Complot doméstico

Tiempo de lectura estimado: 10 minutos
El rostro de un gato que mira a un pez de colores detrás de un cristal
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Cierro la puerta tras de mí. Dejo las llaves sobre la mesa y doy una mirada especulativa. Todo parece en orden y limpio. No me gusta mucho venir a la casa de la tía cuando no está. Pese a mi reticencia, hay algo que me arrastra… sus mascotas. Las pobres pasan esos días por su cuenta y más vale darles una vuelta antes de que sufran algún percance.

Katrina, la gata refunfuñona de la tía sale a darme la bienvenida.

—¿Bienvenida? En un bosque de la china… en realidad no es en ningún bosque ni en ninguna china, a menos que hiciese mención de la ninja de pacotilla que se pelea con su propio reflejo cuando se asoma del lado contrario de la pecera. Me refiero a Nagaoka, querido Lecturino. Tú no te preocupes de nada, esa es más inofensiva que los dardos verbales de la Leonarda que sólo sabe decir «che, ¿sos pelotudo?» cuando quiere quejarse de que sólo le dan pipas en lugar de anacardos.

—Mirá, pelotuda, que yo seré parca, pero no soy sorda, ¿eh?

—No, tú lo que eres es cateta. ¿No te das cuenta de que estoy hablando con Lecturino?

—Ma, que diche, Leturino… Il leturino va benne con rúcula e la zanahoria a la carbonara.

—No te molesta que te diga Lecturino, ¿verdad? Mira, tú no hagas caso al torteloni este con pelos y patas. Ese no hay día que no piense en comer o… acércate que no quiero que nos oiga. —Me inclino para acariciar a Katrina—. Sí, así. Perdona si mis bigotes te cosquillean en la oreja; si es así, te aguantas. Mejor eso que enfrentar un brote del tallarín este.

»¿Qué te decía? Ah, sí.  Resulta que el Pietro es un exagerao de primera y cuando escucha la palabreja «lector» le suena a «reactor» y le entran los siete males porque dice que lo va a matar la radiación. De eso tiene la culpa la Nagaoka que le metió en la cabeza que Fukushima iba a llegar hasta aquí. Dame un minutillo.

Katrina, la gata salta justo a tiempo antes de que Pietro le caiga sobre el lomo. El conejo emite unos chillidos desaforado y brincotea de un lado a otro como si tuviera un cohete en el rabo. No quiero reírme, aunque se me hace muy difícil. Sabía de las excentricidades de mi tía Paca con sus mascotas. Sin embargo, verlo en vivo y en directo es otra cosa muy distinta. El conejo se enreda con el corbatín y rueda como una pelota.

—Mira, bigotuda trasnochada, a mí no me involucres en tus inventos. Si te sigues metiendo conmigo verás tú cómo te atravieso con mi catana.

—Serás gilipollas, Pietro. Anda a beber agua de tu cazuelita a ver si se te pasa el arranque de ridiculez extrema. —El torteloni se mete bajo el sofá—. Tú, ninja decolorada, deja de lanzar tantas amenazas y vete a hacer puñetas con las aletas, si es que puedes.

Me agacho para intentar coger al conejo; resulta imposible. La gata da un brinco en dirección a la pecera y menos mal logro levantarme a tiempo para cogerla antes de que la tumbe.

La beta le saca la lengua y se gira hasta dar con el espejo del otro lado de la pequeña pecera o es la impresión que me da a mí cuando fijo los ojos en el vaivén de aquella figurilla blanca cuyas aletas parecen flotar y hacer formas curiosas dentro del agua. La gata se remueve y la dejo en el suelo antes de que me clave las zarpas.

—Kati, querida, ¿por qué no te echas aquí conmigo? Está calentito y confortable.

—Caniche pelotudo este, da fiaca hasta escucharlo.

Katrina da un salto y casi alcanza de un zarpazo a la cotorra que aletea y se posa en el perchero junto a la puerta. Si no fuese porque sé que la cotorra sólo repite lo que le ha enseñado la tía, juraría que se divierte provocando a la gata.

—Con mi Rufos no te metas, zorra desvergonzada.

