Categoría: Terror

  • La macabra danza de la muerte

    Castillo en ruinas sobre la cima de una montaña. alrededor vuelan murciélagos y en las nubes se vislumbra un rostro feminino
    Imagen libre de derechos

    Dedicatoria

    A ti, que me lees en silencio…


    No sé cuánto tiempo tendré que permanecer aquí a la intemperie esperando a que decidas dar la cara. No importa en realidad. Estoy lista para enviarte con tu creador al infierno de los seres sin alma. Sé que te crees invencible. Te tengo malas noticias, Jason, porque no hay potestad en este mundo que te libre de convertirte en polvo cuando te alcance mi daga.

    Creíste que escondiéndote entre estas ruinas me harías renunciar a darte caza. Eres demasiado arrogante. No me conoces en absoluto. No me asusta la niebla ni el rugir del viento. No me ahuyenta el hedor de los muertos ni sus huesos asomándose entre las piedras; no me marcharé hasta que cumpla mi propósito.

    Te haré pagar por cada vida que has arrebatado. Ya no me interesa la justicia: quiero venganza. Por eso tu muerte será lenta y dolorosa. Y la disfrutaré sin un ápice de remordimiento porque los seres como tú no merecen compasión. Tú sólo mereces danzar entre las llamas del infierno.

    Te crees más inteligente, lo sé. Pese a ello, te demostraré que subestimarme será tu peor equivocación.

    No te subestimo, no lo hagas tú. Crees que no he notado tu presencia. Cuando te percates de la realidad será demasiado tarde para ti. A pesar de tus años como cazadora, todavía no comprendes a mi especie. Esa será tu perdición.

    Avanza; un poco más, allí… Sí, percibo el aroma de tu miedo; es tan excitante. Tus pensamientos sólo estimulan mi deseo.

    No he conocido a ninguna otra cazadora como tú y eso es una motivación adicional que me impulsa a cazarte. Me complace ver la agilidad de tu cuerpo; la concentración de tu mirada y el delicioso fluir de tu sangre por cada una de las venas que irrigan tu cuello, esbelto y delicado. Un manjar apetitoso; tanto, que se me hace agua la boca al imaginar el tibio sabor que tendrás cuando te clave los colmillos; cuando el feroz latido de tu corazón se apague mientras me sacio.
    Porque lo haré, querida Stephanie. No importa cuanto te esfuerces ni cuánto ocultes tu miedo tras esa coraza de valor. Nada me impedirá poseerte. Conocerás entre mis brazos la macabra danza de la muerte.


    Agradecimientos

    1. A Daniel Turambar por su taller de escritura en Twitch

    Nota: este texto constaba de 350 palabras. Tras las correcciones ha pasado a constar de 370. El requisito principal era utilizar narrador en segunda persona.

  • El superviviente

    Cabaña rústica abandonada
    Imagen libre de derechos tomada de Pixabay

    Dedicatoria

    A todos los soñadores y creadores de historias impresionantes.


    Comenzó a ascender por el acantilado. Había sobrevivido a la tempestad y el naufragio; pese a ello, aún no estaba a salvo. La escarpada pared rocosa ponía a prueba su resistencia. La daga que llevaba asida en el antebrazo rozó la roca y casi la pierde en el intento de no caer al vacío. El viento gélido arañaba su espalda y le heló hasta los huesos. El salitre le invadió las fosas nasales. Evitó mirar abajo. La humedad hacía difícil aferrarse a los salientes. El rugido del mar era estímulo suficiente para no desfallecer; flaquear en ese momento significaría terminar convertido en un amasijo sanguinolento y no le apetecía unirse a los restos del naufragio.

