Eyla: la musa guerrera

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Un enorme reptil como tumbado en el suelo. Delante, una mujer guerrera, morena, con el pelo ladeado producto del viento. Va vestida como de pieles. Lleva una falda corta y unas botas altas, por encima de la rodilla. Sostiene una especie de lanza apoyada en el suelo y tiene la otra mano en la cintura. La guerrera es igual de alta que la cabeza del reptil. Detrás hay un paisaje difuso, unas montañas rocosas con nieve más en el fondo.
Imagen libre de derechos de Stephan Keller en Pixabay

Érase una vez, una joven musa que anhelaba vivir emociones intensas. A sus diecisiete años estaba aburrida de permanecer aislada en Áthas, el mundo onírico donde había renacido. Eyla, así la habían llamado sus padres, no alcanzaba a comprender la razón por la cual, a diferencia de las demás musas de su edad, se le prohibía visitar el mundo mortal.

Un día, después de haber cumplido con sus obligaciones, se escabulló con la intención de descubrir el secreto que, estaba segura, le ocultaban. Sin que sus compañeras o la «caomhnóir» (guardiana de las musas en Áthas) se diesen cuenta, se coló por la ventana de la biblioteca. Avanzó sigilosa entre las estanterías y se ocultó entre las sombras. Aprovechó el cambio de centinelas y entró en la cámara ancestral. Menos mal había sido lo bastante precavida como para sustraer la llave que guardaba Thyana, la «caomhnóir», en sus aposentos.

Eyla escudriñó decenas de manuscritos hasta que por fin encontró el que relataba la historia de Áthas antes de la gran catástrofe. Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras leía los acontecimientos que narraban la muerte de sus progenitores a manos de Óstrago (el príncipe dragón), la misteriosa desaparición de su hermano y la sentencia que pendía sobre su cabeza al ser portadora de la única llave que podría volver a unir ambos mundos en un solo universo.

La última carta de su padre había sido definitiva: Eyla jamás podría abandonar Áthas ni conocer la verdad sobre sus orígenes. De lo contrario, Óstrago no cesaría hasta obtener la llave que le permitiese regresar y apoderarse del mundo de los sueños. La joven musa leyó hasta que los ojos se le enrojecieron. El corazón le dio un vuelco al encontrar el diario de su madre. Leer cada página la llenó de tristeza y, al mismo tiempo, sembró en su corazón el deseo de acabar, de una vez y para siempre, con la sentencia que la mantenía prisionera y alejada del único familiar que aún le quedaba con vida. si sus padres pudieron desterrar a ese despiadado dragón, ella podría poner a buen resguardo la llave y recuperar a su hermano. Sólo tenía que desplazarse hasta el mundo mortal y encontrar el medallón que le permitiría extraer la llave de su cuerpo.

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Dos días le tomó lograr su cometido. Saltarse los preparativos de la celebración de su decimoctavo cumpleaños para trasladarse hasta el lago de las ilusiones rotas le costó una buena reprimenda, aunque al final se salió con la suya. La princesa del castillo de las pesadillas la recibió con una sonrisa. Había acudido a ella porque era la única capaz de ayudarla a atravesar la barrera hacia el mundo mortal sin ser descubierta.

—¿Me ayudarás?

—Desde luego que sí, querida. Confía en mí. Mi hechizo encubrirá tu verdadera esencia; sólo recuerda que tendrás apenas dos días para ir y volver.

—Es muy poco tiempo, Niriab. ¿cómo voy a encontrar el medallón y a mi hermano si nunca he estado en el mundo mortal?

—Esto te servirá de guía. —La princesa le entregó un mapa—. Sigue sus instrucciones y llegarás hasta el medallón. —Niriab apoyó su mano sobre la de Eyla; fue una caricia extraña.

La joven musa dio un respingo. La mano derecha le ardió como si se hubiese quemado.

—¿Qué es esto? —Una pequeña estrella rojiza de seis puntas se le había tatuado en el dorso.

—La marca que te permitirá encontrar a tu hermano. No te preocupes de nada.

Eyla experimentó un hormigueo desagradable en el estómago. En segundos, la barrera que separaba ambos mundos la atraía hacia sí. El eco de la risa lejana de Niriab sembró el miedo en ella. El corazón le dio un salto a lo desconocido. ¿La habría engañado? Si lo hizo, no tardaría en descubrirlo.

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La joven musa abrió los ojos. Dio un vistazo a su alrededor y se incorporó de golpe.

—Por fin despiertas, preciosa. —Eyla fijó la mirada en su interlocutor. Un rostro atractivo le sonreía.

—¿Quién eres?

—Un amigo que te ayudará a encontrar lo que viniste a buscar.

—¿De verdad?

—Por supuesto. Dame el mapa y nos pondremos en marcha de inmediato.

Eyla titubeó un instante. Al final le entregó el mapa. Sus ojos se pasearon por el curioso tatuaje que el joven tenía en el brazo izquierdo.

—¿Cómo te llamas? —preguntó con las mejillas encendidas.

—Algunos me llaman Trag. Ahora vamos —le tendió la mano izquierda—. Ya has perdido medio día.

—¿Cómo sabes cuánto tiempo tengo?

—Niriab y yo somos buenos amigos. Ella me informó y me pidió que te ayudara.

—¿Sabes dónde está mi hermano? —Los ojos de Trag brillaron.

—Pensé que buscabas un objeto.

—Lo busco —confirmó Eyla—. Pero mi hermano está aquí y tengo que encontrarlo.

—Entonces no perdamos más tiempo, preciosa.

