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  • El Houdini de la muerte

    El mar y la luz solar que incide desde la superficie e ilumina el fondo marino.
    Imagen libre de derechos tomada de Pxfuel.com

    A sus trescientos treinta y tres años Nicola Di Ángelo había muerto seiscientas sesenta y seis veces y se había librado de la molesta experiencia el doble. El Houdini de la muerte lo apodaban los pocos que conocían su secreto. Negado a incrementar el lúgubre contador, contuvo el impulso de abrir la boca y expandir los pulmones. El agua salada le escoció en las heridas. Dio un vistazo alrededor. No halló nada de qué asirse para frenar el descenso. La corriente lo envolvió en un remolino. Se obligó a permanecer tan inmóvil como la idea de ahogarse se lo permitía. «Maldita incontinencia verbal. ¿Cuándo aprenderé a mantener el pico cerrado?». El pensamiento le sirvió de distractor mientras seguía su viaje al fondo marino.

    La triste mirada de la mujer mientras pedía clemencia surgió de súbito desde lo más profundo de sus recuerdos. La rabia acicateó al justiciero que habitaba en su interior desde tiempos inmemoriales. La historia recurrente de su vida era meterse donde nadie lo había invitado. Se dobló sobre sí mismo y se desató los cordones. En segundos estaba descalzo. Las cadenas se deslizaron apenas unos centímetros. No tenía alternativa; otra vez debía escoger la fórmula más dolorosa.

    Chiribitas de un azul intenso inundaron su visión en cuanto giró el pie con fuerza y percibió el agudo dolor. Abrió la boca, aunque no emitió ningún sonido. La corriente intensificó sus sacudidas. Era consciente de que no debía permitir que la desesperación tomase las riendas; no obstante, no estaba en su momento más lúcido, así que pataleó y braceó como poseso, pese a que con cada intento se debilitaba un poco más. El recuerdo de la risa cínica del matón de Constantín le insufló el empuje que necesitaba. El dolor era demasiado persistente como para usar ambos pies; por tanto, tendría que arreglarse con uno y ambos brazos. El alivio por liberarse del lastre no le duró mucho tiempo. El movimiento que percibió por el rabillo del ojo encendió sus alertas. Lo que menos necesitaba: otro depredador dispuesto a marcar su territorio.

    Por fortuna el mar enfurecido quiso escupirlo. Durante un par de minutos alcanzó la superficie. Tomó una gran bocanada. En el intento tragó agua. La enorme ola lo arrastró de nuevo al fondo. Aprovechó la corriente para aproximarse al arrecife coralino. El tiburón abrió las fauces. Nicola esquivó la dentellada a duras penas.

    Era su día de suerte, sin duda. La tormenta amainó. Las aguas de la bahía eran más benevolentes. Al menos esta vez no moriría ahogado y eso era de agradecer. De todas las formas de morir, la que más detestaba era el ahogamiento. Deshacerse del agua en los pulmones por sí solo era un verdadero incordio. Alcanzó la orilla y se dejó arrullar por el sonido de las olas. Cuando volviese a abrir los ojos estaría listo para la revancha.


    Esta historia fue escrita para participar en el #VaderetoJunio2021 propuesto por Jose A. Sánchez, @JascNet en su blog. La premisa era inspirarse en el color azul. Espero os guste.


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