    Exhaló el aire en cuanto pudo dejarse caer sobre la espalda. La noche se alzaba majestuosa y siniestra. Sabía que no debía, aun así, no pudo resistir la tentación de asomarse al borde de aquel acantilado. Se estremeció al ver flotar los restos del «Destino Incierto»; cerró los ojos un instante; el suficiente para dejar que su deseo de supervivencia primase y lo sacase de ahí. Al menos podría hacerle honor a la oportunidad de haber sobrevivido al naufragio que acabó con toda su tripulación. Abrió los ojos y clavó su mirada en el mar. Creyó ver restos ensangrentados sobre algún madero y se estremeció.

    Se puso en pie y afianzó la funda en su antebrazo. Dio una mirada valorativa a su alrededor. El lugar pareció desierto; solo una cabaña rústica, algo desvencijada se atisbaba oculta en medio de algunos robustos árboles. Una densa niebla se movía con lentitud envolviendo sus simientes. La lluvia arreció de nuevo y no pudo controlar sus estremecimientos al recordar cómo su navío se había partido en dos.

    Avanzó con cautela. El silencio reinante le crispó los nervios. Al latido desbocado de su corazón se unió el crujido de sus pasos al aproximarse hacia aquel posible refugio. Alcanzó la puerta y la empujó. Los goznes emitieron un chirrido espeluznante. Apretó los dientes y entró.

    El hedor a moho y encierro fue su anfitrión. Evitó respirar demasiado hondo. Se cubrió la nariz con un jirón de la camisa que le trajo de vuelta el olor cobrizo que penetró sus fosas nasales mientras los cuerpos de los tripulantes bajo su mando eran zarandeados con fuerza para luego ser engullidos por el mar.

    Un trueno restalló con fuerza; el silencio se disolvió ante la tormenta que volvía a apoderarse de la noche. Un relámpago cruzó el firmamento. En medio de su resplandor una silueta deforme se recortó contra la ventana. Intentó echar a correr; no tuvo caso; su cuerpo no respondía al deseo de su mente de ponerse a salvo; en su corazón palpitaba algo mucho más fuerte: el odio.

    Fijó su mirada en aquellos ojos que brillaron en la oscuridad sedientos de sangre y venganza. Los vio acercarse despacio y la piel se le erizó. Tragó grueso al percatarse de la furtiva curva blanquecina que se dibujó mostrando el par de colmillos que alguna vez vio destrozar gargantas sin remordimientos. Aún quedaba una prueba más para el superviviente.

    —Octavius —susurró y deslizó la daga que llevaba sujeta en el antebrazo hasta rozar su empuñadura con los dedos.

    —Te advertí que volveríamos a vernos, Nicodemus. ¿Listo para saludar a la parca?
    Aferró la empuñadura de la daga con fuerza.

    —Dale tú, saludos de mi parte —espetó mientras le clavaba la daga entre las costillas.

    La figura se hizo polvo. Nicodemus cerró los ojos y arrugó la nariz ante el pestilente hedor.

    «Uno menos y descontando», pensó antes de dejarse caer al suelo.


    Agradecimientos

    1. A Daniel Turambar(@danielturambar) por la convocatoria realizada por Twitter y las correcciones durante el taller vía Twitch
    2. Elementos a utilizar: la palabra cabaña y la palabra desierto; máximo 500 palabras
    3. </ol

      Nota: La presente versión es el resultado de la corrección realizada por Daniel. En la actualidad el relato cuenta con 599 palabras.

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  • Cautiva del mal


    Dedicatoria

    A la vida misma y a ti que siempre me lees y me sigues apoyando…


    La reina de la noche brillaba en lo alto. Su platinada luz se colaba por el resquicio entre la ventana y las cortinas. En la penumbra, ella permanecía sentada en mitad de la cama abrazada a sus rodillas y meciendo su cuerpo adelante y atrás como si siguiese el ritmo de una melodía que solo ella era capaz de escuchar.

