Ceoltróirí: el orígen

Tiempo de lectura estimado: 10 minutos
Bosque durante la noche. Además de los árboles se observa al fondo la cabeza de un monstruo de piedra con la boca muy abierta que semeja una entrada. Hay una mujer que pareciera haber salido de la boca del monstruo.
Imagen libre de derechos de Stephan Keller en pixabay

ScreamingWood, Pluckley primera rama del Mabinogi.

El druida alzó los brazos. La brisa se convirtió en un viento tormentoso que aullaba con furia mientras arrastraba consigo las voces espectrales que rondaban el sotobosque de aquel lúgubre paraje. Las nubes se arremolinaron envolviendo a la luna y opacando el brillo platinado que había matizado hojas, troncos y cualquier superficie que hubiese entrado en contacto con ella; incluso la piel de aquellas bestias gigantescas y peludas que rodearon al hombre atraídas por su hipnótica voz se había tornado opaca a pesar del tono neblinoso que les había permitido mimetizarse durante la caza previa a ser invocadas por segunda vez.

—En este día y a esta hora,
mi voz elevo, mi vida entrego.
Que la oscuridad reclame mi alma;
y la magia de estas criaturas me sea otorgada
Por derecho de heredad…
¡Hágase mi voluntad por toda la eternidad!

Las criaturas aullaron al percibir el temblor de la tierra bajo sus patas. El druida reculó a tiempo y pudo evitar que el enorme cráter que se había abierto lo tragase. No obstante, los sabuesos no contaron con la misma suerte y terminaron engullidos por las fauces del inframundo.

—Has llegado demasiado lejos, Atgas. —La potente voz de Arawn, dios y rey del inframundo provocó que algunos robles se resquebrajaran.

Tras él, su legión primigenia le resguardaba la espalda lista para hacer frente a la amenaza que se cernía sobre el equilibrio entre los mundos.

—¡Tengo derecho a reclamar lo que me pertenece!

El dios ascendió flotando con lentitud. Las nubes se dispersaron y la plateada armadura destelló en el instante en que la luz blanquecina de la luna hizo contacto con su superficie. El intenso fulgor se fragmentó y salió disparado en todas direcciones. Uno de los rayos dio de lleno sobre Atgas y lo privó del sentido de la vista. El druida, desprovisto de uno de sus sentidos, cayó de rodillas mientras manoteaba para no dar de bruces contra el suelo.

—Has manchado tu nombre y tu legado al practicar la magia prohibida y por eso serás condenado. —El dios alzó el puño.

—¡No puedes condenarme!

Atgas intentó ponerse de pie sin obtener resultado alguno.

—Puedo y lo haré… serás recluido el resto de tu existencia en el foso de Annwn.

Del puño del dios brotó un haz de luz rojizo que envolvió por completo al druida en una especie de red que se tensaba y absorbía la fuerza vital del hombre. La montaña que rodeaba al sotobosque se partió en dos. Lamentos y aullidos surgieron desde lo más profundo y se unieron a los gritos de Atgas que, presa de la desesperación, luchaba por zafarse de aquel encantamiento. Mientras más luchaba el druida, más dolorosa se volvía su prisión. El poder del dios lo arrastraba sin compasión. Atgas clavó sus dedos en la tierra para tratar de aferrarse. En medio de aquella lucha descarnada contra un poder que lo superaba con creces lanzó su último conjuro.

—En este día y a esta hora,
La maldición de mi sangre su raíz expande;
testigo serás de mi poder,
la magia prohibida no podrás contener.
Espectros se alzarán; el alma de los impuros libres será…
el equilibrio se romperá y los tres mundos me pertenecerán…
¡Hágase mi voluntad!

El dios observó, horrorizado, cómo la tierra alrededor de las manos del druida se tornaba rojiza como la sangre y tras asolar cualquier vestigio de vida se volvía tan negra como la mismísima noche. Sin perder tiempo el dios del inframundo arrojó otra oleada de poder contra el druida.

—Morirás antes de que puedas ver tu maldición convertirse en realidad.

