Las palabras de mi mentor seguían resonando en mi cabeza. A pesar de que el consejo se había tomado la libertad de liberarlo de sus obligaciones para conmigo, continuábamos encontrándonos como cada día, en la antesala de mis aposentos. Verle morir entre mis brazos había sido un golpe muy duro de asumir. La culpa por su muerte me acompañaría hasta el final de mi existencia. Tener la certeza de que alguien me quería muerto no hizo sino acicatear mi propósito: cumplir la última voluntad de Gerard.
Tras apertrecharme como correspondía a un ciudadano de mi rango, me dirigí al despacho de la Alianza. Atravesé cada control de seguridad hasta que por fin me vi en mi destino. Me coloqué en el sillón y pulsé en el teclado digital la clave que me había susurrado Gerard segundos antes de exhalar su último aliento.
El holograma de mi mentor me dio la bienvenida al materializarse frente a mí. Se me formó un nudo en la garganta producto de la tristeza y la culpa, pero respiré profundo y me sobrepuse. No había tiempo para gilipolleces sentimentales. Su voz, grave y profunda me advirtió que una vez me adentrase en el campus virtual no habría marcha atrás. Asentí, pues sabía que era imperativo acceder a la información que se me había estado ocultando, a pesar de haber sido escogido por el consejo como el próximo líder de la alianza entre carcax y progrex.
Respiré profundo y tragué para poder controlar el nudo que se iba formando en mis entrañas al ver aquellas imágenes. Tomas aéreas mostraban el verdadero estado de la tierra luego del cataclismo ocurrido en 2050. Comprobar con mis propios ojos aquella devastación empezaba a mermar mis fuerzas; pero lo peor estaba todavía por venir.
Ante mis ojos una gran cantidad de datos comenzaba a pasar con rapidez y entonces lo comprendí, nos habían estado engañando por casi un siglo. En realidad, no se estaba haciendo nada por revertir los daños; tampoco era cierto que estábamos repoblando la tierra, todo lo contrario, se había estado ejecutando un programa de selectividad tan severo que todo aquel que no cumpliese con determinados requisitos biológicos era exterminado, esterilizado o desterrado; era indispensable no malgastar los pocos recursos naturales y artificiales con los que habíamos estado sobreviviendo hasta el momento. La falsa igualdad que la alianza pretendía vender solo había sido una pantomima. En realidad, no teníamos derechos ni libertades; no éramos ciudadanos iguales ante la ley, ni podíamos tomar nuestras propias decisiones.
No estábamos intentando recuperar el planeta, solo nos habíamos asegurado la supervivencia al precio que fuese, incluso si eso contemplaba vidas humanas. No éramos una nueva nación, ni la representación de la evolución del ser humano. Sacrificábamos a nuestra propia especie, sobre todo aquella que no estuviese dispuesta a acatar las directrices de la alianza sin oponer resistencia.
Di un respingo ante aquella palabra. Un fuerte dolor de cabeza se me había alojado en la base del cráneo anulando por segundos mis sentidos. Casi entré en pánico al verme a oscuras sin poder percibir nada a mi alrededor. La voz de Gerard me reconfortó. Seguí sus instrucciones y en segundos logré recobrar mi percepción. Las imágenes que se sucedían ante mí no necesitaban palabras, ni adjetivos; la verdad estaba ocurriendo ante mí. Los renegados existían y los rumores que tanto se habían esforzado por acallar cobraban vida. Ahora comprendía por qué Richard y los otros no habían regresado nunca.
Cerré los ojos un instante y negué con la cabeza. No quería dar crédito a tanta crueldad. Con qué facilidad se nos engañó haciendo pasar como reconocimiento y honor lo que solo podía representar una pena de muerte encubierta, tan solo por el hecho de disentir, de ser diferente; de no querer formar parte de una mente colectiva con pensamiento único; por no querer olvidar el pasado.
Respiré profundo y negué con la cabeza a la propuesta de abandonar el campus virtual. Tenía que ver cada imagen, cada vida extinguida, cada promesa de la alianza incumplida; pues ese sería de ahora en adelante el motor que impulsara mi nuevo propósito
Me sequé las lágrimas con el dorso de la mano y me esforcé para recomponerme; más que nunca tenía que ser fuerte, sobre todo si pretendía darle una oportunidad a la tierra y a la especie humana. Tal como estaba programado el campus se autodestruyó sin dejar rastro alguno una vez se reprodujeron todos los ficheros almacenados en el repositorio. Gerard sabía bien lo que hacía, ahora todo lo llevaría grabado a fuego y terror en el laberinto de mi memoria. Por fortuna no fue lo único que se autodestruyó.
Revisé de forma minuciosa toda la información que ahora formaría parte de mí y apreté los dientes esperando la característica disonancia, pero esta nunca llegó. Luego de respirar profundo un par de veces, utilicé mi comunicador y establecí contacto.
Hora y media después me encontraba en el salón del consejo asumiendo mi puesto como el nuevo líder de la alianza. Entre tanto, bajo tierra, los renegados permanecían expectantes ante el discurso que estaba siendo transmitido en ambas estaciones continentales.
—¿De verdad confías en él? —Richard apoyó una mano en el hombro de su interlocutor.
—Confío y tú también deberías confiar.
Ambos se giraron hacia la gran pantalla al escuchar el final de aquel discurso.
—No os defraudaré. Honraré el compromiso que me habéis otorgado. Tiempos de cambio vendrán para quedarse y el futuro será tal y como lo habéis imaginado.
Richard y su interlocutor sonrieron comprendiendo el verdadero significado de aquellas palabras: la última eclosión acababa de comenzar y esta vez, sería definitiva.
Este cuento fue seleccionado por la Revista Penumbria de México, para formar parte de su quincuagésima antología, que lleva por nombre «Antología de cuento fantástico, dedicada al fin del mundo».
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