Categoría: Fantasía

  • Tetrakleliun

    El rostro de una hermosa mujer cubierto parcialmente por una máscara brillante rodeado de varios pliegues de tela. Del rostro femenino se observan los ojos, la punta de la nariz y la boca.
    Imagen libre de derechos de Stephan Keller en Pixabay

    Sinopsis

    Tras el Daur sagrado, la puerta que une los mundos, existe un lugar donde el tiempo no transcurre y el equilibrio es imperturbable. Para sus habitantes es el mismísimo paraíso; para quienes llegan allí, sin motivo aparente, es una condena eterna.

    Un augurio repentino señalará el fin de la paz en Daurmerna: «…cuando la hija de los elementos exhale su último aliento, el tetrakleliun será indetenible. Los poderes oscuros se alzarán y la vida de los inocentes tomada por la fuerza teñirá de sangre la tierra. El equilibrio se extinguirá por fin y las almas cautivas partirán a nuevos mundos.»

    La muerte de la princesa Cleya será el principio del fin. La amenaza se cierne sobre la tierra de gracia. Han de formarse los guerreros que deberán defender a los Daurmernenses antes de que el tetrakleliun sea indetenible.

    A las filas del ejército daurmernés se unirá una joven misteriosa que oculta casi todo su rostro tras una máscara. La desconfianza será su carta de presentación y ganarse el respeto de sus iguales su principal objetivo. Nadie sabe quién es; aun así, muchos desean atravesarle el corazón; entre ellos, el único que podría evitar que ella cumpla su destino.

    Una inevitable rebelión será el medio perfecto para saciar la ambición de quienes no se conforman; la   intriga el arma ideal para aquellos que justifican la traición. La férrea determinación de una mujer que no sabe rendirse será la única salida para los habitantes de Daurmerna.


    Devora las palabras como si de alguna forma fuesen un alimento vital. Los ojos le escuecen; aun así, deja de lado la sensación y desliza la mirada a través del siguiente párrafo. La tibieza que le acaricia la piel la obliga a levantar el rostro. La sorpresa la paraliza durante una fracción de segundos. Atónita al observar los rayos dorados que se filtran traviesos entre las cortinas suspira. Baja una vez más la mirada y se muerde el labio. La duda se esfuma igual que el rocío matinal que se evapora en cuanto el sol le da los buenos días; así que abandona la aventura. Como cada mañana, los matices del amanecer roban su atención y la subyugan.

    Un par de golpes delicados interrumpen su habitual contemplación. Sonríe y guarda silencio. Es consciente de que en menos de un minuto la puerta se abrirá; por tanto, deja que sus pupilas vaguen disfrutando la belleza que trae consigo el nacimiento de un nuevo día.

    Cierra los ojos e inspira profundo. La puerta se abre con suavidad.

    —Cleya, ¿has vuelto a pasarte la noche en vela? ¿qué haces allí que aún no te has vestido?

    La joven abandona el asiento junto a la ventana. Camina con los ojos cerrados. Le gusta entrenar sus sentidos para afrontar lo imprevisto. Prepararse para lo desconocido. Vivir en Daurmerna es tan perfecto; tan idílico que en ocasiones se pregunta si no formarán parte de una dimensión utópica o irreal.

    —Estaré lista enseguida. Ve a por Tlaya. Sabes que a ella le encanta dormir hasta tarde —dice y se detiene muy cerca de su scáthaya.

    —De acuerdo, pero por favor no te demores. —Cleya da un leve cabeceo.

    —Te aseguro que estaré lista, Moerna; ahora, ve al concilio y haz el anuncio pertinente.

    La muchacha se lleva la mano derecha al corazón y se inclina. Tras incorporarse sale a toda prisa.

    Una máscara tenebrosa rodeada de densas nubes. A un lado se observa la silueta de una mujer a la que no se le ve el rostro.
    Imagen libre de derechos de Stephan Keller en Pixabay.

    La mañana transcurre como tantas otras. Cleya permanece atenta. Los asuntos de estado que se tratan durante aquel concilio despiertan su interés, a diferencia de otras ocasiones en las que sólo se ha limitado a esforzarse por no quedarse dormida. El tema de los condenados siempre provoca discusiones álgidas y enfrentamientos entre los miembros a favor y en contra y aquella mañana la batalla verbal estuvo servida desde el principio.

    —Los condenados cumplen una función primordial; deshacernos de ellos o limitar su permanencia no es una opción. ¿Quién se ocuparía de las labores básicas? ¿Quiénes pasarían a ser nuestros scáthayas? —Eltron, miembro   supremo del concilio se pasea frente al resto sin parar de lanzar argumentos—. Dejaos de sensiblerías y sed prácticos. Hasta ahora no hemos tenido problemas y ellos no son una amenaza para el equilibrio de Daurmerna. Estamos fuera de los alcances del caos y los poderes oscuros. Nuestra protección es inexpugnable.

    —Este asunto no es sólo tema de pragmatismo, Eltron. Te niegas a escuchar. Entre los condenados, incluso aquellos a los que se les ha otorgado el beneficio de desempeñarse como nuestros scátahyas hay descontento. —Magnius se pone de pie y alza la voz—: Sabes bien que eso de estar protegidos no es una circunstancia absoluta. Los condenados llevan consigo el caos y algunos tienen poderes. Si niegas la realidad sólo retrasarás lo inevitable.

    Eltron toma aire por la nariz. Consciente de que Magnius es su principal rival quiere ofrecerle a todos un argumento irrefutable. Un murmullo cobra fuerza dentro del salón oval. Magnius, al igual que Eltron, se vuelve con el ceño fruncido.

    Una mujer lucha por abrirse paso y alcanzar el podio. Su apariencia andrajosa genera desprecio entre la mayoría de los asistentes. A ninguno se le ocurriría presentarse en palacio con semejante facha. Dos de los guerreros reales la cogen por los brazos. La mujer ofrece una resistencia sorprendente. Los asistentes se impacientan al escucharla vociferar enfurecida. Esa demostración es más propia de los condenados que de los Daurmernenses.

    Magnius baja del podio principal seguido por Eltron. El segundo se detiene a buena distancia de la mujer y los guerreros. El primero, en cambio, gesticula en dirección a los hombres que, a duras penas, mantienen sujeta a la desconocida.

    Dispuestos a obedecer, los guerreros se aproximan. Una exclamación recorre la audiencia.

    —¿Quién eres y cómo te atreves a presentarte aquí e interrumpir el concilio, mujer? —Eltron pregunta con evidente desdén y provoca otra oleada de murmullos.

    —Quién soy es lo de menos. Lo importante es lo que os vengo a decir.

    El anciano se cruza de brazos. Magnius enarca una ceja y observa a la desconocida con curiosidad.

    —Habla pues, mujer. Devela eso tan importante que te trajo hasta aquí.

    —No tenemos tiempo para tonterías, Magnius. Sacadla de aquí para que podamos continuar.

    —Nadie va a sacar a esa mujer de aquí. Siento curiosidad por saber qué viene a decir. —Cleya se levanta del trono y desciende el trío de peldaños.

    —Princesa, por favor. El asunto que estamos tratando es de vital importancia. Nada de lo que pueda decir esta mujer merece la pena como para interrumpir el concilio.

    La princesa pasa a un lado de Eltron sin responder a su comentario. Avanza con seguridad y se detiene frente a la mujer. Esboza una sonrisa con la intención de infundirle algo de confianza. La mujer la mira con intensidad. La princesa le sostiene la mirada.

    —Soltadla.

    —Princesa, por vuestra seguridad… —La joven alza la mano derecha para interrumpir la advertencia del anciano.

    —He dado una orden precisa —dice mirando a sus guerreros.

    Los hombres sueltan a la mujer sin apartarse demasiado de su espacio vital. El protocolo que han de seguir para garantizar la seguridad de la princesa es claro: matar primero, indagar después. Moerna se posiciona a su izquierda y clava los ojos en la mujer. La desconocida inspira hondo antes de hablar. Necesita reunir el valor para revelar ante todos lo que a ella se le ha develado. El silencio y la evidente tensión que mantiene a la mujer firme como una estaca se difunde con rapidez. La inquietud es casi palpable y el desasosiego se transforma en exclamaciones exigentes de quienes esperan su turno para ser atendidos.

    Cleya pide calma con un ademán. Las voces se silencian.

    —Por favor, comparte con nosotros eso tan importante que te motivó a presentarte ante esta audiencia.

    La mujer da un paso hacia la princesa. Los guerreros abrazan la empuñadura de sus espadas. Moerna le corta el paso. La desconocida observa a la scáthaya con fingido desinterés. Si permite que sus emociones afloren estará muerta antes de abrir la boca.

