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  • DUNAY: EL DESIERTO DEL SILENCIO INFINITO

    Un desierto durante el ocaso
    Imagen libre de derechos de Janet R Domínguez en Pixabay

    Sinopsis

    Liam y Connor no dejan de meterse en líos; esta vez, han arrastrado a la heredera del reino de las hadas de plata. Los gemelos no han estudiado para sus exámenes en el mundo mortal y pretenden ubicar los Cyrgüiles (frutos del conocimiento perenne) que solo se dan en el oasis de la luz perpetua; paraíso escondido en Dunay, el desierto del silencio infinito. la pequeña Amoena, hija de Caléndula y Napellus,  abrirá el portal que los llevará a su destino. El problema es que su falta de experiencia los conducirá al desierto del silencio infinito y los dunayros no son conocidos, precisamente,  por su amabilidad.

    Tercera entrega de la serie «Crónicas de Enalterra».


    Liam y Connor intercambiaron una mirada cómplice. Segundos después se dejaban arrastrar hacia el otro lado del portal tras la pequeña Amoena; aquella era una expedición ida por vuelta. Ni su madre ni Gult ni Caléndula tendrían por qué enterarse. Volverían para la cena y todos tan felices.

    Apenas aterrizaron del otro lado supieron que algo iba muy, pero que muy mal. El calor era sofocante y la hediondez perturbadora. La penumbra hacía difícil distinguir lo que tenían a un metro de distancia. Ambos gemelos se miraron. Abrieron la boca una, dos, tres veces. Movieron los labios, tensaron el cuello, chocaron las palmas, el miedo los recorrió de pies a cabeza. No cabía duda, estaban en el desierto del silencio infinito. La vibración que percibieron bajo los pies los alertó del peligro. Nada que fuese lo bastante pequeño causaría semejante sacudón. Connor señaló los platinados mechones que danzaban a unos cuantos pasos; la pequeñaja brincoteaba mientras sacudía sus alitas y hacía palmas, ajenas a lo que se les avecinaba.

    —¡Corre! —articuló Connor mientras señalaba en dirección de Amoena.

    Liam negó con la cabeza.

    —Tú. —Lo apuntó con el índice y luego se volvió.

    Al seguir sus movimientos y ver lo que se les aproximaba, Connor no lo dudó. Corrió en dirección a la chiquilla, la levantó como si fuese un saco de patatas y corrió todo lo que le permitía la arena.

    Liam se plantó frente al enorme escarpión. Tras dar un vistazo alrededor, exhaló un suspiro. No había ni una roca. Nada que pudiera usar como arma. Probaría lanzar un pequeño conjuro distractor. Al menos así su hermano tendría tiempo de sacarle ventaja al bicho. Solo esperaba que a ningún dunayro le diese por pasearse por allí.

    El insecto levantó la cola y lo apuntó con el aguijón. El líquido viscoso le rozó el muslo izquierdo. Liam maldijo y trastabilló. Debilitado por la potente ponzoña cayó de culo.

    Connor se detuvo para recuperar el resuello. Lidiar con la pequeña hada resultaba más difícil de lo que imaginó. Pese a su estatura, era fuerte e inquieta. Apenas había podido adelantarse un poco. Correr y luchar para que la chiquilla no se escabullera de sus brazos eran dos tareas incompatibles.

    Con los ojos desorbitados al ver la sombra que se cernía sobre Liam, Amoena movió sus deditos, extendió las alas y salió disparada. Connor salió tras ella. Abrió y cerró la boca; gritar no le serviría de nada, más que para perder aire. El corazón le dio un vuelco al ver a su hermano acorralado entre la arena y aquel bicho gigante. Recordó que se había guardado el boli en el bolsillo y tomó nota mental de agradecerle a Gult que fuese tan pesado con el tema de no salir a ningún lado sin protección. En cuanto lo sostuvo en la mano, el objeto adoptó su apariencia real.

    Elevó la espada y lanzó el mandoble con todas sus fuerzas. El cuerno que casi ensarta a su hermano se clavó en la arena. La bestia se sacudió como posesa. Otro chorro ponzoñoso salió en dirección a Connor. La pequeña hada remontó el vuelo y arrojó un hechizo aturdidor. Las alas de la criatura se despegaron de su caparazón.

    Ágil como un colibrí, Amoena captó la atención del bicho el tiempo suficiente como para que Connor ayudara a Liam a ponerse de pie. El rostro del joven había adoptado un tono verduzco muy alarmante.

    El escarpión se elevó unos centímetros sobre el suelo. El fuerte aleteo provocó una tormenta de arena que camufló su posición.

    La pequeña hada hizo un giro para volver con los gemelos. En ese instante, las dunas se estremecieron. Connor temió que otros escarpiones hubiesen despertado de su letargo. Las siluetas que iban cogiendo forma delante de sus narices le sentaron como una patada en el hígado. La suerte no podía ser tan cabrona. una decena de dunayros emergieron de las profundidades del desierto y la expresión de sus rostros mostraba lo enfadados que estaban.

    Gesticulando a gran velocidad, Naboirg, abordó a los adolescentes:

    —Habéis invadido Dunay y lesionasteis a uno de nuestros guardianes sagrados. Nuestra soberana ha contactado con el castillo y ni la reina Brianna ni su consejero han respondido a nuestras preguntas.

    Connor quiso responder. No obstante, como la diplomacia le interesaba tan poco, jamás aprendió a comunicarse con la lengua gestual de Dunay; por tanto, apenas si pudo captar el mensaje.

    —Nimos a oasis —intervino Amoena.

    —Ha sido un pequeño accidente —añadió Liam.

    Connor tiró del pantaloncillo corto de la pequeña y la apartó de la trayectoria de los brazos que pretendían apresarla.

    —¡Excusas! Habéis violentado el protocolo y deberéis pagar un precio —gesticuló Naboirg y a medida que hablaba, salpicaba granos de arena y virutas de cristal.

    El suelo vibró con más fuerza. Del resto de dunas emergieron más escarpiones. La fetidez hizo que el aire fuese casi irrespirable. La penumbra se volvió más densa. Era hora de salir de allí, si es que se le ocurría alguna estrategia.

    Como si les hubiese podido leer el pensamiento, Amoena agitó los deditos, extendió los brazos hacia arriba y un portal surgió sobre sus cabezas. La fuerza que manaba desde el otro lado los obligó a recular. El oasis de la luz perpetua era un lugar que todo dunayro evitaba de ser posible. La pequeña ascendió y atravesó la brecha.

    Algraim et selvet eireen trug.

    Connor sujetó con fuerza a su hermano mientras con la otra mano aferraba la espada y el conjuro los elevaba directo a la brecha.

    🍃

    El sonido de algunos pájaros se impuso a la melódica bienvenida del agua brotando a borbotones. Connor inspiró hondo. El olor a hierba mojada le cosquilleó en la nariz. Abrió los ojos y los cerró de golpe. La luminosidad le provocó una punzada incómoda. Se frotó los párpados y llamó a su hermano en voz baja:

    —¿Liam?

    No obtuvo respuesta. El pulso se le aceleró. Se incorporó y abrió los ojos despacio. Dio un vistazo. Se levantó de un salto al distinguir el pequeño cuerpecillo de la niña. Temió que el esfuerzo hubiese sido demasiado para la criatura. Pensar en el dolor que le ocasionaría a Caléndula si Amoena moría, le produjo una culpa que se le clavó en el corazón. «¿Cómo hemos podido ser tan irresponsables? ¡¿Cómo he podido ser yo tan irresponsable?! Le daba igual que la culpa no sirviese de nada; que azotarse solo minase su ánimo y su espíritu. Si no hubiese mencionado lo de usar los recursos mágicos para obtener el conocimiento que deberían haber obtenido estudiando como cualquiera, no estarían metidos en aquel embrollo.

    Revisó a la chiquilla. El alivio que experimentó al percatarse de que respiraba y que solo permanecía en un sueño profundo le quitó miles de toneladas de peso de los hombros. Dio otro vistazo. La agradable sensación se esfumó enseguida. Liam yacía despatarrado un poco más allá. El tono verduzco de su piel se había intensificado y la manera en que su pecho apenas se movía le abrió las puertas al terror. Si perdía a su gemelo no se lo perdonaría jamás.

    —¿Qué puedo hacer? —masculló mientras se mesaba el pelo y deambulaba entre Amoena y Liam.

    Frenó en seco. La visión de aquel fruto de color violáceo casi le desorbita los ojos. Corrió hacia el árbol. Los intentos por desprender la fruta con una roca no sirvieron de nada. Paseó los ojos hasta que divisó la espada. Consciente de que la savia del Cyrgüil era cáustica, cortó las ramas con cuidado. El aroma penetrante de la fruta se le impregnó en los dedos. La acidez de la pulpa lo hizo salivar y le anegó los ojos.

    Masticó y tragó tan rápido como pudo. El jugo le corrió por las comisuras y le irritó la piel. Evitó frotarse con las manos enrojecidas. Cuando hubo engullido el último trozo, avanzó a zancadas hacia el riachuelo que rodeaba el pequeño claro donde se encontraban.

    A cada paso que daba, experimentaba los efectos del fruto. El conocimiento perenne se abría paso en su psique. Tras el primer trago de agua fresca ya sabía cómo salvar a Liam del envenenamiento.

    Minutos después de haberle administrado el antídoto a su hermano, una borrasca le advirtió que ya no estaban solos. Se volvió despacio sujetando la espada con firmeza. Parpadeó varias veces. La incredulidad lo dejó sin palabras. Ahora sí que estaban metidos en un problema muy gordo.

    🍃

    Gult aterrizó con Brianna en su lomo, seguido por Caléndula y Napellus. La reina de Enalterra dio un salto y corrió hacia Liam. Connor abrió la boca; la mirada de Brianna lo persuadió de excusarse. Arrodillada junto al joven rompió en un llanto silencioso que a Connor le encogió el corazón.

    —Estáis metidos en un problema muy serio —advirtió el consejero.

    Caléndula y Napellus se ocuparon de su hija y solo cuando se cercioraron de que se encontraba fuera de peligro relajaron la hosca expresión.

    —Nell-Dunayr está furiosa y no es para menos —dijo Napellus—. ¿Qué pretendíais?

    Liam abrió los ojos. Pese a tener la garganta como si hubiese tragado piedras ardientes, confesó su travesura:

    —Es culpa mía. —tosió y se incorporó con ayuda de Brianna—. Convencí a Amoena de que nos trajese al oasis…

    —La culpa es mía por proponer que usáramos los cyrgüiles porque no estudiamos y tenemos examen mañana. —Connor manoteaba inquieto—. Si suspendíamos la prueba, el entrenador se lo diría a mamá y nos dejaría sin el gran partido.

    Liam asintió con las mejillas arreboladas; el color verdoso de su piel apenas era una sombra tenue. Desvió la mirada hacia la pequeña y palideció. La preocupación se le dibujó en el rostro y los ojos se le anegaron, aunque no derramó una sola lágrima.

