
Sinopsis
Liam y Connor no dejan de meterse en líos; esta vez, han arrastrado a la heredera del reino de las hadas de plata. Los gemelos no han estudiado para sus exámenes en el mundo mortal y pretenden ubicar los Cyrgüiles (frutos del conocimiento perenne) que solo se dan en el oasis de la luz perpetua; paraíso escondido en Dunay, el desierto del silencio infinito. la pequeña Amoena, hija de Caléndula y Napellus, abrirá el portal que los llevará a su destino. El problema es que su falta de experiencia los conducirá al desierto del silencio infinito y los dunayros no son conocidos, precisamente, por su amabilidad.
Tercera entrega de la serie «Crónicas de Enalterra».
Liam y Connor intercambiaron una mirada cómplice. Segundos después se dejaban arrastrar hacia el otro lado del portal tras la pequeña Amoena; aquella era una expedición ida por vuelta. Ni su madre ni Gult ni Caléndula tendrían por qué enterarse. Volverían para la cena y todos tan felices.
Apenas aterrizaron del otro lado supieron que algo iba muy, pero que muy mal. El calor era sofocante y la hediondez perturbadora. La penumbra hacía difícil distinguir lo que tenían a un metro de distancia. Ambos gemelos se miraron. Abrieron la boca una, dos, tres veces. Movieron los labios, tensaron el cuello, chocaron las palmas, el miedo los recorrió de pies a cabeza. No cabía duda, estaban en el desierto del silencio infinito. La vibración que percibieron bajo los pies los alertó del peligro. Nada que fuese lo bastante pequeño causaría semejante sacudón. Connor señaló los platinados mechones que danzaban a unos cuantos pasos; la pequeñaja brincoteaba mientras sacudía sus alitas y hacía palmas, ajenas a lo que se les avecinaba.
—¡Corre! —articuló Connor mientras señalaba en dirección de Amoena.
Liam negó con la cabeza.
—Tú. —Lo apuntó con el índice y luego se volvió.
Al seguir sus movimientos y ver lo que se les aproximaba, Connor no lo dudó. Corrió en dirección a la chiquilla, la levantó como si fuese un saco de patatas y corrió todo lo que le permitía la arena.
Liam se plantó frente al enorme escarpión. Tras dar un vistazo alrededor, exhaló un suspiro. No había ni una roca. Nada que pudiera usar como arma. Probaría lanzar un pequeño conjuro distractor. Al menos así su hermano tendría tiempo de sacarle ventaja al bicho. Solo esperaba que a ningún dunayro le diese por pasearse por allí.
El insecto levantó la cola y lo apuntó con el aguijón. El líquido viscoso le rozó el muslo izquierdo. Liam maldijo y trastabilló. Debilitado por la potente ponzoña cayó de culo.
Connor se detuvo para recuperar el resuello. Lidiar con la pequeña hada resultaba más difícil de lo que imaginó. Pese a su estatura, era fuerte e inquieta. Apenas había podido adelantarse un poco. Correr y luchar para que la chiquilla no se escabullera de sus brazos eran dos tareas incompatibles.
Con los ojos desorbitados al ver la sombra que se cernía sobre Liam, Amoena movió sus deditos, extendió las alas y salió disparada. Connor salió tras ella. Abrió y cerró la boca; gritar no le serviría de nada, más que para perder aire. El corazón le dio un vuelco al ver a su hermano acorralado entre la arena y aquel bicho gigante. Recordó que se había guardado el boli en el bolsillo y tomó nota mental de agradecerle a Gult que fuese tan pesado con el tema de no salir a ningún lado sin protección. En cuanto lo sostuvo en la mano, el objeto adoptó su apariencia real.
Elevó la espada y lanzó el mandoble con todas sus fuerzas. El cuerno que casi ensarta a su hermano se clavó en la arena. La bestia se sacudió como posesa. Otro chorro ponzoñoso salió en dirección a Connor. La pequeña hada remontó el vuelo y arrojó un hechizo aturdidor. Las alas de la criatura se despegaron de su caparazón.
