Etiqueta: Aventura

  • Khayanna: vendedora de anams

    Una joven con alas de pie sobre unas rocas en primer plano. Al fondo un paisaje natural algo árido con rocas y una tormenta en pleno desarrollo con nubes y relámpagos
    Imagen libre de derechos tomada de Pxfuel

    Sinopsis:

    Tras la última guerra, Dualshe quedó dividida en dos y sumida en una niebla sempiterna que nubla los sentidos y entumece la mente. saolenses y síceros sobreviven en la cuerda floja gracias a la venta de anams, receptáculos que contienen el alma y las emociones de los antiguos habitantes de Dualse y que minimizan los efectos nocivos de la nébula. A ninguna de las dos facciones les agrada hacer tratos, pero cualquier cosa es mejor que convertirse en básteros, devoradores insaciables de anams y soldados de la muerte.

    Khayanna acaba de convertirse en dhíole al suceder a Mineas, uno de los vendedores saolenses con mejor reputación en el mercado de anams. Pese a haber sido entrenada por él y contar con un don especial para detectar a los básteros y rastrear a los síceros, caerá en una trampa que le hará perder su reputación , pondrá en riesgo su vida y sacudirá el frágil equilibrio entre ambas razas. Y es que, quien ose vender un anam a un bástero o quien se atreva a incumplir la palabra dada en una transacción con un dualsense será condenado a la muerte eterna.

    Tlayon tiene un objetivo en su existencia desde que era un crío: recuperar el anam que fuese del primero de sus ancestros síceros y está dispuesto a hacer lo que sea para conseguirlo, incluso, pactar con un bástero. La única barrera que se interpondrá en su camino es la sucesora de Mineas, a quien deberá convencer de que juntos tendrán más probabilidades de salir con vida del problema en que los ha metido su obsesión.


    «La confianza puede ser un regalo precioso
    y, al mismo tiempo, la más terrible de las maldiciones». —Lehna Valduciel.

    Khayanna

    El gran medallón que me acaban de colgar pesa mucho más de lo que me imaginaba. Qué poca gracia me hace suceder a Mineas y que mal tino ha tenido en pasar al otro plano justo en plena tormenta.

    —Tú, viejo panzón, eres un inoportuno de mierda y, si acaso me ves desde el Otro Lado, Que sepas que la has cagado a lo grande. Me devorarán como lo que soy: una pichona sin experiencia. Te lo advertí cientos de veces, soy demasiado joven para convertirme en dhíole. Da igual lo que tú creyeras, ¿me oyes? Ninguno va a querer mercadear conmigo. —Hago una mueca al darme cuenta de que no estoy a solas como creía.

    Mokay, el asistente de Mineas me mira y el tic de su nariz aguileña me grita lo impaciente que está porque me ocupe de mi mentor. Arrugo la nariz, la pestilencia no me deja otra alternativa. Me fijo en su rostro desfigurado y violáceo. Trago saliva y evito inhalar hondo; no quiero correr riesgos, durante la transición a bástero cualquier cosa puede ocurrir. Mokay me acicatea con la mirada. Tengo que hacerlo, lo sé. Era su última voluntad: no convertirse jamás en uno de ellos. Me entrega el cuchillo ceremonial y una vez que cojo la empuñadura es como si me transformase en otra. Mis emociones, siempre a flor de piel se atenúan y una racionalidad inusitada se apodera de mí. La tarea que debo enfrentar a continuación requiere tener el estómago bien asentado y los nervios de acero. Titubeo y por una fracción de segundos la inseguridad me sacude. «No voy a ser capaz de continuar», me digo en silencio mientras aferro el cuchillo con fuerza. De súbito las palabras del juramento al cual accedí a cambio de no enfrentar un centenar de azotes, surgen de lo más profundo de mi memoria. «Jura que no dejarás de mí ni un solo trozo unido, júramelo. Primero cenizas que un maldito bástero». El recuerdo de su mirada es el empuje que necesito para iniciar la tarea de salvar su esencia y su legado.

    🌩

    He tenido que tragarme cada palabra malsonante en contra de mi mentor. Donde quiera que esté, se debe estar descojonando. Yo misma no termino de creerme lo lejos que he llegado en un par de semanas. Lo más sorprendente es la cantidad de síceros que piden negociar conmigo. Ahora mismo me espera Tlayon y no me explico qué lo habrá empujado por fin a acudir a la cita, luego de haberla cancelado tantas veces. Me aproximo al ventanal. El pulso se me dispara ante la nébula rojiza que casi cubre el paisaje en su totalidad. Pese a encontrarme tras el cristal, mi memoria sensorial se activa en segundos y mi psique experimenta el hedor y la gelidez que acompañan a la nefasta capa que, día tras día, parece más densa.

    El aleteo que oigo detrás de mí rompe el breve trance. Sonrío y ladeo un poco la cabeza. Kof se aproxima revoloteando, juguetón. Recoge las alas con extraordinaria rapidez y se posa sobre mi hombro derecho. Frota el hocico contra mi mejilla y de pronto se yergue y muestra los colmillos, olisquea y rechina los dientes. Yo también percibo la presencia del sícero y me vuelvo con lentitud.

    🌩

    Tlayon

    La sucesora de Mineas no es como la retratan los rumores. Luce como una adolescente frívola, caprichosa, ¿quizá? Observo su aspecto con detenimiento; reconozco que cumple con mi canon de belleza. La sensualidad que desprenden sus movimientos relata su origen. Es un volcán emocional; me lo dice la forma en que refulgen sus iris. La tensión que la mantiene en esa postura tan rígida desde que se volvió para darme la cara, habla de un autocontrol extraordinario. Me fijo en su estilizado cuello y en esa zona de la piel que le palpita, acelerada. Un destello capta mi atención. Paseo los ojos por el profundo escote hasta que lo distingo. El anam se asoma por el borde de la blusa. El brillo que emite titila al mismo ritmo del pulso en su garganta.

    —Sé bienvenido —saluda y me invita a sentarme con un ademán.

    —Agradezco vuestra deferencia al recibirme después de que Mineas me echase la última vez.

    La sigo con la mirada. El bicho que permanece sobre su hombro derecho me muestra los dientes y por un instante me pregunto si es posible que advierta las verdaderas intenciones de mi visita. Esa forma en que sacude la larga cola me parece demasiada hostilidad o, quizá me estoy dejando llevar por meras elucubraciones. Descarto la idea por lo inverosímil que me resulta.

    —Mineas fue mi mentor —dice y da un vistazo alrededor—. Eso no implica que adopte sus formas ni sus criterios. Pese a lo que puedas creer, tengo las ideas claras y mis pensamientos son consistentes y racionales. Los saolenses no somos unos impulsivos descerebrados.

    —Hice una observación, no había ningún trasfondo en particular —miento

    —No merece la pena discutir. ¿Por qué no nos hacemos el momento más grato y sellamos la transacción?? Dime qué tipo de anam buscas. Si no existe me encargaré de elaborarte uno que te calce a la perfección —propone y da un paso hacia mí.

    El tono seductor que emplea me intriga. No obstante, me aproximo a ella con cautela. La criatura que la acompaña no me quita los ojos de encima. Ese par de rubíes, capaz de mirar sin apenas parpadear, son tan llamativos; su expresividad es notable. Por fortuna, solo necesito un poco más de cercanía y unos segundos para lograr mi cometido. Dudo que pueda reaccionar en mi contra si acaso nota mis pretensiones.

    —Me interesan los anams más antiguos. Esos que pertenecieron a nuestros ancestros síceros —ella cabecea y chasquea los dedos.

    La pequeña bestia sobre su hombro, extiende las alas a tal velocidad que me deja perplejo. A esta distancia distingo las púas que le recubren más de un tercio de la cola. Reculo un paso y disimulo lo mejor que puedo, aunque la seriedad que adopta el rostro de la mercadera me advierte que, quizá, no logré mi propósito.

    —Kof es totalmente inofensivo. —Ella acerca la palma para acariciar al animal.

    La criatura le lame los dedos y tras aletear, presa del éxtasis, asciende a gran velocidad.