    —Solo está agotada —explicó Caléndula al ver su expresión—. Es más fuerte que otras crías de su edad, pero no lo bastante como para afrontar semejante esfuerzo sin quedar exhausta.

    Ambos jóvenes se relajaron, al menos respecto de la pequeña. Claro que, la sensación no les duró demasiado.

    —¡Ni os creáis que os vais a librar de reparar esta falta!

    El rugido del consejero espantó a un grupo de aves que permanecían en las ramas del Cyrgüil.

    —Recuerda lo que hablamos —dijo Brianna; Gult resopló y gruñó—. Me encargaré de este asunto.

    —Así sea, majestad.

    La reina se puso de pie y encaró a sus sobrinos.

    —Habéis corrido un peligro innecesario, os habéis saltado las normas, pasasteis por encima de lo que os hemos inculcado respecto del uso de la magia y los recursos enalterrenses. —Ambos jóvenes abrieron la boca; ella alzó la palma—. No solo os quedaréis sin el gran partido; desde este momento tendréis prohibido el uso de la magia, no tendréis acceso a recursos de enalterra de ningún tipo y os tendréis que ocupar de cuidar de los guardianes sagrados de Dunayr durante un mes completo.

    —Mamá… —protestaron ambos a la vez.

    —¡Mamá un cuerno de petrovarius!

    Gult abrió muchísimo los ojos. La reina no solía perder la compostura con frecuencia, pero cuando lo hacía, era mejor no atravesarse en su camino.

    —Obedeceréis y como os pille en alguna de las vuestras, os enviaré con Nairea a la tierra del tiempo eterno. A Berenge le encantará vuestra compañía.

    —¡No puedes hacernos eso! —protestaron de nuevo.

    —Puedo, claro que sí. Y será mejor que no me sigáis calentando la poca paciencia que me queda.

    Los jóvenes pusieron los ojos en blanco. Sin embargo, a sabiendas de que lo mejor era guardar silencio, se mantuvieron con la boca bien cerrada.

    —¿Algo que agregar? —preguntó Gult sin quitarles los ojos de encima.

    Liam y Connor negaron con la cabeza.

    —Yo si tengo algo que añadir —dijo Brianna y subió a lomos de su consejero—. Mas vale que no suspendáis ni una sola de las asignaturas o me veréis muy enfadada.

    La amenaza quedó flotando en el aire. Gult alzó el vuelo sin siquiera despedirse.

    Siuf, volt et camsaig —pronunció Caléndula.

    Un portal se formó con rapidez. La joven lo atravesó con Amoena en brazos. Del otro lado, la pradera verde azulada despertó la sensación de añoranza en Connor. Era hora de volver a casa.

    —Será mejor que me sigáis, chavales —propuso Napellus.

    Connor dio un paso adelante con el hada muy de cerca. Liam, en cambio dijo algo bajito, se agachó y lo cruzó un par de minutos después con una sonrisa traviesa en los labios.

    Liam y Connor se miraron estupefactos. Ambos seguían con la hoja en blanco, incapaces de responder una sola pregunta. El profesor recogió las hojas; al verlas sin un solo trazo, chasqueó la lengua y negó con la cabeza. Los jóvenes bajaron la mirada, resignados. La bronca que les esperaba iba a ser de magnitudes épicas.

    Brianna los esperaba con el motor encendido. A Connor lo miró de soslayo, a Liam por el espejo retrovisor. El escrutinio los puso nerviosos.

    —En casa tengo algo para esos labios agrietados. Tanto cítrico no os sienta nada bien —dijo y los jóvenes palidecieron—. Por cierto, no sé si Gult os lo explicó, quizá no.

    —¿El qué? —preguntaron con voz trémula. —Esa sonrisita de su madre les puso los pelos de punta.

    —Los cyrgüiles pierden todo su efecto en el mundo mortal —dijo en voz baja y pisó el pedal.

    Ambos jóvenes maldijeron su mala suerte. Ahora no solo estaban seguros de que suspenderían varias asignaturas, la peor parte era que tendrían que pasarse todo el verano ocupándose de entretener a la sosa de Berenge.


    Este relato fue escrito para participar en el reto #Surcaletras de Adella Brac y para participar en el #VaDeRetoFebrero2022 propuesto por Jose A. Sánchez, @Jascnet. En el primer reto, el disparador se enfocó en seleccionar algunas palabras. Yo escogí: sombrío, infinito, silencio. En el caso del segundo reto, la premisa era utilizar el desierto como elemento evocador y que la palabra apareciera en el texto. Espero disfrutéis de la historia que, además, forma parte de una serie que llamaré «Crónicas de Enalterra».

    Podéis leer el primer relato de la serie y también leer el segundo relato de la serie y dejadme vuestras impresiones. Me haréis muy feliz y me será muy útil para aprender y seguir mejorando.


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  • Brianna: princesa de Enalterra

    Una mujer pelirroja de largos cabellos y orejas picudas que viste de verde y apunta al suelo con un arco. a sus pies un león permanece atento a ella. Están en una pradera de pasto seco, amarillento. Al fondo en el cielo se ve caer el atardecer.
    Imagen libre de derechos tomada de Pxfuel.com

    Brianna estaciona el coche a dos cuadras del Mount Temple, el instituto al que asisten sus hijos desde que se mudaron a Dublín. El par de adolescentes apenas si le hablan desde la discusión que tuvieron durante la cena. La misma que concluyó con el subsecuente castigo. Los chavales se bajan a toda prisa y dan sendos portazos. Ella inspira muy hondo y cuenta hasta diez. La técnica no le funciona y golpea el volante con todas sus fuerzas. La frustración es tanta que suelta un par de grititos; adoptar y criar a dos hijos de trece años sola con casi cincuenta tiene sus altibajos. Evita reprocharse la locura de convertirse en madre cuando ya casi debería ser abuela. Es una mujer moderna, no en vano se adapta a las exigencias de vivir en la ciudad en pleno 2030. Enciende el coche y mira el reloj. Todavía tiene que pedir cita con su terapeuta, ir al supermercado, la tintorería y el banco. Y pensar que había solicitado sus vacaciones para descansar. Qué ilusa. De seguir así quién sabe con qué otra extravagancia alucinará; recordar la última ida de pinza le provoca escalofríos. Menos mal que el entrenador de baloncesto de sus chicos no se ofendió porque lo confundiera con un ogro de piel púrpura.

    Un trueno retumba, atronador. El cielo se oscurece en apenas segundos. Brianna frena en el semáforo. Por el rabillo del ojo percibe un fogonazo en la esquina. La curiosidad vence su sentido común y voltea. Hacia ella camina un tipo enorme, con gafas de pasta, túnica estampada con lunas, rayos y estrellas, y un sombrero de forma indefinida que semeja una pamela mordisqueada por alguna criatura. Sin mediar palabra el hombre abre la portezuela del copiloto y sube al coche.

    —Venga, mujer, arranca que el cacharro luminoso ya cambió.

    El coro de bocinas la impulsa a pisar el acelerador.

    —¿Quién diablos es usted?

    —Puedes tutearme, Brianna, a fin de cuentas, soy tu consejero real y es mejor entrar en confianza cuanto antes para que recuerdes. —Brianna gira en una esquina y orilla el coche.

    —¿Consejero real? ¿Está usted loco? No sé de qué lugar se ha escapado ni quién es, pero haga el favor de bajarse de mi coche ahora mismo.

    —Soy Calixto, Brianna, por el amor a la diosa. Haz el favor de no ponerte difícil.

    —¡Bájese!

    El hombre resopla y mira las llaves del vehículo. Brianna las coge y se cruza de brazos. El tipo acerca el índice al volante. Una chispa brota y el motor corcovea hasta que se enciende. Brianna ahoga un grito mientras que el coche arranca sin que ninguno de los dos lo toque.

    —¿Qué clase de truco es este? —Ella intenta coger el volante y algo invisible la repele.

    —Explicártelo ahora mismo nos tomaría demasiado tiempo. —Calixto se ajusta las gafas sobre la nariz—. Lo que tienes que saber es que he venido a por ti porque en Enalterra te necesitamos. Este experimento tuyo en el mundo mortal nos está sacando canas violetas. Es hora de que regreses y pongas orden.

    —Brianna, estás alucinando de nuevo … —dice para sí misma—. Despierta de una vez y recuerda adelantar la cita con tu terapeuta.

    —No seas ridícula, Brianna. Presta atención porque esto no es un juego. Tienes que regresar. —El hombre la coge por los brazos y la sacude—. El rey de los tanarianos sabe que estás aquí y si no regresas, la tomará con lo que más quieres. Él no va a esperar a que te canses de jugar a ser humana, ¿lo entiendes?

    —¡Lo único que entiendo es que usted es un chalado! ¡Haga el favor de soltarme!

    El hombre se esfuma en medio de una nubecilla violeta. Un par de toques en el cristal de la portezuela del conductor provocan que Brianna bote en el asiento. Con los nervios a flor de piel baja la ventanilla y respira muy hondo.

    —¿Está usted bien, señora?

    —Sí, oficial —miente sin miramientos—. Mi coche parece que presenta una falla.

    El oficial cabecea.

    —Circule, por favor. —Ella asiente en silencio.

    Brianna introduce la llave en el contacto con premura. De pronto cae en cuenta de que sigue en el mismo semáforo donde ese chalado la abordó. El corazón le da un vuelco y el pulso se le dispara. La idea de que está enloqueciendo la tortura. Arranca el coche con ambas manos aferradas con fuerza al volante. Se dirige a su casa. Todo lo pendiente puede esperar. Ahora necesita relajarse y hablar con su terapeuta. Quizá todo es producto del estrés. Detesta discutir con los chicos y castigarlos, mucho más. La peor parte es que ellos son conscientes del poder que ejercen sobre ella y por eso la situación en casa ha ido a peor. Que sean adoptados no debería influir; aun así, lo hace. Todavía recuerda el día que los encontró perdidos en el parque.

    🍃

    Brianna entra en la casa casi a la carrera. El teléfono suena con insistencia. En su mente no dejan de repetirse los sucesos que acaba de vivir.

    —¿Diga?

    —¿Señora O’Neill?

    —Sí, ¿quién habla?

    —La estamos llamando del Mount Temple —la voz del otro lado titubea—. Liam y Connor no se presentaron hoy a clase.

    Brianna palidece.

    —No es posible, yo los dejé cerca del instituto hace —mira el reloj en la pared— poco más de una hora. ¿Habéis hablado con sus profesores? ¿Le preguntasteis a sus compañeros de clase? ¿Al vigilante?

    —Fue el mismo señor McDowell quien informó de su ausencia, señora.

