Categoría: Fantasía

  • LA BAILARINA Y EL MAGO OSCURO

    Bailarina de ballet clásico con zapatillas de punta y tutú.
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com

    Sabía que no tardaría en volver a encontrarle. Se sentó con calma a observar el espectáculo y sonrió para sí.
    Ella, ajena a cualquier otra cosa que no fuese finalizar de manera magistral su interpretación, no tenía idea de lo que estaba a punto de enfrentar.

    Tras la tercera salida ante el público esperó que el telón descendiese para marcharse a su camerino. Presurosa por salir del teatro entró al camerino a toda prisa para cambiarse.

    La melodía de aquella cajita musical reverberó en la pequeña estancia. Las luces se apagaron y solo la llama de aquella estilizada vela atravesó la penumbra.

    Sintió un nudo en la garganta y el corazón a punto de estallarle en el pecho. Sus miradas se encontraron en el espejo.
    Los ojos se le llenaron de lágrimas al ver su malévola sonrisa como vaticinio del destino que le esperaba.

    No suplicó, era inútil. Siglo tras siglo había intentado obtener alguna respuesta, pero él jamás contestaba, solo le observaba. Alisó su vestido y se acomodó la tiara.
    Minutos después un estallido luminoso daba paso a la más profunda oscuridad.

    Dejó la cajita musical sobre el vetusto altar y alzó la tapa. Un brillo destelló en sus traslúcidos ojos al observarle girar en el lugar al cual pertenecía desde tiempos inmemoriales.

    De nuevo podría disfrutar de su compañía. Su preciosa bailarina no tendría descanso nunca más; su destino era danzar para él durante toda la eternidad.


    Esta breve historia ha sido escrita para va de reto especialpropuesto por Jose A. Sánchez, @JascNet en su acervo de letras.

    Elementos seleccionados de cada reto propuesto:

    1. Escribir jugando diciembre: ‘tiara’
    2. 5 Líneas diciembre: palabra ‘descanso’
    3. emociones en 50 palabras diciembre: ‘sonido de cajita musical’
    4. Desafío literario diciembre: Género libre y joven que no puede hablar
  • ALMAS TRASCENDENTES

    Pareja sentada al aire libre, sonriendo
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com

    Sintió aquel aroma que le resultaba tan familiar. Echó a andar entre la gente. La llamarada rebelde de una melena indómita le atrajo tal como el primer día que la tuvo entre sus brazos.

    Aceleró el paso. Su risa cantarina reverberó alzándose entre las miles de voces que iban y venían sin brújula ni destino.

    La perdió y su corazón dio un vuelco, desesperado. ¿cuántos eones más para poder tenerle de nuevo a su lado? Negó con la cabeza, debía encontrarla. Eran ya muchas vidas esperando por ella.

    Un roce, su aroma, su risa. Se giró con el corazón galopante y la esperanza viva y palpitante.

    Sus ojos se encontraron. Sorpresa, incredulidad, anhelo. Ambos corazones salieron al encuentro de un abrazo que los uniese en esta vida y en las siguientes.

    Un beso tan elocuente como urgente. La pasión burbujeante, el deseo floreciente. El amor consciente de habitar en aquel par de almas trascendentes.


    Texto inspirado en la canción Hilos Rojos de Brock Ansiolítiko.

  • EL HADA ANCESTRAL

    Figura de un hada de color negro sobre fondo blanco
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com

    DEDICATORIA

    <p style="font-style: italic; font-weight: bold;"
    a ti, mi hermana de vida y de corazón.
    que el universo te obsequie con lo suficiente para que seas feliz hoy, mañana y siempre.
    Te quiero del tamaño del universo.


    cuenta la leyenda que de tanto en tanto decide pasearse entre los humanos para permanecer entre algunos pocos elegidos y compartir su sabiduría.

    Siempre al azar escoge su disfraz. algunas veces será doctora, otras, enfermera, cuidadora, abogada, periodista, escritora, pero sin duda lo que más disfruta es ser maestra.

    No te sorprendas si en alguno de tus más curiosos sueños se presenta ante ti y te revela algún mágico secreto, ella es así: comparte la magia que lleva dentro de sí.

    Se sabe que para que te elija como aprendiz, lo que has de hacer es ser tú y no dejar de sonreír. Abre bien los ojos entonces, quizá a tu lado la puedas descubrir.

