Etiqueta: Fantasía

  • FORMULO HIPÓTESIS, NO SALVO PLANETAS

    Una puerta blanca en una pared empapelada en tonos blancos y negros con motivos similares a ramas ornamentales. Lavista semeja un ojo que deja en penumbra el resto de la habitación.
    Imagen libre de derechos de Arec Socha en Pixabay.

    «Después de una catástrofe mundial, la Tierra está desolada. Según todos los indicios, eres la última persona viva en el mundo. Estás encerrado en tu casa, dentro de tu habitación, cansado de vagar solo por parajes desiertos, pensando con desesperanza en tu futuro. En ese momento, unos golpes llaman a la puerta…»

    La serie de golpes se repitieron, al menos, dos veces más. Mi primera reacción fue salir disparado. De pronto, sin venir a cuento, me detuve en mitad del salón. ¿quién tocaría a mi puerta? Durante las últimas setenta y dos horas no me topé con una sola alma. Ni animales encontré durante mis excursiones. Un mal presagio se me alojó en la boca del estómago. ¿Y si mis predicciones habían sido ciertas? Si tan solo me hubiesen escuchado en lugar de tomarme como un científico desquiciado. Era tan evidente que semejante catástrofe no tenía nada de natural. Deseché la idea de seguir rumiando. Ya tendría tiempo de formular más hipótesis.

    Caminé de puntillas. Pegué la oreja de la puerta. No percibí nada. Otra serie de golpes, ahora más apremiantes, me sobresaltaron. Di un bote y me aparté. Las manos me temblaban y el pulso se me disparó. La curiosidad pudo mucho más que mi sentido común; así pues, me incliné para asomarme por la mirilla. Lo que vi me dejó patidifuso algunos segundos. Exhalé el aire que había mantenido en los pulmones.

    Me froté la cara, los ojos, las sienes. Volví a asomarme. El rostro que aguardaba del otro lado de la puerta perdía la impasividad a cada segundo. Las hipótesis que había formulado año tras año se agolparon dentro de mi cabeza. el zumbido de mis pensamientos me aisló durante una fracción de segundos.

    —Abra la puerta. Sé que está allí. Contaré hasta diez y si no obedece, la desintegraré.

    Me estremecí. Ni por asomo puse en duda la aseveración, así que cogí el picaporte y abrí.

    Los ojos de dobles pupilas verticales entornaron los párpados. La fiera expresión me mantuvo de pie sin parpadear. Di un paso atrás en el instante en que la criatura, por denominarla de alguna manera, entró.

    —¿Mikel Saldívar? —Cabeceé una vez con infinita lentitud—. Acompáñeme.

    Una voz indefinida habló en una lengua que no había escuchado antes. Si no estaba equivocado, provenía de detrás de la criatura. La vi volverse. Emitió palabras en esa misma lengua. De pronto, una figura enorme apareció junto a mi visitante inesperado o debería decir, inesperada. Con ambas criaturas delante de mí no era difícil identificar que uno era macho y la otra hembra, aunque llevaban el mismo tipo de traje. Supongo que, en deferencia a tenerme delante, el macho habló en un español fluido.

    —¿Por qué tardas tanto? El comandante está pidiendo muchas explicaciones.

    —Recién abrió la maldita puerta.

    —¿Y qué más te da? La hubieses desintegrado. Mejor una puerta menos que los tímpanos perforados.

    —Deja que ya aplaco yo al comandante. Ocúpate del humano. No me fío ni un pelo.

    —Ejem, si no os importa, sigo aquí.

    El gigante se dignó a mirarme.

    —Como si fuese posible ignorar tu presencia. Esa peste que desprendes se huele a kilómetros.

    Me olisqueé y arrugué la nariz. No me pareció que el tufillo que desprendían mis axilas fuese para tanto. En todo caso, tampoco era culpa mía. Mosqueado por su desdén solté la lengua.

    —No fui yo quien atacó la tierra a saber con qué mierda, ¿no? No hay electricidad ni agua. ¿Cómo pretendéis que mantenga la mínima higiene? Os lo hubieseis pensado antes si es que sois tan tiquismiquis con vuestro sentido del olfato.

    La hembra se me quedó mirando boquiabierta. El macho dio un paso hacia mí. Me di por muerto. Esas pupilas dobles se contraían a un ritmo demasiado inquietante. Tragué saliva y me preparé para el golpe de gracia. La hembra habló en su lengua nativa. El sujeto se detuvo a dos pasos de mí.

    —Prepararé la nave, ocúpate tú antes de que pierda la paciencia y lo descabece.

    Exhalé el aire en cuanto lo vi perderse de vista.

    —Mikel Saldívar, será mejor que de aquí en adelante cierres la boca. Pensar en voz alta va a meterte en muchos problemas y a nosotros también. Y a mi compañero no le gustan los problemas.

    «como si a mí me gustasen». Descarté el hilo de mis pensamientos en cuanto distinguí esa mirada que te deja clarísimo: «sé lo que estás pensando, cabrón». Inspiré hondo antes de hablar.

    —Doy por sentado que fuisteis vosotros quienes arrasasteis con la humanidad. ¿Puedo preguntaros de dónde venís?

    —Ya lo verás —dijo y me hizo señas para que extendiese los brazos al frente—. Respecto de vosotros, te equivocas. No fue un exterminio. Solo hicimos algo de limpieza. Los mejores especímenes seguís con vida.

    —¿Y me lo dices así tan… tranquila? —Extendí los brazos—. Si no quisiera acompañaros qué…

    —Tendría que exterminarte y no creo que eso te guste mucho. Pareces inteligente.

    —Para lo que ha servido mi dichosa inteligencia —rezongué.

    —Sigues con vida por eso, entre otras cosas.

    Ella me ajustó unos aros en las muñecas. La energía que me recorrió alcanzó mi cerebro. La descarga me produjo un hormigueo en las extremidades. Reprimí la risa que pugnaba por escapárseme de los labios. Siempre fui muy cosquilludo. Claro, ella no tenía por qué saberlo.

    —Andando, hemos perdido mucho tiempo y todavía tenemos que realizar un centenar de paradas más.

    Ladeé la cabeza. la criatura se volvió despacio. Me rasqué la nariz y a ella casi se le desorbitan los globos oculares. Me fijé en el pequeño mando ovalado que extrajo de uno de los bolsillos de ese curioso traje. El hormigueo se intensificó y me estremecí. Las cosquillas me harían estallar en carcajadas en cualquier momento. Apreté los labios en una delgada línea. ella pulsó de nuevo ese botón. Di un respingo y cambié el peso de un pie a otro. Era como esa danza que te obligas a realizar mientras reprimes las ganas de echar una buena meada.

    —No me lo tomes a mal —dije risueño—. Pero como sigas haciendo lo que sea que haces, no podré contenerme más y a tu colega no creo que le haga puta gracia que me ría o que me termine meando encima. Se ve que eso de los olores… ya sabes.

    Soltó una sarta de palabrejas de esas suyas. El hormigueo cesó del todo y suspiré.

    —Mikel Saldívar, haz el favor de seguirme la corriente. —La seriedad con la que me habló me puso en alerta—. Si de verdad quieres continuar de una pieza, ni se te ocurra revelar que eres inmune al control neuronal. ¿Me entendiste? —moví la cabeza de arriba abajo en un leve asentimiento.

    —No es nada bueno que pueda hacer esto, ¿verdad? —susurré.

    Ella apenas negó con la cabeza y se apartó para dejarme pasar. La palidez del rostro púrpura me puso la piel de gallina.

    Salimos del edificio. La nave que aguardaba estacionada en el pavimento como si fuese un coche más parecía un vibrador tamaño extra grande. Omití cualquier comentario verbal y me esforcé en anular cada pensamiento al respecto. Me había quedado claro que, dentro de sus múltiples habilidades, leer la mente humana era de las más básicas.

    El panel lateral se deslizó. De inmediato una escalerilla se desplegó. Seis yemas se me clavaron en la espalda. El empujón fue leve, pero firme.