    A Brianna le tiemblan las piernas. Un ruido a sus espaldas la sobresalta y se le cae el auricular del teléfono. Da un vistazo alrededor mientras valora qué objeto puede servirle como arma arrojadiza. Con rapidez se abalanza sobre la pequeña escultura de bronce que descansa sobre la mesa del pasillo. Gira sobre sus talones y la arroja.

    La figura se mueve con rapidez. La escultura pasa por encima de su cabeza y le tumba el sombrero. Brianna se lanza como una fiera. El miedo por sus hijos la ciega y un matiz rojizo la envuelve en una nube iracunda. Calixto la sujeta por las muñecas antes de que ella le arranque las gafas.

    —¡Maldito loco! ¿Dónde están mis hijos? ¿Qué hiciste con ellos?

    —Te lo advertí, Brianna —responde él sin soltarla—. No sé dónde están… imagino que en Enalterra, en el bosque de los espíritus; en poder de Minok.

    Ella lo patea. El hombre grita y afloja el agarre. Brianna recula y se zafa. Corre hacia la cocina para buscar un cuchillo. Apenas entra se encuentra a Calixto con los brazos en jarra y el rostro sombrío.

    —¿Tienes intención de serenarte? ¿O vamos a seguir así mucho rato más? —El hombre se ajusta las gafas—. Por si no has caído en cuenta, mientras más tiempo tardemos en volver, más peligro corren los chicos.

    Brianna se deja caer en un taburete. Hunde el rostro entre sus manos y llora con tanto desconsuelo que Calixto se le acerca y le acaricia el pelo.

    —He perdido la cabeza y también perderé a mis hijos. —El hombre se acuclilla y le retira las manos.

    —No estás loca, Brianna —asegura—. Eres heredera al trono de Enalterra. Ven conmigo y te demostraré que digo la verdad.

    Ella lo observa sin parpadear.

    —¿Cómo voy a ser una heredera? Yo sólo soy una mujer a punto de cumplir cincuenta años, secretaria de un bufete de abogados. Ni siquiera reconozco ese sitio que mencionas.

    —Lo recordarás todo si vienes conmigo —dice y se yergue—. Solo estás bajo el conjuro que transmuta tu esencia feérica para permitirte habitar el mundo mortal como una simple humana.

    —¿En serio esperas que te crea?

    —Ven conmigo. Poco tienes que perder y mucho tienes que ganar. Por ti, por tus sobrinos y por toda Enalterra.

    Brianna se levanta como un resorte. Frente a ella el aire se estremece. Poco a poco se abre una ventana que permite visualizar un extenso campo de flores, hierba verdeazulada y un cielo veteado con los colores del ocaso. El hombre le tiende una mano. Ella duda. La sensación de pertenencia que de súbito le arropa el corazón al observar el paisaje, la desconcierta. «Escucha tu corazón que nunca se equivoca». La voz que le habla le acelera el pulso. Un recuerdo fugaz ocupa su mente. La imagen de una mujer muy parecida a ella le sonríe con los brazos abiertos. Un nombre surge de pronto… Adara. Brianna toma una bocanada, aferra la mano del hombre, cierra los ojos y se deja arrastrar hacia el otro lado.

    🍃

    La sensación de vértigo que Brianna experimenta le revuelve el estómago. Dentro de su cabeza las peores imágenes se suceden una tras otra. Aguarda el golpe que va a llevarse en cuanto choque con alguna superficie sólida. Se aferra con más fuerza a la mano que la sujeta. De pronto, la sensación se detiene. Ella abre los ojos al percibir suelo firme bajo sus pies. El paisaje le da la bienvenida por muy poco tiempo. A un chasquido de dedos todo desaparece. El vértigo regresa con más intensidad y la obliga a apretar los ojos. Segundos después percibe cómo los pies se le hunden en una superficie mullida y se anima a abrir los ojos de nuevo.

    Un destello capta su atención. Gira el rostro y los ojos casi se le desorbitan. El reflejo que la recibe la deja boquiabierta. Su cabello sigue rojo como un rubí, pero mucho más largo y rizado. Un par de orejas picudas destacan entre sus rizos. Sus ojos lucen como dos zafiros en lugar del habitual marrón oscuro. Sus facciones son más perfiladas y angulosas, menos humanas ,y su cuerpo ya no muestra los habituales michelines que tanto la acomplejaban.

    Un estruendo sacude los objetos de la habitación en la que se encuentra. El consejero le hace señas para que guarde silencio. Pasos, gritos, órdenes se escuchan fuera. Calixto bloquea la puerta con un hechizo y corre a desplazar un largo estandarte que cuelga del techo. Brianna mira el agujero que se abre detrás y palidece. El consejero real la empuja y salta tras ella en el instante en que una explosión derriba la puerta.

    El agua helada del foso que rodea el castillo los recibe. Incapaz de nadar, Brianna está a punto de sumergirse. Calixto la rodea por la cintura. Algunas voces se escuchan a lo lejos. El miedo mantiene a Brianna paralizada. ¿A dónde diablos fue a parar? Como si pudiera leerle el pensamiento, el consejero real le susurra en la oreja:

    —Tu partida puso todo de cabeza, pero no te preocupes, te ayudaremos a disolver el caos.

    El hombre alcanza la orilla. Un par de brazos fornidos levantan a Brianna. Ella se resiste producto de la ansiedad que le provoca encontrarse en manos de un desconocido.

    —No habéis cambiado nada, princesa —afirma una voz demasiado gruesa para ser humana.

    Brianna reprime el impulso de voltearse. Necesita serenarse antes de enfrentar lo que sea que permanece a sus espaldas sujetándola como si fuese un fardo.

    —Será mejor que la dejes en el suelo, Yiron —sugiere Calixto—. Todavía sufre los efectos del cambio. —La criatura la deja apoyar los pies en la orilla.

    Brianna pierde el equilibrio y resbala. Algo peludo y bastante grande evita que caiga de culo. La princesa se da vuelta. Los ojos casi se le desorbitan. Delante de ella, con una actitud por demás doméstica para semejante bestia, un león permanece sentado sobre sus patas traseras. Brianna traga saliva. Calixto se aproxima y acaricia la melena del animal. El felino emite un ruido que suena a un ronroneo antes de abrir las fauces:

    —Bienvenida, alteza. —La voz grave y cadenciosa del inmenso animal la deja con la boca abierta.

    —Será mejor que le demos un instante —propone Calixto—. No es conveniente que colapse justo en este momento.

    Una luz blanquecina ilumina sus rostros. La princesa da un vistazo. La brisa gélida que sacude los arbustos cercanos le cala hasta los huesos. Los dientes le castañetean y se abraza con fuerza. Lo menos que quiere es que crean que está muerta de miedo. Ahora que puede ver mejor, Brianna detalla a la criatura que la sacó del agua. Luce como un árbol gigante. Tiene el pelo alborotado y frondoso, igual que las hojas de los arbustos. La piel muestra vetas como la corteza de un gran árbol y es tan ancho que sería casi imposible abrazarlo.

    —Es mejor que os cambiéis de ropa, princesa. Ese atuendo humano os convierte en un blanco fácil para vuestros enemigos.

    Brianna contempla la pila de prendas que le acerca el gigante herbáceo. Sin perder tiempo se cambia. Exhala un suspiro. Las prendas calientan su piel y le transmiten una sensación de confort que la sorprende.

    —Pongámonos en marcha. En breve la medianoche nos envolverá y será mucho más factible pasar desapercibidos. —Calixto le cuelga un medallón a Brianna. La joya brilla enseguida y se apaga.

    —¿Qué es esto? —La princesa sostiene la joya en la mano.

    —El corion, ahí está parte de tu esencia y tus recuerdos. También tu don más preciado. —Ella lo mira con los ojos entornados.

    —Sé que todavía no me crees, pero lo harás.

    Yiron le extiende un carcaj lleno de flechas y un arco.

    Brianna los coge. La expresión de su rostro es un poema que contagia de preocupación al gigante herbáceo.

    —¿Qué voy a hacer con esto? —pregunta la princesa.

    —Por el momento, llevarlos. Cuando el corion libere tus recuerdos, sabrás lo que debes hacer.

    Yiron se echa al hombro su petate. Avanza delante con el candil en la mano. Detrás camina Brianna junto a Calixto y el león.

    —¿Cómo se llama? —Brianna señala al felino.

    —Gult —responde el consejero—. Puedes confiar en él. Irá contigo donde vayas.

    —Puedo responder por mí mismo —refunfuña y gruñe.

    La princesa cabecea una vez sin quitarle los ojos de encima al león. Pese a lo surrealista de toda la situación, hay algo; una voz interior que le susurra que ese hombre dice la verdad. Aparta las dudas y ciñe la correa de su habitual desconfianza. No es momento para rumiar tonterías. Liam y Connor la necesitan.

    —¿Dónde están mis chicos?

    —Lo más probable es que Minok los mantenga en su fortaleza.

    —Mencionaste un bosque de los espíritus. —Gult gruñe de nuevo—. ¿Cómo llegamos allí?

    El gigante herbáceo se detiene. Brianna observa con aprensión la cortina de gruesas lianas que cuelgan entre dos troncos enormes.

    —Para llegar al bosque hay que cruzar el lago humeante y enfrentar a los ignius en el bosque de los sacrificios, princesa —responde Yiron.

    —Los tres viajaremos contigo, no te preocupes, Brianna.

    «Como si eso borrase de un plumazo el pánico que me retuerce las tripas», piensa, aunque guarda silencio. La esperanza que atisba en el rostro de sus dos acompañantes le impide expresar la inseguridad que la corroe. Es demasiado peso para sus hombros; aun así, hurga en las profundidades de su corazón. El amor por sus chicos es lo único que le insufla fuerza… por ellos enfrentará lo que sea.

    🍃

    Brianna despierta con la sensación de ser dos personas distintas en un mismo cuerpo. Recuperar parte de su memoria le deja un regusto amargo en la garganta que no esperaba. Siente las miradas sobre ella y la incomodidad se apodera de la poca calma que le queda. No quiere ser injusta, faltaría más. Sin embargo, eso no resta que convertirse en el centro de atención le guste muy poco.

    —Esperadme aquí —propone Yiron—. Será mejor que yo me ocupe de conseguir la barcaza.

    Brianna lo observa alejarse.

    —¿Qué no me habéis dicho todavía?

    Calixto inspira hondo antes de hablar.

    —Tu partida no fue bien recibida por algunos enalterrenses. Las hadas de plata… no están nada contentas.

    —¿Tienen ellas que ver con lo ocurrido cuando regresamos? —Él asiente sin perder de vista a Yiron.

    —Ten en cuenta que Minok es muy hábil para sembrar cizaña.

    —Y que yo no fui nada inteligente al dejarle el camino libre.

    —No dije eso.

    —No, pero lo piensas.

    El consejero real guarda silencio. Yiron regresa. Su rostro es el vivo reflejo de la satisfacción.

    —Podemos partir cuando queráis, princesa.