—¿Zorra? Vos necesitás unos lentes con urgencia.

Arrugo el entrecejo y me acomodo las gafas. La cotorra me ha dejado pensativo. Aquello tiene que ser una coincidencia, ¿no?

—Mira, Lecturino. Tú no hagas caso a esta bicha deslenguada; que eso no te distraiga de tu verdadera misión.

El ruido repetido de algo que choca contra la puerta rompe la concentración de Katrina. El choque de platos de metal se convierte en un estruendo que obliga a Pietro a salir disparado de nuevo. Estoy a punto de salir escopetado y revisar en la cocina; luego lo pienso mejor y me abstengo porque sé lo tikismikis que es la tía con su casa.

El balido de una cabra hace que la gata ponga los ojos en blanco o eso me parece a mí.

—Mi dios bendito, ¿será posible que no tenga suerte ni una puta vez en mis siete vidas? No te muevas de allí, Leccturino.

Veo a Katrina mientras se tongonea en dirección a la cocina y me pregunto si es que tendrá hambre o si será que la tía adoptó a alguna otra «criaturina desvalida», como les suele llamar.

—¿Leturino? ¿Ya es hora de mangiari? Las mías tripas crujen.

La cabra entra saltando al salón perseguida por Katrina que maúlla desaforada.

—Déjate de inventos, Pietro. Tú tienes menos del veinte porciento de probabilidades de que algo te cruja. A menos que te refieras a que te crujan a ti —la cabra mira al conejo con una ceja arqueada—. Lo que sí que tiene mayor probabilidad por lo redondo que estás. Si calculamos las probabilidades de que te preparen al salmorejo… —Mati cierra los párpados y mueve los labios como si contase en silencio—. Sí, en efecto, son cuatro a uno en tu contra, desde luego.

Me froto los ojos porque esto de ver expresiones y gestos en una cabra me pone a flipar de colores.

—Serás capulla, Mati. Y no, no me veas así. Coño, sólo a ti se te ocurre decirle eso al ravioli este. ¿Quién se lo aguanta ahora? Porque tú te largas a tu prado ahí fuera y nos quedamos nosotros con ese marrón aquí dentro.

—Katrina, estás más insopo que de costumbre, queridita. ¿No te funcionó la ecuación de la otra noche? Ya sabes, el tres por uno.

La gata mira de soslayo al perro que ha vuelto a dormirse como un lirón. Si no supiese que los gatos no hablan, juraría que esta cuchichea con la cabra.

—Serás indiscreta y cabrona. ¿Quieres que mi rufos se entere?

—Lo de cabrona se me da de nacimiento —La cabra agacha la cabeza—. Lo de indiscreta… Hija, si del noventa por ciento del día vive en oniria, ¿qué mas te da? Sabes bien que tu gata necesita comer, si no te pones insufrible.

Katrina le muestra las zarpas; Mati hace caso omiso y se fija en la visita, o sea, yo.

—¡Vaya!, pero si tenemos a un lec…

—¡Cállate! ¿Quieres provocar al tortelini?

Del susto que se pega por el segundo zarpazo de la gata, la cabra apoya el culo de la alfombra, pensativa. De pronto, la sombra de algo que se mueve como en cámara lenta captura su atención… y la mía. Katrina suspira y se acerca hasta mis pies.

—Haz caso omiso, te lo pido por favorcito, Lecturino. Mira que Saturnina es más vetusta que un jamón serrano enviado por correos.

Supongo que la gata quiere algo de mimos, aunque me voy con cuidado porque sé que es demasiado temperamental.

—¡Temperamental, dice! ¡Temperamental la madre que te parió! —Katrina me lanza un zarpazo que me deja tres líneas rojizas en el dorso de la mano.

—No sé como la tía te soporta —murmuro.

La sombra se vuelve nítida y me doy cuenta de que es una morrocoya. Sin venir a cuento me sorprendo contando los anillos de su caparazón y caigo en cuenta de lo vieja que es. Me digo que siendo así es lógico que parezca tuerta.

—Paz, mis hijos… ¿cómo me los tratan las vacaciones?