    Había tenido que cerrar los ojos, pero en cuanto los abrió vio las sombras que danzaban a su alrededor, burlonas, cínicas, malévolas. Escuchó sus risitas y apretó los dientes mientras repetía en su mente la misma oración de cada noche:
    «Ángel de mi guarda, dulce compañía… no me desampares ni de noche ni de día porque me perdería»
    El viento que aullaba, lastimero, intensificó su desgarradora cantinela. La temperatura de la habitación se tornó gélida, casi glaciar.

    Comenzó a tiritar de anticipación; sabía que estaba allí fuera, esperando el momento preciso.

    La doceava campanada del reloj tañó. Ella se aferraba con más fuerza a sus rodillas mientras en su interior podía sentir cómo la llamaba… se negaría como siempre, pero él buscaría la manera de tentarla.

    Las nubes se arremolinaron alrededor de la luna. La habitación quedó envuelta en una profunda oscuridad. Las sombras desaparecieron.

    La cama comenzó a vibrar, los objetos cayeron y se hicieron añicos contra el suelo. Las cortinas se abrieron de lado a lado movidas por unas manos invisibles que dejaron al descubierto el cristal.

    Apretó los ojos en cuanto sintió su llamada. Estaba ahí, acechándola; esperando que ella se entregara.

    Sintió aquella mano rozándole el rostro, obligándola a girar la cabeza en dirección a la ventana.

    Sus ojos, esta vez infantiles, la miraban sin pestañear.

    Ella, incapaz de resistir su siniestra presencia, gritó, pero nadie la escuchó; seguía presa en el laberinto de su mente.


    La voz que narra este breve relato en el video es de quien escribe. Espero os guste y gracias totales por estar allí.

  • Los héroes también tienen pesadillas

    Un niño de entre 7 y 8 años con magulladuras en rodillas y en el rostro, sentado sobre un arcón. Tras él en la pared proyecta la silueta de Batman. La atmósfera de la estancia es algo triste y apagada. el niño permanece con cara pensativa.
    Imagen libre de derechos de Lothard Dieterich.

    La tarde ofrecía una brisa cálida, un sol brillante y un cielo claro donde las nubes jugaban a crear formas divertidas.

    Se asomó por la ventana y la vio en el jardín trasero. Salió corriendo de su habitación con Manchas siguiéndole muy de cerca. Descendió por las escaleras brincando a cada dos escalones y sonrió triunfal cuando aterrizó con ambos pies sobre la pequeña alfombra que su madre mantenía a los pies de la escalera.

    —Quieto ahí, Mike —dijo su madre cortándole el avance con los brazos en jarra—. ¿A dónde vas?
    —Nela está en el jardín, mamá —dijo como si aquello fuese razón suficiente.

    —De acuerdo, pero solo un rato, ¿eh? Luego vendrás y harás tus deberes.

    El niño asintió con la cabeza y salió disparado antes de que su madre pudiera cogerle para llevar a cabo el tedioso ritual de aplacarle el pelo rebelde y meter su camiseta por dentro de sus pantaloncillos cortos.

    Se percató de que tenía los cordones de una zapatilla sueltos y se agachó para atarlos con un lazo doble. Tras ocuparse de eliminar cualquier cosa que pudiera representar un peligro para una eventual escapada fugaz, se aproximó al jardín de su vecina.

    Manchas maulló con fuerza. Se arqueó y sacó las zarpas. Él sabía por qué; también lo había visto y estaba demasiado cerca.

    Inés se alejó de su hermana pequeña cuando el móvil comenzó a sonar con aquella melodía estridente. Mike echó a correr para evitar que se marchara, pero no llegó a tiempo. La verja lo había retenido demasiado. Estaba perdiendo la costumbre y la agilidad y eso no debía pasar.

    Sentada en su silla de ruedas, Nela se esforzaba por aumentar la distancia, pero aquella criatura monstruosa se movía demasiado rápido y la silla tenía el freno puesto.

    Desesperado ante la posibilidad de que el recolector atacase a su amiga otra vez, Mike se dobló y recogió dos piedras antes de echar a correr con todas sus fuerzas.