    «No debo dilatarlo más.» El pensamiento la golpea como una fusta antes de convertirse en un destello que abre la puerta a esa dimensión que muchos de los que son como ella, temen. Un espasmo lleva su cabeza hacia atrás. Los párpados le tiemblan; el movimiento ocular se percibe a través de sus párpados cerrados.

    Un trueno rompe el silencio. La exclamación ahogada de todos los que aguardan enmudece de pronto. El viento ruge. Los cristales vibran. La desconocida alza los brazos y se yergue en toda su estatura. Su pelo enmarañado se agita bajo la inclemencia de un viento que nadie percibe. Al abrir los ojos sólo hay oscuridad… densa, caótica, insondable.

    —El día se acerca y deberéis preparaos para afrontar la oscuridad que se cierne sobre vosotros… —La voz de aquella mujer es grave, casi gutural—. El equilibrio se extinguirá cuando la hija de los elementos exhale su último aliento. La nueva era aguarda su momento. Los poderes oscuros se alzarán por fin; la vida de los inocentes tomada por la fuerza bañará de sangre la tierra; el Tetrakleliun será indetenible y las almas cautivas volverán a ser libres, en otros mundos, en otras eras. Sólo su alma podrá restablecer la paz… sólo entonces Daurmerna volverá a ser tierra de gracia.

    La mujer calla. El rostro ceniciento de quienes acaban de escuchar el augurio es el vivo reflejo de la incredulidad y el terror.

    —¡Detenedla!

    La orden de Eltron quiebra la tensa calma. La mujer se tambalea. Los guerreros extienden sus manos a fin de retenerla. Moerna se interpone entre la desconocida y Cleya su deber es protegerla a cualquier precio, aunque eso implique sacrificar su propia vida. Un chillido atrae la atención de los miembros del concilio: sin saber cómo, La mujer ha desaparecido.


    Este relato y la sinopsis han sido escritos para participar en el desafío literario enero 2021 propuesto por Jessica Galera Andreu en su web.

    Me encantaría que compartieses tus impresiones conmigo en los comentarios. ¿Te gustaría que esta historia se convirtiese en una novela?

  • Con los humanos no se juega

    Un niño pequeño sentado en una piedra en medio del bosque con un libro mágico. Hay un buho y un conejito que lo observan sin que el niño se percate de que lo miran.
    Imagen libre de derechos tomada de Pixabay

    El niño se sentó a leer en el claro del bosque. Encontrar aquel libro mágico había sido lo mejor que le había pasado en la vida. Abrió el tomo y esperó que las letras de la historia aparecieran. Luego se dejó arrastrar a su interior.

    ***

    La pequeña mano regordeta dio un tirón hasta que pudo entrar en contacto con el grueso pelaje. Perro y niño se miraron a los ojos. El inmenso lebrel irlandés sacó la lengua. El chiquillo esbozó una sonrisa traviesa. En sus ojos grises brillaba la picardía.

    —Tu madre se enfadará si descubre lo que pretendes, Sam.

    —Secreto… secreto —balbuceó el pequeño transmitiendo su deseo con claridad.

    —Ni secretos ni leches, enano. Sabes que no le gusta que uses la magia para jugar con los humanos.

    Sin romper el contacto con la piel del animal, el niño envió a su mente perruna las imágenes claras de lo que pretendía.

    —¿Ti?

    —¡No! ¿Quieres que me dejen durmiendo toda la noche fuera? Porque como Enara se entere me echa a patadas.

    El pequeñajo se abrazó al cuello del perro y lo llenó de besos mojados.

    Avalon se tumbó largo a largo y resopló tras ponerse las patas sobre el hocico.

    —Abusas de mi pobre corazón perruno, enano. —El niño soltó una risita y posó el culete en el suelo—. Venga, hazlo antes de que tu madre salga de la cama.


    Samuel agitó ambas manos y en un parpadeo se hallaban en el jardín del vecino.

    Como si estuviese en su propia cama, el niño se revolcó con el perro de tal forma que flores, hierba y frutos salieron disparados directo hacia la ventana de la cocina de su nuevo vecino.

    —Pero ¡qué diablos!

    Avalon y el pequeño Sam se quedaron muy quietos. Una cosa era ver al vecino desde la ventana en brazos de su madre y otra muy diferente enfrentarlo desde el suelo con aquel cabreo. El niño se cogió al collar del animal y puso su manito sobre el cuello de este.

    —Te lo advertí, enano.

    Borja, en dos zancadas los había alcanzado. La fiera mirada que les lanzó prometía una buena reprimenda.

    —¿Se puede saber qué hacéis en mi jardín? ¡Habéis destrozado mi rosal y mi huerto! Sois unos delincuentes y todavía no tenéis ni estatura para ello. ¿Qué clase de madre tienes tú? El gran perro apoyó sus cuartos traseros contra la tierra húmeda y el niño lo imitó. En aquel momento la broma ya no le pareció tan divertida. Samuel hizo un puchero y los ojos se le llenaron de lágrimas. Aquello siempre funcionaba con su mamá. Sin embargo, con aquel gigante ni siquiera eso daba resultado. Gritos iban y venían. A Avalon se le estaba haciendo muy difícil no meterle un buen bocado a aquel tipo para que dejase de asustar al enano y si no lo hacía era porque estaba en contra de las soluciones violentas.

    —¿Se puede saber a ti qué coño te pasa? —Enara cogió a su hijo en brazos.

    —¿te parece poco? —dijo señalando los destrozos que el niño y su perro habían ocasionado.

    —Pues sí —dijo para sorpresa del hombre—. Tampoco es algo que no tenga solución como para que grites como un energúmeno a un niño pequeño. Samuel sólo tiene dos años.

    —¿Y porque tenga dos años no se le puede reprender? Pero ¿qué clase de madre eres tú?

    Al pequeño Sam aquel hombre le gustaba mucho. Quería un papá y alguien que cuidara a su mamá. Pero que le hablase así ya no le gustaba, así que sin medir las consecuencias agitó los deditos y en menos de un minuto el suelo bajo los pies del hombre se onduló. Todo ocurrió con tanta rapidez que, a Borja no le dio tiempo de abrir la boca; en un par de segundos en su lugar había un conejo de proporciones considerables. Ojiplática, Enara intervino y lanzó un hechizo para anular el de su hijo. El niño dio palmaditas mientras reía con ganas.

    El escándalo atrajo la atención de los vecinos. La bruja, preocupada por la reacción del hombre ante aquel cambio de forma tan abrupto, se le acercó con la intención de ayudarlo. Pese a su buena disposición, Borja no estaba dispuesto a recibir su ayuda.

    —Haz el favor de dejarme en paz y aleja a ese pequeño monstruo de mí.

    —¿Qué has dicho?

    —¡Que alejes a tu pequeño monstruo de mí, ¿estás sorda?

    Avalon ladró y gruñó en respuesta a aquel comentario tan desagradable. Borja le lanzó una mirada asesina.

    —Para ser tan guapo es un humano demasiado idiota —Enara clavó sus ojos ambarinos en el perro a modo de advertencia—. Vale, vale, cierro el hocico.

    La mujer cabeceó y desvió la mirada hacia su vecino.

    —Serás gilipollas —soltó la bruja antes de darse vuelta y entrar en su casa.

    Borja refunfuñó cosas ininteligibles. Con agilidad se puso de pie. Observar los destrozos de su jardín aumentó su mala leche, aunque reconoció que quizá la mujer tenía algo de razón. A fin de cuentas, el monstruito era demasiado pequeño como para hacer las cosas con mala intención. Maldijo por lo bajo. Tendría que disculparse y no le apetecía ni un poco. Pese a lo atractiva que era su vecina, también era como una planta ponzoñosa con esa lengua viperina que se gastaba. Ella no sabía quién era él; no obstante, él si sabía quién era ella y por qué estaba allí.

    Enara entró por la puerta trasera que daba a la cocina. Sentó a su hijo en la silla de comer. Preparar el desayuno la ayudaría a serenar su carácter. Avalon se sentó junto a la silla en silencio. Conocía a su dueña y cuando se cabreaba era mejor quedarse quietecito a esperar que pasase el temporal. Sin venir a cuentas la mujer estampó la cuchara con la que había estado removiendo las gachas de avena.

    —¿Cuántas veces te he dicho que no juegues con la magia, Sam? —el niño hizo un puchero.

    Enara resopló y negó con la cabeza.

    —Mami…

    —Nada de mami ni pucheros o lloriqueo. ¿Quieres que nos pase de nuevo lo de la otra vez? —el niño sonrió de oreja a oreja al recordar—. ¿Quieres que nos echen de aquí también, Sam?

    El pequeño arrugó el entrecejo. Preocupado porque su madre tuviese razón le extendió los bracitos.

    —Penona ¿ti?

    Enara lo cogió en brazos y aspiró su aroma infantil mezclado con el olor a tierra mojada, flores y fresas silvestres.