Ágil como un colibrí, Amoena captó la atención del bicho el tiempo suficiente como para que Connor ayudara a Liam a ponerse de pie. El rostro del joven había adoptado un tono verduzco muy alarmante.
El escarpión se elevó unos centímetros sobre el suelo. El fuerte aleteo provocó una tormenta de arena que camufló su posición.
La pequeña hada hizo un giro para volver con los gemelos. En ese instante, las dunas se estremecieron. Connor temió que otros escarpiones hubiesen despertado de su letargo. Las siluetas que iban cogiendo forma delante de sus narices le sentaron como una patada en el hígado. La suerte no podía ser tan cabrona. una decena de dunayros emergieron de las profundidades del desierto y la expresión de sus rostros mostraba lo enfadados que estaban.
Gesticulando a gran velocidad, Naboirg, abordó a los adolescentes:
—Habéis invadido Dunay y lesionasteis a uno de nuestros guardianes sagrados. Nuestra soberana ha contactado con el castillo y ni la reina Brianna ni su consejero han respondido a nuestras preguntas.
Connor quiso responder. No obstante, como la diplomacia le interesaba tan poco, jamás aprendió a comunicarse con la lengua gestual de Dunay; por tanto, apenas si pudo captar el mensaje.
—Nimos a oasis —intervino Amoena.
—Ha sido un pequeño accidente —añadió Liam.
Connor tiró del pantaloncillo corto de la pequeña y la apartó de la trayectoria de los brazos que pretendían apresarla.
—¡Excusas! Habéis violentado el protocolo y deberéis pagar un precio —gesticuló Naboirg y a medida que hablaba, salpicaba granos de arena y virutas de cristal.
El suelo vibró con más fuerza. Del resto de dunas emergieron más escarpiones. La fetidez hizo que el aire fuese casi irrespirable. La penumbra se volvió más densa. Era hora de salir de allí, si es que se le ocurría alguna estrategia.
Como si les hubiese podido leer el pensamiento, Amoena agitó los deditos, extendió los brazos hacia arriba y un portal surgió sobre sus cabezas. La fuerza que manaba desde el otro lado los obligó a recular. El oasis de la luz perpetua era un lugar que todo dunayro evitaba de ser posible. La pequeña ascendió y atravesó la brecha.
—Algraim et selvet eireen trug.
Connor sujetó con fuerza a su hermano mientras con la otra mano aferraba la espada y el conjuro los elevaba directo a la brecha.
🍃
El sonido de algunos pájaros se impuso a la melódica bienvenida del agua brotando a borbotones. Connor inspiró hondo. El olor a hierba mojada le cosquilleó en la nariz. Abrió los ojos y los cerró de golpe. La luminosidad le provocó una punzada incómoda. Se frotó los párpados y llamó a su hermano en voz baja:
—¿Liam?
No obtuvo respuesta. El pulso se le aceleró. Se incorporó y abrió los ojos despacio. Dio un vistazo. Se levantó de un salto al distinguir el pequeño cuerpecillo de la niña. Temió que el esfuerzo hubiese sido demasiado para la criatura. Pensar en el dolor que le ocasionaría a Caléndula si Amoena moría, le produjo una culpa que se le clavó en el corazón. «¿Cómo hemos podido ser tan irresponsables? ¡¿Cómo he podido ser yo tan irresponsable?! Le daba igual que la culpa no sirviese de nada; que azotarse solo minase su ánimo y su espíritu. Si no hubiese mencionado lo de usar los recursos mágicos para obtener el conocimiento que deberían haber obtenido estudiando como cualquiera, no estarían metidos en aquel embrollo.
