Entré en mi habitación seguida por Liam.
—¿Dónde te habías metido? Llevo horas intentando dar contigo —Liam me observaba, suspicaz. Sus hermosos ojos verdes, esos que me cautivaron desde el primer día que lo vi, refulgían reflejando el fuego que palpitaba en la chimenea de mi habitación.
—No tengo tiempo ahora para esto. Mira, sea lo que sea puedes tratarlo con Sorcha, ¿de acuerdo? —Liam frunció el cejo y cruzó los brazos a la altura del pecho.
—No me vengas con esa mierda, Iona. Eso se lo dices a las iniciadas, no a mí, ¿vale?
—¿Qué coño quieres de mí, Liam? ¿Por qué siempre tienes que presionar y presionar?
Liam me abordó en dos zancadas tomándome con la delicadeza de siempre acariciándome el rostro, rompiendo mis barreras y mi fortaleza. El contacto con su piel me estremeció de pies a cabeza; el corazón me latía con fuerza y a tal velocidad, que, si no supiera que puede regenerarse, habría creído que me explotaría dentro del pecho y que por fin llegaría el fin de mi existencia.
—Te quiero a ti, así ha sido siempre y así será, aunque no lo aceptes y te niegues a compartir tu sangre conmigo, Iona.
—No puedo y lo sabes —Mi voz era apenas un susurro casi inaudible.
—No quieres, que no es lo mismo. Tu ambición de poder puede más que el amor que sentimos.
—sigues con lo mismo. ¿Cuántas veces he de decirte que no siento por ti nada más que la lealtad del único lazo que nos une? —di un par de pasos atrás rompiendo el contacto.
—No te creo, Iona. Me amas. Yo lo sé y tú lo sabes, aunque jamás lo admitas por creer que así llegarás a ser Primus Sister.
—¡Cállate! No sabes lo que dices —Ver la tristeza en aquellos vivos ojos verdes me rompía a cada instante.
—Como quieras, Iona. Si deseas seguir engañándote creyendo que serás la primus sister, adelante, no seguiré arrastrándome tras de ti —Aquellas palabras me atravesaron el corazón, haciéndome temblar, venciendo mi resistencia.
—Tengo una misión —Liam suspiró, negando con la cabeza.
—sigues con ese tema, mo grá. Tu misión no es ser la primus Sister; ese puesto ya tiene nombre, todos lo sabemos; tú eres la única que no ha querido verlo —Liam comenzó a alejarse con lentitud y aquel vacío entre ambos me debilitaba cada vez más.
—No, tengo una verdadera misión. He estado con la señora, en una hora partiré —Intenté dar dos pasos para acortar la distancia, pero Liam avanzó tan rápido que el impacto con su cuerpo me hizo retroceder.
—¿De qué hablas? ¿Qué misión es esa? ¿A dónde tienes que marcharte? —Las preguntas de Liam surgían sin cesar, chocando contra mi silencio.
—No puedo decírtelo, nadie debe saberlo —Las manos de Liam me sujetaban con tal fuerza que pensé me arrancaría los brazos desde la articulación del hombro.
—No tienes que aceptar, nada te obliga y lo sabes. Sea lo que sea que Lilith te haya pedido, no aceptes, Iona, por favor —La desesperación de Liam me golpeaba en lo más profundo, atizando mis dudas y esa manía exasperante de cuestionarlo todo, de no dar nada por sentado.
—Dime que no aceptaste, dime algo por el legado sagrado, Iona; dime que has dicho que no.
—No puede decirte eso, Liam. De hecho, no puede revelar nada, pero yo sí lo haré.
—Sorcha —La voz de Liam adoptó una gelidez que comenzaba a impregnar toda la habitación.
—Habla de una puta vez, O déjanos a solas.
Sorcha sonrió con esa malevolencia tan característica en ella; esa que provocaba el instinto más perverso de cualquier integrante de la hermandad por sacar al depredador que todos llevamos dentro.
—¿Por qué tanta prisa, Liam? Todavía tenemos unos minutos para compartir entre hermanos —Sorcha miró el reloj de arena que yacía sobre mi escritorio y su sonrisa se hizo más maléfica.
—No nos hagas perder el tiempo y habla, si es que en realidad tienes algo que decir y no solo estás evitando lo que tarde o temprano ha de ocurrir.
