Etiqueta: Ficción

  • Pequeños detalles logran grandes experiencias

    Un hombre en actitud pensativa sentado frente a un ordenador. A un lado tiene un cuaderno y un lápiz, una taza de café y un pastel de manzana.
    Imagen libre de derechos tomada de pxfuel

    Dedicatoria

    A todos los que añadís vuestro granito de arena para cambiar realidades y mejorar la experiencia eliminando barreras… Gracias totales, sois los mejores.


    «La inclusión puede ser una criatura mitológica, fantástica o convertirse en realidad;
    Todo depende de que cambies tu forma de pensar». Lehna Valduciel


    Ni me conoces ni te conozco. Da igual. La experiencia que quiero compartir contigo es mera solidaridad entre colegas. Perdona, todavía no me presento. Mi nombre es Gonzalo; soy un lector empedernido que alguna vez soñó con tener un espacio literario donde compartir mi experiencia subliminal con las historias que me han llegado al corazón.

    Lo logré, en efecto, tengo un blog literario; un rincón personal donde escribo reseñas, hago entrevistas, invito a retos literarios y escribo de vez en cuando, si la inspiración me llega de visita.

    Ahora que ya me he presentado deja que te cuente lo que me pasó la última semana. Te pido por favor que leas hasta el final antes de emitir un juicio sobre mí; sé que te pareceré un chalado, pero te juro que todo lo que aquí voy a contarte es cierto, palabrita del niño Jesús que nada de lo que leas es una exageración.

    Lo primero que tengo que reconocer es que yo era de esas personas muy incrédulas; de necesitar ver para creer, mejor dicho, experimentar en carne propia para entender que el mundo no se ciñe sólo a lo que conozco; que hay otro tipo de realidades que pueden resultarme muy ajenas y que, pese a ello, no dejan de existir. Ahora lo sé; antes ni me lo hubiese planteado.

    El caso está en que un buen día me tropecé a Fernando, un colega del curro; iba acompañado por una mujer bajita y regordeta, con pelo y cara de muñeca, con la piel blanquísima y unas gafas muy curiosas porque no eran oscuras, pero tampoco podía verse bien tras el cristal, pues el tono gris en degradé apenas dejaba vislumbrar la forma de los ojos. Me resultó una tía medio excéntrica, a decir verdad; no obstante, no dije nada por delicadeza. Bastante avergonzado me sentía ya pues choqué con ella sin darme cuenta y claro, sumido en la lectura del libro que llevaba entre las manos, no me di cuenta de lo que ella sostenía en las suyas.

    —Joder —solté exasperado—. ¿Acaso no ves por dónde caminas? —alcé la mirada y me topé con los ojos de Fernando que me veía con cara de pocos amigos.

    —La verdad es que no —respondió la mujer agachada tanteando en el suelo.

    Me quedé perplejo sin palabras. La cara se me puso roja como un tomate maduro y comencé a balbucir como si fuese tartamudo. Fernando se agachó y cogió el bastón blanco; la mujer se levantó y mi colega se lo dejó en las manos.

    —Lo siento —me disculpé con voz queda.

    —No pasa nada, hombre —comentó ella como si eso fuese su pan de cada día.

    —Te presento a Liah, Gonzalo —dijo Fernando mientras me veía con los ojos como ascuas y el mensaje velado de si la vuelves a cagar te mato.

    —Mucho gusto —le dije y le extendí la mano.

    —Tú eres el compañero de Fernando que lleva el blog literario, ¿verdad?
    Me quedé mudo de la impresión ¿cómo sabría aquella mujer sobre mi blog? En el momento no respondí. Fernando se ocupó de disiparme las dudas.

    —Sí, él es el que hizo la reseña de tu novela. —ella sonrió de oreja a oreja mientras mi cara se volvía un poema.

    ¿Novela? ¿Qué novela? Mi colega me hizo señas y cuando bajé la mirada, caí en cuenta. Estaba releyendo aquel libro que me había llamado tanto la atención. Vi a la mujer y no pude ni abrir la boca. La escritora del libro que tenía entre las manos era ciega.

    —Me gustó mucho tu reseña y te agradezco mucho la oportunidad que le diste a mi pequeñín. Me habría gustado que describieses la imagen en la entrada de tu blog. Supongo que debe ser la portada del libro, ¿no?
    —¿Describir?
    —Sí, ponerle un texto alternativo… descriptivo —se corrigió la mujer—, así si hay personas ciegas que lean la entrada se pueden enterar de qué sale en la imagen.

