
Chasqueó los dedos y se envolvió en glamur. Inició el ascenso cuando el sol ya se había ocultado en el horizonte. No quedaban humanos, podía percibirlo. Se giró un instante para disfrutar de la vista de la bahía. De noche, «Clew» siempre tenía ese atractivo aterrador que tanto le gustaba.
Entró a la capilla. Le fastidiaba tener que atravesarla, pero no tenía otra salida. Creyeron que no podría encontrarla y, aunque no negaría que le costó lo suyo, la verdad, es que ni lo sagrado de «Croagh Patrick» lo detendría.
Deshizo el glamour que mantenía oculta la entrada a la gruta. Sonrió al ver al custodio, espada en mano.
—No eres bienvenido aquí, Raoch. —El demonio soltó una carcajada siniestra.
—Eso da igual, aquí estoy —dijo abriendo los brazos y exponiendo el pecho—. Veamos qué es lo que te enseñaron tus hermanos, hechicero.
El custodio se abalanzó contra el demonio. Lucharon por mucho rato, pero Raoch llevaba ventaja y él lo sabía. Aprovechando el desgaste de energía del hechicero, lo despojó de la espada y con un movimiento certero, le atravesó el corazón.
—Fuiste un enemigo de altura, hechicero —dijo el demonio tras retirar la espada. El hechicero cayó de bruces con sus ojos abiertos y su rostro desfigurado por la sorpresa.
El demonio avanzó. Al fondo de la gruta, la «Septémpori», la piedra sagrada que sostenía el equilibrio del tiempo, descansaba en su nicho. Cálida y palpitante, la piedra brillaba cambiando periódicamente de tonalidad pasando por cada uno de los espectros de onda que conforman la luz.
Raoch se detuvo. Grabado en la roca podía leerse un refrán que era tan antiguo como la misma invención del tiempo:
«Quien tiene tiempo de robarse el tiempo ajeno,
Luego no tendrá tiempo para disfrutar del propio tiempo;
Pues el tiempo desperdiciado nunca regresa.»
El demonio comenzó a acumular energía. Necesitaba separar la piedra de su nicho para poder llevarla consigo. Había consumido gran parte de su poder cuando, por fin, pudo cogerla. Como si le hubiesen inyectado una carga de energía vital, Raoch comenzó a reír, eufórico. Y tras guardarla, desapareció.
En la dimensión de los mortales, empezó a crecer una ola de pánico entre los elementales y otras criaturas sobrenaturales que observaban cómo el tiempo se ralentizaba hasta detenerse por completo, dejando a los seres humanos paralizados e indefensos.
En el Parque de Saint Stephen’s Green, varios elementales de la tierra estuvieron intentando poner a resguardo a los seres humanos que quedaron atrapados en el lugar. La oréade de la zona se mantuvo impartiendo distintas órdenes, hasta que una vibración antinatural, comenzó a formar un torbellino que provocó una ruptura en la dimensión mortal. Una compuerta interdimensional se formó a tanta velocidad, que a los elementales no les dio tiempo de bloquearla. Frente a todos, Raoch se materializó, dejándolos con la boca abierta. Un silfo reconoció al demonio y se lanzó al ataque, pero este lo despedazó utilizando el poder de la piedra sagrada en su contra. Otros elementales se unieron para enfrentar entre todos al demonio, pero este los fue eliminando uno tras otro.
una verdadera carnicería, desató el infierno en la dimensión mortal, a ojos de las dríades del bosque, quienes observaron, impotentes aquella ola de muerte y destrucción.
Sin una gota de piedad, Raoch comenzó a absorber las almas de los humanos que quedaron paralizados en el parque. Dejando su huella, los fue marcando en la medida en que los fue vaciando. Algunas criaturas sobrenaturales intentaron proteger a los mortales que todavía no habían sido atacados por el demonio, pero este se había convertido en una criatura muy poderosa. La mayoría de las dríades huyeron, aterrorizadas, al ver cómo el demonio iba agrupando los cuerpos inertes para formar una pira funeraria. Solo Kristel tuvo el valor de quedarse para ser testigo e informar de lo que había ocurrido a la Hermandad Temporae, cónclave de los Hechiceros Témpora, custodios del tiempo.
—¡Enviad un mensaje a vuestro concilio! —exclamó el demonio—. Informadles que Raoch será, de ahora en adelante, el señor del tiempo y, muy pronto, también de todas las dimensiones. Quien no se pliegue a mi mandato, quien ose desafiarme, será exterminado.
La oréade se mordió la lengua. Ahora más que nunca, conservar la fuerza vital era indispensable, si querían derrocar a aquel demonio tirano. Complacido por el miedo que vio reflejado en sus súbditos, Raoch dejó una ristra de cadáveres tras de sí, ardiendo en varias piras funerarias y desapareció. Cuando se hubo asegurado de que el demonio había dejado el plano mortal, Kristel, con las manos temblorosas, abandonó su roble. Tan pronto como pudo reunir la suficiente magia, envió el mensaje con carácter de urgencia a los Hechiceros Témpora.