Revisó a la chiquilla. El alivio que experimentó al percatarse de que respiraba y que solo permanecía en un sueño profundo le quitó miles de toneladas de peso de los hombros. Dio otro vistazo. La agradable sensación se esfumó enseguida. Liam yacía despatarrado un poco más allá. El tono verduzco de su piel se había intensificado y la manera en que su pecho apenas se movía le abrió las puertas al terror. Si perdía a su gemelo no se lo perdonaría jamás.
—¿Qué puedo hacer? —masculló mientras se mesaba el pelo y deambulaba entre Amoena y Liam.
Frenó en seco. La visión de aquel fruto de color violáceo casi le desorbita los ojos. Corrió hacia el árbol. Los intentos por desprender la fruta con una roca no sirvieron de nada. Paseó los ojos hasta que divisó la espada. Consciente de que la savia del Cyrgüil era cáustica, cortó las ramas con cuidado. El aroma penetrante de la fruta se le impregnó en los dedos. La acidez de la pulpa lo hizo salivar y le anegó los ojos.
Masticó y tragó tan rápido como pudo. El jugo le corrió por las comisuras y le irritó la piel. Evitó frotarse con las manos enrojecidas. Cuando hubo engullido el último trozo, avanzó a zancadas hacia el riachuelo que rodeaba el pequeño claro donde se encontraban.
A cada paso que daba, experimentaba los efectos del fruto. El conocimiento perenne se abría paso en su psique. Tras el primer trago de agua fresca ya sabía cómo salvar a Liam del envenenamiento.
Minutos después de haberle administrado el antídoto a su hermano, una borrasca le advirtió que ya no estaban solos. Se volvió despacio sujetando la espada con firmeza. Parpadeó varias veces. La incredulidad lo dejó sin palabras. Ahora sí que estaban metidos en un problema muy gordo.
🍃
Gult aterrizó con Brianna en su lomo, seguido por Caléndula y Napellus. La reina de Enalterra dio un salto y corrió hacia Liam. Connor abrió la boca; la mirada de Brianna lo persuadió de excusarse. Arrodillada junto al joven rompió en un llanto silencioso que a Connor le encogió el corazón.
—Estáis metidos en un problema muy serio —advirtió el consejero.
Caléndula y Napellus se ocuparon de su hija y solo cuando se cercioraron de que se encontraba fuera de peligro relajaron la hosca expresión.
—Nell-Dunayr está furiosa y no es para menos —dijo Napellus—. ¿Qué pretendíais?
Liam abrió los ojos. Pese a tener la garganta como si hubiese tragado piedras ardientes, confesó su travesura:
—Es culpa mía. —tosió y se incorporó con ayuda de Brianna—. Convencí a Amoena de que nos trajese al oasis…
—La culpa es mía por proponer que usáramos los cyrgüiles porque no estudiamos y tenemos examen mañana. —Connor manoteaba inquieto—. Si suspendíamos la prueba, el entrenador se lo diría a mamá y nos dejaría sin el gran partido.
Liam asintió con las mejillas arreboladas; el color verdoso de su piel apenas era una sombra tenue. Desvió la mirada hacia la pequeña y palideció. La preocupación se le dibujó en el rostro y los ojos se le anegaron, aunque no derramó una sola lágrima.
—Solo está agotada —explicó Caléndula al ver su expresión—. Es más fuerte que otras crías de su edad, pero no lo bastante como para afrontar semejante esfuerzo sin quedar exhausta.
Ambos jóvenes se relajaron, al menos respecto de la pequeña. Claro que, la sensación no les duró demasiado.
—¡Ni os creáis que os vais a librar de reparar esta falta!
El rugido del consejero espantó a un grupo de aves que permanecían en las ramas del Cyrgüil.
—Recuerda lo que hablamos —dijo Brianna; Gult resopló y gruñó—. Me encargaré de este asunto.
—Así sea, majestad.
La reina se puso de pie y encaró a sus sobrinos.