    —No perdamos más tiempo —dice Brianna y se adelanta seguida por Gult.

    Consciente de que su regreso la expone al desprecio de algunos coterráneos, la princesa se sube la capucha y evita entablar contacto visual con los pobladores de Ignitas, la aldea que colida con el lago humeante.

    Un mal presentimiento recorre la columna vertebral de Brianna. Abordar la barcaza ha sido demasiado sencillo. Gult permanece atento. El animal pasea la mirada de un lado a otro de la embarcación. Es como si él también presintiese que algo extraño está por suceder.

    La neblina que se forma alrededor de ellos estrecha su cerco. Vapores apestosos emergen y se entrelazan con la neblina. Formas fantasmales danzan con el viento que sopla, cada vez, con más fuerza. Algo choca con la barcaza. Brianna distingue la sombra gigante que se mueve bajo el agua. Desvía la mirada. La proximidad de lo que sea que nade bajo ellos le despierta un temor visceral. La barcaza cruje. El agua hirviente se filtra con rapidez.

    —¡Sujetaos! —La advertencia de Yiron llega algunos segundos tarde.

    Gult ruge. Calixto se apresura a conjurar un hechizo que les permita seguir a flote. La embarcación cruje de nuevo. Brianna reprime el deseo de gritar hasta quedarse sin voz; el recuerdo de su padre ahogándose aflora de improviso, es como revivir aquella tragedia en un bucle infinito. La grieta se ensancha y la barcaza se parte en dos. Una ola gigante los arrolla. La temperatura del agua es apenas tolerable. La piel de Brianna se escalda. Ella grita con los ojos llenos de lágrimas sin poder acallar los gritos que resuenan en su cabeza; los mismos que escuchó de su padre por última vez. La desesperación es tanta que traga agua y eso la desespera aún más. Gult va a por ella antes de que se hunda por completo. El miedo la paraliza. El felino la empuja con el hocico. La imagen del cuerpo de su padre hundiéndose es un lastre que tira de ella hacia el fondo. Calixto se ocupa de Yiron. La situación es caótica. De seguir sumergidos el agua los asará o la criatura que aún no emerge los devorará. El corazón de Brianna late desbocado. Pensar es una tarea demasiado compleja. El recuerdo de sus chicos acude en el instante en que está dispuesta a rendirse. Sus labios se mueven por inercia. Las palabras brotan con fluidez en el idioma antiguo:

    Caum eti isaam silf.

    El viento se arremolina con rapidez. Una figura femenina se materializa. Enseguida los cuatro son elevados por ráfagas de brisa fresca. El viaje al otro lado de la orilla dura apenas un par de minutos. La sílfide los deja a las puertas de un bosque de secoyas gigantes que resplandecen como diamantes.

    🍃

    Adentrarse en el bosque de los sacrificios les lleva más de lo que esperaban. Brianna avanza tras Gult mientras que Calixto y Yiron van a la retaguardia. El sol brilla en su zenit. La temperatura aumenta. La humedad es pegajosa e incómoda. Brianna se detiene. Un aroma acre y penetrante llama su atención. El crepitar que se aproxima en su dirección le provoca un hormigueo de anticipación que despierta un recuerdo que permanecía sepultado en lo profundo de su memoria. La princesa se vuelve; su temor se ve confirmado. La manada de animales flamígeros se abre paso incendiando el suelo por donde pisan.

    —¡Corred, princesa! —Yiron desenvaina una espada enorme.

    —No te dejaré aquí.

    —Debéis hacerlo. Pensad en vuestros sobrinos, en toda Enalterra.

    Ella intercambia una mirada con Calixto. Él cabecea. El breve asentimiento le ensombrece las facciones.

    —Ve tú adelante, Gult cuidará de ti. Nos veremos en cuanto nos libremos de la manada.

    Brianna aprieta los dientes para contener las lágrimas que amenazan con dejarla en evidencia. Aprecia el sacrificio y la lealtad de Yiron y, al mismo tiempo, lo odia. Le recuerda demasiado al sacrificio de su hermana. La cicatriz en su memoria vuelve a ser una herida abierta y sangrante. Lleva demasiado tiempo de pérdida en pérdida. Esa es la principal razón que tuvo para abandonar Enalterra en su momento.

    Gult ruge para captar su atención. El enorme felino se desplaza con seguridad. Sus ojos la empujan a seguir adelante sin mirar atrás. Caminar con el peso del desasosiego que le provoca el destino incierto de Yiron mina su ánimo. La incertidumbre se convierte en un lastre insoportable Sobre sus espaldas que todavía no comprende del todo. Continuar se le hace cada vez más difícil. Le cuesta lo inimaginable anular la culpa y el reproche que la sobrecogen de forma inesperada. «La culpa solo sirve para horadarnos el alma. Los sacrificios, por duro que te parezcan, tienen un propósito. Acepta mi sacrificio y el de cada enalterrense que te lo ofrezca porque con él estará sellando un pacto de lealtad eterna». La voz de su hermana es un susurro mental que atenúa la tormenta de emociones que amenazaba con resquebrajar su voluntad. El bosque de los sacrificios cobra un sentido que antes no tenía. El ocaso los alcanza al borde de un acantilado profundo. Gult se detiene. Ella entorna los párpados. El animal se pasea de un lado a otro mientras emite sonidos guturales que a Brianna le suenan a impaciencia.

    —¿Dónde diablos está el puente? —La princesa hurga entre sus recuerdos—. ¿Cómo es posible que el puente no esté en su lugar?

    —Sí que lo está —replica Calixto.

    Brianna se vuelve al escuchar su voz. El consejero tiene la túnica chamuscada, el rostro ennegrecido y su pelo es una especie de maraña indescifrable.

    —¿Yiron?

    Calixto niega con la cabeza. La princesa traga saliva y se recompone a medias; el dolor sigue allí, latente; por Adara, por Yiron, por tantos que han quedado atrás. Una lágrima se le escapa. La tristeza se le anuda en la garganta y la obliga a respirar varias veces. Las palabras de su hermana resurgen , potentes y surten un efecto sanador. Eleva entonces, una plegaria de agradecimiento y se envuelve en la coraza habitual que protege sus emociones más profundas, antes de hablar:

    —¿Qué me estoy perdiendo? Dices que está, sin embargo, yo no veo nada en absoluto más que vacío.

    —Debemos esperar a que anochezca. —asegura—. Solo entonces se mostrará.

    Brianna suspira profundo. El corazón le late demasiado aprisa. La ansiedad amenaza con tomar el control de un momento a otro y eso es algo que no debe permitirse.

    🍃

    La mañana siguiente es fría y neblinosa. Cruzar el puente les llevó toda la noche. Ver asomarse el sol a seis pasos de su destino es una experiencia sobrecogedora que Brianna espera no repetir, al menos en los próximos años. La emoción tras poner un pie en terreno firme se esfuma en cuanto ve los enormes árboles que le bloquean el paso. «Mejor no te lo pienses demasiado», se dice y avanza con el corazón en un puño. Atravesar el bosque de los espíritus resulta tan inquietante de noche como a plena luz del día. Pese a que los grandes árboles permanecen en pie y ofrecen un llamativo colorido, todo es un espejismo. A medida que avanza, Brianna experimenta una extraña presión en el estómago. Calixto camina a la vanguardia mientras que Gult se ocupa de mantener a raya a las espectrales hamadríades que se amontonan y susurran su canto mortal. El trío se detiene a unos cuantos metros de la comitiva real tanariana. Minok, a lomos de su kleusat, los observa con altivez.

    —Qué honor que la heredera de Enalterra acuda a mi presencia.

    —Como si me hubieses dejado otra alternativa. ¿Dónde están mis chicos? —Brianna adelanta un paso.

    —Has perdido los modales, querida. Qué mal te ha sentado la estancia entre los humanos.

    —Responde a mi pregunta y dime qué es lo que quieres. No perdamos más tiempo.

    La montura de Minok resopla. Un humillo apestoso brota de sus ollares. Gult se adelanta a Brianna. La tensión tiñe la atmósfera de un matiz tenebroso; tanto, que el sol queda envuelto por una densa capa de nubes plomizas.

    —¿Qué puede querer un rey como yo? Poder… Entrega el trono y te devolveré a tus chicos. Rechaza mi oferta y serán el aperitivo perfecto para Darkon, tú decides.

    La mera alusión a la posibilidad de que sus chicos mueran le estruja el corazón y el estómago con tanta fiereza que lucha para no doblarse sobre sí misma. El miedo despierta su irracionalidad. La ansiedad le impide respirar. »Prometiste que cuidarías de ellos». El recuerdo irrumpe dentro de su cabeza como un vendaval. Había hecho una promesa y debe cumplirla. No obstante, dejar Enalterra en manos de Minok sería imperdonable.

    —¿¡Cómo te has atrevido a entregarlos al dragón de piedra!? —brama Calixto con el rostro encendido.

    El rey tanariano ignora al consejero. Con los ojos clavados en Brianna hace un gesto a su comitiva. Los guerreros que lo acompañan se desplazan hacia la retaguardia.

    —¿Y bien? ¿Qué decides?

    —El trono de Enalterra no será tuyo jamás, al menos mientras yo viva. —Los ojos de Minok refulgen.

    —Que no se diga que Minok irrespeta la última voluntad de una condenada.

    El suelo bajo los pies de Brianna se agrieta. La princesa cae, tragada por el enorme cráter. Gult salta tras ella. Minok se retira, sonriente. Antes de abandonar el bosque se vuelve.

    —Será mejor que vuelvas al castillo y prepares la ceremonia. No me gusta esperar demasiado, consejero.

    —No deberías cantar victoria tan pronto, Minok.

    —Si tú lo dices…

    Calixto observa cómo el rey se aleja montado sobre la infernal bestia. El consejero pasea la mirada por el cráter con aprensión y eleva una plegaria a los dioses para que protejan a Brianna.

    🍃

    La oscuridad es tan densa que a Brianna no le cabe la menor duda de que el traidor de Minok la envió directo al kleusaterium, la morada de Darkon. La humedad pestilente le irrita la nariz. El calor aumenta a medida que avanza a tientas. Un gruñido la detiene. El corazón se le sube a la garganta. El par de ojos felinos le arrancan un suspiro. El alivio le provoca un cosquilleo placentero. «Al menos no estoy aquí completamente sola». El pensamiento pretende convertirse en una especie de aliciente. Sin embargo, El potente rugido que estremece la tierra a su alrededor hace que se transforme en un arrepentimiento inmediato. Lo más probable es que la compañía que la espera sea, cualquier cosa, menos grata.

    Darkon se desplaza con pesadez. Sus enormes miembros rocosos desprenden arenisca con cada movimiento. La bestia se vuelve en cuanto advierte la presencia de Brianna.

    —Habéis tardado más tiempo del que había previsto, princesa. Vuestros sobrinos os han estado esperando con ilusión, ¿no es cierto?

