Categoría: Thriller

  • CASTA MERCENARIA – La Hermandad De La Fleuret Noire

    Joven mujer apuntando con un rifle a la espera de disparar a su objetivo
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com

    La Hermandad De La Fleuret Noire

    Salió escopetada tan rápido como pudo comprobar que su objetivo estaba liquidado. Dio esquinazo en lo que divisó al par de policías. Entró en el baño de damas como alma que lleva el diablo. Se cambió con rapidez lanzando todo en una bolsa negra de basura que luego quemaría en algún vertedero de las afueras de la ciudad. Tiró de la cadena y salió para retocarse el maquillaje. Su abundante cabellera morena enmarcaba un rostro de facciones casi perfectas. Se retocó el labial y salió con calma.

    Afuera en el centro comercial un jaleo daba cuenta del trabajo que acababa de finalizar. Se marchó en dirección contraria con una sonrisa en los labios.


    Dos días después de aquel encargo se encontraba en la hermandad. Había sido convocada por el gran hermano.

    —Este es tu nuevo objetivo, Michelle. —Frunció el entrecejo al ver la fotografía.

    Se dedicó un instante a detallarle. No parecía el típico asesino al cual acostumbraban a liquidar. Claro que aquella tupida barba podía ocultar muchas cosas debajo, al igual que aquellos ojos felinos que miraban con atención. Parecía pan comido.

    —Es más del tipo de François, ¿no? —Devolvió la fotografía, nunca se quedaba con ninguna.

    —¿Desde cuándo eres tú quien clasifica los objetivos?

    Se encogió de hombros ante el tono cortante de Pier. Era un capullo de primera, pero a ella eso le daba igual mientras le diese trabajo y ganase la misma cantidad de dinero que el resto de sus hermanos. Al menos él era el único que no la denigraba por ser mujer.

    —¿Para cuándo se le quiere fiambre?

    —Mañana a primera hora —respondió— asegúrate de marcarlo.

    Alzó las cejas, sorprendida. Ese requisito sólo se pedía cuando el objetivo tenía más de un contrato en contra.

    —¿Quién más le busca? —Se aventuró a pesar del mal humor de Pier.

    —La Corte. —La chica alzó las cejas, incrédula.

    Silbó antes de dejar caer su esbelto cuerpo en el sillón.

    —¿La paga?

    —Un millón —dijo— cuatrocientos para ti, seiscientos para nosotros, depositados en el banco suizo de siempre, en cuanto la marca se verifique.

    —¡Mondiù! —se puso en pie del tirón— ¿Hablas en serio?

    —Hoy tienes la vena de la estupidez muy latente, petit —el tono de amenaza permanecía bajo la sonrisa gélida que le ofrecía— yo no suelo bromear con el trabajo, lo sabes.

    Desde luego que lo sabía. No obstante, no solía tener tales encargos. Ese hombre tenía que ser en extremo peligroso si alguien estaba dispuesto a pagar semejante suma para verlo muerto.

    —¿Hay extras?

    —Si fallas se subirá la paga en cincuenta porciento y se incluirá tu cabeza en el contrato.

    No le sorprendió. En un encargo como aquel no podían permitirse los fallos. Lo que sí le sorprendía es que Pier la tuviese en cuenta por encima de François y Jeanpaul. Obvio que no le diría nada, pero se iría con tiento. Algo le olía a chamusquina y su instinto no solía fallarle.

    —Se te enviará el resto de información por la vía habitual, ya sabes qué hacer.

    Pier vio marchar a la chica y solo cuando verificó por las cámaras que hubo salido del edificio hizo la llamada que tenía pendiente.

    —La operación está en marcha —guardó silencio mientras escuchaba— no dio señales de sospecha, pero yo de ti me iba con cuidado; es digna hija de su padre y representante digna de su casta.

    Pier colgó tras aquella declaración. Tras un par de comandos pulsados con precisión activó las cámaras del estacionamiento.

    Michelle caminaba con paso seguro y elegante. Lamentaba salir de ella porque durante los últimos cinco años había resultado un buen elemento, pero negocios eran negocios. A su edad lo que pretendía era un retiro satisfactorio y ella se lo proveería. Suspendió la imagen enfocando su rostro. Tras otro par de comandos envió la fotografía a su contacto en La Corte.