    —Tienes que portarte bien, Sam. Las personas no son juguetes, ¿lo entiendes? —El niño asintió con la cabeza—. Por mucho que te gusten los animales, no puedes ir convirtiendo a los humanos en mascotas.

    —Se lo he dicho cientos de veces, pero ¿adivina de quién heredó la tozudez?

    Ella lo sentó de nuevo en la silla para darle desayuno. Con la cuchara de nuevo en la mano señaló al perrete.

    —Será mejor que cierres el hocico, Avalon. No te hagas el inocente porque no te va. Sam hace contigo lo que le da la gana.

    —¿Qué quieres que haga si me pueden sus pucheros? Soy un perrete sensible, ya lo sabes.

    La bruja resopló.

    —Que me avises no estaría mal.

    —No hablas en serio. Sabes que no soy ningún chivato. ¿Cómo me pides que lo delate? Eso es tan feo como contarte todos los revolcones que he tenido con las deliciosas labradoras de tu amigo el vete. Un poquito de por favor.

    Enara puso los ojos en blanco y llenó su cuenco de pienso. Luego se ocupó de darle desayuno a Samuel.

    —Dramas los justos, por favor. No puedes comparar una cosa con la otra.

    —Vale, pero tú tampoco puedes negar que ha sido gracioso verlo con aquella cola gigante, aunque quizá sería más atractivo si lo convirtiese en lobo.

    —Chist… no le des ideas, por favor.

    Un par de golpes hizo que ambos diesen un respingo. al ver al vecino parado en la puerta trasera, Samuel dio un chillido y dio palmas de contento. Enara se levantó como un resorte y dispuesta a ponerle los puntos sobre las íes a su vecino abrió la puerta de un tirón.

    —¿Qué quieres?

    —Mira, sé que me pasé diez pueblos con el comentario y sólo quiero disculparme por lo que dije sobre tu hijo. —El hombre alzó ambas manos y esbozó una pequeña sonrisa—. ¿Empezamos de nuevo?

    La mujer se fijó en el ramo de flores y en el bonito peluche con forma de lobo que su vecino cargaba en las manos.

    Ella cabeceó y se hizo a un lado. Borja interpretó el gesto como una invitación a pasar. En cuanto puso un pie en aquella cocina, el niño sonrió de oreja a oreja y movió las manitos.

    —¡Sam!

    Enara clavó la mirada en el techo y contó hasta diez. En su cocina, un gran lobo de pelaje castaño y ojos azules emitía sonidos guturales de evidente enfado.

    —¡Bito! —exclamó el pequeño brujo que, con rapidez desapareció para volver a aparecer junto al enorme animal. Su madre se cruzó de brazos y enarcó una ceja mientras observaba con mirada asesina a Avalon que, hacía un esfuerzo impresionante por no reír a carcajadas.

    —No, no, no… a mí no me mires así que el de la idea no he sido yo.

    —Samuel O’Neill, haz el favor de deshacer lo que hiciste o no volverás a salir de tu habitación.

    Antes de que su madre se enfadase más, el niño deshizo el hechizo. A gatas, Borja miraba al pequeñajo con ganas de morderlo.

    —Así que te gusta jugar, ¿no? —el pequeño cabeceó y curvó su boquita en una pícara sonrisa—.

    —Escucha, te lo puedo explicar. —Borja negó con la cabeza y tras alzar la palma en dirección al pequeño, lo convirtió en un cabrito montañés que, comenzó a balar con angustia.

    —Pe… pe… pero tú eres un…

    El hombre asintió en silencio. Sin perder tiempo cogió al cabrito por el cuello y se lo acercó a la cara.

    —Vamos a ver si al pequeño cabrito le gusta que jueguen así con él.

    —Cambia a mi hijo ahora mismo —exigió Enara tras darse cuenta de que sus hechizos no funcionaban.

    —No.

    El cabrito soltó una cagada pestilente que dio a parar en las botas del brujo.

    —Con dos cojones peludos, sí señor. —ambos brujos miraron al perro con cara de pocos amigos. Sam soltó otro balido lastimero.

    —No puedes dejarlo así, es demasiado pequeño.

    —¿Pequeño? Un liante. Eso es lo que es. Puedo y lo haré. Si tú que eres su madre no le da una lección, cuando alcance los cuatro y pueda pronunciar hechizos en voz alta estaremos en problemas.

    —El brujo guaperas tiene razón.

    —¡Cierra el hocico! —dijeron los brujos al mismo tiempo.

    Avalon se tumbó con las patas sobre la cabeza.

    —En todo caso, es mi problema, no el tuyo.

    —En eso te equivocas. Si os pillan yo estaré en problemas. Mi deber es vigilar que los humanos de esta zona se mantengan ignorantes respecto de nuestra naturaleza y tu pequeñajo comienza a ponerme las cosas difíciles.

    Enara alzó ambas palmas. El brujo tenía toda la razón y por más que le doliese debía hacer algo al respecto antes de que se viesen en graves problemas otra vez.

    —Sam —dijo dirigiendo la mirada hacia el cabrito que balaba sin parar—. Debes prometer que no usarás la magia de nuevo con ningún humano. ¿Lo prometes?

    El cabrito soltó un balido agudo. Los brujos se dieron por satisfechos y Borja devolvió la forma humana al pequeñajo.

    —A ver, Sam. ¿Qué no hay que hacer? —El niño miraba al hombretón con la carita muy seria.

    —Da maya e dos humanos.

    —Muy bien —dijo el brujo.

    El timbre sonó varias veces. Disculpándose con la mirada, Enara salió a toda prisa. El estruendo de unos chiquillos entrando en tromba en la cocina dejó a Borja sin palabras.

    —¡Tito! —Sam chilló.

    Los hombres se miraron. El niño agitó los deditos regordetes. En segundos, la cocina quedó convertida en una leonera y no por que estuviese hecha un desorden que también, sino por los cinco felinos que ocupaban todo el espacio disponible. El hermano de Enara rugió y sus hijos lo imitaron.

    Borja soltó al pequeño en brazos de su madre y se llevó las manos a la cabeza. Enara reprimió una risita y Avalon permaneció agazapado bajo la mesa.

    —¿Será posible? —El brujo miraba a su alrededor sin dar crédito—. Pero ¿es que acaso tu hijo no es capaz de seguir órdenes?

    —Bueno… —Enara quiso explicarse, sin embargo, Borja negó con la cabeza.

    —¡Tetes! —la bruja sujetó las manos de su hijo antes de que el desaguisado fuese peor.

    —Seguirlas, las sigue —interrumpió Avalon—. Le habéis hecho prometer que nada de magia con los humanos, pero su títo y sus primos no son humanos, son brujos. A ver si empezáis a ser más cuidadosos que no os voy a durar toda la vida.

    El brujo miró a su vecina con aquel pequeño monstruito en los brazos y exhaló un suspiro. Después de deshacer los hechizos y realizar las presentaciones correspondientes se marchó a casa; era eso o terminar convirtiendo a aquel chiquillo de nuevo en un cabrito o cualquier otro animal de corral, cosa que a la bruja de su madre no le gustaría ni un pelo. Los hermanos lo vieron cruzar el jardín. En sus rostros la preocupación formaba pequeñas arruguitas alrededor de sus bocas. Por el contrario, el pequeño Sam sonreía y daba palmas encantado mientras en su mente traviesa más ideas cobraban forma. Avalon tembló en cuanto el pequeñajo le plantó la mano en el hocico.

    —No, no, no. Conmigo no cuentes, enano. Quiero alcanzar mi mayoría de edad y como me embauques el brujo me despelleja y me convierte en abrigo de invierno. —Sam se carcajeó.

    —¡Ti! —El perrete se cubrió los ojos con las patas mientras Sam lo llenaba de besos mojados otra vez.

    —¿Qué tramáis? —Enara miró a su hijo y luego a su gran perro.

    —No quieres saberlo, créeme que no quieres saberlo.

    —Yo de ti le haría caso a Avalon, querida —cuchicheó su hermano—. Al menos así el colega no va a poder inculparte.

    —Inculparme es lo de menos… Va a querer pulverizarme —dijo Enara arrugando la nariz en una mueca.

    —Por la forma en que te mira, polvorizarte sí que puede querer.

    —¡Calla, insensato!

    Ambos se miraron y, aunque trataron de mantener la seriedad, no tardaron en estallar en carcajadas. Ante las risas de su madre y de su tito, Sam movió de nuevo los deditos y desapareció. El grito del vecino Hizo vibrar los cristales de la cocina.

    —Te advertí que no ibas a querer saber —Enara le sacó la lengua a su perrete antes de acudir en auxilio de su vecino con su hermano pisándole los talones.