    Liam y Connor observan a Brianna sin reconocerla. Es evidente que el miedo no les ha permitido pegar un ojo. Las medias lunas oscuras bajo sus párpados dan fe de ello.

    —Hagamos un trato.

    —¿Qué podéis ofrecerme? Aún no sois la reina de Enalterra, no contáis con suficiente poder.

    —Nuestra sangre es el antídoto a vuestra maldición. ¿No lo sabíais? —miente.

    Los ojos de la bestia se transforman en fogatas desbordantes.

    —¿Os sacrificaréis?

    —Lucharé, que es muy diferente. —Darkon se carcajea.

    —De acuerdo, princesa. Vuestro deseo se hará realidad.

    —Esperad —interrumpe, pese a que teme que la lengua se le trabe en cualquier momento—. Liberad a mis sobrinos primero.

    Confiado en tener todas las de ganar, Darkon corta las ataduras con una zarpa. Los gemelos echan a correr. Gult los alcanza. Aterrorizados, reculan hasta que rozan una de las paredes de la caverna; una lo bastante alejada de lo que promete convertirse en el campo de enfrentamiento.

    —¿Lista? —Brianna cabecea en un breve asentimiento.

    En voz muy baja invoca el poder de su sangre que, no es precisamente, para romper maldiciones. Por fortuna lleva consigo su arco y el carcaj.

    Bomlut dem it naetram. —Coge las flechas y se pincha la palma. Las puntas se iluminan.

    La bestia muestra la hilera de dientes. El fogoso escupitajo pasa muy cerca de la princesa. A sorprendente velocidad dispara un par de saetas que atinan en las pupilas verticales del dragón. La fiera ruge. Brianna tiene apenas el tiempo suficiente de disparar dos saetas más que van directo a la boca de la bestia. Darkon cierra las fauces con tanta fuerza que uno de sus colmillos cae y se clava en el suelo. Segundos después, la enorme cola la golpea. Calixto llega a tiempo de evitar que otro golpe aplaste el cuerpo desmadejado de Brianna. Las saetas encantadas cumplen su cometido. El consejero se maldice por no haber acudido en su auxilio con más presteza. El chillido de la bestia es tan agudo que el techo de la caverna se resquebraja.

    —¡Corred! —ordena Calixto a los gemelos.

    Los adolescentes están paralizados por el terror. Gult ruge. Un chispazo emerge de su lomo. Un par de alas se extienden. El felino clava sus pupilas en los chicos.

    —¡Montad en mi lomo, chavales! —les ordena.

    Liam y Connor suben sobre él. El animal se impulsa y evita que parte del techo los aplaste. Por su parte, Calixto recoge el colmillo del dragón y carga con Brianna. En el idioma antiguo conjura un remolino que los envuelve y los escupe hacia la superficie.

    🍃

    El tornado cesa en su ascenso. El león desciende sobre un azulado pastizal. Enseguida Calixto, Gult y los gemelos quedan rodeados por una decena de criaturas aladas. El consejero tiende el cuerpo de Brianna con delicadeza. Una de las criaturas lo aborda.

    —La reina Nairea no fue informada de vuestra visita —espeta el merilov antes de extender sus alas.

    —Ofrezco disculpas por esta visita tan abrupta; no he tenido otra alternativa. Necesito la ayuda de la reina. —Otro merilov se aproxima. La criatura fija sus ojos iridiscentes en Brianna.

    —Avisaré a su majestad. —El merilov se impulsa y en un parpadeo desaparece.

    Nairea acude de inmediato. Los merilov se inclinan y permanecen con la cabeza baja.

    —Levantaos —ordena y se acerca a Calixto—. ¿Qué ha ocurrido?

    El consejero real le informa sin omitir detalle.

    —Es de vital importancia traerla de vuelta, majestad.

    La reina observa a los gemelos. Después clava las pupilas en Calixto.

    —Contraeréis una deuda de sangre, ¿estáis dispuestos a asumirla?

    —Los herederos son demasiado jóvenes, majestad. La asumiré yo, si no os importa.

    —¡No somos unos críos! —gritan al unísono mientras avanzan hacia la reina.

    —Sí que lo sois —insiste ella—. Sin embargo, me resulta conmovedora vuestra reacción. Solo por ello no os tendré en cuenta esta insolencia. Encargaos de mantenerlos a cierta distancia —ordena a sus guerreros.

    Los merilov forman un círculo en torno a los adolescentes. Gult ruge a modo de advertencia. Una que los jóvenes entienden a la perfección.

    La reina procede. Con certera rapidez corta las muñecas de Calixto con sus garras. La sangre gotea a los pies de Nairea hasta formar un charco consistente. El consejero se tambalea. Los chicos gritan. La reina absorbe la sangre una vez purificada con la tierra del tiempo eterno.

    —¡Tinilat ersq viv! —pronuncia Nairea en el idioma antiguo.

    Los merilov sujetan a los chicos que, desesperados, luchan para liberarse. Una luz cegadora envuelve el cuerpo de Brianna. Calixto apoya una rodilla en el suelo a efectos de mantener el equilibrio; un consejero real debe morir con honor. La luz es absorbida por el cuerpo de la princesa. Poco después, Brianna toma una gran bocanada y abre los ojos.

    —Os agradezco vuestra intervención, majestad —interviene Gult.

    —No agradezcas. Vuestro consejero pagó un alto precio por ella. —La reina contempla a Brianna sin parpadear—. Además, solo actué en beneficio de mis intereses. No me conviene sostener una alianza con un rey como Minok, sería igual que permitir que el inframundo se apropie de la superficie. Eso es inadmisible. Ahora marchaos. Debéis restituir el orden en Enalterra.

    Los merilov se elevan en formación alrededor de Nairea. La vista de sus alas e intensos colores resulta fascinante. Un portal cobra forma en cuanto las criaturas desaparecen. Liam y Connor se aproximan. Brianna inspira hondo. Cientos de pensamientos pasan por su cabeza. No obstante, la voz de su corazón aplasta las dudas. Ella extiende los brazos y los chicos se lanzan a su encuentro.

    —¿De verdad eres tú, mamá? —pregunta Liam.

    —Sí, cariño.

    —Tienes un aspecto… diferente —comenta Conor.

    —Igual que el vuestro —agrega Gult.

    Ambos gemelos se observan un instante.

    —¿Sigues enfadada?

    —No, y vosotros ¿seguís enfadados conmigo? —Los chicos niegan con la cabeza y se aferran como pueden a ella.

    —No quiero ser impertinente —interrumpe el felino—, pero debemos regresar antes de que la situación en el castillo y, por tanto, en toda Enalterra, siga empeorando.

    Los chicos se apartan de Brianna.

    —¿A dónde vamos? ¿De qué castillo hablas? —preguntan.

    —Vuestra… Hum, madre, tiene un asunto pendiente.

    Ella cabecea mientras les acaricia el rostro. Gult gruñe una vez más para llamar su atención.

    —Venga, al mal paso darle prisa —sugiere Brianna.

    Tomados de la mano con firmeza, los tres atraviesan el portal seguidos por Gult que carga al lomo el cuerpo de Calixto.

    🍃

    El retorno de Brianna junto a sus sobrinos genera emociones encontradas entre muchos de los habitantes del reino: alegría, sorpresa, tristeza. La muerte de Calixto ocasiona una cascada de cambios que ella asimila con el apoyo de Gult que, por fortuna acepta ocupar el puesto de consejero real. Resolver la crisis murallas adentro le lleva a la princesa una semana entera. Juicios, firma de pactos, decretos. Ganarse la confianza y la lealtad de quienes escucharon las promesas de Minok requiere de mucho más esfuerzo, aunque no puede decirse que las primeras reuniones no hayan dado frutos. Lograr que cese el baño de sangre hace que Brianna considere la posibilidad de volver al mundo mortal. Por ahora el rey y los tanarianos no han movido ficha. No obstante, eso no significa que el peligro haya pasado.

    —¿Estás segura de volver? —Gult la observa con los párpados entornados.

    —No voy a mentirte, no es seguridad lo que me motiva —reconoce ella—. Solo creo que si vuelvo con los chicos Minok tendrá mucho más difícil asesinarlos.

    —No lo sé, Brianna. Los trajo desde el mundo mortal una vez, ¿qué le impedirá volver a hacerlo?

    —Que tanto ellos como yo estaremos alerta. Los sedujo con promesas vacías. Ahora ya saben lo que hay, además han aprendido a utilizar parte de sus poderes durante su estancia aquí.

    Consejero y Princesa se asoman por el ventanal. Los gemelos reciben instrucción en la lucha cuerpo a cuerpo daga en mano.

    —Muy bien, lo tendré todo listo para cuando decidas volver. Pero esta vez llévate el corion, me quedaré más tranquilo si podemos mantener el contacto.

    —De acuerdo. Respecto de cuándo volver, démosles un par de días más. Quiero que al menos sean capaces de defenderse si no me encuentro cerca.

    —Así se hará.

    🍃

    Volver al mundo de los humanos con todos sus recuerdos intactos no fue sencillo de digerir. Disociar ambas partes de sí misma le costó días de estrés y desasosiego ante la posibilidad de llamar la atención más de la cuenta. Por fortuna Liam y Connor habían comprendido (y asimilado) la necesidad de trabajar como un equipo y su conducta había mejorado significativamente. Tener el corion consigo también le aporta cierta seguridad. Brianna reflexiona en relación con los hechos más recientes ocurridos en Enalterra mientras conduce en dirección a Tymon Park. Los chicos la esperan en el Estadio Nacional de Baloncesto y ya lleva cinco minutos de retraso. El sol que brilla con cierta timidez se esconde de pronto. Es como si ese mal presentimiento que lleva rato nublándole el ánimo hubiese abandonado su cuerpo para instaurarse en plena bóveda celeste. El corazón se le dispara y un nudo le impide tragar con facilidad. Las sombras que rodean al estadio despiertan en ella un miedo visceral. Consciente de que el tiempo se le agota pisa el acelerador.

    Brianna maniobra con el coche. Un escuadrón completo de tanarianos dirigidos por Minok le corta el paso. El volantazo obliga al vehículo a girar como un trompo. Ella se aferra al volante con fuerza. Mientras aguarda que el coche se detenga sujeta el corion y envía un mensaje a Enalterra. Los recuerdos amenazan con sumergirla en el pasado y ella no está dispuesta a permitir que su mente la traicione. Recibir la señal lumínica de Liam y Connor le insufla valor. Sus chicos se encuentran fuera del alcance de Minok. Ahora le toca a ella hacerse cargo.

    El coche se estrella contra la primera línea de tanarianos. Las monturas aúllan y caen despatarradas lanzando por los aires a sus jinetes. Brianna aprovecha el instante para bajarse del vehículo,  da dos zancadas y se aleja. Un trueno cruza el firmamento. La lluvia no tarda en caer. Minok alza el puño. Un vendaval choca contra el muro protector que Brianna acaba de conjurar. La princesa invoca su arco y una flecha. Los ojos del rey tanariano refulgen. Ella inspira hondo. Necesita serenarse para hacer uso de todo su poder.

