Categoría: Fantasía

  • ONÍRIA

    Una chica vestida con una blusa dorada. Lleva accesorios dorados. En el rostro, de perfil, tiene un símbolo triangular en la mejilla de color dorado y otro en la frente de color violeta. Al fondo una visión surrealista: árboles en tonos violeta y azul preceden a un cielo nocturno y estrellado en tonos también violeta y azul.
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    Esther sujeta con firmeza el libro entre sus manos. Los párpados le pesan demasiado. La cabeza le bascula intermitente: adelante en cuanto sus ojos se rinden; atrás al percatarse de que casi se queda dormida. Utiliza su regazo a modo de atril temporal. Será tan solo un par de segundos mientras se aprieta los lagrimales, se dice. No quiere dormir. Las pesadillas la atormentan. Además, quiere descubrir si Phoebe, la atrapasueños y protagonista del libro, logra afrontar el laberinto. Un bostezo se le escapa. La articulación de la mandíbula le cruje. Luchar contra el sopor que la envuelve es cada vez más difícil. Sin apenas darse cuenta, el sueño la vence.

    🌺🌺🌺

    Un empujón es más que suficiente para que espabile del todo. Está dispuesta a cantarle un par de verdades a Dilan. Detesta que la despierte de manera tan brusca. Parpadea, se frota los ojos varias veces y vuelve a parpadear. Da un vistazo alrededor y se golpea la frente.

    —No comprendo por qué te flagelas. —Esther cierra la boca e inspira hondo.

    —Aunque te lo explicase no lo entenderías. ¿Dónde estoy?

    —En Somnia.

    Esther se pasea de un lado a otro. Su interlocutora la sigue con la mirada.

    —Todo esto es un sueño, ¿no?

    —En parte sí, en otra no. —Esther se detiene y la ve.

    —Eres igual que la chica del libro. ¿Por qué te muestras ante mí esta vez? Las otras apenas me hablaste.

    —Soy Phoebe, en efecto —admite—. Lo que ocurre es que no pensé que podrías verme… Se supone que… Bueno, eso significa que no me equivoqué contigo, eres como yo.

    —Para el carro un momento. ¿Qué es eso de ser como tú?

    —Eres una oníria.

    —No soy ningún universo de sueños, nirvana o lo que se le parezca. No dormir debe estar afectando algo dentro de mi cabeza para tener estos sueños tan surrealistas.

    La chica la abofetea sin siquiera tocarla.

    —¡Mierda! ¿Te volviste loca? —Esther se frota la mejilla dolorida.

    —Céntrate. Ni loca ni estás perdiendo facultades. En Somnia, las onírias somos intérpretes de sueños. Los podemos atrapar, darle forma a nuestro antojo. Es una aptitud muy codiciada

    —Mira, guapa. Tener sueños lúcidos no es más que eso, ser consciente de que estamos soñando. —La chica resopla—. No quieras comerme la cabeza con historias fantásticas.

    —Supongo que por eso hace dos noches evitaste que un óneiro se me llevara con él, ¿verdad?

    Esther traga saliva. El pulso se le dispara en el instante en que delante de sus ojos las imágenes de lo ocurrido desfilan insoslayables.

    —Vale, digamos que te creo. ¿Qué más da? Eso solo tiene efecto en este lugar. En el mundo real no sirve de nada.

    —Te equivocas, Esther. Lo que pasa en Somnia, más tarde o más temprano se refleja en la dimensión real. —Esther se frota los brazos; la temperatura es mucho menor que hace minutos—. Alteraste los planes de un óneiro al manipular mi sueño. Ahora irá tras de ti. Tienes que buscar ayuda.

    —¿Tú no puedes hacer nada? —La joven desvía la mirada—. ¿Qué ocurre?

    —Viene a por mí.

    El eco lejano de unos pasos aumenta de intensidad.

    —¿Acaso lo que ocurre en el libro es verdad?

    —Lo es.

    —Entonces la única alternativa que tienes es el laberinto. —Esther la empuja—. Corre, lo distraeré mientras escapas.

    Los ojos de la chica se llenan de lágrimas.

    —No puedes volver a intervenir, te matará.

    —Mi vida no vale tanto como la tuya. Si eres Phoebe de verdad, lo peor que puede ocurrirle a este lugar es que te pillen a ti. Ahora corre y no mires atrás.

    La joven le da un abrazo y sale disparada. Esther inspira hondo antes de volverse.

    —¿De nuevo tú? —Ella se encoge de hombros.

    —Tengo un buen amigo que dice que soy especialista en tocarle las narices a los demás.

    —Esta vez no tendrás tanta suerte.

    —Puede que tengas razón. De todas formas, igual voy a joderte los planes.

    Una ristra de filamentos negruzcos y serpenteantes choca contra la piel de Esther. En segundos queda envuelta. Paralizada, observa la expresión del óneiro. El asesino gira la muñeca. El ademán la eleva del suelo.

    —Nos divertiremos un poco antes, te lo prometo.

    🌺🌺🌺

    Esther cierra los ojos. Fragmentos del libro afloran en una sucesión demasiado fugaz como para que pueda comprender qué es lo que busca su mente. La sensación de ingravidez le acelera el pulso. Levanta los párpados. El lugar en el que se encuentra no le resulta familiar. El asesino gesticula con las manos. Los movimientos le recuerdan a la lengua que utilizan los sordos. Una pequeña brecha se abre. No es muy grande, apenas cabe una mano. el movimiento con el que Extrae el objeto es casi imperceptible. Esther lo reconoce enseguida. La imagen del símbolo dibujado en la página del libro es cada vez más nítida.

    El asesino se acuclilla a su lado. El fétido aliento que le roza el rostro le revuelve las tripas; la sonrisa espeluznante que le desfigura las facciones la congela de pies a cabeza.

    Una profunda tristeza la embarga al pensar en Dilan. Si tan solo hubiese podido despedirse de él. Lamentarse por todo lo que no valoró cuando debía es un sinsentido. Lo sabe y, aun así, no puede evitarlo. Habría tenido que decirle tantas cosas.

    —Se las diré por ti —dice el asesino.

    Esther emite un gruñido. El óneiro se carcajea. «Ni sueñes que podrás ponerle un dedo encima, cabrón hijo de puta. Así tenga que perseguirte desde el más allá». El pensamiento le insufla las fuerzas que necesita para un último intento. El cuerpo de Esther pierde nitidez. El asesino estrecha el agarre de sus filamentos. Ella se resiste. Una calidez la envuelve y los filamentos ceden.

    El peso del libro sobre su regazo es el punto de conexión que necesita en la dimensión real. «Gracias, Phoebe, siempre te deberé una». Pese a las pocas fuerzas que le quedan, busca la página del símbolo. «Ojalá puedas perdonarme alguna vez, Dylan». Piensa y desvía la mirada hacia el portarretrato en su mesita de noche. El recuerdo de aquella tarde le dibuja una sonrisa que se esfuma en cuanto el dolor tira de ella para arrastrarla de vuelta a la dimensión onírica.

    Antes de exhalar su último aliento, apoya la mano sobre la página y una lágrima escarlata le recorre la mejilla.


    Esta historia ha sido escrita para participar en el #VaDeRetoMayo2021 , propuesto por Jose A. Sánchez, @JascNet. El requisito era que ocurriese en sueños.

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  • Brianna: princesa de Enalterra

    Una mujer pelirroja de largos cabellos y orejas picudas que viste de verde y apunta al suelo con un arco. a sus pies un león permanece atento a ella. Están en una pradera de pasto seco, amarillento. Al fondo en el cielo se ve caer el atardecer.
    Imagen libre de derechos tomada de Pxfuel.com

    Brianna estaciona el coche a dos cuadras del Mount Temple, el instituto al que asisten sus hijos desde que se mudaron a Dublín. El par de adolescentes apenas si le hablan desde la discusión que tuvieron durante la cena. La misma que concluyó con el subsecuente castigo. Los chavales se bajan a toda prisa y dan sendos portazos. Ella inspira muy hondo y cuenta hasta diez. La técnica no le funciona y golpea el volante con todas sus fuerzas. La frustración es tanta que suelta un par de grititos; adoptar y criar a dos hijos de trece años sola con casi cincuenta tiene sus altibajos. Evita reprocharse la locura de convertirse en madre cuando ya casi debería ser abuela. Es una mujer moderna, no en vano se adapta a las exigencias de vivir en la ciudad en pleno 2030. Enciende el coche y mira el reloj. Todavía tiene que pedir cita con su terapeuta, ir al supermercado, la tintorería y el banco. Y pensar que había solicitado sus vacaciones para descansar. Qué ilusa. De seguir así quién sabe con qué otra extravagancia alucinará; recordar la última ida de pinza le provoca escalofríos. Menos mal que el entrenador de baloncesto de sus chicos no se ofendió porque lo confundiera con un ogro de piel púrpura.

    Un trueno retumba, atronador. El cielo se oscurece en apenas segundos. Brianna frena en el semáforo. Por el rabillo del ojo percibe un fogonazo en la esquina. La curiosidad vence su sentido común y voltea. Hacia ella camina un tipo enorme, con gafas de pasta, túnica estampada con lunas, rayos y estrellas, y un sombrero de forma indefinida que semeja una pamela mordisqueada por alguna criatura. Sin mediar palabra el hombre abre la portezuela del copiloto y sube al coche.

    —Venga, mujer, arranca que el cacharro luminoso ya cambió.

    El coro de bocinas la impulsa a pisar el acelerador.

    —¿Quién diablos es usted?

    —Puedes tutearme, Brianna, a fin de cuentas, soy tu consejero real y es mejor entrar en confianza cuanto antes para que recuerdes. —Brianna gira en una esquina y orilla el coche.

    —¿Consejero real? ¿Está usted loco? No sé de qué lugar se ha escapado ni quién es, pero haga el favor de bajarse de mi coche ahora mismo.

    —Soy Calixto, Brianna, por el amor a la diosa. Haz el favor de no ponerte difícil.

    —¡Bájese!

    El hombre resopla y mira las llaves del vehículo. Brianna las coge y se cruza de brazos. El tipo acerca el índice al volante. Una chispa brota y el motor corcovea hasta que se enciende. Brianna ahoga un grito mientras que el coche arranca sin que ninguno de los dos lo toque.

    —¿Qué clase de truco es este? —Ella intenta coger el volante y algo invisible la repele.

    —Explicártelo ahora mismo nos tomaría demasiado tiempo. —Calixto se ajusta las gafas sobre la nariz—. Lo que tienes que saber es que he venido a por ti porque en Enalterra te necesitamos. Este experimento tuyo en el mundo mortal nos está sacando canas violetas. Es hora de que regreses y pongas orden.

    —Brianna, estás alucinando de nuevo … —dice para sí misma—. Despierta de una vez y recuerda adelantar la cita con tu terapeuta.

    —No seas ridícula, Brianna. Presta atención porque esto no es un juego. Tienes que regresar. —El hombre la coge por los brazos y la sacude—. El rey de los tanarianos sabe que estás aquí y si no regresas, la tomará con lo que más quieres. Él no va a esperar a que te canses de jugar a ser humana, ¿lo entiendes?

    —¡Lo único que entiendo es que usted es un chalado! ¡Haga el favor de soltarme!

    El hombre se esfuma en medio de una nubecilla violeta. Un par de toques en el cristal de la portezuela del conductor provocan que Brianna bote en el asiento. Con los nervios a flor de piel baja la ventanilla y respira muy hondo.

    —¿Está usted bien, señora?

    —Sí, oficial —miente sin miramientos—. Mi coche parece que presenta una falla.

    El oficial cabecea.

    —Circule, por favor. —Ella asiente en silencio.

    Brianna introduce la llave en el contacto con premura. De pronto cae en cuenta de que sigue en el mismo semáforo donde ese chalado la abordó. El corazón le da un vuelco y el pulso se le dispara. La idea de que está enloqueciendo la tortura. Arranca el coche con ambas manos aferradas con fuerza al volante. Se dirige a su casa. Todo lo pendiente puede esperar. Ahora necesita relajarse y hablar con su terapeuta. Quizá todo es producto del estrés. Detesta discutir con los chicos y castigarlos, mucho más. La peor parte es que ellos son conscientes del poder que ejercen sobre ella y por eso la situación en casa ha ido a peor. Que sean adoptados no debería influir; aun así, lo hace. Todavía recuerda el día que los encontró perdidos en el parque.