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Seguir las pistas del mapa enfrentó a los jóvenes a una prueba durísima: atravesar el bosque de las almas perdidas. La musa estuvo a punto de rendirse en varias oportunidades. Se jactaba por considerarse aventurera y en Áthas muchas de sus compañeras solían apodarla «Peleonera». Sin embargo, mientras luchaba contra esas almas errantes, se percató de que en el fondo no era tan valiente como ella siempre había creído. Se sentía un fiasco por el miedo que casi la deja paralizada en pleno bosque. De no ser por la obcecación de su acompañante que la espoleaba a no rendirse, lo habría hecho al final y, entonces, toda oportunidad se habría perdido.

—Tengo que agradecerte —dijo ella mientras caminaba al lado de su compañero.

—¿Por?

—No dejaste que me rindiera —respondió algo cabizbaja.

—Nada que agradecer, preciosa. Si te rendías, yo habría salido perdiendo también. —ella lo contempló con extrañeza.

—¿Cómo sabías de qué forma acabar con esas cosas?

—Lo debo haber leído en alguna parte —respondió y aceleró el paso—. Mira, ahí está el final del bosque.

La joven musa dirigió la mirada hacia el lugar que Trag le señalaba. Acalló la vocecilla que le susurraba advertencias en su contra. Ese no era el mejor momento para dar rienda suelta a su mente fantasiosa. Si hubiera querido hacerle daño, con dejarla a merced de esos espectros habría tenido suficiente. En cambio, la había ayudado. «Sí, te dijo cómo vencerlos, pero no movió ni un dedo. ¿Eso no te parece raro?» Imaginó una mordaza y se recreó mientras las imágenes de cómo silenciaba a su yo suspicaz se sucedían una tras otra. Estaba tan absorta que no se fijó en que su acompañante la había dejado atrás. En cuanto se halló sola, caminó a prisa hasta alcanzar los predios del bosque.

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Del otro lado, una cabaña algo desvencijada resistía los embates del clima. Según el mapa, habían llegado por fin. El problema era que Eyla sólo disponía de doce horas para encontrar a su hermano.

La joven musa se quedó boquiabierta. Frente a sí, un joven, algo mayor que ella, los recibía espada en mano. en su pecho brillaba un medallón con el símbolo de Áthas.

—Hasta que logro dar contigo —dijo Trag.

—Apártate de la chica.

Eyla se reprochó por no haber escuchado a su conciencia. Ahora estaba metida en un buen problema.

—Es innegable vuestro parentesco, ¿no te parece? —Trag cogió a Eyla del cuello.

El joven clavó los ojos en ella. La joven musa reconoció al instante esos ojos tan parecidos a los suyos.

—Déjala ir, Óstrago. Ya me tienes a mí y al medallón —dijo y lo cogió entre dos dedos para mostrárselo.

—Me temo, amigo mío, que eso no es suficiente para mí. Mientras sigáis vivos, existirá la posibilidad de que conspiréis contra mí y eso, no voy a permitirlo.

La joven musa aprovechó la distracción que le ofrecía el diálogo. Le dio un pisotón a su captor, seguido de un fuerte cabezazo que le rompió la nariz. Trag rugió. Su cuerpo tembló, convulso. Las facciones del rostro se le deformaron. Todos sus huesos crujieron y se estiraron.

—¡Dame tu espada! —El joven comprendió al vuelo lo que la musa pretendía y se la arrojó.

Eyla rodó sobre sí; alcanzó la empuñadura de la espada y saltó. La espada atravesó la garganta del dragón en mitad del proceso de transformación. La bestia lanzó un rugido ahogado, el último de su existencia, y cayó al suelo sin vida.

Agitada, con el latido del corazón palpitándole en la garganta arrancó la espada de la bestia y respiró muy hondo para recobrar el resuello.

—¿Cómo supiste qué hacer?

Eyla se irguió despacio. El mundo le daba vueltas y no quería desmayarse delante de su hermano. Volvió a inspirar hondo hasta que por fin fue capaz de hablar:

—Leí el diario de nuestra madre.

Él la estrechó entre sus brazos. Ella se dejó hacer. En ese momento necesitaba la seguridad que su hermano le ofrecía.

—¿Regresarás a Áthas? —preguntó el joven y se apartó para poder observar su rostro.

—Regresaremos —respondió ella—. Niriab debe ser desenmascarada y necesito tu ayuda.

El joven experimentó un orgullo enorme; tan grande que lo arropó por completo. Una calidez inusitada le llegó hasta lo más profundo del corazón. Su hermana era digna hija de sus padres.

—Cuenta con ello.

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El regreso de Eyla y su hermano se celebró por todo lo alto, después de someter a la princesa Niriab a un juicio, en el que se le encontró culpable de alta traición y se le despojó de todos sus poderes. La princesa fue encarcelada hasta el fin de su existencia y, finalmente, ambos mundos se vincularon de nuevo. Eyla fue recompensada con el nombramiento de «ambasakóir» (encargada de asuntos oníricos y mortales) y su hermano fue nombrado príncipe del castillo de las pesadillas. Desde entonces, a la joven musa se le conoce en ambos mundos como «Eyla, la musa guerrera».


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Confieso que escribir cuentos me resulta complejo. Siempre tengo esa sensación de que se me resisten. Esta historia la escribí con la intención inicial de poner en práctica las funciones del tito Propp; luego caí en cuenta de que era muy extenso para el propósito de ser beteado en directo y desistí. Lo retomé porque la protagonista me gustó mucho y por eso os lo he querido traer. Espero os haya gustado tanto como a mí escribirlo.

Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

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