    —No me has dicho cómo te llamas —dije y puse el pie izquierdo en el primer escalón.

    —¿Tiene importancia?

    —Para mí sí. —Me volví al no obtener respuesta.

    La expresión de su rostro me produjo un hondo desasosiego. No pude evitar preguntarme qué clase de trato recibiría entre su gente.

    —No te gustaría saberlo —susurró.

    No sé por qué motivo; no es que ella hubiese sido la más amigable; aun así, el tono en sus palabras me provocó unas ganas inmensas de abrazarla. Un gruñido rompió el instante. Retomé el ascenso. Tras abordar la nave y ubicarnos en los asientos se inclinó hacia mí. Evité moverme. Sin certezas respecto de cuál era su implicación en la catástrofe preferí actuar con cautela.

    —Me llamo Serya —susurró.

    Nuestras miradas coincidieron apenas un instante. La nave despegó. No volvimos a entablar contacto visual. No obstante, mientras abandonaba la tierra con rumbo desconocido, no dejaba de darle vueltas al cambio en mi captora. Quizá tendría una oportunidad si contaba con ella como aliada, aunque antes de pensar en salvar el planeta, tenía que salvarme primero.

    Esta historia fue escrita para participar en el #VaderetoJulio2021 propuesto por Jose A. Sánchez en su web. La premisa, continuar una historia teniendo en cuenta el fragmento propuesto, cita del relato «Llamada» del escritor Fredric Brown. Espero lo disfrutéis.

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  • Bunoscyann: la ciudad astral

    La silueta de un pequeño bosque negro en la parte inferior y un hombre alzando el brazo y emitiendo una luz que ilumina el cielo. En el cielo, se ve
una ciudad del revés. Los edificios, con sus luces, parten de arriba hacia abajo, como si la ciudad estuviera invertida.
    Imagen libre de derechos de Ini Riske en Pixabay

    SinOpsis:

    En el corazón del bosque Obsidium, el clan de los gorm enfrenta el peor de los desastres: la magia que protege al bosque se desvanece. El equilibrio en el que han vivido por eones amenaza con romperse durante la comhleá; fecha en la que los mundos se fusionan y las dimensiones se comunican. Una fecha en la que nadie debería abandonar el refugio que brinda la muralla del Gormsum o corre el riesgo de ser atrapado por los demonios que saquean el bosque.

    Nessa, hija única del jefe del clan ha desaparecido. Los gorm creen que ha sido raptada; sin embargo, la realidad dista mucho de lo que todos se imaginan. Fard acaba de cumplir la edad que lo convierte en adulto. Tras la ceremonia de transición enfrentará su primera misión como proveedor. Lo que el joven no imagina es que además de proveer a su gente y enfrentar a los temibles demonios del bosque Obsidium, se verá envuelto en un enredo para el cuál, en el fondo, no ha sido preparado.

    Dos jóvenes descubrirán que han vivido una mentira: los demonios no son tales y las leyendas ocultan verdades incómodas. Verdades que más temprano que tarde saldrán a flote para derribar el castillo de naipes sobre el que se han construido dos realidades antagonistas. Ambas realidades deberán enfrentar una amenaza común: dos mundos están a punto de desaparecer y la razón es desconocida. A medida que Nessa y Fard desentrañan el misterio que mantiene a Bunoscyann como una ciudad flotante desligada del mundo real y del bosque Obsidium comprenden que la única solución posible pasa por unir a ambos mundos. El problema es que ninguno de los dos está seguro de poder lograrlo.

    Secretos, intriga, magia, aventura y romance se conjugarán en una historia donde la confianza y la fe han de fortalecerse o de lo contrario la magia desaparecerá, los habitantes morirán y la ciudad astral jamás volverá a ser real.


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    Esta sinopsis fue escrita para participar en el desafío literario «SinOpsis de marzo especial ciudad propuesto por Jessica Galera Andreu en su web.

  • Tetrakleliun

    El rostro de una hermosa mujer cubierto parcialmente por una máscara brillante rodeado de varios pliegues de tela. Del rostro femenino se observan los ojos, la punta de la nariz y la boca.
    Imagen libre de derechos de Stephan Keller en Pixabay

    Sinopsis

    Tras el Daur sagrado, la puerta que une los mundos, existe un lugar donde el tiempo no transcurre y el equilibrio es imperturbable. Para sus habitantes es el mismísimo paraíso; para quienes llegan allí, sin motivo aparente, es una condena eterna.

    Un augurio repentino señalará el fin de la paz en Daurmerna: «…cuando la hija de los elementos exhale su último aliento, el tetrakleliun será indetenible. Los poderes oscuros se alzarán y la vida de los inocentes tomada por la fuerza teñirá de sangre la tierra. El equilibrio se extinguirá por fin y las almas cautivas partirán a nuevos mundos.»

    La muerte de la princesa Cleya será el principio del fin. La amenaza se cierne sobre la tierra de gracia. Han de formarse los guerreros que deberán defender a los Daurmernenses antes de que el tetrakleliun sea indetenible.

    A las filas del ejército daurmernés se unirá una joven misteriosa que oculta casi todo su rostro tras una máscara. La desconfianza será su carta de presentación y ganarse el respeto de sus iguales su principal objetivo. Nadie sabe quién es; aun así, muchos desean atravesarle el corazón; entre ellos, el único que podría evitar que ella cumpla su destino.

    Una inevitable rebelión será el medio perfecto para saciar la ambición de quienes no se conforman; la   intriga el arma ideal para aquellos que justifican la traición. La férrea determinación de una mujer que no sabe rendirse será la única salida para los habitantes de Daurmerna.


    Devora las palabras como si de alguna forma fuesen un alimento vital. Los ojos le escuecen; aun así, deja de lado la sensación y desliza la mirada a través del siguiente párrafo. La tibieza que le acaricia la piel la obliga a levantar el rostro. La sorpresa la paraliza durante una fracción de segundos. Atónita al observar los rayos dorados que se filtran traviesos entre las cortinas suspira. Baja una vez más la mirada y se muerde el labio. La duda se esfuma igual que el rocío matinal que se evapora en cuanto el sol le da los buenos días; así que abandona la aventura. Como cada mañana, los matices del amanecer roban su atención y la subyugan.

    Un par de golpes delicados interrumpen su habitual contemplación. Sonríe y guarda silencio. Es consciente de que en menos de un minuto la puerta se abrirá; por tanto, deja que sus pupilas vaguen disfrutando la belleza que trae consigo el nacimiento de un nuevo día.

    Cierra los ojos e inspira profundo. La puerta se abre con suavidad.

    —Cleya, ¿has vuelto a pasarte la noche en vela? ¿qué haces allí que aún no te has vestido?

    La joven abandona el asiento junto a la ventana. Camina con los ojos cerrados. Le gusta entrenar sus sentidos para afrontar lo imprevisto. Prepararse para lo desconocido. Vivir en Daurmerna es tan perfecto; tan idílico que en ocasiones se pregunta si no formarán parte de una dimensión utópica o irreal.

    —Estaré lista enseguida. Ve a por Tlaya. Sabes que a ella le encanta dormir hasta tarde —dice y se detiene muy cerca de su scáthaya.

    —De acuerdo, pero por favor no te demores. —Cleya da un leve cabeceo.

    —Te aseguro que estaré lista, Moerna; ahora, ve al concilio y haz el anuncio pertinente.

    La muchacha se lleva la mano derecha al corazón y se inclina. Tras incorporarse sale a toda prisa.

    Una máscara tenebrosa rodeada de densas nubes. A un lado se observa la silueta de una mujer a la que no se le ve el rostro.
    Imagen libre de derechos de Stephan Keller en Pixabay.

    La mañana transcurre como tantas otras. Cleya permanece atenta. Los asuntos de estado que se tratan durante aquel concilio despiertan su interés, a diferencia de otras ocasiones en las que sólo se ha limitado a esforzarse por no quedarse dormida. El tema de los condenados siempre provoca discusiones álgidas y enfrentamientos entre los miembros a favor y en contra y aquella mañana la batalla verbal estuvo servida desde el principio.