Sorcha soltó una carcajada mientras observaba en detalle a Liam. Viendo su actitud cualquiera diría que estaba provocándole, pero ya la conocía mejor y sabía que buscaba algo más que la excusa de llevarle al foso de aislamiento.
—Créeme, Liam. No tengo interés alguno en evitar lo que va a ocurrir. Ni tú ni yo tenemos poder sobre el destino. La diferencia es que yo tengo certezas y tú, solo tienes deseos y suposiciones —Liam apretó los dientes procurando mantener el control.
—No voy a caer en tus provocaciones, Sorcha —La mirada de la guardiana me estremeció por completo.
—Recoge tus cosas, hermana. Hemos de partir esta misma noche, Avalon te espera —Aquellas fueron palabras suficientes para poner la mente de Liam en funcionamiento. Si algo le hacía digno de estar en la hermandad era la velocidad de pensamiento y el grado de inteligencia que poseía.
Liam se interpuso entre Sorcha y yo.
—Ella no irá contigo a ninguna parte —Sorcha alzó una ceja, inquisitiva.
—Parece que olvidas que no puedes hacer nada, no tienes derechos aquí, Liam. No habéis compartido derechos de sangre, ni de piel; Iona no es tu compañera de cara a la hermandad y lo sabes.
—Ella es mi compañera. Tú sabes mejor que nadie que los machos sabemos eso antes que vosotras, Sorcha. No voy a permitir que la sacrifiquéis como habéis hecho con tantas hermanas todos estos siglos.
—¿Te niegas a aceptar la voluntad de tu señora, Liam? Piensa bien tu respuesta. Recuerda que la alta traición se castiga con la inexistencia —Sorcha me vio de una forma que me heló los huesos.
—No te tengo miedo, Sorcha. Tu y yo sabemos que la señora no va a eliminarme, tengo más valor para ella incluso que tú —Sorcha asestó el golpe con elegancia, aunque yo sabía que la depredadora que moraba en su interior estaba ansiosa por clavarle la ponzoña a Liam.
—Pero qué con la pequeña Iona… ¿Será tan valiosa para la señora como tú? —El rostro de Liam palideció un instante, recomponiéndose con tanta rapidez que no estoy segura de si Sorcha percibió aquel cambio.
—Es mi compañera —Sorcha fijó su mirada en mí y su intensidad me provocó escalofríos.
—¿Qué esperas? —me espetó la guardiana—. Hemos de partir ahora mismo.
Asentí en silencio, evitando cruzar la mirada con Liam. Moviéndome tan rápido como pude, recogí todo lo que creí me sería útil.
—Iona, por favor, no te marches… En Avalon mora Vanora, de ella sabes que no puede esperarse nada legal. Es una bruja acusada de alta traición. No es un juego ir a por ella.
—¡Cállate ya, Liam! —La voz de Sorcha reverberó en la habitación.
Liam me miraba expectante esperando una respuesta que no podía darle.
—la sacrificaréis, Sorcha. Iona tiene poder, pero no sabe cómo usarlo, es muy joven para que la lancéis contra Vanora.
Era evidente que la guardiana disfrutaba con el sufrimiento de Liam por culpa de mi silencio, así que rompí mis votos; total, él ya nada podría cambiar, estaba a segundos de enfrentar mi destino.
—No voy a enfrentar a Vanora, Liam. Solo iré por algo que le ha robado a la hermandad y que debe volver a nosotros cuanto antes. De hecho, ella no estará, ¿no es verdad, Sorcha? —El brillo en la mirada de la guardiana despertó mis alertas, pero no tuve tiempo de reaccionar y pensar.
Liam se abalanzó contra Sorcha, inmovilizándola contra el suelo, mientras ella se debatía y emprendían una lucha descarnada.
—¡corre, Iona! ¡Corre, sal de aquí!
Intenté correr, pero todo se paralizó en cuestión de segundos. Ante nosotros, Lilith materializaba su presencia.
—Liam, comienzo a preguntarme si no habré cometido un grave error en traerte con nosotros. No me gusta la desobediencia y sabes que soy severa hasta con mis hijos más queridos. No abuses de mi paciencia.
Los ojos de Liam ardían de ira contenida.
—Es verdad lo que dicen todos, vas a traerle de vuelta —Lilith sonrió, complacida.
