Sammy, el koala asustadizo, llevaba días sin bajar de la misma rama. Pimpinela, una ardilla rojiza de filosos dientes y horrible temperamento aterrizó junto al pequeño oso.
—¿Cuánto más vas a seguir aquí arriba?
—No lo sé —reconoció con timidez.
—Vale, entonces no te importará que me haga con las hojas y bayas que recopilaron para la fiesta, ¿no? Mejor me las como yo antes de que se pierdan.
Sammy cabeceó en silencio. No dijo nada, él solía ser muy callado. No obstante, le había sentado mal que Pimpinela se preocupase más por las bayas que por cómo se sentía él.
—No hagas caso —dijo Malaquías y se ajustó las gafas—. Pimpinela no es mala, lo que pasa es que es cortita de miras.
La ardilla refunfuñó ante el comentario del viejo búho y se marchó a otra rama.
—A nadie le importa como me siento —dijo el koala.
—A mí me importa y, de seguro, a don Euca, también. Si no me crees, pregúntale —sugirió el búho.
—¿Y cómo hago eso? Don Euca me da sus hojas, pero nunca le he visto una boca ni me ha hablado.
El búho esbozó una sonrisa y dijo:
—Lo que pasa es que tú nunca lo has abrazado. Si lo hubieses hecho, sabrías que el le habla a tu corazón.
—¿De verdad?
—Desde luego —dijo el búho y rodeó el tronco con sus grandes alas.
—Ahora mismo me está diciendo que está muy contento de que estemos sobre su rama, pero que le gustaría que le dieses un abrazo para poder hablar contigo.
El koala abrió mucho los ojos y se arrimó. El viejo búho le cedió el lugar. Medio dubitativo, Sammy se tomó un tiempo antes de acercarse lo suficiente y extender las garras para abrazar al árbol.
Después de varios minutos, el koala suspiró. El corazón le aleteaba de alegría. La tristeza se había espantado gracias al afecto que le brindó don Euca.
—¿Ahora sí lo escuchaste? —El koala volvió la cabeza y asintió.
—A don Euca no le molesta que me coma sus hojas. Me dijo que así podían salirle otras nuevas. Además, me preguntó por qué estaba triste.
—Muy bien, ¿Te das cuenta de que a veces solo hace falta acercarse un poquitín?
—Pues sí que llevabas razón —dijo con los ojitos brillantes—. Tampoco le importa que sea diferente y que no me guste mucho ir abajo con los otros animales. Me dijo que a él le gustaba porque así le hacía compañía.
—Eso es porque A él sí que le importa cómo te sientes.
—Sí, es que yo no lo sabía.
—Porque no habías intentado hablar con él antes. Ahora puedes hablar con don Euca cuando quieras.
El koala volvió a asentir y se abrazó de nuevo al tronco del árbol.
Malaquías se guardó las gafas entre el plumaje y se lanzó en picado. Dio un par de picotazos juguetones a los animales que se divertían a los pies de don Euca y luego remontó el vuelo. Sammy lo siguió con la mirada hasta que sólo fue un punto diminuto en el firmamento.
En ocasiones nos sentimos solos e incomprendidos. Creemos que a nadie le interesa cómo nos sentimos. En esos momentos lo más frecuente es aislarnos cuando, quizá, si nos comunicamos con alguien, nos demos cuenta de que hemos estado equivocados. Nos encantaría que los demás se diesen cuenta apenas nos ven, de cómo nos sentimos. No obstante, la verdad es que los demás no pueden adivinar nuestro estado de ánimo; no pueden saber lo que nos pasa si nos cerramos y guardamos todo dentro. Otras veces, un abrazo es suficiente para reconfortarnos; empero, el orgullo nos impide pedirlo.
Son muchas las veces en que nos mantenemos al margen sin darnos apenas cuenta de que lo único que necesitamos es dar un paso.
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Imagen libre de derechos de Wilgard Krause en Pixabay
Dedicatoria
A ti, que sientes que la confianza te falla; que la duda te atenaza el alma… que el miedo te arrastra y te paraliza. Recuerda que la magia en ti suspira; es una llama interior que se aviva, cuando te permites creer, en todo lo que eres capaz de hacer; cuando te atreves a soñar… y dejas aflorar la preciosa esencia que tus letras pueden conjurar.