    Frenando y deslizándose entre la silla de ruedas y el monstruo, lanzó una piedra y luego la otra. La primera pasó a centímetros de aquella cornamenta repugnante mientras que la segunda dio en el blanco. La criatura chilló y se lanzó a por el chaval alejándose de la silla. Manchas echó a correr y de un salto llegó al regazo de Nela.

    Con la intención de alejarlo tanto como le fuese posible, Mike fue provocando al recolector que, no perdió tiempo en iniciar su persecución y señalarlo como objetivo.

    La criatura intentó embestirlo, pero Mike lo esquivó al rodar por el agreste terreno. Se raspó las rodillas y los codos, pero no le importó. Lo único que tenía en mente era que aquella criatura no se llevase el alma de Nela. Cogió varias piedras y se las lanzó. Muchas se perdieron sin dar en el cuerpo de aquella bestia, pero otro tanto sí que dio en el blanco.

    Frunció la nariz cuando vio aquel líquido espeso, verdoso y pestilente manar de las heridas del recolector.

    —Eres un crío estúpido —siseó la bestia—. Cuando acabe contigo, iré a por ella y tendré las almas que necesito.

    —Primero tendrás que atraparme, ¿no?
    La bestia dio un gran salto y ambos entraron en los predios del tupido bosque que circundaba su casa y la de Nela.

    Redujo un poco la velocidad porque necesitaba que la criatura lo persiguiese sin cambiar de opinión.

    Cuando llegaron al claro del bosque, el atardecer se vislumbraba en la bóveda celeste. Miles de formas fantasmagóricas; sombras espeluznantes se formaban entre los árboles y los arbustos. Inspiró hondo varias veces y tragó grueso cuando lo vio acercarse.

    Era todavía más horrible que el que los estuvo persiguiendo hacía unos meses.

    La criatura curvó lo que, en teoría deberían ser unos labios. Una hilera de dientes puntiagudos se extendía a lo largo de la curva. El recolector sacó su lengua y Mike pudo ver el aguijón. Tenía que ser valiente por Nela, ella ya lo había salvado una vez; por eso estaba en aquella silla; no podía rendirse, no justo ahora.

    La criatura hizo un ruido esperpéntico y Mike comenzó a temblar. Recordó la primera vez que había visto a Nela, sus hoyuelos al sonreír y la forma en que arrugaba la nariz cuando le explicaba cómo matar a cada monstruo. Ellos eran los elegidos y una vez te daban ese honor, ya no podías rendirte nunca jamás.

    Dio un brinco hacia atrás y evitó las garras venenosas por los pelos. Rodó por el suelo y se escabulló entre sus espantosas patas. El recolector se dobló sobre sí mismo para intentar cogerlo, pero Mike fue más rápido y al ponerse de pie, le dio una patada en el trasero a la criatura que fue a dar con las napias contra la roca que tenía en frente.

    El ruido de algo duro al quebrarse le dio escalofríos. Jadeante como estaba solo era capaz de pensar en Nela y en mantener a aquella cosa espantosa lo más alejado de ella.

    La criatura se levantó dando tumbos. El cuerno que sobresalía desde su hocico se había quebrado casi desde la raíz. Supo el instante preciso en que tenía que echar a correr antes de que aquella criatura se lanzase de nuevo al ataque y eso justo fue lo que hizo.

    El corazón le galopaba dentro del pecho, el aire le quemaba la garganta y la nariz. Los ruidos del bosque se iban interrumpiendo a su paso y tras cada chillido de aquella bestia el silencio que surgía en respuesta, se tornaba horripilante. Tropezó y dio con las rodillas en el suelo raspándose con los arbustos gran parte del rostro. Se volvió en el momento exacto en que el recolector lo apresaba entre sus garras y acercaba su aliento fétido hasta su boca.

    —¡Mike! ¿Despierta ya! —Se incorporó de golpe con el pelo pegado a su cabeza y una capa de sudor resbalándole por todo el cuerpo.