    Este relato ha sido escrito para participar en el «Va de reto enero 2021» propuesto por Jose A. Sánchez en su blog.

    La condición era crear una historia llena de optimismo y alegría. Lo del optimismo y la alegría no sé si se cumpla, pero he tratado de crear una historia divertida, eso sí. En la que las travesuras infantiles están a la orden del día.

    Me encantaría que compartieses conmigo tus impresiones en los comentarios más abajo.

  • Solsticio escarlata

    Un puente en forma de arco sobre un río. Bajo el puente, en la parte posterior se ve el rostro enorme de un demonio que también se refleja en las aguas. todo tiene un matiz rojizo. A la derecha en lo alto brilla la luna llena y en las márgenes del río se divisan algunos árboles.
    Imagen libre de derechos de Parallelvision en Pixabay

    Sinopsis

    Mukáchevo, Ucrania 2125 d. C.

    Tanya Popova, una de las mejores Inspectoras de policía del departamento de homicidios ucraniano ha decidido tomarse unas vacaciones luego de años de trabajo ininterrumpido. Cansada de tanta violencia, sangre y muerte se traslada a una preciosa población del oeste de Ucrania. Apenas comienza su estadía, un sorprendente suceso captura toda su atención y, pese a que su propósito es desligarse de su profesión, su voluntad se ve sometida ante el deseo persistente de develar el misterio que hace que cada veintiuno de diciembre, al iniciar el solsticio de invierno, las blanquísimas nieves de la zona se tiñan de escarlata durante nueve noches contínuas.

    Tanya sabe que los habitantes ocultan demasiados secretos, entre ellos, Nikita Kaminski, el atractivo gerente del hotel donde se aloja; sin embargo, ellos no son los únicos que guardan secretos; ella también oculta una verdad que podría llevarla a perderlo todo si llega a salir a la luz.

    Aunque su existencia se verá en peligro a medida que se acerca a la verdad, la inspectora Popova será incapaz de apartarse de la investigación más importante de toda su carrera.

    Sacrificios humanos, criaturas sobrenaturales, rituales y férreas creencias mantendrán a Tanya embebida en una espiral que puede arrastrarla, sin remedio, a perder la poca humanidad que todavía prevalece en su alma. Sólo Nikita tendrá la oportunidad de salvarla; el problema es que deberá caer en la única tentación que quizá lo condene por toda la eternidad.

    ¿Podrá Tanya descubrir el misterio que se esconde en Mukáchevo y detener el baño de sangre que se sucede cada veintiuno de diciembre? ¿Será Nikita capaz de dejarlo todo por salvar a la única mujer que ha puesto su rutinaria existencia de cabeza?


    «… Y el príncipe de los ángeles sucumbirá, pues nada es más tentador que el poder sobre las almas.
    Y recibirá su condena con regocijo, en tanto que la desconfianza ha echado raíces en su corazón y ya no es capaz de albergar la pureza del espíritu.
    Pero no se marchará sólo… consigo arrastrará la mano que hubo de ajusticiarlo porque tanto poder debe ser puesto a resguardo de las debilidades humanas.
    Entonces el guardián se ocupará de mantener sellada la novena puerta hasta que el primer sacrificio de sangre suceda
    y el caos reine entre los hijos del hombre que adoren la oscuridad.»

    Presagio del libro pagano de los seguidores de Junier

    ***

    La espada recién desenvainada refleja la luz del sol mortecino. En segundos una llamarada dorada envuelve la hoja. el tiempo se ralentiza. Las nubes adoptan un matiz escarlata. Los vientos rugen y azotan la bóveda celeste. Un relámpago surge de la nada. la figura espectral del príncipe de los ángeles se materializa.

    Junier extiende los brazos. sus imponentes alas se expanden y eclipsan la luz que aún se niega a perecer.

    —Te supliqué mil veces que no me obligaras a hacer esto. —Junier fija los ojos en su interlocutor y esboza una sonrisa siniestra.

    —Cumple con tu misión, hermano que yo cumpliré mi destino. sin embargo, no creas que te librarás. el creador nunca juega todas sus cartas. Recuérdalo cuando descubras lo que tiene reservado para ti.

    la espada se eleva al mismo tiempo que dos látigos de fuego celestial se enroscan en las muñecas de Junier. En una fracción de segundos las seis alas caen envueltas en fuego. Lágrimas de sangre muerden las mejillas del serafín. La voz del creador retumba a la par de un trueno.

    —Tu condena será permanecer en el infierno por toda la eternidad.

    Junier echa la cabeza hacia atrás. su cuerpo tiembla. Un grito desgarrador brota de su garganta y recorre los cielos. Un par de alas escarlatas resurge de los muñones del serafín que, lanza una última mirada a su igual.

    —Nos veremos en la novena puerta del infierno, hermano. —Junier se deja caer al vacío.

    Un fogonazo deslumbra al verdugo. La espada cae desde su mano. el fuego celestial se extingue.

    —Has sabido cumplir con tu deber. —Las alas del serafín se agitan—. Sin embargo, requiero de tu entrega absoluta. Junier ha de ser vigilado de cerca.

    —Lo habéis sentenciado por toda la eternidad. condenado a arder en las llamas del infierno.

    —No basta —interrumpe el creador—. Su poder es inmenso y los humanos son vulnerables. Necesito que guardes la novena puerta y evites a toda costa que Junier pise el mundo terrenal.

    El serafín se estremece. boquiabierto observa al creador sin poder dar crédito a lo que acaba de escuchar.

    —¿Me condenáis también a mí?

    —Vivir entre los humanos no es una condena. Sólo actúo en consecuencia a la confianza que tengo en tu lealtad. Nadie mejor que tú para mantener a raya a Junier. Acabas de demostrar que eres el único capaz de someterlo.

    —Permanecer fuera del paraíso es una condena en sí misma. Estar sometido a las emociones humanas lo es mucho más.

    —Confío en que no sucumbas a ellas. hasta ahora eres el único que tras bajar a la tierra se ha mantenido inmune a sus efectos.

    El serafín niega con la cabeza. En su mente los pensamientos giran como un huracán. Las palabras de Junier regresan con fuerza; la verdad lo golpea y desequilibra todo lo que hasta ahora había defendido.

    —Podéis enviar a cualquier otro.

    —No.

    El serafín cabecea. La tozudez del creador no le sorprende. es consciente de que desobedecer no es una opción. No obstante, por primera vez en toda su existencia se atreve a decir lo que piensa:

    —Me habéis utilizado sin que os importe cuán difícil resulta lo que acabo de hacer por vos. —El ambiente alrededor del serafín se caldea—. Obedeceré porque no hacerlo implica una condena mucho más severa que no estoy dispuesto a asumir; no cuando me he ceñido siempre a cumplir vuestra voluntad.

    —No permitas que Junier enturbie tu criterio. sus palabras sólo buscan… —El serafín alza la palma e interrumpe por primera vez al creador.

    —Nunca antes he tenido tanta claridad de pensamiento. Sólo quisiera saber si hay forma de que durante mi permanencia en la tierra no tenga que comunicarme de nuevo con vos.

    —Enviaré contigo a un aliado. —El serafín asiente en silencio y extiende sus alas antes de lanzarse en picada hacia el plano terrenal.


    Este breve relato, así como la sinopsis han sido escritos para participar en el desafío diciembre 2020 propuesto por Jessica Galera Andreu en su web.

    Me encantaría conocer tu impresión y también saber si te gustaría leer esta novela en un futuro. Si te animas, déjame tu comentario más abajo.

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  • Baile de primavera y fe

    Una pequeña hada de rostro angelical en un bosque en el que a la iizquierda se observa un muro de plantas. Hay un camino de flores y flores caen desde el cielo simulando la primavera.
    Imagen libre de derechos de Wilgard Krause en Pixabay

    Dedicatoria

    A ti, que sientes que la confianza te falla;
    que la duda te atenaza el alma…
    que el miedo te arrastra y te paraliza.
    Recuerda que la magia en ti suspira;
    es una llama interior que se aviva,
    cuando te permites creer,
    en todo lo que eres capaz de hacer;
    cuando te atreves a soñar…
    y dejas aflorar la preciosa esencia que tus letras pueden conjurar.


    Cuenta una antiquísima leyenda que cada primavera en el bosque ancestral de Bilfagard se celebraba un baile multitudinario al que debían asistir todas las criaturas que habitaban el bosque. El baile tenía el propósito de rendir culto a los dioses y agradecer por una nueva oportunidad de renacer.

    Esta celebración se organizaba durante todo un año y se esperaba que cada ser vivo aportase algo, por pequeño que fuese. La preocupación por no tener nada que ofrecer era para Adalestra un peso sobre los hombros. Se mordía la uña del diminuto pulgar con insistencia mientras las alas se le encogían en un movimiento involuntario.