Cuenta una antiquísima leyenda que cada primavera en el bosque ancestral de Bilfagard se celebraba un baile multitudinario al que debían asistir todas las criaturas que habitaban el bosque. El baile tenía el propósito de rendir culto a los dioses y agradecer por una nueva oportunidad de renacer.
Esta celebración se organizaba durante todo un año y se esperaba que cada ser vivo aportase algo, por pequeño que fuese. La preocupación por no tener nada que ofrecer era para Adalestra un peso sobre los hombros. Se mordía la uña del diminuto pulgar con insistencia mientras las alas se le encogían en un movimiento involuntario.
—No puedo presentarme con las manos vacías —la jovencita gesticulaba con las manos al hablar.
—Nadie dijo que tendría que ser algo material, cariño. —Su madre dio otra vuelta de hilo en el tapiz que ofrecería aquel año.
—Voy a ser el hazme reír de todo el bosque, mamá.
Su madre exhaló un suspiro y negó con la cabeza. Adoraba a su pequeña; sin embargo, preferiría que se ocupase más de sí misma y menos de lo que llegarían a decir o pensar los habitantes del bosque.
—Nadie va a reírse de ti, cariño —dijo dando la última puntada—. Además, podrías hacer algo diferente.
—¿Algo como qué? —La pequeña hada se inclinó para ver mejor el tapiz—. No se me dan muchas cosas, ya lo sabes.
—¿Por qué no cantas?
La jovencita se paseó de un lado a otro golpeándose con el índice sobre los labios. Le costaba horrores decidirse. Podría cantar, pero ¿y si les parecía horrible su voz? La idea de que sus amigos la rechazaran la atormentaba; ni hablar de la vergüenza que pasaría si hacía el ridículo delante del resto de habitantes del bosque. Ni siquiera se atrevía a imaginar lo que dirían. No quería ser la burla de nadie, mucho menos avergonzar a sus padres que eran tan cariñosos con ella.
Se dejó caer sobre la silla. El abatimiento le nublaba la mirada. Su madre dobló y envolvió el tapiz; luego se le acercó y le dio un fuerte abrazo.
—A veces solo necesitamos un poquito de confianza, cariño. —Su madre le apretó la punta de la nariz con dos dedos en un gesto cariñoso que siempre le robaba una sonrisa.
—¿De verdad crees que sirva? —Istrea cabeceó con una sonrisa dulce en los labios.
—No te preocupes, verás que todo sale a pedir de boca —aseguró—. Nadie va a burlarse de ti, cariño.
La confianza que le transmitieron las palabras de su madre la animó. La fortaleza de su fe en ella fue el motor suficiente para que la chispa de la esperanza se avivara. Escogería una canción preciosa y se la ofrecería a los dioses. La pequeña hada se dedicó en cuerpo y alma a preparar la canción que presentaría durante el baile.
⚜🧚♀️⚜
Días y noches practicó y practicó. Sus padres la alentaban; su entusiasmo era contagioso; lo suficiente para ahuyentar las inseguridades que solían atormentarla como las sombras fantasmales que la asustaban tanto cuando era una niña. Sin embargo, algo terrible ocurrió el día de aquel baile tan esperado: tras una noche de sueños terroríficos en los que hacía el ridículo frente a todo el bosque, Adalestra despertó sin voz; ni una sola vocal salía de su garganta.
—¿Qué haremos, querida?
—Tú no te preocupes y sígueme la corriente, cielo, ya lo verás.
El padre de Adalestra siguió de cerca a su esposa. La mujer sostenía en las manos una bandeja en la que había: una taza humeante de chocolate espeso y un plato con galletitas. El señor dio un vistazo al salón; supuso que su hija estaría encerrada en su habitación. Ambos giraron a la izquierda pasillo a través. La chica permanecía tumbada en su pequeña cama, desconsolada, lamentándose de su mala suerte.
Istrea tocó la puerta con suavidad; abrió y entró seguida por su marido.