    —Los condenados cumplen una función primordial; deshacernos de ellos o limitar su permanencia no es una opción. ¿Quién se ocuparía de las labores básicas? ¿Quiénes pasarían a ser nuestros scáthayas? —Eltron, miembro   supremo del concilio se pasea frente al resto sin parar de lanzar argumentos—. Dejaos de sensiblerías y sed prácticos. Hasta ahora no hemos tenido problemas y ellos no son una amenaza para el equilibrio de Daurmerna. Estamos fuera de los alcances del caos y los poderes oscuros. Nuestra protección es inexpugnable.

    —Este asunto no es sólo tema de pragmatismo, Eltron. Te niegas a escuchar. Entre los condenados, incluso aquellos a los que se les ha otorgado el beneficio de desempeñarse como nuestros scátahyas hay descontento. —Magnius se pone de pie y alza la voz—: Sabes bien que eso de estar protegidos no es una circunstancia absoluta. Los condenados llevan consigo el caos y algunos tienen poderes. Si niegas la realidad sólo retrasarás lo inevitable.

    Eltron toma aire por la nariz. Consciente de que Magnius es su principal rival quiere ofrecerle a todos un argumento irrefutable. Un murmullo cobra fuerza dentro del salón oval. Magnius, al igual que Eltron, se vuelve con el ceño fruncido.

    Una mujer lucha por abrirse paso y alcanzar el podio. Su apariencia andrajosa genera desprecio entre la mayoría de los asistentes. A ninguno se le ocurriría presentarse en palacio con semejante facha. Dos de los guerreros reales la cogen por los brazos. La mujer ofrece una resistencia sorprendente. Los asistentes se impacientan al escucharla vociferar enfurecida. Esa demostración es más propia de los condenados que de los Daurmernenses.

    Magnius baja del podio principal seguido por Eltron. El segundo se detiene a buena distancia de la mujer y los guerreros. El primero, en cambio, gesticula en dirección a los hombres que, a duras penas, mantienen sujeta a la desconocida.

    Dispuestos a obedecer, los guerreros se aproximan. Una exclamación recorre la audiencia.

    —¿Quién eres y cómo te atreves a presentarte aquí e interrumpir el concilio, mujer? —Eltron pregunta con evidente desdén y provoca otra oleada de murmullos.

    —Quién soy es lo de menos. Lo importante es lo que os vengo a decir.

    El anciano se cruza de brazos. Magnius enarca una ceja y observa a la desconocida con curiosidad.

    —Habla pues, mujer. Devela eso tan importante que te trajo hasta aquí.

    —No tenemos tiempo para tonterías, Magnius. Sacadla de aquí para que podamos continuar.

    —Nadie va a sacar a esa mujer de aquí. Siento curiosidad por saber qué viene a decir. —Cleya se levanta del trono y desciende el trío de peldaños.

    —Princesa, por favor. El asunto que estamos tratando es de vital importancia. Nada de lo que pueda decir esta mujer merece la pena como para interrumpir el concilio.

    La princesa pasa a un lado de Eltron sin responder a su comentario. Avanza con seguridad y se detiene frente a la mujer. Esboza una sonrisa con la intención de infundirle algo de confianza. La mujer la mira con intensidad. La princesa le sostiene la mirada.

    —Soltadla.

    —Princesa, por vuestra seguridad… —La joven alza la mano derecha para interrumpir la advertencia del anciano.

    —He dado una orden precisa —dice mirando a sus guerreros.

    Los hombres sueltan a la mujer sin apartarse demasiado de su espacio vital. El protocolo que han de seguir para garantizar la seguridad de la princesa es claro: matar primero, indagar después. Moerna se posiciona a su izquierda y clava los ojos en la mujer. La desconocida inspira hondo antes de hablar. Necesita reunir el valor para revelar ante todos lo que a ella se le ha develado. El silencio y la evidente tensión que mantiene a la mujer firme como una estaca se difunde con rapidez. La inquietud es casi palpable y el desasosiego se transforma en exclamaciones exigentes de quienes esperan su turno para ser atendidos.

    Cleya pide calma con un ademán. Las voces se silencian.

    —Por favor, comparte con nosotros eso tan importante que te motivó a presentarte ante esta audiencia.

    La mujer da un paso hacia la princesa. Los guerreros abrazan la empuñadura de sus espadas. Moerna le corta el paso. La desconocida observa a la scáthaya con fingido desinterés. Si permite que sus emociones afloren estará muerta antes de abrir la boca.

    «No debo dilatarlo más.» El pensamiento la golpea como una fusta antes de convertirse en un destello que abre la puerta a esa dimensión que muchos de los que son como ella, temen. Un espasmo lleva su cabeza hacia atrás. Los párpados le tiemblan; el movimiento ocular se percibe a través de sus párpados cerrados.

    Un trueno rompe el silencio. La exclamación ahogada de todos los que aguardan enmudece de pronto. El viento ruge. Los cristales vibran. La desconocida alza los brazos y se yergue en toda su estatura. Su pelo enmarañado se agita bajo la inclemencia de un viento que nadie percibe. Al abrir los ojos sólo hay oscuridad… densa, caótica, insondable.

    —El día se acerca y deberéis preparaos para afrontar la oscuridad que se cierne sobre vosotros… —La voz de aquella mujer es grave, casi gutural—. El equilibrio se extinguirá cuando la hija de los elementos exhale su último aliento. La nueva era aguarda su momento. Los poderes oscuros se alzarán por fin; la vida de los inocentes tomada por la fuerza bañará de sangre la tierra; el Tetrakleliun será indetenible y las almas cautivas volverán a ser libres, en otros mundos, en otras eras. Sólo su alma podrá restablecer la paz… sólo entonces Daurmerna volverá a ser tierra de gracia.

    La mujer calla. El rostro ceniciento de quienes acaban de escuchar el augurio es el vivo reflejo de la incredulidad y el terror.

    —¡Detenedla!

    La orden de Eltron quiebra la tensa calma. La mujer se tambalea. Los guerreros extienden sus manos a fin de retenerla. Moerna se interpone entre la desconocida y Cleya su deber es protegerla a cualquier precio, aunque eso implique sacrificar su propia vida. Un chillido atrae la atención de los miembros del concilio: sin saber cómo, La mujer ha desaparecido.


    Este relato y la sinopsis han sido escritos para participar en el desafío literario enero 2021 propuesto por Jessica Galera Andreu en su web.

    Me encantaría que compartieses tus impresiones conmigo en los comentarios. ¿Te gustaría que esta historia se convirtiese en una novela?

  • Baile de primavera y fe

    Una pequeña hada de rostro angelical en un bosque en el que a la iizquierda se observa un muro de plantas. Hay un camino de flores y flores caen desde el cielo simulando la primavera.
    Imagen libre de derechos de Wilgard Krause en Pixabay

    Dedicatoria

    A ti, que sientes que la confianza te falla;
    que la duda te atenaza el alma…
    que el miedo te arrastra y te paraliza.
    Recuerda que la magia en ti suspira;
    es una llama interior que se aviva,
    cuando te permites creer,
    en todo lo que eres capaz de hacer;
    cuando te atreves a soñar…
    y dejas aflorar la preciosa esencia que tus letras pueden conjurar.


    Cuenta una antiquísima leyenda que cada primavera en el bosque ancestral de Bilfagard se celebraba un baile multitudinario al que debían asistir todas las criaturas que habitaban el bosque. El baile tenía el propósito de rendir culto a los dioses y agradecer por una nueva oportunidad de renacer.

    Esta celebración se organizaba durante todo un año y se esperaba que cada ser vivo aportase algo, por pequeño que fuese. La preocupación por no tener nada que ofrecer era para Adalestra un peso sobre los hombros. Se mordía la uña del diminuto pulgar con insistencia mientras las alas se le encogían en un movimiento involuntario.