    «Puede que tu mascota lo sea, pero yo no lo soy». Reprimo el pensamiento y me enfoco. El tiempo es clave y perderlo en socializaciones absurdas es un sinsentido.

    —Toda una experiencia negociar con tanta presteza —digo y le extiendo la mano.

    Ella cabecea de nuevo en un asentimiento y corresponde a mi gesto. Aprovecho esos valiosos segundos y en lo que nuestros dedos se rozan detengo el tiempo.

    🌩

    Me cercioro de que la criatura también permanezca atrapada en la cápsula dimensional. Exhalo el aire en cuanto la distingo a bastante altura, suspendida y rígida. Salgo disparado de la estancia y abro el segmento dimensional que me llevará directo al lugar de descanso de Mineas. Los trazos del mapa que me mostró Freidom en nuestro último encuentro emergen de lo profundo de mi memoria. Reajusto el destino y cruzo.

    Enciendo una pequeña llama para avanzar con más agilidad. Atravieso el umbral de la siguiente puerta y doy un vistazo alrededor. Hay cirios custodiando las cenizas del antiguo mercader. Apago mi iluminación improvisada y camino hacia el altar. Enseguida hallo lo que busco y lo cojo. El cruthaig es mucho más liviano de lo que esperaba. También más cálido. Las piedras preciosas refulgen con timidez en cuanto las rozo. Altero la materia que lo conforma y disimulo su aspecto. Satisfecho de la apariencia que ofrece me paso la cadena por la cabeza y me lo cuelgo del cuello. Desando el camino tan rápido como puedo.

    A medida que avanzo noto cómo lo que me rodea titila. Aprieto el paso a zancada viva. Retomo mi posición una fracción de segundos antes de que el tiempo se reanude.

    La saolense parpadea ceñuda. Le estrecho la mano con firmeza para acaparar su atención. La confusión se le dibuja en el rostro y no sé si habrá notado el cambio en mi respiración.

    —Eh, bueno… —Ella rompe el contacto—. En dos días te será entregado, ¿te parece bien?

    —Me parece perfecto —aseguro a media voz.

    Ella fija sus ojos en mí. El escrutinio al que me somete me parece invasivo y no comprendo del todo a qué viene. ¿Habrá notado el quiebre temporal?

    —Eso pensé —dice y recula un paso—. Es evidente que llevas mucho sin un anam. Percibo en ti los efectos de la nébula.

    —Sigo siendo un sícero —digo cortante; más de lo que resulta conveniente.

    —Puede ser, pero hiedes a bástero.

    La observación me toma desprevenido. ¿Acaso es capaz de percibir la esencia bástera? Eso explica por qué Mineas la acogió como pupila.

    —Será por el último enfrentamiento que tuve la misma noche que Mineas… —Ella levanta una mano y me interrumpe.

    —No requiero de tus explicaciones. Ahora, si no te importa, debo atender otros asuntos.

    Cabeceo con discreción y doy marcha atrás.

    —volveré en dos días.

    —Más te vale, no me gusta que me hagan perder el tiempo, mucho menos energía vital.

    La forma en que me responde me aclara por qué la llaman cabrona, incluso algunos de su misma raza.

    Eyled conmt trineig caust tregab —murmuro en dualsay, la lengua ancestral.

    —Soy todavía mucho más cabrona. No me preocupa lo que piensen.

    Que entendiese una lengua considerada casi muerta me deja sin palabras. ¿Cuántos secretos tiene guardados bajo la manga?

    🌩

    Khayanna

    Kof no deja de revolotear de un lado a otro. Percibe mejor que yo el caos en que se ha transformado Dualse tras la última oleada de conversiones. Nadie consigue una explicación para que en día y medio casi un veintenar de síceros y saolenses se hayan convertido en básteros. Rechina los dientes en cuanto ve a Mokay atravesar el arco de entrada. La tensión que le arruga la frente y las comisuras de los ojos al mirarme, me advierte que trae pésimas noticias.

    —Vengo del Clodrium. —Su tono se agrava un par de octavas—. Los consejeros han emitido una orden en vuestra contra.

    —¿Qué dices? —Kof se posa en mi hombro—. ¿Qué coño tengo yo que ver en todo esto?

    El rostro de Mokay se ensombrece.

    —Un saolence os ha acusado de estafa. Alega que le habéis vendido un cristal cualquiera en lugar de un verdadero anam. Asegura que el mercado está lleno de falsificaciones.

    —Eso es absurdo, yo jamás haría algo semejante. ¿De dónde se ha sacado esa idiotez?

    —Eso no es todo —me interrumpe—. Han capturado a un par de básteros y… —El silencio de Mokay me crispa.

    —Habla de una maldita vez, odio las pausas dramáticas.

    —Llevaban anams —dice y desvía la mirada; eco de pasos se oyen desde el pasillo—. Tienen el mismo diseño que los nuestros.

    La noticia me cae como una tormenta en pleno invierno. La sensación de que la desgracia se cierne sobre mí me anuda la garganta y el estómago. Una idea perturbadora se abre paso entre la maraña de mis pensamientos y niego con la cabeza. Kof se eleva y marca cierta distancia que le agradezco. La imagen de la última visita que tuve murallas adentro surge de pronto desde algún rincón de mi memoria; expando mi don y me estremezco en cuanto percibo su esencia sícera, envuelta en ese tufillo que reconocí y al que no le di mayor importancia. Maldigo mi arrogancia y hecho a correr; Mokay me sigue muy de cerca. «Jamás negocies murallas adentro. El lugar de los anam y las ventas es el mercado. Solo quien se gane tu confianza tiene derecho a pisar tu morada. Recuerda que en Dualse reina la traición. No te fíes demasiado de tus habilidades porque terminarás cometiendo un error que te costará sangre sudor y lágrimas»

    El pulso se me dispara en el instante en que fijo los ojos en el sactrum vacío. El consejo de mi mentor me aplasta como una pared de roca. Kof silba y pliega las alas. Desciende y se adelanta. Estoy tan perpleja que me quedo sin palabras. Es como si por un segundo me encontrase en un limbo. Mokay también me adelanta y hurga a la par de mi pequeño compañero. En cuanto se vuelve y niega con la cabeza, grito de ira. La furia me ciega. La sensación de haber sido traicionada se convierte en millares de agujas que se me clavan en todo el cuerpo. Un dolor punzante me atraviesa el corazón y se irradia por mis extremidades. Caigo de rodillas y apoyo las palmas en el suelo. Un crujido que proviene de mi propio cuerpo me estremece. El olor ferruginoso de la sangre me invade la nariz y me provoca arcadas.

    Clavo los ojos en el suelo. Alrededor de mis palmas se forma un pequeño redondel rojizo. Mokay se me acerca daga en mano. Abro la boca, pero no soy capaz de emitir ni un solo sonido. Mi mente se prepara para el dolor que voy a experimentar en cuanto me atraviese con la hoja o me corte la garganta, lo que se le ocurra primero. Lo siento inclinarse sobre mí y mi corazón se niega a rendirse sin presentar pelea. Me preparo para usar las últimas fuerzas que me quedan. Puede que muera en breve, pero me lo llevaré conmigo al infierno.

    El ruido de tela al rasgarse se mezcla con la voz de Mokay.

    —Dejad de luchar y la agonía terminará más rápido.

    Me obligo a levantar la cabeza. La expresión de asombro que distingo en las facciones del saolense solo puede obedecer a un hecho concreto: estoy evolucionando. Con esa idea en la cabeza, me esfuerzo en poner en orden mis pensamientos. Las palabras de mi mentor resuenan como un mantra en mi psique que me aportan el punto de equilibrio que requiero: «el mayor obsequio de nuestra raza es trascender. No solo porque ganamos fuerza, habilidades y unas preciosas alas; es una etapa donde se nos abren las puertas a la plenitud. Solo cuando lo experimentes comprenderás que todo el dolor es un precio justo para lo que obtendrás a cambio».

    Cierro los ojos y me entrego. Oigo un alarido que me estremece las entrañas. Es tan desgarrador que no reconozco mi propia voz. El dolor es insoportable y me arrastra, irremediablemente, hacia la inconsciencia.