    —No puedo presentarme con las manos vacías —la jovencita gesticulaba con las manos al hablar.

    —Nadie dijo que tendría que ser algo material, cariño. —Su madre dio otra vuelta de hilo en el tapiz que ofrecería aquel año.

    —Voy a ser el hazme reír de todo el bosque, mamá.

    Su madre exhaló un suspiro y negó con la cabeza. Adoraba a su pequeña; sin embargo, preferiría que se ocupase más de sí misma y menos de lo que llegarían a decir o pensar los habitantes del bosque.

    —Nadie va a reírse de ti, cariño —dijo dando la última puntada—. Además, podrías hacer algo diferente.

    —¿Algo como qué? —La pequeña hada se inclinó para ver mejor el tapiz—. No se me dan muchas cosas, ya lo sabes.

    —¿Por qué no cantas?

    La jovencita se paseó de un lado a otro golpeándose con el índice sobre los labios. Le costaba horrores decidirse. Podría cantar, pero ¿y si les parecía horrible su voz? La idea de que sus amigos la rechazaran la atormentaba; ni hablar de la vergüenza que pasaría si hacía el ridículo delante del resto de habitantes del bosque. Ni siquiera se atrevía a imaginar lo que dirían. No quería ser la burla de nadie, mucho menos avergonzar a sus padres que eran tan cariñosos con ella.

    Se dejó caer sobre la silla. El abatimiento le nublaba la mirada. Su madre dobló y envolvió el tapiz; luego se le acercó y le dio un fuerte abrazo.

    —A veces solo necesitamos un poquito de confianza, cariño. —Su madre le apretó la punta de la nariz con dos dedos en un gesto cariñoso que siempre le robaba una sonrisa.

    —¿De verdad crees que sirva? —Istrea cabeceó con una sonrisa dulce en los labios.

    —No te preocupes, verás que todo sale a pedir de boca —aseguró—. Nadie va a burlarse de ti, cariño.

    La confianza que le transmitieron las palabras de su madre la animó. La fortaleza de su fe en ella fue el motor suficiente para que la chispa de la esperanza se avivara. Escogería una canción preciosa y se la ofrecería a los dioses. La pequeña hada se dedicó en cuerpo y alma a preparar la canción que presentaría durante el baile.

    ⚜🧚‍♀️⚜

    Días y noches practicó y practicó. Sus padres la alentaban; su entusiasmo era contagioso; lo suficiente para ahuyentar las inseguridades que solían atormentarla como las sombras fantasmales que la asustaban tanto cuando era una niña. Sin embargo, algo terrible ocurrió el día de aquel baile tan esperado: tras una noche de sueños terroríficos en los que hacía el ridículo frente a todo el bosque, Adalestra despertó sin voz; ni una sola vocal salía de su garganta.

    —¿Qué haremos, querida?

    —Tú no te preocupes y sígueme la corriente, cielo, ya lo verás.

    El padre de Adalestra siguió de cerca a su esposa. La mujer sostenía en las manos una bandeja en la que había: una taza humeante de chocolate espeso y un plato con galletitas. El señor dio un vistazo al salón; supuso que su hija estaría encerrada en su habitación. Ambos giraron a la izquierda pasillo a través. La chica permanecía tumbada en su pequeña cama, desconsolada, lamentándose de su mala suerte.

    Istrea tocó la puerta con suavidad; abrió y entró seguida por su marido.

    —Cariño, tu padre y yo hemos salido temprano a casa de la bruja del manantial y ella nos ha dado una poción para ti.

    —Sí…eso.

    La joven parpadeó muchas veces. La incredulidad era un cosquilleo impertinente; un freno que terminó hecho añicos por la esperanza. Estaba tan entusiasmada que se sentó en la cama del tirón. Ni si quiera se percató de la expresión de perplejidad de su padre.

    Johnstrag arqueó una ceja ante semejante ocurrencia. Evitó abrir la boca. No quería decir nada que delatase a su mujer.

    —Pero ella ha sido muy clara —su madre bajó el tono de voz—, tienes que beberte el contenido de esta taza. —La jovencita frunció el entrecejo. Su boca formó un curioso mohín. Observó a sus padres con los párpados entornados. La suspicacia se desperezó y se sacudió un poco para tomar las riendas de sus pensamientos.

    El padre asintió con la cabeza; debía cumplir lo acordado con su mujer; por tanto, guardó absoluto silencio. Con lo perspicaz que era su hija cualquier detalle fuera de lugar la llevaría a caer en cuenta de su argucia.

    —También debes comer y… —La voz de Istrea se convirtió en un susurro— justo cuando estés en el escenario debes repetir mentalmente una frase que yo te voy a decir. Eso hará que la poción surta su efecto.

    La jovencita extendió la mano y recogió tres galletas de un tirón. Hasta ese momento no se había percatado de lo hambrienta que se encontraba. Johnstrag miró a su mujer por el rabillo del ojo; Istrea permanecía impasible mientras su hija devoraba todo cuanto le había llevado, aunque él no pudo ignorar el familiar brillo travieso en su mirada. La conocía demasiado bien; sólo esperaba que su mujer estuviese en lo cierto porque no quería ni imaginarse lo que ocurriría si algo en su plan fallaba.

    ⚜🧚‍♀️⚜

    Adalestra exhaló un hondo suspiro. Istrea recogió la taza y el platito; apenas quedaban algunas migajas. La jovencita se relamía los restos de chocolate. La verdad es que no recordaba haberse tomado nunca una poción tan deliciosa. Era una idea fantástica ponerle sabores a los brebajes. La próxima vez que fuese de visita a casa de la bruja le pediría que le enseñase a preparar pociones saborizadas. Eso sí que sería todo un éxito. Los padres de Adalestra la dejaron a solas. La hora del baile estaba muy próxima y debían prepararse.

    —Va a ponerse furiosa si se da cuenta del engaño —murmuró Johnstrag abotonándose la camisa.

    —No va a tener tiempo de enfadarse, ya lo verás, cielo.

    —¿Tú crees? —Istrea asintió con un leve cabeceo—. ¿Y si no funciona?

    —Funcionará, ya lo verás.

    ⚜🧚‍♀️⚜

    Llegaron al claro del bosque donde se celebraría el baile con algunos minutos de anticipación. El lugar estaba abarrotado de criaturas mágicas. La pareja de hados saludó a sus conocidos mientras avanzaba con parsimonia.

    Adalestra se mordió el labio. Un cosquilleo persistente le lanzaba advertencias desde el estómago. Lo único que le faltaba era que también le diera dolor de tripa. El corazón se le disparó ante la perspectiva de quedar en evidencia. Las manos se le convirtieron en un par de icebergs. Los nervios eran unos verdaderos traidores; la atacaban sin un ápice de compasión. ¿Qué había hecho ella para merecer eso? Se mordisqueó la uña del pulgar. La impaciencia era uno de sus peores defectos, aunque en ese momento lo peor era que todavía su madre no le había dicho la frase que le devolvería la voz. ¿a qué estaba esperando? La angustia la carcomía royendo la poca serenidad que le quedaba. Como no podía estarse quieta iba y venía con los ojos clavados en el musgo mientras esperaba que la llamasen para subir al escenario. A punto estuvo de tirarse del cabello. Por fortuna recordó a tiempo todo lo que le había costado hacerse aquel peinado y se contuvo.

    La jovencita escuchó su nombre. Palideció tanto que la piel de su rostro reflejó el brillo de la luna; el efecto le otorgaba un halo sobrenatural, un aire etéreo. Las piernas le temblaron y tuvo que asirse a uno de los delgados troncos que hacía las veces de baranda. El perfume a lavanda y manzanilla de su madre fue un bálsamo en medio de aquella tempestad que la mantenía al borde de un ataque. La voz suave y cálida que le habló tan cerquita de la oreja sumó otro tanto a su estado de ánimo. El susurro le supo a gloria:

    —Mío es el talento,
    en mí tengo fe.
    Dejo de lado mis miedos,
    esta noche triunfaré…

    Adalestra inspiró profundo, abrazó a su madre y subió las improvisadas escaleras que la llevarían directo al escenario.

    ⚜🧚‍♀️⚜

    La jovencita ocupó su posición sobre las tablas. La sorpresa arrancó un coro de vocales a todos los presentes. Iluminada por varias luciérnagas, Adalestra lucía tan hermosa como la mismísima primavera.

    Repitió las palabras que su madre le había susurrado. El cosquilleo se detuvo; la angustia se desvaneció y una calidez fue fluyendo desde lo más profundo de su corazón. No pudo más que sonreír; la magia estaba surtiendo efecto. De su garganta fluían los sonidos más bellos que se hubiesen escuchado jamás en el bosque ancestral.