—Ocúpate de avisar al Aquelarre Dimensi. La hermandad de las brujas dimensionae, Kristel. Ellas tienen que estar advertidas de lo que está pasando —sugirió la oréade—, Diles que resguarden la «Dimensitrenae». La piedra sagrada de las dimensiones no puede caer en manos de Raoch, o estaremos todos perdidos.
sin pensárselo demasiado, la dríade envió el segundo mensaje. Solo esperaba que no fuese demasiado tarde.
En Driontell, una de las siete dimensiones donde se alza, majestuoso, el Bosque Giorneae y donde descansan los siete relojes sagrados del tiempo, el sol permanecía suspendido al borde del horizonte.
Irstez, guardiana de los relojes sagrados, seguía esperando que el sol se ocultase mientras leía el comunicado emitido por el gran hermano Cronus, líder de los hechiceros témpora. El texto era conciso y muy claro: «algunos de los integrantes de la hermandad habían desaparecido de forma misteriosa y se desconocía su paradero». La noticia era terrible. Si la hermandad llegase a desaparecer, el universo entraría en un desequilibrio muy peligroso. Cerró los ojos elevando una plegaria al mismísimo universo. No había destruido el comunicado de los hechiceros, cuando un cuervo se posó en la ventana para hacer la segunda entrega del treón. La guardiana frunció el ceño y se apresuró a revisar el mensaje. Abrió mucho los ojos cuando se dio cuenta de que era un comunicado emitido por la jefa del Aquelarre Dimensionae, en el cual informaba a todos, sobre la desaparición de algunas de sus brujas en extrañas circunstancias y que al igual que otros hechiceros, su paradero era desconocido.
«Algo no anda bien», pensó la oréade. Tan rápido como pudo se recogió la melena, luchando para que sus indómitos rizos dorados le obedeciesen. Se ajustó el lazo del delantal y se recogió la falda para poder echar a correr y no perder tiempo. El sol seguía sin ocultarse y ella se temía lo peor. Con cuidado de no perder el rumbo, se dirigió al lugar sagrado donde permanecían los 7 relojes. Con el corazón en la garganta, se dispuso a mirar cada reloj y ahogó un grito, al darse cuenta de que todos los relojes sagrados se habían detenido a las seis en punto. Cada reloj giraba a su propio ritmo, lo que, junto a la «Septémpori» y a la «Dimensitrenae», mantenían el equilibrio temporodimensional en todo el universo. Si los siete relojes se detenían por demasiado tiempo, el caos se instauraría, quizá, de forma definitiva. Tenía que informar de inmediato, algo tendrían que hacer para restaurar el equilibrio. Como propulsada por un resorte, la guardiana salió disparada de vuelta a su cabaña para emitir un comunicado de alerta máxima.
En vista de lo que estaba ocurriendo, las distintas razas de criaturas mágicas convocaron un concilio de emergencia para valorar la situación y tomar decisiones que no debían postergarse. Tras el comunicado del cónclave de los sobrenaturales, Atrinfinitum, sede de la hermandad de los hechiceros témpora, bullía, producto del nerviosismo. Miles de criaturas se habían desplazado hasta allí. No era una dimensión a la que se viajase por placer, a ningún ser le gustaba molestar a los custodios del tiempo; pero aquella era una situación de emergencia dimensional o universal, según se quisiera ver.
Cronus golpeó el piso con su Trancasordio tres veces. El eco del rebote del cayado mágico se fue replicando por todo el foro. Los asistentes hicieron silencio. Frente a cada raza, sus líderes permanecían, expectantes.
—Os hemos convocado, pues necesitamos de toda la magia disponible para poder enfrentar a Raoch. El demonio que robó la «Septémpori» y ha estado asesinando de forma despiadada tanto a humanos como a elementales y otras criaturas sobrenaturales —anunció el hechicero.
Un murmullo se fue replicando entre los presentes. El gran hermano hizo señas para que le escuchasen.
—Todos somos conscientes del peligro que corremos si no reestablecemos la piedra sagrada —dijo mirando a su hermandad—. Si permitimos que el demonio se haga con la «Dimensitrenae», cientos de miles de inocentes morirán —agregó, golpeando de nuevo el suelo con su trancasordio, mirando al resto de los asistentes.
—Eso es imposible —dijo una voz aguda y disonante.
—En este momento no podemos confiarnos, Elyam, tú mejor que nadie deberías saberlo. —El líder de los gnomos hizo un gesto de reconocimiento ante su precipitación.
—Hemos trasladado la «Dimensitrenae» —anunció Urflaya—. Sin embargo, necesitaremos de toda la magia femenina disponible para poder mantener sus salvaguardas al máximo.