    🍃

    Brianna entra en la casa casi a la carrera. El teléfono suena con insistencia. En su mente no dejan de repetirse los sucesos que acaba de vivir.

    —¿Diga?

    —¿Señora O’Neill?

    —Sí, ¿quién habla?

    —La estamos llamando del Mount Temple —la voz del otro lado titubea—. Liam y Connor no se presentaron hoy a clase.

    Brianna palidece.

    —No es posible, yo los dejé cerca del instituto hace —mira el reloj en la pared— poco más de una hora. ¿Habéis hablado con sus profesores? ¿Le preguntasteis a sus compañeros de clase? ¿Al vigilante?

    —Fue el mismo señor McDowell quien informó de su ausencia, señora.

    A Brianna le tiemblan las piernas. Un ruido a sus espaldas la sobresalta y se le cae el auricular del teléfono. Da un vistazo alrededor mientras valora qué objeto puede servirle como arma arrojadiza. Con rapidez se abalanza sobre la pequeña escultura de bronce que descansa sobre la mesa del pasillo. Gira sobre sus talones y la arroja.

    La figura se mueve con rapidez. La escultura pasa por encima de su cabeza y le tumba el sombrero. Brianna se lanza como una fiera. El miedo por sus hijos la ciega y un matiz rojizo la envuelve en una nube iracunda. Calixto la sujeta por las muñecas antes de que ella le arranque las gafas.

    —¡Maldito loco! ¿Dónde están mis hijos? ¿Qué hiciste con ellos?

    —Te lo advertí, Brianna —responde él sin soltarla—. No sé dónde están… imagino que en Enalterra, en el bosque de los espíritus; en poder de Minok.

    Ella lo patea. El hombre grita y afloja el agarre. Brianna recula y se zafa. Corre hacia la cocina para buscar un cuchillo. Apenas entra se encuentra a Calixto con los brazos en jarra y el rostro sombrío.

    —¿Tienes intención de serenarte? ¿O vamos a seguir así mucho rato más? —El hombre se ajusta las gafas—. Por si no has caído en cuenta, mientras más tiempo tardemos en volver, más peligro corren los chicos.

    Brianna se deja caer en un taburete. Hunde el rostro entre sus manos y llora con tanto desconsuelo que Calixto se le acerca y le acaricia el pelo.

    —He perdido la cabeza y también perderé a mis hijos. —El hombre se acuclilla y le retira las manos.

    —No estás loca, Brianna —asegura—. Eres heredera al trono de Enalterra. Ven conmigo y te demostraré que digo la verdad.

    Ella lo observa sin parpadear.

    —¿Cómo voy a ser una heredera? Yo sólo soy una mujer a punto de cumplir cincuenta años, secretaria de un bufete de abogados. Ni siquiera reconozco ese sitio que mencionas.

    —Lo recordarás todo si vienes conmigo —dice y se yergue—. Solo estás bajo el conjuro que transmuta tu esencia feérica para permitirte habitar el mundo mortal como una simple humana.

    —¿En serio esperas que te crea?

    —Ven conmigo. Poco tienes que perder y mucho tienes que ganar. Por ti, por tus sobrinos y por toda Enalterra.

    Brianna se levanta como un resorte. Frente a ella el aire se estremece. Poco a poco se abre una ventana que permite visualizar un extenso campo de flores, hierba verdeazulada y un cielo veteado con los colores del ocaso. El hombre le tiende una mano. Ella duda. La sensación de pertenencia que de súbito le arropa el corazón al observar el paisaje, la desconcierta. «Escucha tu corazón que nunca se equivoca». La voz que le habla le acelera el pulso. Un recuerdo fugaz ocupa su mente. La imagen de una mujer muy parecida a ella le sonríe con los brazos abiertos. Un nombre surge de pronto… Adara. Brianna toma una bocanada, aferra la mano del hombre, cierra los ojos y se deja arrastrar hacia el otro lado.

    🍃

    La sensación de vértigo que Brianna experimenta le revuelve el estómago. Dentro de su cabeza las peores imágenes se suceden una tras otra. Aguarda el golpe que va a llevarse en cuanto choque con alguna superficie sólida. Se aferra con más fuerza a la mano que la sujeta. De pronto, la sensación se detiene. Ella abre los ojos al percibir suelo firme bajo sus pies. El paisaje le da la bienvenida por muy poco tiempo. A un chasquido de dedos todo desaparece. El vértigo regresa con más intensidad y la obliga a apretar los ojos. Segundos después percibe cómo los pies se le hunden en una superficie mullida y se anima a abrir los ojos de nuevo.

    Un destello capta su atención. Gira el rostro y los ojos casi se le desorbitan. El reflejo que la recibe la deja boquiabierta. Su cabello sigue rojo como un rubí, pero mucho más largo y rizado. Un par de orejas picudas destacan entre sus rizos. Sus ojos lucen como dos zafiros en lugar del habitual marrón oscuro. Sus facciones son más perfiladas y angulosas, menos humanas ,y su cuerpo ya no muestra los habituales michelines que tanto la acomplejaban.

    Un estruendo sacude los objetos de la habitación en la que se encuentra. El consejero le hace señas para que guarde silencio. Pasos, gritos, órdenes se escuchan fuera. Calixto bloquea la puerta con un hechizo y corre a desplazar un largo estandarte que cuelga del techo. Brianna mira el agujero que se abre detrás y palidece. El consejero real la empuja y salta tras ella en el instante en que una explosión derriba la puerta.

    El agua helada del foso que rodea el castillo los recibe. Incapaz de nadar, Brianna está a punto de sumergirse. Calixto la rodea por la cintura. Algunas voces se escuchan a lo lejos. El miedo mantiene a Brianna paralizada. ¿A dónde diablos fue a parar? Como si pudiera leerle el pensamiento, el consejero real le susurra en la oreja:

    —Tu partida puso todo de cabeza, pero no te preocupes, te ayudaremos a disolver el caos.

    El hombre alcanza la orilla. Un par de brazos fornidos levantan a Brianna. Ella se resiste producto de la ansiedad que le provoca encontrarse en manos de un desconocido.

    —No habéis cambiado nada, princesa —afirma una voz demasiado gruesa para ser humana.

    Brianna reprime el impulso de voltearse. Necesita serenarse antes de enfrentar lo que sea que permanece a sus espaldas sujetándola como si fuese un fardo.

    —Será mejor que la dejes en el suelo, Yiron —sugiere Calixto—. Todavía sufre los efectos del cambio. —La criatura la deja apoyar los pies en la orilla.

    Brianna pierde el equilibrio y resbala. Algo peludo y bastante grande evita que caiga de culo. La princesa se da vuelta. Los ojos casi se le desorbitan. Delante de ella, con una actitud por demás doméstica para semejante bestia, un león permanece sentado sobre sus patas traseras. Brianna traga saliva. Calixto se aproxima y acaricia la melena del animal. El felino emite un ruido que suena a un ronroneo antes de abrir las fauces:

    —Bienvenida, alteza. —La voz grave y cadenciosa del inmenso animal la deja con la boca abierta.

    —Será mejor que le demos un instante —propone Calixto—. No es conveniente que colapse justo en este momento.

    Una luz blanquecina ilumina sus rostros. La princesa da un vistazo. La brisa gélida que sacude los arbustos cercanos le cala hasta los huesos. Los dientes le castañetean y se abraza con fuerza. Lo menos que quiere es que crean que está muerta de miedo. Ahora que puede ver mejor, Brianna detalla a la criatura que la sacó del agua. Luce como un árbol gigante. Tiene el pelo alborotado y frondoso, igual que las hojas de los arbustos. La piel muestra vetas como la corteza de un gran árbol y es tan ancho que sería casi imposible abrazarlo.

    —Es mejor que os cambiéis de ropa, princesa. Ese atuendo humano os convierte en un blanco fácil para vuestros enemigos.

    Brianna contempla la pila de prendas que le acerca el gigante herbáceo. Sin perder tiempo se cambia. Exhala un suspiro. Las prendas calientan su piel y le transmiten una sensación de confort que la sorprende.

    —Pongámonos en marcha. En breve la medianoche nos envolverá y será mucho más factible pasar desapercibidos. —Calixto le cuelga un medallón a Brianna. La joya brilla enseguida y se apaga.

    —¿Qué es esto? —La princesa sostiene la joya en la mano.

    —El corion, ahí está parte de tu esencia y tus recuerdos. También tu don más preciado. —Ella lo mira con los ojos entornados.

    —Sé que todavía no me crees, pero lo harás.

    Yiron le extiende un carcaj lleno de flechas y un arco.

    Brianna los coge. La expresión de su rostro es un poema que contagia de preocupación al gigante herbáceo.

    —¿Qué voy a hacer con esto? —pregunta la princesa.

    —Por el momento, llevarlos. Cuando el corion libere tus recuerdos, sabrás lo que debes hacer.

    Yiron se echa al hombro su petate. Avanza delante con el candil en la mano. Detrás camina Brianna junto a Calixto y el león.

    —¿Cómo se llama? —Brianna señala al felino.

    —Gult —responde el consejero—. Puedes confiar en él. Irá contigo donde vayas.

    —Puedo responder por mí mismo —refunfuña y gruñe.

    La princesa cabecea una vez sin quitarle los ojos de encima al león. Pese a lo surrealista de toda la situación, hay algo; una voz interior que le susurra que ese hombre dice la verdad. Aparta las dudas y ciñe la correa de su habitual desconfianza. No es momento para rumiar tonterías. Liam y Connor la necesitan.

    —¿Dónde están mis chicos?

    —Lo más probable es que Minok los mantenga en su fortaleza.

    —Mencionaste un bosque de los espíritus. —Gult gruñe de nuevo—. ¿Cómo llegamos allí?

    El gigante herbáceo se detiene. Brianna observa con aprensión la cortina de gruesas lianas que cuelgan entre dos troncos enormes.

    —Para llegar al bosque hay que cruzar el lago humeante y enfrentar a los ignius en el bosque de los sacrificios, princesa —responde Yiron.

    —Los tres viajaremos contigo, no te preocupes, Brianna.

    «Como si eso borrase de un plumazo el pánico que me retuerce las tripas», piensa, aunque guarda silencio. La esperanza que atisba en el rostro de sus dos acompañantes le impide expresar la inseguridad que la corroe. Es demasiado peso para sus hombros; aun así, hurga en las profundidades de su corazón. El amor por sus chicos es lo único que le insufla fuerza… por ellos enfrentará lo que sea.

    🍃

    Brianna despierta con la sensación de ser dos personas distintas en un mismo cuerpo. Recuperar parte de su memoria le deja un regusto amargo en la garganta que no esperaba. Siente las miradas sobre ella y la incomodidad se apodera de la poca calma que le queda. No quiere ser injusta, faltaría más. Sin embargo, eso no resta que convertirse en el centro de atención le guste muy poco.

    —Esperadme aquí —propone Yiron—. Será mejor que yo me ocupe de conseguir la barcaza.

    Brianna lo observa alejarse.

    —¿Qué no me habéis dicho todavía?

    Calixto inspira hondo antes de hablar.

    —Tu partida no fue bien recibida por algunos enalterrenses. Las hadas de plata… no están nada contentas.

    —¿Tienen ellas que ver con lo ocurrido cuando regresamos? —Él asiente sin perder de vista a Yiron.

    —Ten en cuenta que Minok es muy hábil para sembrar cizaña.

    —Y que yo no fui nada inteligente al dejarle el camino libre.

    —No dije eso.

    —No, pero lo piensas.

    El consejero real guarda silencio. Yiron regresa. Su rostro es el vivo reflejo de la satisfacción.

    —Podemos partir cuando queráis, princesa.

    —No perdamos más tiempo —dice Brianna y se adelanta seguida por Gult.