    🌩

    Tlayon

    La penumbra con la que Freidom me recibe se me antoja un intento de manipulación incomprensible. Entiendo que use ese tipo de estratagemas con los saolenses, a fin de cuentas, a ellos los mueve la emotividad. pero con nosotros me parece absurdo. Me tomo unos segundos antes de hablar. Una cosa es que quiera obtener la información, otra que le siga el juego.

    —¿Y bien? ¿Qué te trae de nuevo por aquí? —La premura con la que me aborda me lleva a pensar que no soy bien recibido.

    —Tenemos un trato, ¿Lo olvidaste? El cruthaig de Mineas a cambio de la información que me permita identificar el anam de mi ancestro.

    El bástero me mira con desdeñosa superioridad.

    —¿Acaso ya no te di lo que buscabas?

    —Me dijiste que necesitabas corroborar que fuese el cruthaig de Mineas y que luego me darías la información. Me consta que has podido comprobarlo de sobra.

    —¿Estás seguro de lo que afirmas?

    —Absolutamente. Las conversiones que se han dado las últimas veinticuatro horas son obra tuya. No quieras verme la cara de idiota.

    —Vaya, pero si el sícero es capaz de sacar las pezuñas. ¿Te has dado cuenta que las emociones se manifiestan en ti con cierto estilo? La malevolencia despierta lo mejor de ti, ¿no lo sabías? —Inspira hondo y se regodea—. Hiedes a deliciosa oscuridad. Me encanta ese tufillo que brota de tu piel.

    La actitud de Freidom me saca de mis casillas; tanto, que no dudo en envolver en llamas el sillón que suele utilizar a modo de trono. Desde luego, la afrenta no pasa por debajo de la mesa y en un parpadeo, me encuentro rodeado de vasallos. Los soldados de la muerte me sujetan con firmeza mientras su líder se desquita. El primer golpe me roba el aire; el segundo me rompe dos costillas y el tercero me deja aovillado en el suelo.

    —Sacadlo de aquí —ordena antes de inclinarse sobre mí—. Nuestro trato ha finalizado. Esperaré a que te conviertas y terminaremos de saldar esta pequeña diferencia.

    —Maldito traidor —musito; el bástero vuelve a golpearme.

    Apenas oigo el crujido de los huesos de mi cara; el dolor es insoportable y la oscuridad no me da tregua, me absorbe en un torbellino con pasaje directo a mi limbo particular.

    🌩

    Khayanna

    Los lametazos de Kof me despiertan. El vago recuerdo de lo ocurrido me dispara las pulsaciones. Me incorporo y el peso que percibo en la espalda ralentiza mis movimientos. Un carraspeo capta mi atención. me fijo en la figura que permanece de pie junto a Mokay y un hormigueo desagradable se me aloja en el estómago.

    —Como representante del consejo en pleno, estoy aquí para informaros que seréis sometida a juicio público en la plaza Ancestral.

    —Yo no he cometido ningún delito —aseguro y tiro de la sábana para cubrirme el pecho desnudo.

    —Hay testigos que afirman…

    —¡Esos testigos mienten! —me levanto tambaleante, aunque logro mantener el equilibrio a duras penas—. El cruthaig de mi mentor ha sido robado.

    —Esa es una acusación muy grave que no puede hacerse sin pruebas.

    Chillo producto de la frustración.

    —¿Qué más pruebas se necesitan si el sactrum está vacío? ¡¡A la mierda vuestras pruebas!!

    Me topo con la mirada de advertencia de Mokay.

    —Las leyes son claras —dice y me da la espalda—. No lleguéis tarde, eso no ayudaría a vuestra mallugada reputación.

    El sícero abandona la habitación justo a tiempo antes de que el jarrón de mi mesita de noche se estrelle contra su dura cabeza.

    🌩

    Tlayon

    Avanzo despacio y, como puedo, me abro paso entre la multitud. La plaza ancestral está repleta de gente. Desde mi posición distingo a Khayanna. La sigo con la mirada sin poder quitársela de encima. Las alas que emergen de su espalda causan un efecto similar en la mayoría de los presentes. No solo porque son unos apéndices de colores vívidos, sino por lo que significa que, después de casi un siglo, la extinta trascendencia de los saolenses reanudara su curso.

    Me aproximo a la corte improvisada y justo alcanzo a escuchar al representante del consejo:

    —Las acusaciones en vuestra contra son muy graves y ameritan una sentencia ejemplificante. Por esa razón hemos decidido que la condena sea la destitución de vuestro cargo como dhíole antes de que se os someta a la muerte eterna.

    —¡No! —grito y me aproximo a zancadas—. No podéis someter a una inocente a la muerte eterna.

    —No estáis autorizado a intervenir en este juicio, ¡detenedlo!

    —Hasta que por fin hacéis algo bien —espeta Khayanna y me lanza una mirada asesina—. Este es el culpable de todo lo que está ocurriendo, él fue quien se robó el cruthaig de Mineas.

    —Puedo explicártelo —le digo mientras busco entablar contacto visual—. Freidom prometió que…

    —¡Silencio! —exige el representante del consejo—. Hablad ahora —me ordena—. Y procurad decir la verdad o correréis la misma suerte de vuestra cómplice.

    —¿Cuántas veces os tengo que repetir lo mismo? No tengo nada que ver con las conversiones. ¿Es que no lo habéis escuchado? —dice; los iris le refulgen como dos ascuas—. Soy inocente, el ladrón y cómplice lo tenéis allí. —Me señala con el dedo.

    —Ella tiene razón, en parte —confieso y me explayo a explicar lo ocurrido.

    La corte en pleno, además de un buen porcentaje de saolenses y síceros escuchan mi declaración. Los abucheos no tardan en elevarse desde la gradería saolense; entre tanto, mis gentiles me miran con desdén.

    —¡Llevadlos a la cámara de aislamiento! —ordena el representante—. Debemos deliberar ante esta nueva información.

    La guardia dualsense nos saca a rastras de la plaza. Mantengo la boca cerrada; ya bastantes improperios suelta Khayanna y, la verdad, agradezco que nos alejen de la exposición a la nébula. La gelidez me mantiene aterido y el hedor sulfuroso hace que todo me dé vueltas. Bajo la mirada hacia mi torso y acuso la ausencia del anam que, en su momento tuve que negociar para poder sobrevivir y no terminar a la intemperie. Maldito Mineas y maldito yo por haber creído en su lengua embaucadora. «Trabaja para mí, Trae contigo a cada sícero que requiera de un anam y habrás pagado el precio para recuperar el de tu ancestro; palabra de dhíole». El recuerdo me provoca un regusto amargo que se suma a la hostilidad con la que Khayanna me mira y pierdo la calma.

    🌩

    El chirrido de los goznes de la puerta termina de crisparme los nervios y la actitud de Khayanna tampoco ayuda.

    —Estarás contento, ¿no? No sé cómo puedes considerarte sícero y haber creído en Freidom. ¿No se supone que sois racionales hasta la médula?

    —¿Y quién coño te dijo que la racionalidad te exime de equivocarte? Pero claro, qué sabrás tú, la dhíole perfecta, la que no comete ni un solo fallo, Pero apenas a días de haber sucedido a su mentor, le abre las puertas a un desconocido.

    —Imbécil.

    —Niñata estúpida.

    La patada me alcanza en el pecho y me deja sin aire. Pierdo el equilibrio y caigo de culo.

    —Ahora verás qué tan niñata y qué tan estúpida soy.

    La amenaza despierta una emoción que reconozco, pero que suele permanecer atada con correas firmes. Las ganas de darle una buena zurra me impulsan y me levanto preparado para recibir el ataque. Advierto el movimiento al fijarme en los pies de la arpía furiosa que se eleva un par de centímetros, dispuesta a golpearme en el rostro. La esquivo y aprovecho para rodearla. Ella se mueve con demasiada lentitud y la cojo por una de sus alas. la sedosa sensación me perturba el tiempo suficiente como para que se me escape. Un puñado de alas se me quedan adheridas a los dedos.

