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  • La pequeña bruja traviesa

    Un bosque encantado. en él una niña pequeña está sentada junto a un hongo iluminado como con magia.
    Imagen libre de derechos de Giovanni en Pixabay

    Una tarde, la pequeña bruja jugaba en los alrededores de su cabaña con su nuevo amigo mágico. Su tita Jessica le había advertido que no se adentrara en el bosque ni se alejara demasiado. Sin embargo, atraída por una nube de mariposas se alejó tras ellas. De pronto, se halló perdida. Anocheció sin que se diese cuenta. Un hombre muy alto y con los ojos más raros que Fiona hubiese visto alguna vez, se le acercó muy sonriente. La pequeña bruja ignoró los filosos colmillos que destellaron en la oscuridad.

    —¿Estás perdida, pequeña? —Ella asintió con la cabeza—. Si quieres te llevo hasta tu casa, sé orientarme bien por el bosque.

    Fiona recordó la segunda advertencia de su tita; esa que le impedía llevar a nadie hasta la cabaña. La niña estaba tan asustada que la ignoró y tendió la manita. El hombre se la cogió. Ella se sorprendió de que la tuviese tan fría. Se sentía igual que jugar con la nieve.

    —¿Vives sola? —Fiona negó con la cabeza.

    —Vivo con mi tita, Bubu, mi gato y Zazu, nuestro perro.

    —¿Y a dónde ibas? Está oscuro para que andes sola en el bosque.

    —Sólo paseaba y me distraje con las mariposas. A mi tita no le gusta que ande sola por ahí.

    —¿Cómo se llama tu tita? —La pequeña titubeó unos segundos.

    —Jessica. Yo me llamo Fiona. —Los ojos del hombre destellaron.

    —¿Me invitarías a tu casa, pequeña? —Ella lo meditó; luego cabeceó una vez.

    A cierta distancia luces titilantes brillaban en la oscuridad. La pequeña soltó la mano del desconocido y echó a correr, alegre de haber regresado.

    —Ahí está nuestra cabaña. —Fiona se volvió, pero el hombre había desaparecido.

    ***

    La pequeña entró en tromba. Bubu salió a su encuentro.

    —¿Dónde te habías metido? —Fiona guardó silencio—. No te habrás alejado de aquí, ¿verdad? —La niña acercó el índice y el pulgar sin llegar a tocárselos.

    Una voz varonil interrumpió la conversación.

    —No la regañes, es apenas una niña.

    La mujer empujó a la pequeña a sus espaldas. El vampiro curvó los labios.

    —¡Lárgate!

    —¿No me invitas a cenar?

    La pequeña bruja movió la nariz. La puerta de madera se abrió de golpe. Bubu saltó sobre el vampiro. Una criatura fornida, hecha de troncos, ramas y flores, entró y se abalanzó contra el invitado no deseado. El perro ladró y fue a por su pierna. El hombre gritó. La criatura arbórea le clavó sus ramas una y otra vez, hasta que logró atravesarle el corazón.

    Jessica cogió la escoba para deshacerse de las cenizas mientras Fiona devolvía a su amigo Florentín al jardín trasero.

    —Recuérdame no volver a prohibirte jugar con la magia, cariño.

    Fiona asintió muy sonriente. Con los deditos cruzados en la espalda tomó nota mental de crear más amigos como Florentín, sólo por si acaso. Después de todo, ahora su tita, seguro, la dejaría jugar con su imaginación y la magia sin imponerle castigos. Además, siempre vendría bien tener buenos amigos que ayudaran a limpiar la cabaña.


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    Esta historia fue escrita para el taller «Escritorzuelos» que impartió Daniel Hermosel Murcia, @danielturambar.

    Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

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  • El Abarrote Mágico

    Fotografía de una preciosa bruja gótica
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com


    Como toda bruja que se precie de serlo, cada semana visito el abarrote de Merlín, ese, que está en la esquina de Apariciones con tierra de Nadie. Toda bruja y hechicero lo conoce, porque se especializa en los ingredientes más selectos y difíciles de hallar, además de que tiene la singularidad de funcionar las 24 horas.

    Por supuesto, las brujas de verdad no vamos allí de día, el horario diurno solo es para aquellos mortales carentes de magia, que lo que buscan es alimentar sus estómagos.

    Si los tontos mortales supieran que mucho de lo que ellos llaman gourmet, nosotros lo usamos para ¡hechizos de limpieza!

    ¿Dónde me quedé? Ah, sí. Como os iba diciendo, todas las semanas voy al abarrote de Merlín, a abastecerme apropiadamente. Ayer, cuál fue mi sorpresa, mientras me paseaba por el túnel de los retinianos, me conseguí a ¡Ravena!; y no es por andar de lengua viperina, pero la pobre nunca consiguió retomar su belleza inicial después de intentar acabar con Blanca Nieves. Arrugas le sobraban a raudales. Claro está que, por diplomacia brujeril, omití deliberadamente hacérselo saber. Y menos mal tuve la astucia suficiente de hacerle señas a Maléfica, que venía de la catacumba de los dragones, antes de que metiese la pata hasta el fondo; porque veréis,Maléfica es demasiado transparente, y todo, absolutamente todo se le nota ¡y todo se le sale!