    Adalestra se movía al ritmo de la música mientras animaba a los asistentes. Aplausos y exclamaciones acompañaban a su angelical voz. Sus gráciles movimientos incitaron a los presentes a bailar; en poco tiempo todo el bosque se había unido a la celebración.

    ⚜🧚‍♀️⚜

    Un aplauso multitudinario seguido de cientos de peticiones arropó el corazón del hada. Pletórica de gozo, Adalestra hizo una reverencia. La música le dio entrada una vez más y la jovencita terminó interpretando otro par de canciones.

    Tras finalizar la presentación bajó del escenario y corrió al encuentro con sus padres. La pareja la recibió con orgullo y alegría. La bruja del manantial se acercó para felicitarla. Johnstrag miró a su mujer con cara de circunstancias; ella, por el contrario, permanecía como si nada. La jovencita la abrazó con gran emoción.

    —No sabes cuánto te agradezco la ayuda… me salvaste. —La bruja la miró estupefacta.

    «¿A qué vendrá esta demostración de gratitud?, ¿qué se supone que hice?» Istrea y su marido le lanzaron cientos de miradas aprovechando que su hija les daba la espalda. La bruja guardó silencio.  Interpretar aquellas miradas no fue fácil; por fortuna, tampoco imposible. Ya se ocuparía de enterarse de qué iba todo ese asunto.

    ⚜🧚‍♀️⚜

    Fue así, como sin la intervención de la magia, Istrea logró que su hija venciera el miedo y recobrase la voz justo a tiempo.

    ⚜🧚‍♀️⚜

    Adalestra salió de su habitación; quería desearles buenas noches a sus padres.

    —No dejas de sorprenderme, mi amor —confesó Johnstrag abrazando a su mujer desde atrás—. ¿Cómo estabas tan segura de que el engaño funcionaría?

    Istrea se recostó en el pecho de su marido antes de explicarle:

    —Todos podemos ser presa de nuestros miedos… algunas veces estos tienen tanto poder que nos paralizan y es cuando necesitamos un acto de fe; la confianza que nos permita plantarles cara y así vencerlos. —Su marido la estrechó con fuerza—. Eso también es un acto de magia. Nuestra hija necesitaba creer en sí misma, eso es todo.

    La jovencita escuchó sin querer. A diferencia de lo que creía su padre, no se enfadó. No había espacio para sentimientos negativos cuando el agradecimiento le colmaba el corazón. Contaba con los mejores padres del mundo. Era una privilegiada por tenerlos y que tuviesen tanta fe en ella; mucha más de la que ella se tenía. ¿Cómo no sentirse dichosa con tantas demostraciones de amor? Se devolvió con sigilo a su habitación. En ese instante hizo un pacto consigo misma: a partir de ese momento se esforzaría más por ocuparse de sus pensamientos sobre sí y le restaría importancia a lo que dijesen los demás; buscaría la manera de aumentar la confianza en sí misma, tal como le había enseñado aquella noche su madre.

    ⚜🧚‍♀️⚜

    Se tumbó con las manos detrás de la cabeza a admirar el precioso cielo estrellado. El suave titilar del firmamento le robó una sonrisa. Cerró los ojos dispuesta a soñar con alcanzar todo lo que fuese capaz de imaginar; sólo debía creer en sí misma, obsequiarse un pequeño acto de fe. ¿Habría momentos difíciles? Desde luego que sí; no cambiaría de la noche a la mañana; tendría que dar muchos pasos en esa dirección. De todas formas, el primer paso ya estaba dado; ahora estaba en ella obrar día tras día ese precioso milagro.


    Si has llegado hasta aquí, millones de gracias. Si te ha gustado esta historia, me haría muy feliz si compartes conmigo tus impresiones y/o sensaciones. Y si crees que puede inspirar a alguien más o hacerle sentir bien, te invito a que la compartas con esa persona.

    Gracias inmensas por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

  • Ceoltróirí: el orígen

    Bosque durante la noche. Además de los árboles se observa al fondo la cabeza de un monstruo de piedra con la boca muy abierta que semeja una entrada. Hay una mujer que pareciera haber salido de la boca del monstruo.
    Imagen libre de derechos de Stephan Keller en pixabay

    ScreamingWood, Pluckley primera rama del Mabinogi.

    El druida alzó los brazos. La brisa se convirtió en un viento tormentoso que aullaba con furia mientras arrastraba consigo las voces espectrales que rondaban el sotobosque de aquel lúgubre paraje. Las nubes se arremolinaron envolviendo a la luna y opacando el brillo platinado que había matizado hojas, troncos y cualquier superficie que hubiese entrado en contacto con ella; incluso la piel de aquellas bestias gigantescas y peludas que rodearon al hombre atraídas por su hipnótica voz se había tornado opaca a pesar del tono neblinoso que les había permitido mimetizarse durante la caza previa a ser invocadas por segunda vez.

    —En este día y a esta hora,
    mi voz elevo, mi vida entrego.
    Que la oscuridad reclame mi alma;
    y la magia de estas criaturas me sea otorgada
    Por derecho de heredad…
    ¡Hágase mi voluntad por toda la eternidad!

    Las criaturas aullaron al percibir el temblor de la tierra bajo sus patas. El druida reculó a tiempo y pudo evitar que el enorme cráter que se había abierto lo tragase. No obstante, los sabuesos no contaron con la misma suerte y terminaron engullidos por las fauces del inframundo.

    —Has llegado demasiado lejos, Atgas. —La potente voz de Arawn, dios y rey del inframundo provocó que algunos robles se resquebrajaran.

    Tras él, su legión primigenia le resguardaba la espalda lista para hacer frente a la amenaza que se cernía sobre el equilibrio entre los mundos.

    —¡Tengo derecho a reclamar lo que me pertenece!

    El dios ascendió flotando con lentitud. Las nubes se dispersaron y la plateada armadura destelló en el instante en que la luz blanquecina de la luna hizo contacto con su superficie. El intenso fulgor se fragmentó y salió disparado en todas direcciones. Uno de los rayos dio de lleno sobre Atgas y lo privó del sentido de la vista. El druida, desprovisto de uno de sus sentidos, cayó de rodillas mientras manoteaba para no dar de bruces contra el suelo.

    —Has manchado tu nombre y tu legado al practicar la magia prohibida y por eso serás condenado. —El dios alzó el puño.

    —¡No puedes condenarme!

    Atgas intentó ponerse de pie sin obtener resultado alguno.

    —Puedo y lo haré… serás recluido el resto de tu existencia en el foso de Annwn.

    Del puño del dios brotó un haz de luz rojizo que envolvió por completo al druida en una especie de red que se tensaba y absorbía la fuerza vital del hombre. La montaña que rodeaba al sotobosque se partió en dos. Lamentos y aullidos surgieron desde lo más profundo y se unieron a los gritos de Atgas que, presa de la desesperación, luchaba por zafarse de aquel encantamiento. Mientras más luchaba el druida, más dolorosa se volvía su prisión. El poder del dios lo arrastraba sin compasión. Atgas clavó sus dedos en la tierra para tratar de aferrarse. En medio de aquella lucha descarnada contra un poder que lo superaba con creces lanzó su último conjuro.

    —En este día y a esta hora,
    La maldición de mi sangre su raíz expande;
    testigo serás de mi poder,
    la magia prohibida no podrás contener.
    Espectros se alzarán; el alma de los impuros libres será…
    el equilibrio se romperá y los tres mundos me pertenecerán…
    ¡Hágase mi voluntad!

    El dios observó, horrorizado, cómo la tierra alrededor de las manos del druida se tornaba rojiza como la sangre y tras asolar cualquier vestigio de vida se volvía tan negra como la mismísima noche. Sin perder tiempo el dios del inframundo arrojó otra oleada de poder contra el druida.

    —Morirás antes de que puedas ver tu maldición convertirse en realidad.

    —¡Volveré! ¡algún día me liberaré y te haré pagar! ¡Estarás maldito sin descanso y cuando regrese seré tu peor pesadilla!

    Arawn hizo un ademán y las dos mitades de la montaña volvieron a unirse. Quiso acallar las voces espectrales; fue inútil. Frunció el entrecejo y sus labios formaron una delgada línea. Lanzó un hechizo para proteger las puertas de su reino. Pese a todos sus esfuerzos, la protección no resultaba lo bastante potente. Aquel maldito hechicero había dejado su huella en todo el lugar. De improviso sus ojos se fijaron en la criatura espectral que surgía desde la zona más distante. Arrojó una onda de poder y obligó al alma del impuro a regresar. Supo entonces que debía tomar cartas en el asunto y solicitar la intervención divina de Dagda. A fin de cuentas, fue uno de sus hijos quien cometió aquella ignominia.