    —Hijo de puta —masculla y me lanza un golpe directo a la mandíbula.

    Hago una finta para evitar que el rodillazo que sigue me dé entre las piernas. La empujo con fuerza y choca contra la pared. La mueca que se le dibuja en el rostro me revela lo sensibles que son sus alas. Se lanza contra mí y otro puño me impacta en la nariz. La sangre brota enseguida y bufo, exasperado. No mido mi reacción y le asesto un puñetazo que la hace trastabillar hasta que cae de culo al suelo.

    —Mira, no quiero pelearme contigo —digo y me apoyo contra la pared contraria para limpiarme la sangre—. Ambos estamos metidos en un lío muy gordo.

    —¿No me digas? Tremendo descubrimiento —Cruza los brazos en una postura defensiva.

    —El sarcasmo no nos va a sacar de aquí, así que ahórratelo.

    Khayanna echa la cabeza hacia atrás y nuestras miradas se cruzan.

    —¿Qué propones?

    —Que vayamos a por el cruthaig.

    —¿Hablas en serio? —Asiento con la cabeza y le expongo mi plan.

    🌩

    Khayanna

    Avanzo con las alas bien plegadas a mi espalda. Prefiero caminar incómoda que arriesgarme a un tropiezo inoportuno o a convertirme en una diana fácil de atinar. Por fortuna el tono de mis plumas se confunde en gran parte con el tono purpúreo de la nébula y eso me ayuda a disimular el brillo platinado de las plumas centrales cuando la luz de las siamesas incide sobre mis alas en determinados ángulos. Levanto la mirada. El fulgor me advierte que se aproxima la medianoche. Las lunas están a punto de alongarse y formar el ínfinix. Tlayon me hace señas para que no me atrase tanto. Sé que lleva razón, es solo que mantener la posición de mis alas implica más esfuerzo del que imaginaba y la energía se me agota.

    Noto que él no está mucho mejor que yo. Además de los golpes que le propiné y algún otro que todavía le queda sin sanar del todo, los efectos de la nébula se hacen cada vez más evidentes en él. Hasta yo percibo el olor dulzón que proviene de su piel y que se mezcla con el propio de la nébula. Ese maldito calor pegajoso que se torna soporífero es insidioso, casi asfixiante. Contengo la respiración y le señalo que haga lo mismo.

    Avanzamos uno al lado del otro. Cerca de nuestro destino oigo un silbido. Tlayon se yergue y ralentiza la marcha. Observo el movimiento de sus ojos. Nunca imaginé que lo vería presa de la inquietud. Un chillido agudo me invita a adelantarme. Él me coge del brazo con firmeza.

    —Aguarda un instante —me pide en voz baja.

    —Solo es Kof, deja la paranoia.

    —Si es así, él debería venir a tu encuentro. Es un roecie, no deberías ser tan condescendiente con esa criatura.

    —Qué sabrás tú. Camina, anda, el ínfinix está a punto de iniciar.

    Tlayon resopla. Luce sofocado y no es para menos. La nébula se torna más densa a medida que nos aproximamos al límite entre Dualse y el inframundo.

    Kof sobrevuela a medio metro de nuestras cabezas. Sus ojos brillan bajo el efecto de las siamesas. Emito un silbido para ayudarlo a localizarnos. Un par de minutos más tarde se posa sobre mi hombro derecho.

    —¿Lista? —Me limito a asentir con la cabeza.

    Me extiende la mano izquierda y me aferro. En un parpadeo, los vestigios de niebla frente a nosotros se disipan. El muro de roca maciza nos da la bienvenida. Cuando estoy a punto de abrir la boca para preguntar qué se supone que hacemos de pie frente a un muro gigantesco, Tlayon abre una brecha dimensional. Al Otro Lado se visualiza el arco basteriano custodiado por un séquito de soldados de la muerte.

    —Si nos ven nos destrozarán.

    En cuanto pronuncio esas palabras, mi mente experimenta una epifanía y es entonces que comprendo por qué el consejo aceptó nuestra proposición sin apenas reticencia: esperan que terminemos muertos, serán hijos de puta.

    —No nos verán, deja eso de mi cuenta. —Guardo silencio pese a que me preocupa que consuma tanta energía vital.

    —De acuerdo, pero si nos cogen, voy a perseguirte incluso en el inframundo. Y yo siempre cumplo mi palabra.

    Tlayon esboza una sonrisa, hace un gesto y todo a nuestro alrededor gira a gran velocidad. La bilis se me acumula en la garganta. La desagradable sensación de contorsión me provoca náuseas. Pese a que solo transcurren unos segundos, la intensidad me deja exhausta.

    Me tambaleo justo al apoyar los pies sobre la tierra. El impacto hace que me crujan los tobillos. El dolor surge violento y desaparece de igual forma. Suspiro, aliviada y Mi acompañante hace otro tanto.

    —Venga, por aquí. —Tira de mí y echamos a correr.

    Kof silba a modo de advertencia justo a tiempo de que caigamos en un foso. Extiendo mis alas todo lo que puedo y tiro de Tlayon. La inercia nos empuja contra una de las paredes. Una capa de arenilla nos cae encima. El chillido de Kof nos vuelve a alertar. Esta vez el sícero crea una cortina de fuego e impide que los perros del infierno nos alcancen.

    —¿Estás seguro de a dónde debemos ir?

    —No del todo, pero me hago una idea.

    —Espero que no te equivoques.

    —Yo también.

    Tlayon abre otra brecha dimensional que nos succiona hacia abajo. Planeo como puedo mientras que él se crea un colchón de aire que amortigua su caída. Más arriba, Kof desciende haciendo una espiral que le permite verificar que no surja ninguna criatura de entre las sombras.

    —Por ahí. —Sigo con la mirada la dirección que me señala.

    Mi anam palpita. Quiere decir que el cruthaig está cerca. Asiento con la cabeza y procuro seguirle el ritmo a Tlayon, pese a que sus zancadas casi duplican las mías.

    El corazón me martilla en la garganta y contra las costillas. Mi anam destella. Aguzo la vista y ahí está el cruthaig. Me apresuro a cogerlo.

    —Espera. Puede haber alguna trampa.

    —¿Y qué más da? Mejor salir de esto antes de que resulte demasiado tarde.

    —Estás loca. Si algo te pasa perderemos la oportunidad. Pídele a tu mascota que lo coja por ti.

    —Kof no es una mascota —replico mosqueada.

    —Lo que sea, pídeselo.

    En realidad, no hizo falta. Kof se lanzó en picado y recogió el cruthaig. En cuanto lo levantó, cientos de flechas atravesaron la estancia. Por fortuna, Tlayon es mucho más corpulento que yo y me arrastró hasta el suelo. Una saeta le rozó una de las alas a Kof y el roecie dejó caer la reliquia.

    En cuanto levanto el cruthaig, el suelo se sacude. El hedor a bástero se intensifica. La mirada de Tlayon se ensombrece. Caigo en cuenta de que el poder del inframundo debe estar acelerando su conversión.

    Adyum cuaig et soleiyum. —Apoyo la palma izquierda sobre el pecho del sícero y le rasgo la camiseta.

    El poder del cruthaig se abre paso. Sé que acelerar el proceso puede ser peligroso, pero no tenemos otra alternativa.

    Tlayon se tambalea y recula un paso. Lo sigo para no romper el contacto. En cuanto percibo la forma del anam sobre su piel, extraigo parte de mis emociones y las inserto tan rápido como puedo. Un silbido largo, seguido de dos cortos, me advierte que el peligro es inminente.

    El sícero echa la cabeza atrás. Pone los ojos en blanco y su cuerpo se sacude, preso del torrente emocional que se abre paso sin obstáculos.

    —Venga, levántate. Tienes que sacarnos de aquí.

    Él niega con la cabeza. alza la mirada y veo en sus ojos el miedo que lo paraliza. Tendría que haberlo previsto. Incorporar las emociones lleva mucho más tiempo y esfuerzo en su raza. Ahora padece un acojonamiento involuntario del que mejor lo saco o nos veremos en problemas. Es la putada de la naturaleza sícera, tan fría y racional.