    —¿Qué pasa?
    Nela se cruzó de brazos haciendo un puchero. Se frotó los ojos bastante desorientado.

    —Te volviste a quedar dormido mientras leíamos el libro… —El chaval tiró de su camiseta para secarse el sudor que se le metía en los ojos—. ¿Cómo vamos a exponer mañana si tú te duermes?
    —¿Exponer?
    —¡Mike! Si sigues así de memo no voy a volver a sentarme contigo en clase.

    El niño se levantó, se tumbó en el suelo boca abajo y se asomó debajo de la cama. Luego comenzó a hurgar por toda la habitación.

    —¡Qué estás haciendo, jope! Verás tú como venga mi madre y me suelte una regañina por culpa de tu desorden.

    —Busco a los monstruos.

    —No seas tonto, Mike… los monstruos no existen.

    El grito de la madre de Marianela se escuchó amortiguado, pero con la suficiente claridad como para que la niña abriese mucho los ojos.

    —Venga, vamos a merendar… mi madre ha hecho bizcocho de chocolate y tenemos helado también. —La chiquilla tiró de su camiseta apremiándolo a moverse.

    Mike no dejaba de sentir como si alguien los estuviese vigilando. La piel se le puso de gallina cuando Nela salió disparada de su habitación. Escuchó sus pasos corriendo por la escalera y respiró hondo. Se volvió solo un instante y por el rabillo del ojo vio lo que creyó eran varias sombras moverse entre los muebles y las paredes. Le pareció escuchar voces muy bajitas y se quedó petrificado un instante. Los gritos de Nela lo hicieron apresurarse.

    —La próxima vez no escaparás…
    Se volvió con brusquedad, pero no vio nada. Se encogió de hombros y pensó que quizá Nela tenía razón y tendría que dejar de leer tanto terror por las noches.

    Dejó la puerta entornada y salió corriendo hacia las escaleras… por eso no vio los siniestros ojos endrinos que lo miraban marchar, difuminados entre las sombras.


    Este relato ha sido escrito para participar en el Va de reto de mayo 2020, propuesto por Jose a. Sánches, @JascNet.

    Elementos a utilizar en el desafío:

    1. La imagen que se propone y que está incluida en esta entrada
  • EL PRECIO DE LA RESURRECCIÓN

    Bruja vampiresa vestida al estilo gótico con los labios rojos y un colmillo que se asoma entre los labios.
    Imagen de Rondell Melling tomada de pixabay.com

    Dedicatoria

    A vosotros que siempre estáis allí animándome a seguir.

    Abrí los ojos despacio. La profunda y aterradora oscuridad me dio la bienvenida a mi cautiverio. Un aroma putrefacto me golpeó con fuerza las fosas nasales provocándome arcadas que se sucedieron una y otra vez hasta que mi cerebro registró que mi estómago estaba vacío y tan solo un poco de bilis se animó a satisfacer aquel doloroso reflejo.

    Intenté ponerme en pie. El suelo terroso y húmedo me estremeció y por un momento me pareció percibir el ruido de alguna criatura arrastrándose a mi alrededor. Sentí los diminutos guijarros clavarse en mis rodillas cuando por fin pude ponerme a gatas, no sin el suficiente esfuerzo como para quedarme sin aliento.

    Una carcajada estentórea me dejó aturdido. Arrastrándome como pude me desplacé hacia un rincón. Las ásperas paredes vibraban devolviendo el eco de aquella carcajada siniestra. Mi mente se negaba a colaborar hasta que mi voluntad se impuso y entonces recordé.

    —Muy bien —la carcajada se interrumpió de golpe— Ya era hora de que reaccionaras, cariño.

    —¿dónde estoy?

    —Donde estás no tiene la mínima importancia —dijo— Lo importante es por qué, no te parece, ¿Misael?