    —No puedo presentarme con las manos vacías —la jovencita gesticulaba con las manos al hablar.

    —Nadie dijo que tendría que ser algo material, cariño. —Su madre dio otra vuelta de hilo en el tapiz que ofrecería aquel año.

    —Voy a ser el hazme reír de todo el bosque, mamá.

    Su madre exhaló un suspiro y negó con la cabeza. Adoraba a su pequeña; sin embargo, preferiría que se ocupase más de sí misma y menos de lo que llegarían a decir o pensar los habitantes del bosque.

    —Nadie va a reírse de ti, cariño —dijo dando la última puntada—. Además, podrías hacer algo diferente.

    —¿Algo como qué? —La pequeña hada se inclinó para ver mejor el tapiz—. No se me dan muchas cosas, ya lo sabes.

    —¿Por qué no cantas?

    La jovencita se paseó de un lado a otro golpeándose con el índice sobre los labios. Le costaba horrores decidirse. Podría cantar, pero ¿y si les parecía horrible su voz? La idea de que sus amigos la rechazaran la atormentaba; ni hablar de la vergüenza que pasaría si hacía el ridículo delante del resto de habitantes del bosque. Ni siquiera se atrevía a imaginar lo que dirían. No quería ser la burla de nadie, mucho menos avergonzar a sus padres que eran tan cariñosos con ella.

    Se dejó caer sobre la silla. El abatimiento le nublaba la mirada. Su madre dobló y envolvió el tapiz; luego se le acercó y le dio un fuerte abrazo.

    —A veces solo necesitamos un poquito de confianza, cariño. —Su madre le apretó la punta de la nariz con dos dedos en un gesto cariñoso que siempre le robaba una sonrisa.

    —¿De verdad crees que sirva? —Istrea cabeceó con una sonrisa dulce en los labios.

    —No te preocupes, verás que todo sale a pedir de boca —aseguró—. Nadie va a burlarse de ti, cariño.

    La confianza que le transmitieron las palabras de su madre la animó. La fortaleza de su fe en ella fue el motor suficiente para que la chispa de la esperanza se avivara. Escogería una canción preciosa y se la ofrecería a los dioses. La pequeña hada se dedicó en cuerpo y alma a preparar la canción que presentaría durante el baile.

    ⚜🧚‍♀️⚜

    Días y noches practicó y practicó. Sus padres la alentaban; su entusiasmo era contagioso; lo suficiente para ahuyentar las inseguridades que solían atormentarla como las sombras fantasmales que la asustaban tanto cuando era una niña. Sin embargo, algo terrible ocurrió el día de aquel baile tan esperado: tras una noche de sueños terroríficos en los que hacía el ridículo frente a todo el bosque, Adalestra despertó sin voz; ni una sola vocal salía de su garganta.

    —¿Qué haremos, querida?

    —Tú no te preocupes y sígueme la corriente, cielo, ya lo verás.

    El padre de Adalestra siguió de cerca a su esposa. La mujer sostenía en las manos una bandeja en la que había: una taza humeante de chocolate espeso y un plato con galletitas. El señor dio un vistazo al salón; supuso que su hija estaría encerrada en su habitación. Ambos giraron a la izquierda pasillo a través. La chica permanecía tumbada en su pequeña cama, desconsolada, lamentándose de su mala suerte.

    Istrea tocó la puerta con suavidad; abrió y entró seguida por su marido.

    —Cariño, tu padre y yo hemos salido temprano a casa de la bruja del manantial y ella nos ha dado una poción para ti.

    —Sí…eso.

    La joven parpadeó muchas veces. La incredulidad era un cosquilleo impertinente; un freno que terminó hecho añicos por la esperanza. Estaba tan entusiasmada que se sentó en la cama del tirón. Ni si quiera se percató de la expresión de perplejidad de su padre.

    Johnstrag arqueó una ceja ante semejante ocurrencia. Evitó abrir la boca. No quería decir nada que delatase a su mujer.

    —Pero ella ha sido muy clara —su madre bajó el tono de voz—, tienes que beberte el contenido de esta taza. —La jovencita frunció el entrecejo. Su boca formó un curioso mohín. Observó a sus padres con los párpados entornados. La suspicacia se desperezó y se sacudió un poco para tomar las riendas de sus pensamientos.

    El padre asintió con la cabeza; debía cumplir lo acordado con su mujer; por tanto, guardó absoluto silencio. Con lo perspicaz que era su hija cualquier detalle fuera de lugar la llevaría a caer en cuenta de su argucia.

    —También debes comer y… —La voz de Istrea se convirtió en un susurro— justo cuando estés en el escenario debes repetir mentalmente una frase que yo te voy a decir. Eso hará que la poción surta su efecto.

    La jovencita extendió la mano y recogió tres galletas de un tirón. Hasta ese momento no se había percatado de lo hambrienta que se encontraba. Johnstrag miró a su mujer por el rabillo del ojo; Istrea permanecía impasible mientras su hija devoraba todo cuanto le había llevado, aunque él no pudo ignorar el familiar brillo travieso en su mirada. La conocía demasiado bien; sólo esperaba que su mujer estuviese en lo cierto porque no quería ni imaginarse lo que ocurriría si algo en su plan fallaba.

    ⚜🧚‍♀️⚜

    Adalestra exhaló un hondo suspiro. Istrea recogió la taza y el platito; apenas quedaban algunas migajas. La jovencita se relamía los restos de chocolate. La verdad es que no recordaba haberse tomado nunca una poción tan deliciosa. Era una idea fantástica ponerle sabores a los brebajes. La próxima vez que fuese de visita a casa de la bruja le pediría que le enseñase a preparar pociones saborizadas. Eso sí que sería todo un éxito. Los padres de Adalestra la dejaron a solas. La hora del baile estaba muy próxima y debían prepararse.

    —Va a ponerse furiosa si se da cuenta del engaño —murmuró Johnstrag abotonándose la camisa.

    —No va a tener tiempo de enfadarse, ya lo verás, cielo.

    —¿Tú crees? —Istrea asintió con un leve cabeceo—. ¿Y si no funciona?

    —Funcionará, ya lo verás.

    ⚜🧚‍♀️⚜

    Llegaron al claro del bosque donde se celebraría el baile con algunos minutos de anticipación. El lugar estaba abarrotado de criaturas mágicas. La pareja de hados saludó a sus conocidos mientras avanzaba con parsimonia.

    Adalestra se mordió el labio. Un cosquilleo persistente le lanzaba advertencias desde el estómago. Lo único que le faltaba era que también le diera dolor de tripa. El corazón se le disparó ante la perspectiva de quedar en evidencia. Las manos se le convirtieron en un par de icebergs. Los nervios eran unos verdaderos traidores; la atacaban sin un ápice de compasión. ¿Qué había hecho ella para merecer eso? Se mordisqueó la uña del pulgar. La impaciencia era uno de sus peores defectos, aunque en ese momento lo peor era que todavía su madre no le había dicho la frase que le devolvería la voz. ¿a qué estaba esperando? La angustia la carcomía royendo la poca serenidad que le quedaba. Como no podía estarse quieta iba y venía con los ojos clavados en el musgo mientras esperaba que la llamasen para subir al escenario. A punto estuvo de tirarse del cabello. Por fortuna recordó a tiempo todo lo que le había costado hacerse aquel peinado y se contuvo.

    La jovencita escuchó su nombre. Palideció tanto que la piel de su rostro reflejó el brillo de la luna; el efecto le otorgaba un halo sobrenatural, un aire etéreo. Las piernas le temblaron y tuvo que asirse a uno de los delgados troncos que hacía las veces de baranda. El perfume a lavanda y manzanilla de su madre fue un bálsamo en medio de aquella tempestad que la mantenía al borde de un ataque. La voz suave y cálida que le habló tan cerquita de la oreja sumó otro tanto a su estado de ánimo. El susurro le supo a gloria:

    —Mío es el talento,
    en mí tengo fe.
    Dejo de lado mis miedos,
    esta noche triunfaré…

    Adalestra inspiró profundo, abrazó a su madre y subió las improvisadas escaleras que la llevarían directo al escenario.