    Consciente de que su regreso la expone al desprecio de algunos coterráneos, la princesa se sube la capucha y evita entablar contacto visual con los pobladores de Ignitas, la aldea que colida con el lago humeante.

    Un mal presentimiento recorre la columna vertebral de Brianna. Abordar la barcaza ha sido demasiado sencillo. Gult permanece atento. El animal pasea la mirada de un lado a otro de la embarcación. Es como si él también presintiese que algo extraño está por suceder.

    La neblina que se forma alrededor de ellos estrecha su cerco. Vapores apestosos emergen y se entrelazan con la neblina. Formas fantasmales danzan con el viento que sopla, cada vez, con más fuerza. Algo choca con la barcaza. Brianna distingue la sombra gigante que se mueve bajo el agua. Desvía la mirada. La proximidad de lo que sea que nade bajo ellos le despierta un temor visceral. La barcaza cruje. El agua hirviente se filtra con rapidez.

    —¡Sujetaos! —La advertencia de Yiron llega algunos segundos tarde.

    Gult ruge. Calixto se apresura a conjurar un hechizo que les permita seguir a flote. La embarcación cruje de nuevo. Brianna reprime el deseo de gritar hasta quedarse sin voz; el recuerdo de su padre ahogándose aflora de improviso, es como revivir aquella tragedia en un bucle infinito. La grieta se ensancha y la barcaza se parte en dos. Una ola gigante los arrolla. La temperatura del agua es apenas tolerable. La piel de Brianna se escalda. Ella grita con los ojos llenos de lágrimas sin poder acallar los gritos que resuenan en su cabeza; los mismos que escuchó de su padre por última vez. La desesperación es tanta que traga agua y eso la desespera aún más. Gult va a por ella antes de que se hunda por completo. El miedo la paraliza. El felino la empuja con el hocico. La imagen del cuerpo de su padre hundiéndose es un lastre que tira de ella hacia el fondo. Calixto se ocupa de Yiron. La situación es caótica. De seguir sumergidos el agua los asará o la criatura que aún no emerge los devorará. El corazón de Brianna late desbocado. Pensar es una tarea demasiado compleja. El recuerdo de sus chicos acude en el instante en que está dispuesta a rendirse. Sus labios se mueven por inercia. Las palabras brotan con fluidez en el idioma antiguo:

    Caum eti isaam silf.

    El viento se arremolina con rapidez. Una figura femenina se materializa. Enseguida los cuatro son elevados por ráfagas de brisa fresca. El viaje al otro lado de la orilla dura apenas un par de minutos. La sílfide los deja a las puertas de un bosque de secoyas gigantes que resplandecen como diamantes.

    🍃

    Adentrarse en el bosque de los sacrificios les lleva más de lo que esperaban. Brianna avanza tras Gult mientras que Calixto y Yiron van a la retaguardia. El sol brilla en su zenit. La temperatura aumenta. La humedad es pegajosa e incómoda. Brianna se detiene. Un aroma acre y penetrante llama su atención. El crepitar que se aproxima en su dirección le provoca un hormigueo de anticipación que despierta un recuerdo que permanecía sepultado en lo profundo de su memoria. La princesa se vuelve; su temor se ve confirmado. La manada de animales flamígeros se abre paso incendiando el suelo por donde pisan.

    —¡Corred, princesa! —Yiron desenvaina una espada enorme.

    —No te dejaré aquí.

    —Debéis hacerlo. Pensad en vuestros sobrinos, en toda Enalterra.

    Ella intercambia una mirada con Calixto. Él cabecea. El breve asentimiento le ensombrece las facciones.

    —Ve tú adelante, Gult cuidará de ti. Nos veremos en cuanto nos libremos de la manada.

    Brianna aprieta los dientes para contener las lágrimas que amenazan con dejarla en evidencia. Aprecia el sacrificio y la lealtad de Yiron y, al mismo tiempo, lo odia. Le recuerda demasiado al sacrificio de su hermana. La cicatriz en su memoria vuelve a ser una herida abierta y sangrante. Lleva demasiado tiempo de pérdida en pérdida. Esa es la principal razón que tuvo para abandonar Enalterra en su momento.

    Gult ruge para captar su atención. El enorme felino se desplaza con seguridad. Sus ojos la empujan a seguir adelante sin mirar atrás. Caminar con el peso del desasosiego que le provoca el destino incierto de Yiron mina su ánimo. La incertidumbre se convierte en un lastre insoportable Sobre sus espaldas que todavía no comprende del todo. Continuar se le hace cada vez más difícil. Le cuesta lo inimaginable anular la culpa y el reproche que la sobrecogen de forma inesperada. «La culpa solo sirve para horadarnos el alma. Los sacrificios, por duro que te parezcan, tienen un propósito. Acepta mi sacrificio y el de cada enalterrense que te lo ofrezca porque con él estará sellando un pacto de lealtad eterna». La voz de su hermana es un susurro mental que atenúa la tormenta de emociones que amenazaba con resquebrajar su voluntad. El bosque de los sacrificios cobra un sentido que antes no tenía. El ocaso los alcanza al borde de un acantilado profundo. Gult se detiene. Ella entorna los párpados. El animal se pasea de un lado a otro mientras emite sonidos guturales que a Brianna le suenan a impaciencia.

    —¿Dónde diablos está el puente? —La princesa hurga entre sus recuerdos—. ¿Cómo es posible que el puente no esté en su lugar?

    —Sí que lo está —replica Calixto.

    Brianna se vuelve al escuchar su voz. El consejero tiene la túnica chamuscada, el rostro ennegrecido y su pelo es una especie de maraña indescifrable.

    —¿Yiron?

    Calixto niega con la cabeza. La princesa traga saliva y se recompone a medias; el dolor sigue allí, latente; por Adara, por Yiron, por tantos que han quedado atrás. Una lágrima se le escapa. La tristeza se le anuda en la garganta y la obliga a respirar varias veces. Las palabras de su hermana resurgen , potentes y surten un efecto sanador. Eleva entonces, una plegaria de agradecimiento y se envuelve en la coraza habitual que protege sus emociones más profundas, antes de hablar:

    —¿Qué me estoy perdiendo? Dices que está, sin embargo, yo no veo nada en absoluto más que vacío.

    —Debemos esperar a que anochezca. —asegura—. Solo entonces se mostrará.

    Brianna suspira profundo. El corazón le late demasiado aprisa. La ansiedad amenaza con tomar el control de un momento a otro y eso es algo que no debe permitirse.

    🍃

    La mañana siguiente es fría y neblinosa. Cruzar el puente les llevó toda la noche. Ver asomarse el sol a seis pasos de su destino es una experiencia sobrecogedora que Brianna espera no repetir, al menos en los próximos años. La emoción tras poner un pie en terreno firme se esfuma en cuanto ve los enormes árboles que le bloquean el paso. «Mejor no te lo pienses demasiado», se dice y avanza con el corazón en un puño. Atravesar el bosque de los espíritus resulta tan inquietante de noche como a plena luz del día. Pese a que los grandes árboles permanecen en pie y ofrecen un llamativo colorido, todo es un espejismo. A medida que avanza, Brianna experimenta una extraña presión en el estómago. Calixto camina a la vanguardia mientras que Gult se ocupa de mantener a raya a las espectrales hamadríades que se amontonan y susurran su canto mortal. El trío se detiene a unos cuantos metros de la comitiva real tanariana. Minok, a lomos de su kleusat, los observa con altivez.

    —Qué honor que la heredera de Enalterra acuda a mi presencia.

    —Como si me hubieses dejado otra alternativa. ¿Dónde están mis chicos? —Brianna adelanta un paso.

    —Has perdido los modales, querida. Qué mal te ha sentado la estancia entre los humanos.

    —Responde a mi pregunta y dime qué es lo que quieres. No perdamos más tiempo.

    La montura de Minok resopla. Un humillo apestoso brota de sus ollares. Gult se adelanta a Brianna. La tensión tiñe la atmósfera de un matiz tenebroso; tanto, que el sol queda envuelto por una densa capa de nubes plomizas.

    —¿Qué puede querer un rey como yo? Poder… Entrega el trono y te devolveré a tus chicos. Rechaza mi oferta y serán el aperitivo perfecto para Darkon, tú decides.

    La mera alusión a la posibilidad de que sus chicos mueran le estruja el corazón y el estómago con tanta fiereza que lucha para no doblarse sobre sí misma. El miedo despierta su irracionalidad. La ansiedad le impide respirar. »Prometiste que cuidarías de ellos». El recuerdo irrumpe dentro de su cabeza como un vendaval. Había hecho una promesa y debe cumplirla. No obstante, dejar Enalterra en manos de Minok sería imperdonable.

    —¿¡Cómo te has atrevido a entregarlos al dragón de piedra!? —brama Calixto con el rostro encendido.

    El rey tanariano ignora al consejero. Con los ojos clavados en Brianna hace un gesto a su comitiva. Los guerreros que lo acompañan se desplazan hacia la retaguardia.

    —¿Y bien? ¿Qué decides?

    —El trono de Enalterra no será tuyo jamás, al menos mientras yo viva. —Los ojos de Minok refulgen.

    —Que no se diga que Minok irrespeta la última voluntad de una condenada.

    El suelo bajo los pies de Brianna se agrieta. La princesa cae, tragada por el enorme cráter. Gult salta tras ella. Minok se retira, sonriente. Antes de abandonar el bosque se vuelve.

    —Será mejor que vuelvas al castillo y prepares la ceremonia. No me gusta esperar demasiado, consejero.

    —No deberías cantar victoria tan pronto, Minok.

    —Si tú lo dices…

    Calixto observa cómo el rey se aleja montado sobre la infernal bestia. El consejero pasea la mirada por el cráter con aprensión y eleva una plegaria a los dioses para que protejan a Brianna.

    🍃

    La oscuridad es tan densa que a Brianna no le cabe la menor duda de que el traidor de Minok la envió directo al kleusaterium, la morada de Darkon. La humedad pestilente le irrita la nariz. El calor aumenta a medida que avanza a tientas. Un gruñido la detiene. El corazón se le sube a la garganta. El par de ojos felinos le arrancan un suspiro. El alivio le provoca un cosquilleo placentero. «Al menos no estoy aquí completamente sola». El pensamiento pretende convertirse en una especie de aliciente. Sin embargo, El potente rugido que estremece la tierra a su alrededor hace que se transforme en un arrepentimiento inmediato. Lo más probable es que la compañía que la espera sea, cualquier cosa, menos grata.

    Darkon se desplaza con pesadez. Sus enormes miembros rocosos desprenden arenisca con cada movimiento. La bestia se vuelve en cuanto advierte la presencia de Brianna.

    —Habéis tardado más tiempo del que había previsto, princesa. Vuestros sobrinos os han estado esperando con ilusión, ¿no es cierto?

    Liam y Connor observan a Brianna sin reconocerla. Es evidente que el miedo no les ha permitido pegar un ojo. Las medias lunas oscuras bajo sus párpados dan fe de ello.

    —Hagamos un trato.

    —¿Qué podéis ofrecerme? Aún no sois la reina de Enalterra, no contáis con suficiente poder.

    —Nuestra sangre es el antídoto a vuestra maldición. ¿No lo sabíais? —miente.

    Los ojos de la bestia se transforman en fogatas desbordantes.

    —¿Os sacrificaréis?

    —Lucharé, que es muy diferente. —Darkon se carcajea.

    —De acuerdo, princesa. Vuestro deseo se hará realidad.

    —Esperad —interrumpe, pese a que teme que la lengua se le trabe en cualquier momento—. Liberad a mis sobrinos primero.

    Confiado en tener todas las de ganar, Darkon corta las ataduras con una zarpa. Los gemelos echan a correr. Gult los alcanza. Aterrorizados, reculan hasta que rozan una de las paredes de la caverna; una lo bastante alejada de lo que promete convertirse en el campo de enfrentamiento.

    —¿Lista? —Brianna cabecea en un breve asentimiento.

    En voz muy baja invoca el poder de su sangre que, no es precisamente, para romper maldiciones. Por fortuna lleva consigo su arco y el carcaj.

    Bomlut dem it naetram. —Coge las flechas y se pincha la palma. Las puntas se iluminan.