    —Déjate de juegos —exigí— más vale que me liberes…

    —Y si no te libero, ¿qué? ¿Vas a invocar a todos los demonios del infierno? O quizá a tus guerreros de sangre —rio malévola— ¿Olvidas que he absorbido casi toda tu fuente vital? Ahora soy yo quien tiene el poder.

    —¿Qué coño quieres, Miriah?

    —Me decepcionas —el suelo comenzó a vibrar con fuerza— pero no importa, puedo refrescarte la memoria.

    Parpadeé varias veces forzando a mis ojos a adaptarse a la oscuridad. Tragué grueso cuando pude vislumbrar unos dedos esqueléticos que comenzaban a emerger con rapidez hacia la superficie. Los recuerdos fueron invadiendo mi mente uno tras otro. Cerré los ojos con fuerza. Era imposible.

    —Nada es imposible y lo sabes.

    —No tienes idea de lo que pretendes, Miriah —advertí— Ni siquiera absorbiendo mi poder podrías ocupar mi lugar… mucho menos convertirte en la reina.

    —¡Mientes! —el grito retumbó con tanta fuerza que las paredes se agrietaron y sentí un líquido humedeciendo mis oídos. Los sonidos me llegaban atenuados como lejanos murmullos.

    —Puedes matarme si quieres —susurré— pero jamás te develaré el secreto.

    —Haré algo mejor que eso, Misael —el tono de su voz me advirtió que era capaz de todo— serás testigo del final de tu estirpe.

    El esqueleto terminó de emerger. De pie frente a mí con sus cuencas vacías emitió un chillido antes de convertirse en polvo.

    un torbellino invadió el pequeño espacio tirando de mí hacia arriba, hacia la nada sacándome de las catacumbas.

    Sentí cómo cada partícula de mi cuerpo se desintegraba con rapidez y volvía a juntarse adhiriéndose a las fibras teñidas de aquel legendario receptáculo que narraba la historia de los guerreros de la noche. Intenté usar mi poder para materializarme en la estancia, pero todo fue inútil. Miriah me había condenado a habitar el tapiz. Las imágenes iban agregándose en tiempo real. Observé horrorizado cómo Miriah iba asesinando a cada uno de mis hermanos, mis compañeros de lucha. Los guerreros de la noche dejarían de existir y solo aquel tapiz daría cuenta de lo ocurrido. Tenía que hacer lo que fuese para impedirlo.

    —¡Detente! —La vampiresa desvió su mirada hacia mí sonriendo con los labios manchados de la sangre de quien fuese mi guerrero más leal.

    —Parece que te lo has pensado mejor, ¿no? —soltó el cuerpo desmadejado.

    —Te develaré el secreto de la resurrección —dije usando mi canal telepático.

    —Así me gusta, cariño —sonrió satisfecha—. Verás que reinar junto a mí no es tan malo después de todo.

    Otro tirón de energía me extrajo de forma dolorosa del tapiz y di de bruces a los pies de la bruja.

    —¿A qué esperas?

    —Necesito que me devuelvas mi poder —dije jadeante— o al menos que me permitas beber de ti.

    Desconfiada achicó los ojos mientras hurgaba en mi mente tras segundas intenciones. Cuando se hubo cerciorado de que no mentía dio un paso hacia mí.

    Soltó una carcajada siniestra y me expuso la garganta. La sed impactó en mis entrañas y un ardor me quemó con fuerza desde la boca del estómago. Me abalancé sobre ella sin pensarlo y clavé los filosos colmillos en aquella vena palpitante.

    Intentó zafarse al darse cuenta de mis verdaderas intenciones, pero mi agarre era mucho más fuerte cada vez. Bebí hasta saciarme y un poco más.

    Pálida y sudorosa me observaba con los ojos desorbitados.

    —Ahora aprenderás la resurrección de primera mano, querida —dije con la voz ronca— pero no digas que no te lo advertí.