    ⚜🧚‍♀️⚜

    La jovencita ocupó su posición sobre las tablas. La sorpresa arrancó un coro de vocales a todos los presentes. Iluminada por varias luciérnagas, Adalestra lucía tan hermosa como la mismísima primavera.

    Repitió las palabras que su madre le había susurrado. El cosquilleo se detuvo; la angustia se desvaneció y una calidez fue fluyendo desde lo más profundo de su corazón. No pudo más que sonreír; la magia estaba surtiendo efecto. De su garganta fluían los sonidos más bellos que se hubiesen escuchado jamás en el bosque ancestral.

    Adalestra se movía al ritmo de la música mientras animaba a los asistentes. Aplausos y exclamaciones acompañaban a su angelical voz. Sus gráciles movimientos incitaron a los presentes a bailar; en poco tiempo todo el bosque se había unido a la celebración.

    ⚜🧚‍♀️⚜

    Un aplauso multitudinario seguido de cientos de peticiones arropó el corazón del hada. Pletórica de gozo, Adalestra hizo una reverencia. La música le dio entrada una vez más y la jovencita terminó interpretando otro par de canciones.

    Tras finalizar la presentación bajó del escenario y corrió al encuentro con sus padres. La pareja la recibió con orgullo y alegría. La bruja del manantial se acercó para felicitarla. Johnstrag miró a su mujer con cara de circunstancias; ella, por el contrario, permanecía como si nada. La jovencita la abrazó con gran emoción.

    —No sabes cuánto te agradezco la ayuda… me salvaste. —La bruja la miró estupefacta.

    «¿A qué vendrá esta demostración de gratitud?, ¿qué se supone que hice?» Istrea y su marido le lanzaron cientos de miradas aprovechando que su hija les daba la espalda. La bruja guardó silencio.  Interpretar aquellas miradas no fue fácil; por fortuna, tampoco imposible. Ya se ocuparía de enterarse de qué iba todo ese asunto.

    ⚜🧚‍♀️⚜

    Fue así, como sin la intervención de la magia, Istrea logró que su hija venciera el miedo y recobrase la voz justo a tiempo.

    ⚜🧚‍♀️⚜

    Adalestra salió de su habitación; quería desearles buenas noches a sus padres.

    —No dejas de sorprenderme, mi amor —confesó Johnstrag abrazando a su mujer desde atrás—. ¿Cómo estabas tan segura de que el engaño funcionaría?

    Istrea se recostó en el pecho de su marido antes de explicarle:

    —Todos podemos ser presa de nuestros miedos… algunas veces estos tienen tanto poder que nos paralizan y es cuando necesitamos un acto de fe; la confianza que nos permita plantarles cara y así vencerlos. —Su marido la estrechó con fuerza—. Eso también es un acto de magia. Nuestra hija necesitaba creer en sí misma, eso es todo.

    La jovencita escuchó sin querer. A diferencia de lo que creía su padre, no se enfadó. No había espacio para sentimientos negativos cuando el agradecimiento le colmaba el corazón. Contaba con los mejores padres del mundo. Era una privilegiada por tenerlos y que tuviesen tanta fe en ella; mucha más de la que ella se tenía. ¿Cómo no sentirse dichosa con tantas demostraciones de amor? Se devolvió con sigilo a su habitación. En ese instante hizo un pacto consigo misma: a partir de ese momento se esforzaría más por ocuparse de sus pensamientos sobre sí y le restaría importancia a lo que dijesen los demás; buscaría la manera de aumentar la confianza en sí misma, tal como le había enseñado aquella noche su madre.

    ⚜🧚‍♀️⚜

    Se tumbó con las manos detrás de la cabeza a admirar el precioso cielo estrellado. El suave titilar del firmamento le robó una sonrisa. Cerró los ojos dispuesta a soñar con alcanzar todo lo que fuese capaz de imaginar; sólo debía creer en sí misma, obsequiarse un pequeño acto de fe. ¿Habría momentos difíciles? Desde luego que sí; no cambiaría de la noche a la mañana; tendría que dar muchos pasos en esa dirección. De todas formas, el primer paso ya estaba dado; ahora estaba en ella obrar día tras día ese precioso milagro.


    Si has llegado hasta aquí, millones de gracias. Si te ha gustado esta historia, me haría muy feliz si compartes conmigo tus impresiones y/o sensaciones. Y si crees que puede inspirar a alguien más o hacerle sentir bien, te invito a que la compartas con esa persona.

    Gracias inmensas por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

  • Vilarsad: La maldición del circo de la bruma

    Un hombre con cabeza de calabaza de Halloween de ojos y boca llameantes sentado en una silla. Detrás se ve una pared con varias manos pintadas. en la pared un cuadro ladeado muestra un paisaje campestre.
    Imagen libre de derechos tomada de pxfuel

    Prólogo

    Vilarsad, 1723.

    Se asomó por el ventanuco de la pequeña habitación que ocupaba. En realidad, era el ático de la casa; pese a su reticencia, cuando cumplió los quince su padre lo acondicionó para que ella pudiese tener su propia habitación. Desde allí podía observar el cielo y el manto de estrellas; imaginar formas con las nubes y tratar de adivinar qué figuras se podían ver en los manchones de la luna. Miriam tenía una imaginación demasiado prolija y una curiosidad desbordante. Por eso vivía metida en problemas y era más el tiempo que pasaba castigada que el que disfrutaba fuera de su habitación con sus hermanos y el resto de chavales del pueblo. Nunca le importó demasiado, hasta que le negaron asistir al circo que recién había llegado y se había instalado en el descampado que había tras las plantaciones de calabazas. El circo ya llevaba casi tres semanas y ella todavía no había podido asistir.

    El deseo por descubrir qué tenía que ofrecer aquel circo se vio acentuado luego de escuchar aquella rara conversación entre sus padres.

    —No debiste autorizar que se instalasen allí, Mario.

    —¿Qué querías que hiciera? Sabes bien que Julian y Soraya nos habrían delatado. Es mejor eso que dejar solos a Miriam y los gemelos.

    —Como sigan así nos descubrirán igual, ¿es que no lo entiendes? Ellos terminarán por llevársela, Mario. No podemos permitirlo.

    Miriam los observaba desde la baranda de la segunda planta agazapada entre las sombras.

    —Me han jurado que se marcharán después de Samhain, cariño.

    La jovencita vio a su madre aferrada a la camisa que su padre siempre usaba los domingos.

    —¿Les crees?

    El padre guardó silencio. Los gemelos comenzaron a gritar. El estruendo podía escucharse en la primera planta. Miriam salió disparada hacia el ático. Esperaría a que el sol terminase de esconderse para emprender la aventura de su vida: descubriría el misterio que se ocultaba entre los integrantes del «Circo de la Bruma».

    ***

    Salió descalza con los zapatos en la mano. Pasó frente a la habitación de sus padres. La respiración suave y acompasada le sirvió de señal; se habían dormido. Bajó las escaleras con mucho cuidado de evitar los escalones que crujían; ya en la planta principal se dirigió a la cocina. Por fortuna era menuda y pudo escaparse por la portezuela de Calígula, el gato que su padre le había regalado hace dos navidades. Le costó salir; ahora, cumplidos los quince había desarrollado curvas que antes no tenía.

    La brisa soplaba traviesa trayendo consigo el aroma a tierra, humedad y algo más que no supo descifrar. Atisbó a lo lejos una columna de humo que se alzaba hasta fundirse con las nubes plomizas que envolvían la luna opacando su fulgor.

