Etiqueta: Desafío Literario

  • Vilarsad: La maldición del circo de la bruma

    Un hombre con cabeza de calabaza de Halloween de ojos y boca llameantes sentado en una silla. Detrás se ve una pared con varias manos pintadas. en la pared un cuadro ladeado muestra un paisaje campestre.
    Imagen libre de derechos tomada de pxfuel

    Prólogo

    Vilarsad, 1723.

    Se asomó por el ventanuco de la pequeña habitación que ocupaba. En realidad, era el ático de la casa; pese a su reticencia, cuando cumplió los quince su padre lo acondicionó para que ella pudiese tener su propia habitación. Desde allí podía observar el cielo y el manto de estrellas; imaginar formas con las nubes y tratar de adivinar qué figuras se podían ver en los manchones de la luna. Miriam tenía una imaginación demasiado prolija y una curiosidad desbordante. Por eso vivía metida en problemas y era más el tiempo que pasaba castigada que el que disfrutaba fuera de su habitación con sus hermanos y el resto de chavales del pueblo. Nunca le importó demasiado, hasta que le negaron asistir al circo que recién había llegado y se había instalado en el descampado que había tras las plantaciones de calabazas. El circo ya llevaba casi tres semanas y ella todavía no había podido asistir.

    El deseo por descubrir qué tenía que ofrecer aquel circo se vio acentuado luego de escuchar aquella rara conversación entre sus padres.

    —No debiste autorizar que se instalasen allí, Mario.

    —¿Qué querías que hiciera? Sabes bien que Julian y Soraya nos habrían delatado. Es mejor eso que dejar solos a Miriam y los gemelos.

    —Como sigan así nos descubrirán igual, ¿es que no lo entiendes? Ellos terminarán por llevársela, Mario. No podemos permitirlo.

    Miriam los observaba desde la baranda de la segunda planta agazapada entre las sombras.

    —Me han jurado que se marcharán después de Samhain, cariño.

    La jovencita vio a su madre aferrada a la camisa que su padre siempre usaba los domingos.

    —¿Les crees?

    El padre guardó silencio. Los gemelos comenzaron a gritar. El estruendo podía escucharse en la primera planta. Miriam salió disparada hacia el ático. Esperaría a que el sol terminase de esconderse para emprender la aventura de su vida: descubriría el misterio que se ocultaba entre los integrantes del «Circo de la Bruma».

    ***

    Salió descalza con los zapatos en la mano. Pasó frente a la habitación de sus padres. La respiración suave y acompasada le sirvió de señal; se habían dormido. Bajó las escaleras con mucho cuidado de evitar los escalones que crujían; ya en la planta principal se dirigió a la cocina. Por fortuna era menuda y pudo escaparse por la portezuela de Calígula, el gato que su padre le había regalado hace dos navidades. Le costó salir; ahora, cumplidos los quince había desarrollado curvas que antes no tenía.

    La brisa soplaba traviesa trayendo consigo el aroma a tierra, humedad y algo más que no supo descifrar. Atisbó a lo lejos una columna de humo que se alzaba hasta fundirse con las nubes plomizas que envolvían la luna opacando su fulgor.

    Avanzó con tiento entre las plantas de calabazas. A medida que se acercaba al descampado el ruido habitual de las criaturas nocturnas se atenuaba y el coro de voces masculinas y femeninas se hacía más notorio. Dio un respingo gracias a un conejo que saltó sin que lo hubiese advertido. Se tapó la boca para ahogar la risita que estaba a punto de escapársele. No quería advertir de su presencia a los miembros de aquella singular agrupación. Se detuvo en el linde de la plantación. Desde suposición apenas alcanzaba a ver las carretas y parte de la  lona de la inmensa carpa dónde, de seguro, se realizaban las funciones más importantes.

    Caminó con cuidado rodeando todo el descampado. Todo aquel montaje era fascinante. Ahogó un grito y clavó los talones en el suelo al encontrarse de frente con un gran cartel que anunciaba a víctor el hechicero oscuro. Se reprochó ser tan tonta por asustarse con un simple cartel, aunque en el fondo tenía que reconocer que aquel hombre tenía una mirada insidiosa y una sonrisa siniestra.

    Miriam se adentró aupada por el coro de voces que se hacía cada vez más nítido e hipnótico. Se detuvo al ver al grupo de personas alrededor de la hoguera. Al fondo, un hombre vestido con una túnica oscura permanecía con los brazos alzados en dirección a la luna.

    —Aquí en este día y a esta hora invocamos tu poder;
    escucha nuestra plegaria, madre de la oscuridad, señora de las tinieblas.
    Sangre te ofrecemos; ábrenos la puerta de tu reino;
    en este Samhain muerte por vida te hemos de entregar,
    para que en la tierra la oscuridad pueda reinar.
    Hágase nuestra voluntad.

    Las llamas de la hoguera se elevaron en una columna dorada que obligó a la jovencita a recular de la impresión. Las voces subieron de volumen; los cuerpos se balanceaban al ritmo de la salmodia y los tambores que sonaban en un sonsonete frenético.

    El hombre se volvió. Miriam se quedó muda de la impresión al ver aquellos ojos rojos dirigirse hacia ella. Las voces se acallaron al igual que la percusión. Los presentes se volvieron a mirarla. Pudo reconocer a algunos habitantes del pueblo. El hombre descendió del podio. En su mano izquierda algo destelló con demasiada rapidez.

    —Bienvenida, querida Miriam. Esperábamos por ti.

    Los presentes articulaban su nombre en voz baja formando una cacofonía gutural que le puso la piel de gallina. Sin pensarlo echó a correr.

    El viento aulló y las nubes se arremolinaron de nuevo en torno a la reina de la noche. La oscuridad se volvió insondable. A Miriam el corazón le martillaba en el pecho y el miedo se le enraizaba en las entrañas. Tropezó y cayó de rodillas. El ruido de unas alas la hicieron volverse. La jovencita palideció al ver al hombre lanzarse desde el aire cuchillo en mano hacia su posición. Las enormes alas rojas como la sangre se desplegaron en toda su magnificencia. Miriam gritó y se cubrió el rostro con el antebrazo. Un dolor agudo e insoportable le robó el aliento. La última gota de vida abandonó su cuerpo acompañada de una risa siniestra.

    ***

    El payaso recorría las callejas del pueblo repartiendo los volantes para la nueva función del fabuloso Circo de la Bruma. A todo pulmón anunciaba su nueva atracción.

    —¡Hoy no os podéis perder la grandiosa presentación de la niña lobo! ¡La única en su especie, la feroz niña licántropa! ¡Esta noche disfrutaréis de una presentación inolvidable! Acercaos, señoras y señores, a la gran función del único e inigualable «Circo de la Bruma».


    SinOpsis

    Eva Maneiro es una estudiante de antropología brillante y de mente abierta que centra su trabajo de fin de grado en el estudio de la influencia que tuvo el circo en la conducta de las sociedades antiguas. En pleno siglo XXII la diversión se ha centralizado en el uso de la tecnología en ambientes de realidad virtual. Todo se basa en hologramas y redes neuronales.

    Aunque el doctor Víctor Ruiz, su tutor, no está de acuerdo, Eva decide investigar sobre la leyenda de un pequeño pueblo casi apartado de la civilización en el que funcionó por muchísimo tiempo un afamado circo llamado «el Circo de la Bruma».

    Obsesionada por descubrir qué ocurrió con aquella atracción, Eva decide viajar al pasado y consultar de las fuentes directas lo que ocurrió la noche del 31 de octubre de 1823 cuando se llevó a cabo la última función.

    Lo que Eva no sabe es que sus antepasados están íntimamente relacionados con el final de aquel entretenimiento y el destino de los habitantes de Vilarsad.

    Un viaje en el tiempo; un pasado oculto, la magia más oscura que jamás se haya conocido y un fallo en los cálculos harán que Eva viva en carne propia el terror de la peor noche de Samhain.

    ¿Podrá Eva salir indemne de su investigación? O quedará atrapada en una época a la cual no pertenece y en la que cualquier desliz puede conducirla a la muerte.


    Este relato fue escrito para participar en el desafío literario de octubre propuesto por Jessica Galera Andreu.

    Puede que de aquí surja alguna novela, quién sabe.

  • Los héroes también tienen pesadillas

    Un niño de entre 7 y 8 años con magulladuras en rodillas y en el rostro, sentado sobre un arcón. Tras él en la pared proyecta la silueta de Batman. La atmósfera de la estancia es algo triste y apagada. el niño permanece con cara pensativa.
    Imagen libre de derechos de Lothard Dieterich.


    La tarde ofrecía una brisa cálida, un sol brillante y un cielo claro donde las nubes jugaban a crear formas divertidas.

    Se asomó por la ventana y la vio en el jardín trasero. Salió corriendo de su habitación con Manchas siguiéndole muy de cerca. Descendió por las escaleras brincando a cada dos escalones y sonrió triunfal cuando aterrizó con ambos pies sobre la pequeña alfombra que su madre mantenía a los pies de la escalera.

    —Quieto ahí, Mike —dijo su madre cortándole el avance con los brazos en jarra—. ¿A dónde vas?
    —Nela está en el jardín, mamá —dijo como si aquello fuese razón suficiente.

    —De acuerdo, pero solo un rato, ¿eh? Luego vendrás y harás tus deberes.

    El niño asintió con la cabeza y salió disparado antes de que su madre pudiera cogerle para llevar a cabo el tedioso ritual de aplacarle el pelo rebelde y meter su camiseta por dentro de sus pantaloncillos cortos.

    Se percató de que tenía los cordones de una zapatilla sueltos y se agachó para atarlos con un lazo doble. Tras ocuparse de eliminar cualquier cosa que pudiera representar un peligro para una eventual escapada fugaz, se aproximó al jardín de su vecina.

    Manchas maulló con fuerza. Se arqueó y sacó las zarpas. Él sabía por qué; también lo había visto y estaba demasiado cerca.

    Inés se alejó de su hermana pequeña cuando el móvil comenzó a sonar con aquella melodía estridente. Mike echó a correr para evitar que se marchara, pero no llegó a tiempo. La verja lo había retenido demasiado. Estaba perdiendo la costumbre y la agilidad y eso no debía pasar.

    Sentada en su silla de ruedas, Nela se esforzaba por aumentar la distancia, pero aquella criatura monstruosa se movía demasiado rápido y la silla tenía el freno puesto.

    Desesperado ante la posibilidad de que el recolector atacase a su amiga otra vez, Mike se dobló y recogió dos piedras antes de echar a correr con todas sus fuerzas.

    Frenando y deslizándose entre la silla de ruedas y el monstruo, lanzó una piedra y luego la otra. La primera pasó a centímetros de aquella cornamenta repugnante mientras que la segunda dio en el blanco. La criatura chilló y se lanzó a por el chaval alejándose de la silla. Manchas echó a correr y de un salto llegó al regazo de Nela.

    Con la intención de alejarlo tanto como le fuese posible, Mike fue provocando al recolector que, no perdió tiempo en iniciar su persecución y señalarlo como objetivo.

    La criatura intentó embestirlo, pero Mike lo esquivó al rodar por el agreste terreno. Se raspó las rodillas y los codos, pero no le importó. Lo único que tenía en mente era que aquella criatura no se llevase el alma de Nela. Cogió varias piedras y se las lanzó. Muchas se perdieron sin dar en el cuerpo de aquella bestia, pero otro tanto sí que dio en el blanco.

