MENAROK

Tiempo de lectura estimado: 14 minutos
Una ciudad de estilo futurista. En el cielo se ven algunas aves, un globo de aire caliente y un reloj enorme con números romanos.
Imagen libre de derechos tomada de Pxfuel

Botorrita (Contrebia Belaisca), 2022 d. C.

Pilar se ajustó la gorra e inspiró profundo. Aferró la linterna con firmeza. El haz de luz tembló unos segundos. El corazón le martillaba contra las costillas; en su cabeza sonaba como una melodía tribal acuciante. Puso el pie derecho sobre el arcilloso escalón e inició el descenso sin imaginarse lo que estaba por ocurrir.

Menarok, 2122 d. H.

Kleon contuvo la respiración. Ni sus oídos ni sus ojos daban crédito a lo que estaba presenciando.

—La era del cambio ha llegado —gritó a todo pulmón el sujeto—. El mesías vendrá… La opresión que nos ha tenido esclavizados desde la hecatombe morirá por fin y seremos libres…

El sujeto levitó segundos antes de que una malla de tentáculos fluorescentes lo apresara. Envuelto como un capullo incandescente, desapareció sin dejar rastros.

Kleon tragó saliva. El nudo en la garganta lo salvó de emitir un gemido lastimero. Visualizar aquella ejecución le erizó los pelos de la nuca.

—¿Hay testigos de este suceso? —preguntó Novak con su gelidez habitual.

—No. Por fortuna se hallaba fuera de la red neuronal. Tomamos la impresión visual de uno de nuestros centinelas y la hemos suprimido del registro —explicó la asistente.

—Perfecto. Ahora que estoy tan cerca de lograr mi objetivo no me interesan rumores absurdos. ¿Has programado la propagación del virus? No quiero dilatar más mis planes.

—En menos de treinta y seis horas circulará por la red neuronal.

—Además de ti, ¿alguien más conoce nuestras actividades?

—La discreción se ha priorizado por encima de los demás aspectos.

—Siempre tan meticulosa —reconoció un instante antes de clavarle una aguja en el cuello.

Kleon, boquiabierto, observó cómo el cuerpo de la asistente de Novak se consumía sin que el científico moviese un dedo por ayudarla. Preso del pánico, bloqueó la conexión con la red neuronal y se retiró el dispositivo. Necesitaba retomar la serenidad o correría un destino parecido. Levitó apenas un par de centímetros y se alejó todo lo que pudo del laboratorio.

Deambuló sin rumbo fijo mientras los últimos acontecimientos y sus implicaciones se asentaban como una losa pesada en su psique. ¿Podría informar al consejo de lo que había atestiguado? Descartó la posibilidad. Novak tenía poder suficiente como para aniquilarlo antes de que pudiese convencerlos. Contaba con treinta y seis horas para hallar una solución. Por el momento haría lo único que podía darle una ventaja.

Expandió sus sentidos y apoyó las rodillas en el césped. Hundió los dedos en la tierra y vació toda su energía.

Botorrita (Contrebia Belaisca), 2022 d. C.

Pilar apoyó el pie izquierdo y se volvió. El suelo bajo sus pies se sacudió con tanta fuerza que trastabilló. Soltó la linterna en busca de algún asidero. Los gritos retumbaban en la cripta. Un estruendo seco casi le detiene el corazón. Frente a sí, una grieta dimensional se abría con extraordinaria rapidez. Dio un paso atrás; no contó con que, desde la grieta, una energía magnética tiraba de ella y de todo objeto que estuviese a su alrededor. Pese a sus gritos, nadie acudió a auxiliarla. Agotada por el esfuerzo se dejó arrastrar.

Menarok, 2122 d. H.

Kleon pulsó el atomizador cerca del rostro de la recién llegada; debía despertarla cuanto antes. Pilar tosió y abrió los ojos. La sensación de cosquilleo en la nariz desató una serie de estornudos que la obligó a cubrirse la cara con ambas manos.

—¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? —La joven se incorporó con brusquedad.

El singular atuendo del muchacho que la observaba le disparó las pulsaciones. ¿Estaría alucinando? La idea se le cruzó por la cabeza. Se frotó los ojos y parpadeó hasta que se le llenaron de lágrimas que contuvo por pura tozudez.

—No alucinas. Soy tan real como tú.

Pilar se acuclilló en un movimiento defensivo.