    Cualquiera del gremio pensaría que su hermandad y La Corte eran enemigos acérrimos, pero nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que eran organizaciones cuyas transacciones se manejaban a un muy alto nivel y que quedaban solapadas, con frecuencia, a conveniencia. Siempre era preferible una buena coartada que moviese el mercado del sicariato permitiéndoles subir las tarifas que resignarse solo a depender del interés o la necesidad del cliente.

    Con la operación en marcha ahora solo quedaba esperar los resultados.


    Michelle se dirigió a la localización donde hallaría a su objetivo. Según el informe era un mercenario de La Corte que había desertado hacía un año. Esperaría el momento más propicio. Por fortuna esa tarde llovía a cántaros; sería mucho más sencillo camuflarse y pasar desapercibida.

    Con sumo cuidado preparó el arma que utilizaría esta vez. Puesto que su objetivo era alguien todavía más letal que ella, tendría que utilizar un método que le permitiese abatirlo a cierta distancia. Impregnó los dardos con un compuesto preparado utilizando cicutoxina y batraciotoxina, cuidando de no entrar en contacto con el compuesto. Eran dos sustancias costosas y difíciles de conseguir, pero altamente eficientes en casos como ese. Cargó los dardos en el disparador oculto en su paraguas y permaneció al acecho.

    A la hora estimada su objetivo se acercaba montando una Harley Davison. Tras reducir la velocidad ella avanzó por la calzada desplegando el paraguas a metro y medio. Con rapidez pulsó el botón del sistema automático y los dardos salieron disparados desde la punta hacia el cuello y la espalda del objetivo. Cubriéndose para no ser vista por el mercenario, permaneció de pie mientras el hombre caía hacia atrás presa del potente veneno.

    Luego de presenciar el último espasmo del hombre, Michelle se acercó con sigilo para marcar a su objetivo con el sello de la hermandad. Tuvo solo el tiempo justo de marcarlo con el ácido cuando por el rabillo del ojo atisbó un par de botas masculinas. Su instinto de supervivencia empezó a enviarle señales de peligro que no desoyó. Simulando continuar ajena a la presencia del recién llegado se movió cubriéndose con el paraguas extendido. Girando sobre el pie izquierdo esquivó por los pelos un cuchillo que se terminó clavando en la llanta delantera de la motocicleta. Aprovechando el impulso de su atacante se agachó y le hizo trastabillar golpeándole con el paraguas en las rodillas y haciendo que el hombre cayese de bruces.

    Con rapidez se puso en pie tras rodar sobre el costado izquierdo y extrajo uno de sus puñales; sin perder el impulso saltó empujando de nuevo al hombre contra el suelo.

    Montada ahorcajada sobre su espalda le tomó por el cabello, pero el mercenario se giró deshaciéndose de su agarre.

    Antes de que el asesino pudiera sujetarla volvió a rodar acuclillándose a cierta distancia. El mercenario le arrojó otro cuchillo que le rozó el brazo izquierdo haciendo un corte profundo que comenzó a sangrar de inmediato.

    Apretó los dientes para no chillar mientras permanecía atenta al hombre que se le acercaba con una sonrisa sardónica en los labios. Dejó que se aproximara lo suficiente como para poder atacarle con un ardid antiguo pero efectivo.

    Cuando lo tuvo a dos pasos a punto de cogerla hizo una finta simulando que le arrojaría algo a la cara. El hombre rompió su defensa y ella le clavó el puñal en el vientre causándole una herida lo bastante grave y en extremo dolorosa como para debilitarlo.

    El asesino perdió el equilibrio cayendo de rodillas mientras se presionaba la herida. Ella se fijó en él. No le reconocía, pero sabía que pertenecía a La Corte por aquel curioso tatuaje que mostraba en el cuello. Posó sus fríos ojos grises en su rival y esperó unos segundos para serenarse antes de hablar.

    —No fallé —murmuró la chica— vosotros quedáis fuera.

    —Tu cabeza…tiene…precio.