    —No soy capaz.

    —Por supuesto que sí. Me lo debes. Vamos, levanta ese culo y no me seas gallina. Lo que tienes que hacer es respirar. ¿Acaso vas a permitir que Freidom se salga con la suya?

    Niega con la cabeza y respira profundo varias veces. El alivio que me invade en cuanto atisbo esa chispa de temperamento en su mirada es inenarrable. Ni hablar de la sensación al verlo ponerse de pie.

    —Llevas razón. Al menos tenemos que intentarlo.

    «En realidad intentarlo no es suficiente». Me guardo el pensamiento. Ahora mismo lo que menos necesitamos es que le flaquee la voluntad.

    —Hay cientos de anams aquí dentro. —me señala los cristales.

    —Son todos falsos —le digo mientras cojo algunos y los estrello contra el suelo de piedra—. Destruye todos los que puedas.

    En cuanto cierro la boca, , un estruendo sacude el lugar. Kof chilla. Ante el peligro que se nos viene encima, no me queda otra alternativa que utilizarlo. Le invito a que clave sus colmillos en mi muñeca. El pequeño animal bebe hasta saciarse. Una vez que adopta sus nuevas dimensiones, un trío de básteros lo ataca sin compasión, otro tanto se lanza a por mí y lo mismo le ocurre a Tlayon.

    La lucha es cruenta y me temo que como sigamos así, no tardaremos mucho en sucumbir. Kof lanza un latigazo con la cola y cientos de púas salen disparadas. La mayoría atina en el blanco. No obstante, otra tanda así de criaturas del inframundo y no sé si yo o cualquiera de mis compañeros de lucha, seremos capaces de salir con vida.

    🌩

    Tlayon

    Invoco a dos elementos al mismo tiempo y creo un torbellino flamígero que incinera a cuanto bástero se topa en su trayectoria. A lo lejos distingo a Freidom. Nuestras miradas se cruzan un instante. La sonrisa perversa que me ofrece me provoca un vacío en el estómago. Sigo la dirección de su mirada y advierto sus intenciones. Con la energía que me queda redirijo el torbellino en su dirección y grito con todas mis fuerzas:

    —¡Elévate! ¡Ahora!

    Khayanna se vuelve hacia mí y alza la mirada. Una enorme estalactita se desprende. Maldigo por lo bajo y deshago el torbellino. Freidom se carcajea y huye. Uso lo que me resta de energía para invocar un vendaval que la empuje fuera de la nefasta trayectoria. Por fortuna el roecie enrosca su cola en la roca y desvía el inmenso cono. El estruendo sacude las catacumbas. La onda vibratoria se expande y el resto de estalactitas crujen, agrietándose en una reacción en cadena. La criatura silba y se eleva. Khayanna realiza un despegue vertical y el corazón me da un vuelco al ver cómo esquiva por centímetros otro cono. Doy un vistazo alrededor y se me revuelve el estómago. Decenas de básteros yacen aplastados por las rocas. El hedor se intensifica y las antorchas atenúan su fulgor. Abro una brecha dimensional, es hora de salir de aquí antes de que me atrape el mismo destino.

    Del otro lado de la brecha me espera una sorpresa desagradable que no imaginé encontrar. El consejo en pleno con toda la guardia dualsense. En cierta forma me alivia confirmar que Khayanna y su criatura siguen con vida. Doy un paso con la intención de reunirme con ella y un par de guardias me cortan el avance mientras otro par me retiene. A un gesto de uno de los representantes del consejo hacen lo mismo con Khayanna. No así con su mascota que, de improviso cambia de dimensiones y se escabulle en medio de la nébula que ya muestra matices rojizos; anuncio de que un nuevo día está por comenzar.

    —¿Habéis recuperado el cruthaig?

    Khayanna lo muestra sin entregarlo.

    —También destruimos los anams falsos —agrego.

    El representante niega con la cabeza.

    —Destruisteis aquellos que estaban en proceso de maduración. No obstante, hay cientos circulando en toda Dualse.

    —No nos correspondía rastrearlos, acordamos recuperar el cruthaig —recuerda la dhíole.

    —En efecto. Por ello se os retira la condena a la muerte eterna, al menos, de manera temporal.

    —¿Qué significa eso? Cumplimos nuestra parte del acuerdo —replico e intento dar un paso, pero me lo impiden.

    —Muy fácil —dice Khayanna—. Ahora nos exigirán algo más para perdonarnos la vida, los muy cabrones.

    —Mide tu lengua, si todavía pretendes continuar como dhíole —amenaza el representante.

    —¿Acaso miento?

    La expresión del rostro de nuestro interlocutor es mucho más que elocuente. Me obligo a mantener la calma antes de abrir la boca.

    —Previo a que planteéis vuestras exigencias, quiero dejar en claro que, si logramos cumplir nuestra parte del acuerdo, no intentaréis ningún otro ardid. Quedaremos libres de vuestras intenciones ocultas.

    —El consejo no…

    —Dejaos de formulismos estúpidos y decidnos qué mierda queréis a cambio de que olvidéis lo de la muerte eterna.

    —Que capturéis a Freidom y nos ayudéis a destruir cada anam falso y su portador.

    —Cabronazos. Pretendéis que nos convirtamos en vuestros exterminadores —reprocha Khayanna con las mejillas arreboladas—. Sois de lo que no hay.

    —Alguien tiene que ocuparse.

    —Pues menuda manera de delegar vuestras responsabilidades —espeto; el representante ordena que me suelten con un ademán.

    Intercambio una mirada con Khayanna. Está furiosa y no es para menos. Eliminar los anams es una tarea razonable. Eliminar a sus portadores va mucho más allá. Estamos hablando de dualenses que no han cometido ninguna falta, simplemente son víctimas de un ser despreciable que no se detiene a la hora de explotar la vulnerabilidad de los demás para su propio beneficio.

    —Si necesitáis tiempo para pensároslo…

    Ambos negamos con la cabeza.

    —Lo que queremos es proponeros otra solución. Un pequeño cambio. —El representante me mira con cierto interés; Khayanna se cruza de brazos y levanta una ceja.

    —El consejo está dispuesto a escucharos.

    —Capturaremos a los portadores y los Juzgaréis. No se justifica eliminarlos si son inocentes. Tened en cuenta que mientras más portadores recuperemos, será más probable superar en número a los básteros.

    Khayanna hace un movimiento leve de cabeza. En el fondo agradezco que no se oponga a mi propuesta.

    —Es un trato razonable. Se os proporcionarán recursos —dice en voz alta—. Preparaos, saldréis en cuanto la nébula trasmute su color.

    —De acuerdo —respondemos al unísono sin pretenderlo.

    Desvío la mirada en la misma dirección que lo hace Khayanna. El sol se asoma con más prontitud que de costumbre. Enseguida las temperaturas descienden y el aroma dulzón da paso a una podredumbre intoxicante. La guardia dualsense se retira en formación marcial; proteger a los miembros del consejo es prioridad. Khayanna clava la mirada en las espaldas de aquellos hombres y mujeres.

    Cog enaem , trug sadent.

    La maldición que acaba de lanzar en dualse ancestral me pone los pelos de la nuca como escarpias.

    —Las palabras tienen poder, ¿acaso no lo sabes?

    Los ojos le brillan con malicia.

    —Claro que sí, solo nos cubro las espaldas. Habrás notado que no son de fiar, ¿no? —Inclino la cabeza en un leve asentimiento.

    —De todas formas, menuda manera de protegernos —mascullo y echo a andar.

    Khayanna me da alcance. De pronto emite un silbido y un aleteo que ya me resulta familiar, suena sobre nuestras cabezas. La mascota de mi compañera de viaje chilla y me revolotea tan cerca que me despeina.

    —Mantén a tu bicho bajo control.

    —Kof solo te está demostrando buena voluntad, no seas tan arisco. Comienzas a gustarle…

    —Y tú, ¿cuándo me mostrarás buena voluntad?

    —Cuando te ganes ese derecho.