    Intentó echar a correr, pero mi poder había regresado junto al que había robado del resto de mis guerreros así que la paralicé en medio de aquella estancia bañada en sangre.

    —¡Levantaos hijos de la noche; guerreros y guardianes del legado de la sangre! —Alcé los brazos invocando el poder primigenio de la oscuridad— ¡Volved a este plano y cumplid con vuestro mandato!

    Los cuerpos marchitos de mis compañeros de armas fueron retomando forma y sustancia.

    —¡alzaos y reclamad nuestro derecho de sangre! ¡Recuperad el poder y la vida que os fue arrebatado!

    Los doce guerreros que yacían inertes cobraron vida. sedientos y furiosos se abalanzaron contra Miriah.

    Me dejé caer en el trono mientras observaba la carnicería y en mi interior el intercambio entre mi alma y el poder de las tinieblas sucedía sin que pudiese evitarlo.


    Rodilla en tierra los guerreros me mostraban su lealtad y rendían culto a su rey.

    —A ti debemos nuestra existencia, alteza —dijo Noel sin alzar la mirada— seguiremos tu mandato.

    —Cazad a toda la estirpe de esa bruja maldita —ordené— No las hagáis arder, bebed su sangre hasta que se marchiten.

    Noel me observó, sorprendido.

    —Pero… su alteza…

    —Lo que ha ocurrido esta noche no puede volver a suceder —expliqué— Tenéis que apoderaros de sus almas y todo su poder. Si las quemáis, pueden reencarnar o poseer a cualquier otra criatura con alma —fijé mi mirada donde solo polvo permanecía inerte—. Querrán venganza luego de esto.

    —¿Estáis seguro de ello, mi señor?

    —Lo estoy —confirmé—. Son fuertes y capaces de desalojar el alma de cualquier criatura haciendo que vaguen perdidas en la eternidad.

    —Se hará entonces como ordenes, alteza.

    Tras ponerse en pie, los guerreros abandonaron la estancia. Observé el tapiz viendo los cambios que iban añadiéndose con rapidez.

    El poder de la maldad palpitaba anhelante en mi interior instigándome a cobrar aquella afrenta de sangre contra todo el mundo feérico. Mantenerlo a raya sería mi lucha de ahora en adelante. todo hechizo potente tiene un precio y resucitar a la casta de los guerreros de la noche no sería la excepción. De no ser por Miriah y su maldita ambición de poder nada de esto habría ocurrido. Tendría que haber advertido sus intenciones cuando la traje al castillo la primera vez. Había cometido demasiados errores cegado por la lujuria. No debí convertirla y lo hice. Tampoco debí tomarla como consorte y también lo hice. Era mi responsabilidad y la asumiría costase lo que costase. Pero no sometería a criaturas inocentes a la ley de sangre. Ya bastante tendría este mundo con tener que sobrevivir a la guerra que empezaría desde esta noche y que quien sabe cuando llegaría a su fin.

    Me deslicé sin rozar el suelo hasta alcanzar el tapiz. En él la muerte de Miriah aparecía reflejada con exactitud. Suspiré profundo y me giré para atisbar por el gran ventanal. Sentí el llamado de la oscuridad y de la sangre y desaparecí en busca de alguna garganta que pudiese mitigar mi despiadada e insaciable sed.


    Agradecimientos

    Este relato surgió gracias a una convocatoria en la que no pude participar. He decidido ir publicando tanto los relatos que no llegue a enviar, como aquellos que no resulten seleccionados. Es una forma de ir observando mi propia evolución al escribir, además de que resulta muy edificante poder publicar y saber que alguien en algún rinconcito del mundo te leerá.
    Gracias a todos por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

  • DEJAVÚ

    Fotografía de un precipicio junto al océano
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com

    La observaba, sí. La palidez de su rostro me ofrecía una satisfacción inusitada. Verla temblar de terror era un placer que disfrutaba sin premura. Echó a correr y sentí el vibrante llamado de la cacería. Le di ventaja, total, daba igual hacia donde quisiera huir, podía darle alcance en un parpadeo, fundiéndome con el poder primigenio de la noche.