    🌩🌩🌩

    En cuanto el dios de la sabiduría puso los pies en aquella tierra maldita las voces se atenuaron; el viento se convirtió en una brisa gélida y la tormenta que amenazaba con estallar en cualquier momento se mantuvo a buena distancia de ellos.

    —Mi intervención no será suficiente para devolver el estado de equilibrio, mi buen amigo. —Arawn se cruzó de brazos.

    —¿Vas a lavarte las manos? Ha sido uno de los tuyos, no lo olvides.

    Dagda suspiró profundo.

    —Desde luego que no pienso quedarme de brazos cruzados, Arawn. Lo que te estoy diciendo es que hará falta algo más que tu intervención y la mía para contrarrestar la magia prohibida.

    —Maldita sea, dagda. Casi subyuga a mis sabuesos. Los traería de vuelta, pero me temo que ya no sean tan fáciles de dominar. Han probado el alma de ese idiota y no se conformarán sólo con la de los impuros.

    El dios de la sabiduría asintió con la cabeza y dio un vistazo alrededor. Con un ademán hizo aparecer su arpa mágica. El dios del inframundo arqueó una ceja y clavó los ojos en el instrumento.

    —¿Qué pretendes?

    —Tratar de poner en marcha la única solución efectiva que se me ocurre en este momento.

    El arpa emitió una suave melodía que se perdió ante la cantidad de gritos y lamentos espeluznantes que retomaban su tétrica cantinela.

    —¿Qué solución es esa?

    Arawn mantenía su atención dividida entre Dagda y las almas de los impuros que acababan de escapar a toda velocidad.

    —Hemos de crear una nueva raza que llamaremos «ceoltóirí». Les daré parte de mi magia y mi sabiduría y tú les darás vida y tus propios dones.

    El dios del inframundo entornó los párpados. Los músculos del rostro se le contraían una y otra vez.

    —No sé, Dagda. Jamás he querido tener descendientes. Ya viste lo que pasó con uno de los tuyos.

    —Si quieres mantener el equilibrio no tienes otra alternativa.

    Arawn exhaló un hondo suspiro y se posicionó frente a su igual. Ambos juntaron las manos sin rozarse la piel y tras establecer el vínculo divino iniciaron el conjuro.

    —Yo, dagda, padre de dioses,
    dador de vida y muerte
    invoco a los cuatro elementos y cedo parte de mi poder
    para que una nueva raza pueda florecer.

    El mazo sagrado del dios se materializó entre ambos mientras se desplazaban a toda velocidad en dirección a la bóveda celeste.

    —Yo, Arawn, dios y rey del «Otro mundo»,
    Mago, cambiante y guerrero,
    cazador de los impuros…
    cedo consciente mis dones,
    Para dar vida a los «ceoltóirí».
    Brujos, cambiantes y guerreros;
    protegerán las puertas de mi reino.
    El equilibrio en el mundo mantendrán,
    desde ahora y por toda la eternidad.

    Una ráfaga de poder proveniente del dios del inframundo envolvió al mazo sagrado y se fundió con el poder de Dagda. Los cuatro elementos se unieron para formar una espiral que engulló al mazo y lo mantuvo girando a una velocidad de vértigo.

    —¡Hágase nuestra voluntad!

    Del mazo surgieron dos esferas brillantes. a medida que el poder fluía entre ambos dioses, las esferas tomaban formas diversas: distintos animales se formaron y deformaron hasta que, por fin, luego de que ambas burbujas se expandieran y estallaran en millones de luces diminutas, dos figuras humanas se materializaron. Los dioses descendieron y rodearon a la pareja.

    —Bienvenidos a este mundo, hijos míos. —La voz de Arawn se tornó cálida. En los ojos del dios un brillo de satisfacción no tardó en hacerse visible.

    Los brujos hicieron una pequeña reverencia. Dagda los abordó sin dilaciones.

    —Os hemos dado vida para que os convirtáis en protectores y guardianes. Vuestro deber ha de estar por encima de cualquier cosa. Os debéis a vuestro padre y a él debéis rendir culto, devoción y obediencia.

    El dios del «Otro mundo» se adelantó y tomó las manos de cada uno de sus hijos.

    —No estaréis solos. Yo siempre velaré por vosotros; por vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos. Seréis mis hijos, pero también crearéis mi nueva legión.

    Hombre y mujer asintieron con los ojos cargados de afecto hacia su padre.

    —Ahora, preparaos para recibir el don más importante que se os concederá. —Los ceoltóirí fijaron su atención en Dagda—.  Recibid pues, a «shiansach».

    El arpa mágica del dios comenzó a emitir la melodía más hermosa que jamás se hubiese escuchado sobre el mundo mortal. Los brujos cayeron de rodillas. De sus ojos brotaron lágrimas de sangre y en el pecho del lado izquierdo se les formó una marca de sangre en forma de espiral.

    —Debéis guardar el secreto de este don y sólo hacer uso de él de ser absolutamente necesario.

    Los brujos miraron a su padre. El dios secó sus lágrimas y los ayudó a levantarse.

    —Este será vuestro mayor legado. Transmitiréis el don de generación en generación, pero sólo los elegidos podrán desarrollarlo. —Dagda clavó los ojos primero en el hombre, luego en la mujer—. Si hacéis uso indebido de este don seréis condenados por toda la eternidad y se os negará la entrada al reino eterno de las almas. ¿Lo habéis comprendido?

    Ambos cabecearon con suavidad.

    —No os defraudaremos —dijeron al mismo tiempo.

    —Marchaos entonces y estad atentos a mi llamada. Sabréis cuando os necesite porque reconoceréis los signos. La luna y el sol se encontrarán; la tierra temblará y las aves os anunciarán mi mensaje. Cuando estos aparezcan deberéis acudir a mi presencia. Si os negáis dejaréis de ser mis hijos, pero podréis quedaros entre los humanos si así lo decidís.

    Los ceoltóirí hicieron una pequeña reverencia con el puño derecho apoyado sobre el corazón. Minutos después avanzaban bosque a través en dirección al poblado más cercano.

    Los dioses vieron partir a la pareja de brujos. En el firmamento la reina de la noche ofrecía sus últimos destellos. La bóveda celeste atenuó el azul medianoche para dar paso a la gama de colores pasteles que anunciaba la llegada de un nuevo día y con él, el inicio de otra era.


    Este relato fue escrito para participar en el desafío noviembre 2020 propuesto por Jessica Galera Andreu @Jess_YK82.

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  • Complot doméstico

    El rostro de un gato que mira a un pez de colores detrás de un cristal
    Imagen libre de derechos de Alexa fotos en pixabay

    Cierro la puerta tras de mí. Dejo las llaves sobre la mesa y doy una mirada especulativa. Todo parece en orden y limpio. No me gusta mucho venir a la casa de la tía cuando no está. Pese a mi reticencia, hay algo que me arrastra… sus mascotas. Las pobres pasan esos días por su cuenta y más vale darles una vuelta antes de que sufran algún percance.

    Katrina, la gata refunfuñona de la tía sale a darme la bienvenida.

    —¿Bienvenida? En un bosque de la china… en realidad no es en ningún bosque ni en ninguna china, a menos que hiciese mención de la ninja de pacotilla que se pelea con su propio reflejo cuando se asoma del lado contrario de la pecera. Me refiero a Nagaoka, querido Lecturino. Tú no te preocupes de nada, esa es más inofensiva que los dardos verbales de la Leonarda que sólo sabe decir «che, ¿sos pelotudo?» cuando quiere quejarse de que sólo le dan pipas en lugar de anacardos.

    —Mirá, pelotuda, que yo seré parca, pero no soy sorda, ¿eh?

    —No, tú lo que eres es cateta. ¿No te das cuenta de que estoy hablando con Lecturino?

    —Ma, que diche, Leturino… Il leturino va benne con rúcula e la zanahoria a la carbonara.

    —No te molesta que te diga Lecturino, ¿verdad? Mira, tú no hagas caso al torteloni este con pelos y patas. Ese no hay día que no piense en comer o… acércate que no quiero que nos oiga. —Me inclino para acariciar a Katrina—. Sí, así. Perdona si mis bigotes te cosquillean en la oreja; si es así, te aguantas. Mejor eso que enfrentar un brote del tallarín este.

    »¿Qué te decía? Ah, sí.  Resulta que el Pietro es un exagerao de primera y cuando escucha la palabreja «lector» le suena a «reactor» y le entran los siete males porque dice que lo va a matar la radiación. De eso tiene la culpa la Nagaoka que le metió en la cabeza que Fukushima iba a llegar hasta aquí. Dame un minutillo.

    Katrina, la gata salta justo a tiempo antes de que Pietro le caiga sobre el lomo. El conejo emite unos chillidos desaforado y brincotea de un lado a otro como si tuviera un cohete en el rabo. No quiero reírme, aunque se me hace muy difícil. Sabía de las excentricidades de mi tía Paca con sus mascotas. Sin embargo, verlo en vivo y en directo es otra cosa muy distinta. El conejo se enreda con el corbatín y rueda como una pelota.