—Cariño, tu padre y yo hemos salido temprano a casa de la bruja del manantial y ella nos ha dado una poción para ti.
—Sí…eso.
La joven parpadeó muchas veces. La incredulidad era un cosquilleo impertinente; un freno que terminó hecho añicos por la esperanza. Estaba tan entusiasmada que se sentó en la cama del tirón. Ni si quiera se percató de la expresión de perplejidad de su padre.
Johnstrag arqueó una ceja ante semejante ocurrencia. Evitó abrir la boca. No quería decir nada que delatase a su mujer.
—Pero ella ha sido muy clara —su madre bajó el tono de voz—, tienes que beberte el contenido de esta taza. —La jovencita frunció el entrecejo. Su boca formó un curioso mohín. Observó a sus padres con los párpados entornados. La suspicacia se desperezó y se sacudió un poco para tomar las riendas de sus pensamientos.
El padre asintió con la cabeza; debía cumplir lo acordado con su mujer; por tanto, guardó absoluto silencio. Con lo perspicaz que era su hija cualquier detalle fuera de lugar la llevaría a caer en cuenta de su argucia.
—También debes comer y… —La voz de Istrea se convirtió en un susurro— justo cuando estés en el escenario debes repetir mentalmente una frase que yo te voy a decir. Eso hará que la poción surta su efecto.
La jovencita extendió la mano y recogió tres galletas de un tirón. Hasta ese momento no se había percatado de lo hambrienta que se encontraba. Johnstrag miró a su mujer por el rabillo del ojo; Istrea permanecía impasible mientras su hija devoraba todo cuanto le había llevado, aunque él no pudo ignorar el familiar brillo travieso en su mirada. La conocía demasiado bien; sólo esperaba que su mujer estuviese en lo cierto porque no quería ni imaginarse lo que ocurriría si algo en su plan fallaba.
⚜🧚♀️⚜
Adalestra exhaló un hondo suspiro. Istrea recogió la taza y el platito; apenas quedaban algunas migajas. La jovencita se relamía los restos de chocolate. La verdad es que no recordaba haberse tomado nunca una poción tan deliciosa. Era una idea fantástica ponerle sabores a los brebajes. La próxima vez que fuese de visita a casa de la bruja le pediría que le enseñase a preparar pociones saborizadas. Eso sí que sería todo un éxito. Los padres de Adalestra la dejaron a solas. La hora del baile estaba muy próxima y debían prepararse.
—Va a ponerse furiosa si se da cuenta del engaño —murmuró Johnstrag abotonándose la camisa.
—No va a tener tiempo de enfadarse, ya lo verás, cielo.
—¿Tú crees? —Istrea asintió con un leve cabeceo—. ¿Y si no funciona?
—Funcionará, ya lo verás.
⚜🧚♀️⚜
Llegaron al claro del bosque donde se celebraría el baile con algunos minutos de anticipación. El lugar estaba abarrotado de criaturas mágicas. La pareja de hados saludó a sus conocidos mientras avanzaba con parsimonia.
Adalestra se mordió el labio. Un cosquilleo persistente le lanzaba advertencias desde el estómago. Lo único que le faltaba era que también le diera dolor de tripa. El corazón se le disparó ante la perspectiva de quedar en evidencia. Las manos se le convirtieron en un par de icebergs. Los nervios eran unos verdaderos traidores; la atacaban sin un ápice de compasión. ¿Qué había hecho ella para merecer eso? Se mordisqueó la uña del pulgar. La impaciencia era uno de sus peores defectos, aunque en ese momento lo peor era que todavía su madre no le había dicho la frase que le devolvería la voz. ¿a qué estaba esperando? La angustia la carcomía royendo la poca serenidad que le quedaba. Como no podía estarse quieta iba y venía con los ojos clavados en el musgo mientras esperaba que la llamasen para subir al escenario. A punto estuvo de tirarse del cabello. Por fortuna recordó a tiempo todo lo que le había costado hacerse aquel peinado y se contuvo.