    El sol termina de elevarse y matiza el firmamento de una mezcla de naranja y borgoña. La sulfurosa fetidez se intensifica y el frío me cala hondo. Khayanna se vuelve un instante. El contacto visual entre nosotros forma un vínculo inesperado. Su mirada brilla y no sé si son ideas mías, pero noto cierta picardía en sus ojos. Su mascota emite un chillido,  el mensaje que nos transmite es claro. Un suspiro se me escapa, la hora de partir a una aventura desconocida llega, inexorable.


    Este relato fue escrito como participación en el reto #surcaletras, iniciativa de Adella Brac, @adellabrac y, a su vez, para participar en el primer #vadereto de 2022 de José A. Sánchez, @JascNet. En el primer reto, el disparador era escribir una historia sobre un personaje que vendiese emociones y en el segundo, que la acción se desarrollase en un lugar sumido en la niebla. Espero disfrutéis de esta historia.

    Si esta historia ha logrado captar tu atención y la disfrutaste, me ayudaría muchísimo si me obsequias un «me gusta» o si la difundes en tus redes sociales. Además, me encantaría que compartieras conmigo tus impresiones en la caja de comentarios que encontrarás más abajo. Y si te gusta lo que escribo, puedes convertirte en mi mecenas si me invitas el equivalente a un
    café
    en Paypal. Así Me estarías apoyando a seguir escribiendo.

    Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

    Valora esta historia

  • Bunoscyann: la ciudad astral

    La silueta de un pequeño bosque negro en la parte inferior y un hombre alzando el brazo y emitiendo una luz que ilumina el cielo. En el cielo, se ve
una ciudad del revés. Los edificios, con sus luces, parten de arriba hacia abajo, como si la ciudad estuviera invertida.
    Imagen libre de derechos de Ini Riske en Pixabay

    SinOpsis:

    En el corazón del bosque Obsidium, el clan de los gorm enfrenta el peor de los desastres: la magia que protege al bosque se desvanece. El equilibrio en el que han vivido por eones amenaza con romperse durante la comhleá; fecha en la que los mundos se fusionan y las dimensiones se comunican. Una fecha en la que nadie debería abandonar el refugio que brinda la muralla del Gormsum o corre el riesgo de ser atrapado por los demonios que saquean el bosque.

    Nessa, hija única del jefe del clan ha desaparecido. Los gorm creen que ha sido raptada; sin embargo, la realidad dista mucho de lo que todos se imaginan. Fard acaba de cumplir la edad que lo convierte en adulto. Tras la ceremonia de transición enfrentará su primera misión como proveedor. Lo que el joven no imagina es que además de proveer a su gente y enfrentar a los temibles demonios del bosque Obsidium, se verá envuelto en un enredo para el cuál, en el fondo, no ha sido preparado.

    Dos jóvenes descubrirán que han vivido una mentira: los demonios no son tales y las leyendas ocultan verdades incómodas. Verdades que más temprano que tarde saldrán a flote para derribar el castillo de naipes sobre el que se han construido dos realidades antagonistas. Ambas realidades deberán enfrentar una amenaza común: dos mundos están a punto de desaparecer y la razón es desconocida. A medida que Nessa y Fard desentrañan el misterio que mantiene a Bunoscyann como una ciudad flotante desligada del mundo real y del bosque Obsidium comprenden que la única solución posible pasa por unir a ambos mundos. El problema es que ninguno de los dos está seguro de poder lograrlo.

    Secretos, intriga, magia, aventura y romance se conjugarán en una historia donde la confianza y la fe han de fortalecerse o de lo contrario la magia desaparecerá, los habitantes morirán y la ciudad astral jamás volverá a ser real.


    Si te ha gustado esta historia puedes compartir tus impresiones conmigo en la caja de comentarios que encontrarás más abajo, regalarme un «me gusta», difundir en tus redes sociales o Invítame un café

    Esta sinopsis fue escrita para participar en el desafío literario «SinOpsis de marzo especial ciudad propuesto por Jessica Galera Andreu en su web.

  • EL ZAFIRO DEL DESTINO

    fotografía en la que se observa un castillo irlandés en Kimbane
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com


    Si es que soy imbécil. Con tantos años en esta profesión tendría que haber adivinado que nada iba a ser tan sencillo como me lo habían pintado. No sé cuándo aprenderé a prestar atención a la voz de mi intuición que rara vez se equivoca.

    Era la una menos veinte. Me apresuré a desbloquear la puerta de la caja fuerte y contuve la respiración cuando por fin escuché el tan ansiado clic del mecanismo.

    Levanté la pequeña linterna. El tenue haz fue iluminando el interior de aquella caja empotrada. Maldije por lo bajo al darme cuenta de que allí dentro había de todo menos lo que estaba buscando. Revisé los documentos y vi aquella factura que no olvidaré en lo que me queda de existencia.

    Fotografié la factura y la fotografía que permanecía adjunta.

    Con el sigilo que me otorgaban los años de experiencia abandoné el despacho y salí al corredor. Anduve casi de puntillas hasta alcanzar la escalera de servicio por la cuál descendí en tromba directo a mi habitación.


    Tras asegurar el pestillo dejé mi riñonera sobre la cama y me quité los guantes, la ropa y las zapatillas. Me tumbé en la cama tan tenso como cuerda de guitarra y comencé a hurgar en mi memoria.

    Recordé con facilidad el día en que Armand me convocó. A pesar de nuestras diferencias, yo siempre procuré mantener los negocios separados de la familia y el placer. Tendría que haber sabido que mi querido primo estaba muy lejos de haber aprendido la filosofía familiar y que de alguna forma me cobraría lo que pasó hace cinco años.

    Siendo honesto no todo es culpa suya. He debido confiar menos e investigar más. De esa forma Armand no habría podido embaucarme en este proyecto que de seguro iba a traerme más de un dolor de cabeza. Una cosa era robar gemas que podían posicionarse con facilidad en el mercado negro, otra robar una pieza como aquella. Tendría que haber comprendido, luego de poner patas arriba aquel castillo y no encontrar nada, que algo no andaba bien.

    Cerré los ojos obligándome a respirar profundo y a poner la mente en blanco. Tendría que elaborar otro plan sobre la marcha, ya que seguir siendo el manitas del castillo de Zima no me iba a abrir las puertas al gran baile de máscaras que se llevaría a cabo dentro de dos días, aunque sí que me haría mucho más fácil algunas otras tareas que ya iban materializándose en mi mente. Sonreí mientras, en silencio, otro plan con revancha incluida iba tomando forma. Durante un buen rato consideré las ventajas y las desventajas y cuando estuve satisfecho, me entregué al mundo de los sueños.


    Me levanté más temprano que de costumbre. El castillo permanecía todavía en brazos de las hadas del sueño así que fue sencillo ocuparme de algunos detalles en el despacho y la primera planta.

    Entré en la cocina silbando como siempre. Sophie permanecía de pie frente a los fogones preparando el desayuno. Un estruendo de cristales junto a algunas voces rompió la armonía matutina. Wilfred, el mayordomo entró a toda velocidad. Su expresión de alivio al verme no se me escapó, pero evité mostrar cualquier reacción que pudiese delatarme.

    —Menos mal ya está usted en pie —dijo procurando mantener la compostura—, Ha habido un pequeño inconveniente con el ventanal del despacho. La señora requiere sus servicios de inmediato.

    Asentí con la cabeza y eché a andar tras Wilfred quien ya se había movido y me esperaba en la puerta.

    —El muchacho todavía no ha desayunado, Wilfred —la cocinera se giró para ver al mayordomo con desaprobación.

    —Luego tendrá tiempo de eso, Sophie —respondió saliendo a toda prisa.

    Le guiñé un ojo a la cocinera y me dio tiempo de pillar aquella sonrisa maternal que tanto me gustaba de ella antes de seguir al mayordomo que caminaba como si tuviera un cohete en el culo.


    Al entrar en el despacho nos recibió la tragedia personificada. La señora O’Donnell miraba el ventanal hecho añicos como si le hubiesen dado un golpe en el hígado.