    Sus jadeos me incitaban a avanzar con sigilo, a la expectativa de su primer alarido; ese que comenzaba a formarse en el fondo de sus entrañas, subiendo, despacio, hasta alojarse como un nudo asfixiante en su garganta. La empujé un poco más, enviando sonidos e imágenes a esa mente tan dulce y prolija. Ver sus ojos desorbitados por el pánico me deleitaron de una forma desconocida para mí.

    La luna brillaba en lo alto iluminando la oscuridad del acantilado con una hermosura espectral sobre aquellas rocas donde mi viejo amigo, el mar, me daba la bienvenida. La empujé un poco más, hasta tenerla justo donde quería. La vi detenerse en seco, dubitativa ante aquel espectáculo aterrador de observarse a sí misma sin salida, de pie al borde del acantilado. Invadí su mente sin contemplaciones, provocándola, incitándola a dar el paso definitivo hacia el vacío y saboreé su indecisión.

    Ese último atisbo de valor que vislumbré entre sus atormentados pensamientos era inadmisible, así que me materialicé frente a ella, reptando con lentitud en forma de niebla, espesa, fétida y pegajosa. La vi tragar grueso, estremecida ante la sensación de mi presencia sobre su piel y sus lágrimas fueron el mejor obsequio que cualquier mortal pudiera haberme concedido antes de apoderarme de su alma.

    Seguí reptando sobre su piel, ascendiendo poco a poco. El aroma de su miedo me resultaba un bálsamo y abría mi apetito insaciable. La escuché gritar como un animal herido y supe que sería un manjar como pocos. Me filtré entre las células de su piel y disfruté cada estremecimiento, cada intento de su mente por combatirme una vez fue consciente del destino que le aguardaba. Alcancé su corazón y me envolví a su alrededor, apretando con paciencia y dedicación hasta exprimir toda su fuerza vital.

    Que no se rindiese fue la guinda del pastel. No hay nada más apetecible que la resistencia durante los últimos segundos de existencia. Abandoné aquella cáscara marchita y tomé forma humana. Había un indescriptible deleite en observar cómo los cuerpos humanos se consumían una vez te apoderabas de su fuerza vital y su alma.

    Sonreí con regocijo al percibir el aroma dulzón de la muerte, mientras los restos de mi reciente banquete se esparcían de la mano del viento del norte. Fue tanta mi satisfacción, que no pude evitar compartir una carcajada triunfal antes de marcharme a por otra suculenta alma; es lo que tiene ser el príncipe de la noche, un cazador de almas; el amo y señor de la oscuridad.

    —Señorita… —Di un respingo al sentir aquella mano huesuda sobre mi hombro.

    —Lo siento, perdí la noción del tiempo.

    —Es lo que tiene ser amante de la lectura, no se preocupe, pero debo pedirle que abandone la biblioteca, el horario de atención al público terminó hace horas. —Algo en la sonrisa de aquel hombre me provocó un vacío en el estómago.

    Cerré el libro y se lo entregué en las manos. Quizá fue mi imaginación, pero por un instante me pareció ver un brillo maligno en aquellos ojos oscuros, sin mencionar el estremecimiento que el roce de aquellos dedos me provocó en la piel; así que asentí y sin más dilaciones abandoné la biblioteca.

    Eché a andar atravesando la calle hacia la acera de enfrente. Imágenes de la reciente lectura, en la que había estado sumergida, comenzaron a invadirme sin cesar y un miedo atroz empezaba a palpitar en mi interior.

    «No mires atrás», pensé, pero mi cuerpo no obedeció a mi mente.

    Palidecí echando a correr y sin dar crédito a aquel instante, comprendí que había tenido entre mis manos el preludio de mi propia muerte.