La jovencita escuchó su nombre. Palideció tanto que la piel de su rostro reflejó el brillo de la luna; el efecto le otorgaba un halo sobrenatural, un aire etéreo. Las piernas le temblaron y tuvo que asirse a uno de los delgados troncos que hacía las veces de baranda. El perfume a lavanda y manzanilla de su madre fue un bálsamo en medio de aquella tempestad que la mantenía al borde de un ataque. La voz suave y cálida que le habló tan cerquita de la oreja sumó otro tanto a su estado de ánimo. El susurro le supo a gloria:
—Mío es el talento, en mí tengo fe. Dejo de lado mis miedos, esta noche triunfaré…
Adalestra inspiró profundo, abrazó a su madre y subió las improvisadas escaleras que la llevarían directo al escenario.
⚜🧚♀️⚜
La jovencita ocupó su posición sobre las tablas. La sorpresa arrancó un coro de vocales a todos los presentes. Iluminada por varias luciérnagas, Adalestra lucía tan hermosa como la mismísima primavera.
Repitió las palabras que su madre le había susurrado. El cosquilleo se detuvo; la angustia se desvaneció y una calidez fue fluyendo desde lo más profundo de su corazón. No pudo más que sonreír; la magia estaba surtiendo efecto. De su garganta fluían los sonidos más bellos que se hubiesen escuchado jamás en el bosque ancestral.
Adalestra se movía al ritmo de la música mientras animaba a los asistentes. Aplausos y exclamaciones acompañaban a su angelical voz. Sus gráciles movimientos incitaron a los presentes a bailar; en poco tiempo todo el bosque se había unido a la celebración.
⚜🧚♀️⚜
Un aplauso multitudinario seguido de cientos de peticiones arropó el corazón del hada. Pletórica de gozo, Adalestra hizo una reverencia. La música le dio entrada una vez más y la jovencita terminó interpretando otro par de canciones.
Tras finalizar la presentación bajó del escenario y corrió al encuentro con sus padres. La pareja la recibió con orgullo y alegría. La bruja del manantial se acercó para felicitarla. Johnstrag miró a su mujer con cara de circunstancias; ella, por el contrario, permanecía como si nada. La jovencita la abrazó con gran emoción.
—No sabes cuánto te agradezco la ayuda… me salvaste. —La bruja la miró estupefacta.
«¿A qué vendrá esta demostración de gratitud?, ¿qué se supone que hice?» Istrea y su marido le lanzaron cientos de miradas aprovechando que su hija les daba la espalda. La bruja guardó silencio. Interpretar aquellas miradas no fue fácil; por fortuna, tampoco imposible. Ya se ocuparía de enterarse de qué iba todo ese asunto.
⚜🧚♀️⚜
Fue así, como sin la intervención de la magia, Istrea logró que su hija venciera el miedo y recobrase la voz justo a tiempo.
⚜🧚♀️⚜
Adalestra salió de su habitación; quería desearles buenas noches a sus padres.
—No dejas de sorprenderme, mi amor —confesó Johnstrag abrazando a su mujer desde atrás—. ¿Cómo estabas tan segura de que el engaño funcionaría?
Istrea se recostó en el pecho de su marido antes de explicarle:
—Todos podemos ser presa de nuestros miedos… algunas veces estos tienen tanto poder que nos paralizan y es cuando necesitamos un acto de fe; la confianza que nos permita plantarles cara y así vencerlos. —Su marido la estrechó con fuerza—. Eso también es un acto de magia. Nuestra hija necesitaba creer en sí misma, eso es todo.
La jovencita escuchó sin querer. A diferencia de lo que creía su padre, no se enfadó. No había espacio para sentimientos negativos cuando el agradecimiento le colmaba el corazón. Contaba con los mejores padres del mundo. Era una privilegiada por tenerlos y que tuviesen tanta fe en ella; mucha más de la que ella se tenía. ¿Cómo no sentirse dichosa con tantas demostraciones de amor? Se devolvió con sigilo a su habitación. En ese instante hizo un pacto consigo misma: a partir de ese momento se esforzaría más por ocuparse de sus pensamientos sobre sí y le restaría importancia a lo que dijesen los demás; buscaría la manera de aumentar la confianza en sí misma, tal como le había enseñado aquella noche su madre.