    —¡Esto es una tragedia, Bryan! —repetía deambulando de un lado a otro aferrando con fuerza las perlas que descansaban en su esbelto cuello.

    —No es para tanto, querida.

    —Pero ¿cómo me dices eso? —preguntó horrorizada— ¿Acaso no te das cuenta de que aún no termino de hacer las invitaciones del baile, la lista y todo lo demás? —el señor O’Donnell desvió su mirada hacia nosotros y puso los ojos en blanco—. Esto es un desastre… una tragedia.

    —No se preocupe, señora —interrumpí—, si me permite me ocuparé de dejarle su despacho como nuevo antes de la comida.

    La mujer se detuvo en seco mirándome con interés.

    —¿Puede ocuparse de eso, Jean?

    —Es Liam, señora —corrigió Wilfred.

    La mujer hizo un gesto restando importancia a su desliz memorístico.

    —Si, señora —respondí—, solo necesito que desalojéis el despacho y ya me ocupo yo de todo lo demás.

    —¿Lo ves, querida?

    A la mujer se le pasaron todos los males como por arte de magia.

    —Empiece enseguida, Jonás —ordenó—, necesito el despacho operativo antes de la comida.

    El señor O’Donnell volvió a poner los ojos en blanco, mientras arrastraba a su mujer fuera del despacho en una caravana protocolar presidida por Wilfred.

    Cuando me aseguré de que se encontraban en el comedor cerré la puerta y me dispuse a ocuparme de aquel desastre.


    Saqué unos guantes del bolsillo trasero de mis vaqueros y encendí el ordenador. Luego de varios minutos hallé el fichero que buscaba, añadí el nombre, guardé y cerré el fichero. Me conecté vía bluetooth y copié el fichero en mi móvil y antes de apagar el ordenador borré cualquier huella sospechosa.

    Con rapidez pillé una de las invitaciones en blanco y la rellené usando la pluma que encontré junto al lote. Me fijé en alguna de las que ya estaban escritas desde el día anterior y me esforcé en imitar la letra lo mejor que pude. Soplé con delicadeza antes de doblar la tarjeta de invitación y con mucho cuidado la introduje por la abertura de mi camisa. Cogí el teléfono y fui pulsando las teclas con rapidez.

    Colgué una vez hecho el pedido del ventanal y los materiales; salí del despacho y me quité los guantes metiéndolos con rapidez en el bolsillo trasero donde solía siempre llevar un par. Desde el salón señorial se escuchaban las voces de los señores y algunos de sus invitados que ya se alojaban en el castillo. Seguí mi camino. Entré en la cocina de nuevo y Sophie me esperaba con un desayuno suculento. Le hice señas de que me esperase un segundo y me dirigí a la zona de alojamiento de la servidumbre. Entré en mi habitación y cerré la puerta con sigilo. Cogí la invitación con cuidado y la escondí. Luego pillé mi cinturón de herramientas, me lo abroché en las caderas y volví a la cocina. Sophie me señaló la silla y luego el plato. Su gesto era lo bastante elocuente como para obedecer sin siquiera intentar llevarle la contraria. Me senté y me dispuse a desayunar.


    Tal como le había ofrecido a la señora O’Donnell, su ventanal estuvo listo antes de que se sirviese la comida. En pago a mi excelente servicio, me daban el día siguiente libre. Sonreí como cualquier hijo de vecino habría hecho al saber que tendría un fin de semana largo a su entera disposición.

    Pasé toda la tarde ocupándome de arreglos menores y de lo que más me interesaba, la instalación eléctrica. Al castillo Seguían llegando invitados. Prestando atención a dos de las chicas de servicio me enteré de que este primer grupo formaba parte de la familia en mayor o menor medida. La una cotilleaba con la otra sobre los disfraces tan extravagantes que algunos llevarían y eso me dio una idea. Tomé nota de todo lo que iba escuchando y supe cuál sería el primer lugar que visitaría al día siguiente.


    El amanecer apenas se vislumbraba en el horizonte. Me aseguré de no dejar nada en aquella habitación y abandoné el castillo antes de que Sophie o Wilfred dejasen sus respectivas camas. Tenía mucho por hacer todavía si pretendía asistir esa noche al gran baile de máscaras.

    Dublín me daba los buenos días con ese ir y venir de sus habitantes que tanto me gustaba. Aparqué la furgoneta frente a mi destino y salí cerrando de un portazo. Sonreí al fijarme en la vitrina y su exhibición. Las campanillas anunciaron mi llegada.

    —Buenos días…

    La tendera abrió los ojos como platos al reconocerme y rodeó el mostrador con tanta prisa que casi me derrumba al abrazarme.

    —Ingrato, hijo de puta —sonreí ante aquella sarta de insultos.

    —Yo también te quiero, hermanita.

    —¿Qué haces aquí? —preguntó soltándome y examinando mi semblante.

    —Necesito un favor… pequeñito —dije acercando el índice y el pulgar.

    —Tus favores nunca son pequeñitos —dijo achicando los ojos— ¿qué te traes entre manos, Liam?

    Puse cara de cordero degollado ante aquella sugerencia y Sinéad soltó una carcajada. Aunque no era mi intención involucrarla no me pareció correcto no informarle lo que había ocurrido con Armand, así que la puse al día. Luego de soltar todos los improperios que se le ocurrieron y alguno más que yo no conocía se fue a la trastienda. Cuando volvió traía todo lo que le había pedido y algo más. Me quedé perplejo al ver aquel objeto, ya que se suponía era un mito fundado en el conocimiento transmitido de generación en generación. Cogí el medallón en la palma de la mano. Era macizo y lo bastante pesado como para valer una pequeña fortuna. Observé en detalle aquel grabado intrincado. Dos serpientes entrelazadas formando un círculo al morder una la cola de la otra. en el interior del círculo un sistema de raíces arbóreas entretejidas. El nudo del destino junto a la protección del guerrero. Iba a protestar, pero Sinéad acalló mi protesta colgando aquel medallón de mi cuello.

    —Que la bendición de Lubra te acompañe y te guíe.

    —Que la bendición de Lubra te proteja —respondí.

    Mi hermana me abrazó con fuerza y no fui capaz de resistirme a devolverle el abrazo con el mismo ímpetu.

    —Ve y patéale el culo a ese primo nuestro —sonreí y le di un beso en la frente.

    —Lo patearé tan duro que escucharás sus chillidos, hermanita.

    Asintió y luego adoptó su expresión habitual hosca y reservada. Supe que era hora de irme, así que recogí todo aquel atuendo y me marché.

    Hice una pequeña parada en un suburbio de la ciudad. Dejé la fotografía de aquel collar, acordé un precio y una hora, y seguí mi camino. Todavía había detalles por afinar para que todo saliera a pedir de boca.


    Observé mi reflejo en el espejo. Teñirme el cabello de aquel tono ónix y usar aquel maquillaje broncíneo me daban un aspecto bastante diferente. Nada de pecas ni pelo rojizo por ninguna parte. Me colgué de nuevo el medallón y comencé a vestirme. Me aseguré que bajo el peto de la armadura todo lo que necesitaba estuviese bien sujeto.

    El destello sobre la cama me hizo parpadear un instante. La verdad es que era increíble el talento que algunas personas podían tener. Terminé de recoger todo, me ajusté la capa y salí rumbo al castillo.


    Alquilar aquella limusina era el mejor negocio que había podido hacer. Aunque el chofer me veía como si fuese un chalado recién salido del psiquiátrico, la paga fue lo bastante atractiva como para hacer que mantuviese la boca cerrada.

    Presentamos la invitación en el primer punto de control. Respiré profundo cuando la limusina comenzó a moverse al interior del castillo.

    Bajé del vehículo no sin antes encomendarme a Lubra, diosa del destino, y recordarle al chofer sus instrucciones. Con un sutil movimiento de cabeza me confirmó haber entendido, así que seguí con paso altivo y arrogante hacia la edificación.