—siempre me ha cautivado tu inteligencia y esa capacidad deductiva tan prolija que posees, querido —Sorcha se mordió el labio inferior tragándose lo que de seguro estaba pensando. Yo, en cambio me esforzaba en seguir el intercambio sin mucho éxito.
—Es mi compañera, lo sabes y aún así la envías a una carnicería ¿Por qué? Sabes que Vanora la matará, si no lo hace Abaddon primero.
No lograba comprender a qué se refería Liam. Lo que si me quedaba claro es que mi señora me había ocultado información valiosa. Como si pudiera leerme el pensamiento, Liam fijó sus ojos en mí antes de explicármelo todo.
—Te ha enviado por el diamante de Abaddon, ¿verdad? Pero no te ha dicho qué es en realidad
Guardé silencio ante lo que resultaba evidente.
—Ese diamante no es una Joya que contenga la sangre de Lilith, ese diamante es el corazón de Abaddon. El corazón del “destructor” —Los ojos de Liam me observaban sin pestañear midiendo el impacto de sus palabras.
Había leído sobre el destructor lo poco que se nos permitía sobre el tema en la biblioteca. Se supone, al menos para los humanos es así, que “el destructor” en el libro de las Revelaciones, es el ángel o estrella del abismo sin fondo que encadenó alguna vez a Satán, nuestro príncipe por mil años.
—Te envían a por su corazón. Ese diamante contiene el alma del destructor y Lilith la quiere para despertarle y ponerle a su servicio.
—en eso te equivocas, hijo mío. Yo solo quiero protegeros de lo que se avecina —Lilith me observaba intentando leer mis pensamientos y captar mis emociones. Sabía que lo hacía a menudo y por ello sin darme cuenta aprendí a crear escudos. No quería que se enterase de mis verdaderos sentimientos.
A conciencia fui proyectando lo que creí sería lo mejor; lo que mantuviese a Liam a salvo.
—creo que tienes una interpretación poco ajustada, querido. Necesitas meditar sobre ello, segura estoy de que llegarás a una conclusión más aproximada y sensata sobre mis intenciones —Lilith hizo un leve movimiento de cabeza Y Liam fue elevado en el aire, apresado con grilletes de platino que iban estrechando su diámetro en la medida en que él se debatía contra estos.
—No luches más, por favor. Te prometo que volveré. Sea como sea volveré.
—Liam cerró los ojos, abatido. Intenté acercarme, pero Sorcha se interpuso en mi camino.
—Vamos, hermana. Aún tenemos que viajar toda la noche y todo el día para llegar a destino. Hemos perdido un tiempo valioso.
Tragué grueso y asentí. Con rapidez cogí mis cosas y me dispuse a partir. Ver a Liam atado de aquella manera, esperando por ser trasladado al foso de aislamiento me encogía el corazón.
—Se que no debo, mi señora, pero, ¿cuidarás de él? Prometo que cumpliré con tu encargo, pero necesito saber que estará bien —Lilith me acarició el rostro con un toque tan sutil que por un instante creí que había sido producto de mi imaginación.
—Desde luego, hija mía. Cuidaré de tu compañero hasta que regreses con nosotros a la hermandad.
Apenas si moví los labios para mostrarle mi agradecimiento, hice la reverencia esperada y me dejé arrastrar por el poder de la guardiana desapareciendo de mi habitación hacia la nada.
Reaparecer en medio de un lugar que existe, pero no existe al mismo tiempo es una tarea titánica al menos para mí. Esa sensación de existir y no existir genera un desconcierto que lleva tiempo mitigar.
Abrí los ojos y contuve la respiración. La belleza del paisaje era cautivadora. Ninguno de los dibujos de libros; ninguna de las pinturas que se podían encontrar en el museo se comparaba al paisaje real.
Sorcha carraspeó un par de veces rompiendo el encanto del momento.
—Ten —Sorcha extendió una de sus manos hacia mí—. Te guiará en el interior.
Tomé la pequeña esfera y me quedé maravillada observándola. De un gris plomo y textura rugosa, la esfera parecía palpitar siguiendo el ritmo de mi corazón. La energía que emanaba me resultaba reconfortante; como si mi señora me envolviese en un capullo en el cuál estaría a salvo siempre.
—¿No vienes conmigo? —Sorcha negó con la cabeza.