    Frunció la nariz cuando vio aquel líquido espeso, verdoso y pestilente manar de las heridas del recolector.

    —Eres un crío estúpido —siseó la bestia—. Cuando acabe contigo, iré a por ella y tendré las almas que necesito.

    —Primero tendrás que atraparme, ¿no?
    La bestia dio un gran salto y ambos entraron en los predios del tupido bosque que circundaba su casa y la de Nela.

    Redujo un poco la velocidad porque necesitaba que la criatura lo persiguiese sin cambiar de opinión.

    Cuando llegaron al claro del bosque, el atardecer se vislumbraba en la bóveda celeste. Miles de formas fantasmagóricas; sombras espeluznantes se formaban entre los árboles y los arbustos. Inspiró hondo varias veces y tragó grueso cuando lo vio acercarse.

    Era todavía más horrible que el que los estuvo persiguiendo hacía unos meses.

    La criatura curvó lo que, en teoría deberían ser unos labios. Una hilera de dientes puntiagudos se extendía a lo largo de la curva. El recolector sacó su lengua y Mike pudo ver el aguijón. Tenía que ser valiente por Nela, ella ya lo había salvado una vez; por eso estaba en aquella silla; no podía rendirse, no justo ahora.

    La criatura hizo un ruido esperpéntico y Mike comenzó a temblar. Recordó la primera vez que había visto a Nela, sus hoyuelos al sonreír y la forma en que arrugaba la nariz cuando le explicaba cómo matar a cada monstruo. Ellos eran los elegidos y una vez te daban ese honor, ya no podías rendirte nunca jamás.

    Dio un brinco hacia atrás y evitó las garras venenosas por los pelos. Rodó por el suelo y se escabulló entre sus espantosas patas. El recolector se dobló sobre sí mismo para intentar cogerlo, pero Mike fue más rápido y al ponerse de pie, le dio una patada en el trasero a la criatura que fue a dar con las napias contra la roca que tenía en frente.

    El ruido de algo duro al quebrarse le dio escalofríos. Jadeante como estaba solo era capaz de pensar en Nela y en mantener a aquella cosa espantosa lo más alejado de ella.

    La criatura se levantó dando tumbos. El cuerno que sobresalía desde su hocico se había quebrado casi desde la raíz. Supo el instante preciso en que tenía que echar a correr antes de que aquella criatura se lanzase de nuevo al ataque y eso justo fue lo que hizo.

    El corazón le galopaba dentro del pecho, el aire le quemaba la garganta y la nariz. Los ruidos del bosque se iban interrumpiendo a su paso y tras cada chillido de aquella bestia el silencio que surgía en respuesta, se tornaba horripilante. Tropezó y dio con las rodillas en el suelo raspándose con los arbustos gran parte del rostro. Se volvió en el momento exacto en que el recolector lo apresaba entre sus garras y acercaba su aliento fétido hasta su boca.

    —¡Mike! ¿Despierta ya! —Se incorporó de golpe con el pelo pegado a su cabeza y una capa de sudor resbalándole por todo el cuerpo.

    —¿Qué pasa?
    Nela se cruzó de brazos haciendo un puchero. Se frotó los ojos bastante desorientado.

    —Te volviste a quedar dormido mientras leíamos el libro… —El chaval tiró de su camiseta para secarse el sudor que se le metía en los ojos—. ¿Cómo vamos a exponer mañana si tú te duermes?
    —¿Exponer?
    —¡Mike! Si sigues así de memo no voy a volver a sentarme contigo en clase.

    El niño se levantó, se tumbó en el suelo boca abajo y se asomó debajo de la cama. Luego comenzó a hurgar por toda la habitación.

    —¡Qué estás haciendo, jope! Verás tú como venga mi madre y me suelte una regañina por culpa de tu desorden.

    —Busco a los monstruos.

    —No seas tonto, Mike… los monstruos no existen.

    El grito de la madre de Marianela se escuchó amortiguado, pero con la suficiente claridad como para que la niña abriese mucho los ojos.

    —Venga, vamos a merendar… mi madre ha hecho bizcocho de chocolate y tenemos helado también. —La chiquilla tiró de su camiseta apremiándolo a moverse.

    Mike no dejaba de sentir como si alguien los estuviese vigilando. La piel se le puso de gallina cuando Nela salió disparada de su habitación. Escuchó sus pasos corriendo por la escalera y respiró hondo. Se volvió solo un instante y por el rabillo del ojo vio lo que creyó eran varias sombras moverse entre los muebles y las paredes. Le pareció escuchar voces muy bajitas y se quedó petrificado un instante. Los gritos de Nela lo hicieron apresurarse.

    —La próxima vez no escaparás…
    Se volvió con brusquedad, pero no vio nada. Se encogió de hombros y pensó que quizá Nela tenía razón y tendría que dejar de leer tanto terror por las noches.

    Dejó la puerta entornada y salió corriendo hacia las escaleras… por eso no vio los siniestros ojos endrinos que lo miraban marchar, difuminados entre las sombras.


    Este relato ha sido escrito para participar en el Va de reto de mayo 2020, propuesto por Jose a. Sánches, @JascNet.

    Elementos a utilizar en el desafío:

    1. La imagen que se propone y que está incluida en esta entrada
  • LA PIEDRA SAGRADA DEL TIEMPO

    A la izquierda se observa un reloj con agujas indicadoras de las horas. La aguja principal del reloj brilla mucho y marca las 12. El reloj está en espiral Lo que hace que la imagen del reloj se repita sucesivamente. A la derecha se ve una escultura femenina antigua mirando hacia la izquierda y hay una estela de humo desde abajo que rodea a la escultura y al reloj.
    Imagen libre de derechos de Kellepics en pixabay.com


    Chasqueó los dedos y se envolvió en glamur. Inició el ascenso cuando el sol ya se había ocultado en el horizonte. No quedaban humanos, podía percibirlo. Se giró un instante para disfrutar de la vista de la bahía. De noche, «Clew» siempre tenía ese atractivo aterrador que tanto le gustaba.

    Entró a la capilla. Le fastidiaba tener que atravesarla, pero no tenía otra salida. Creyeron que no podría encontrarla y, aunque no negaría que le costó lo suyo, la verdad, es que ni lo sagrado de «Croagh Patrick» lo detendría.

    Deshizo el glamour que mantenía oculta la entrada a la gruta. Sonrió al ver al custodio, espada en mano.

    —No eres bienvenido aquí, Raoch. —El demonio soltó una carcajada siniestra.

    —Eso da igual, aquí estoy —dijo abriendo los brazos y exponiendo el pecho—. Veamos qué es lo que te enseñaron tus hermanos, hechicero.

    El custodio se abalanzó contra el demonio. Lucharon por mucho rato, pero Raoch llevaba ventaja y él lo sabía. Aprovechando el desgaste de energía del hechicero, lo despojó de la espada y con un movimiento certero, le atravesó el corazón.

    —Fuiste un enemigo de altura, hechicero —dijo el demonio tras retirar la espada. El hechicero cayó de bruces con sus ojos abiertos y su rostro desfigurado por la sorpresa.

    El demonio avanzó. Al fondo de la gruta, la «Septémpori», la piedra sagrada que sostenía el equilibrio del tiempo, descansaba en su nicho. Cálida y palpitante, la piedra brillaba cambiando periódicamente de tonalidad pasando por cada uno de los espectros de onda que conforman la luz.

    Raoch se detuvo. Grabado en la roca podía leerse un refrán que era tan antiguo como la misma invención del tiempo:


    «Quien tiene tiempo de robarse el tiempo ajeno,
    Luego no tendrá tiempo para disfrutar del propio tiempo;
    Pues el tiempo desperdiciado nunca regresa.»

    El demonio comenzó a acumular energía. Necesitaba separar la piedra de su nicho para poder llevarla consigo. Había consumido gran parte de su poder cuando, por fin, pudo cogerla. Como si le hubiesen inyectado una carga de energía vital, Raoch comenzó a reír, eufórico. Y tras guardarla, desapareció.

    En la dimensión de los mortales, empezó a crecer una ola de pánico entre los elementales y otras criaturas sobrenaturales que observaban cómo el tiempo se ralentizaba hasta detenerse por completo, dejando a los seres humanos paralizados e indefensos.


    En el Parque de Saint Stephen’s Green, varios elementales de la tierra estuvieron intentando poner a resguardo a los seres humanos que quedaron atrapados en el lugar. La oréade de la zona se mantuvo impartiendo distintas órdenes, hasta que una vibración antinatural, comenzó a formar un torbellino que provocó una ruptura en la dimensión mortal. Una compuerta interdimensional se formó a tanta velocidad, que a los elementales no les dio tiempo de bloquearla. Frente a todos, Raoch se materializó, dejándolos con la boca abierta. Un silfo reconoció al demonio y se lanzó al ataque, pero este lo despedazó utilizando el poder de la piedra sagrada en su contra. Otros elementales se unieron para enfrentar entre todos al demonio, pero este los fue eliminando uno tras otro.

    una verdadera carnicería, desató el infierno en la dimensión mortal, a ojos de las dríades del bosque, quienes observaron, impotentes aquella ola de muerte y destrucción.

    Sin una gota de piedad, Raoch comenzó a absorber las almas de los humanos que quedaron paralizados en el parque. Dejando su huella, los fue marcando en la medida en que los fue vaciando. Algunas criaturas sobrenaturales intentaron proteger a los mortales que todavía no habían sido atacados por el demonio, pero este se había convertido en una criatura muy poderosa. La mayoría de las dríades huyeron, aterrorizadas, al ver cómo el demonio iba agrupando los cuerpos inertes para formar una pira funeraria. Solo Kristel tuvo el valor de quedarse para ser testigo e informar de lo que había ocurrido a la Hermandad Temporae, cónclave de los Hechiceros Témpora, custodios del tiempo.

    —¡Enviad un mensaje a vuestro concilio! —exclamó el demonio—. Informadles que Raoch será, de ahora en adelante, el señor del tiempo y, muy pronto, también de todas las dimensiones. Quien no se pliegue a mi mandato, quien ose desafiarme, será exterminado.

    La oréade se mordió la lengua. Ahora más que nunca, conservar la fuerza vital era indispensable, si querían derrocar a aquel demonio tirano. Complacido por el miedo que vio reflejado en sus súbditos, Raoch dejó una ristra de cadáveres tras de sí, ardiendo en varias piras funerarias y desapareció. Cuando se hubo asegurado de que el demonio había dejado el plano mortal, Kristel, con las manos temblorosas, abandonó su roble. Tan pronto como pudo reunir la suficiente magia, envió el mensaje con carácter de urgencia a los Hechiceros Témpora.

    —Ocúpate de avisar al Aquelarre Dimensi. La hermandad de las brujas dimensionae, Kristel. Ellas tienen que estar advertidas de lo que está pasando —sugirió la oréade—, Diles que resguarden la «Dimensitrenae». La piedra sagrada de las dimensiones no puede caer en manos de Raoch, o estaremos todos perdidos.

    sin pensárselo demasiado, la dríade envió el segundo mensaje. Solo esperaba que no fuese demasiado tarde.


    En Driontell, una de las siete dimensiones donde se alza, majestuoso, el Bosque Giorneae y donde descansan los siete relojes sagrados del tiempo, el sol permanecía suspendido al borde del horizonte.