    Como quien se siente deslumbrado por el paisaje que observa, me desvié de la entrada principal donde un par de seguratas franqueaban el portón revisando a cada invitado de forma minuciosa. Anduve deambulando por los jardines hasta que divisé la salida posterior que daba directo hacia el área destinada a la servidumbre. La cocina era un hervidero de personas, gritos, aromas y un calor sofocante. Sabía que no tardaría en ser detectado y contaba con ello. Aquel disfraz era lo bastante extravagante como para arrancarle las risitas a más de una, aunque no fue lo único que arrancó al final, ya que alguna mano se fue deslizando por partes de mi anatomía que prefiero no mencionar.

    Tal como imaginé que ocurriría fui despedido con sutil elegancia por la servidumbre luego de fingirme desconcertado y extraviado. Por un instante creí que Sophie me había descubierto, pero al final no fue sino mi prolija imaginación.


    Conducido hacia la entrada y luego un poco más allá, la chica que me servía de amable guía me dejó a mi suerte. Aprovechando mi soledad me escabullí en dirección al salón principal. Necesitaba ubicar el lugar donde se verificaba la lista que de seguro estaría por allí muy cerca. Me moví con rapidez para ocultarme entre las sombras y que Wilfred no pudiera verme. Alguna cosa había obrado en mi favor, «Lubra, de seguro», pensé cuando vi cómo se alejaba del pequeño mostrador al cual me acerqué para, por fin, cambiar la lista de invitados.

    Menos mal era de manos ágiles y pude hacerlo antes de que el mayordomo reapareciera y me pillase infraganti merodeando en las afueras del gran salón, donde la música y las voces comenzaban a cobrar vigor.

    —Disculpe, sir —dijo cortándome el paso— Debo verificar su nombre en la lista. Si me da unos minutos.

    Asentí solo con la cabeza. Mientras menos escuchase mi voz, mucho mejor.

    —Perdone, me dijo que su nombre era…

    —Armand Gautier.

    Observé el dedo de Wilfred moverse con parsimonia por aquellas páginas y sentí ganas de darle un puntapié, pero me contuve.

    —Aquí está —dijo golpeando la hoja con el índice y ofreciendo su típica sonrisa oficial— sígame por aquí, por favor y bienvenido.

    Asentí con la cabeza una vez más y caminé algunos pasos por detrás. El ruido me golpeó un instante cuando las hojas de la puerta se deslizaron frente a mí.

    Di un paso al frente y sentí cuando las puertas se cerraron. Oteé a mi alrededor en un vistazo de reconocimiento hasta que por fin ubiqué a mi objetivo.

    La señora O’Donnell permanecía junto a su flamante marido. Ambos llevaban trajes victorianos con sendos antifaces que les cubrían un tercio del rostro.

    El zafiro del destino descansaba deslumbrante en aquel esbelto cuello y sonreí.


    La música comenzó a sonar y varias parejas se dirigieron al centro del salón. Tal como habían estado cotilleando las chicas el día anterior, los disfraces eran la mar de variopintos. Como no podía ser de otra forma, varias miradas se clavaron en mí. No todos los días veías a una buena imitación de un dios celta. Me acerqué despacio y tras hacer una reverencia solicité permiso para bailar con la anfitriona. El señor O’Donnell nos hizo una seña gentil con la mano y extendí el brazo con galantería hacia la mujer. Pude percibir su nerviosismo cuando apoyó su mano enguantada sobre mi palma.

    Aunque mi máscara impedía distinguir mis verdaderos rasgos, a mí me permitía observar sin disimulo. La mujer me comía con los ojos desde el casco hasta mis doradas sandalias.

    —Permítame adivinar… —dijo coqueta— representa usted a Manannan, ¿verdad?

    Asentí con la cabeza, mientras ella ofrecía una risita algo chillona. La estreché entre mis brazos y pude ver cómo se le aceleraba el pulso. Comenzamos a girar de forma vigorosa. Aunque no hablaba, tan solo me limitaba a asentir o negar con la cabeza, a través de mis manos el mensaje que transmitía era muy diferente. La señora O’Donnell se estremecía con la respiración algo agitada; es lo que tiene practicar mucho con las manos.

    Aprovechando un impulso que la hizo chocar contra mi peto, logré activar el mando que provocó una falla eléctrica general. El salón principal y parte de la mansión quedaron en penumbras. La mujer gimió nerviosa. Voces y quejidos se iban alzando en la oscuridad, mientras se escuchaban pasos y voces fuera del salón.

    —Relájese —susurré con un marcado acento francés— todo estará perfectamente —deslicé mi mano derecha hacia su nuca mientras con el dorso de la otra le rozaba los pechos.

    —¿Usted cree? —jadeó estremecida.

    —Desde luego —volví a susurrar muy cerca de su oreja.

    La señora ahogó un gemido cuando volví a rozarle los pechos.

    —Creo… creo que se me ha aflojado el collar.

    —No se preocupe, deje que me encargue de ajustárselo.

    La estreché con más fuerza mientras deslizaba mi mano una vez más hasta su nuca.

    Las luces se encendieron en el gran salón y suspiros de alivio se fueron escuchando cada vez con más intensidad.

    —Por favor, disculpad las molestias —exclamó el señor O’Donnell indicando a la orquesta que retomase la música.

    Hice una reverencia a mi acompañante y me escabullí. La señora O’Donnell regresó junto a su marido, sofocada, con las mejillas arreboladas y demasiado ocupada en disimular su turbación como para volver su atención a aquel atrevidísimo dios celta.

    La música y el baile continuaron sin que los presentes notasen mi ausencia. Una vez fuera mientras esperaba la limusina, sonreí, satisfecho sintiendo en el interior de mi peto aquella fabulosa joya.


    Una semana más tarde, en un cibercafé me encargaba de enviar información valiosa a la familia O’Donnell y a la policía. Pagué mi tarifa y me marché silbando.

    Armand aprendería una valiosa lección después de todo esto.


    Al día siguiente salí a caminar un rato hasta que sin darme cuenta llegué a la pequeña tienda de antigüedades de Sinéad. Como siempre las campanillas anunciaron mi llegada.

    —Pareces contento —dijo— se entiende que ha ido todo bien, ¿no?

    Asentí con las manos en los bolsillos.

    —Venga, comamos y así me pones al día de todo —ordenó— y no omitas ningún detalle, aunque sea escabroso.

    La seguí al interior de la trastienda. Mientras la observaba cocinar y servir le fui contando cómo había hecho para colarme en el gran baile de máscaras, seducir a la anfitriona y robarme la joya. Sinéad escuchaba atenta asintiendo o riendo de vez en cuando. Luego de sentarse activó el mando del pequeño televisor que descansaba sobre la encimera.

    Alzó las cejas, sorprendida, al ver la imagen de Armand en una toma que no le favorecía demasiado, mientras era sacado por la policía de su flamante joyería, esposado y custodiado por dos agentes.

    Su rostro magullado daba cuenta de que aquel arresto no había ocurrido de forma pacífica.

    Sinéad se giró mirándome con los ojos muy abiertos.

    —¿Cómo hiciste para implicarlo?

    —Me colé en su despacho y dejé el zafiro en su caja fuerte.

    —Joder, menudo bribón estás hecho.

    Me encogí de hombros.

    —Que conste que no empecé yo —me justifiqué— al menos no con intención.

    Mi hermana hizo un gesto con la mano descartando la posibilidad de culparme de haberme tomado la venganza en mi mano de aquella manera. Ella al igual que yo seríamos incapaz de joder a la familia por muchos errores que alguno cometiese. Éramos conscientes de nuestra humanidad y, por tanto, nuestra falibilidad. Otra cosa muy distinta era perdonar la traición ex profeso.

    La observé en silencio mientras comíamos sin perder de vista el arresto de nuestro primo y supe que creía con fervor, tanto como yo, que se lo tenía bien merecido.


    Este relato ha sido escrito para participar en el reto de Lubra febrero 20, propuesto por Jessica Galera.

    elementos a utilizar en el desafío según Lubra:

    1. Frase inicial: «Si es que soy imbécil»
    2. Indicación: «el personaje es pillado merodeando fuera del salón principal»
    3. Frase final: «Se lo tenía bien merecido»