—Habéis corrido un peligro innecesario, os habéis saltado las normas, pasasteis por encima de lo que os hemos inculcado respecto del uso de la magia y los recursos enalterrenses. —Ambos jóvenes abrieron la boca; ella alzó la palma—. No solo os quedaréis sin el gran partido; desde este momento tendréis prohibido el uso de la magia, no tendréis acceso a recursos de enalterra de ningún tipo y os tendréis que ocupar de cuidar de los guardianes sagrados de Dunayr durante un mes completo.
—Mamá… —protestaron ambos a la vez.
—¡Mamá un cuerno de petrovarius!
Gult abrió muchísimo los ojos. La reina no solía perder la compostura con frecuencia, pero cuando lo hacía, era mejor no atravesarse en su camino.
—Obedeceréis y como os pille en alguna de las vuestras, os enviaré con Nairea a la tierra del tiempo eterno. A Berenge le encantará vuestra compañía.
—¡No puedes hacernos eso! —protestaron de nuevo.
—Puedo, claro que sí. Y será mejor que no me sigáis calentando la poca paciencia que me queda.
Los jóvenes pusieron los ojos en blanco. Sin embargo, a sabiendas de que lo mejor era guardar silencio, se mantuvieron con la boca bien cerrada.
—¿Algo que agregar? —preguntó Gult sin quitarles los ojos de encima.
Liam y Connor negaron con la cabeza.
—Yo si tengo algo que añadir —dijo Brianna y subió a lomos de su consejero—. Mas vale que no suspendáis ni una sola de las asignaturas o me veréis muy enfadada.
La amenaza quedó flotando en el aire. Gult alzó el vuelo sin siquiera despedirse.
—Siuf, volt et camsaig —pronunció Caléndula.
Un portal se formó con rapidez. La joven lo atravesó con Amoena en brazos. Del otro lado, la pradera verde azulada despertó la sensación de añoranza en Connor. Era hora de volver a casa.
—Será mejor que me sigáis, chavales —propuso Napellus.
Connor dio un paso adelante con el hada muy de cerca. Liam, en cambio dijo algo bajito, se agachó y lo cruzó un par de minutos después con una sonrisa traviesa en los labios.
Epílogo
Liam y Connor se miraron estupefactos. Ambos seguían con la hoja en blanco, incapaces de responder una sola pregunta. El profesor recogió las hojas; al verlas sin un solo trazo, chasqueó la lengua y negó con la cabeza. Los jóvenes bajaron la mirada, resignados. La bronca que les esperaba iba a ser de magnitudes épicas.
Brianna los esperaba con el motor encendido. A Connor lo miró de soslayo, a Liam por el espejo retrovisor. El escrutinio los puso nerviosos.
—En casa tengo algo para esos labios agrietados. Tanto cítrico no os sienta nada bien —dijo y los jóvenes palidecieron—. Por cierto, no sé si Gult os lo explicó, quizá no.
—¿El qué? —preguntaron con voz trémula. —Esa sonrisita de su madre les puso los pelos de punta.
—Los cyrgüiles pierden todo su efecto en el mundo mortal —dijo en voz baja y pisó el pedal.
Ambos jóvenes maldijeron su mala suerte. Ahora no solo estaban seguros de que suspenderían varias asignaturas, la peor parte era que tendrían que pasarse todo el verano ocupándose de entretener a la sosa de Berenge.
Este relato fue escrito para participar en el reto #Surcaletras de Adella Brac y para participar en el #VaDeRetoFebrero2022 propuesto por Jose A. Sánchez, @Jascnet. En el primer reto, el disparador se enfocó en seleccionar algunas palabras. Yo escogí: sombrío, infinito, silencio. En el caso del segundo reto, la premisa era utilizar el desierto como elemento evocador y que la palabra apareciera en el texto. Espero disfrutéis de la historia que, además, forma parte de una serie que llamaré «Crónicas de Enalterra».
Podéis leer el primer relato de la serie y también leer el segundo relato de la serie y dejadme vuestras impresiones. Me haréis muy feliz y me será muy útil para aprender y seguir mejorando.
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