—Rara vez las misiones se llevan a cabo en compañía. No entiendo a qué viene tu pregunta —Inspiré profundo y asentí.
—Llevas razón —Aferré la esfera con fuerza y me ajusté la funda de mi espada, procurando serenar mi mente y aclarar mis sentidos.
—Que el poder y la oscuridad estén contigo, hermana —Asentí con los ojos cerrados, percibiendo como en un segundo la presencia de la guardiana desaparecía de mi lado.
—que el poder y la oscuridad te protejan, hermana —respondí de forma automática, aunque no estaba segura de si podía escucharme.
En lo alto la luna observaba mis avances encubierta por un manto de nubes que ocultaban mi silueta. Agradecida por aquel fenómeno, avancé con sigilo hasta el portón lateral. La casa de Vanora, que más que una casa parecía una mansión, se encontraba rodeada de una densa niebla que ocultaba sus cimientes.
Me disponía a atravesar la niebla cuando una voz en mi cabeza me impidió avanzar.
—¡Detente!
Presa de la confusión, miré a un lado y a otro. No era posible, sabía con precisión que no había ningún otro hermano en aquel lugar.
—¿Liam? —pensé, mordiéndome la lengua para no pronunciar sonido alguno.
—Shhh.
Mis pensamientos fluctuaban acomodándose de forma instintiva a la nueva onda de pensamientos que entraban en mi cabeza. El dolor se hizo presente y sentí unas profundas ganas de vomitar. Me senté un instante para intentar serenarme y bloquear el dolor.
—Deja de luchar y cesará el malestar, mo grá —Obedecí, necesitaba aliviar el intenso dolor de cabeza.
—Eso es, ahora presta atención y no discutas conmigo, no hay tiempo que perder.
Me levanté y me dispuse a atravesar la niebla una vez más.
—Detente, Iona. Alza la mirada y ubica el amplio ventanal del ala oeste.
—Pero sé que Vanora guarda sus tesoros y reliquias en el sótano —Mis pensamientos se ondulaban aferrándose al nuevo patrón masculino.
—Cierra los ojos y observa —Obedecí y de inmediato se formó en mi mente una imagen diferente de lo que tenía frente a mí.
—No es posible —repetía en mi mente, incrédula ante aquella visión.
—En ese lugar todo es posible. Ahora, rodea la mansión y ubica el ala oeste, invoca tu depredador o materialízate dentro si crees que puedes hacerlo.
Me moví con rapidez ubicando el ala oeste. En efecto, un amplio ventanal se extendía a lo largo y ancho. Mi depredador no sería capaz de entrar, aunque pudiese trepar hasta allí arriba.
—¿ahora, Iona, hazlo ahora! —No entendí la urgencia de Liam, hasta que escuché aquel ruido y supe que no tenía tiempo que perder o los sibilantes se darían banquete conmigo esta noche.
—¿Ahora, no lo pienses, hazlo ahora!
En dos inspiraciones me desvanecí y a la tercera estaba dentro de aquella habitación que me pareció gigantesca.
Sujeté la esfera con fuerza mientras procuraba regularizar mi corazón y mis fluidos.
—Ten siempre presente que en ese lugar nada es lo que parece, mo grá. Ahora muévete, Vanora no tardará en llegar.
Obedeciendo no solo a Liam sino a mi propio instinto, me moví para ubicar la salida. El golpe en las rodillas no fue nada leve. Casi entré en pánico al darme cuenta de que en realidad estaba en una estancia diminuta que no sobrepasaría el metro cuadrado.
—maldición —murmuré entre dientes.
—Deja de perder el tiempo y muévete —Liam me empujaba no solo con su patrón de pensamiento, su poder fluía en mi interior alimentando mis células y recargando mi energía vital.
—No puedes —intenté pensar, pero Liam bloqueó mi flujo de pensamientos.
—Deja de perder el tiempo y sigue la ruta de la esfera —Asentí, ofuscada por esa actitud dominante tan exasperante.
Tomando la esfera, me dejé guiar. Tras lo que me pareció una eternidad, atravesé el laberinto y me hallé en una estancia en penumbras, apenas iluminada por la tenue luz de la luna que se filtraba por la pequeña ventana ubicada en lo alto del muro este.
Consciente de la presencia de Liam en mi mente, observé con detenimiento las cinco puertas.