—¿Cómo puedes saber…?

El zumbido que se aproximaba a ellos aumentaba de intensidad con demasiado frenesí.

—Prometo explicártelo todo, pero ahora ¡corre!

Pilar quiso emprender el trote. En dos inspiraciones se hallaba a centímetros del suelo. Un grito casi se le escapa por la impresión. Kleon le tapó la boca y tiró de ella. Los dos se perdieron entre la densa neblina que envolvía el paisaje en una turbidez plomiza.

Pilar se cruzó de brazos. Kleon hizo un ademán invitándola a sentarse en algo que la joven no logró definir con exactitud: lucía como una roca de bordes demasiado filosos para su gusto.

—¿A dónde me has traído?

—Es un lugar seguro. No te preocupes.

—Que no me preocupe, dice —resopló—. En menos de diez minutos despierto con un desconocido, nos persigue un… no sé ni como denominarlo y sigo sin respuesta a mis preguntas. Encima, me muero de sed y ni siquiera me ofreces un vaso de agua.

Las mejillas de Kleon adoptaron un matiz rojizo. El joven pasó frente a ella y entró en el espacio contiguo. Pilar lo siguió. La joven se quedó boquiabierta. Aquella estancia lucía como un laboratorio de esos que salen en las pelis de ciencia ficción.

—Toma. Póntela debajo de la lengua, calmará la sensación y evitará que te deshidrates —dijo con un pequeño óvalo entre los dedos—. No pretendo envenenarte. Es solo que en Menarok el agua no es de consumo humano. De paso, es bastante escasa.

—¿Menarok? —La sed la estaba volviendo loca, así que cogió el óvalo y siguió las instrucciones.

Treinta segundos tardó la esponja en disolverse y otros quince en provocarle la sensación más refrescante de toda su vida. Kleon cabeceó y la invitó a volver al salón con un ademán.

—Siéntate, por favor.

Pilar se dejó caer con cuidado. El impacto sensorial casi le desorbita los ojos. Lo menos que esperaba era hundirse como si se hubiese sentado sobre un almohadón de plumas.

—Vas a decirme que aquí nada es lo que parece, supongo —soltó entre dientes.

Kleon la miró con los labios apretados y las cejas muy juntas.

—En realidad iba a decirte cómo me llamo y que te hice venir por necesidad. —Pilar se mordió el labio inferior.

—Menarok ¿qué es?

—Para hacerte el cuento corto, es una dimensión en paralelo a la tuya.

—¿Y por qué estoy aquí?

—Necesito que me ayudes a salvar a mi pueblo de un científico desquiciado que quiere acabar con nosotros y hacerse con el poder.

—¿Esperas que te crea? —Él asintió con un movimiento de cabeza.

—¿Por qué habría de mentirte?

—Porque estás un poco chalado, ¿por ejemplo?

Pilar no lo vio aproximarse. En menos de veinte segundos le había colocado un dispositivo en la cabeza y la tenía sujeta por ambas muñecas.

—Inspira hondo y no te resistas. No te dolerá.

El instinto la empujó a debatirse. Él la sostuvo con más firmeza. Pilar se quedó sin aliento en el instante en que los recuerdos de Kleon fluyeron con rapidez hacia su psique.

—Quí-quí-quítame esa cosa. ¡Ya! ¡Quítamela! —La joven se zafó con brusquedad y se arrancó el dispositivo.

La interrupción en la transmisión provocó que el sesenta por ciento de la información se perdiese en el vacío interneuronal. Como efecto más inmediato, debido a la abrupta desconexión, las náuseas le anegaron la garganta de bilis.

—¿Me ayudarás?

—No sé, yo solo soy estudiante de arqueología. ¿Cómo puedo combatir algo que ni siquiera entiendo?

—Al menos piénsatelo. Si no por mí, por los miles de menarokenses que morirán si no hacemos algo para detenerlo.

—Vale, lo pensaré.

Kleon suspiró aliviado. Pese a no haber obtenido una respuesta definitiva, tampoco obtuvo un rechazo absoluto y eso era mucho más de lo que esperaba.

El zumbido que oyó rompió la somnolencia que la mantenía aletargada, un efecto secundario tras la conexión a la red neuronal. Pilar se incorporó sudorosa, con el pulso a todo galope y un nudo en la boca del estómago.

