El farmacéutico queda preso de los recuerdos un instante. Su mente vaga; tiene la mirada perdida. La imagen del último amante de su mujer lo lleva de vuelta al pasado: los ojos del tipo se llenan de lágrimas. El destello de la hoja del cuchillo le arranca un sollozo. El farmacéutico eleva las comisuras; su sonrisa es escalofriante. Se humedece el labio inferior con la lengua.
—Seré rápido; no te dolerá, te lo prometo. —El tipo recula; choca contra el cabecero de la cama.
***
Le encanta la forma que tiene Isabella de correrse. Está listo para seguirla. El cosquilleo que le recorre desde los huevos le roba un jadeo. Un empellón más y vendrá el éxtasis.
Un gruñido desconocido capta su atención. Abre los ojos. El destello metálico tras la cabeza de Isabella lo ciega un instante. Ambas miradas masculinas coinciden. Reconoce esos ojos.
El tipo tira de la melena femenina; el esbelto cuello queda a su merced. Ella chilla. Boquiabierto contempla cómo aquel filo deja un rastro rojizo en la inmaculada piel. Las gotas lo salpican.
—¿Todo bien, macho? —le pregunta.
Es incapaz de abrir la boca. Esa mirada lo paraliza.
—Seré muy rápido, no te dolerá, lo prometo.
La sonrisa macabra que le ofrece le afloja los esfínteres. Menudo recuerdo se llevará al más allá. Qué forma más chunga de joderle el polvo.
***
La mano femenina coge el móvil. Ubica en la agenda el contacto de Rogelio.
—Haré lo posible por cerrar pronto para que desayunemos juntos. —La mujer se aparta el móvil de la oreja.
—Te prepararé tortitas, cariño —responde.
—Amo tus tortitas, cielo. —La puerta tintinea al cerrarse.
La mujer se asoma. Verifica que su marido se ha ido antes de marcar. El tono repica dos veces.
—Hola, nena.
—Mi marido ha salido ya para el curro, ¿Te vienes?
—En media hora estoy contigo.
***
El farmacéutico cierra la puerta a sus espaldas. El coro de gemidos lo obliga a acelerar el paso. El corazón le galopa como un potro desbocado. Coge el pomo y empuja con fuerza.
El culo de su mujer le da la bienvenida. El agudo gemido femenino le roba el aliento; se les aproxima con la sed de sangre rugiéndole en las orejas.
***
La puerta se abre. Él lanza algo más que un lúbrico vistazo.
—Estás para comerte, nena. —La mujer lo coge por la camiseta y tira del hombre; tiene el tiempo justo antes de que su marido vuelva.
Rogelio se pone el condón que ella le da tan rápido como puede. Isabella está ansiosa. Es tan ardiente… Lo empuja y él se deja hacer. Tumbado de espaldas la contempla. Lo monta y lo cabalga salvaje. Sus tetas se balancean y lo embelesan. Lleva mucho follando con ella; reconoce cuando está a punto.
—Córrete, así… córrete. —Le pellizca los pezones como le gusta.
***
Tras la llamada Rogelio busca su cartera. Hurga con rapidez.
—Me cago en la puta; me gasté el último condón la otra noche… mierda.
Observa su reloj. Su pensamiento vuela. «Si acorto por la calle Girona me ahorro diez minutos y llego a tiempo.» Coge las llaves y cierra tras de sí. Baja los peldaños de dos en dos.
Distingue el anuncio de la farmacia. Un ruido llama su atención. Entorna los párpados para enfocar. Se aproxima… ese tipo quizá necesite ayuda.
—¿Todo bien, macho? —El tipo da un respingo.
—Por supuesto. Es que soy muy torpe y tropecé.
Sus ojos se desvían un instante. Está demasiado oscuro; sin embargo, El bulto en el suelo es lo bastante grande como para ignorarlo; además, huele fatal. La piel se le eriza con la mirada de aquel tío. alza las palmas en su dirección y recula a prisa.
—Ella seguro acepta follar a pelo, no será la primera vez —piensa en voz alta. Los ojos del farmacéutico centellean.
Rogelio se marcha a zancadas, no quiere hacerla esperar. Ya se le ocurrirá alguna excusa.

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