    Claimar et laéng corp triscum.

    La punta de la saeta brilla con intensidad. Brianna coge la flecha y hace un pequeño corte que le atraviesa la línea de la vida en su palma derecha. La sangre empapa la punta. Segundos después, repite el conjuro.

    —Ni con todo el poder de tu linaje; ni con la magia de sangre… Ni siquiera los dioses van a librarte de mi venganza.

    Minok desmonta.

    —No será todo eso lo que te destruya, Minok. Es tu sed de venganza la que se volverá contra ti. Es el orgullo que te consume el que abrirá las puertas del inframundo y permitirá que Enalterra por fin sea libre.

    —¡No eres rival para mí!

    —Jamás he pretendido serlo.

    El rey tanariano desenvaina su espada y se abalanza sobre la princesa a gran velocidad. Ella permanece inmóvil a la espera. Los gemelos corren hacia Brianna al percatarse de lo que está por suceder.

    Minok empuña la espada con ambas manos. En el instante en que la alza sobre su cabeza, Brianna carga la flecha en el arco. El rey sonríe con malevolencia segundos antes de imprimirle toda su fuerza a la espada. La hoja destella reflejando el relámpago que acaba de iluminar el firmamento. Otro trueno ruge. La princesa apunta y dispara la saeta. La sonrisa de Minok se desdibuja en cuanto la filosa punta le atraviesa el hombro izquierdo. La espada desciende y alcanza a Brianna en el hombro derecho pese a la rapidez con la que se desplaza. La sangre le empapa la blusa. El rey vuelve a embestir. Ella trastabilla y apoya una rodilla en el suelo. El movimiento hace que roce la funda que lleva atada al muslo derecho. Minok ruge eufórico. Brianna coge el colmillo del dragón. Su sangre entra en contacto con el objeto y se enciende. La princesa lo arroja a la garganta del rey. La espada cae y rebota contra el pavimento. Sangre real empapa los labios del último rey tanariano. Minok se lleva la diestra al cuello. En el instante en el que roza el colmillo, estalla envuelto en una lengua de fuego que lo convierte en cenizas. Con él, todo el escuadrón de tanarianos también desaparece.

    Brianna se tambalea. Las piernas se le aflojan tanto, que se le dobla la otra rodilla. Los gemelos la abrazan y evitan que caiga al suelo. Un zumbido persistente le impide escuchar las palabras de Liam y los tacos de Connor. Una calidez le recorre todo el cuerpo. Las manos cariñosas de sus chicos la reconfortan. Cierta perplejidad ante sí misma la mantiene en una especie de limbo mientras los gemelos se ocupan de sanarle la herida. Todavía no es capaz de creer lo que acaba de hacer.

    La lluvia cesa. El cielo se aclara. El astro rey se abre paso con premura como si supiera que Brianna necesita de sus atenciones. La cálida caricia de los rayos vespertinos la desentumece.

    —Mamá, ¿seguro te encuentras bien? —La preocupación en el tono de Connor rompe el ensimismamiento de Brianna.

    —Lo estoy, cariño, de verdad. —Ella devuelve el abrazo y los estrecha contra su pecho con tanta fuerza que Liam protesta.

    —Eres un quejica —masculla Connor mientras no quita los ojos del hombro de Brianna—. Va a quedarte una cicatriz bastante fea, mamá. Todavía no aprendimos sanación estética.

    —A mamá no le importa tener cicatrices, no te rayes por eso.

    —Venga, chicos, volvamos a casa.

    —¡A Enalterra? —Brianna detecta la ilusión que se filtra en la voz de Liam.

    —Enalterra por fin es libre, puede esperarnos un poco más.

    —¿Cuánto más?

    —No seas petardo, Liam. Deja a mamá en paz. Tenemos trece, todavía nos quedan cinco años en este mundo.

    —Jo, este mundo es aburrido. —Connor pone los ojos en blanco.

    —Entonces lo haremos divertido —agrega Brianna.

    Los gemelos se lanzan un par de miraditas cómplices que su madre ataja al vuelo. Los conoce demasiado bien. La diferencia es que ahora está preparada para lidiar con ellos sin perder la cordura en el intento.


    Esta historia fue escrita para el taller Escritorzuelos que dictó Daniel Hermosel, @danielturambar en 2021. Enfrentó un primer beteo en directo. Y así quedó tras el beteo en directo por Adella Brac @adellabrac en su canal de Twitch. Espero la disfrutéis.


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  • Los héroes también tienen pesadillas

    Un niño de entre 7 y 8 años con magulladuras en rodillas y en el rostro, sentado sobre un arcón. Tras él en la pared proyecta la silueta de Batman. La atmósfera de la estancia es algo triste y apagada. el niño permanece con cara pensativa.
    Imagen libre de derechos de Lothard Dieterich.


    La tarde ofrecía una brisa cálida, un sol brillante y un cielo claro donde las nubes jugaban a crear formas divertidas.

    Se asomó por la ventana y la vio en el jardín trasero. Salió corriendo de su habitación con Manchas siguiéndole muy de cerca. Descendió por las escaleras brincando a cada dos escalones y sonrió triunfal cuando aterrizó con ambos pies sobre la pequeña alfombra que su madre mantenía a los pies de la escalera.

    —Quieto ahí, Mike —dijo su madre cortándole el avance con los brazos en jarra—. ¿A dónde vas?
    —Nela está en el jardín, mamá —dijo como si aquello fuese razón suficiente.

    —De acuerdo, pero solo un rato, ¿eh? Luego vendrás y harás tus deberes.

    El niño asintió con la cabeza y salió disparado antes de que su madre pudiera cogerle para llevar a cabo el tedioso ritual de aplacarle el pelo rebelde y meter su camiseta por dentro de sus pantaloncillos cortos.

    Se percató de que tenía los cordones de una zapatilla sueltos y se agachó para atarlos con un lazo doble. Tras ocuparse de eliminar cualquier cosa que pudiera representar un peligro para una eventual escapada fugaz, se aproximó al jardín de su vecina.

    Manchas maulló con fuerza. Se arqueó y sacó las zarpas. Él sabía por qué; también lo había visto y estaba demasiado cerca.

    Inés se alejó de su hermana pequeña cuando el móvil comenzó a sonar con aquella melodía estridente. Mike echó a correr para evitar que se marchara, pero no llegó a tiempo. La verja lo había retenido demasiado. Estaba perdiendo la costumbre y la agilidad y eso no debía pasar.

    Sentada en su silla de ruedas, Nela se esforzaba por aumentar la distancia, pero aquella criatura monstruosa se movía demasiado rápido y la silla tenía el freno puesto.

    Desesperado ante la posibilidad de que el recolector atacase a su amiga otra vez, Mike se dobló y recogió dos piedras antes de echar a correr con todas sus fuerzas.

    Frenando y deslizándose entre la silla de ruedas y el monstruo, lanzó una piedra y luego la otra. La primera pasó a centímetros de aquella cornamenta repugnante mientras que la segunda dio en el blanco. La criatura chilló y se lanzó a por el chaval alejándose de la silla. Manchas echó a correr y de un salto llegó al regazo de Nela.

    Con la intención de alejarlo tanto como le fuese posible, Mike fue provocando al recolector que, no perdió tiempo en iniciar su persecución y señalarlo como objetivo.

    La criatura intentó embestirlo, pero Mike lo esquivó al rodar por el agreste terreno. Se raspó las rodillas y los codos, pero no le importó. Lo único que tenía en mente era que aquella criatura no se llevase el alma de Nela. Cogió varias piedras y se las lanzó. Muchas se perdieron sin dar en el cuerpo de aquella bestia, pero otro tanto sí que dio en el blanco.

    Frunció la nariz cuando vio aquel líquido espeso, verdoso y pestilente manar de las heridas del recolector.

    —Eres un crío estúpido —siseó la bestia—. Cuando acabe contigo, iré a por ella y tendré las almas que necesito.

    —Primero tendrás que atraparme, ¿no?
    La bestia dio un gran salto y ambos entraron en los predios del tupido bosque que circundaba su casa y la de Nela.

    Redujo un poco la velocidad porque necesitaba que la criatura lo persiguiese sin cambiar de opinión.

    Cuando llegaron al claro del bosque, el atardecer se vislumbraba en la bóveda celeste. Miles de formas fantasmagóricas; sombras espeluznantes se formaban entre los árboles y los arbustos. Inspiró hondo varias veces y tragó grueso cuando lo vio acercarse.

    Era todavía más horrible que el que los estuvo persiguiendo hacía unos meses.

    La criatura curvó lo que, en teoría deberían ser unos labios. Una hilera de dientes puntiagudos se extendía a lo largo de la curva. El recolector sacó su lengua y Mike pudo ver el aguijón. Tenía que ser valiente por Nela, ella ya lo había salvado una vez; por eso estaba en aquella silla; no podía rendirse, no justo ahora.

    La criatura hizo un ruido esperpéntico y Mike comenzó a temblar. Recordó la primera vez que había visto a Nela, sus hoyuelos al sonreír y la forma en que arrugaba la nariz cuando le explicaba cómo matar a cada monstruo. Ellos eran los elegidos y una vez te daban ese honor, ya no podías rendirte nunca jamás.

    Dio un brinco hacia atrás y evitó las garras venenosas por los pelos. Rodó por el suelo y se escabulló entre sus espantosas patas. El recolector se dobló sobre sí mismo para intentar cogerlo, pero Mike fue más rápido y al ponerse de pie, le dio una patada en el trasero a la criatura que fue a dar con las napias contra la roca que tenía en frente.

    El ruido de algo duro al quebrarse le dio escalofríos. Jadeante como estaba solo era capaz de pensar en Nela y en mantener a aquella cosa espantosa lo más alejado de ella.

    La criatura se levantó dando tumbos. El cuerno que sobresalía desde su hocico se había quebrado casi desde la raíz. Supo el instante preciso en que tenía que echar a correr antes de que aquella criatura se lanzase de nuevo al ataque y eso justo fue lo que hizo.

    El corazón le galopaba dentro del pecho, el aire le quemaba la garganta y la nariz. Los ruidos del bosque se iban interrumpiendo a su paso y tras cada chillido de aquella bestia el silencio que surgía en respuesta, se tornaba horripilante. Tropezó y dio con las rodillas en el suelo raspándose con los arbustos gran parte del rostro. Se volvió en el momento exacto en que el recolector lo apresaba entre sus garras y acercaba su aliento fétido hasta su boca.

    —¡Mike! ¿Despierta ya! —Se incorporó de golpe con el pelo pegado a su cabeza y una capa de sudor resbalándole por todo el cuerpo.