⚜🧚♀️⚜
Se tumbó con las manos detrás de la cabeza a admirar el precioso cielo estrellado. El suave titilar del firmamento le robó una sonrisa. Cerró los ojos dispuesta a soñar con alcanzar todo lo que fuese capaz de imaginar; sólo debía creer en sí misma, obsequiarse un pequeño acto de fe. ¿Habría momentos difíciles? Desde luego que sí; no cambiaría de la noche a la mañana; tendría que dar muchos pasos en esa dirección. De todas formas, el primer paso ya estaba dado; ahora estaba en ella obrar día tras día ese precioso milagro.
Si has llegado hasta aquí, millones de gracias. Si te ha gustado esta historia, me haría muy feliz si compartes conmigo tus impresiones y/o sensaciones. Y si crees que puede inspirar a alguien más o hacerle sentir bien, te invito a que la compartas con esa persona.
Gracias inmensas por estar allí, os abrazo grande y fuerte.
Dedicado a todos aquellos que necesitan aprender a mirarse más y mejor…
Vagaba la pequeña hada triste por los recónditos rincones del bosque mágico, llorando la pérdida de su amor. Agazapada entre un montoncito de tréboles, la oruga se arrastraba con dificultad.
—eh, tú —seseó la oruga, asomando su pequeña cabeza entre las aterciopeladas hojas—. ¿Puedes echarme una mano?
El hada, ensimismada en su dolor, siguió ajena a la petición de la oruga, hasta que pensando que era una piedra, la pateó.
—¡Ay! —chilló la oruga, frotándose entre las hojas para mitigar el dolor— ¿Qué acaso no ves por donde caminas, niña?
El hada, sorprendida alzó la mirada. La pequeña oruga la observaba entre dolorida y consternada.
—Lo siento —la voz del hada asombró a la pequeña oruga—; es que no te vi.
—Y tanto que no me viste, si hasta me pateaste con ganas —Se quejó un poco la pequeña oruga.
El hada alzó las cejas, negando con la cabeza.
—¿Cómo dices que lo he hecho con ganas? ¿tú no estás en mi cabeza para saber qué pienso, ni en mi corazón, para saber qué siento.
—Eso es cierto —confirmó la oruga—, pero no necesito estar allí dentro, igual me has pateado y ni cuenta te diste de ello —El hada se cruzó de brazos, enfurruñada—. Mírate ahora, a la defensiva; como si yo te hubiese hecho algo, cuando eres tú la que me ha pateado a mí.
—Ya te dije que no fue adrede —Los labios del hada temblaban reprimiendo las lágrimas—. Es que tú no entiendes.
—¿qué tengo que entender? … que vives en tu mundo ¿y por eso ni cuenta te das de lo que te rodea?
El hada rompió a llorar, desconsolada. La oruga, se acercó un poco más, pero dejando la suficiente distancia por si el hada, distraída, la volvía a patear.
—¿Por qué lloras así, niña?
—Porque perdí a mi amor y también mi magia.
—El amor no se pierde, ni la magia tampoco; eres un hada, deberías saberlo.
—Ahora mismo no sé nada —el hada rompió de nuevo a llorar con ganas.
La oruga, se acercó solo un poquitín, aún no confiaba en que el hada no la pateara por andar toda despistada.
—Y si no lo sabes tú, ¿quién lo va a saber? —El hada se giró para mirar a la pequeña oruga.
—¿A quien le importa eso? Nadie me entiende; tú tampoco.
—a mí no me importaba, hasta que me pateaste.
—¿Vas a seguir con la cantinela? Ya te dije que no fue adrede.
—Y tú, ¿vas a seguir con la llorantina, llevándote por delante a todo ser viviente porque nadie entiende cómo te sientes?
—Yo no hago eso.
—¿Seguro? —el hada miraba a la oruga, pensativa.
—Creo que no lo hago —titubeó un instante—; al menos no me he dado cuenta.
—¡Touchè! —El hada se sobresaltó, frunciendo el cejo—. Estás tan ensimismada en tu dolor, en lo que sea que sientes, que no te das cuenta de lo que haces, de lo que dices. Eso es un problema, ¿sabías?
—¿Para quién va a ser un problema?