—Solo una conduce a la bóveda, las otras cuatro son un espejismo —Las puertas parecían despertar mis sentidos, disparando mis alarmas.
—¿cuál es, Liam? ¿Cómo puedo saber cuál es? —El silencio me llenó de pánico.
—¿Liam? —Percibir su patrón de pensamiento se hacía cada vez más difícil.
—Tu sexto sentido, utiliza tu sexto sentido —De pronto me sentí sola y aquel vacío me heló el corazón. Algo le había ocurrido a Liam.
Reprimiendo mis emociones expandí mis sentidos haciendo que mi mente los conectase al mismo tiempo. Vista, oído, tacto, gusto y olfato entraron en sintonía y entonces aquel punto en mi mente se desbloqueó y pude ver con claridad la puerta que debía atravesar.
La esfera desapareció apenas ingresé en aquella bóveda. El poder que podía percibirse era embriagador. Enfoqué mi mente en ubicar el diamante hasta que por fin di con él.
Era una gema magnífica y de un tamaño impresionante. Jamás mis ojos habían visto semejante belleza.
Con el diamante entre mis manos sentí su poder y algo en mi interior despertó.
El diamante comenzó a brillar y palpitar como si despertase a la vida luego de un largo letargo.
—Libera mi alma, sangre de mi sangre; acepta tu legado.
No tuve tiempo de pensar, solo podía sentir el poder fluir desde mí hacia el diamante y de regreso. La puerta de la bóveda se cerró con fuerza.
—Vaya, vaya. Mira, si tenemos visita. ¿Quién diría que la hermandad de la luna oscura vendría a mi humilde morada? —Vanora, parada frente a mí no dejaba de observarme, mientras yo seguía inmóvil ajena a sus palabras.
—¿No os enseñan en la hermandad que robar no es de seres de bien? —Vanora se preparó para fulminarme en el acto, pero su ataque no surtió efecto alguno.
Perpleja ante lo ocurrido, Vanora comenzó a lanzar todo su poder contra mí que, absorta seguía la secuencia de ataques que se desviaban a todos lados chocando contra los muros y causando daños en toda la estructura.
En medio del caos un dolor me atravesó desde el corazón hasta la espalda, al tiempo que el diamante se agrietaba liberando el alma del destructor.
Vanora se quedó inmóvil mientras el destructor cobraba forma con lentitud y yo permanecía tumbada rogando porque mi agonía fuese breve.
El destructor se materializó por completo y por fin pude descansar de aquel dolor tan desesperante.
—Levántate, sangre de mi sangre, carne de mi carne, poder de mi poder —Obedecí la orden sin pensarlo, no tenía elección.
Los ojos de la bruja me observaban con curiosidad y recelo.
—Así que no eran leyendas, dejaste tu semilla, Abaddon —dijo Vanora intentando ocultar la sorpresa.
—No es de tu incumbencia, bruja —El destructor permanecía a mi lado, valorándome con aquellos ojos traslúcidos.
—Lo es, estáis en mi morada y una criatura que rinde culto a mi peor enemiga se ha atrevido a entrar sin ser invitada —Abaddon hizo un leve movimiento de cabeza asintiendo.
—pero tú violaste la morada de Lilith y la hermandad primero, bruja.
—Me vi obligada a ir por lo que me pertenecía, lo sabes.
—No te excuses, bruja. Tu hombre había dejado de formar parte de ti y lo sabías. Fuiste por venganza y ambición, pero olvidaste que la venganza siempre tiene un precio —Vanora negaba con la cabeza mientras sus ojos chispeaban de ira.
—Lilith lo convirtió contra su voluntad.
—Eso carece de importancia. Sabes que, si no se ha realizado el acto sagrado, Lilith puede reclamar a cualquier integrante de la hermandad o a sus compañeros aún si no pertenecen a ella.
—no es justo —Vanora seguía dispuesta a debatir, pero el destructor zanjó la discusión.
No emitiré sentencia todavía, bruja. Sin embargo, no olvides que al príncipe lo mantuve cautivo por un milenio.
—Y a ti te encerraron por dos; tampoco olvides eso —Vanora rezumaba veneno en cada palabra.
—Eres una criatura muy insolente, bruja y la insolencia también tiene su precio.