    Afortunadamente, Ravena tiene presbicia y miopía, así que ni cuenta se dio del tic nervioso de Maléfica intentando aguantarse para no soltarle una buena parrafada de ingredientes para pócimas rejuvenecedoras. Debo acotar que no todo lo hice yo sola, el guapo de Mandrake me echó un cable al hacer que todos los calderos comenzaran a desfilar al son de la macarena —Merlín le enseñó ese truco hace añales—; desliz que también aprovecharon Flora, Fauna y primavera para colarse sin que Maléfica se diese cuenta.

    Tristemente la noche no fue perfecta; el que no debe ser nombrado, sí, ese mismo, se apareció del brazo de Bellatrix y casi nos arruina la tertulia lanzando Avadas Kedabras por doquier; es que ese también anda bien cegato, gracias a Harry Potter.

    Hablando de Potter, se apareció de lo más campante con Ron, Hermione y Gini, su mujer; menos mal que para ese momento, Voldemort ya había agotado la paciencia de unos cuantos Hechiceros y magos, y lo sacaron a empujones, luego de haber alborotado a todas las ranas rinocerontes del camino de los batracios. De no haber sido así, ¿os imagináis cómo habría quedado el abarrote de Merlín?

    No, no, mejor ni pensar en eso, que ya tuvimos bastante aquel día en que la Bruja Mala del Oeste se puso a perseguir a la Bruja Buena del Sur por todo el laberinto herbáceo. ¡Nos tuvieron casi un mes sin provisiones! Ni lavanda, ni jazmín, ni hierbabuena, ni albahaca, ni eléboro, Ni cáñamo, ni sándalo, ni eucalipto.

    ¡Mejor no lo recuerdo, que me termino perdiendo en el tiempo! Es que, veréis, distraerse en el abarrote de Merlín es sumamente fácil y termina una siempre o en otra dimensión, o en otra época; y la masa no está para bollos, ni la magia para que una la desperdicie en semejantes gilipolleces.

    Pero como os iba diciendo, menos mal que no se encontraron Potter y el que vosotros sabéis, o nos habrían tenido perdiendo toda la noche esquivando rayos verdes, varitas y librándonos de transformaciones a medias. Claro, que la aparición de Jadis, casi casi, ocasiona que las hadas se quedasen congeladas más allá de la primavera y nos quedásemos sin polvo de hadas hasta que a ella se le ocurriese, pero por suerte solo entró por unas cuantas sanguijuelas y con la misma se marchó, dejando todo helado como una nevera.

    Suerte que yo iba con una lista pequeñita —apenas buscaba escamas de dragón de fuego, pezuñas de unicornio, polvo de hadas, hiervas varias, velas de colores, uñas y pelos de un gato negro, un calderito de cobre y una escoba nueva de cedro—; y Hendricks, el druida, muy amablemente me colaboró, mientras yo estaba atrapada entre Ravena, Mandrake y Maléfica, a quien de pronto se le ocurrió explicarnos una nueva forma de convertir príncipes en sapos, para lo cual pretendía usar a Gandalf, a quien, por supuesto no le hizo nada de gracia el intento; de hecho, se puso tan furioso que le lanzó un hechizo para convertirla en lagartija y por un pelo de unicornio, no convirtió a Elías, el gnomo —asistente de Merlín— en un dragón de Comodo.

    Qué nochecita, ¡qué nochecita! Hacía mucho no me divertía tanto yendo de compras y es que nunca imaginé que sería tan divertido ver correr a Maléfica, varita y tacones en mano, con un Gandalf furioso detrás, intentando todo hechizo transformador, mientras ella de cuando en cuando se defendía hechizando calderos, escobas y báculos. En realidad yo creo que esos dos se traen algo, pero Delfos, el oráculo no ha querido confirmarlo.

    ¡Y eso que llevamos siglos preguntándoselo!

    Confieso que esta vez aproveché el alboroto para desaparecer —no sin antes pagar por mi pequeño surtido de ingredientes mágicos—; no me apetecía exponerme al asedio de Fistandantilus que, como sabéis, tiene esa obsesión por querer robarle la vida a los demás, y, no, gracias, me gusta mucho mi vida siendo bruja; así que sin pensarlo mucho, tomé mi alforja mágica y, ¡zas! me esfumé. Menos mal he aprendido a desaparecer en un pestañeo, porque por poco no lo cuento, el fastidioso de Randall Flagg me seguía los pasos, el muy necio; es que ¿sabéis? hay magos y hechiceros que no aceptan un «no», por respuesta.

    En fin, otro día os contaré mi historia con Randall, que ahora mismo ya no me queda tiempo; Mandrake casi llega y prefiero no hacerle esperar; ¡hoy tocan hechizos de amor danzando desnudos bajo la luna llena!