—Gracias por informarnos. —Urflaya hizo un leve gesto con la cabeza—. Sabemos que estáis haciendo todo lo que está en vuestras manos para protegerla. —Cronus miró al resto de elementales.
—¿Qué podemos hacer nosotros, gran hermano? —gritó una sílfide—. Somos menos poderosos que el demonio.
Muchas cabezas se movieron a la vez, asintiendo con nerviosismo. El hechicero alzó una mano solicitando le dejasen hablar.
—Lo primero que necesitamos, es designar a los encargados de cazar al demonio y recuperar la piedra sagrada. —respondió el gran hermano—. Somos mayoría, tenemos que luchar unidos. Él es uno solo, nosotros somos miles.
Las criaturas alzaron su voz en apoyo a la propuesta.
—Lo segundo, es que debemos organizar varios equipos. Hemos de proteger la «Dimensitrenae» y el bosque sagrado. El Aquelarre Dimensionae no puede hacerlo solo —añadió alzando la mano izquierda para acallar aquella revolución de voces una vez más.
—¡Nos enviarás a una muerte segura, Cronus! El demonio cuenta con el poder de la «Septémpori».
El hechicero ya esperaba que los miembros más antiguos elevasen una voz de protesta.
—Si nos rendimos, nos matará de igual forma —declaró—. Es mejor morir luchando, Vladimir.
El líder de los vampiros guardó silencio un instante. Luego de sopesar la situación alzó su voz, clara y seductora.
—Si el resto de sobrenaturales se une a la lucha, los hijos de la sangre lo haremos también.
La mayoría de los presentes estalló en vítores.
—¿Y bien, quienes de vosotros os ofrecéis para cazar al demonio?
El gran hermano barrió con la mirada a los asistentes, deteniéndose unos segundos para clavar sus ojos en el rostro de cada líder presente. Muchos se miraron con evidente desasosiego. Incapaces de ponerse en pie, bajaron la mirada. Las voces comenzaron a diluirse con rapidez, hasta que solo quedó un silencio perturbador.
Un joven que no tendría más de veintidós años, se puso de pie y se acercó al escenario. Cronus alzó las cejas, sorprendido, al ver al joven druida. Tras el druida, una chica de rebeldes rizos cobrizos y dorados se acercó. La jovencita se movía con gracilidad. Era una bruja dimensionae bastante joven, como para disponer de una fuerza vital palpitante, pero a su vez, lo bastante adulta como para tener su «Castrulia Obsidiae». La bruja sonrió y se detuvo justo al lado derecho del druida. Muchos de los presentes ahogaron una exclamación cuando vieron al tercer voluntario. Cronus golpeó el suelo con su trancasordio para silenciar los comentarios. Los híbridos siempre generaban esas reacciones. El hechicero todavía no había conocido una raza que no discriminase a sus integrantes por ser diferentes o peculiares. Era muy consciente de que A las mayorías no les solían gustar las diferencias. El híbrido hizo un leve movimiento de cabeza en agradecimiento y se colocó al otro lado del druida.
—¿Alguien más se ofrece?
El silencio provocaba, en los presentes, reacciones emocionales de lo más variopintas. Cronus inspiró profundo. Sabía que su gente estaba aterrorizada, aunque había esperado más proactividad y disposición.
—Bien, os dejaré en compañía del hermano Centurius. Él os ayudará y guiará para crear los equipos de defensa y os dará vuestros itinerarios.
El gran hermano hizo una seña a los jóvenes y se dirigió hacia la salida lateral. Los voluntarios lo siguieron en silencio. Una vez salieron por la puerta, llegaron a un ancho pasillo. El piso brillaba con tanta intensidad que el trío achicó los ojos para protegerse del resplandor. Los zapatos chillaban a cada paso, excepto los del híbrido. La bruja alzó una ceja, inquisitiva. El híbrido no se dio por aludido. El techo ondulaba, sinuoso, gracias a los movimientos lumínicos de aquella dimensión. El druida desvió la mirada y se concentró en otra cosa. Las ondulaciones del tiempo podían ser peligrosamente hipnóticas. El hechicero se detuvo frente a una gran puerta de doble hoja, de madera maciza, labrada con intrincados símbolos. Las puertas se deslizaron ante un gesto de su mano.
—Pasad, por favor.
Los jóvenes entraron uno tras otro, detrás del hechicero. La puerta se cerró con suavidad a sus espaldas.
Cronus rodeó su escritorio y se sentó. Su trancasordio quedó apoyado contra el borde del mueble.
—Sentaos, si sois tan amables —invitó—. Quiero agradeceros este sacrificio. La joven bruja frunció el ceño un instante, pero permaneció en silencio.
—No se trata de un sacrificio —dijo el druida—. Es nuestra responsabilidad.
—¿Cómo te llamas? —preguntó el gran hermano.
—Kalyech Duncan.