  • EL MAGO Y EL CANTAOR

    Hombre tocando una guitarra acústica al aire libre
    Imagen libre de derechos, tomada de pixabay.com

    DEDICATORIA


    A ti, que has alegrado muchos momentos de tristeza tan solo con tu don de gente
    y tu guitarra gentil.
    Que tus cuerdas vibren por siempre
    Y que el universo llene de felicidad cada paso que des hoy, mañana y siempre.


    Cuenta una antiquísima leyenda que, en un reino olvidado por los hombres habitaba un mago. Este mago, de quien nadie quiere recordar su nombre, jugaba con las artes oscuras porque ambicionaba dinero y poder.

    Tras una lucha contra la hechicera Loredana, el mago, al que no le gustaba perder, apostó con la hechicera y esta que era mucho más lista y perversa, lo engañó utilizando un acertijo que solo un hombre sobre la faz de la tierra era capaz de resolver, pero claro, el mago no supo esto hasta que fue demasiado tarde.


    Dime buen mago
    Como puede suceder,
    Que de cinco partidas de ajedrez
    Cada jugador ganase tres…

    El mago que intentó dar todas las respuestas posibles, falló en todos los intentos. Así que la hechicera le robó todo su poder y el mago, al verse despojado de la magia juró encontrar al hombre que fuese capaz de responder aquel acertijo.

    Muchos soles y muchas lunas hubo de pasar el mago caminando por el mundo hasta que un día, en medio del camino se tropezó con un cantaor que llevaba su guitara y un pequeño fardo. El mago, ante la pinta de gitano de aquel joven, desconfió.

    —No tengo dinero —advirtió el mago.

    —¿Y quién te ha dicho a ti que yo quiero tu dinero, payo?

    El mago achicó los ojos, todavía más desconfiado que al principio.

    —Y si no quieres mi dinero, entonces ¿qué quieres?

    —Algo que ni tú ni nadie con todo el oro del mundo me podría otorgar.

    —No hay nada imposible para la magia, gitano —afirmó el mago.

    —tú no tienes aspecto de mago, payo —el cantaor lo observaba de arriba abajo, risueño.

    —Pero lo soy y muy poderoso —se pavoneó el mago—. Capaz nos podemos ayudar el uno al otro.

    El cantaor ladeó la cabeza, desconfiado ante la propuesta.

    —¿Qué puede necesitar un mago tan poderoso como tú de un cantaor como yo?

    —Necesito encontrar a un hombre. Es un hombre muy especial porque es capaz de responder todo tipo de acertijos.

    El cantaor sonrió mirando al hombre.

    —Mira si estarás de suerte… ese hombre, soy yo mismo. Dime tu acertijo y lo responderé, en un dos por tres.

    El mago algo incrédulo lo miraba de soslayo pensando que aquel pobre hombre estaba tocado de la cabeza. No iba Loredana a escoger a un humano tan como aquel para semejante responsabilidad, ¿no?.

    —a ver, buen hombre ¿y usted que quiere a cambio?

    El cantaor con el rostro ensombrecido dijo:

    —Quiero cantar como los ruiseñores; como la luna le canta a la noche y el sol al amanecer.

    Al mago le parecía algo sencillo de satisfacer si tuviese con él todo su poder.

    —Muy bien, preste atención al acertijo y si usted me brinda la solución,
    Yo gustoso, le otorgaré ese don.
    El cantaor estrechó su mano con la de aquel mago y así sellaron aquel trato que a ambos al final benefició.

    Tras escuchar aquel acertijo en versos, el cantaor recitó:


    En un juego de ajedrez,
    Dos contrincantes pueden,
    Ganar de cinco partidas tres,
    Si juegan por separado
    Cada uno por su lado,
    Y nunca a la misma vez.

    Los ojos del mago brillaron cuando sintió volver toda su magia y en su mente Loredana gritaba de rabia por verse obligada a devolverle su poder.

    —ahora mi buen amigo, tenga usted su beneficio por responder el acertijo que ha devuelto mi poder.

    El cantaor lo miraba algo incrédulo, pero decidió comprobar si aquel viejo mago le decía la verdad. Cogió su guitarra y tras afinarla de oído comenzó a tocar y cantar. Se quedó tan sorprendido de ver el público que a su alrededor se agrupaba que cuando cayó en cuenta que todavía no le había agradecido al mago por su regalo, este ya había desaparecido.

    Y fue así como aquel hombre fue por todos conocido, como el cantaor que hizo que aquel mago de quien nadie sabe el nombre, resolviese el acertijo.

  • EL PODER DE UN ALMA NOBLE

    Ventana a través de la cual se observa el interior de una estancia decorada de navidad
    Imagen libre de derechos, tomada de pixabay.com

    Porque nada es más poderoso que el amor.