    Avanzó con tiento entre las plantas de calabazas. A medida que se acercaba al descampado el ruido habitual de las criaturas nocturnas se atenuaba y el coro de voces masculinas y femeninas se hacía más notorio. Dio un respingo gracias a un conejo que saltó sin que lo hubiese advertido. Se tapó la boca para ahogar la risita que estaba a punto de escapársele. No quería advertir de su presencia a los miembros de aquella singular agrupación. Se detuvo en el linde de la plantación. Desde suposición apenas alcanzaba a ver las carretas y parte de la  lona de la inmensa carpa dónde, de seguro, se realizaban las funciones más importantes.

    Caminó con cuidado rodeando todo el descampado. Todo aquel montaje era fascinante. Ahogó un grito y clavó los talones en el suelo al encontrarse de frente con un gran cartel que anunciaba a víctor el hechicero oscuro. Se reprochó ser tan tonta por asustarse con un simple cartel, aunque en el fondo tenía que reconocer que aquel hombre tenía una mirada insidiosa y una sonrisa siniestra.

    Miriam se adentró aupada por el coro de voces que se hacía cada vez más nítido e hipnótico. Se detuvo al ver al grupo de personas alrededor de la hoguera. Al fondo, un hombre vestido con una túnica oscura permanecía con los brazos alzados en dirección a la luna.

    —Aquí en este día y a esta hora invocamos tu poder;
    escucha nuestra plegaria, madre de la oscuridad, señora de las tinieblas.
    Sangre te ofrecemos; ábrenos la puerta de tu reino;
    en este Samhain muerte por vida te hemos de entregar,
    para que en la tierra la oscuridad pueda reinar.
    Hágase nuestra voluntad.

    Las llamas de la hoguera se elevaron en una columna dorada que obligó a la jovencita a recular de la impresión. Las voces subieron de volumen; los cuerpos se balanceaban al ritmo de la salmodia y los tambores que sonaban en un sonsonete frenético.

    El hombre se volvió. Miriam se quedó muda de la impresión al ver aquellos ojos rojos dirigirse hacia ella. Las voces se acallaron al igual que la percusión. Los presentes se volvieron a mirarla. Pudo reconocer a algunos habitantes del pueblo. El hombre descendió del podio. En su mano izquierda algo destelló con demasiada rapidez.

    —Bienvenida, querida Miriam. Esperábamos por ti.

    Los presentes articulaban su nombre en voz baja formando una cacofonía gutural que le puso la piel de gallina. Sin pensarlo echó a correr.

    El viento aulló y las nubes se arremolinaron de nuevo en torno a la reina de la noche. La oscuridad se volvió insondable. A Miriam el corazón le martillaba en el pecho y el miedo se le enraizaba en las entrañas. Tropezó y cayó de rodillas. El ruido de unas alas la hicieron volverse. La jovencita palideció al ver al hombre lanzarse desde el aire cuchillo en mano hacia su posición. Las enormes alas rojas como la sangre se desplegaron en toda su magnificencia. Miriam gritó y se cubrió el rostro con el antebrazo. Un dolor agudo e insoportable le robó el aliento. La última gota de vida abandonó su cuerpo acompañada de una risa siniestra.

    ***

    El payaso recorría las callejas del pueblo repartiendo los volantes para la nueva función del fabuloso Circo de la Bruma. A todo pulmón anunciaba su nueva atracción.

    —¡Hoy no os podéis perder la grandiosa presentación de la niña lobo! ¡La única en su especie, la feroz niña licántropa! ¡Esta noche disfrutaréis de una presentación inolvidable! Acercaos, señoras y señores, a la gran función del único e inigualable «Circo de la Bruma».


    SinOpsis

    Eva Maneiro es una estudiante de antropología brillante y de mente abierta que centra su trabajo de fin de grado en el estudio de la influencia que tuvo el circo en la conducta de las sociedades antiguas. En pleno siglo XXII la diversión se ha centralizado en el uso de la tecnología en ambientes de realidad virtual. Todo se basa en hologramas y redes neuronales.

    Aunque el doctor Víctor Ruiz, su tutor, no está de acuerdo, Eva decide investigar sobre la leyenda de un pequeño pueblo casi apartado de la civilización en el que funcionó por muchísimo tiempo un afamado circo llamado «el Circo de la Bruma».

    Obsesionada por descubrir qué ocurrió con aquella atracción, Eva decide viajar al pasado y consultar de las fuentes directas lo que ocurrió la noche del 31 de octubre de 1823 cuando se llevó a cabo la última función.

    Lo que Eva no sabe es que sus antepasados están íntimamente relacionados con el final de aquel entretenimiento y el destino de los habitantes de Vilarsad.

    Un viaje en el tiempo; un pasado oculto, la magia más oscura que jamás se haya conocido y un fallo en los cálculos harán que Eva viva en carne propia el terror de la peor noche de Samhain.

    ¿Podrá Eva salir indemne de su investigación? O quedará atrapada en una época a la cual no pertenece y en la que cualquier desliz puede conducirla a la muerte.


    Este relato fue escrito para participar en el desafío literario de octubre propuesto por Jessica Galera Andreu.

    Puede que de aquí surja alguna novela, quién sabe.

  • La treceava constelación

    Una mujer mirando las constelaciones en el cielo nocturno en un paisaje natural
    Imagen libre de derechos tomada de Pxfuel

    Dedicatoria

    A ti, que crees en tus sueños y luchas por alcanzarlos…


    El reloj de arena dejó caer su último grano. Ansiosa por emprender la aventura se puso la capa y se ajustó la capucha. Abrió la puerta de su habitación con tanto cuidado que se sorprendió de sí misma; nunca se había movido de forma tan silenciosa como en aquel instante. Cerró la puerta tras de sí y echó a andar en dirección a la biblioteca.

    Había sido muy cautelosa cuando robó la llave de la sala prohibida. La sancionarían si llegaban a descubrir que había sido ella quien la había robado; claro, para eso tendrían que pillarla primero y Enya no estaba dispuesta a ponérselos tan fácil.

    Miró a un lado y a otro; no vio a nadie. Inspiró hondo y se coló en la biblioteca. La luz de la gran Jealach se filtraba por una de las ventanas. Se estremeció de pronto al divisar el movimiento de las sombras contra el suelo y las paredes. Se recriminó lo tonta que era por haberse asustado tanto; aquello a esas horas era algo más que natural.

    Avanzó con el corazón en la garganta, aunque jamás lo admitiría en voz alta. Se detuvo en cuanto vio la gran puerta de la sala prohibida. Las manos le sudaban y le temblaban por igual. Por un momento se preguntó si no sería mejor volverse; hasta ese instante nadie la había descubierto y podría librarse de una buena reprimenda o algo más si se arrepentía.

    Una vocecita chillona y endiablada la acusó de cobarde. ¿Cómo iba a perderse aquella oportunidad de descubrir el gran misterio? Enya cerró los ojos un instante. La tentación de saciar su curiosidad la acicateaba cada vez con más fuerza y resultaba mucho más embriagante que el miedo a ser castigada.

    Abrió los ojos y clavó su mirada en aquella vetusta cerradura. Sin detenerse más sacó la llave, la introdujo y giró el picaporte.

    Los goznes chirriaron con tanta intensidad que se quedó paralizada mientras se esforzaba por escuchar algo más que su desbocado corazón. Exhaló el aire despacio al darse cuenta de que el silencio seguía imperturbable. Decidida a seguir adelante con su aventura entró en la sala.

    Alzó una ceja algo incrédula y no pudo evitar la punzada de decepción que sintió al darse cuenta de que lo que tenía frente a sí no era nada parecido a lo que se había imaginado. Ahí no había grandes estanterías ni la sala era tan enorme como había creído.