    La bestia muestra la hilera de dientes. El fogoso escupitajo pasa muy cerca de la princesa. A sorprendente velocidad dispara un par de saetas que atinan en las pupilas verticales del dragón. La fiera ruge. Brianna tiene apenas el tiempo suficiente de disparar dos saetas más que van directo a la boca de la bestia. Darkon cierra las fauces con tanta fuerza que uno de sus colmillos cae y se clava en el suelo. Segundos después, la enorme cola la golpea. Calixto llega a tiempo de evitar que otro golpe aplaste el cuerpo desmadejado de Brianna. Las saetas encantadas cumplen su cometido. El consejero se maldice por no haber acudido en su auxilio con más presteza. El chillido de la bestia es tan agudo que el techo de la caverna se resquebraja.

    —¡Corred! —ordena Calixto a los gemelos.

    Los adolescentes están paralizados por el terror. Gult ruge. Un chispazo emerge de su lomo. Un par de alas se extienden. El felino clava sus pupilas en los chicos.

    —¡Montad en mi lomo, chavales! —les ordena.

    Liam y Connor suben sobre él. El animal se impulsa y evita que parte del techo los aplaste. Por su parte, Calixto recoge el colmillo del dragón y carga con Brianna. En el idioma antiguo conjura un remolino que los envuelve y los escupe hacia la superficie.

    🍃

    El tornado cesa en su ascenso. El león desciende sobre un azulado pastizal. Enseguida Calixto, Gult y los gemelos quedan rodeados por una decena de criaturas aladas. El consejero tiende el cuerpo de Brianna con delicadeza. Una de las criaturas lo aborda.

    —La reina Nairea no fue informada de vuestra visita —espeta el merilov antes de extender sus alas.

    —Ofrezco disculpas por esta visita tan abrupta; no he tenido otra alternativa. Necesito la ayuda de la reina. —Otro merilov se aproxima. La criatura fija sus ojos iridiscentes en Brianna.

    —Avisaré a su majestad. —El merilov se impulsa y en un parpadeo desaparece.

    Nairea acude de inmediato. Los merilov se inclinan y permanecen con la cabeza baja.

    —Levantaos —ordena y se acerca a Calixto—. ¿Qué ha ocurrido?

    El consejero real le informa sin omitir detalle.

    —Es de vital importancia traerla de vuelta, majestad.

    La reina observa a los gemelos. Después clava las pupilas en Calixto.

    —Contraeréis una deuda de sangre, ¿estáis dispuestos a asumirla?

    —Los herederos son demasiado jóvenes, majestad. La asumiré yo, si no os importa.

    —¡No somos unos críos! —gritan al unísono mientras avanzan hacia la reina.

    —Sí que lo sois —insiste ella—. Sin embargo, me resulta conmovedora vuestra reacción. Solo por ello no os tendré en cuenta esta insolencia. Encargaos de mantenerlos a cierta distancia —ordena a sus guerreros.

    Los merilov forman un círculo en torno a los adolescentes. Gult ruge a modo de advertencia. Una que los jóvenes entienden a la perfección.

    La reina procede. Con certera rapidez corta las muñecas de Calixto con sus garras. La sangre gotea a los pies de Nairea hasta formar un charco consistente. El consejero se tambalea. Los chicos gritan. La reina absorbe la sangre una vez purificada con la tierra del tiempo eterno.

    —¡Tinilat ersq viv! —pronuncia Nairea en el idioma antiguo.

    Los merilov sujetan a los chicos que, desesperados, luchan para liberarse. Una luz cegadora envuelve el cuerpo de Brianna. Calixto apoya una rodilla en el suelo a efectos de mantener el equilibrio; un consejero real debe morir con honor. La luz es absorbida por el cuerpo de la princesa. Poco después, Brianna toma una gran bocanada y abre los ojos.

    —Os agradezco vuestra intervención, majestad —interviene Gult.

    —No agradezcas. Vuestro consejero pagó un alto precio por ella. —La reina contempla a Brianna sin parpadear—. Además, solo actué en beneficio de mis intereses. No me conviene sostener una alianza con un rey como Minok, sería igual que permitir que el inframundo se apropie de la superficie. Eso es inadmisible. Ahora marchaos. Debéis restituir el orden en Enalterra.

    Los merilov se elevan en formación alrededor de Nairea. La vista de sus alas e intensos colores resulta fascinante. Un portal cobra forma en cuanto las criaturas desaparecen. Liam y Connor se aproximan. Brianna inspira hondo. Cientos de pensamientos pasan por su cabeza. No obstante, la voz de su corazón aplasta las dudas. Ella extiende los brazos y los chicos se lanzan a su encuentro.

    —¿De verdad eres tú, mamá? —pregunta Liam.

    —Sí, cariño.

    —Tienes un aspecto… diferente —comenta Conor.

    —Igual que el vuestro —agrega Gult.

    Ambos gemelos se observan un instante.

    —¿Sigues enfadada?

    —No, y vosotros ¿seguís enfadados conmigo? —Los chicos niegan con la cabeza y se aferran como pueden a ella.

    —No quiero ser impertinente —interrumpe el felino—, pero debemos regresar antes de que la situación en el castillo y, por tanto, en toda Enalterra, siga empeorando.

    Los chicos se apartan de Brianna.

    —¿A dónde vamos? ¿De qué castillo hablas? —preguntan.

    —Vuestra… Hum, madre, tiene un asunto pendiente.

    Ella cabecea mientras les acaricia el rostro. Gult gruñe una vez más para llamar su atención.

    —Venga, al mal paso darle prisa —sugiere Brianna.

    Tomados de la mano con firmeza, los tres atraviesan el portal seguidos por Gult que carga al lomo el cuerpo de Calixto.

    🍃

    El retorno de Brianna junto a sus sobrinos genera emociones encontradas entre muchos de los habitantes del reino: alegría, sorpresa, tristeza. La muerte de Calixto ocasiona una cascada de cambios que ella asimila con el apoyo de Gult que, por fortuna acepta ocupar el puesto de consejero real. Resolver la crisis murallas adentro le lleva a la princesa una semana entera. Juicios, firma de pactos, decretos. Ganarse la confianza y la lealtad de quienes escucharon las promesas de Minok requiere de mucho más esfuerzo, aunque no puede decirse que las primeras reuniones no hayan dado frutos. Lograr que cese el baño de sangre hace que Brianna considere la posibilidad de volver al mundo mortal. Por ahora el rey y los tanarianos no han movido ficha. No obstante, eso no significa que el peligro haya pasado.

    —¿Estás segura de volver? —Gult la observa con los párpados entornados.

    —No voy a mentirte, no es seguridad lo que me motiva —reconoce ella—. Solo creo que si vuelvo con los chicos Minok tendrá mucho más difícil asesinarlos.

    —No lo sé, Brianna. Los trajo desde el mundo mortal una vez, ¿qué le impedirá volver a hacerlo?

    —Que tanto ellos como yo estaremos alerta. Los sedujo con promesas vacías. Ahora ya saben lo que hay, además han aprendido a utilizar parte de sus poderes durante su estancia aquí.

    Consejero y Princesa se asoman por el ventanal. Los gemelos reciben instrucción en la lucha cuerpo a cuerpo daga en mano.

    —Muy bien, lo tendré todo listo para cuando decidas volver. Pero esta vez llévate el corion, me quedaré más tranquilo si podemos mantener el contacto.

    —De acuerdo. Respecto de cuándo volver, démosles un par de días más. Quiero que al menos sean capaces de defenderse si no me encuentro cerca.

    —Así se hará.

    🍃

    Volver al mundo de los humanos con todos sus recuerdos intactos no fue sencillo de digerir. Disociar ambas partes de sí misma le costó días de estrés y desasosiego ante la posibilidad de llamar la atención más de la cuenta. Por fortuna Liam y Connor habían comprendido (y asimilado) la necesidad de trabajar como un equipo y su conducta había mejorado significativamente. Tener el corion consigo también le aporta cierta seguridad. Brianna reflexiona en relación con los hechos más recientes ocurridos en Enalterra mientras conduce en dirección a Tymon Park. Los chicos la esperan en el Estadio Nacional de Baloncesto y ya lleva cinco minutos de retraso. El sol que brilla con cierta timidez se esconde de pronto. Es como si ese mal presentimiento que lleva rato nublándole el ánimo hubiese abandonado su cuerpo para instaurarse en plena bóveda celeste. El corazón se le dispara y un nudo le impide tragar con facilidad. Las sombras que rodean al estadio despiertan en ella un miedo visceral. Consciente de que el tiempo se le agota pisa el acelerador.

    Brianna maniobra con el coche. Un escuadrón completo de tanarianos dirigidos por Minok le corta el paso. El volantazo obliga al vehículo a girar como un trompo. Ella se aferra al volante con fuerza. Mientras aguarda que el coche se detenga sujeta el corion y envía un mensaje a Enalterra. Los recuerdos amenazan con sumergirla en el pasado y ella no está dispuesta a permitir que su mente la traicione. Recibir la señal lumínica de Liam y Connor le insufla valor. Sus chicos se encuentran fuera del alcance de Minok. Ahora le toca a ella hacerse cargo.

    El coche se estrella contra la primera línea de tanarianos. Las monturas aúllan y caen despatarradas lanzando por los aires a sus jinetes. Brianna aprovecha el instante para bajarse del vehículo,  da dos zancadas y se aleja. Un trueno cruza el firmamento. La lluvia no tarda en caer. Minok alza el puño. Un vendaval choca contra el muro protector que Brianna acaba de conjurar. La princesa invoca su arco y una flecha. Los ojos del rey tanariano refulgen. Ella inspira hondo. Necesita serenarse para hacer uso de todo su poder.

    Claimar et laéng corp triscum.

    La punta de la saeta brilla con intensidad. Brianna coge la flecha y hace un pequeño corte que le atraviesa la línea de la vida en su palma derecha. La sangre empapa la punta. Segundos después, repite el conjuro.

    —Ni con todo el poder de tu linaje; ni con la magia de sangre… Ni siquiera los dioses van a librarte de mi venganza.

    Minok desmonta.

    —No será todo eso lo que te destruya, Minok. Es tu sed de venganza la que se volverá contra ti. Es el orgullo que te consume el que abrirá las puertas del inframundo y permitirá que Enalterra por fin sea libre.

    —¡No eres rival para mí!

    —Jamás he pretendido serlo.

    El rey tanariano desenvaina su espada y se abalanza sobre la princesa a gran velocidad. Ella permanece inmóvil a la espera. Los gemelos corren hacia Brianna al percatarse de lo que está por suceder.

    Minok empuña la espada con ambas manos. En el instante en que la alza sobre su cabeza, Brianna carga la flecha en el arco. El rey sonríe con malevolencia segundos antes de imprimirle toda su fuerza a la espada. La hoja destella reflejando el relámpago que acaba de iluminar el firmamento. Otro trueno ruge. La princesa apunta y dispara la saeta. La sonrisa de Minok se desdibuja en cuanto la filosa punta le atraviesa el hombro izquierdo. La espada desciende y alcanza a Brianna en el hombro derecho pese a la rapidez con la que se desplaza. La sangre le empapa la blusa. El rey vuelve a embestir. Ella trastabilla y apoya una rodilla en el suelo. El movimiento hace que roce la funda que lleva atada al muslo derecho. Minok ruge eufórico. Brianna coge el colmillo del dragón. Su sangre entra en contacto con el objeto y se enciende. La princesa lo arroja a la garganta del rey. La espada cae y rebota contra el pavimento. Sangre real empapa los labios del último rey tanariano. Minok se lleva la diestra al cuello. En el instante en el que roza el colmillo, estalla envuelto en una lengua de fuego que lo convierte en cenizas. Con él, todo el escuadrón de tanarianos también desaparece.

    Brianna se tambalea. Las piernas se le aflojan tanto, que se le dobla la otra rodilla. Los gemelos la abrazan y evitan que caiga al suelo. Un zumbido persistente le impide escuchar las palabras de Liam y los tacos de Connor. Una calidez le recorre todo el cuerpo. Las manos cariñosas de sus chicos la reconfortan. Cierta perplejidad ante sí misma la mantiene en una especie de limbo mientras los gemelos se ocupan de sanarle la herida. Todavía no es capaz de creer lo que acaba de hacer.