    —¿Qué pasa?
    Nela se cruzó de brazos haciendo un puchero. Se frotó los ojos bastante desorientado.

    —Te volviste a quedar dormido mientras leíamos el libro… —El chaval tiró de su camiseta para secarse el sudor que se le metía en los ojos—. ¿Cómo vamos a exponer mañana si tú te duermes?
    —¿Exponer?
    —¡Mike! Si sigues así de memo no voy a volver a sentarme contigo en clase.

    El niño se levantó, se tumbó en el suelo boca abajo y se asomó debajo de la cama. Luego comenzó a hurgar por toda la habitación.

    —¡Qué estás haciendo, jope! Verás tú como venga mi madre y me suelte una regañina por culpa de tu desorden.

    —Busco a los monstruos.

    —No seas tonto, Mike… los monstruos no existen.

    El grito de la madre de Marianela se escuchó amortiguado, pero con la suficiente claridad como para que la niña abriese mucho los ojos.

    —Venga, vamos a merendar… mi madre ha hecho bizcocho de chocolate y tenemos helado también. —La chiquilla tiró de su camiseta apremiándolo a moverse.

    Mike no dejaba de sentir como si alguien los estuviese vigilando. La piel se le puso de gallina cuando Nela salió disparada de su habitación. Escuchó sus pasos corriendo por la escalera y respiró hondo. Se volvió solo un instante y por el rabillo del ojo vio lo que creyó eran varias sombras moverse entre los muebles y las paredes. Le pareció escuchar voces muy bajitas y se quedó petrificado un instante. Los gritos de Nela lo hicieron apresurarse.

    —La próxima vez no escaparás…
    Se volvió con brusquedad, pero no vio nada. Se encogió de hombros y pensó que quizá Nela tenía razón y tendría que dejar de leer tanto terror por las noches.

    Dejó la puerta entornada y salió corriendo hacia las escaleras… por eso no vio los siniestros ojos endrinos que lo miraban marchar, difuminados entre las sombras.


    Este relato ha sido escrito para participar en el Va de reto de mayo 2020, propuesto por Jose a. Sánches, @JascNet.

    Elementos a utilizar en el desafío:

    1. La imagen que se propone y que está incluida en esta entrada
  • TRAICIÓN INTERESTELAR

    Imagen del espacio exterior. de un lado una luna y del otro un planeta en el que puede observarse una pequeña nave iniciando su viaje.
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com

    La nave se estremecía de forma frenética. El capitán miró de soslayo a su copiloto androide mientras intentaba recordar si había programado la secuencia de búsqueda y rescate de forma correcta. La alarma estalló en una secuencia estridente. Luces parpadeaban en el tablero. Los controles parecían registrar los datos de forma errónea.

    Aquella travesía por distintos planetas de la galaxia del triángulo había sido una verdadera odisea. Visitar trece planetas con breves paradas tan solo para cargar y descargar la mercancía y sin poder beberse ni un trago de whisky dangeriano ya le pasaba factura. Era lo que tenía formar parte de los piratas espaciales. Podían convocarte en cualquier nanosegundo y rechazar un encargo era aceptar la misma muerte. Nadie escapaba una vez era acogido entre las filas de aquella organización conocida en varias galaxias por su temeridad al contrabandear entre las distintas razas extraterrestres. Eran los mejores, de eso no cabía la menor duda. Por ello medio universo andaba tras su búsqueda y captura.

    * ~ *

    El capitán aferró los mandos, se ajustó el casco y activó los propulsores. Tras revisar los mapas digitales concluyó que si quería escapar de aquel ataque tendría que dar un salto espaciotemporal rompiendo la barrera y atravesando el agujero de gusano que se hallaba unos grados en dirección noreste.

    Otro disparo impactó desestabilizando la nave.

    —Tenemos un escuadrón aproximándose a gran velocidad, capitán.

    —Prepárate, Lucius, vamos a salir escopetados.

    —No poseo información sobre ese término en mi banco de datos, señor.

    Aljxur puso los ojos en blanco. Antes de que el androide pudiera decir cualquier otra estupidez empujó los mandos hacia adelante y contuvo el aliento. La nave se sacudió y en nanosegundos solo una estela lumínica rompía la ingrávida oscuridad. El escuadrón se quedó persiguiendo el vacío.

    * ~ *

    El piloto seguía aferrado a los mandos cuando una fuerte sacudida le hizo perder el control de la nave.

    —Hemos entrado en la atmósfera terrestre, capitán.

    El androide tecleaba a toda velocidad.

    —Dime algo que no sepa ya.

    —Iniciando secuencia de eyección…

    A Aljxur le castañeaban los dientes. La nave seguía sacudiéndose. En cualquier momento las llamas convertirían la nave en un meteorito flamígero, al menos es lo que verían los habitantes terrestres.

    —Iniciando protección ignífuga en cinco segundos…

    El capitán cerró los ojos cuando divisó por la escotilla aquella visión blanquecina y extensa que parecía fundirse con el cielo en el horizonte.

    —Cinco segundos para eyección…

    Ambos asientos salieron disparados por la compuerta superior justo a tiempo. diez segundos después, la nave se había transformado en una inmensa bola dorada que terminó estrellándose contra el lado norte de aquella formación geológica que refulgía como el cristal gracias a la luz solar. Un fuerte destello cegó a Aljxur antes de que su cuerpo chocase contra la arena y perdiese el conocimiento.

    * ~ *

    El sol abrasaba el cielo del Farafra. Lucius se esforzaba en sacudirse los restos de arena sin mucho éxito. Revisando su pulsera de control escaneó los  daños. Sus sensores de proximidad y el módulo de micro geolocalización se vieron afectados. El módulo de comunicaciones también tenía algunos daños menores. El resto de funciones parecían estar intactas. El programa de búsqueda y rescate lo impelía a ponerse en movimiento. Debía encontrar al capitán y activar el módulo de comunicaciones antes de que los habitantes de aquel planeta se percatasen de su existencia. La historia era muy clara. Los humanos eran terribles sanguinarios y había que evitarlos a como diese lugar.

    Lucius se giró con brusquedad y supo que era demasiado tarde.

    * ~ *

    El androide permaneció impasible ante la nube de arena que se levantaba frente a él. Bajo sus rígidos pies el suelo vibraba cada vez con más fuerza. tras lo que le pareció un lapso de tiempo demasiado largo, un grupo de beduinos sobre unas criaturas que, gracias a su banco de datos pudo identificar como camellos, se detuvo. Luego de observarlo con curiosidad, los hombres se dirigieron sendas miradas de sorpresa y alguna que otra de recelo.

    —Saludos, caballeros beduinos —pronunció el androide en árabe.

    Los beduinos se miraron entre sí, luego clavaron sus oscuros ojos en Lucius. A pesar de no ser humano, el androide había sido creado con la apariencia de uno. Con su largo pelo dorado y sus ojos verdes, Lucius bien podría pasar por un turista anglosajón. Que hablase en árabe sin acento extranjero como si fuese un nativo de aquellas tierras fue algo que desconcertó a los beduinos.

    —Encuentro vuestra cultura algo… fascinante —dijo intentando establecer conversación.

    —¿Nuestra cultura?

    El androide asintió.

    —De donde yo vengo… —Hizo unos gestos algo peculiares—. Vuestras costumbres forman parte de la antigüedad.

    Los beduinos intercambiaron más miradas. Alguno dejó en claro que pensaba que aquel turista se habría vuelto loco por la insolación.

    —¿Y dónde es eso? —la pregunta lo tomó por sorpresa.

    —En el tri… —interrumpió la respuesta antes de meter la pata—. De bastante lejos —finalizó procurando adoptar una postura menos amenazadora.

    —Ajá… 

    El androide permaneció en silencio mientras investigaba lo que su banco de datos tenía sobre aquellos humanos.

    —¿Cómo es que un tipo con esa pinta que traes está aquí? —El beduino señaló al horizonte—. ¿En medio del desierto blanco? ¿Dónde está la excursión?

    El androide frunció el cejo y la frente.

    —¿Excursión?

    —El sol quizá le tiene la cabeza chamuscada —dijo otro beduino señalando el sol que brillaba ahora con más fuerza.

    El líder de los beduinos asintió con la cabeza, mirando a su compañero.

    —Además con esas ropas que lleva tiene que estar deshidratado.

    El hombre señaló el atuendo del androide.

    Lucius bajó la mirada alzando una ceja al ver su aspecto desaliñado. Su uniforme preferido estaba sucio y lleno de arena. Frente a la posibilidad de ocasionar un problema intergaláctico, el androide sopesó sus posibilidades. Cuando el módulo de probabilidades en situaciones de peligro le ofreció un noventa por ciento de éxito, abrió la boca. No tenía tiempo que perder.

    —Veréis —intentó explicar Lucius— Pasa que nos despistamos con lo de hace rato y pues ahora yo estoy aquí, pero el capi… digo mi compañero está en otro lado —mintió.

    —Ajá… —repitió el líder beduino.

    —Vosotros que sois buenas personas… —Gesticuló el androide haciendo casi una reverencia—. Podríais brindarme ayuda para encontrar a mi compañero, ¿verdad? Los libros…

    El líder beduino hizo algunas señas a sus hombres y estos se acercaron rodeando al androide, interrumpiendo su discurso. Lucius, sin tener claro qué pretendían los hombres adoptó una postura defensiva que había visto en algunos ficheros de esos que los humanos llamaban película; en la época antigua se realizaban muchas de esas historias visuales. Se supone que la idea era entretener, o eso había entendido Lucius al realizar distintas búsquedas en la red interestelar.

    Los beduinos se carcajearon con ganas.

    —Calma —dijo el líder beduino cuando sus hombres dejaron de reír—. Nuestro campamento está en el oasis de Bahariya, podemos llevarte ahí y luego de reponer provisiones buscar a tu compañero.

    Lucius abandonó la postura y asintió con la cabeza. Estuvo a punto de preguntar el motivo de aquellas risas, pero se dijo que era mejor no distraer a los humanos.

    —Os lo agradezco, buen señor beduino.

    Los hombres que lo rodeaban se apartaron un poco para dar paso al más joven de todos ellos quien traía de las riendas a uno de los camellos. El líder de los beduinos observaba a Lucius con curiosidad mal disimulada.

    —Sabes montar, ¿no?

    Lucius veía al animal con los ojos entrecerrados.

    —Desde luego —respondió con poco convencimiento.

    —Bien.

    El líder tiró de las riendas de su montura.

    Lucius se acercó al camello. El joven le entregó las riendas. Tras un rato en el que pareció permanecer contemplativo ante aquel animal emitió unos gruñidos y el camello dobló sus patas arrodillándose de tal forma que el androide pudo alcanzar la silla. Siguiendo el manual que había consultado sobre civilizaciones antiguas y sus medios de transporte, el androide montó y volvió a gruñir.

    Los beduinos lo miraron con asombro y suspicacia.