—¡Volveré! ¡algún día me liberaré y te haré pagar! ¡Estarás maldito sin descanso y cuando regrese seré tu peor pesadilla!

Arawn hizo un ademán y las dos mitades de la montaña volvieron a unirse. Quiso acallar las voces espectrales; fue inútil. Frunció el entrecejo y sus labios formaron una delgada línea. Lanzó un hechizo para proteger las puertas de su reino. Pese a todos sus esfuerzos, la protección no resultaba lo bastante potente. Aquel maldito hechicero había dejado su huella en todo el lugar. De improviso sus ojos se fijaron en la criatura espectral que surgía desde la zona más distante. Arrojó una onda de poder y obligó al alma del impuro a regresar. Supo entonces que debía tomar cartas en el asunto y solicitar la intervención divina de Dagda. A fin de cuentas, fue uno de sus hijos quien cometió aquella ignominia.

🌩🌩🌩

En cuanto el dios de la sabiduría puso los pies en aquella tierra maldita las voces se atenuaron; el viento se convirtió en una brisa gélida y la tormenta que amenazaba con estallar en cualquier momento se mantuvo a buena distancia de ellos.

—Mi intervención no será suficiente para devolver el estado de equilibrio, mi buen amigo. —Arawn se cruzó de brazos.

—¿Vas a lavarte las manos? Ha sido uno de los tuyos, no lo olvides.

Dagda suspiró profundo.

—Desde luego que no pienso quedarme de brazos cruzados, Arawn. Lo que te estoy diciendo es que hará falta algo más que tu intervención y la mía para contrarrestar la magia prohibida.

—Maldita sea, dagda. Casi subyuga a mis sabuesos. Los traería de vuelta, pero me temo que ya no sean tan fáciles de dominar. Han probado el alma de ese idiota y no se conformarán sólo con la de los impuros.

El dios de la sabiduría asintió con la cabeza y dio un vistazo alrededor. Con un ademán hizo aparecer su arpa mágica. El dios del inframundo arqueó una ceja y clavó los ojos en el instrumento.

—¿Qué pretendes?

—Tratar de poner en marcha la única solución efectiva que se me ocurre en este momento.

El arpa emitió una suave melodía que se perdió ante la cantidad de gritos y lamentos espeluznantes que retomaban su tétrica cantinela.

—¿Qué solución es esa?

Arawn mantenía su atención dividida entre Dagda y las almas de los impuros que acababan de escapar a toda velocidad.

—Hemos de crear una nueva raza que llamaremos «ceoltóirí». Les daré parte de mi magia y mi sabiduría y tú les darás vida y tus propios dones.

El dios del inframundo entornó los párpados. Los músculos del rostro se le contraían una y otra vez.

—No sé, Dagda. Jamás he querido tener descendientes. Ya viste lo que pasó con uno de los tuyos.

—Si quieres mantener el equilibrio no tienes otra alternativa.

Arawn exhaló un hondo suspiro y se posicionó frente a su igual. Ambos juntaron las manos sin rozarse la piel y tras establecer el vínculo divino iniciaron el conjuro.

—Yo, dagda, padre de dioses,
dador de vida y muerte
invoco a los cuatro elementos y cedo parte de mi poder
para que una nueva raza pueda florecer.

El mazo sagrado del dios se materializó entre ambos mientras se desplazaban a toda velocidad en dirección a la bóveda celeste.

—Yo, Arawn, dios y rey del «Otro mundo»,
Mago, cambiante y guerrero,
cazador de los impuros…
cedo consciente mis dones,
Para dar vida a los «ceoltóirí».
Brujos, cambiantes y guerreros;
protegerán las puertas de mi reino.
El equilibrio en el mundo mantendrán,
desde ahora y por toda la eternidad.

Una ráfaga de poder proveniente del dios del inframundo envolvió al mazo sagrado y se fundió con el poder de Dagda. Los cuatro elementos se unieron para formar una espiral que engulló al mazo y lo mantuvo girando a una velocidad de vértigo.

—¡Hágase nuestra voluntad!