—Es bueno que valores de esta forma la responsabilidad que, como seres sobrenaturales tenemos para con el universo. Sin embargo, ya ves que muchos no lo ven de la misma manera.
El druida se encogió de hombros.
—Por allí en ese invento de los humanos, en el que cientos de millones de personas escriben, y de paso se engañan unas a otras, leí que «el miedo es libre y constitucional». —La joven bruja puso los ojos en blanco.
—Las redes sociales, macho —masculló la joven—. No me digas que eres de esos que viven en la prehistoria sobrenatural.
—Venga ya, cerilla con patas, No me digas que tú eres de esas que no se despega de la pantalla del chisme ese para hablar y cotillear; ese que usan todos para filtrar su vida privada. ¿Sabrás usar tu libro de las sombras, ¿no?
Cronus y el druida se miraron, desconcertados ante aquella retahíla de puyas gratuitas.
—Haced el favor de cerrar el pico, el gran hermano no puede estar perdiendo el tiempo con vuestras gilipolleces —ordenó el druida—. Y la verdad, nosotros tampoco, si es que queremos detener al demonio.
La bruja alzó una ceja y estuvo a punto de lanzarle una buena parrafada, pero Cronus la detuvo.
—Tú, hija de las dimensiones, ¿cómo te llamas?
La joven clavó sus grandes ojos verdes en el hechicero.
—Soy Sartriana MacGregor.
—Muy bien. —Asintió con la cabeza—. ¿Y tú?
El gran hermano clavó sus ojos en el híbrido.
—Jioan.
Sabiendo que el elemental no daría más información personal, el hechicero decidió no perder más tiempo.
—Raoch es un demonio superior —dijo acercándoles una fotografía—. Tiene unos ochocientos años de antigüedad; es muy habilidoso en combates cuerpo a cuerpo y un gran espadachín.
La chica ladeó la cabeza al observar la foto. Frunció el ceño, extrañada. Se había imaginado a una criatura muy diferente; quizá menos… atractiva. Como si le estuviese leyendo la mente, el híbrido dijo en voz casi inaudible:
—Los más atractivos suelen ser los más peligrosos, recuérdalo, brujita.
Sartriana se mordió la lengua para no soltarle una de las suyas. Aquel no era momento para gilipolleces, el druida tenía razón. Advirtiendo el esfuerzo de la chica para no replicarle, el híbrido sonrió para sus adentros.
—¿Alguna debilidad conocida? —preguntó el druida.
—Necesita altas cantidades de emociones, humanas o de cualquier criatura para mantener los niveles de su fuerza vital.
El druida miró al feérico con una ceja levantada. Luego fijó sus ojos en el gran hermano buscando la confirmación. Este asintió con la cabeza.
—Raoch fue uno de nosotros antes de pasarse al servicio de las Fuerzas Oscuras y convertirse en demonio. Por eso, igual que nosotros, usar sus poderes le supone un alto precio.
—¿También le roba Transords como a vosotros? —preguntó la bruja.
—No, al convertirse en demonio su edad quedó suspendida. Él no envejece como lo hacemos los hechiceros, solo se debilita y pierde fuerza vital.
El druida permanecía en silencio, pensativo.
La puerta del despacho se abrió de golpe. Un hechicero entró corriendo y gesticulando, con los ojos casi desorbitados por el miedo.
Los tres voluntarios se pusieron en pie con rapidez.
—¿Qué ocurre, hermano?
—Han visto a Raoch de nuevo en Dublín.
El gran hermano vio a cada uno de los voluntarios.
—Id a por él, no podemos permitir que siga asesinando a inocentes.
El druida hizo un movimiento con las manos y una compuerta interdimensional se creó frente a él. Jioan fue quien cruzó primero. Después cruzó la bruja y por último lo hizo Kalyech. El portal desapareció. Cronus cogió su Trancasordio y abandonó el despacho junto al otro hechicero. Todavía les quedaba mucho por hacer.
En pleno Dublín, los voluntarios echaron a correr en dirección contraria a la riada de elementales que corrían por sus vidas, huyendo del demonio. Localizaron el foco del ataque en el Temple Bar. Situado entre Dame Street y el río Liffey, con sus calles estrechas y adoquinadas, era el sitio perfecto para encontrar una gran cantidad de seres humanos y criaturas que hacían vida en el centro cultural y social por excelencia de la ciudad.
Caminando con Kalyech a la cabeza, el trío se lanzó a por el demonio cuando lo vieron salir de uno de los pubs más famosos del barrio.
Raoch vio al trío de jóvenes con curiosidad.
—¿Qué me ha enviado la hermandad? —dijo sonriendo—. ¿Tan mal van las cosas que envían como carne de cañón a sus niñatos sobrenaturales?