    Michelle se mantuvo estoica, aunque aquella revelación le había provocado una punzada de rabia y temor. En su profesión tarde o temprano se corría el riesgo de convertirse en objetivo.

    —¿Quién quiere mi cabeza?

    —La hermandad… ofreció …doscientos cincuenta mil.

    La joven mercenaria tragó grueso. Habría esperado cualquier otra cosa menos la traición de su propia gente.

    —Ve en paz —masculló antes de cortarle la garganta para evitarle una agonía atroz.


    Michelle abandonó el lugar sin mirar atrás. Tal como le había enseñado su padre manipuló la escena para borrar cualquier rastro de su presencia. En el fondo no sería tan difícil, de gran parte de la evidencia se haría cargo la lluvia que seguía cayendo sin cesar.

    Entrando a su refugio se encargó de la herida que el mercenario de La Corte le había provocado. Puntada tras puntada no dejaba de darle vueltas a lo que el asesino había dicho. Era poco probable que sus hermanos fuese los traidores. Si bien no veían con buenos ojos que ella siguiese la tradición familiar, había otras formas menos drásticas de un retiro prematuro por su parte. Solo una persona podría beneficiarse con aquello y si las malas lenguas tenían razón de cómo funcionaban las cosas en el gremio, ya sabía quién era el traidor.

    Para ese momento su nuevo objetivo tendría que saber que ella seguía en este mundo y si era inteligente, sabría también que ella estaba en conocimiento de su traición. Armada como ameritaba la situación, salió dispuesta a cobrar su recompensa porque como siempre decía su padre: «ningún Leroy deja deudas pendientes, eso es de muy mal gusto.»


    Entró sin anunciarse. Sentado en su escritorio, Pier la observaba de forma especulativa. Con los sentidos agudizados por la ira, ladeó la cabeza antes de dispararle en el hombro de su mano dominante con la cual pretendía avisar a sus gorilas de que estaba en una situación comprometida.

    La joven mercenaria se sentó en la silla de visitantes. Pier seguía observándola sin parpadear. Gotas de sudor se iban acumulando en su frente.

    —¿No te interesa saber por qué?

    —No necesito tus explicaciones —replicó con tono gélido— Saldaremos nuestras deudas, es lo único importante en este momento.

    —Puedo negarme.

    —Y yo puedo torturarte durante toda la noche hasta que hagas lo que has debido hacer desde el principio —la joven se reclinó cruzando las piernas—, todo es asunto de decisiones. Tú decides si sufres una muerte rápida y compasiva o una dolorosa y muy, pero muy lenta.

    —Eres una mala imitación de Gerard, ¿lo sabías?

    Michelle se encogió de hombros. Puede que en otro momento aquella puya le hiciese saltar, pero Pier había dejado de formar parte de sus afectos.

    —Tu opinión carece de valor ahora mismo, hermano. —El hombre tragó grueso al verla tan fría y controlada.

    —Quizá tus hermanos no piensen lo mismo que tú, ¿no crees?

    La joven negó con la cabeza.

    —Ellos saben tan bien como yo que la traición solo se paga con la muerte, Pier.

    —No te atreverás a dejar la hermandad a la deriva —espetó—, nadie te seguirá.

    Michelle sonrió y sus labios se curvaron con lentitud. Su rostro mostraba una curiosa satisfacción.

    —Desde luego que lo harán, sobre todo cuando vean cómo el gran hermano exhala su último aliento a manos de una Leroy.

    Gritos terroríficos de súplica rompieron el silencio en aquella oficina, pero nadie acudió.


    Doce horas después todos los miembros activos y no activos de la hermandad recibían un enlace y una notificación de cambio de mando, además de una nueva normativa la cual podían aceptar o rechazar asumiendo las consecuencias. Michelle sonrió al ver en la pantalla del ordenador de su nuevo despacho como iban llegando las notificaciones de aceptación y respaldo. La hermandad de la fleuret Noire estaba bajo su mando.