Del mazo surgieron dos esferas brillantes. a medida que el poder fluía entre ambos dioses, las esferas tomaban formas diversas: distintos animales se formaron y deformaron hasta que, por fin, luego de que ambas burbujas se expandieran y estallaran en millones de luces diminutas, dos figuras humanas se materializaron. Los dioses descendieron y rodearon a la pareja.

—Bienvenidos a este mundo, hijos míos. —La voz de Arawn se tornó cálida. En los ojos del dios un brillo de satisfacción no tardó en hacerse visible.

Los brujos hicieron una pequeña reverencia. Dagda los abordó sin dilaciones.

—Os hemos dado vida para que os convirtáis en protectores y guardianes. Vuestro deber ha de estar por encima de cualquier cosa. Os debéis a vuestro padre y a él debéis rendir culto, devoción y obediencia.

El dios del «Otro mundo» se adelantó y tomó las manos de cada uno de sus hijos.

—No estaréis solos. Yo siempre velaré por vosotros; por vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos. Seréis mis hijos, pero también crearéis mi nueva legión.

Hombre y mujer asintieron con los ojos cargados de afecto hacia su padre.

—Ahora, preparaos para recibir el don más importante que se os concederá. —Los ceoltóirí fijaron su atención en Dagda—.  Recibid pues, a «shiansach».

El arpa mágica del dios comenzó a emitir la melodía más hermosa que jamás se hubiese escuchado sobre el mundo mortal. Los brujos cayeron de rodillas. De sus ojos brotaron lágrimas de sangre y en el pecho del lado izquierdo se les formó una marca de sangre en forma de espiral.

—Debéis guardar el secreto de este don y sólo hacer uso de él de ser absolutamente necesario.

Los brujos miraron a su padre. El dios secó sus lágrimas y los ayudó a levantarse.

—Este será vuestro mayor legado. Transmitiréis el don de generación en generación, pero sólo los elegidos podrán desarrollarlo. —Dagda clavó los ojos primero en el hombre, luego en la mujer—. Si hacéis uso indebido de este don seréis condenados por toda la eternidad y se os negará la entrada al reino eterno de las almas. ¿Lo habéis comprendido?

Ambos cabecearon con suavidad.

—No os defraudaremos —dijeron al mismo tiempo.

—Marchaos entonces y estad atentos a mi llamada. Sabréis cuando os necesite porque reconoceréis los signos. La luna y el sol se encontrarán; la tierra temblará y las aves os anunciarán mi mensaje. Cuando estos aparezcan deberéis acudir a mi presencia. Si os negáis dejaréis de ser mis hijos, pero podréis quedaros entre los humanos si así lo decidís.

Los ceoltóirí hicieron una pequeña reverencia con el puño derecho apoyado sobre el corazón. Minutos después avanzaban bosque a través en dirección al poblado más cercano.

Los dioses vieron partir a la pareja de brujos. En el firmamento la reina de la noche ofrecía sus últimos destellos. La bóveda celeste atenuó el azul medianoche para dar paso a la gama de colores pasteles que anunciaba la llegada de un nuevo día y con él, el inicio de otra era.


Este relato fue escrito para participar en el desafío noviembre 2020 propuesto por Jessica Galera Andreu @Jess_YK82.

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Mil gracias por estar allí. Os abrazo grande y fuerte.

Comentarios

2 respuestas a «Ceoltróirí: el orígen»

  1. Avatar de JascNet

    Jelou, Lehna.
    No veas el historión que te has sacado de la portada de Jess.
    Has dicho en su blog que este sería el relato que comenzaría la novela. ¿Eso significa que vas a darle caña y escribirla?
    Tienes una imaginación increíble y es un gusto para los amantes de la fantasía.
    Felicidades.
    Bexote y Axuxón dominguero.

    1. Avatar de Lehna Valduciel

      Hola, Jose. Mil gracias por pasarte por aquí. Si todo se anda bien y puedo hacer el guión de la novela, sí. Tengo el esbozo general, pero todavía no me he sentado a escribirlo. Qué bonitas tus palabras; son una motivación más para seguir dándole a la escritura. Un beso y axuxones.

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