Era un monstruo. Nadie debería experimentar con la muerte y salir victorioso. ¿Cómo se había dejado embaucar?
Miró a su alrededor; el laboratorio repleto de cuerpos mutilados le provocó una inquietud asfixiante.
No ocultaría ese secreto; la ética se lo exigía. Recogió las pruebas; el tiempo se le echaba encima.
—¿Tienes prisa, Sofía?
Quiso correr. El pinchazo la paralizó. Sus párpados se cerraron; perdió la esperanza. Cuando el mundo descubriese la verdad, sería demasiado tarde.

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