Sartriana conjuró un potente glamour. Moviéndose con gran rapidez atacó al demonio por la espalda con su daga ceremonial. Raoch aulló de furia y lanzó una onda expansiva que la arrojó unos metros luego de elevarla en el aire. La chica cayó golpeándose la cabeza. Kalyech y Jioan se miraron de soslayo. El druida pidió apoyo al elemental de la tierra y cambió a su forma felina. La tierra se estremeció bajo el demonio, pero este se elevó unos centímetros y permaneció levitando frente al híbrido y a la gran pantera que, tras observar su posición, se abalanzó con una velocidad extraordinaria.
El felino clavó sus garras con fiereza, lacerando el pecho de Raoch. Sangre oscura y putrefacta manó de sus heridas. El demonio contratacó con fuego. La pantera rodó rugiendo de dolor con una herida considerable en el lomo que abarcaba hasta el costado izquierdo. Raoch iba a rematar al animal, pero el híbrido se transformó en una Salamandra justo para interceptar el fuego con fuego. Una pared de llamas incandescentes ardió, atravesando la calle. Jioan volvió a su forma humana y llevó la mano hacia atrás. Con agilidad desenvainó una espada forjada con triple aleación. El demonio Lanzó otro ataque que el híbrido pudo esquivar por los pelos. Agazapado, esperó el momento justo y se lanzó al ataque. El demonio había sacado su propia espada infernal y detenía los intentos de Jioan por burlar su defensa.
—Eres bueno, chaval —reconoció el demonio—. Pero yo soy mucho mejor.
Raoch rozó el antebrazo del híbrido. El dolor le recorrió hasta el hombro. El joven dio una media vuelta; aprovechando el impulso, bajó en diagonal la espada y logró cruzar el costado del demonio con un tajo profundo. Furioso, pero consciente de la cantidad de energía que había consumido, Raoch emprendió la retirada. Jioan envainó la espada y salió escopetado a auxiliar a sus compañeros caídos.
Extrayendo un polvo brillante y tornasolado de una pequeña bolsita de cuero que llevaba atada al cinturón, Jioan convocó a un zarramo. Con extraordinaria rapidez, la criatura se materializó en medio de la calle.
—Jola, jíbrido, jijo del fuego y el aire. ¿Qué necesitas?
El zarramo ojeó a su alrededor y frunció la pequeña y casi inexistente nariz al ver la sangre y oler el aroma de la putrefacción y la muerte. Jioan señaló a sus compañeros. El zarramo se deslizó casi sin rozar el suelo. Con cuidado dio vuelta a la bruja y alzó las cejas.
—Bonita, jija de las dimensiones.
—Ajá —respondió Jioan entrecerrando los ojos—. Te traje para que la sanes, no para que intentes follártela.
La criatura frunció el ceño y negó con la cabeza, en un claro gesto de reprobación.
—Eres un necio —espetó el zarramo—. La bruja no va a fijarse en un jíbrido, ya lo sabes.
—Ese no es tu asunto —replicó con aspereza—. Sánala y punto.
El elemental se encogió de hombros y comenzó el ritual. Jioan lo observaba con las manos en los bolsillos del vaquero.
—Despertará dentro de poco —dijo el sanador mirando la herida que tenía en el brazo—. Yo curaré tu jerida, aunque no me lo jayas pedido.
Jioan desvió la mirada mientras el zarramo se ocupaba del corte.
—Ajora está mejor. —El elemental se le quedó mirando con sus grandes ojos naranja. El feérico clavó su mirada en la destrucción que tenía ante sí. No quería admitirlo, pero estaba preocupado. Aquel demonio era un hueso duro de roer.
—Los elementales jijos de Gaia, se ocuparán de eso —dijo la criatura.
—Bien, ahora, ¿puedes hacer algo por el druida? —Jioan lo señaló alzando la barbilla en su dirección. El sanador se deslizó hasta donde estaba la pantera.
—Jerida no es mortal, pero como prefieras.
—Hazlo, tío, no le des tantas vueltas, joder.
—Esa lengua, jíbrido —reprochó—. Jabla a tu zarramo con más respeto.
El sanador se cruzó de brazos alzando una ceja. Jioan farfulló algo en una lengua muerta y puso los ojos en blanco.
—Vale, vale… —Alzó ambas manos con las palmas al frente—. ¿Puedes sanar a mi compañero, por favor? Es imperativo que se recupere para detener al demonio.
El sanador asintió, complacido y se dio media vuelta. Brillando como una antorcha se acercó a la pantera e inició el ritual de sanación. Cuando terminó, el zarramo se transformó en diminutos cristales color esmeralda, que se esparcieron con la suave brisa que había comenzado a soplar.
—Serás cabrón —farfulló Jioan ante la desaparición del elemental.
Dándose por vencido al ver que no regresaba, se acuclilló junto al druida. Kalyech retomó su forma humana y se puso en pie con su ayuda. Sartriana parpadeó y abrió los ojos, justo cuando sus dos colegas se le acercaban. Con la mirada vibrante y enfurecida, se puso de pie.