    Irstez, guardiana de los relojes sagrados, seguía esperando que el sol se ocultase mientras leía el comunicado emitido por el gran hermano Cronus, líder de los hechiceros témpora. El texto era conciso y muy claro: «algunos de los integrantes de la hermandad habían desaparecido de forma misteriosa y se desconocía su paradero». La noticia era terrible. Si la hermandad llegase a desaparecer, el universo entraría en un desequilibrio muy peligroso. Cerró los ojos elevando una plegaria al mismísimo universo. No había destruido el comunicado de los hechiceros, cuando un cuervo se posó en la ventana para hacer la segunda entrega del treón. La guardiana frunció el ceño y se apresuró a revisar el mensaje. Abrió mucho los ojos cuando se dio cuenta de que era un comunicado emitido por la jefa del Aquelarre Dimensionae, en el cual informaba a todos, sobre la desaparición de algunas de sus brujas en extrañas circunstancias y que al igual que otros hechiceros, su paradero era desconocido.

    «Algo no anda bien», pensó la oréade. Tan rápido como pudo se recogió la melena, luchando para que sus indómitos rizos dorados le obedeciesen. Se ajustó el lazo del delantal y se recogió la falda para poder echar a correr y no perder tiempo. El sol seguía sin ocultarse y ella se temía lo peor. Con cuidado de no perder el rumbo, se dirigió al lugar sagrado donde permanecían los 7 relojes. Con el corazón en la garganta, se dispuso a mirar cada reloj y ahogó un grito, al darse cuenta de que todos los relojes sagrados se habían detenido a las seis en punto. Cada reloj giraba a su propio ritmo, lo que, junto a la «Septémpori» y a la «Dimensitrenae», mantenían el equilibrio temporodimensional en todo el universo. Si los siete relojes se detenían por demasiado tiempo, el caos se instauraría, quizá, de forma definitiva. Tenía que informar de inmediato, algo tendrían que hacer para restaurar el equilibrio. Como propulsada por un resorte, la guardiana salió disparada de vuelta a su cabaña para emitir un comunicado de alerta máxima.


    En vista de lo que estaba ocurriendo, las distintas razas de criaturas mágicas convocaron un concilio de emergencia para valorar la situación y tomar decisiones que no debían postergarse. Tras el comunicado del cónclave de los sobrenaturales, Atrinfinitum, sede de la hermandad de los hechiceros témpora, bullía, producto del nerviosismo. Miles de criaturas se habían desplazado hasta allí. No era una dimensión a la que se viajase por placer, a ningún ser le gustaba molestar a los custodios del tiempo; pero aquella era una situación de emergencia dimensional o universal, según se quisiera ver.

    Cronus golpeó el piso con su Trancasordio tres veces. El eco del rebote del cayado mágico se fue replicando por todo el foro. Los asistentes hicieron silencio. Frente a cada raza, sus líderes permanecían, expectantes.

    —Os hemos convocado, pues necesitamos de toda la magia disponible para poder enfrentar a Raoch. El demonio que robó la «Septémpori» y ha estado asesinando de forma despiadada tanto a humanos como a elementales y otras criaturas sobrenaturales —anunció el hechicero.

    Un murmullo se fue replicando entre los presentes. El gran hermano hizo señas para que le escuchasen.

    —Todos somos conscientes del peligro que corremos si no reestablecemos la piedra sagrada —dijo mirando a su hermandad—. Si permitimos que el demonio se haga con la «Dimensitrenae», cientos de miles de inocentes morirán —agregó, golpeando de nuevo el suelo con su trancasordio, mirando al resto de los asistentes.

    —Eso es imposible —dijo una voz aguda y disonante.

    —En este momento no podemos confiarnos, Elyam, tú mejor que nadie deberías saberlo. —El líder de los gnomos hizo un gesto de reconocimiento ante su precipitación.

    —Hemos trasladado la «Dimensitrenae» —anunció Urflaya—. Sin embargo, necesitaremos de toda la magia femenina disponible para poder mantener sus salvaguardas al máximo.

    —Gracias por informarnos. —Urflaya hizo un leve gesto con la cabeza—. Sabemos que estáis haciendo todo lo que está en vuestras manos para protegerla. —Cronus miró al resto de elementales.

    —¿Qué podemos hacer nosotros, gran hermano? —gritó una sílfide—. Somos menos poderosos que el demonio.

    Muchas cabezas se movieron a la vez, asintiendo con nerviosismo. El hechicero alzó una mano solicitando le dejasen hablar.

    —Lo primero que necesitamos, es designar a los encargados de cazar al demonio y recuperar la piedra sagrada. —respondió el gran hermano—. Somos mayoría, tenemos que luchar unidos. Él es uno solo, nosotros somos miles.

    Las criaturas alzaron su voz en apoyo a la propuesta.

    —Lo segundo, es que debemos organizar varios equipos. Hemos de proteger la «Dimensitrenae» y el bosque sagrado. El Aquelarre Dimensionae no puede hacerlo solo —añadió alzando la mano izquierda para acallar aquella revolución de voces una vez más.

    —¡Nos enviarás a una muerte segura, Cronus! El demonio cuenta con el poder de la «Septémpori».

    El hechicero ya esperaba que los miembros más antiguos elevasen una voz de protesta.

    —Si nos rendimos, nos matará de igual forma —declaró—. Es mejor morir luchando, Vladimir.

    El líder de los vampiros guardó silencio un instante. Luego de sopesar la situación alzó su voz, clara y seductora.

    —Si el resto de sobrenaturales se une a la lucha, los hijos de la sangre lo haremos también.

    La mayoría de los presentes estalló en vítores.

    —¿Y bien, quienes de vosotros os ofrecéis para cazar al demonio?

    El gran hermano barrió con la mirada a los asistentes, deteniéndose unos segundos para clavar sus ojos en el rostro de cada líder presente. Muchos se miraron con evidente desasosiego. Incapaces de ponerse en pie, bajaron la mirada. Las voces comenzaron a diluirse con rapidez, hasta que solo quedó un silencio perturbador.

    Un joven que no tendría más de veintidós años, se puso de pie y se acercó al escenario. Cronus alzó las cejas, sorprendido, al ver al joven druida. Tras el druida, una chica de rebeldes rizos cobrizos y dorados se acercó. La jovencita se movía con gracilidad. Era una bruja dimensionae bastante joven, como para disponer de una fuerza vital palpitante, pero a su vez, lo bastante adulta como para tener su «Castrulia Obsidiae». La bruja sonrió y se detuvo justo al lado derecho del druida. Muchos de los presentes ahogaron una exclamación cuando vieron al tercer voluntario. Cronus golpeó el suelo con su trancasordio para silenciar los comentarios. Los híbridos siempre generaban esas reacciones. El hechicero todavía no había conocido una raza que no discriminase a sus integrantes por ser diferentes o peculiares. Era muy consciente de que A las mayorías no les solían gustar las diferencias. El híbrido hizo un leve movimiento de cabeza en agradecimiento y se colocó al otro lado del druida.

    —¿Alguien más se ofrece?

    El silencio provocaba, en los presentes, reacciones emocionales de lo más variopintas. Cronus inspiró profundo. Sabía que su gente estaba aterrorizada, aunque había esperado más proactividad y disposición.

    —Bien, os dejaré en compañía del hermano Centurius. Él os ayudará y guiará para crear los equipos de defensa y os dará vuestros itinerarios.

    El gran hermano hizo una seña a los jóvenes y se dirigió hacia la salida lateral. Los voluntarios lo siguieron en silencio. Una vez salieron por la puerta, llegaron a un ancho pasillo. El piso brillaba con tanta intensidad que el trío achicó los ojos para protegerse del resplandor. Los zapatos chillaban a cada paso, excepto los del híbrido. La bruja alzó una ceja, inquisitiva. El híbrido no se dio por aludido. El techo ondulaba, sinuoso, gracias a los movimientos lumínicos de aquella dimensión. El druida desvió la mirada y se concentró en otra cosa. Las ondulaciones del tiempo podían ser peligrosamente hipnóticas. El hechicero se detuvo frente a una gran puerta de doble hoja, de madera maciza, labrada con intrincados símbolos. Las puertas se deslizaron ante un gesto de su mano.

    —Pasad, por favor.

    Los jóvenes entraron uno tras otro, detrás del hechicero. La puerta se cerró con suavidad a sus espaldas.

    Cronus rodeó su escritorio y se sentó. Su trancasordio quedó apoyado contra el borde del mueble.

    —Sentaos, si sois tan amables —invitó—. Quiero agradeceros este sacrificio. La joven bruja frunció el ceño un instante, pero permaneció en silencio.

    —No se trata de un sacrificio —dijo el druida—. Es nuestra responsabilidad.

    —¿Cómo te llamas? —preguntó el gran hermano.

    —Kalyech Duncan.

    —Es bueno que valores de esta forma la responsabilidad que, como seres sobrenaturales tenemos para con el universo. Sin embargo, ya ves que muchos no lo ven de la misma manera.

    El druida se encogió de hombros.

    —Por allí en ese invento de los humanos, en el que cientos de millones de personas escriben, y de paso se engañan unas a otras, leí que «el miedo es libre y constitucional». —La joven bruja puso los ojos en blanco.

    —Las redes sociales, macho —masculló la joven—. No me digas que eres de esos que viven en la prehistoria sobrenatural.

    —Venga ya, cerilla con patas, No me digas que tú eres de esas que no se despega de la pantalla del chisme ese para hablar y cotillear; ese que usan todos para filtrar su vida privada. ¿Sabrás usar tu libro de las sombras, ¿no?

    Cronus y el druida se miraron, desconcertados ante aquella retahíla de puyas gratuitas.

    —Haced el favor de cerrar el pico, el gran hermano no puede estar perdiendo el tiempo con vuestras gilipolleces —ordenó el druida—. Y la verdad, nosotros tampoco, si es que queremos detener al demonio.

    La bruja alzó una ceja y estuvo a punto de lanzarle una buena parrafada, pero Cronus la detuvo.

    —Tú, hija de las dimensiones, ¿cómo te llamas?

    La joven clavó sus grandes ojos verdes en el hechicero.

    —Soy Sartriana MacGregor.

    —Muy bien. —Asintió con la cabeza—. ¿Y tú?

    El gran hermano clavó sus ojos en el híbrido.

    —Jioan.

    Sabiendo que el elemental no daría más información personal, el hechicero decidió no perder más tiempo.

    —Raoch es un demonio superior —dijo acercándoles una fotografía—. Tiene unos ochocientos años de antigüedad; es muy habilidoso en combates cuerpo a cuerpo y un gran espadachín.

    La chica ladeó la cabeza al observar la foto. Frunció el ceño, extrañada. Se había imaginado a una criatura muy diferente; quizá menos… atractiva. Como si le estuviese leyendo la mente, el híbrido dijo en voz casi inaudible:

    —Los más atractivos suelen ser los más peligrosos, recuérdalo, brujita.

    Sartriana se mordió la lengua para no soltarle una de las suyas. Aquel no era momento para gilipolleces, el druida tenía razón. Advirtiendo el esfuerzo de la chica para no replicarle, el híbrido sonrió para sus adentros.

    —¿Alguna debilidad conocida? —preguntó el druida.

    —Necesita altas cantidades de emociones, humanas o de cualquier criatura para mantener los niveles de su fuerza vital.

    El druida miró al feérico con una ceja levantada. Luego fijó sus ojos en el gran hermano buscando la confirmación. Este asintió con la cabeza.

    —Raoch fue uno de nosotros antes de pasarse al servicio de las Fuerzas Oscuras y convertirse en demonio. Por eso, igual que nosotros, usar sus poderes le supone un alto precio.

    —¿También le roba Transords como a vosotros? —preguntó la bruja.