    La lluvia cesa. El cielo se aclara. El astro rey se abre paso con premura como si supiera que Brianna necesita de sus atenciones. La cálida caricia de los rayos vespertinos la desentumece.

    —Mamá, ¿seguro te encuentras bien? —La preocupación en el tono de Connor rompe el ensimismamiento de Brianna.

    —Lo estoy, cariño, de verdad. —Ella devuelve el abrazo y los estrecha contra su pecho con tanta fuerza que Liam protesta.

    —Eres un quejica —masculla Connor mientras no quita los ojos del hombro de Brianna—. Va a quedarte una cicatriz bastante fea, mamá. Todavía no aprendimos sanación estética.

    —A mamá no le importa tener cicatrices, no te rayes por eso.

    —Venga, chicos, volvamos a casa.

    —¡A Enalterra? —Brianna detecta la ilusión que se filtra en la voz de Liam.

    —Enalterra por fin es libre, puede esperarnos un poco más.

    —¿Cuánto más?

    —No seas petardo, Liam. Deja a mamá en paz. Tenemos trece, todavía nos quedan cinco años en este mundo.

    —Jo, este mundo es aburrido. —Connor pone los ojos en blanco.

    —Entonces lo haremos divertido —agrega Brianna.

    Los gemelos se lanzan un par de miraditas cómplices que su madre ataja al vuelo. Los conoce demasiado bien. La diferencia es que ahora está preparada para lidiar con ellos sin perder la cordura en el intento.


    Esta historia fue escrita para el taller Escritorzuelos que dictó Daniel Hermosel, @danielturambar en 2021. Enfrentó un primer beteo en directo. Y así quedó tras el beteo en directo por Adella Brac @adellabrac en su canal de Twitch. Espero la disfrutéis.


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  • YUGEN – 02 – HOGOSHA KOTODAMA – PROTECTORES DE ALMAS

    Una chica oriental, vestida con un larguísimo kimono azul turquesa  con algunos dibujos en las mangas. Está en unas rocas y el mar se extiende al otro
lado de estas. También en el lado  en el que está la chica, que tiene el pelo negro y muy largo. A su lado hay como un par de pequeños dragones. Y en el
horizonte se distingue una isla lejana, borrosa.
    Imagen libre de derechos de Panji Lara en pixabay

    Leyenda

    En un misterioso libro antiguo escrito en paralelo al Kojiki, libro que narra la historia antigua de Japón, existe una leyenda que explica el origen de los hogosha kotodama, clan de protectores de almas cuya ocupación era resguardar y proteger las almas humanas rescatadas por los ryoshi kotodama.

    Cuenta la leyenda que Amida, el dios protector de las almas humanas habló con Watatsumi para plantearle lo que estaba ocurriendo en el mundo mortal, pues él conocía la debilidad  del dios dragón por los humanos. El dios accedió y le propuso a amida la creación de un clan que, de la mano de los cazadores, se ocupara de resguardar las almas arrancadas de su receptáculo original. Puesto que una vez que el alma es robada por un shinigami, el cuerpo pierde el vínculo  y es imposible restaurarlo, era necesario proveerles de un nuevo receptáculo. Amida accedió y fue entonces que Watatsumi habló con su primogénita. La princesa Otohime aceptó colaborar y utilizó su sangre para crear una nueva raza de dragones; los ri-riu y los dotó con un sentido de la vista superior al de cualquier otra criatura. De esta forma ellos podrían ver mucho más allá de lo superficial e identificar a los shinigamis, así como al resto de criaturas sobrenaturales. Los ri-riu  se establecieron en el mundo mortal. La princesa dragón les concedió la facultad de transformarse en humanos. Una característica indispensable para poder pasar desapercibidos. Estos servidores de Watatsumi regresaban al mar  durante el plenilunio de cada mes y permanecían en él durante tres días con sus noches para poder recargar su energía vital; de lo contrario, su espíritu dragón quedaba confinado perdiendo sus poderes. Quedar confinado era tan doloroso que algunos decidieron ahogarse en el océano al no poder soportarlo. Esto dejaba libre a sus espíritus mientras que los cuerpos eran rescatados por Otohime quien los llevaba al palacio de su padre para que durmiesen allí el sueño eterno.


    Sinopsis

    En Kioto, una ola de muertes inexplicables mantiene oculta la desaparición de más de una decena de jóvenes. No hay rastros de cómo o por qué desaparecen. Lo único que tienen todos estos jóvenes en común es que forman parte del linaje directo de una casta desaparecida hace más de un milenio: los ri-riu, dragones cambiantes al servicio de Watatsumi, el dios dragón, quienes constituyeron el clan de los hogosha kotodama o  protectores de almas.

    Tras el ataque que sufre Kai, descendiente directa del linaje de los ri-riu, se descubre la existencia de los uwibami; dragones cambiantes cuya principal misión es evitar que los protectores de almas resurjan tal como lo han hecho los cazadores de almas.

    Kai tendrá en sus manos una difícil decisión: aceptar el legado que la convertirá en ri-riu  y así salvar miles de almas humanas o salvar la vida de su hermano gemelo. Decida lo que decida, hay un destino que no podrá eludir pues solo ella posee el poder para realizar el ritual que hará renacer las almas rescatadas.

    ¿Podrá Kai descubrir quién se oculta detrás de tanto odio contra la humanidad? ¿Logrará salvar la vida de su gemelo?

    Dragones, humanos, criaturas sobrenaturales, magia, leyendas; se unen para dar forma a una historia que funde fantasía y realidad en el marco de una de las culturas milenarias más fascinante del mundo.


    Kioto, 2021 d. C.

    El volumen de la televisión alcanza una magnitud insoportable. Kai sale de la cocina con intención de coger el control remoto. La joven se detiene al observar el rostro pálido de su gemelo. Kai lo estrecha entre sus brazos con fuerza. El joven tiembla. Una lágrima se le escapa.

    Kay se aparta de su gemelo. Le seca la lágrima furtiva y le quita el control remoto. Apaga el televisor y coge la barbilla de Kyoko. Se para frente a él de tal forma que el joven pueda verle bien todo el rostro.

    —Estoy segura de que lo encontrarán. —Kyoko la observa; sus ojos rezuman desconfianza.

    —Es el quinto que desaparece —dice más alto de lo que pretendía.

    —Lo sé, pero debemos confiar y mantener la calma.

    —No estará para nuestro cumpleaños —El joven se deja caer en el sillón.

    Kay se inclina y le besa la frente. Es consciente de lo importante  que es Kevin para su hermano. La rabia le acelera el pulso. Se muerde la lengua antes de maldecir a los dioses. No romperá la promesa que le hiciera a Kyoko. Su gemelo detesta que lo compadezca por cada circunstancia adversa que le toca afrontar. Perder a sus padres tan pronto la había convertido en una sobreprotectora insufrible. Sin darse cuenta casi lo convierte en un inútil. La rabia enardece su temperamento. ¿Por qué tiene su hermano que afrontar tantas pérdidas? Primero la audición, luego sus padres, ahora Kevin. El único que se había fijado en su hermano sin importarle nada más. Si es que los dioses son unos desalmados. El pensamiento se le escapa. Está demasiado enfadada para reprimirse o reprocharse. El pellizco de su hermano la devuelve a la realidad.

    —Deja de rumiar contra los dioses —le dice Kyoko—. Tienes razón, tenemos que seguir adelante. la vida no se detiene.

    El corazón de Kai da un salto olímpico y se le asienta de nuevo.

    —Vale, ven a la cocina, preparé lo que más te gusta.

    El joven se levanta consciente de que su hermana necesita estar segura de que no se quebrará. En realidad, él también lo necesita. Lo que menos desea es convertirse en un sufrimiento constante para Kai. Kyoko la sigue de cerca. Ambos se esfuerzan por apartar un rato de sus mentes y sus corazones la trágica noticia.

    ***

    El akuma aguarda las órdenes. En el instante en el que el dios se aproxima sus ojos flamean.

    —Necesito que vayas al mundo mortal y acabes con esta jovencita. —El dios invoca una imagen nítida de Kai.

    —¿Puedo jugar con ella?

    El rugido del dios obliga al demonio a recular varios pasos.

    —Vuestros jueguecitos han despertado la curiosidad de los humanos. Limítate a obedecer.

    —De acuerdo. —El demonio desaparece.

    Desde las sombras surge una silueta femenina. La mujer hace una reverencia que deja al descubierto el tatuaje que le cubre la espalda y otras partes del cuerpo. Es un uwibami de escamas negras y doradas, tres cuernos en la cabeza y ojos prominentes.

    —Asegúrate de que no falle bajo ningún concepto.

    —Como ordenes —responde la mujer.

    La asesina se difumina entre las sombras sin dejar rastro.

    ***

    Otohime escucha atenta la narración de la pequeña criatura marina. La despide con una leve reverencia y corre pasillo a través. Watatsumi, dios dragón de los mares se encuentra en medio de una recepción real. La princesa dragón avanza entre los comensales. El dios advierte la preocupación que empaña la mirada de su primogénita y se excusa para hablar con ella.

    —¿Qué te ocurre? —pregunta en voz muy baja.

    —Aquí no, padre. Hay demasiados ojos y oídos indiscretos.

    El dios asiente con la cabeza. ambos acuerdan encontrarse en cuanto finalice la pequeña recepción.

    Otohime deambula con el cuerpo tenso. La entrada de su padre la sobresalta.

    —Ahora sí, explícame qué ha ocurrido.

    —Los descendientes del linaje ri-riu están desapareciendo del mundo mortal sin dejar rastros. No hay una explicación precisa.

    —No la habrá para ti, pero está muy claro que tiene que ver con las muertes que vuelven a ocurrir. —La princesa se detiene.

    —Es lo más probable.

    —Me ocuparé de esto. No debemos permitir que los sigan eliminando, el desequilibrio sería irremediable.

    —Lo sé. El problema es que no estoy segura de que podamos protegerlos a todos.

    Watatsumi la abraza con firmeza. Ella apoya la frente en su pecho. El ritmo del corazón de su padre la serena.

    —Deja todo en mis manos y mantente atenta. En cualquier momento tendremos que entrenar a los nuevos protectores.

    Otohime se estremece ante la perspectiva de lo que implican las palabras de su padre. La pesadilla retornaba más de un milenio después y prometía ser mucho peor que la última vez.

    ***

    La pareja de ri-riu acuden a la convocatoria del dios dragón. Ambos son conscientes de que la situación debe ser comprometida para que se les haya solicitado acudir con tanta urgencia. Watatsumi explica la situación sin omitir detalles.

    —Debéis ir cuanto antes y protegerla. Sin ella la situación sería insostenible.

    —No pretendo contrariar vuestra voluntad, pero hasta el momento nadie sabe quién es —dice Umiko.

    —Tampoco hay evidencias de que su espíritu ri-riu tenga intenciones de despertar —agregó Isamu.

    —Alcanzará la mayoría de edad en unos días. correr el riesgo sería una insensatez. —La princesa se hace visible—. Además, en teoría, de los otros tampoco se conocía su identidad y han desaparecido.

    —Otohime os proporcionará la información que necesitéis —dice el dios—. Id con cautela. No quisiera perderos.

    El afecto del dios les alcanza el corazón. La emoción es tan embriagante como un buen sake.

    —Cuidaremos de ella con nuestra vida de ser necesario —declara la pareja al unísono.

    La princesa se ocupa de dar la información. Con los objetivos claros, Umiko e Isamu se marchan a la superficie.

    ***

    Kai camina de la mano de su gemelo. Kioto sigue como siempre. Resulta increíble que la ciudad continúe imperturbable con todo y los crímenes que están ocurriendo. Una brisa la envuelve. Los aromas de la ciudad la distraen de sus cavilaciones. Entre las sombras un par de ojos dorados refulgen. La joven sonríe ante una broma de su gemelo. En la siguiente esquina, una pareja  observa la vitrina de la tienda a la cuál se dirigen. La joven se detiene junto a la mujer. Esta intercambia una mirada con su compañero. Otohime no había mencionado nada sobre un gemelo. El parecido entre ambos es innegable. Isamu se encoge de hombros.