    «El señor Elliot se ha quedado embobado mirando ese hermoso juguete de porcelana en el que una bailarina gira al son de una hipnótica melodía hasta que, finalmente, hace una reverencia y la cajita se cierra. El viejo se ajusta sus gafas redondas y esboza una sonrisilla desde sus finos labios antes de entrar en aquella vieja tienda de juguetes para llevarse a casa el objeto de su embelesamiento. Después, se sube las solapas de su raído abrigo marrón y regresa a la calle. Llama su atención un coro de niños entonando un bonito villancico al lado de aquel enorme árbol cuyas luces parpadean en el centro de la plaza, dotando al pueblo de una amalgama multicolor que por momentos lo ciegan.

    El señor Elliot camina despacio a través de las calles mojadas, donde los copos que empiezan a caer se funden, y no tarda en llegar a la humilde casa en la que lleva viviendo más de cincuenta años. Desde la ventana, atisba ya esas orejillas que lo esperan impaciente. Su fiel Labo, un viejo labrador que lleva con él diez inviernos y al que el frío acobarda. Aquella tarde ha preferido dejarlo en casa y el animal lo recibe con el entusiasta movimiento de su cola mientras él se deshace en carantoñas.

    Labo regresa al sofá, donde se aovilla, mientras el señor Elliot se quita los guantes y se frota las manos, tratando de entrar en calor. Después, azuza el fuego de la chimenea y camina hasta la bolsa para sacar el bonito juguete, que coloca sobre la repisa, sonriendo. Su arbolillo trata de emular con osadía y orgullo al que engalana la plaza y aunque sencillo, para él es el más hermoso del mundo, pues fue el que su difunta esposa, Emily, escogió.

    Se asoma a la ventana y se deleita en esa vida sencilla que discurre al otro lado del cristal. La noche de Navidad se acerca y él la pasará solo, como es habitual. A pesar de todo, pocas cosas son capaces de borrarle la sonrisa porque el señor Elliot ha hecho de los recuerdos un sostén para los días tristes y no una carga que lo debiliten.

    La nevada arrecia y el señor Elliot acude a la campanilla de su horno, avisándole de que el asado está listo. Se sirve en un plato y le pone su ración a Labo, que ha cambiado su lugar en el sofá por la alfombra que queda frente a la lumbre. El viejo se sienta en su mecedora y mira al perrillo con ojos brillantes.

    —Feliz Navidad, Labo.

    Un golpe despierta al señor Elliot, que se ha quedado endormiscado en su chimenea, con el plato sobre su regazo. Labo lo mira, con el cuello erguido y expresión inquieta. El hombre se levanta con dificultad, convencido de que han llamado a la puerta y cuando abre…»

    Labo se adelanta y comienza a ladrar y gruñir con fiereza. El señor Elliot le coge con fuerza por el collar. La mujer que se haya tambaleante en la puerta se lleva una mano al pecho y se desploma. El hombre apenas si tiene tiempo de sujetarla para que no caiga de bruces al suelo. El perro la olisquea gruñendo, intranquilo.

    —quieto, quieto, que solo es una dama, labo.

    Desde fuera, dos figuras se ocultaban entre el par de enormes abetos.

    —Tendrías que haberme hecho caso.

    —Da igual, cuando salga el sol estará acabada.

    Ambas figuras se desvanecieron entre las sombras.

    Labo seguía gruñendo a aquella mujer cuyo cuerpo desprendía un extraño aroma y cuya piel parecía hielo seco de tanto frío que expelía. Preocupado por el estado de aquella mujer, el señor Elliot pensaba cómo socorrerla. Se inclinó para retirarle el cabello del rostro. Dio un respingo al sentir como la piel de la mujer quemaba de lo helada que estaba. Se acomodó las gafas para verla mejor, no parecía azul; tampoco morada; se irguió con esfuerzo mirando hacia la chimenea. Tenía que calentarla antes de que fuese a morir de hipotermia.

    —Venga, Labo. Hagamos nuestra buena obra de Navidad.

    El perro tensó las orejas, alerta. Ayudando a su amo, no sin hacer un gran esfuerzo, entre ambos lograron acercar el cuerpo de aquella mujer hacia el calor de la chimenea.

    Ecluise abrió los ojos. El dolor que sentía en todo el cuerpo la consumía. Miró con los ojos desorbitados aquella estancia. No tenía idea de dónde se encontraba, pero sabía que sería su última morada.