    Dio una mirada algo especulativa a su alrededor y soltó un suspiro. Dejó que sus ojos vagasen de nuevo sobre el antiguo escritorio, el sillón de piel algo desvencijada, la chimenea con marco, la lamparita y el grueso cortinaje que, de seguro, protegía la estancia de miradas indiscretas. Sus ojos se fijaron en la alfombra desgastada y en aquellas paredes de piedra oscura como la obsidiana. Se acercó un poco al escritorio. Sus cejas se juntaron al fruncir el ceño cuando su mirada se posó en aquel libro grande y grueso. Parpadeó tantas veces que los ojos se le humedecieron. Cuando entró no lo había visto allí o quizá sí; no podía recordarlo. Embelesada por la extraña fascinación que el viejo volumen causaba en ella, no se percató de que la puerta se había cerrado a sus espaldas.

    Avanzó otro poco. Frunció la boca y arrugó su respingada nariz; un olor a encerrado le provocó ganas de estornudar. Hizo tropecientas muecas y movimientos hasta que el escozor cesó lo bastante como para que pudiese respirar sin riesgo de hacer un gran escándalo con sus característicos estornudos.

    La joven ninfa extendió el brazo; dentro de sí un hormigueo desconocido y difícil de reprimir le provocó el inusitado deseo de rozar las gruesas tapas del libro. En cuanto sus dedos hicieron contacto con la aterciopelada piel, la lamparita del escritorio se encendió y el libro se abrió como por arte de magia. La jovencita dio un respingo y se llevó la mano a la boca para ahogar un gritito. Con el movimiento la capucha cayó hacia atrás y dejó al descubierto la gruesa melena indómita color caramelo que la distinguía de entre sus compañeros. Se reprochó por ser tan impresionable; no debería extrañarse tanto de que esas cosas ocurrieran en el mundo que habitaba. Había estado leyendo demasiado sobre Domhan y los duine. Ahí nada era como en Aislingí y no debía olvidarlo.

    Tragó grueso en cuanto el libro detuvo el avanzar de sus páginas. Sin pensarlo demasiado se inclinó para poder leer mejor. Los ojos se le abrieron tanto que creyó que se le podrían salir de las órbitas. Ahí estaban… las palabras que Maoinie había estado recitando durante el receso de la clase de historia de la magia. Esa era la leyenda que explicaba el secreto de la treceava constelación. Cautivada y embelesada por los trazos elegantes y delicados de aquella letra cogió el libro entre sus manos. El sillón se apartó del escritorio como si la invitase a ocuparlo; Enya no lo pensó dos veces.

    El mullido asiento se hundió bajo su peso y la piel crujió mientras lograba sentarse para ponerse cómoda. Una vez alcanzó la mejor posición comenzó a leer en voz queda.

    «Creados Domhan y Aislingí y los habitantes de cada mundo decidimos reunir nuestros dones en un objeto sagrado que ayudase a proteger al mundo onírico del cual dependían las almas de los duine. El crosier sería nuestro legado; el obsequio que como dioses del Aislingí dejaríamos para que ambos mundos pudiesen existir sin depender de nuestra intervención permanente. Si tan sólo hubiésemos sospechado lo que iba a ocurrir…»

    Enya tragó grueso y se lamió un dedo para humedecerlo y poder pasar la página. El corazón le latió con más fuerza al leer y asimilar lo que los dioses de las emociones habían creado. Todo lo que una vez consideró un mito en realidad existía: el báculo sagrado había sido real. ¿Sería cierto todo lo demás? Dejó que sus ojos se pasearan sobre aquella pulcra caligrafía. La necesidad de develar el misterio la espoleaba a leer sin parpadear.

    «Me he reunido con Téigh, Brón, Éaradh, Iontas, Grá y Aoibhneas; ellos están tan consternados como yo y aunque se niegan a intervenir, he sido firme en mi posición. Como diosa del equilibrio no puedo dejar de hacer algo ante el desastre que se ha desatado tras el robo del báculo sagrado. Anord se negó a admitir su responsabilidad; pese a su insistencia, sabemos que Uaillmhian, su primogénito, fue quien robó el báculo. Es él quien está sembrando el terror entre los duine; es él quien provoca sus pesadillas y roba sus almas mientras se encuentran indefensos. Tal bajeza no la podemos permitir y por más que mis hermanos se opongan, no me quedaré con los brazos cruzados para ver cómo nuestra creación queda destruida por la ambición».

    La joven ninfa frunció la boca; sus rosados labios formaron una delgada línea. En su corazón despertó una sensación de incomodidad y rechazo. ¿Cómo podían los dioses pretender desentenderse luego de que todo estuviese de cabeza por su culpa? Como habitantes del mundo onírico se les inculcaba desde muy pequeños un alto sentido de la responsabilidad ante sus actos. De muchos de ellos dependía la estabilidad emocional de los duine. Sabía que era una falta de respeto cuestionar a los dioses; aun así, le resultaba muy difícil no hacerlo. Aquella negativa a intervenir le parecía un total acto de cobardía. Al darse cuenta de que estaba dejándose llevar por sus emociones hizo un alto y respiró profundo. No era propio de ella juzgar sin tener toda la información, así que decidió seguir adelante con la lectura. Quizá las cosas no terminaban tan mal después de todo. Que ambos mundos siguiesen existiendo era buena prueba de ello. Se humedeció el dedo una vez más y enfocó sus ojos en la siguiente página.

    «No sé si habré tomado la mejor decisión. Me pesa muchísimo tener que encargarle a una de mis hijas más jóvenes la tarea de detener a Uaillmhian. Nuestra situación es desesperada y aunque no sea ético, debemos recurrir a todo lo que tengamos a mano. Ella sabe a lo que se expone; ha sido su fe, su lealtad y su valentía la que me ha empujado a pedirle que se encargue de esta misión. Él está loco por ella; su obsesión puede ser nuestra única salvación».

    Enya apretó los dientes con tanta fuerza que sintió una punzada en la mandíbula. Sin poder evitarlo cerró el puño y golpeó el libro como si así pudiese darle a la diosa en todo el rostro. ¿cómo podía Iarmhéid utilizar a una de sus hijas? ¿Acaso no eran ellos los dioses? ¿No podían ellos hacerse cargo? Estaba furiosa y de no ser por el amor que profesaba por los libros, habría arrancado aquella página sin sentir ni una pizca de remordimiento. Bufó indignada y a punto estuvo de cerrar el libro y lanzarlo contra el suelo de no ser por su insaciable curiosidad. Ya que había llegado hasta allí, lo justo era saber cómo había terminado todo aquello.

    «Áilleacht logró atraerlo tal como esperaba. Lo citó en el lugar indicado y eso lo condujo hasta nosotros. Él no llegó a sospechar que le tendimos una trampa…».

    La joven ninfa se quedó inmóvil mientras sus pensamientos no dejaban de darle vuelta en la cabeza. Nunca se imaginó que los dioses fuesen criaturas tan taimadas y traicioneras. Se mordió el labio inferior preocupada por su falta de sensatez; podrían desterrarla si se supiese lo que había llegado a pensar sobre los dioses. Cerró los ojos y negó con la cabeza; necesitaba despejar su mente de prejuicios tan insanos. Bajó la mirada y siguió adelante con la lectura.

    «La lucha fue terrible. A pesar de que hemos logrado detenerlo, la pérdida de mi hija más querida me pesará siempre en el corazón. Quizá por ello no me ha temblado el pulso. Está mal, muy mal que reconozca que me he dejado llevar por la venganza y lo he convertido en una nathair; el vivo ejemplo de lo que un ser como él es: una serpiente rastrera. No me ha importado condenarlo por toda la eternidad a formar parte del báculo. Lo mejor que podemos hacer es que ninguno de los dos esté al alcance de otro espíritu perverso sediento de poder y ambición. Por eso he cumplido el deseo de mi pequeña Áilleacht que, en sus últimos segundos de existencia pidió que del mal se crease algo digno de apreciar. De no ser así lo habría condenado a vivir entre las sombras. No fue fácil; pese a mis deseos y los de mis hermanos, lo hemos transformado en parte del firmamento. Al menos así cada vez que Grian lo roce con su refulgente brillo, el alma de mi pequeña brillará».