—Para lo que te rodea, niña… incluso para ti misma —el hada se puso de pie, enfadada.
—tú no sabes lo que dices, eres una simple oruga, tú no entiendes.
—bueno, no hay mucho que entender —La oruga la observaba, serena—. Estás dolida, te sientes sola y abandonada.
—¡te dije que mi amor se murió!
—No, me dijiste que lo habías perdido… lamento que te sientas así, pero sabes una cosa, aferrarte al dolor, la tristeza y el pasado no revive a ningún ser viviente.
—Eres una oruga tonta e insensible… estúpida.
—Puede que lleves razón, pero no soy la única criatura tonta por aquí en este mundo —el hada miraba a la oruga con rabia—. Lo de insensible, es cuestionable —el hada abrió mucho los ojos, atónita ante aquella criatura—. ¿por qué soy insensible según tú? Porque no sufro como tú, porque me atreví a decirte lo que pienso, o porque no busco consolarte como te gustaría.
—Eres una oruga insufrible y malvada.
—Lo de malvada también es cuestionable, ¿lo sabías? —El hada comenzó a deambular frente a la pequeña oruga, resoplando.
—Es que tú no me escuchas… nadie lo hace en realidad.
—No has dicho nada todavía. Solo te lamentas y repites siempre lo mismo.
—¿Cómo que no he dicho nada? —la oruga asintió con un leve movimiento de cabeza.
—a mí no me has dicho nada de ti. Solo hablas de tu amor… ¿y qué de ti? Tu amor se murió, pero tú sigues aquí.
—Es que él lo era todo para mí.
—Pues que pena que sea así y que no seas tú todo para ti misma.
El hada, furiosa por el atrevimiento de la oruga le lanzó un hechizo que casi la convierte en piedra como al helecho.
—¡Vaya! —exclamó la oruga—, después de todo no has perdido tu magia como decías, ¿no?
El hada se sonrojó hasta las puntiagudas orejas.
—Eres una oruga exasperante, insensible y muy estúpida.
—Es posible, pero cuestionable. Por cierto, ¿sabías que todo eso que te molesta de los demás, es lo que no aceptas de ti misma, niña?
—¡que te den! Vete a hacerle terapia a una hoja de lechuga.
—¿Y ahora quién es la insensible? —el hada estaba furiosa y sus pequeñas alas comenzaban a refulgir recobrando su verdadero color—. Hacerle terapia a algo que vas a comerte segundos después es muy cruel, por si no te habías dado cuenta de ello.
—No sé por qué pierdo mi tiempo hablando con una oruga come lechugas y estúpida.
—Esa es una muy buena pregunta, que solo puedes responderte tú, como todas las preguntas que tengan relación contigo, tu vida, tus sueños, tus metas, tus esperanzas.
—Eres odiosa —La oruga estuvo a punto de responderle, pero el hada la interrumpió—… sí, ya sé, me dirás que eso también es cuestionable.
—Desde luego, todo en la vida lo es, niña —El hada se dejó caer sobre un colchón de musgo, frustrada.
—Es demasiado duro vivir sin él.
—La vida es dura, niña. Mírame a mí, pasaré toda la noche haciendo mi crisálida y mañana la romperé y ya no seré yo, seré otra. Y dolerá, porque todos los cambios profundos y trascendentales duelen —El hada negó con la cabeza.
—No es lo mismo, tú estás sola, no has perdido a nadie…
—sí, y no entiendo… si eso ya me lo has dicho antes —interrumpió la oruga—. En el fondo no sabes nada de mí; si he perdido o no he perdido a alguien. En todo caso, por si no te has dado cuenta, nacemos y morimos solos y aunque encontremos a alguien con quien compartir nuestras hojas de lechuga —el hada frunció el cejo ante aquel comentario—, crecemos solos. Nadie nace, crece o muere por nosotros… otra cosa es que decidamos echarnos a morir porque resulta más fácil y cómodo.
—todos estamos un poco locos y quien lo niega está más loco todavía.
—Pero yo no hago eso, no me hecho a morir.
—¿Seguro? Lo mismo dijiste antes —El hada desvió la mirada, abrazándose las rodillas.