    —¿te encuentras mejor? —aquella voz seguida de esos ladridos restallaban en su cabeza.

    Ecluise se esforzó en enfocar y se topó con aquellos ojos amables y preocupados, resguardados tras aquellas gafas redondas.

    —Mátame, por favor —el señor Elliot abrió los ojos como platos.

    —Tranquila, no vas a morir; llamaré al doctor Rutherford, te pondrás bien.

    —escucha, no me queda mucho tiempo —Labo seguía ladrando, nervioso—. Cuando amanezca, solo seré un montón de cenizas secas.

    Elliot le tomó la mano con fuerza. Ecluise se sorprendió de la fuerza vital de aquel anciano. Su tacto era tan firme, tan cálido. Sintió ganas de llorar.

    —dime, ¿qué puedo hacer por ti? ¿quieres que llame a tu familia? —Ecluise cerró los ojos al pensar en su familia. Había sido tan arrogante y soberbia al creer que tenía el poder suficiente para enfrentar a cualquier criatura ella sola.

    —No puedes, no son de este plano —Elliot se compadeció de aquella mujer. Parecía tan desdichada.

    —dime entonces, ¿cómo puedo aliviar tu dolor?

    —Mátame, ten piedad y acaba con mi existencia —el perro había dejado de ladrar pero permanecía tenso e inquieto, yendo de un lado a otro olisqueando una y otra vez, como si percibiese algún peligro inminente.

    —No puedo hacer lo que me pides —Ecluise apretó los dientes arqueándose por el dolor. En su rostro se había dibujado un rictus de agonía que al señor Elliot le partió el corazón.

    —Tiene que haber alguna forma de ayudarte —Lágrimas mojaban el rostro de Ecluise, que comenzaba a tomar un tono grisáceo y macilento.

    —Cómo puedes aguantarlo —El hombre no entendía a qué se refería.

    —No te entiendo, ¿aguantar el qué?

    —el frío… me quema. —Elliot estaba tan preocupado por ella que había olvidado por completo la sensación de quemazón. De hecho, ya no la percibía.

    —No lo sé, solo pensaba en la manera de aliviarte —Ecluise comprendió entonces, que su familia siempre había tenido razón. La magia no valía de nada si no había sentimientos de por medio. Aquel hombre estaba lleno de amor y compasión y era eso lo que mantenía el conjuro a raya.

    Labo se tensó, apoyando los cuartos traseros en el suelo en actitud protectora. El señor Elliot intentó cogerle por el collar con la mano libre, pero un destello de luz cortó en seco sus intenciones.

    Elliot no daba crédito a lo que veía. En medio de su pequeño salón, un hombre enorme y con cara de pocos amigos acababa de aparecer de la nada.

    Ladeando la cabeza, el hombre parecía valorar la situación, mientras el señor Elliot pensaba que no volvería a zamparse un plato tan rebosante de asado por la noche. No le importaba quedarse dormido frente al fuego, pero esos sueños eran demasiado extravagantes para su edad.

    El hombre se acercó, hincándose de rodillas para tomar entre sus brazos a aquella mujer. Elliot desvió la mirada cuando el hombre la besó en los labios y estuvo a punto de dejarles a solas, pero la mujer le apretó con fuerza la mano. Así que se mantuvo sentado como pudo, sosteniendo la mano de aquella desconocida.

    —No dejaré que te marches —Aquel hombre tenía una voz grave y con un acento que nada tenía que ver con los que había escuchado Elliot alguna vez.

    —el conjuro es poderoso, no quiero convertirme en un engendro —Elliot tragó grueso. No quería escuchar pero era imposible no hacerlo.

    —Aún sigues aquí —La mujer desvió la mirada hacia su salvador.

    El hombre se fijó en el anciano y en su mano sosteniendo la de Ecluise y su gesto se dulcificó.

    Enfocando sus ojos en Ecluise y concentrando su poder, se conectó con ella usando la telepatía. Elliot se dio cuenta que entre la pareja había un vínculo muy fuerte. Parecía que pudiesen hablarse sin palabras. Eso le trajo recuerdos de su Emily y de lo mucho que disfrutaban de las tardes juntos, paseando en silencio.

    —No puedes hacerlo, Altair. Es un alma noble.

    —No quiero perderte, Ecluise, estaré muerto sin ti —Ecluise ahogó un lamento—. Es solo un alma humana —dolorida, desvió su mirada hacia el señor Elliot que parecía perdido en su ensoñación.

    —Es un alma noble, No la destruyas por mí.