    Este relato ha sido escrito para participar en el desafío literario Imagena de enero ‘solo puede quedar uno’, propuesto por Jessica Galera en Fantépica.

    elementos a utilizar en el desafío:

    1. Cuatro personajes de los que solo debía quedar uno.
    2. elemento escogido al azar como arma: Un paraguas.
  • AL ACECHO

    Fotografía de un hombre parado de perfil con capucha observando; frente a él una metrópoli.
    Imagen de Enrique Meseguer en Pixabay.com

    Apretó los dientes con fuerza. El sudor le empapaba la frente, el pecho y la espalda. Gotas de sudor corrían salpicando el suelo. Parpadeó para evitar que le atacase aquel ardor furibundo cada vez que una gota de sudor le entraba en los ojos.

    Ladeó la cabeza al percatarse de aquellos zapatos que se habían detenido tan cerca de su cara. Le parecía haberlos visto en algún otro lado, pero no podía recordar dónde. Bajó en una última flexión cuando se quedó a oscuras. El golpe seco de una puerta al cerrarse con estrépito se escuchó reverberar en la sala de pesas. Intentó levantar la cabeza cuando sintió un dolor recorriéndole desde los dedos hasta el centro de la espalda. Se dejó caer boca abajo contra el suelo gritando de agonía. El crujido de huesos rompiéndose tras el eco de aquellas mancuernas al rebotar contra el suelo se mezclaba con unos chillidos aterradores que provenían de lo más profundo de su garganta.

    Una risita malévola empezó a escucharse cada vez con más fuerza. Por la acústica de aquel gimnasio parecía provenir de todos lados. Se giró tan rápido como el dolor le permitió moverse, al sentir varios discos de 20 kilos caer demasiado cerca de su cabeza.

    El leve haz de la luz de una pantalla móvil le hizo apartar la mirada un instante. Esforzándose para adaptar sus ojos a la penumbra, parpadeó de nuevo varias veces. El dolor en ambas manos le resultaba insoportable. El aroma de su propia sangre le revolvía el estómago. Respirando profundo para controlar las arcadas, se fijó en aquel tufillo tan característico.

    —¿tú? —Un par de ojillos diminutos se fijaban en su rostro, mostrando un brillo malicioso que jamás había percibido en ellos antes. Las gruesas gafas de pasta se deslizaron por aquella protuberante nariz.

    —¿Qué, te sorprende que el empollón al que todos acosáis y despreciáis, al final tenga agallas? —el tono desapasionado de su perseguidor le erizó los pelos de la nuca.

    —Venga, tío. No es para tanto —el dolor hacía que su voz se escuchase quebrada y suplicante—. Solo era una broma, ya sabes. El típico cachondeo.

    Aquellos ojos diminutos no dejaban de observarle. Supo que estaba en problemas cuando le vio sonreír de esa forma tan macabra. Se levantó a trompicones como pudo y echó a correr. Tropezaba con bancos, máquinas y colchonetas cada vez que le sentía acercarse. Una estela sanguinolenta iba marcándole el camino a su perseguidor que, mancuerna en mano disfrutaba de la caza.

    Se encontró atapado en el vestuario y se echó a llorar.

    —No quieres hacerte esto, macho —su perseguidor ladeó la cabeza, observándolo con atención—. No eres un asesino.

    —¿Por qué no? Porque soy un empollón, desgarbado, ¿un fracasado en la vida, un esperpento repulsivo que solo sirve para respirar y tragar la mierda de los retretes que os gusta utilizar? —A cada paso que su perseguidor daba empuñando la mancuerna, él retrocedía. Trastabilló dando varios pasos hacia atrás intentando evitar que le desfigurase el rostro con ella. Un dolor intenso y el ruido de más huesos quebrándose, le aturdió durante unos segundos. La sangre comenzó a brotar con fluidez desde su pómulo izquierdo, empapándole el cuello y revistiendo de más rojo aquella camiseta ajustada que le encantaba lucir.

    Sintió la pared y se dejó caer de culo en el suelo. El choque y el rebote le hizo soltar otro alarido por el intenso dolor que comenzaba a nublarle el pensamiento.

    —dime qué quieres y te juro por lo más sagrado que te lo doy —Aquellos ojos lo miraban con renovado interés.

    —quiero el libro que me robasteis.