    —No, al convertirse en demonio su edad quedó suspendida. Él no envejece como lo hacemos los hechiceros, solo se debilita y pierde fuerza vital.

    El druida permanecía en silencio, pensativo.

    La puerta del despacho se abrió de golpe. Un hechicero entró corriendo y gesticulando, con los ojos casi desorbitados por el miedo.

    Los tres voluntarios se pusieron en pie con rapidez.

    —¿Qué ocurre, hermano?

    —Han visto a Raoch de nuevo en Dublín.

    El gran hermano vio a cada uno de los voluntarios.

    —Id a por él, no podemos permitir que siga asesinando a inocentes.

    El druida hizo un movimiento con las manos y una compuerta interdimensional se creó frente a él. Jioan fue quien cruzó primero. Después cruzó la bruja y por último lo hizo Kalyech. El portal desapareció. Cronus cogió su Trancasordio y abandonó el despacho junto al otro hechicero. Todavía les quedaba mucho por hacer.


    En pleno Dublín, los voluntarios echaron a correr en dirección contraria a la riada de elementales que corrían por sus vidas, huyendo del demonio. Localizaron el foco del ataque en el Temple Bar. Situado entre Dame Street y el río Liffey, con sus calles estrechas y adoquinadas, era el sitio perfecto para encontrar una gran cantidad de seres humanos y criaturas que hacían vida en el centro cultural y social por excelencia de la ciudad.

    Caminando con Kalyech a la cabeza, el trío se lanzó a por el demonio cuando lo vieron salir de uno de los pubs más famosos del barrio.

    Raoch vio al trío de jóvenes con curiosidad.

    —¿Qué me ha enviado la hermandad? —dijo sonriendo—. ¿Tan mal van las cosas que envían como carne de cañón a sus niñatos sobrenaturales?

    Sartriana conjuró un potente glamour. Moviéndose con gran rapidez atacó al demonio por la espalda con su daga ceremonial. Raoch aulló de furia y lanzó una onda expansiva que la arrojó unos metros luego de elevarla en el aire. La chica cayó golpeándose la cabeza. Kalyech y Jioan se miraron de soslayo. El druida pidió apoyo al elemental de la tierra y cambió a su forma felina. La tierra se estremeció bajo el demonio, pero este se elevó unos centímetros y permaneció levitando frente al híbrido y a la gran pantera que, tras observar su posición, se abalanzó con una velocidad extraordinaria.

    El felino clavó sus garras con fiereza, lacerando el pecho de Raoch. Sangre oscura y putrefacta manó de sus heridas. El demonio contratacó con fuego. La pantera rodó rugiendo de dolor con una herida considerable en el lomo que abarcaba hasta el costado izquierdo. Raoch iba a rematar al animal, pero el híbrido se transformó en una Salamandra justo para interceptar el fuego con fuego. Una pared de llamas incandescentes ardió, atravesando la calle. Jioan volvió a su forma humana y llevó la mano hacia atrás. Con agilidad desenvainó una espada forjada con triple aleación. El demonio Lanzó otro ataque que el híbrido pudo esquivar por los pelos. Agazapado, esperó el momento justo y se lanzó al ataque. El demonio había sacado su propia espada infernal y detenía los intentos de Jioan por burlar su defensa.

    —Eres bueno, chaval —reconoció el demonio—. Pero yo soy mucho mejor.

    Raoch rozó el antebrazo del híbrido. El dolor le recorrió hasta el hombro. El joven dio una media vuelta; aprovechando el impulso, bajó en diagonal la espada y logró cruzar el costado del demonio con un tajo profundo. Furioso, pero consciente de la cantidad de energía que había consumido, Raoch emprendió la retirada. Jioan envainó la espada y salió escopetado a auxiliar a sus compañeros caídos.

    Extrayendo un polvo brillante y tornasolado de una pequeña bolsita de cuero que llevaba atada al cinturón, Jioan convocó a un zarramo. Con extraordinaria rapidez, la criatura se materializó en medio de la calle.

    —Jola, jíbrido, jijo del fuego y el aire. ¿Qué necesitas?

    El zarramo ojeó a su alrededor y frunció la pequeña y casi inexistente nariz al ver la sangre y oler el aroma de la putrefacción y la muerte. Jioan señaló a sus compañeros. El zarramo se deslizó casi sin rozar el suelo. Con cuidado dio vuelta a la bruja y alzó las cejas.

    —Bonita, jija de las dimensiones.

    —Ajá —respondió Jioan entrecerrando los ojos—. Te traje para que la sanes, no para que intentes follártela.

    La criatura frunció el ceño y negó con la cabeza, en un claro gesto de reprobación.

    —Eres un necio —espetó el zarramo—. La bruja no va a fijarse en un jíbrido, ya lo sabes.

    —Ese no es tu asunto —replicó con aspereza—. Sánala y punto.

    El elemental se encogió de hombros y comenzó el ritual. Jioan lo observaba con las manos en los bolsillos del vaquero.

    —Despertará dentro de poco —dijo el sanador mirando la herida que tenía en el brazo—. Yo curaré tu jerida, aunque no me lo jayas pedido.

    Jioan desvió la mirada mientras el zarramo se ocupaba del corte.

    —Ajora está mejor. —El elemental se le quedó mirando con sus grandes ojos naranja. El feérico clavó su mirada en la destrucción que tenía ante sí. No quería admitirlo, pero estaba preocupado. Aquel demonio era un hueso duro de roer.

    —Los elementales jijos de Gaia, se ocuparán de eso —dijo la criatura.

    —Bien, ahora, ¿puedes hacer algo por el druida? —Jioan lo señaló alzando la barbilla en su dirección. El sanador se deslizó hasta donde estaba la pantera.

    —Jerida no es mortal, pero como prefieras.

    —Hazlo, tío, no le des tantas vueltas, joder.

    —Esa lengua, jíbrido —reprochó—. Jabla a tu zarramo con más respeto.

    El sanador se cruzó de brazos alzando una ceja. Jioan farfulló algo en una lengua muerta y puso los ojos en blanco.

    —Vale, vale… —Alzó ambas manos con las palmas al frente—. ¿Puedes sanar a mi compañero, por favor? Es imperativo que se recupere para detener al demonio.

    El sanador asintió, complacido y se dio media vuelta. Brillando como una antorcha se acercó a la pantera e inició el ritual de sanación. Cuando terminó, el zarramo se transformó en diminutos cristales color esmeralda, que se esparcieron con la suave brisa que había comenzado a soplar.

    —Serás cabrón —farfulló Jioan ante la desaparición del elemental.

    Dándose por vencido al ver que no regresaba, se acuclilló junto al druida. Kalyech retomó su forma humana y se puso en pie con su ayuda. Sartriana parpadeó y abrió los ojos, justo cuando sus dos colegas se le acercaban. Con la mirada vibrante y enfurecida, se puso de pie.

    —¿Qué coño fue lo que pasó?

    —¿Quieres la versión detallada? O prefieres la resumida. —La bruja resopló y a punto estuvo de enzarzarse en una discusión con el híbrido, cuando un estallido hizo que la tierra se moviera bajo sus pies.

    —No hay tiempo ahora para dar explicaciones —espetó el druida y salió corriendo con sus compañeros pisándole los talones.


    El panorama en Grafton Street era desolador. Sartriana tragó grueso al ver aquel montón de cuerpos desmadejados y la sangre formando un riachuelo en la calzada. Se obligó a respirar por la boca y avanzó tras sus compañeros. El ruido al pisar los cristales esparcidos le erizó la piel y le puso los pelos de punta.

    Al pasar frente al Trinity Collegue, lo divisaron. El demonio sostenía un cuerpo del que se estaba alimentando. Jioan torció la boca en un gesto de evidente repugnancia. Raoch alzó la mirada y soltó el cadáver.

    —Parece que sois como un grano en el culo, ¿no? —dijo el demonio—. ¿Qué? ¿No tenéis con quien iros por ahí de marcha? —Señaló la hilera de bares destruidos con la explosión antes de soltar una carcajada espeluznante.

    —Eres un… —dijo la bruja con desprecio.

    —¿Un demonio? ¿Un cabrón hijo de puta? —Raoch sonrió mostrando todos los dientes—. Para servirte, bonita.

    La bruja empuñó su daga y la lanzó con todas sus fuerzas. La «Castrulia Obsideae se» clavó en el pecho del demonio, rozándole el corazón. Raoch se tambaleó, sorprendido. Cogió la castrulia por la empuñadura y se la arrancó. Siseó de rabia al quemarse la mano con la daga sagrada. Furioso, la dejó caer al suelo y lanzó una bola de fuego enorme contra la bruja. Esta se agachó y rodó justo a tiempo. Jioan, ahora en su forma de salamandra comenzó a arrojarle fuego al demonio. El druida se unió al ataque cuando creó un escudo de energía que hizo rebotar el poder de Raoch.

    —¡Sois condenadamente buenos, pero yo tengo mucho más poder!

    Sartriana rodó sobre su cuerpo y recogió su daga. Luego de envainarla conjuró un hechizo cuando advirtió que el demonio sostenía la «Septémpori».

    —Por el poder del viento del norte —dijo alzando los brazos—. Por la magia dimensi y el espíritu de la madre tierra. —Raoch alzó la piedra sagrada—. ¡Por el poder del fuego y la fuerza del agua, que el universo absorba la maldad y la transforme en arma! —Jioan se interpuso ante la bruja y a su vez, el druida se antepuso a la salamandra recibiendo el ataque de la piedra sagrada. La espada que conjuró la bruja se lanzó contra el demonio, pero este se difuminó convirtiéndose en un torbellino de magia fétida y oscura. Jioan volvió a su forma humana. Con rapidez desenvainó su espada y cogió a la bruja por la camiseta para colocarla tras de sí.
    El torbellino putrefacto se elevó en dirección al castillo de Dublín.

    —¡Maldita sea! —exclamó Jioan.

    La bruja permanecía en shock, observando lo que había quedado del druida y, cómo un cuervo, que luego se convirtió en Morrigan, se llevaba sus restos. Advirtiendo su reacción, el joven elemental la sacudió con fuerza.

    —No te derrumbes ahora, ¿me escuchas? —La jovencita lo veía con los ojos vidriosos—. Vamos, reacciona de una puta vez. No eres una cría.

    Sartriana contuvo las lágrimas y se apartó con brusquedad.

    —Eres una mierda de tío, un insensible.

    —Y tú una cabeza de cerilla que no va a durar ni un treón con vida.

    —Para tu información, lagartija incendiaria, ahora mismo da igual los treones, los draones o los transords… ¡El tiempo se ha detenido y no avanza, cateto!

    —¡Y si sigues portándote como una cría estúpida, será así para toda la eternidad! —el feérico echó a andar a zancada viva. La joven le siguió, rabiosa.

    —¿A dónde crees que vas? —Jioan señaló hacia el castillo.

    —Se ha ido allí. Apuesto lo que quieras a que la piedra que busca está en el castillo.

    La bruja guardó silencio. No podía develar el paradero de la «Dimensitrenae». El feérico puso los ojos en blanco y retomó la caminata. La jovencita lo alcanzó, aunque tuvo que correr para equiparar sus pasos. Jioan la miró de reojo. La chica caminaba con determinación.

    —La próxima vez di algo. Si te quedas callada otorgas y es lo mismo a que si te fueses de la lengua.

    Sartriana no dijo nada, pero él sabía que estaba furiosa. Llegaron al castillo. Los rastros de destrucción marcaban el camino.