    Altair se hallaba desesperado. Sabía que Ecluise tenía razón, las almas nobles eran vitales para mantener el equilibrio. Pero su amor por ella la cegaba y no había tiempo que perder.

    Decidido a no perderla, dejó el orgullo de lado y por primera vez en su existencia, pidió ayuda, rogando al universo porque su súplica fuese atendida.

    —Ayúdanos, por favor —Elliot se fijó en aquel hombre que parecía tan desesperado como él cuando perdió a su Emily.

    —Te escucho.

    Altair explicó lo que ocurría y cómo Elliot podía ayudarles. Tras sopesar los pro y los contra, el anciano tomó una decisión. No sin antes pedir en voz alta lo que anhelaba su corazón.

    —¿será doloroso? —Elliot pensaba en la agonía de aquella mujer y se estremeció.

    —te doy mi palabra de que no. Solo será como cuando te vas a dormir —Ecluise no podía creer que aquel anciano estuviese dispuesto a sacrificarse.

    —Estoy listo.

    Altair y Ecluise se miraron un instante. Jamás olvidarían a aquella alma noble que les había obsequiado una segunda oportunidad.

    Elliot no supo qué ocurrió. Durante aquel tiempo en que permaneció tendido al lado de la mujer, solo pensaba en su Emily y en la hermosa vida que habían vivido juntos. Con lentitud fue cerrando los ojos hasta que exhaló su último aliento. Labo le lamía el rostro mientras gimoteaba, confundido.

    —¿Cumplirás tu promesa? —Altair asintió, solemne.

    —Es lo mínimo que puedo hacer luego del obsequio que nos ha dado —Ecluise entrelazó sus dedos con los de Altair.


    El cuerpo del señor Elliot fue enterrado junto al de su amada esposa. Desde las alturas, el anciano frunció el entrecejo un instante. Emily se le acercó, abrazándolo con esa ternura tan cálida que a él siempre le había fascinado.

    —Un beso por tus pensamientos —El señor Elliot relajó el entrecejo.

    —mejor que sean dos, cariño.

    —Vale, entonces serán dos —Elliot sonrió un instante y luego volvió a fruncir el entrecejo.

    —¿qué ocurre, querido?

    —que no tengo nada para ti esta Navidad. Con tantas cosas, olvidé la bailarina sobre la repisa.

    Emily soltó una risita cantarina. Elliot olvidó lo que le había estado preocupando.

    —tontín, pero si mi regalo de Navidad eres tú, cariño —Labo agitaba la cola con entusiasmo, mientras Emily y Elliot echaban a andar adentrándose en aquel paisaje invernal.

    Ecluise observaba la escena, enternecida, mientras Altair le abrazaba desde atrás.

    —Ha sido un generoso detalle por tu parte traer al compañero de Elliot —Altair le daba un beso en la coronilla, estrechándola con fuerza entre sus brazos.

    —Nada se compara a la generosidad de esa alma —Ecluise se apartó, girándose para verle la cara.

    —¿Podrás perdonarme?

    —Ya lo he hecho.

    Altair la atrajo hacia sí, inclinándose para besarla como si en ello se le fuese la existencia. Ecluise se aferró a su cuello y dejó que el amor que había albergado en su corazón por tanto tiempo, fluyese libre y sin ataduras. Por primera vez se dio el permiso de sentir lo que el poder del amor podía lograr. Mientras sus almas se fundían en aquel beso, Ecluise supo que entre ambos se había forjado un vínculo que los uniría por toda la eternidad.

    Esta historia ha sido creada para participar en el ‘Imagena’ desafío literario de diciembre propuesto por Jessica Galera en su Fantépica.

  • El intercambio

    Castillo de Stirling en Escocia
    Imagen libre de derechos, tomada de pixabay.com

    Observaba aquella habitación y una punzada de envidia le sacudió las entrañas. Se acercó a la cómoda. El brillo de la tiara que reposaba sobre el exhibidor de terciopelo capturó su atención.

    Sin poder resistirse, cogió la tiara colocándose frente al espejo. Palabras se dibujaron en él:


    Si la tiara quieres tener,

    Un sacrificio de sangre deberás hacer.
    Plebeya dejarás de ser,
    Si tu belleza logras ceder.

    Decidida apretó la tiara con fuerza; gotas de sangre brotaron sellando el pacto. La noche dio paso al día. En la plaza se preparaba la hoguera donde ardería la princesa, acusada de hechicera.

    Este microrelato ha sido creado para participar en el ‘escribir jugando’de diciembre propuesto por Lidia Castro Navas.