    —entra tú —invita Kai—. Te espero aquí.

    Kyoko le da un beso en la mejilla y entra. La joven se vuelve para charlar con la mujer. La expresión de Umiko cambia; se torna feroz. Kai da un paso atrás. Isamu la coge por la muñeca y tira de ella en el instante en el que un demonio cierra los brazos con la intención clara de cogerla.

    ***

    Kai grita y se zafa del agarre. El miedo le palpita al mismo ritmo del corazón: desbocado como un animal salvaje. El demonio se abalanza sobre ella. La joven se agacha por puro instinto. Una voz interna le habla con firmeza; le advierte del peligro. En una curiosa pirueta, rueda sobre sí. Kai experimenta unos segundos de alivio que se esfuma tan pronto como aparece. El demonio le lanza un zarpazo que la alcanza en un hombro. Isamu maldice. Quiere librarse de esa criatura, el problema es que la joven está en el medio. Kai ahoga el grito. El dolor la recorre como una lengua ardiente y la hace trastabillar.

    La criatura acorta la distancia. En un intento por cogerla le clava las zarpas en la espalda. Kai cae al suelo. Una lágrima se le escapa al recordar a Kyoko.  Si muere su gemelo quedará a merced de esa criatura.

    Isamu saca su espada Y se lanza al ataque. El demonio forma una espada flamígera.

    —¡Sácala de aquí! —ordena el ri-riu antes de lanzar un mandoble.

    Umiko gesticula. Un Kanji brillante se forma sobre el cuerpo de Kai. En minutos, un enorme dragón azul con forma de serpiente surge desde un portal.

    —Sheiryu, es urgente llevarla con Watatsumi.

    —¿Necesitáis ayuda con esa cosa? —Umiko niega con la cabeza.

    La enorme criatura coge a Kai con delicadeza y la lleva consigo al fondo del océano.

    ***

    Umiko desenvaina su espada en el instante en el que el portal se cierra y desaparece. El demonio se encuentra acorralado. Por el rabillo del ojo Isamu distingue una figura femenina.

    —Qué lucha más desigual. No os importa si me uno para equilibrarla, ¿no?

    Los ri-riu intercambian una mirada. Acaban de escoger a su adversario.

    Umiko se abalanza sobre el demonio. Entre tanto, Isamu hace lo propio con la recién llegada. Las espadas chocan contra el suelo. La mujer ayuda al demonio y evita que la espada lo atraviese.

    Los ri-riu unen su energía vital. Umiko dibuja un kanji de ataque que se estampa contra la frente del demonio. La criatura suelta la espada. Isamu aprovecha para lanzar un mandoble contra la mujer. La asesina se carcajea. En un estallido de energía se transforma en una dragona de escamas negras y doradas, de ojos saltones y tres cuernos sobre la cabeza. la uwibami lanza un zarpazo. Isamu no logra esquivarla a tiempo. Las tres garras se le clavan en el hombro derecho. Como puede el ri-riu se libera. Incapaz de transformarse debido a la herida que drena su energía vital, entretiene a la asesina mientras Umiko absorbe el alma del demonio y resguarda el resto en los recipientes sagrados.

    Isamu recoge la espada. La uwibami se percata de la intención de Umiko y desvía el ataque. El ri-riu lo intercepta y la hiere. La dragona desaparece entre las sombras.

    —¿Puedes aguantar? —Isamu cabecea.

    Umiko se encarga de eliminar cualquier evidencia sospechosa y deshace el velo que los mantenía a cubierto de ojos humanos.

    —volvamos a casa —dice la ri-riu mientras coge a su compañero con firmeza.

    Kyoko sale corriendo de la tienda. Quiere detener a la pareja. La última vez que había visto a Kai estaba de pie al lado de esa mujer. No permitirá que se larguen sin decirle dónde está su gemela. ¿qué hicieron con ella? El pulso se le acelera ante la posibilidad de no volver a verla. Si la perdía a ella también, moriría.

    Los ri-riu aceleran el paso. La mujer aprovecha  el callejón que se abre a la derecha. Arrastra a su compañero. Kyoko corre y se adentra. Grita enfurecido al encontrar el callejón vacío  sin advertir el peligro que se cierne sobre él.


    Glosario

    Amida: dios protector de las almas humanas.

    Kojiki: libro que narra la historia de japón.

    Kotodama: alma.

    Hachiman: dios de los samuráis, el arco y protector de japón.

    Ikigai: sentido de la existencia. razón que motiva a seguir adelante cada día.

    Inari: dios del arroz y la fertilidad.

    Kitsune: sirviente de Inari con habilidades mágicas y la capacidad de adoptar forma de zorro. Son considerados entes espirituales.

    Ryoshi: cazador.

    Shinobi: ninja o asesino.

    Shinigami: ser sobrenatural que induce la muerte en los humanos o siembra en ellos el deseo de morir.

    Shoshinsha: eterno aprendiz.

    Akuma: demonio o espíritu maléfico.

    Kiuketsuki: vampiro.

    Kanjis: símbolos del alfabeto japonés.

    Takamagahara: el cielo.

    Otohime: Princesa dragón de los mares e hija de Ryujin (Watatsumi).

    Watatsumi: este dios del mar también se conoce como el dios dragón, Ryujin, y tiene la capacidad de cambiar de forma a la forma humana. Se representa como un dragón en forma de serpiente de color verde.

    Sheiryu: es un dragón enorme de color azul que se dice que protege el este y la ciudad de Kioto y que representa el agua y la primavera.

    Uwibami: este dragón simboliza mirar en todas direcciones antes de actuar.

    Ri-Riu: es un dragón bastante desconocido. Se dice que es el dragón que posee la mejor vista en comparación a otros dragones.

    Hogosha: protector.


    Nota de la autora

    Ante todo ofrezco disculpas anticipadas a los amantes de la cultura nipona por si os encontráis algunas imprecisiones en relación a la mitología o algunas criaturas sobrenaturales. Pese a mis dos días de documentación, es muy posible que sea necesario afinar algún detalle.
    He de confesar que algunas palabras las he utilizado a favor de dar forma a la trama y los personajes. Asimismo, confieso que la leyenda y lo que se desglosa de ella es ficción y responsabilidad de quien escribe.
    Hechas las aclaraciones que considero más relevantes, solo me queda agradeceros si habéis llegado hasta aquí. Ojalá hayáis disfrutado la historia.


    Este relato ha sido escrito para participar en el #DesafíoSinOpsisAbril2021, propuesto por Jessica Galera Andreu @Jess_YK82.


    Si esta historia ha logrado captar tu atención y la disfrutaste, me ayudaría muchísimo si me obsequias un «me gusta» o si la difundes en tus redes sociales. Además, me encantaría que compartieras conmigo tus impresiones en la caja de comentarios que encontrarás más abajo. Y si te gusta lo que escribo, puedes convertirte en mi mecenas si me invitas el equivalente a un
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    Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

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  • YUGEN – 01 – RYOSHI KOTODAMA – CAZADORES DE ALMAS

    Una joven asiática que viste un kimono de color rojo con flores. La joven lleva el cabello recogido y adornado con flores de color rojo. Lleva un parasol en la mano. al fondo se observa un bosque floreado con mucha niebla
    Imagen libre de derechos de Sasint Tipchai en pixabay

    Sinopsis

    Una ola de muertes inexplicables azota Kioto y sus alrededores. En pleno siglo XXI, resurge la casta de un clan de shinobis extintos hace un milenio. Los misteriosos asesinos constituyen el clan de los ryoshi kotodama o cazadores de almas.

    Hiruko, kitsune de Inari, dios que prometió albergar en sus templos a los cazadores de almas, acude  ante la convocatoria que recibe por parte del dios junto a otros mensajeros a su servicio. El dios expone la crítica situación e informa que los elegidos serán convertidos en ryoshi kotodama y su ikigai será, de ahora en adelante,  cazar a quienes están robando las almas humanas.

    Los únicos aliados con los que contarán los nuevos cazadores han sido sus peores enemigos hasta el momento. Ningún kitsune se habría imaginado jamás colaborando codo con codo junto a las criaturas más despreciadas desde tiempos inmemoriales. Por su parte,  los kiuketsukis se ven obligados a forjar una alianza que garantice su supervivencia, pues sin los humanos, se quedan sin su alimento vital.

    Sanadores que han de convertirse en guerreros; vampiros que deberán transformarse en maestros y un objetivo en común: librarse de los demonios que pretenden exterminar a la humanidad, confluyen en una historia donde  criaturas sobrenaturales, la magia, las leyendas y la cultura de la tierra del sol naciente cobran vida y se transforman en una maravillosa oportunidad que invita a los lectores a evadirse de la realidad.

    Leyenda

    En un misterioso libro antiguo escrito en paralelo al Kojiki, libro que narra la historia antigua de Japón, existe una leyenda que explica el origen de los  ryoshi kotodama o cazadores de almas. Un clan de shinobis (asesinos que absorben el alma de un shinigami transformado en akuma y rescatan la humana que los demonios han robado previamente) creados por Hachiman a petición de Amida.

    Cuenta la leyenda que el dios protector de las almas humanas, preocupado por la ola de muertes inexplicables que estaban ocurriendo en el mundo mortal, solicitó ayuda a su hermano. Antes de conceder el favor, el dios de los samuráis y protector de Japón indagó entre sus fieles seguidores para conocer de primera mano lo que estaba sucediendo. Los samuráis explicaron al dios que Aneko, una shoshinsha (aprendiza) había solicitado el favor de Inari porque quería tener descendencia. El dios se lo concedió y la mujer yació con un  shinigami. Inari enfureció al percatarse de lo sucedido entre el demonio y la shoshinsha y la condenó a permanecer en el Yomi. La situación se torció durante el parto, ya que la criatura demoníaca que había engendrado Aneko bebió su sangre hasta provocarle la muerte y se quedó con parte de su alma. La criatura vagaba entre los vivos y se reproducía sin control. Era necesario contar con una fuerza capaz de hacerles frente y asesinarlos, además de recuperar las almas robadas. Debido a su naturaleza, a esos demonios solo se les podía asesinar absorbiendo sus almas.

    Hachiman habla entonces con Inari y le plantea sus requerimientos antes de crear la nueva casta de guerreros. El dios de la fertilidad accede a que los cazadores de almas se escondan tras los muros de su santuario.



    Kioto, 2021 d. C.

    La luz del poste más cercano se refleja en el pálido pelaje. El pequeño animal avanza con cautela. El cuerpo femenino aún emana calor. El zorro olisquea muy cerca del rostro. Arruga el hocico. Un estallido platinado da paso a la figura de una joven de larga cabellera. Hiruko gesticula con rapidez. Una serie de símbolos dorados se aproximan a la piel de la mujer tendida en el suelo. La sanadora frunce el entrecejo al percatarse de que se desvanecen sin más. Con el pulso acelerado y el temor aleteándole en el pecho lo intenta de nuevo; una, dos, cuatro veces. Es inútil. Un grito distante llama su atención. Coge entre sus dedos la perla que lleva colgada en el cuello. Algo terrible se había desatado en la ciudad. Vuelve a transformarse y sale disparada hacia donde le dicta el instinto. Mientras avanza quiere comunicarse con sus hermanos. Su voz psíquica no obtiene respuesta. El temor le recorre por las venas. Lo único que logra percibir es una desolación aterradora. Lo que sea que esté ocurriendo es mucho peor de lo que alcanza a imaginarse. Hiruko eleva una plegaria silenciosa. La presencia de los dioses es su única oportunidad.

    ***

    El joven baja la escalerilla de acceso al templo y trastabilla. Da manotazos para mantener el equilibrio. Una brisa gélida le cala hasta los huesos. Levanta la mirada. El cielo se había aborregado de improviso.