—¿Qué coño fue lo que pasó?
—¿Quieres la versión detallada? O prefieres la resumida. —La bruja resopló y a punto estuvo de enzarzarse en una discusión con el híbrido, cuando un estallido hizo que la tierra se moviera bajo sus pies.
—No hay tiempo ahora para dar explicaciones —espetó el druida y salió corriendo con sus compañeros pisándole los talones.
El panorama en Grafton Street era desolador. Sartriana tragó grueso al ver aquel montón de cuerpos desmadejados y la sangre formando un riachuelo en la calzada. Se obligó a respirar por la boca y avanzó tras sus compañeros. El ruido al pisar los cristales esparcidos le erizó la piel y le puso los pelos de punta.
Al pasar frente al Trinity Collegue, lo divisaron. El demonio sostenía un cuerpo del que se estaba alimentando. Jioan torció la boca en un gesto de evidente repugnancia. Raoch alzó la mirada y soltó el cadáver.
—Parece que sois como un grano en el culo, ¿no? —dijo el demonio—. ¿Qué? ¿No tenéis con quien iros por ahí de marcha? —Señaló la hilera de bares destruidos con la explosión antes de soltar una carcajada espeluznante.
—Eres un… —dijo la bruja con desprecio.
—¿Un demonio? ¿Un cabrón hijo de puta? —Raoch sonrió mostrando todos los dientes—. Para servirte, bonita.
La bruja empuñó su daga y la lanzó con todas sus fuerzas. La «Castrulia Obsideae se» clavó en el pecho del demonio, rozándole el corazón. Raoch se tambaleó, sorprendido. Cogió la castrulia por la empuñadura y se la arrancó. Siseó de rabia al quemarse la mano con la daga sagrada. Furioso, la dejó caer al suelo y lanzó una bola de fuego enorme contra la bruja. Esta se agachó y rodó justo a tiempo. Jioan, ahora en su forma de salamandra comenzó a arrojarle fuego al demonio. El druida se unió al ataque cuando creó un escudo de energía que hizo rebotar el poder de Raoch.
—¡Sois condenadamente buenos, pero yo tengo mucho más poder!
Sartriana rodó sobre su cuerpo y recogió su daga. Luego de envainarla conjuró un hechizo cuando advirtió que el demonio sostenía la «Septémpori».
—Por el poder del viento del norte —dijo alzando los brazos—. Por la magia dimensi y el espíritu de la madre tierra. —Raoch alzó la piedra sagrada—. ¡Por el poder del fuego y la fuerza del agua, que el universo absorba la maldad y la transforme en arma! —Jioan se interpuso ante la bruja y a su vez, el druida se antepuso a la salamandra recibiendo el ataque de la piedra sagrada. La espada que conjuró la bruja se lanzó contra el demonio, pero este se difuminó convirtiéndose en un torbellino de magia fétida y oscura. Jioan volvió a su forma humana. Con rapidez desenvainó su espada y cogió a la bruja por la camiseta para colocarla tras de sí.
El torbellino putrefacto se elevó en dirección al castillo de Dublín.
—¡Maldita sea! —exclamó Jioan.
La bruja permanecía en shock, observando lo que había quedado del druida y, cómo un cuervo, que luego se convirtió en Morrigan, se llevaba sus restos. Advirtiendo su reacción, el joven elemental la sacudió con fuerza.
—No te derrumbes ahora, ¿me escuchas? —La jovencita lo veía con los ojos vidriosos—. Vamos, reacciona de una puta vez. No eres una cría.
Sartriana contuvo las lágrimas y se apartó con brusquedad.
—Eres una mierda de tío, un insensible.
—Y tú una cabeza de cerilla que no va a durar ni un treón con vida.
—Para tu información, lagartija incendiaria, ahora mismo da igual los treones, los draones o los transords… ¡El tiempo se ha detenido y no avanza, cateto!
—¡Y si sigues portándote como una cría estúpida, será así para toda la eternidad! —el feérico echó a andar a zancada viva. La joven le siguió, rabiosa.
—¿A dónde crees que vas? —Jioan señaló hacia el castillo.
—Se ha ido allí. Apuesto lo que quieras a que la piedra que busca está en el castillo.
La bruja guardó silencio. No podía develar el paradero de la «Dimensitrenae». El feérico puso los ojos en blanco y retomó la caminata. La jovencita lo alcanzó, aunque tuvo que correr para equiparar sus pasos. Jioan la miró de reojo. La chica caminaba con determinación.
—La próxima vez di algo. Si te quedas callada otorgas y es lo mismo a que si te fueses de la lengua.
Sartriana no dijo nada, pero él sabía que estaba furiosa. Llegaron al castillo. Los rastros de destrucción marcaban el camino.
—¡Va directo a la capilla real! —La bruja echó a correr.