    —¡Va directo a la capilla real! —La bruja echó a correr.

    Jioan maldijo por lo bajo y salió tras ella.

    Atravesaron un pasillo y llegaron al corazón del castillo. Sartriana, presa de la angustia salió disparada. Abrió el portón que daba a un patio por el cuál se podía llegar a la capilla recortando camino.

    Un quejido hizo que la bruja se volviese con la daga en la mano. Doblado sobre sí, el feérico se retorcía con evidentes signos de dolor. Sartriana se le acercó y estuvo a punto de tocarle.

    —No me toques —chilló Jioan.

    La jovencita se detuvo. El híbrido calló en el suelo de espaldas. La bruja ahogó un grito. En sus narices, Jioan se transformaba en sílfide. No había visto nada semejante. Sabía lo que decían los rumores, las malas lenguas. Siempre creyó que eran exageraciones, que en el fondo los híbridos no existían; que solo eran una invención de la imaginación prolija de alguna criatura que pretendía ser más especial que los demás. Se mantuvo allí, de pie, mientras la transformación finalizaba. Observó a la sílfide. Si como hombre era guapísimo, como mujer era una verdadera belleza. Se mordió el labio inferior y negó con la cabeza. solo a ella se le ocurría ponerse a valorar lo bueno que podía estar su compañero de lucha, cuando tenían que detener al hijo de puta de Raoch.

    Jioan parpadeó y abrió los ojos con lentitud. Ella la miraba sin saber qué decir.

    —¿Vas a quedarte ahí parada como tonta?

    —Joer, Jioan, ni siendo chica puedes dejar de ser borde.

    La sílfide se encogió de hombros. Con esfuerzo, se puso de pie.

    —¿Estás bien?

    —Sí —respondió—. Suele verse peor de lo que es en realidad.

    Una gran explosión rompió el silencio. el suelo se estremeció bajo sus pies.

    —Pues menos mal, porque no nos queda mucho tiempo. —Ambas miraron hacia la columna de humo que se alzaba desde la capilla.

    —Me cago en todos los relojes sagrados —masculló Jioan y salió corriendo con la espada en la mano.


    La capilla ardía. El humo hacía difícil divisar el interior. A pesar del intenso calor, ambas entraron. El demonio se afanaba por destrozar la barrera que protegía el nicho sagrado.

    —¡Eh, tú, besugo podrido! —Raoch se volvió un instante ante el grito femenino.

    —Vaya, si tenemos aquí a las heroínas del concilio. —El demonio sonrió con malicia—. ¿Sabéis cuál de las dos quiere morir primero?

    —No te ufanes tanto, Raoch —advirtió Jioan—. Siempre podemos tener una carta bajo la manga.

    El demonio se echó a reír con ganas.

    —¿En serio, híbrida? —dijo alzando la piedra sagrada—. Necesitas otra demostración, ¿verdad? Parece que ver a vuestro coleguita hecho trizas no fue lo bastante esclarecedor.

    La sílfide lo apuntó con la espada. Tras unos segundos, el demonio frunció el ceño. Jioan esbozó una sonrisa de satisfacción.

    —Estamos en terreno sagrado —explicó la joven—. Aquí no puedes usarla para dañar a nadie.

    Raoch gritó enfurecido. De la nada, sacó una espada y se abalanzó contra la chica.

    La joven bruja comenzó a salmodiar en voz baja. La sílfide, espada en mano, sintió cómo su fuerza vital aumentaba de forma exponencial.

    Ambas espadas chocaron una y otra vez. Raoch comenzaba a perder rapidez y agilidad. La sílfide convocó el poder del viento. La capilla empezó a bajar de temperatura de forma progresiva.

    —Danos la «Septémpori».

    —Primero tendréis que acabar conmigo —espetó el demonio lanzando un mandoble—. Y os juro que eso no pasará.

    Jioan giró con rapidez y asestó un tajo en el costado del demonio. Sartriana seguía invocando el poder del aquelarre. Sorprendido por la agilidad de la joven guerrera, el demonio hizo un movimiento distractorio, pero la chica se anticipó y golpeó la muñeca de Raoch, cortándole la mano con la que sostenía la espada. El demonio soltó un alarido siniestro y la joven avanzó sin compasión. Sosteniendo la espada con ambas manos, dio un medio giro y le cortó la cabeza.

    Un hedor repugnante se esparció por la capilla. Antes de que la bruja terminase su conjuro, Jioan atravesó el corazón del demonio y este se convirtió en cenizas.

    Respirando con esfuerzo, la sílfide cerró los ojos. Sartriana se acercó con cautela y recogió la piedra sagrada. Jioan bajó la espada.

    —Parece que tu mala leche no es tan terrible después de todo —dijo la bruja mirando los restos de Raoch.

    —Ya ves —respondió envainando su espada tras haberla limpiado de la sangre del demonio-. Para algo tiene que servir tanto temperamento.

    —Podrías darme las gracias, ¿no?

    —Podría, pero haré algo mejor…

    Sartriana se cogió a los hombros de Jioan con fuerza, cuando esta se le acercó y le estampó un beso en la boca.

    Una vez superada la primera impresión, la jovencita dio un paso atrás.
    —Bien —murmuró relamiéndose los labios con disimulo—. Creo que es hora de devolver la piedra. —Jioan asintió con la cabeza.

    Ante aquella respuesta tan inesperada, la joven sílfide sintió un mazazo en el estómago. Eso le pasaba por darle rienda suelta a sus debilidades. Y no lo negaría, la joven bruja era una debilidad. Sartriana, observándola con disimulo, reía para sus adentros. Jioan atisbó un brillo en aquellos ojos verdes y se lanzó de nuevo.

    —Cuando vuelva a ser como antes, ¿aceptarías salir por ahí? —La elemental del viento se mordió el labio inferior y sin poder evitarlo, se sonrojó.

    La bruja se fijó en lo hermosa que era su compañera, así, con las mejillas sonrojadas.

    —¿Quieres decir cuando seas chico otra vez? —Jioan asintió.

    —Claro, tonta ¿a qué iba a referirme si no? —La bruja se encogió de hombros.

    —Qué se yo… podrías tener una filia mientras eres salamandra —dijo reprimiendo una risita.

    —Serás capulla.

    Sartriana rio bajito.

    —Podríamos ir por ahí luego de entregar esto… —La bruja le dejó la piedra sagrada en la mano.

    La sílfide se le quedó mirando con la sorpresa dibujada en el rostro.

    —No te importa que… —Ella negó con la cabeza y esbozó una sonrisa cálida.

    —Mientras me beses otra vez, todo lo demás me da un poco igual.

    Jioan volvió a besarla. La joven bruja suspiró, estremecida.

    —Cuando eres chico ¿besas igual de bien?

    —Te tocará averiguarlo por ti misma. —Jioan sonrió con picardía.

    Tomadas de la mano, las chicas salieron de la capilla.

    Epílogo

    Irstez observaba los relojes sagrados avanzar, mientras el sol descendía, por fin, escondiéndose en el horizonte. Respiró profundo y volvió a su cabaña.

    Treones después, en Atrinfinitum, Cronus permanecía concentrado y con una expresión de incredulidad en el rostro.

    —¿Estás seguro de tu decisión?

    —Lo estoy.

    —Bien —dijo el gran hermano, consternado—. Imagino que querrás marcharte a la dimensión mortal. —Jioan asintió—. Ve entonces, La hermandad te da su bendición.

    El feérico se marchó sin mirar atrás. «Hice lo que tenía que hacer», pensó, mientras transitaba por las dimensiones. No le interesaba convertirse en hechicero, mucho menos ser custodio del tiempo. Prefería invertir este en vivir la vida al máximo; sobre todo ahora que ella estaba a su lado.

    Abandonó el portal y giró a la derecha en dirección a Temple Bar. No sabía por qué se sorprendía tanto al ver a los humanos como si nada hubiese ocurrido. En realidad, así era para ellos. Una vibración inesperada lo puso en alerta. Alzó una ceja cuando vio al zarramo materializarse en sus narices.

    —No te he Convocado, ¿qué haces aquí?

    El sanador imitó su gesto.

    —No vine por ti, jíbrido. Los sanadores podemos tener vida también. —Jioan se fijó en la joven druidesa que esperaba unos metros más allá, sonriente.

    —Vale —dijo, aunque el zarramo ya le había dado la espalda.

    Sonrió al percibir su aroma. Sus brazos lo rodearon desde atrás y pudo sentir sus pechos firmes, rozándole la espalda.

    —¿Siempre tiene la piel tan verde? O solo es porque hoy se va de marcha a ligar con aquella hija de Morrigan.

    Jioan se volteó para besarla.

    —¿A ti qué te importa?

    La chica soltó una risita.

    —Luego dices que la cerilla con patas soy yo.

    —Tú sigue buscándome las cosquillas, verás lo que te espera.

    —Uy, qué miedo —se burló.

    Picado por el comentario, la alzó en peso, materializó una compuerta y se la llevó. Sartriana sintió bajo su cuerpo la superficie cómoda de un colchón.

    —Pero ¿y nuestra cita?

    —La tendremos, pero después… —dijo y la besó comiéndole la boca con una ansiedad inusitada.

    Sartriana sintió que se le doblaban los deditos de los pies y luego de rodearle la cintura con las piernas, se juró a sí misma, que comenzaría a provocarlo más a menudo.


    Este relato ha sido escrito para participar en el reto Lubra de marzo ‘Tiemppo’, propuesto por Jessica Galera .

    Elementos a utilizar en el desafío:

    1. Días, meses, años… en tu relato el tiempo se mide de un modo diferente.
    2. Inventa un refrán sobre el tiempo
    3. El reloj negro me dejó tres condiciones más, pero no revelaré ninguna hasta fin de mes, como manda la consigna. A ver si lográis descubrirlas vosotros solos
  • EL MAGO OSCURO Y EL PARAGUA DE LOS DESEOS

    Hombre caminando bajo el cielo nublado protegiéndose con un paraguas durante el otoño
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com

    Frunció el entrecejo cuando subió a aquel desván cubierto por aquella capa gruesa de polvo. Dio una mirada a cada rincón y suspiró. Lograr que aquel lugar pareciese habitable le llevaría toda la vida. Estaba a punto de bajar por la escalerilla cuando sintió un siseo insistente.

    —¿Quién anda ahí? —Achicó los ojos para ver si divisaba alguna silueta, pero no vio nada más que cajas apiladas y trastos viejos.

    —Estoy aquí… —parpadeó varias veces pensando que no volvería a pasarse con las cervecitas durante la cena.

    —Yo no veo a nadie —respondió a pesar de parecerle una soberana estupidez hacerlo.

    —¿Cómo vas a verme si sigues ahí parado como un gilipollas?

    el hombre se rascó la barba y luego la cabeza. si aquello era un truco de los críos, vaya que era la hostia.

    —Vamos a ver —espetó— ya está bien de que os burléis, enanos. Salid de donde estéis o dejad ya…

    —Qué enanos ni que enanos —la voz se escuchaba mosqueada— tú mueve ese culo de foca aquí … hasta este trío de cajas.

    El hombre ya algo mosqueado también se acercó tumbando las cajas de arriba.

    —Joder, hasta que te funcionó la sesera, macho —el hombre abrió los ojos como platos mirando aquel paraguas.

    —¿Y tú qué? ¿Llevas un micrófono escondido de esos que salen en la televisión?

    —Serás cateto —dijo la voz del paraguas— ¿Nunca has visto un objeto mágico?