    —Venga animalito del desierto —el androide hablaba en voz muy baja— sé un buen camellito y sigue a tus colegas.

    El camello gruñó al levantarse y echó a andar siguiendo a la caravana. El androide se tambaleaba peligrosamente y logró mantener el equilibrio a duras penas.

    Aliviado por haber logrado un contacto satisfactorio con aquel grupo de humanos y una vez dominada la postura sobre aquellas jorobas, el androide entró en modo ahorro de energía aprovechando la luz solar para recargar sus baterías extras. No era igual que la luz en la galaxia del triángulo, pero le valdría para seguir operativo el tiempo suficiente como para rescatar al capitán.

    * ~ *

    Aljxur despertó desorientado y con un dolor de cabeza que le impedía pensar con claridad. Cerró de nuevo los ojos. Tumbado boca arriba se quitó los guantes y rozó el terreno que lo rodeaba. Respiró de forma superficial para no aspirar demasiado aire de la tierra. Si bien lo toleraba mejor que otros dangerianos, no es que no tuviese ciertas consecuencias en su organismo. Revisó su comunicador de pulsera. Maldijo en danger al darse cuenta de que con el impacto se había averiado. Se retiró el traje; la temperatura comenzaba a ser demasiado alta para seguir dentro. Por fortuna siempre llevaba una camiseta y unos pantalones impermeables debajo. De esa forma si le tocaba escapar de alguna redada podría escabullirse con facilidad.

    Abrió los ojos de nuevo. Esta vez tuvo la precaución de no hacerlo de golpe. La luz terrestre era mucho más luminosa y solía dejarlo ciego con mucha rapidez. Esperó a que sus pupilas se adaptasen para dar un vistazo a su entorno. Suspiró profundo al identificar aquella formación geológica. La conocida «Montaña de Cristal». La buena noticia era que si no había retrocedido demasiado en el tiempo estaría cerca de algunos asentamientos beduinos. La mala era que, si no había sido así, podría darse por muerto.

    Decidió ponerse en pie. Cuando pudo mantener el equilibrio intentó orientarse. Miró hacia donde apuntaba su propia sombra y echó a andar hacia el este. Casi una hora después sintió el suelo vibrar. entrecerró los ojos y aguzó la vista para distinguir qué podía ser aquello. Sorprendido, se quedó inmóvil. Un grupo de hombres, de varias edades, montados sobre unos raros cuadrúpedos se aproximaban en una vigorosa cabalgata. La buena noticia es que, entre todos ellos, Lucius permanecía en la retaguardia. Reconocería ese mal intento de melena en cualquier lugar del universo.

    Los hombres redujeron la velocidad hasta detener a los animales cerca de lo que supusieron era el compañero del turista. Nerviosos y desconfiados, decidieron mantener cierta distancia de seguridad. No era común encontrar hombres con semejante altura y complexión. Aquel hombre parecía más un gigante que una persona. Dándose cuenta del estado de ánimo de aquel grupo de humanos, el capitán permaneció con la mirada clavada en el suelo arenoso. Era mejor pasar por introvertido que espantar a aquel grupo mostrando sus peculiares ojos de pupilas verticales e iris púrpura tornasol. Bastante tenía con que viesen su pelo naranja chillón. Siempre podría decir que el color era artificial; al menos ahí no habría ninguna mujer que pudiera darse cuenta y desmentirlo.

    El androide avanzó adelantando al grupo para acercarse a Aljxur e inclinarse lo bastante como para poder hablar en el idioma interestelar y en voz muy baja.

    —Encuentro venturoso que se halle en un estado aceptable, capitán.

    Aljxur resopló. Lo remilgado de Lucius solía hacerle gracia y por ello no había modificado su módulo de lenguaje y comunicación, pero en aquel momento le resultó exasperante.

    —¿Has podido enviar el mensaje para que nos saquen de aquí?

    —La prioridad del programa es asegurar la supervivencia.

    El capitán se cogió del pelo con fuerza.

    —Envía el puto mensaje ahora mismo —ordenó—, o voy a convertirte en un asistente de cocina mercuriana.

    —Necesito ser reparado, capitán.

    El dangeriano apenas se contuvo, para no lanzarse y arrancarle la cabeza.

    —¿Va todo bien?

    El líder de los beduinos no quitaba los ojos de encima de aquel gigante que parecía salido de una película de terror.

    Lucius se irguió y enseguida se giró sonriendo.

    —Ningún problema, buen señor —dijo—. Si no os importa ayudaré a mi… compañero a montar y seguiremos nuestro camino, no queremos causaros más inconvenientes.

    El líder beduino asintió. En el fondo aquel dichoso compañero le ponía los pelos de punta. Lucius se giró, acarició al camello mientras le gruñía algo que a Aljxur le parecieron adulaciones. El joven que había asistido al androide se acercó guiando a otro camello. Lucius cogió las riendas y el joven salió disparado.

    Aljxur veía al animal con desconfianza. Tal como había hecho Lucius con su montura, gruñó, y el animal se arrodilló.

    —Haga el favor de montar, capitán —sugirió el androide— debemos darnos prisa.

    El pirata miró la silla sobre el camello y luego a Lucius. Deduciendo lo que debía hacer se sentó sobre la silla. El androide hizo una serie de ruidos y el camello se levantó. El capitán maldijo en dangeriano cogiéndose con fuerza a aquellas tiras de cuero para no salir disparado.

    Antes de emprender la marcha, Lucius agradeció la ayuda a los beduinos. El líder los despidió y dio la orden de regresar a su campamento.

    * ~ *

    Varias horas después, el capitán y su acompañante entraban en la ciudad. El ocaso le daba la bienvenida a la noche y la temperatura  impactaba causando estragos en Aljxur, que esperaba de pie fuera de una tienda de electrónica, a que su androide hiciese acto de presencia. Cuando por fin salió, el capitán respiró. Le preocupaba que Lucius llamase demasiado la atención. Habían sido muy afortunados en no retroceder mucho en el tiempo, lo que ayudaba a que no hubiese una diferencia tan significativa en la tecnología terrestre que, no por ser insidiosos, pero iba siempre bastante más atrasada que la usada en la galaxia del triángulo.

    —¿Y bien?

    —He logrado reparar los daños —confirmó Lucius—. La extracción se realizará en cinco minutos con treinta segundos y…

    El capitán lo cortó tirando de él hacia el callejón.

    —Habla más bajo o los terrestres terminarán por darse cuenta de que no pertenecemos aquí.

    Lucius asintió, pensativo. Comenzaba a preguntarse si no habría algún error en la información de que disponían en la red intergaláctica. Claro que, habían llegado unos cuantos años antes de la guerra apocalíptica, con lo que quizá el problema radicaba en que, de esta época no se tenían registros fidedignos. Lo cierto es que, de lo que había conocido hasta el momento, nada coincidía con su banco de datos y eso resultaba desconcertante.

    El transporte hizo su aparición en el tiempo establecido. Ambos abordaron la nave sin ser vistos. Utilizando el camuflaje básico, se elevaron y abandonaron la atmósfera terrestre a la velocidad de la luz.

    —Joder, Aljxur… te ves peor que la mierda espacial de Andrómeda, macho —dijo Gouel—. ¿Qué coño pasó?

    —Mejor no preguntes.

    El piloto alzó sus cuatro manos en son de paz.

    —Ajustaos cinturones y cascos, volvemos a casa.

    Tras activar los mandos y programar las coordenadas, la nave dio un salto temporal hacia el futuro. Con la nave en piloto automático ambos piratas permanecían tumbados en sus camastros.

    —Aquí entre nosotros —dijo Aljxur en voz baja— tenemos que tener un chivato.

    Gouel se incorporó de golpe.

    —Esa es una acusación muy grave.

    —Grave o no… —Se escuchó la voz del androide por los altavoces—. Algo raro pasa y no solo porque tengamos un comité de bienvenida.

    * ~ *

    Ambos piratas salieron directo a la cabina.

    —¿Quién más sabía aparte de ti que venías a por mí?

    —El comandante y… —El Rideriano se dio con sus dos manos derechas en la amplia frente—. Soy un redomado idiota.

    —Idiota o no, saca nuestros culos de aquí… ¡ahora!

    Gouel asintió ocupando el asiento del piloto mientras Lucius se ocupaba de la consola para programar las defensas de la nave.

    —Clostha tiene que ser la chivata. —concluyó el rideriano.

    Sin dejar de mascullar, seguía maniobrando la nave buscando la forma de colarse entre aquella formación.

    —Tiene sentido —admitió el dangeriano con tristeza—. Tendría que haber sabido que ella se vengaría tarde o temprano.

    —He informado al comandante… —interrumpió Lucius—. La mujer será ejecutada en… —Miró el panel—. Diez minutos y cuarenta segundos.

    Aljxur vio a su androide con incredulidad

    El capitán se pasó la mano por la cara, abatido. Clostha había sido su primer amor. Entre ellos siempre había existido una pasión y una lujuria desbordada, pero demasiado tóxica para sostenerse durante toda una vida. Aunque la separación había sido dura y tormentosa, él creyó que eso era agua pasada. Se había engañado por demasiado tiempo pensando que ella en realidad había aceptado aquella ruptura. Era evidente que no había sido así y que el hecho de enredarse con otras mujeres había sido la gota que derramó el vaso. Lamentaría su ausencia, era una colega estupenda y una piloto excepcional, pero ella había tomado una nefasta decisión y la traición a un compañero de contrabando se pagaba con la muerte.

    —Preparaos… —dijo Gouel por el comunicador— romperemos la barrera en cinco segundos.

    Aljxur se cogió con fuerza mientras la nave viraba en un ángulo imposible y salía disparada sin que la flota interestelar pudiese hacer nada para atraparlos.

    Luego de atravesar el agujero de gusano la nave permanecía en curso a velocidad constante.

    —Lamento su pérdida, capitán.

    El hombre negó con la cabeza.

    —Nada que lamentar, Lucius… ella se labró su destino.

    —Espero que no tenga pensado alguna tarea para … —El androide titubeó observando su propio reflejo en el cristal—. Desensamblar vuestras herramientas.

    El capitán se quedó en silencio. Le gustaba fastidiar al androide de vez en cuando. Lucius carraspeó y cuando iba a iniciar una de sus largas peroratas explicativas, Aljxur lo cortó dándole una palmada en el hombro.

    —Tranquilo, todavía nos queda una larga bitácora de aventuras.

    —Esas son buenas noticias, capitán —dijo el androide retomando su puesto junto al piloto—. Son excelentes noticias.

    —Si que lo son, Lucius, sí que lo son.

    La nave se dirigía rumbo al cuartel general de los piratas espaciales. Mientras observaba la constelación triangulum, el capitán dangeriano agradecía seguir vivo y en una sola pieza.

    Agradecimientos

    A Jessica Galera (@Jess_YK82 quien inspiró este curioso relato sembrándome la imagen de un androide montando en camello.