Jioan maldijo por lo bajo y salió tras ella.
Atravesaron un pasillo y llegaron al corazón del castillo. Sartriana, presa de la angustia salió disparada. Abrió el portón que daba a un patio por el cuál se podía llegar a la capilla recortando camino.
Un quejido hizo que la bruja se volviese con la daga en la mano. Doblado sobre sí, el feérico se retorcía con evidentes signos de dolor. Sartriana se le acercó y estuvo a punto de tocarle.
—No me toques —chilló Jioan.
La jovencita se detuvo. El híbrido calló en el suelo de espaldas. La bruja ahogó un grito. En sus narices, Jioan se transformaba en sílfide. No había visto nada semejante. Sabía lo que decían los rumores, las malas lenguas. Siempre creyó que eran exageraciones, que en el fondo los híbridos no existían; que solo eran una invención de la imaginación prolija de alguna criatura que pretendía ser más especial que los demás. Se mantuvo allí, de pie, mientras la transformación finalizaba. Observó a la sílfide. Si como hombre era guapísimo, como mujer era una verdadera belleza. Se mordió el labio inferior y negó con la cabeza. solo a ella se le ocurría ponerse a valorar lo bueno que podía estar su compañero de lucha, cuando tenían que detener al hijo de puta de Raoch.
Jioan parpadeó y abrió los ojos con lentitud. Ella la miraba sin saber qué decir.
—¿Vas a quedarte ahí parada como tonta?
—Joer, Jioan, ni siendo chica puedes dejar de ser borde.
La sílfide se encogió de hombros. Con esfuerzo, se puso de pie.
—¿Estás bien?
—Sí —respondió—. Suele verse peor de lo que es en realidad.
Una gran explosión rompió el silencio. el suelo se estremeció bajo sus pies.
—Pues menos mal, porque no nos queda mucho tiempo. —Ambas miraron hacia la columna de humo que se alzaba desde la capilla.
—Me cago en todos los relojes sagrados —masculló Jioan y salió corriendo con la espada en la mano.
La capilla ardía. El humo hacía difícil divisar el interior. A pesar del intenso calor, ambas entraron. El demonio se afanaba por destrozar la barrera que protegía el nicho sagrado.
—¡Eh, tú, besugo podrido! —Raoch se volvió un instante ante el grito femenino.
—Vaya, si tenemos aquí a las heroínas del concilio. —El demonio sonrió con malicia—. ¿Sabéis cuál de las dos quiere morir primero?
—No te ufanes tanto, Raoch —advirtió Jioan—. Siempre podemos tener una carta bajo la manga.
El demonio se echó a reír con ganas.
—¿En serio, híbrida? —dijo alzando la piedra sagrada—. Necesitas otra demostración, ¿verdad? Parece que ver a vuestro coleguita hecho trizas no fue lo bastante esclarecedor.
La sílfide lo apuntó con la espada. Tras unos segundos, el demonio frunció el ceño. Jioan esbozó una sonrisa de satisfacción.
—Estamos en terreno sagrado —explicó la joven—. Aquí no puedes usarla para dañar a nadie.
Raoch gritó enfurecido. De la nada, sacó una espada y se abalanzó contra la chica.
La joven bruja comenzó a salmodiar en voz baja. La sílfide, espada en mano, sintió cómo su fuerza vital aumentaba de forma exponencial.
Ambas espadas chocaron una y otra vez. Raoch comenzaba a perder rapidez y agilidad. La sílfide convocó el poder del viento. La capilla empezó a bajar de temperatura de forma progresiva.
—Danos la «Septémpori».
—Primero tendréis que acabar conmigo —espetó el demonio lanzando un mandoble—. Y os juro que eso no pasará.
Jioan giró con rapidez y asestó un tajo en el costado del demonio. Sartriana seguía invocando el poder del aquelarre. Sorprendido por la agilidad de la joven guerrera, el demonio hizo un movimiento distractorio, pero la chica se anticipó y golpeó la muñeca de Raoch, cortándole la mano con la que sostenía la espada. El demonio soltó un alarido siniestro y la joven avanzó sin compasión. Sosteniendo la espada con ambas manos, dio un medio giro y le cortó la cabeza.
Un hedor repugnante se esparció por la capilla. Antes de que la bruja terminase su conjuro, Jioan atravesó el corazón del demonio y este se convirtió en cenizas.
Respirando con esfuerzo, la sílfide cerró los ojos. Sartriana se acercó con cautela y recogió la piedra sagrada. Jioan bajó la espada.
—Parece que tu mala leche no es tan terrible después de todo —dijo la bruja mirando los restos de Raoch.
—Ya ves —respondió envainando su espada tras haberla limpiado de la sangre del demonio-. Para algo tiene que servir tanto temperamento.
—Podrías darme las gracias, ¿no?