    —Pues la verdad… no —reconoció— ¿Se supone que tú lo eres?

    —La duda ofende, macho —respondió el paraguas— a menos que tú estés tan majara que siempre hables con los paraguas.

    El hombre puso mala cara y se dio la vuelta dispuesto a marcharse.

    —Espera… ¿a dónde vas?

    —Abajo —respondió cortante— no tengo porqué aguantarme esta ridiculez.

    —Pero si todavía no te he explicado lo de los deseos, tío. —El hombre se acercó con interés renovado cogiendo al paraguas.

    —Cucha, con más cuidado, ¿eh? Que se me doblan las varillas.

    —Será posible —masculló entre dientes— Explícate o te dejo arrumado aquí mismo.

    —Vale, vale —dijo el paraguas— Mira, es muy sencillo. Si me llevas contigo puedo concederte cuatro deseos.

    El hombre alzó una ceja. Observando al paraguas que yacía entre el resto de objetos de aquella caja pensó que les daría un buen susto a sus sobrinos.

    —Muy bien —dijo— vamos fuera.

    El hombre cogió el paraguas y abandonó el desván del nuevo almacén que acababa de comprar.

    —¿No vas a pedir tu primer deseo? —preguntó el paraguas.

    Tras meditarlo un poco el hombre dijo como si tal cosa.

    —Deseo que mi vecino, el carnicero, deje de afilar sus cuchillos cada noche. Ese ruido es infernal.

    —hecho —dijo el paraguas.

    El hombre salió del almacén rumbo a su casa. Luego de cenar y darse una ducha, se puso el pijama y se tumbó en la cama. El paraguas permanecía en el taburete junto a la cómoda.


    El día siguiente transcurrió sin contratiempos. El paraguas no había vuelto a hablar con él, así que pensó que sus sobrinos se habrían cansado de aquella estúpida broma. Y menos mal porque ya comenzaba a sentirse influenciado por aquel asunto; tanto, que había pasado toda la noche soñando con el puto paraguas y el vecino. Cuando llegó a casa se dio cuenta de que el vecino no estaba afilando sus cuchillos y sonrió, satisfecho.

    —Parece que en realidad eres mágico. —Aquel pensamiento se le había escapado en voz alta.

    —Claro que lo soy ¿qué te creías?

    El hombre abrió los ojos al ver que una pálida figura iba formándose junto al paraguas.

    —¡Hostia! —el hombre se puso de pie de un salto— ¿qué coño eres?

    La figura puso los ojos en blanco.

    —¿A ti qué te parece?

    —No sé, nunca había visto una transparencia como tú antes.

    —Más respeto —reclamó la figura— a ver si te crees que es muy fácil tomar forma.

    —Coño, pero no te enfades.

    —¿Estás listo para pedir tu segundo deseo?

    El hombre se rascó la cabeza y torció los labios en un gesto por demás, curioso.

    —Creo que… sí.

    La figura hizo un gesto invitándole a realizar su petición.

    —Deseo que la vecina de arriba deje de recoger esos gatos tan inmundos que resultan tan molestos.

    —Concedido.

    La figura se desvaneció y el hombre siguió con su rutina de siempre al llegar a casa. Luego de cenar, ver televisión y vestirse con el pijama, el hombre se metió en la cama. Tal como la noche anterior comenzó a tener sueños con la vecina, el paragua y los gatos. Se despertó sobresaltado con el paraguas en la mano empuñado como si fuera un arma.

    Extrañado lo dejó sobre la mesita de luz y se dispuso a iniciar el día.
    Al salir del edificio se dio cuenta de que ningún gato deambulaba por la planta baja y sonrió, satisfecho.


    Esa noche volvió a casa cansado y de mal humor. Las cosas en la tienda no estaban yendo como esperaba, todo por su vecino y más acérrimo competidor. Entró en su casa dando un portazo y fue directo a su habitación.

    —Parece que hoy andamos con muy mala leche, ¿no?

    —Claro ¿cómo no? Si no fuese por ese gilipollas del Merchán, hoy las ventas estarían en alza —espetó furioso caminando de un lado a otro— vaya si desearía que se largase muy lejos y dejase de joderme la venta.


    —Concedido —dijo la voz del paraguas.


    Durante toda la noche al igual que las demás, tuvo sueños espantosos con el paragua y con Merchán. Al llegar la mañana se sentía agotado y con poquísimas ganas de trabajar. Estaba por tomarse el primer café del día cuando tocaron a la puerta con insistencia así que salió con rapidez antes de que se la aboyasen.

    Se quedó muy sorprendido al ver a un par de agentes de policía.

    —Buenos días, caballero.

    —Buenos días —respondió— ¿qué puedo hacer por vosotros?

    El par de policías dieron una mirada al interior del salón. El hombre se apartó para dejarles paso y los hombres entraron.

    —¿Vive usted solo? —el hombre asintió rascándose la barba.

    —Les ofrezco alguna cosa, ¿café? —Los hombres negaron con la cabeza.

    —Estamos aquí investigando la muerte de dos de sus vecinos —El hombre alzó las cejas, sorprendido.

    —No tenía idea de que hubiese muerto alguien.

    —Pues así es… ¿señor?

    —Suárez —respondió— me llamo francisco Suárez.

    Los hombres apuntaron en una pequeña libreta.

    —Bien, señor Suárez —Francisco se dejó caer en un sillón invitando a los policías a sentarse— ¿desde cuándo no ve usted al señor Sánchez?

    —¿El carnicero?

    —En efecto —Francisco se rascó la cabeza, pensativo.

    —Si les soy honesto, no sabría decirles —confesó— ayer no escuché su afiladora, pero tampoco le di tanta importancia.

    —¿Y a la señorita Martínez?

    El hombre parecía confundido.

    —Lo siento, pero esa no sé quién es, agente.

    —La joven que vivía en el 5B, señor Suárez.

    —La chavala de los gatos?

    Los hombres cabecearon a la vez, asintiendo.

    —Pues el jueves por la mañana la vi dándole de comer a uno de esos gatos malolientes.

    —¿No escuchó usted nada raro el jueves por la noche?

    —Pues la verdad es que no ¿debería?

    Los hombres se miraron el uno al otro antes de hablar.

    —El jueves por la noche la señorita Martínez fue asesinada brutalmente —dijo uno de los policías—. Todavía no hemos podido identificar el arma homicida.

    —Y la noche anterior fue asesinado el señor Sánchez —informó el otro.

    —En circunstancias… similares, a decir verdad. —ambos policías hablaron a la vez.

    Francisco se quedó inmóvil. El impacto de las noticias le había dejado sin habla.
    Su cabeza comenzó a ir a toda velocidad asociando ideas que, aunque absurdas, iban cobrando vida a medida que los hombres le informaban sobre ambos hechos.

    Aunque surrealista, se parecían demasiado a sus sueños. Se dirigió a su habitación dando zancadas luego de que los policías se marcharan lleno de angustia por si sus sospechas fueran ciertas.

    —¿Qué coño fue lo que hiciste?

    —¿Perdona? —la figura que habitaba el paraguas se había materializado y ahora era mucho más tangible.

    Francisco se dio cuenta de que era un hombre que aparentaba unos treinta y tantos y que vestía de negro.

    —Me escuchaste bien, no voy a repetirme.

    —Dirás en todo caso, ¿qué hiciste tú… —Francisco veía a aquel sujeto con los puños apretados.

    —Yo no he hecho nada.

    —Claro que sí —afirmó la figura— pediste tus deseos y se te concedieron.

    —Eres una maldición —La figura se echó a reír.

    —Y tú eres un cateto —rio— ¿qué te pensabas, que los paraguas hablan? —dijo con sorna—. Ah, no, claro, seguro creíste que podías pedir deseos y no pagar un precio, ¿no?

    Francisco temblaba de la rabia. En un esfuerzo inútil cogió el dichoso paraguas e intentó romperlo con las manos, pero nada pasó. Luego de un buen rato desistió, frustrado.

    —Tienes que parar -exigió— dime cómo me deshago de ti.

    —Si te refieres a detener tu último deseo, es imposible —El hombre se cruzó de brazos— la única forma de que te deshagas de mi valiosa compañía es que te sacrifiques. ¿estás dispuesto?

    Francisco se tambaleó ante aquella revelación. Morir no estaba dentro de sus planes a corto plazo.

    El hombre soltó una carcajada siniestra.

    —¿Qué eres tú? —preguntó tropezándose con el borde de la cama.

    —Soy un mago oscuro, desde luego.

    —Puedo dejarte tirado en la basura.

    —Eso solo retrasará las cosas, pero no las detendrá —explicó—, además, puedo seguir fortaleciéndome de la fuerza vital de cualquiera que me toque.

    La mente de Francisco marchaba a mil por hora. Alguna solución tendría que haber, no podía permitir que más personas inocentes muriesen por culpa de aquel maldito mago. Recordando el libro que siempre les leía a sus sobrinos se le ocurrió una idea.

    —Tienes que concederme mi cuarto deseo por cojones, ¿no?

    —Bueno sí, pero ¿a qué viene eso ahora? Para concederte el deseo tienes que morir, ya te lo dije.

    —Responde mi pregunta, no te cuesta nada.

    El mago lo vio con cierta suspicacia, pero al final accedió.

    —Sí, hombre, sí. Si pides tu cuarto deseo te lo tengo que conceder.

    —Muy bien —dijo Francisco-. Deseo que desaparezcas de la faz de la tierra con todo y paraguas y que nunca vuelvas a pisarla.

    —¡No! ¿Hijo de la gran puta, no puedes hacerme esto!

    —Ya lo he hecho.

    Ante los ojos de Francisco, el paraguas y el mago oscuro desaparecieron. Esa noche tras haber dejado todo en orden, abandonó el mundo de los mortales.

  • CASTA MERCENARIA – La Hermandad De La Fleuret Noire

    Joven mujer apuntando con un rifle a la espera de disparar a su objetivo
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com


    La Hermandad De La Fleuret Noire

    Salió escopetada tan rápido como pudo comprobar que su objetivo estaba liquidado. Dio esquinazo en lo que divisó al par de policías. Entró en el baño de damas como alma que lleva el diablo. Se cambió con rapidez lanzando todo en una bolsa negra de basura que luego quemaría en algún vertedero de las afueras de la ciudad. Tiró de la cadena y salió para retocarse el maquillaje. Su abundante cabellera morena enmarcaba un rostro de facciones casi perfectas. Se retocó el labial y salió con calma.

    Afuera en el centro comercial un jaleo daba cuenta del trabajo que acababa de finalizar. Se marchó en dirección contraria con una sonrisa en los labios.


    Dos días después de aquel encargo se encontraba en la hermandad. Había sido convocada por el gran hermano.

    —Este es tu nuevo objetivo, Michelle. —Frunció el entrecejo al ver la fotografía.

    Se dedicó un instante a detallarle. No parecía el típico asesino al cual acostumbraban a liquidar. Claro que aquella tupida barba podía ocultar muchas cosas debajo, al igual que aquellos ojos felinos que miraban con atención. Parecía pan comido.

    —Es más del tipo de François, ¿no? —Devolvió la fotografía, nunca se quedaba con ninguna.

    —¿Desde cuándo eres tú quien clasifica los objetivos?

    Se encogió de hombros ante el tono cortante de Pier. Era un capullo de primera, pero a ella eso le daba igual mientras le diese trabajo y ganase la misma cantidad de dinero que el resto de sus hermanos. Al menos él era el único que no la denigraba por ser mujer.

    —¿Para cuándo se le quiere fiambre?