    Echa a andar hacia la salida del santuario. Una sombra se atraviesa en su camino. Abre la boca con intención de pedir una explicación. El grito se le queda atascado en la garganta. Las piernas le tiemblan como si fuesen de gelatina. Un recuerdo infantil surge desde lo más profundo de su memoria. A su abuela le encantaba contarle las leyendas relacionadas con los demonios. El akuma curva los labios delgadísimos en una mueca que pretende simular una sonrisa; sus ojos llamean segundos antes de abalanzarse sobre el joven para apoderarse de su sangre y su alma.

    ***

    Inari adopta forma humana. Encontrar el cadáver del joven casi a las puertas del templo lo enfurece. Una ristra de malos recuerdos le ensombrece el rostro. Su espíritu viaja más de un milenio atrás.

    —Escucha mi súplica, Inari. Es el latido de mi corazón quien te ruega.

    —¿Qué anhela tu corazón? —La joven shoshinsha se irguió en presencia del dios.

    —Un heredero a quien pueda legar tus enseñanzas. Te serviremos —prometió la joven aprendiza.

    —Así sea —concedió el dios.

    Si tan solo se hubiese tomado la molestia de indagar un poco más, se recriminó Inari. Con toda la delicadeza de la que fue capaz recogió el cuerpo sin vida y entró al templo. La rabia que hervía en su interior era casi tan letal como aquella que le produjo descubrir a la aprendiza abierta de piernas para ese maldito shinigami. Condenarla a permanecer en el Yomi no serviría de nada si no lograba evitar lo que él mismo había ocasionado por su negligencia. Ese demonio atrevido no se saldría con la suya si él podía evitarlo. Qué ingenuo y que arrogante había sido. La semilla del mal había arraigado en aquel vientre y ni con todo su poder fue capaz de arrancarla. Desde luego, nada lo había preparado para lo que ocurriría meses después. Y todo había sido por su culpa. Encontrarse a la aprendiza exhalando su último aliento vital le ofreció un alivio momentáneo. Apenas un fragmento diminuto de esa alma débil era lo que había dejado el engendro. Las cosas no podían ir a peor.

    ***

    Amida, dios protector de las almas humanas, se paseaba por el Takamagahara incapaz de detenerse. La atmósfera en el cielo era casi tan sombría como en el mundo mortal. Tantas muertes sin sentido. El corazón del dios se estremeció. Lo peor, además de la cantidad de humanos que morían sin una explicación razonable era la pérdida de sus almas. Algo terrible ocurría y él no lograba dar con la verdad.

    —Hermano —saludó Hachiman—. ¿qué acongoja tanto tu espíritu?

    —He perdido mis dones, hermano —admitió con gran preocupación—. entre los mortales se ha desatado una ola de muertes irracionales y a destiempo y no logro contactar con sus almas. Están perdidas.

    —Eso es imposible. ¿Estás seguro?

    —Completamente. Por eso te convoqué. Necesito tu ayuda.

    —Cuenta con ella.

    Los dioses se trasladaron al mundo mortal. En las afueras de Kioto todo era un caos debido a tantos fallecidos. Hachiman observaba con el entrecejo fruncido. el espectáculo era dantesco y nada tenía que ver con muertes naturales. Mucho menos podían endosárselas a alguna mano humana, por muy cruel que esta fuera.

    —¿Qué es lo que ocurre? —inquirió el dios a uno de sus samuráis.

    —Hay una plaga de criaturas demoníacas. Beben sangre hasta absorber el alma de quien tengan entre sus fauces.

    —Los kiuketsukis no son ladrones de almas.

    —Ellos no; estas criaturas sí. Son muy parecidas a un shinigami, sólo que tienen mirada de fuego y colmillos oscuros y ponzoñosos.

    —¿De dónde han salido? En el Yomi no existe nada similar —aseguró Amida.

    El samurái informó a los dioses sobre lo ocurrido entre la shoshinsha e Inari.

    —Os encargaréis de cazar a esas criaturas —ordenó Hachiman.

    —Somos simples samuráis. Nuestra espada no tiene ningún efecto sobre esos akuma. Necesitáis guerreros silenciosos; asesinos implacables con algún don que les otorgue ventaja.

    Hachiman meditó respecto de la solución que había propuesto el samuray. Era consciente de lo que debía hacer. Sin embargo, tendría que hablar primero con Inari.

    ***

    Inari observaba a sus iguales. En su rostro la rabia y la vergüenza se turnaban para reflejar lo contrariado  y compungido que se encontraba. No hizo falta preguntar el motivo de su inesperada visita. El dios era consciente de lo que estaba ocurriendo, así que se limitó a escuchar la propuesta y responder las preguntas que le hicieron.

    —¿Estáis seguros de lo que pretendéis hacer?

    —No tenemos otra alternativa —dijo Amida con el rostro surcado de líneas por la preocupación.

    —Los samuráis no pueden asumir ese ikigai, Inari —recalcó Hachiman—. Sería pedirles demasiado y morirían inútilmente.

    —Ese samurái es una filtración que no nos conviene en este momento.

    —No te preocupes por él, eso ha quedado resuelto. A esta hora ni siquiera recuerda que hemos estado en el santuario.

    El dios de la fertilidad meditó mientras deambulaba sin parar.

    —De acuerdo. Crea a los cazadores de almas. Yo me comprometo a ofrecerles el resguardo necesario y garantizar el secreto.

    —Gracias, no olvidaré esto, Inari —dijo amida.

    —Así sea —decretó Hachiman.

    Inari fue testigo de la creación de los nuevos guerreros. El corazón le palpitaba con fuerza y solo esperaba poder enmendar su terrible error algún día.

    ***

    Kioto, 2021 d. C.

    Hiruko camina a paso rápido por la acera derecha. Acaba de anochecer. Necesita darse prisa. No da buena imagen llegar tarde cuando tu dios te convoca con urgencia. Mira ceñuda de un lado a otro. La aparente tranquilidad le pone la piel de gallina. Esos últimos días habían sido una verdadera locura. Se estremece de pies a cabeza. el recuerdo de los cadáveres hace que el corazón y también el estómago le den un vuelco. En toda su vida como kitsune nunca había visto algo semejante. No había poder ni kanji sanador que contrarrestase tanta malevolencia.

    Cruza hacia la otra acera. A lo lejos distingue las luces del santuario. Está lista para transformarse cuando el aroma penetrante a canela y clavos la envuelve.

    —No tengo tiempo para juegos, Kasumi —dice y se cruza de brazos—. Inari me espera.

    El vampiro cabecea una vez y se aparta a un lado. La joven entrecierra los ojos. El recelo surge en su interior con tanta fuerza como la que posee un volcán en erupción.

    —Ten cuidado, preciosa. la noche ha dejado de ser segura para vosotros… en realidad para cualquiera que se precie de tener alma.

    —Serás descarado —dice acusatoria—. Os estáis aprovechando, pero te aseguro que se os va a acabar la fiesta.

    —Ni yo ni los míos somos responsables de nada de lo que pretendes acusarnos.

    —¿Esperas que crea que sois inocentes?

    —Lo somos —dice con tono acerado—. Si prefieres una voz más confiable, pregunta a Inari. Luego puedes ofrecerme disculpas.

    —Ni lo sueñes —espeta y se transforma en una preciosa zorra de pelaje blanco.

    —Como prefieras —dice el vampiro en voz baja—. Solo asegúrate de ir con cuidado. El peligro acecha.

    La kitsune sale disparada sin mirar atrás.

    ***

    Inari hace acto de presencia. En el templo una veintena de sus más fieles kitsunes aguarda para reunirse con él. El dios clava la mirada en la pequeña zorra que acaba de llegar. Corría con tanto agobio por el temor de ser reprendida que casi le roba una sonrisa. De no ser por el verdadero motivo por el cual los había convocado, se habría tomado el tiempo de tranquilizar a la criatura. La joven se transforma y ocupa su lugar en las filas. Inari se aproxima. El gesto solemne de sus fieles kitsunes le revuelve el estómago. Estaba a punto de cometer una acción desesperada que los pondrá en riesgo absoluto. Ojalá pudiera retractarse; es imposible. Todo volvía a repetirse y esta vez debían actuar con mucha más premura.

    —Os he convocado porque os necesito —dice y fija la mirada en cada uno de ellos—. Para ninguno de vosotros es un secreto lo que está ocurriendo en la ciudad. Es hora de que hagamos algo o la humanidad corre un grave peligro.

    —¿Qué más podemos hacer? Nuestro poder de sanación no tiene efecto.

    —Tendréis que luchar —advierte el dios.

    —Pero sólo somos kitsunes —dice uno de los presentes.

    —Dejaréis de serlo. —El miedo se expande entre los jóvenes.

    —¿Qué seremos? —Las voces trémulas cobran algo de ímpetu—. Se nos ha entrenado para serviros.

    —Y lo seguiréis haciendo, sólo que ahora seréis cazadores de almas.

    Una exclamación general queda ahogada por una voz aguda que se alza víctima de la descarga de adrenalina que no le permite pensar con claridad.

    —No sabemos ser otra cosa —exclama Hiruko—. Estaremos muertos antes de poder actuar como unos guerreros…

    —Aprenderéis

    —Dentro de vosotros arde una llama potente. El miedo está bien. os mantendrá alerta. Lo que no debéis es darle el poder de paralizaros.

    Los jóvenes se quedan petrificados al escuchar la voz de Hachiman. Ellos nunca habían permanecido con él en el mismo plano y lugar. La presencia del dios es acojonante.

    —Hachiman se ocupará de vuestra transformación y también de vuestro entrenamiento. Siempre podréis acudir a mí —declara Inari.

    —¿Y si no aceptamos? —la insolencia de Hiruko crispa los nervios de ambos dioses.

    —No podéis rechazar —responde Inari—. Quien no acepte, morirá. El secreto que se os acaba de revelar no debe salir de esta estancia.

    —Pero es que no podéis…

    Hiruko se muerde la lengua. Nunca se imaginó en una tesitura semejante. Si alguno de sus compañeros le hubiese afirmado que estaría frente a frente ante dos dioses cuestionando sus designios, le habría dicho que se había vuelto loco. El pulso se le dispara. Las manos se le convierten en dos témpanos y un sudor desagradable la envuelve como una segunda piel. Apenas si puede abrir los ojos y cerrar la boca. Las palabras que pronuncia Hachiman se le clavan en el alma y sublevan a su espíritu. Segundos más tarde, la joven arde envuelta en el fuego de la transmutación. La agonía es indescriptible. Cada instante de su vida pasa ante sus ojos ciegos por el dolor. Morirá; está segura de ello. Hiruko está convencida de no poseer el alma de una guerrera, tampoco la fortaleza física; mucho menos el valor. Lágrimas de sangre le arañan las mejillas. Todo su cuerpo se convulsiona y arquea en respuesta al poder del dios.

    El fuego da paso a una gelidez que penetra en cada célula de su maltrecho cuerpo. el entumecimiento no se hace esperar. un sopor asfixiante la envuelve y enseguida todo lo que la rodea se convierte en una densa oscuridad que engulle su conciencia. Convencida de que dormiría el sueño eterno, la joven permite que la nada la absorba por completo y que sus pensamientos se fundan con el silencio.


    Glosario

    Amida: dios protector de las almas humanas.

    Kojiki: libro que narra la historia de japón.

    Kotodama: alma.

    Hachiman: dios de los samuráis, el arco y protector de japón.

    Ikigai: sentido de la existencia. razón que motiva a seguir adelante cada día.

    Inari: dios del arroz y la fertilidad.

    Kitsune: sirviente de Inari con habilidades mágicas y la capacidad de adoptar forma de zorro. Son considerados entes espirituales.

    Ryoshi: cazador.

    Shinobi: ninja o asesino.

    Shinigami: ser sobrenatural que induce la muerte en los humanos o siembra en ellos el deseo de morir.

    Shoshinsha: eterno aprendiz.

    Akuma: demonio o espíritu maléfico.

    Kiuketsuki: vampiro.

    Kanjis: símbolos del alfabeto japonés.

    Takamagahara: el cielo.