    —Está ahí dentro —Hizo un leve movimiento de cabeza señalando el casillero que tenían un par de metros más atrás—, busca en la mochila; tengo la llave aquí en el colgante de cuero.

    Se quedó muy quieto cuando aquellos ojos se le acercaron a tan pocos centímetros. Se encontraba tan cerca, que pudo percibir como ese aliento agrio del que tanto se habían burlado le invadía las fosas nasales. El fuerte tirón que sintió en el cuello le dejó un instante sin respiración. Jadeó ahogando un grito al escuchar aquellos pasos alejarse y detenerse.

    Contuvo la respiración hasta que escuchó el sonido de la puerta del casillero al abrir y cerrarse.

    Su perseguidor tomó el libro entre sus manos y lo observaba con adoración en medio de la penumbra. Acarició la tapa con la yema de los dedos; abrió el libro y aspiró con fuerza. Mientras sus dedos rozaban las hojas, iba gesticulando como si estuviese recitando de memoria cada frase. Lo cerró con sumo cuidado y lo guardó entre su camiseta y la sudadera negra que llevaba esa noche.

    Se encogió intentando hacerse un ovillo. Aterrorizado, recordó cada instante de burlas y abusos, de risas y golpes, todo por quitarle aquel puto libro. Tragó grueso esperando que su perseguidor recogiese la mancuerna y terminase lo que había empezado.

    —No tengo intención de acabar contigo… todavía —suspiró profundo guardando silencio—. quiero que le lleves un mensaje a tus colegas —Asintió con la cabeza.

    —Lo que digas.

    —dile a tus amigotes que esta historia apenas comienza.

    Las luces se encendieron y el brillo le cegó varios minutos. Comenzó a temblar y llorar descontrolado, cuando vio aquella sudadera alejarse y salir por la puerta del vestuario.


    El sonido de la alarma le sobresaltó haciendo que el libro que descansaba sobre su pecho cayera al suelo. Se estiró has que pudo cogerlo. Lo dejó sobre la mesita de luz y mirando la portada, suspiró. La estampa del protagonista con sus gafas de pasta, la sudadera negra con capucha y aquella mirada siniestra le había atrapado desde que había visto el libro en la estantería.

    —Puta pesadilla —pensó, dirigiéndose al baño—. No leo más esa mierda terrorífica antes de dormir.

    fuera, al cruzar la calle, un joven con sudadera negra y gruesas gafas de pasta miraba expectante hacia la ventana de aquella habitación.

    Historia creada para el Va de Reto de noviembre propuesto por @JascNet

  • VÍNCULO MORTAL (Relato Breve)

    Ángel de piedra entre lápidas
    Imagen libre de derechos

    «La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es
    y cuando la muerte es, nosotros no somos». Antonio Machado.


    Se escucha la alerta de cierre de puertas. Alguien avanza corriendo y entra antes de que éstas se cierren. El vagón comienza a moverse. Ella está tensa, la rigidez se le ve de la punta del cabello a la punta de los pies. Él parece abatido, intentando conservar la dignidad a pesar de todo.Ella le mira de reojo con desprecio, Él evita, avergonzado, que se crucen sus miradas.

    El movimiento del vagón hace que sus cuerpos se rocen. La expresión de ella es de repugnancia, la de él es de tristeza. Cualquiera diría que son una pareja en conflicto, él le ha sido infiel y ella le descubre. Sin embargo, no hay vínculo, no, al menos de pareja.
    Él tiene anillo de casado, ella apenas lleva reloj de pulsera.

    Parece que él quisiera hablarle, su rostro fatigado y con ojeras son muestra de una pésima noche. Ella se gira levemente; una lágrima brota y se desliza; cae sin remedio y se pierde entre su blusa arrugada y de un color indescifrable.

    A ambos los une una tragedia, un vínculo de tristeza y de dolor.


    El hombre se baja una estación antes; ella se baja dos estaciones después. Las lágrimas ya no brotaban con timidez, ahora caían libremente, acompañando un lamento quedo que resonaba a cada paso.

    La vi estremecerse presa de un temblor incontrolable mientras se asía con firmeza al pasamano de la escalera mecánica. El tren inició la marcha y la perdí de vista.