    —Mañana a primera hora —respondió— asegúrate de marcarlo.

    Alzó las cejas, sorprendida. Ese requisito sólo se pedía cuando el objetivo tenía más de un contrato en contra.

    —¿Quién más le busca? —Se aventuró a pesar del mal humor de Pier.

    —La Corte. —La chica alzó las cejas, incrédula.

    Silbó antes de dejar caer su esbelto cuerpo en el sillón.

    —¿La paga?

    —Un millón —dijo— cuatrocientos para ti, seiscientos para nosotros, depositados en el banco suizo de siempre, en cuanto la marca se verifique.

    —¡Mondiù! —se puso en pie del tirón— ¿Hablas en serio?

    —Hoy tienes la vena de la estupidez muy latente, petit —el tono de amenaza permanecía bajo la sonrisa gélida que le ofrecía— yo no suelo bromear con el trabajo, lo sabes.

    Desde luego que lo sabía. No obstante, no solía tener tales encargos. Ese hombre tenía que ser en extremo peligroso si alguien estaba dispuesto a pagar semejante suma para verlo muerto.

    —¿Hay extras?

    —Si fallas se subirá la paga en cincuenta porciento y se incluirá tu cabeza en el contrato.

    No le sorprendió. En un encargo como aquel no podían permitirse los fallos. Lo que sí le sorprendía es que Pier la tuviese en cuenta por encima de François y Jeanpaul. Obvio que no le diría nada, pero se iría con tiento. Algo le olía a chamusquina y su instinto no solía fallarle.

    —Se te enviará el resto de información por la vía habitual, ya sabes qué hacer.

    Pier vio marchar a la chica y solo cuando verificó por las cámaras que hubo salido del edificio hizo la llamada que tenía pendiente.

    —La operación está en marcha —guardó silencio mientras escuchaba— no dio señales de sospecha, pero yo de ti me iba con cuidado; es digna hija de su padre y representante digna de su casta.

    Pier colgó tras aquella declaración. Tras un par de comandos pulsados con precisión activó las cámaras del estacionamiento.

    Michelle caminaba con paso seguro y elegante. Lamentaba salir de ella porque durante los últimos cinco años había resultado un buen elemento, pero negocios eran negocios. A su edad lo que pretendía era un retiro satisfactorio y ella se lo proveería. Suspendió la imagen enfocando su rostro. Tras otro par de comandos envió la fotografía a su contacto en La Corte.

    Cualquiera del gremio pensaría que su hermandad y La Corte eran enemigos acérrimos, pero nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que eran organizaciones cuyas transacciones se manejaban a un muy alto nivel y que quedaban solapadas, con frecuencia, a conveniencia. Siempre era preferible una buena coartada que moviese el mercado del sicariato permitiéndoles subir las tarifas que resignarse solo a depender del interés o la necesidad del cliente.

    Con la operación en marcha ahora solo quedaba esperar los resultados.


    Michelle se dirigió a la localización donde hallaría a su objetivo. Según el informe era un mercenario de La Corte que había desertado hacía un año. Esperaría el momento más propicio. Por fortuna esa tarde llovía a cántaros; sería mucho más sencillo camuflarse y pasar desapercibida.

    Con sumo cuidado preparó el arma que utilizaría esta vez. Puesto que su objetivo era alguien todavía más letal que ella, tendría que utilizar un método que le permitiese abatirlo a cierta distancia. Impregnó los dardos con un compuesto preparado utilizando cicutoxina y batraciotoxina, cuidando de no entrar en contacto con el compuesto. Eran dos sustancias costosas y difíciles de conseguir, pero altamente eficientes en casos como ese. Cargó los dardos en el disparador oculto en su paraguas y permaneció al acecho.

    A la hora estimada su objetivo se acercaba montando una Harley Davison. Tras reducir la velocidad ella avanzó por la calzada desplegando el paraguas a metro y medio. Con rapidez pulsó el botón del sistema automático y los dardos salieron disparados desde la punta hacia el cuello y la espalda del objetivo. Cubriéndose para no ser vista por el mercenario, permaneció de pie mientras el hombre caía hacia atrás presa del potente veneno.

    Luego de presenciar el último espasmo del hombre, Michelle se acercó con sigilo para marcar a su objetivo con el sello de la hermandad. Tuvo solo el tiempo justo de marcarlo con el ácido cuando por el rabillo del ojo atisbó un par de botas masculinas. Su instinto de supervivencia empezó a enviarle señales de peligro que no desoyó. Simulando continuar ajena a la presencia del recién llegado se movió cubriéndose con el paraguas extendido. Girando sobre el pie izquierdo esquivó por los pelos un cuchillo que se terminó clavando en la llanta delantera de la motocicleta. Aprovechando el impulso de su atacante se agachó y le hizo trastabillar golpeándole con el paraguas en las rodillas y haciendo que el hombre cayese de bruces.

    Con rapidez se puso en pie tras rodar sobre el costado izquierdo y extrajo uno de sus puñales; sin perder el impulso saltó empujando de nuevo al hombre contra el suelo.

    Montada ahorcajada sobre su espalda le tomó por el cabello, pero el mercenario se giró deshaciéndose de su agarre.

    Antes de que el asesino pudiera sujetarla volvió a rodar acuclillándose a cierta distancia. El mercenario le arrojó otro cuchillo que le rozó el brazo izquierdo haciendo un corte profundo que comenzó a sangrar de inmediato.

    Apretó los dientes para no chillar mientras permanecía atenta al hombre que se le acercaba con una sonrisa sardónica en los labios. Dejó que se aproximara lo suficiente como para poder atacarle con un ardid antiguo pero efectivo.

    Cuando lo tuvo a dos pasos a punto de cogerla hizo una finta simulando que le arrojaría algo a la cara. El hombre rompió su defensa y ella le clavó el puñal en el vientre causándole una herida lo bastante grave y en extremo dolorosa como para debilitarlo.

    El asesino perdió el equilibrio cayendo de rodillas mientras se presionaba la herida. Ella se fijó en él. No le reconocía, pero sabía que pertenecía a La Corte por aquel curioso tatuaje que mostraba en el cuello. Posó sus fríos ojos grises en su rival y esperó unos segundos para serenarse antes de hablar.

    —No fallé —murmuró la chica— vosotros quedáis fuera.

    —Tu cabeza…tiene…precio.

    Michelle se mantuvo estoica, aunque aquella revelación le había provocado una punzada de rabia y temor. En su profesión tarde o temprano se corría el riesgo de convertirse en objetivo.

    —¿Quién quiere mi cabeza?

    —La hermandad… ofreció …doscientos cincuenta mil.

    La joven mercenaria tragó grueso. Habría esperado cualquier otra cosa menos la traición de su propia gente.

    —Ve en paz —masculló antes de cortarle la garganta para evitarle una agonía atroz.


    Michelle abandonó el lugar sin mirar atrás. Tal como le había enseñado su padre manipuló la escena para borrar cualquier rastro de su presencia. En el fondo no sería tan difícil, de gran parte de la evidencia se haría cargo la lluvia que seguía cayendo sin cesar.

    Entrando a su refugio se encargó de la herida que el mercenario de La Corte le había provocado. Puntada tras puntada no dejaba de darle vueltas a lo que el asesino había dicho. Era poco probable que sus hermanos fuese los traidores. Si bien no veían con buenos ojos que ella siguiese la tradición familiar, había otras formas menos drásticas de un retiro prematuro por su parte. Solo una persona podría beneficiarse con aquello y si las malas lenguas tenían razón de cómo funcionaban las cosas en el gremio, ya sabía quién era el traidor.

    Para ese momento su nuevo objetivo tendría que saber que ella seguía en este mundo y si era inteligente, sabría también que ella estaba en conocimiento de su traición. Armada como ameritaba la situación, salió dispuesta a cobrar su recompensa porque como siempre decía su padre: «ningún Leroy deja deudas pendientes, eso es de muy mal gusto.»


    Entró sin anunciarse. Sentado en su escritorio, Pier la observaba de forma especulativa. Con los sentidos agudizados por la ira, ladeó la cabeza antes de dispararle en el hombro de su mano dominante con la cual pretendía avisar a sus gorilas de que estaba en una situación comprometida.

    La joven mercenaria se sentó en la silla de visitantes. Pier seguía observándola sin parpadear. Gotas de sudor se iban acumulando en su frente.

    —¿No te interesa saber por qué?

    —No necesito tus explicaciones —replicó con tono gélido— Saldaremos nuestras deudas, es lo único importante en este momento.

    —Puedo negarme.

    —Y yo puedo torturarte durante toda la noche hasta que hagas lo que has debido hacer desde el principio —la joven se reclinó cruzando las piernas—, todo es asunto de decisiones. Tú decides si sufres una muerte rápida y compasiva o una dolorosa y muy, pero muy lenta.

    —Eres una mala imitación de Gerard, ¿lo sabías?

    Michelle se encogió de hombros. Puede que en otro momento aquella puya le hiciese saltar, pero Pier había dejado de formar parte de sus afectos.

    —Tu opinión carece de valor ahora mismo, hermano. —El hombre tragó grueso al verla tan fría y controlada.

    —Quizá tus hermanos no piensen lo mismo que tú, ¿no crees?

    La joven negó con la cabeza.

    —Ellos saben tan bien como yo que la traición solo se paga con la muerte, Pier.

    —No te atreverás a dejar la hermandad a la deriva —espetó—, nadie te seguirá.

    Michelle sonrió y sus labios se curvaron con lentitud. Su rostro mostraba una curiosa satisfacción.

    —Desde luego que lo harán, sobre todo cuando vean cómo el gran hermano exhala su último aliento a manos de una Leroy.

    Gritos terroríficos de súplica rompieron el silencio en aquella oficina, pero nadie acudió.


    Doce horas después todos los miembros activos y no activos de la hermandad recibían un enlace y una notificación de cambio de mando, además de una nueva normativa la cual podían aceptar o rechazar asumiendo las consecuencias. Michelle sonrió al ver en la pantalla del ordenador de su nuevo despacho como iban llegando las notificaciones de aceptación y respaldo. La hermandad de la fleuret Noire estaba bajo su mando.


    Este relato ha sido escrito para participar en el desafío literario Imagena de enero ‘solo puede quedar uno’, propuesto por Jessica Galera en Fantépica.

    elementos a utilizar en el desafío:

    1. Cuatro personajes de los que solo debía quedar uno.
    2. elemento escogido al azar como arma: Un paraguas.
  • EL PODER DE UN ALMA NOBLE

    Ventana a través de la cual se observa el interior de una estancia decorada de navidad
    Imagen libre de derechos, tomada de pixabay.com


    Porque nada es más poderoso que el amor.


    «El señor Elliot se ha quedado embobado mirando ese hermoso juguete de porcelana en el que una bailarina gira al son de una hipnótica melodía hasta que, finalmente, hace una reverencia y la cajita se cierra. El viejo se ajusta sus gafas redondas y esboza una sonrisilla desde sus finos labios antes de entrar en aquella vieja tienda de juguetes para llevarse a casa el objeto de su embelesamiento. Después, se sube las solapas de su raído abrigo marrón y regresa a la calle. Llama su atención un coro de niños entonando un bonito villancico al lado de aquel enorme árbol cuyas luces parpadean en el centro de la plaza, dotando al pueblo de una amalgama multicolor que por momentos lo ciegan.