    Una lágrima rodó por el níveo rostro de Enya. Se la enjugó con un dedo y tragó grueso. El nudo de emociones que tenía en la garganta le hacía difícil respirar. Cerró el libro y se levantó. Tras dejarlo sobre el escritorio se aproximó al cortinaje. Era pesado y olía a viejo. Lo levantó sin importarle llenarse la mano de polvo. Alzó la mirada hacia el cielo tachonado de estrellas. Jealach brillaba en lo alto y su platinado fulgor le sirvió de referencia. Desvió la cabeza y entrecerró los ojos. Tras algunos segundos de vacilación pudo divisarla. Entre el escorpión y el arquero, la figura del crosier y la Nathair enroscada en su extensión podía verse con claridad. Mientras observaba la treceava constelación recordó la cantidad de veces que se había preguntado de dónde habría surgido. Lo que se les enseñaba desde pequeños es que había sido una invención de los duine; sin embargo, a ella esa explicación le solía parecer vaga e insuficiente. Por mucha imaginación que tuviesen, ella creía que hacía falta algo más para explicar las maravillas que conformaban ambos mundos y no podía decirse que los duine fueran muy propensos a creer en la magia. Tampoco podía decirse, aunque se les enseñase lo contrario, que los dioses eran ajenos a las emociones y las debilidades como cualquier otra criatura. Siendo así ¿Quién era ella para juzgarlos? Si pretendía que los dioses fuesen justos, ella debía serlo también.

    —Llevas razón, en realidad son muy pocos los duine que creen en la magia. Sin embargo, sus almas son tan valiosas como la de cualquiera de nosotros. Sólo por ello merece la pena el sacrificio de salvaguardar su existencia. Respecto de los dioses… es mucho más difícil de lo que se os inculca. El poder trae consigo responsabilidad y también la posibilidad de cometer errores porque en ocasiones nos ciega y opaca nuestra capacidad de impartir justicia. —Enya se volvió con brusquedad al escuchar aquella voz grave y acompasada—. No debes temer, hija mía. He permitido que llegases hasta aquí porque creo que es tiempo de que se sepan algunos secretos.

    La joven ninfa dejó caer el cortinaje. La boca se le secó y las manos le comenzaron a sudar. No todos los días se tenía la oportunidad de ver a una diosa cara a cara.

    —Siento mucho haber leído vuestras memorias —dijo Enya mientras permanecía inmóvil con la mirada clavada en la alfombra.

    Iarmhéid hizo un gesto con la mano para restarle importancia.

    —No debes preocuparte por ello —respondió y esbozó una sonrisa—. Si no hubiese querido que lo hicieras, no habrías podido llegar hasta aquí sin ser descubierta. —Enya alzó la mirada; sus ojos azul verdoso se clavaron en la diosa.

    —Puedo haceros una pregunta? —La diosa asintió con la cabeza—. ¿Por qué ahora? ¿Por qué yo?

    El rostro de la diosa se ensombreció.

    —Porque la historia amenaza con repetirse y necesito que me ayudes… que nos ayudes.

    —El báculo sagrado es inalcanzable y Uaillmhian ha quedado apresado con él. —La diosa desvió la mirada y en su rostro se dibujó algo que a Enya le pareció vergüenza.

    —El crosier no fue el único objeto sagrado que crearon mis hermanos. —La joven ninfa disimuló la sorpresa ante la revelación.

    —¿Por qué no convertís a ese otro objeto como hicisteis con el báculo?

    Las mejillas de la diosa se tiñeron de un rubor parecido al tono del ocaso y Enya estuvo segura de que la diosa estaba avergonzada.

    —Tenemos un pequeño problema —dijo en voz queda—. El objeto se ha perdido y no sabemos quién pudo haberlo extraído de la bóveda donde guardamos todos esos obsequios.

    La joven ninfa se mordió la lengua. A punto estuvo de revelar que para ella esos dichosos objetos lo menos que representaban era un obsequio. No obstante, no era estúpida y sabía que una cosa era pensar y otra muy diferente cuestionar de viva voz a una diosa; lo segundo no era algo que pudiese hacerse sin tener consecuencias. La exasperó sobremanera que la diosa utilizase semejante eufemismo; por lo que podía entender, el objeto había sido robado, no se había extraviado solo. Inspiró muy hondo para aplacar su irritación antes de hablar.

    —Entiendo que me habéis elegido para esta misión, ¿no?

    —Puedes negarte si no te sientes capaz… —replicó la diosa.

    Enya advirtió la provocación. La diosa la conocía y sabía que su peor debilidad era el orgullo. No obstante, no entraría en ese juego.

    —Si pudiera hacerlo no me habríais traído hasta aquí. —Iarmhéid puso gesto adusto—. Lamento si no os gusta mi respuesta —dijo la joven al ver la reacción de la diosa.

    —Lo que no me gusta es tener que hacer esto por segunda vez… créeme, si pudiera no lo haría.

    Enya exhaló un suspiro y decidió aproximarse a Iarmhéid. Luego de lo que había leído sabía que le decía la verdad. Dar el primer paso en su dirección le había costado; en su interior el miedo y el sentido del deber se debatían en una lucha encarnada. Al final ganó el deber. Era una ninfa onírica y como tal debía luchar contra cualquier cosa que amenazara al Aislingí. También debía proteger las almas de los duine y ella era fiel a sus principios. La diosa lo sabía, por eso la había convocado y ella no se negaría a servirle.

    —Os serviré y cumpliré con mi deber —dijo tras inclinar la cabeza en una respetuosa reverencia.

    —No esperaba menos de ti querida mía. —La diosa posó ambas manos sobre la cabeza de la ninfa—. Tu misión será difícil y arriesgada. Has de viajar a Domhan, y encontrar al duine que ha robado la gema sagrada de la verdad; el equilibrio entre Éadrom y Scáthanna depende de que recuperes la gema.

    Enya no tuvo tiempo de reaccionar. En una fracción de segundos se sintió arrastrada en una espiral vertiginosa que la arrancó del mundo onírico y la expulsó luego a un mundo que sólo conocía a través de los libros que tanto había leído.

    Desorientada y angustiada por verse atrapada en el mundo real elevó una plegaria a los dioses para que Iarmhéid no se hubiese equivocado al elegirla y para que en breve pudiese recuperar sus poderes antes de verse metida en serios problemas. Estaba segura de que la diosa no exageraba al decir que el equilibrio entre la luz y las sombras de su mundo peligraba si aquel objeto seguía en las manos equivocadas; también estaba segura, aunque eso no se lo hubiese dicho, de que la estabilidad emocional de todas las almas que habitaban el mundo real estaba expuesta a un grave peligro.

    Un crujido a sus espaldas la puso en tensión. La vibración de una energía oscura y poderosa le advirtió que su aventura acababa de comenzar y que no tendría demasiado tiempo que perder si acaso pretendía hallar la gema sagrada y salvar a ambos mundos de la amenaza inminente que podría destruirlos para siempre.


    Glosario

    Áilleacht: Ninfa onírica. Puede sanar el alma de los habitantes del mundo real a través de los sueños.
    Aislingí: mundo de los sueños.
    Anord: dios del caos.
    Aoibhneas: diosa de la alegría.
    Brón: dios de la tristeza.
    Crosier: el báculo mágico que otorga poder a quien lo posea para controlar el mundo de los sueños.
    Domhan: mundo real.
    Duine: habitantes del mundo real.
    Éadrom : luz.
    Éaradh: dios del asco la repulsión y el rechazo.
    Enya: Ninfa onírica. Escogida por la diosa para emprender la búsqueda de otro objeto sagrado.
    Iarmhéid: diosa del equilibrio.
    Iontas: diosa de la sorpresa.
    Jealach: astro nocturno parecido a la luna.
    Grá: diosa del amor.
    Grian: astro diurno parecido al sol.
    Nathair: reptil similar a una serpiente.
    Scáthanna: sombras.
    Téigh: Dios de la ira.
    Uaillmhian: Mago oscuro del caos; provoca pesadillas y roba el alma a través de los sueños.