—Venga, debemos marcharnos. No tenemos tiempo que perder —dijo Kleon con la mano extendida en su dirección.

La joven se asió con firmeza. En segundos huían con rumbo desconocido. Ocultos entre unos matorrales vieron pasar al centinela robótico con forma de medusa.

—¿Vas a explicarme qué diablos ocurre? ¿Qué es eso que nos persigue?

—Chist. Aguarda a que se aleje. —Tiró de ella en dirección contraria—. Eso es un centinela. Tus emociones son un imán. Emites con tanta potencia que pueden detectarte a distancia. No sé por qué no lo tuve en cuenta antes.

—¿Y qué? ¿Está prohibido sentir? —El joven cabeceó con brusquedad—. Estáis como putas cabras.

—Puede que lleves razón. Ten en cuenta que, tras nuestra hecatombe, las emociones son consideradas un peligro y una debilidad. Erradicarlas ha sido un propósito común; mantenerlas silenciadas nos ha permitido sobrevivir durante todo este tiempo.

—¿De cuánto estamos hablando?

—En tu dimensión, cien años.

—¿Estamos en 2121? —Él asintió.

El gesto de preocupación del joven le encogió el estómago. Pilar se volvió. Un manchón enorme se aproximaba a toda velocidad.

—¿Has tomado alguna decisión? Porque si es así, este es el mejor momento para que me lo digas.

—Cuenta conmigo —declaró ella—. Ahora, ¡sácanos de aquí!

En un parpadeo salieron disparados sin mirar atrás.

Pilar se detuvo en cuanto divisó la estructura helicoidal cubierta de paneles reflectantes.

—Vi ese lugar en tus recuerdos. ¿Te has vuelto loco? Vas a meternos en la boca del lobo.

—Es nuestra mejor alternativa. Novak no va a esperar que seamos tan atrevidos.

—Obvio —dijo y se cruzó de brazos—. La única salida es que saboteáramos el cerebro central de esa maldita red. ¿Te imaginas lo protegido que debe estar?

Los ojos de Kleon brillaron.

—Quizá no tanto como crees.

—¿De verdad pretendes sabotear ese cerebro?

—En cuanto me acercase mis patrones neuronales despertarían una alerta, pero los tuyos…

—No hablas en serio.

El joven asintió varias veces y sin que pudiera replicar, la arrastró al interior de la estructura.

Kleon le entregó un objeto de aspecto cristalino que, al tacto, resultaba maleable y viscoso. Pilar contuvo las arcadas y lo sostuvo entre dos dedos.

—Repíteme las instrucciones, por favor —El joven puso los ojos en blanco una vez más.

—No te compliques —dijo y señaló hacia la puerta—. Crearé la distracción para que te cueles por allí. Una vez dentro, sueltas la cápsula. En cuanto entre en contacto con la superficie hará su trabajo.

—Estás convencidísimo de que esta porquería abrirá los canales de transmisión… —Pilar se mordió el labio inferior; no hallaba la palabra correcta.

—Sinápticas. Y sí, tranquila. El virus es experimental, pero logrará su cometido. Después yo me encargo de filtrar la información.

Pilar inspiró muy hondo y cabeceó.

—¿Segurísimo de que este método es infalible?

Kleon evitó responder a la pregunta. Hizo un ademán y se perdió en dirección contraria.

«Menudos follones en los que me meto por no saber decir que no». La joven descartó el soliloquio con su conciencia y avanzó a zancadas.

—Intruso en el sector oeste. —La voz monocorde la sobresaltó.

—Verás tú como esto no funcione —masculló para sí y apoyó la frente en el panel junto a la puerta.

Un tufillo a cable chamuscado se le metió por la nariz. Recordó la advertencia de Kleon y contuvo la respiración. El humo que desprendía el panel se dispersó en dos manoteos. Antes de que pudiese arrepentirse pulsó el botón ubicado en el centro de la puerta. El clic seco precedió al deslizamiento lateral de la hoja. Acicateada por la descarga de adrenalina, entró.

La habitación estaba en penumbras. La perspectiva de avanzar a tientas no le gustaba ni un pelo. Dio el primer paso. Despegar el pie le costó lo suyo. ¿Qué había pasado allí dentro? A diferencia del ambiente exterior, dentro de aquella habitación, cada paso ameritaba un esfuerzo importante. No contaba con tiempo para devaneos. Pese a la resistencia, avanzó con sigilo. Advirtió el cambio de superficie bajo sus pies. El rechinar de las suelas de sus botas contra la lisa superficie la obligó a detenerse.