—¿De qué puñeteras vacaciones hablas, Satur?

—Pero a ver, mis hijos.  ¿no estamos de vacaciones?

—Aquí la única que está de vacaciones es la Paca. Recuerda, Saturnina, la señora que nos recogió. La misma que recoge el setenta y cinco por ciento de animales que se topa en el camino porque el otro veinticinco se le muere, claro.

—Ah… ¿y tú quién eres?

Por un momento me da la impresión de que la cabra pone a girar los ojos en un movimiento alocado. Luego lanza un balido Y Pietro salta sobre el caparazón de la pobre morrocoya que, del tirón, esconde la cabeza.

—Si es que eres un peso muerto, Pietro.

—¿Muerto? ¿Quién se ha muerto?

Rufos abre los ojos, alza la cabeza sin apenas moverse y vuelve a caer fulminado.

—Nadie, queridito, tú mejor vuelve a dormirte, anda.

La morrocoya se asoma una vez más. La gata empuja al conejo y este vuelve a rodar.

—¿Por qué estamos reunidos en consejo, mis hijos?

—Hasta las trancas está la pelotuda esta.

—¿Qué pelotuda? Ah, claro, tú te refieres al Pietro, ¿verdad? Si, parece una pelotita tan cuchi. Es de lo más chévere.

Veo a Katrina acercársele a la cabra y me pongo en alerta.

—¿Qué probabilidad hay de que esta viejuna se entere de algo en algún momento?

La cabra mira a la gata y lanza un balido.

—Diría que tiene 5 a uno… pero en contra. La pobre está utilizando un cero punto cinco por ciento de su capacidad neuronal.

—O sea que está para la taxidermia.

—Para eso tiene todos los boletos, sí.

Me quedo absorto mirando a la pareja tan dispareja y no puedo evitar preguntarme de qué podrían cotillear una cabra y una gata. Ya sé que no tiene puta gracia, pero es que, si vosotros pudieseis verlas, pensaríais igual que yo… que ese par se trae algún complot.

—Bueno, descartamos a la desmemoriada y a mi rufos. Quedamos cinco. ¿qué probabilidad tenemos de que este Lecturino se nos una?

Por un instante tengo la sensación de que la cabra me mira con inteligencia. Me froto los ojos varias veces para espabilarme.

—Mira, yo creo que, si a este nos lo trabajamos bien, contamos con más del setenta por ciento de probabilidad de que cumpla la misión.

—Venga, entonces patas a la obra. Que no me aguanto un día más al Pietro ni las ganas de zamparme a cierta belicosa.

No sé por qué, pero tengo la extraña sensación de que la gata me mira con malicia y os juro que, si no supiera que son simples mascotas, creería que han chocado las patas.


Este relato fue escrito para participar en el va de reto de noviembre 2020 propuesto por Jose A. Sánchez.

La condición era utilizar alguna de las mascotas (o las siete) propuestas y escribir una historia con humor. En este relato aparecen las siete con el mismo nombre propuesto a excepción del pez beta.

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Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

Comentarios

2 respuestas a «Complot doméstico»

  1. Avatar de JascNet

    ¡Qué bueno, Lehna!
    Genial ese jaleo entre mascotas que tanto juego da.
    Que sepas que me has pisado la idea de mezclarlas todas en la casa de un loco de los animales. Pero tranquila, así me obligas a estrujarme el coco para idear algo distinto.
    A propósito, lo he leído un par de veces y no consigo identificar quién es Lecturino. A menos que te refieras al lector del relato.
    Muy divertido e ingenioso. Enhorabuena.
    Gracias por tu participación.
    Besote y ashushones.

  2. Avatar de Lehna Valduciel

    ¡Hola, Jose! Me alegra si te gustó. Lecturino es, en realidad, el narrador. Ya que me lo comentas, le daré una revisada a ver si puedo mejorar ese puntito y que se entienda a quién le habla la gata. La idea en efecto, era jugar un poco entre el narrador en segunda persona mediante los diálogos de Katrina y el narrador en tercera que, en este caso también es personaje… el sobrino de la tía Paca.
    Gracias por leerme y por pasarte por aquí. Un besototote.

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