    Nota de la autora

    Ante todo ofrezco disculpas anticipadas a los amantes de la cultura nipona por si os encontráis algunas imprecisiones en relación a la mitología o algunas criaturas sobrenaturales. Pese a mis dos días de documentación, es muy posible que sea necesario afinar algún detalle.
    He de confesar que algunas palabras las he utilizado a favor de dar forma a la trama y los personajes. Asimismo, confieso que la leyenda y lo que se desglosa de ella es ficción y responsabilidad de quien escribe.
    Hechas las aclaraciones que considero más relevantes, solo me queda agradeceros si habéis llegado hasta aquí. Ojalá hayáis disfrutado la historia.


    Este relato ha sido escrito para participar en el #VaderetoAbril2021, propuesto por Jose A. Sánchez @JascNet. La condición era escribir una historia ambientada en Japón y usar alguna de las palabras propuestas. En este caso he incluido ‘ikigai’ y también ‘shoshinsha’ que se refiere al eterno aprendiz.


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  • Sammy – El koala

    Fondo verde oscuro. A la izquierda la imagen de un koala muy tierno que abraza a un árbol. A la derecha una frase que dice: a veces solo hace falta dar un paso o recibir un abrazo para que todo vuelva a estar bien.
    Imagen libre de derechos

    Sammy, el koala asustadizo, llevaba días sin bajar de la misma rama. Pimpinela, una ardilla rojiza de filosos dientes y horrible temperamento aterrizó junto al pequeño oso.

    —¿Cuánto más vas a seguir aquí arriba?

    —No lo sé —reconoció con timidez.

    —Vale, entonces no te importará que me haga con las hojas y bayas que recopilaron para la fiesta, ¿no? Mejor me las como yo antes de que se pierdan.

    Sammy cabeceó en silencio. No dijo nada, él solía ser muy callado. No obstante, le había sentado mal que Pimpinela se preocupase más por las bayas que por cómo se sentía él.

    —No hagas caso —dijo Malaquías y se ajustó las gafas—. Pimpinela no es mala, lo que pasa es que es cortita de miras.

    La ardilla refunfuñó ante el comentario del viejo búho y se marchó a otra rama.

    —A nadie le importa como me siento —dijo el koala.

    —A mí me importa y, de seguro, a don Euca, también. Si no me crees, pregúntale —sugirió el búho.

    —¿Y cómo hago eso? Don Euca me da sus hojas, pero nunca le he visto una boca ni me ha hablado.

    El búho esbozó una sonrisa y dijo:

    —Lo que pasa es que tú nunca lo has abrazado. Si lo hubieses hecho, sabrías que el le habla a tu corazón.

    —¿De verdad?

    —Desde luego —dijo el búho y rodeó el tronco con sus grandes alas.

    —Ahora mismo me está diciendo que está muy contento de que estemos sobre su rama, pero que le gustaría que le dieses un abrazo para poder hablar contigo.

    El koala abrió mucho los ojos y se arrimó. El viejo búho le cedió el lugar. Medio dubitativo, Sammy se tomó un tiempo antes de acercarse lo suficiente y extender las garras para abrazar al árbol.

    Después de varios minutos, el koala suspiró. El corazón le aleteaba de alegría. La tristeza se había espantado gracias al afecto que le brindó don Euca.

    —¿Ahora sí lo escuchaste? —El koala volvió la cabeza y asintió.

    —A don Euca no le molesta que me coma sus hojas. Me dijo que así podían salirle otras nuevas. Además, me preguntó por qué estaba triste.

    —Muy bien, ¿Te das cuenta de que a veces solo hace falta acercarse un poquitín?

    —Pues sí que llevabas razón —dijo con los ojitos brillantes—. Tampoco le importa que sea diferente y que no me guste mucho ir abajo con los otros animales. Me dijo que a él le gustaba porque así le hacía compañía.

    —Eso es porque A él sí que le importa cómo te sientes.

    —Sí, es que yo no lo sabía.

    —Porque no habías intentado hablar con él antes. Ahora puedes hablar con don Euca cuando quieras.

    El koala volvió a asentir y se abrazó de nuevo al tronco del árbol.

    Malaquías se guardó las gafas entre el plumaje y se lanzó en picado. Dio un par de picotazos juguetones a los animales que se divertían a los pies de don Euca y luego remontó el vuelo. Sammy lo siguió con la mirada hasta que sólo fue un punto diminuto en el firmamento.


    En ocasiones nos sentimos solos e incomprendidos. Creemos que a nadie le interesa cómo nos sentimos. En esos momentos lo más frecuente es aislarnos cuando, quizá, si nos comunicamos con alguien, nos demos cuenta de que hemos estado equivocados. Nos encantaría que los demás se diesen cuenta apenas nos ven, de cómo nos sentimos. No obstante, la verdad es que los demás no pueden adivinar nuestro estado de ánimo; no pueden saber lo que nos pasa si nos cerramos y guardamos todo dentro. Otras veces, un abrazo es suficiente para reconfortarnos; empero, el orgullo nos impide pedirlo.

    Son muchas las veces en que nos mantenemos al margen sin darnos apenas cuenta de que lo único que necesitamos es dar un paso.


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  • Cazador de thentraes

    Un castillo imponente en una cima. al lado se observa otra edificación más pequeña. Hay algunos árboles y un hombre que porta un gran arco en las manos. el arco va apuntando hacia el suelo como si estuviese colocando la flecha y preparándolo para disparar. Hay mucha niebla en los alrededores. el cielo también está nuboso, aunque en lo alto se observa la luna.
    Imagen libre de derechos de Shrikesh Kumar en Pixabay

    «Al fin llegué a los pies de aquella impresionante y antiquísima deidad. Su anchura me limitaba todo el horizonte y se elevaba de forma tan indefinida que parecía perderse más allá del firmamento.

    El silencio era tan intenso que dañaba los sentidos. Solo mi corazón se empeñaba en querer quebrantarlo. La quietud era tan profunda que ni la más tenue brisa se atrevía a perturbarla.

    Con un hondo suspiro hinqué mi rodilla ante ella. Agaché la cabeza y le dediqué la plegaria que desde pequeño me habían inculcado. Deposité mi carga en el suelo y le agradecí su protección y vitalidad para la consecución de mi misión.

    Me fui dejando tras de mí el pesadísimo lastre que me había encadenado durante tanto tiempo y sentí ganas de salir volando.

    Allí quedaron solos, como en un encantamiento, los espíritus ancestrales y su cadáver.

    …»

    ***

    Entorno los párpados. La luz me ciega una fracción de segundos. Tomo una bocanada que expande mis pulmones a su máxima capacidad. Tenso todo mi cuerpo y fijo la mirada. En segundos el cuchillo se clava en el blanco. Me encamino a recogerlo. La satisfacción que me había hormigueado en el pecho se esfuma. El tiro no fue como esperaba. Arranco el cuchillo. Vuelvo a mi posición inicial. No me iré hasta que no logre un lanzamiento perfecto.

    —¡Ahí estás! —Maxtra se aproxima a la carrera.

    —¿Qué ha ocurrido? —enfundo el cuchillo.

    —Han llegado los mecenas… Padre te está buscando.

    —Padre es un iluso, Maxtra. Ningún mecenas apostará por el hijo adolescente y bastardo del señor de Nirtea.

    —Eso no lo sabes, Klíon. —La fe que deposita en mí me enternece—. Además, en dos días cumplirás veintiuno.

    —Eso es lo de menos. Siempre seré el bastardo de Menleoth.

    —Estás insoportable —me dice—. Tú sabrás. Yo he cumplido con el encargo de padre. Luego no te quejes.

    Un estruendo interrumpe nuestra discusión. Maxtra corre en dirección al castillo. La sigo de cerca. Desenvaino el cuchillo y le exijo a mis piernas que vuelen. Otro estruendo nos asusta lo suficiente como para dejarnos el alma en el camino. Los recuerdos del último ataque se reavivan en mi cabeza. El corazón me da un vuelco. El temor de lo que encontraremos tras la muralla me revuelve el estómago.

    Enormes columnas se elevan hacia el firmamento. Dentro de mi cabeza las imágenes se suceden una tras otra. Los ojos se me nublan un instante. «Maldita visión.» El pensamiento surge y se esfuma tan pronto que no tengo tiempo de reaccionar. Avanzo a ciegas mientras los recuerdos me roban el aliento. Han regresado por Maxtra, lo sé. Vuelvo a maldecir mi inutilidad. Desesperado, elevo una plegaria silenciosa. «Mi vida a tu servicio si salvas a mi hermana. Escucha mi súplica, señora de la vida y de la muerte. Liberaré tu reino de los thentraes… lo juro. Y si acaso incumpliese mi juramento, te entregaré mi corazón como trofeo.»

    El suelo ondula bajo mis pies. Tropiezo y ruedo sobre cientos de raíces que terminan de clavárseme en la piel. Abro la boca. La voz se me queda estrangulada en la garganta. El aire se torna gélido. El aroma metálico se mezcla con el olor acre del humo que se disipa. Mi cuerpo no responde. Las ramas y raíces me envuelven… en breve todo habrá terminado, lo presiento. Una voz sugestiva me invita a rendirme. Demandante me recuerda el juramento que acabo de hacer. Mi espíritu rebelde se niega a rendirse sin una certeza. El dolor me atraviesa y grito. Grito como un loco. La tierra sigue agitada. Un trueno retumba. Gotas filosas caen como aguijones y me recuerdan que si aún siento dolor es porque sigo aferrado a mi humanidad.

    —Dejarás de ser Klíon el Bastardo —dice la voz—. Me honrarás con más ahínco tal como se te ha inculcado desde niño porque ahora serás mi hijo y como tal se te reconocerá.

    —Maxtra… —insisto.

    —Escucha su voz por última vez, hijo mío. Despídete de esta vida y abraza la que yo te otorgaré de ahora en adelante.

    El pulso me galopa a un ritmo vertiginoso. El miedo que me mantiene paralizado da paso a la resignación con demasiada lentitud. La incertidumbre llega tardía. Me habría encantado recibirla mucho antes; quizá me hubiera persuadido. Voces se elevan a mi alrededor. Entre ellas esa que espero para poder morir en paz. Porque moriré para renacer convertido en una criatura muy diferente. Deambularé entre el mundo de los vivos y los muertos. Cazaré en la penumbra; la noche será mi guía, la luna mi compañera.

    —Klíon… ¡Klíon!

    El aroma fresco a flores silvestres me envuelve. Su mano tierna me limpia el rostro. No abro los ojos, no tiene sentido. De todas formas, llevaré conmigo su sonrisa en lo más profundo de mi memoria.

    —Cuida de padre —le pido—. Y, sobre todo, cuídate tú.

    —¿Por qué lo hiciste, Klíon? ¿Cómo voy a seguir sin ti?

    —Por ti.

    El llanto desgarrador que se le escapa me parte en dos el corazón. Por fin me entrego, ya nada me retiene. Me despido de mi vida y de todo lo que he sido hasta ese instante.

    ***

    Avanzo sigiloso pese a la excitación que me recorre de pies a cabeza. Han sido demasiados siglos al servicio de la gran diosa. Hoy por fin podré dar por terminada esta existencia. La anticipación me acelera el pulso. No obstante, me obligo a mantener la serenidad. La luz de la luna platina cada superficie. El firmamento tachonado de diamantes espectrales me señala la senda. A poca distancia distingo la oscura figura. No necesito más. Acorto la distancia que nos separa; no quiero perderlo de nuevo.

    Descubre mi presencia. No le doy importancia. Esta vez estoy mucho mejor preparado que la anterior. Da igual cuánto corra o quiera esconderse. La persecución dará el fruto que espero, nada me lo impedirá.

    Me difumino con el entorno. El thentrae acelera el paso. Me desmaterializo para luego aparecer frente a sus narices. La criatura frena. El grito que brota de sus fauces me hiela la sangre. Me apresuro antes de que retome ventaja. Cojo una flecha del carcaj, la coloco en el arco, apunto y suelto la saeta.

    La flecha se le clava en la garganta. El thentrae cae de rodillas. Cojo otra flecha y disparo. Esta se le clava en el pecho. Repito la operación tal como manda el ritual y por fin lo veo caer de bruces contra el suelo.


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    Esta historia ha sido escrita para participar en el Va de reto marzo 2021, propuesto por Jose A sánchez @JascNet.

    Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.