Entornó los párpados. Un destello repentino la cegó durante algunos segundos. Boquiabierta, vio el núcleo palpitante del cual partían miles de haces luminosos. Se aproximó tan rápido como se lo permitió la fuerza de atracción que tiraba de ella hacia el suelo. Extendió la mano izquierda.

—Debo reconocer que vuestro atrevimiento me tomó por sorpresa. —Novak surgió de entre la penumbra.

Pilar se volvió con rapidez. La sensación pegajosa en los dedos le provocó cierta repugnancia. Apoyó ambas manos en las caderas. Reconoció al sujeto que la miraba con cara de pocos amigos. La piel se le puso de gallina en cuanto afloraron los recuerdos en su psique.

—Ya ve, los jóvenes seguimos siendo impredecibles con todo y su control mental.

—Inconscientes os ajusta mucho mejor. De todas formas, eso dejará de ser un problema en breve. —La sonrisa del científico le revolvió el estómago.

—Lo dice por ese virus que propagó en la red neuronal, ¿verdad?

Novak avanzó hacia ella. Pilar reculó un paso. El hombre la cogió de los brazos con fuerza.

—¿Qué sabes tú de eso?

—La verdad —dijo en voz alta—. Ni más ni menos. —El hombre la agarró del cuello y apretó con fuerza.

—Ni tú ni nadie va a impedir que acometa mis propósitos. Menarok estará bajo mi control en menos de doce horas y tú pasarás a la historia igual que tu amiguito. Despídete de esta dimensión, mocosa entrometida.

—Intrusión no autorizada. Virus desconocido. Transmisión sináptica no cifrada. Cinco segundos para bloqueo y desconexión temporal.

—¡¿Qué habéis hecho?!

—Salvar miles de vidas —contestó ella a duras penas.

Novak rugió. La puerta a sus espaldas salió despedida.

—Suelte a esa joven, doctor —ordenó una voz nasal y monocorde.

—Puedo explicaros lo ocurrido, su excelencia. Estos inadaptados pretendían…

El hombre levantó la palma.

—Desde luego que lo explicará con lujo de detalles, ante el consejo y su tribunal. Por el momento y hasta nuevo aviso, queda usted relevado de sus funciones.

—¡No podéis hacerme esto! —gritó Novak—. No tenéis ni idea de lo que soy capaz de hacer. Os arrepentiréis, os lo aseguro.

El trío de uniformados que acompañaba al miembro del consejo lo sometió tras varios minutos de resistencia.

—Llevadlo a aislamiento sensorial. Una vez se haya calmado, iniciad el interrogatorio.

Los uniformados arrastraron al científico.

—Jovencita —dijo el consejero—. Agradecemos vuestra colaboración. Una vez se aclare este asunto, haremos lo necesario para que pueda regresar a su dimensión. ¿Está de acuerdo?

Pilar asintió con la cabeza. El dolor de garganta la persuadió de hacer preguntas inoportunas.

—Me ocuparé de que revisen su estado de salud —dijo Kleon y dio un paso hacia ella.

—Asegúrate de que recibe toda la atención necesaria, Kleon —ordenó el consejero, segundos antes de abandonar la estancia.

Pilar observó con aprensión la cápsula en la que permanecía Novak. Después de una semana de deliberaciones, el juicio había arrojado el resultado y su respectiva sentencia: suspensión perpetua.

—No es tan terrible como parece —dijo Kleon—. Permanecerá suspendido hasta que su organismo decida detenerse.

—Es como una condena a cadena perpetua.

—¿Sientes pena por él? Quiso matarte.

Ella desvió la mirada de la cápsula.

—Quizá… Es solo que me imagino encerrada en una cárcel así y se me encoge el corazón.

—No tiene noción de nada. Imagina que es como estar dormido.

—¿Estáis seguros de que no puede despertar? ¿No puede salir de allí?

—No te preocupes de nada. La cápsula es inviolable. ¿Lista para volver?

Pilar asintió. Entre tanto, en otro lugar de Menarok, un operador categoría tres, subdenominación delta, advertía la intrusión mental que lo dejó a merced de una Psique que, en teoría, debía hallarse en suspensión perpetua.

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