    El señor Elliot camina despacio a través de las calles mojadas, donde los copos que empiezan a caer se funden, y no tarda en llegar a la humilde casa en la que lleva viviendo más de cincuenta años. Desde la ventana, atisba ya esas orejillas que lo esperan impaciente. Su fiel Labo, un viejo labrador que lleva con él diez inviernos y al que el frío acobarda. Aquella tarde ha preferido dejarlo en casa y el animal lo recibe con el entusiasta movimiento de su cola mientras él se deshace en carantoñas.

    Labo regresa al sofá, donde se aovilla, mientras el señor Elliot se quita los guantes y se frota las manos, tratando de entrar en calor. Después, azuza el fuego de la chimenea y camina hasta la bolsa para sacar el bonito juguete, que coloca sobre la repisa, sonriendo. Su arbolillo trata de emular con osadía y orgullo al que engalana la plaza y aunque sencillo, para él es el más hermoso del mundo, pues fue el que su difunta esposa, Emily, escogió.

    Se asoma a la ventana y se deleita en esa vida sencilla que discurre al otro lado del cristal. La noche de Navidad se acerca y él la pasará solo, como es habitual. A pesar de todo, pocas cosas son capaces de borrarle la sonrisa porque el señor Elliot ha hecho de los recuerdos un sostén para los días tristes y no una carga que lo debiliten.

    La nevada arrecia y el señor Elliot acude a la campanilla de su horno, avisándole de que el asado está listo. Se sirve en un plato y le pone su ración a Labo, que ha cambiado su lugar en el sofá por la alfombra que queda frente a la lumbre. El viejo se sienta en su mecedora y mira al perrillo con ojos brillantes.

    —Feliz Navidad, Labo.

    Un golpe despierta al señor Elliot, que se ha quedado endormiscado en su chimenea, con el plato sobre su regazo. Labo lo mira, con el cuello erguido y expresión inquieta. El hombre se levanta con dificultad, convencido de que han llamado a la puerta y cuando abre…»

    Labo se adelanta y comienza a ladrar y gruñir con fiereza. El señor Elliot le coge con fuerza por el collar. La mujer que se haya tambaleante en la puerta se lleva una mano al pecho y se desploma. El hombre apenas si tiene tiempo de sujetarla para que no caiga de bruces al suelo. El perro la olisquea gruñendo, intranquilo.

    —quieto, quieto, que solo es una dama, labo.

    Desde fuera, dos figuras se ocultaban entre el par de enormes abetos.

    —Tendrías que haberme hecho caso.

    —Da igual, cuando salga el sol estará acabada.

    Ambas figuras se desvanecieron entre las sombras.

    Labo seguía gruñendo a aquella mujer cuyo cuerpo desprendía un extraño aroma y cuya piel parecía hielo seco de tanto frío que expelía. Preocupado por el estado de aquella mujer, el señor Elliot pensaba cómo socorrerla. Se inclinó para retirarle el cabello del rostro. Dio un respingo al sentir como la piel de la mujer quemaba de lo helada que estaba. Se acomodó las gafas para verla mejor, no parecía azul; tampoco morada; se irguió con esfuerzo mirando hacia la chimenea. Tenía que calentarla antes de que fuese a morir de hipotermia.

    —Venga, Labo. Hagamos nuestra buena obra de Navidad.

    El perro tensó las orejas, alerta. Ayudando a su amo, no sin hacer un gran esfuerzo, entre ambos lograron acercar el cuerpo de aquella mujer hacia el calor de la chimenea.

    Ecluise abrió los ojos. El dolor que sentía en todo el cuerpo la consumía. Miró con los ojos desorbitados aquella estancia. No tenía idea de dónde se encontraba, pero sabía que sería su última morada.

    —¿te encuentras mejor? —aquella voz seguida de esos ladridos restallaban en su cabeza.

    Ecluise se esforzó en enfocar y se topó con aquellos ojos amables y preocupados, resguardados tras aquellas gafas redondas.

    —Mátame, por favor —el señor Elliot abrió los ojos como platos.

    —Tranquila, no vas a morir; llamaré al doctor Rutherford, te pondrás bien.

    —escucha, no me queda mucho tiempo —Labo seguía ladrando, nervioso—. Cuando amanezca, solo seré un montón de cenizas secas.

    Elliot le tomó la mano con fuerza. Ecluise se sorprendió de la fuerza vital de aquel anciano. Su tacto era tan firme, tan cálido. Sintió ganas de llorar.

    —dime, ¿qué puedo hacer por ti? ¿quieres que llame a tu familia? —Ecluise cerró los ojos al pensar en su familia. Había sido tan arrogante y soberbia al creer que tenía el poder suficiente para enfrentar a cualquier criatura ella sola.

    —No puedes, no son de este plano —Elliot se compadeció de aquella mujer. Parecía tan desdichada.

    —dime entonces, ¿cómo puedo aliviar tu dolor?

    —Mátame, ten piedad y acaba con mi existencia —el perro había dejado de ladrar pero permanecía tenso e inquieto, yendo de un lado a otro olisqueando una y otra vez, como si percibiese algún peligro inminente.

    —No puedo hacer lo que me pides —Ecluise apretó los dientes arqueándose por el dolor. En su rostro se había dibujado un rictus de agonía que al señor Elliot le partió el corazón.

    —Tiene que haber alguna forma de ayudarte —Lágrimas mojaban el rostro de Ecluise, que comenzaba a tomar un tono grisáceo y macilento.

    —Cómo puedes aguantarlo —El hombre no entendía a qué se refería.

    —No te entiendo, ¿aguantar el qué?

    —el frío… me quema. —Elliot estaba tan preocupado por ella que había olvidado por completo la sensación de quemazón. De hecho, ya no la percibía.

    —No lo sé, solo pensaba en la manera de aliviarte —Ecluise comprendió entonces, que su familia siempre había tenido razón. La magia no valía de nada si no había sentimientos de por medio. Aquel hombre estaba lleno de amor y compasión y era eso lo que mantenía el conjuro a raya.

    Labo se tensó, apoyando los cuartos traseros en el suelo en actitud protectora. El señor Elliot intentó cogerle por el collar con la mano libre, pero un destello de luz cortó en seco sus intenciones.

    Elliot no daba crédito a lo que veía. En medio de su pequeño salón, un hombre enorme y con cara de pocos amigos acababa de aparecer de la nada.

    Ladeando la cabeza, el hombre parecía valorar la situación, mientras el señor Elliot pensaba que no volvería a zamparse un plato tan rebosante de asado por la noche. No le importaba quedarse dormido frente al fuego, pero esos sueños eran demasiado extravagantes para su edad.

    El hombre se acercó, hincándose de rodillas para tomar entre sus brazos a aquella mujer. Elliot desvió la mirada cuando el hombre la besó en los labios y estuvo a punto de dejarles a solas, pero la mujer le apretó con fuerza la mano. Así que se mantuvo sentado como pudo, sosteniendo la mano de aquella desconocida.

    —No dejaré que te marches —Aquel hombre tenía una voz grave y con un acento que nada tenía que ver con los que había escuchado Elliot alguna vez.

    —el conjuro es poderoso, no quiero convertirme en un engendro —Elliot tragó grueso. No quería escuchar pero era imposible no hacerlo.

    —Aún sigues aquí —La mujer desvió la mirada hacia su salvador.

    El hombre se fijó en el anciano y en su mano sosteniendo la de Ecluise y su gesto se dulcificó.

    Enfocando sus ojos en Ecluise y concentrando su poder, se conectó con ella usando la telepatía. Elliot se dio cuenta que entre la pareja había un vínculo muy fuerte. Parecía que pudiesen hablarse sin palabras. Eso le trajo recuerdos de su Emily y de lo mucho que disfrutaban de las tardes juntos, paseando en silencio.

    —No puedes hacerlo, Altair. Es un alma noble.

    —No quiero perderte, Ecluise, estaré muerto sin ti —Ecluise ahogó un lamento—. Es solo un alma humana —dolorida, desvió su mirada hacia el señor Elliot que parecía perdido en su ensoñación.

    —Es un alma noble, No la destruyas por mí.

    Altair se hallaba desesperado. Sabía que Ecluise tenía razón, las almas nobles eran vitales para mantener el equilibrio. Pero su amor por ella la cegaba y no había tiempo que perder.

    Decidido a no perderla, dejó el orgullo de lado y por primera vez en su existencia, pidió ayuda, rogando al universo porque su súplica fuese atendida.

    —Ayúdanos, por favor —Elliot se fijó en aquel hombre que parecía tan desesperado como él cuando perdió a su Emily.

    —Te escucho.

    Altair explicó lo que ocurría y cómo Elliot podía ayudarles. Tras sopesar los pro y los contra, el anciano tomó una decisión. No sin antes pedir en voz alta lo que anhelaba su corazón.

    —¿será doloroso? —Elliot pensaba en la agonía de aquella mujer y se estremeció.

    —te doy mi palabra de que no. Solo será como cuando te vas a dormir —Ecluise no podía creer que aquel anciano estuviese dispuesto a sacrificarse.

    —Estoy listo.

    Altair y Ecluise se miraron un instante. Jamás olvidarían a aquella alma noble que les había obsequiado una segunda oportunidad.

    Elliot no supo qué ocurrió. Durante aquel tiempo en que permaneció tendido al lado de la mujer, solo pensaba en su Emily y en la hermosa vida que habían vivido juntos. Con lentitud fue cerrando los ojos hasta que exhaló su último aliento. Labo le lamía el rostro mientras gimoteaba, confundido.

    —¿Cumplirás tu promesa? —Altair asintió, solemne.

    —Es lo mínimo que puedo hacer luego del obsequio que nos ha dado —Ecluise entrelazó sus dedos con los de Altair.


    El cuerpo del señor Elliot fue enterrado junto al de su amada esposa. Desde las alturas, el anciano frunció el entrecejo un instante. Emily se le acercó, abrazándolo con esa ternura tan cálida que a él siempre le había fascinado.

    —Un beso por tus pensamientos —El señor Elliot relajó el entrecejo.

    —mejor que sean dos, cariño.

    —Vale, entonces serán dos —Elliot sonrió un instante y luego volvió a fruncir el entrecejo.

    —¿qué ocurre, querido?

    —que no tengo nada para ti esta Navidad. Con tantas cosas, olvidé la bailarina sobre la repisa.

    Emily soltó una risita cantarina. Elliot olvidó lo que le había estado preocupando.

    —tontín, pero si mi regalo de Navidad eres tú, cariño —Labo agitaba la cola con entusiasmo, mientras Emily y Elliot echaban a andar adentrándose en aquel paisaje invernal.

    Ecluise observaba la escena, enternecida, mientras Altair le abrazaba desde atrás.

    —Ha sido un generoso detalle por tu parte traer al compañero de Elliot —Altair le daba un beso en la coronilla, estrechándola con fuerza entre sus brazos.

    —Nada se compara a la generosidad de esa alma —Ecluise se apartó, girándose para verle la cara.

    —¿Podrás perdonarme?

    —Ya lo he hecho.

    Altair la atrajo hacia sí, inclinándose para besarla como si en ello se le fuese la existencia. Ecluise se aferró a su cuello y dejó que el amor que había albergado en su corazón por tanto tiempo, fluyese libre y sin ataduras. Por primera vez se dio el permiso de sentir lo que el poder del amor podía lograr. Mientras sus almas se fundían en aquel beso, Ecluise supo que entre ambos se había forjado un vínculo que los uniría por toda la eternidad.

    Esta historia ha sido creada para participar en el ‘Imagena’ desafío literario de diciembre propuesto por Jessica Galera en su Fantépica.