—Podría, pero haré algo mejor…
Sartriana se cogió a los hombros de Jioan con fuerza, cuando esta se le acercó y le estampó un beso en la boca.
Una vez superada la primera impresión, la jovencita dio un paso atrás.
—Bien —murmuró relamiéndose los labios con disimulo—. Creo que es hora de devolver la piedra. —Jioan asintió con la cabeza.
Ante aquella respuesta tan inesperada, la joven sílfide sintió un mazazo en el estómago. Eso le pasaba por darle rienda suelta a sus debilidades. Y no lo negaría, la joven bruja era una debilidad. Sartriana, observándola con disimulo, reía para sus adentros. Jioan atisbó un brillo en aquellos ojos verdes y se lanzó de nuevo.
—Cuando vuelva a ser como antes, ¿aceptarías salir por ahí? —La elemental del viento se mordió el labio inferior y sin poder evitarlo, se sonrojó.
La bruja se fijó en lo hermosa que era su compañera, así, con las mejillas sonrojadas.
—¿Quieres decir cuando seas chico otra vez? —Jioan asintió.
—Claro, tonta ¿a qué iba a referirme si no? —La bruja se encogió de hombros.
—Qué se yo… podrías tener una filia mientras eres salamandra —dijo reprimiendo una risita.
—Serás capulla.
Sartriana rio bajito.
—Podríamos ir por ahí luego de entregar esto… —La bruja le dejó la piedra sagrada en la mano.
La sílfide se le quedó mirando con la sorpresa dibujada en el rostro.
—No te importa que… —Ella negó con la cabeza y esbozó una sonrisa cálida.
—Mientras me beses otra vez, todo lo demás me da un poco igual.
Jioan volvió a besarla. La joven bruja suspiró, estremecida.
—Cuando eres chico ¿besas igual de bien?
—Te tocará averiguarlo por ti misma. —Jioan sonrió con picardía.
Tomadas de la mano, las chicas salieron de la capilla.
Epílogo
Irstez observaba los relojes sagrados avanzar, mientras el sol descendía, por fin, escondiéndose en el horizonte. Respiró profundo y volvió a su cabaña.
Treones después, en Atrinfinitum, Cronus permanecía concentrado y con una expresión de incredulidad en el rostro.
—¿Estás seguro de tu decisión?
—Lo estoy.
—Bien —dijo el gran hermano, consternado—. Imagino que querrás marcharte a la dimensión mortal. —Jioan asintió—. Ve entonces, La hermandad te da su bendición.
El feérico se marchó sin mirar atrás. «Hice lo que tenía que hacer», pensó, mientras transitaba por las dimensiones. No le interesaba convertirse en hechicero, mucho menos ser custodio del tiempo. Prefería invertir este en vivir la vida al máximo; sobre todo ahora que ella estaba a su lado.
Abandonó el portal y giró a la derecha en dirección a Temple Bar. No sabía por qué se sorprendía tanto al ver a los humanos como si nada hubiese ocurrido. En realidad, así era para ellos. Una vibración inesperada lo puso en alerta. Alzó una ceja cuando vio al zarramo materializarse en sus narices.
—No te he Convocado, ¿qué haces aquí?
El sanador imitó su gesto.
—No vine por ti, jíbrido. Los sanadores podemos tener vida también. —Jioan se fijó en la joven druidesa que esperaba unos metros más allá, sonriente.
—Vale —dijo, aunque el zarramo ya le había dado la espalda.
Sonrió al percibir su aroma. Sus brazos lo rodearon desde atrás y pudo sentir sus pechos firmes, rozándole la espalda.
—¿Siempre tiene la piel tan verde? O solo es porque hoy se va de marcha a ligar con aquella hija de Morrigan.
Jioan se volteó para besarla.
—¿A ti qué te importa?
La chica soltó una risita.
—Luego dices que la cerilla con patas soy yo.
—Tú sigue buscándome las cosquillas, verás lo que te espera.
—Uy, qué miedo —se burló.
Picado por el comentario, la alzó en peso, materializó una compuerta y se la llevó. Sartriana sintió bajo su cuerpo la superficie cómoda de un colchón.
—Pero ¿y nuestra cita?
—La tendremos, pero después… —dijo y la besó comiéndole la boca con una ansiedad inusitada.
Sartriana sintió que se le doblaban los deditos de los pies y luego de rodearle la cintura con las piernas, se juró a sí misma, que comenzaría a provocarlo más a menudo.
Este relato ha sido escrito para participar en el reto Lubra de marzo ‘Tiemppo’, propuesto por Jessica Galera .
Elementos a utilizar en el desafío:
- Días, meses, años… en tu relato el tiempo se mide de un modo diferente.
- Inventa un refrán sobre el tiempo
- El reloj negro me dejó tres condiciones más, pero no revelaré ninguna hasta fin de mes, como manda la consigna. A ver si lográis descubrirlas vosotros solos
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