    El periódico matutino mostraba en primera plana la foto de aquel hombre y aquella mujer; acompañando a las gráficas, un titular encabezaba la noticia de un crimen pasional.

    “Adolescente de 16 años asesina a su novia de 15 en un arrebato de celos”.

    El padre del joven afirmó desconocer que el mismo poseía un arma de fuego.
    La hermana de la occisa declaró, que ella sospechaba que el joven andaba en malos pasos y por eso había aconsejado a su hermana que terminase la relación.
    En una fiesta realizada en el mismo barrio donde vivían ambos, el joven presa de un ataque de celos, arremetió a tiros contra su exnovia al verla bailando con uno de sus vecinos. En medio de la conmoción, el joven intentó escapar, pero fue linchado hasta la muerte por un grupo de vecinos que lo habían identificado como uno de los azotes más peligroso del barrio.
    Las familias de los jóvenes esperan por la morgue para iniciar los trámites de ambos sepelios.


    Cerré el periódico, lo doblé y me puse en pie. el sonido de murmullos en el vagón me parecía tan lejano.

    Los recordaba. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan impotente. trabajo codo a codo con la muerte y nunca, nunca mi trabajo me había pesado tanto como aquella noche.

    Eran tan jóvenes, con toda una vida por delante.

    ¿Qué puede llevar a un adolescente a vaciar un cartucho entero sobre una criatura semejante?

    es una pregunta a la que quizá, nunca le encuentre respuesta.


    Salí de la estación y me dirigí a la parada de autobuses. que contraste tan impresionante. Personas de un lado a otro, llenas de vida, de objetivos, de ilusiones iban caminando por la acera.

    Del otro lado esperando su turno para abordar el autobús, personas cuyo rostro muestra ese miedo a enfrentar lo que, con toda probabilidad sus corazones les gritan; desde hace varios días en algunos casos, varios meses en otros.

    Por fin bajo del autobús. el tumulto de personas me habla de otro fin de semana sangriento, de una pila de cuerpos esperando a que pueda dar una respuesta.

    Respiro profundo. Entro con el anhelo de que algún día vuelva a creer que trabajar con la muerte tiene algún sentido.

    No me he desensibilizado apesar de los años, será que mi problema siempre ha sido que soy demasiado humana, o que con el tiempo, la madurez me ha ablandado más de lo que me imaginaba.


    El olor a cadáveres en descomposición me da la bienvenida. Decido no pensar y ponerme a trabajar. No quiero tentar a mi suerte y que la esperanza de un cambio se me vuelva a escapar entre los dedos.

    Siento que me observan. con aquel pequeño cuerpo sobre la mesa, parpadeo por si fuese producto de mi imaginación. Niego con la cabeza, me estiro un poco y sigo analizando con cuidado aquellos restos.

    La presencia sigue ahí. Por el rabillo del ojo percibo una forma difusa, casi humana.

    Alucino, lo sé; pero mi curiosidad y mi carácter irreverente me lleva a enfrentarme a ello.

    Me giro y ahí está, ahora más clara, casi tangible.

    Detengo el craneotomo y busco su mirada. No tengo miedo, a fin y al cabo nos conocemos desde hace tanto tiempo.

    Me mira con un gesto casi reverencial. guardo silencio. Se acerca a la mesa, su mano de dedos largos y finos parece querer acariciar aquel rostro infantil.

    Veo compasión en su mirada; su gesto me sorprende, pero no digo nada. sigo a la espera, como si entre nosotras hubiese una especie de pacto intangible; tan inexplicable como esa delgada línea que separa la ética de la morbosidad.

    Vuelve a mirarme, ahora con más respeto. No habla, pero su mirada me lo dice todo. Se aparta para dejarme culminar mi trabajo.

    Se desvanece con lentitud, dejando un frío glacial que parece penetrarme hasta los huesos.

    Respiro tan profundo como puedo y sigo trabajando con aquel pequeño, mientras no dejo de pensar en este vínculo mortal, el que me mantiene en pie desde hace tantos años. Ese que solo se romperá cuando llegue mi momento.

    Fin.

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