    —Mira, bigotuda trasnochada, a mí no me involucres en tus inventos. Si te sigues metiendo conmigo verás tú cómo te atravieso con mi catana.

    —Serás gilipollas, Pietro. Anda a beber agua de tu cazuelita a ver si se te pasa el arranque de ridiculez extrema. —El torteloni se mete bajo el sofá—. Tú, ninja decolorada, deja de lanzar tantas amenazas y vete a hacer puñetas con las aletas, si es que puedes.

    Me agacho para intentar coger al conejo; resulta imposible. La gata da un brinco en dirección a la pecera y menos mal logro levantarme a tiempo para cogerla antes de que la tumbe.

    La beta le saca la lengua y se gira hasta dar con el espejo del otro lado de la pequeña pecera o es la impresión que me da a mí cuando fijo los ojos en el vaivén de aquella figurilla blanca cuyas aletas parecen flotar y hacer formas curiosas dentro del agua. La gata se remueve y la dejo en el suelo antes de que me clave las zarpas.

    —Kati, querida, ¿por qué no te echas aquí conmigo? Está calentito y confortable.

    —Caniche pelotudo este, da fiaca hasta escucharlo.

    Katrina da un salto y casi alcanza de un zarpazo a la cotorra que aletea y se posa en el perchero junto a la puerta. Si no fuese porque sé que la cotorra sólo repite lo que le ha enseñado la tía, juraría que se divierte provocando a la gata.

    —Con mi Rufos no te metas, zorra desvergonzada.

    —¿Zorra? Vos necesitás unos lentes con urgencia.

    Arrugo el entrecejo y me acomodo las gafas. La cotorra me ha dejado pensativo. Aquello tiene que ser una coincidencia, ¿no?

    —Mira, Lecturino. Tú no hagas caso a esta bicha deslenguada; que eso no te distraiga de tu verdadera misión.

    El ruido repetido de algo que choca contra la puerta rompe la concentración de Katrina. El choque de platos de metal se convierte en un estruendo que obliga a Pietro a salir disparado de nuevo. Estoy a punto de salir escopetado y revisar en la cocina; luego lo pienso mejor y me abstengo porque sé lo tikismikis que es la tía con su casa.

    El balido de una cabra hace que la gata ponga los ojos en blanco o eso me parece a mí.

    —Mi dios bendito, ¿será posible que no tenga suerte ni una puta vez en mis siete vidas? No te muevas de allí, Leccturino.

    Veo a Katrina mientras se tongonea en dirección a la cocina y me pregunto si es que tendrá hambre o si será que la tía adoptó a alguna otra «criaturina desvalida», como les suele llamar.

    —¿Leturino? ¿Ya es hora de mangiari? Las mías tripas crujen.

    La cabra entra saltando al salón perseguida por Katrina que maúlla desaforada.

    —Déjate de inventos, Pietro. Tú tienes menos del veinte porciento de probabilidades de que algo te cruja. A menos que te refieras a que te crujan a ti —la cabra mira al conejo con una ceja arqueada—. Lo que sí que tiene mayor probabilidad por lo redondo que estás. Si calculamos las probabilidades de que te preparen al salmorejo… —Mati cierra los párpados y mueve los labios como si contase en silencio—. Sí, en efecto, son cuatro a uno en tu contra, desde luego.

    Me froto los ojos porque esto de ver expresiones y gestos en una cabra me pone a flipar de colores.

    —Serás capulla, Mati. Y no, no me veas así. Coño, sólo a ti se te ocurre decirle eso al ravioli este. ¿Quién se lo aguanta ahora? Porque tú te largas a tu prado ahí fuera y nos quedamos nosotros con ese marrón aquí dentro.

    —Katrina, estás más insopo que de costumbre, queridita. ¿No te funcionó la ecuación de la otra noche? Ya sabes, el tres por uno.

    La gata mira de soslayo al perro que ha vuelto a dormirse como un lirón. Si no supiese que los gatos no hablan, juraría que esta cuchichea con la cabra.

    —Serás indiscreta y cabrona. ¿Quieres que mi rufos se entere?

    —Lo de cabrona se me da de nacimiento —La cabra agacha la cabeza—. Lo de indiscreta… Hija, si del noventa por ciento del día vive en oniria, ¿qué mas te da? Sabes bien que tu gata necesita comer, si no te pones insufrible.

    Katrina le muestra las zarpas; Mati hace caso omiso y se fija en la visita, o sea, yo.

    —¡Vaya!, pero si tenemos a un lec…

    —¡Cállate! ¿Quieres provocar al tortelini?

    Del susto que se pega por el segundo zarpazo de la gata, la cabra apoya el culo de la alfombra, pensativa. De pronto, la sombra de algo que se mueve como en cámara lenta captura su atención… y la mía. Katrina suspira y se acerca hasta mis pies.

    —Haz caso omiso, te lo pido por favorcito, Lecturino. Mira que Saturnina es más vetusta que un jamón serrano enviado por correos.

    Supongo que la gata quiere algo de mimos, aunque me voy con cuidado porque sé que es demasiado temperamental.

    —¡Temperamental, dice! ¡Temperamental la madre que te parió! —Katrina me lanza un zarpazo que me deja tres líneas rojizas en el dorso de la mano.

    —No sé como la tía te soporta —murmuro.

    La sombra se vuelve nítida y me doy cuenta de que es una morrocoya. Sin venir a cuento me sorprendo contando los anillos de su caparazón y caigo en cuenta de lo vieja que es. Me digo que siendo así es lógico que parezca tuerta.

    —Paz, mis hijos… ¿cómo me los tratan las vacaciones?

    —¿De qué puñeteras vacaciones hablas, Satur?

    —Pero a ver, mis hijos.  ¿no estamos de vacaciones?

    —Aquí la única que está de vacaciones es la Paca. Recuerda, Saturnina, la señora que nos recogió. La misma que recoge el setenta y cinco por ciento de animales que se topa en el camino porque el otro veinticinco se le muere, claro.

    —Ah… ¿y tú quién eres?

    Por un momento me da la impresión de que la cabra pone a girar los ojos en un movimiento alocado. Luego lanza un balido Y Pietro salta sobre el caparazón de la pobre morrocoya que, del tirón, esconde la cabeza.

    —Si es que eres un peso muerto, Pietro.

    —¿Muerto? ¿Quién se ha muerto?

    Rufos abre los ojos, alza la cabeza sin apenas moverse y vuelve a caer fulminado.

    —Nadie, queridito, tú mejor vuelve a dormirte, anda.

    La morrocoya se asoma una vez más. La gata empuja al conejo y este vuelve a rodar.

    —¿Por qué estamos reunidos en consejo, mis hijos?

    —Hasta las trancas está la pelotuda esta.

    —¿Qué pelotuda? Ah, claro, tú te refieres al Pietro, ¿verdad? Si, parece una pelotita tan cuchi. Es de lo más chévere.

    Veo a Katrina acercársele a la cabra y me pongo en alerta.

    —¿Qué probabilidad hay de que esta viejuna se entere de algo en algún momento?

    La cabra mira a la gata y lanza un balido.

    —Diría que tiene 5 a uno… pero en contra. La pobre está utilizando un cero punto cinco por ciento de su capacidad neuronal.

    —O sea que está para la taxidermia.

    —Para eso tiene todos los boletos, sí.

    Me quedo absorto mirando a la pareja tan dispareja y no puedo evitar preguntarme de qué podrían cotillear una cabra y una gata. Ya sé que no tiene puta gracia, pero es que, si vosotros pudieseis verlas, pensaríais igual que yo… que ese par se trae algún complot.

    —Bueno, descartamos a la desmemoriada y a mi rufos. Quedamos cinco. ¿qué probabilidad tenemos de que este Lecturino se nos una?

    Por un instante tengo la sensación de que la cabra me mira con inteligencia. Me froto los ojos varias veces para espabilarme.

    —Mira, yo creo que, si a este nos lo trabajamos bien, contamos con más del setenta por ciento de probabilidad de que cumpla la misión.

    —Venga, entonces patas a la obra. Que no me aguanto un día más al Pietro ni las ganas de zamparme a cierta belicosa.

    No sé por qué, pero tengo la extraña sensación de que la gata me mira con malicia y os juro que, si no supiera que son simples mascotas, creería que han chocado las patas.


    Este relato fue escrito para participar en el va de reto de noviembre 2020 propuesto por Jose A. Sánchez.

    La condición era utilizar alguna de las mascotas (o las siete) propuestas y escribir una historia con humor. En este relato aparecen las siete con el mismo nombre propuesto a excepción del pez beta.

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