—a veces es más fácil aferrarse a la tristeza, a los recuerdos, que lanzarse al abismo de lo desconocido, de lo que está por venir y no tenemos idea de cómo será —Los ojos del hada se llenaron de lágrimas—. Otras veces la culpa sabotea y pensamos que aferrándonos al recuerdo de quien se fue, nos resarcimos de lo que pensamos no hicimos como debíamos; nos autoengañamos creyendo que podemos mantenerlo vivo de alguna manera, porque de forma inconsciente creemos que seguir adelante es una forma de traicionar su memoria, de traicionarles.
—¿Y no lo es? —La oruga se encogió de hombros.
—¿eso qué importancia tiene? Tu amor ya no habita este plano.
—Importa para mí.
Importa para ti, pero no para el resto del mundo, ¿lo entiendes —el hada negó con la cabeza, secándose las lágrimas.
—Eres un hada, si sigues como vas, ocasionarás un desequilibrio en el mundo de las hadas. ¿Acaso no conoces el efecto mariposa? —El hada volvió a negar.
—Olvídalo, lo importante es que entiendas una cosa —El hada escuchaba con atención—: él ya no está aquí y por mucha magia que reúnas, no le harás volver. Te aferres, te apegues, hables de él todo el día, pienses en él todo el día. Él se fue, quien sigue viva eres tú.
—¿Insinúas que no cumplo mi rol de hada?
—Bueno, a mí me pateaste y casi me petrificas, tú me dirás.
—Pero ¿quién te has creído?
—solo soy una oruga, ni más ni menos —El hada cambió de posición, lanzándole una mirada fulminante—. Además, ¿quién fue la que dijo que había perdido su magia?
—Eres una oruga entrometida, insensible, gorda y estúpida.
—Y venga de nuevo. ¿nadie te ha dicho que te pones muy víctima, niña? —La oruga comenzó a moverse, despacio.
—¡Capulla! —La oruga alzó una de sus cejas, pensativa.
—Eso tiene más sentido, la verdad, aunque te has adelantado unas cuantas horas; lo que no quita que te pones un poco víctima cuando se te dice lo que no te gusta —La oruga comenzó a alejarse.
—¿Me dices eso y te vas?
—la vida sigue, niña. Ya tienes bastante con qué sentarte a pensar. Yo tengo que ir a construir mi capullo.
—Puedo hacerte uno con mi magia —La oruga asintió.
—Puedes, pero no sería igual. Cada quien tiene que ocuparse de crecer y definirse a sí mismo y hay tareas en que las ayudas entorpecen el camino —La oruga la miró por última vez—. Ocúpate de ti, niña y fíjate más en lo que haces, no sea que termines pateando a alguien más.
—Eres insoportable.
—Es lo que tiene ser una oruga a punto de ganar.
—¿Cómo que a punto de ganar?
—claro, niña… mañana, cuando rompa mi crisálida, ganaré un par de alas y con ellas, mi libertad —La oruga miraba las alas del hada con gran admiración.
—¿Qué miras?
—tus alas… son preciosas y tan llenas de color.
—No lo sabía, como nunca me las veo.
—bueno, quizá es hora de que empieces a verte más.
La lluvia empezó a caer. El hada volvió a su pequeña aldea entre la copa de los árboles. A la mañana siguiente el sol brillaba en lo alto, creando diminutos arcoíris al chocar contra las gotas que aún quedaban descansando perezosas sobre las otoñales hojas.
Un poco más allá, en la rama de enfrente, El tenue aleteo de una mariposa produjo una suave brisa. El hada inspiró profundo reconociendo el aroma de los olivos. Presa de la curiosidad, salió de su pequeña cabaña y pudo ver a la mariposa alejarse, revoloteando y posándose en las diferentes flores que cubrían el suelo de aquel bosque mágico.
Recordando las palabras de la oruga, descendió para asomarse en la curiosa charca que siempre se formaba tras una noche entera de lluvia. El precioso color de sus alas la dejó sorprendida. Las palabras de aquella sabia criatura cobraron una vitalidad inusitada. Ella tenía razón, no había perdido ni el amor ni la magia, porque ambos habitaban en su alma.
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