En cuestión de segundos un portal apareció arrastrándome fuera de la bóveda, mientras el destructor desplegaba sus alas y su poder.
Lo único que pude captar antes de desvanecerme fue el grito de Vanora; un grito que nunca olvidaré por lo que me reste de existencia.
Al otro lado del portal, mi señora me observaba con atención. Me hinqué tan pronto como pude y perdí el equilibrio balanceándome hacia adelante. Evitando dar con la cara en el suelo gracias a ambas manos, quedé a gatas sintiendo aquel peso muerto en la espalda. Sintiendo como la humillación me teñía las mejillas, adopté la postura correcta no sin hacer un gran esfuerzo.
—He fallado, mi señora. No he podido traerte el diamante de Abaddon.
La risa de mi señora me dejó desconcertada y sin poder evitarlo, alcé la mirada.
Lilith me observaba con regocijo.
—querida mía, has cumplido con creces; no solo has liberado al destructor, has traído su legado a la hermandad —Mi confusión se hacía cada vez más patente.
—Levántate, Iona, sangre de la sangre de Abaddon, carne de su carne y poder de su poder —Volví a obedecer, lo que comenzaba a mosquearme.
Lilith extendió una de sus manos y me así a ella con fuerza.
—bienvenida a casa, hija mía —Lilith posó delante de mi un espejo de cuerpo entero y mis ojos no daban crédito.
Frente a mí, veía la imagen de aquella criatura que tanto había esperado la hermandad y el mundo de las sombras: la portadora, la elegida para iniciar la nueva era.
Miré mi reflejo, absorta en detallarme y entonces me fijé: a cada lado de la empuñadura de mi espada dos montículos de un dorado brillante sobresalían. Obedeciendo ahora a un impulso propio cerré los ojos y sentí el tirón que de ahora en adelante formaría parte de mis sensaciones más íntimas.
Abrí los ojos y ahí estaban. Un par de alas de fuego impresionantes, reflejo de la oscuridad y el poder que habitaba en mí.
Observé a Lilith desde el espejo.
—quiero verle.
—Lo harás cuando sea el momento —Negué con la cabeza, sintiendo cómo el poder se movía en mi interior.
—el momento es ahora —Ladeé la cabeza para asegurarme de que me había hecho entender.
Frente a mí apareció la imagen de Liam siendo trasladado desde el foso. No pude evitar fruncir el cejo al ver su aspecto.
—Es hora de que algunas cosas cambien —Lilith asintió con gesto adusto.
—Lo sé, he cometido muchos errores y he permitido que mis hijos los perpetuasen —Observé a la señora de la luna oscura con cierta suspicacia que, esta vez no me encargué de esconder.
—comprendo que no confíes en mí a ciegas, pero te hablo con la verdad. No negaré cuanto ambiciono el poder; pero sin la hermandad mi existencia carece de importancia.
Asentí con suavidad ante sus palabras. Sin la hermandad la señora de la luna oscura terminaría por desaparecer pues no habría criatura que continuase su culto.
—Os dejaré a solas, hijos míos —Lilith se marchó al entrar Liam en la habitación.
—Creí que te había perdido—escuchar su voz me estremeció, como siempre.
—Prometí que volvería.
—las promesas no siempre se cumplen —La actitud de Liam me rompía el corazón.
—dudas de mí, ¿verdad?
—Iona era mi compañera. Tú te pareces a ella, pero —Lo vi retroceder cuando intenté acercarme.
—mira dentro de mí, Liam y si no ves a tu compañera me alejaré. No me iré, pues tengo una misión que llevar a cabo mucho más importante que tú, que yo y que el amor que sentimos.
Liam asintió y le dejé entrar en mi mente. Sentí su agitación, su temor, su incertidumbre y su amor.
—De verdad eres tú —Asentí extendiendo mis manos.
No puedo describir lo que significó sentir los labios de Liam devorar los míos con semejante devoción. Sentirme entre los brazos del único ser al que he amado en toda mi existencia fue sentirme en casa, en mi hogar. Por fin volvía a estar entera.
—Eres la portadora.
—Soy tu compañera.
—sí, pero podrías escoger a cualquiera, lo sabes —Asentí, entrecruzando mis dedos con los suyos.
—Pero te escojo a ti.
Liam volvió a besarme como si fuese la primera vez y supe que había hecho la elección correcta.
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