    Me la quedé mirando como si me estuviese hablando en japonés, mandarín o sánscrito. ¿Otros ciegos leyendo mi blog? Aquello sería una tomadura de pelo, supuse y la miré ceñudo, aunque ella no se diese cuenta de mi expresión. Como mi lengua tiene esa conexión directa con mi cerebro, hablé sin pensar.

    —Estás de broma, ¿no?
    Ella inspiró hondo. Pocas veces he visto a alguien tan expresivo. Ladeó la cabeza y su cara hablaba por sí sola. Era como si me dijese: ven acá, peque, que te explico… Me sentí como un niño pequeño al que van a develarle un gran secreto que ha tenido siempre en las narices y quien sabe por qué nunca lo había visto.

    El rostro de Fernando, en cambio, era el vivo ejemplo de lo que una mirada asesina es capaz de transmitir en poquísimos segundos. Por suerte la de él no tenía efectos sobrenaturales o yo habría terminado varios metros bajo tierra.

    —Verás, Gonzalo… —Su tono amable de maestra de cole acentuó mi incomodidad.

    —Ahora mismo no tenemos tiempo, Liah —interrumpió Fernando—. Ya le explicaré yo a Gonzalo cómo hacer lo de las imágenes.

    —Vale —le respondió y me tendió la mano—. fue un gusto conocerte, Gonzalo.

    En cuanto mi mano hizo contacto con la suya sentí un corrientazo que me recorrió todo el cuerpo y me puso la piel de gallina.

    Aparté la mano con rapidez y me la quedé mirando. Ella me sonrió y por un instante me pregunté si aquel brillo que me pareció ver tras esas gafas había sido real o sólo producto de mi imaginación.

    —Igualmente —le respondí algo cortado.

    De pronto me descubrí deseando echar el tiempo atrás o quizá tener un poder mágico que me permitiese cambiar las cosas; quizá así dejaría de pasar tantos bochornos.

    —Ten cuidado con lo que deseas. —Creí escuchar de sus labios—. Mezclar la realidad con la fantasía lleva lo suyo y quizá no estés preparado para la experiencia.

    Parpadeé varias veces y me fijé en sus labios delgados. No se habían movido o quizá sí. Fernando se despidió apenas con una seña. Los vi alejarse y desanduve mis pasos mientras lo de la fulana descripción seguía dándome vueltas en la cabeza.

    *****
    No voy a contarte la cantidad de sueños que tuve aquella noche porque de seguro me dirás que mejor consulte a algún profesional o que me tome unos días en alguna de esas residencias de descanso. Lo que sí voy a contarte es lo que me pasó en lo que pude encender el ordenador.

    —Cacharro antojadizo —mascullé mientras avanzaba la dichosa actualización del sistema—. Menudo momento para decidir actualizarte por enésima vez.

    El sonido de la carga del sistema tenía un retintín distinto o eso me pareció. Hice caso omiso; desde el día anterior había quedado algo despistado. Lo que si no pude omitir fue la cara de un fulano que me miraba con gesto ceñudo en lugar de el fondo de escritorio que solía tener por defecto.

    —¿Qué coño? —exclamé.

    El individuo apretó los labios y negó con la cabeza en un evidente gesto reprobatorio.

    —Es mejor que evites las palabrotas, muchacho —dijo y se cruzó de brazos—; irritan mis redes neuronales y luego empiezan los pantallazos.

    Me froté los ojos y comencé a toquetear la pantalla del portátil. El sujeto se echó a reír como si le estuviese haciendo cosquillas.

    —Deja quieto —me dijo y la figura se distanció hasta hacerse del tamaño de un ícono del escritorio antiguo.

    —Debo estar soñando todavía y no me he dado cuenta —murmuré mientras la figura se acercaba y emitía un sonoro chasquido.

    —Mira, no te hagas el difícil, ¿vale? Pediste un deseo y se te ha concedido.

    —¿Deseo? Joer, yo no recuerdo haber pedido ningún deseo.

    —Esa lengua —me advirtió—. claro que sí, pediste el poder de cambiar las cosas. No me digas que te afecta el tío alemán, ¿no? Porque eso sería lo último que nos faltaría. Enseñarte para que luego se te olvide todo.

    —¡Que no he pedido yo ningún deseo, macho! ¿Cómo te lo tengo que explicar?
    —Que sí lo pediste —me insistió—. El asunto es que no se te ha concedido para tus fines egoístas, sino para que transformes desde tu parcela literaria.

    Un fogonazo me hizo recordar el día anterior. Me froté la cara varias veces y me mesé el pelo con tanta fuerza que casi me arranco un mechón.

    —He perdido la chaveta del todo.

    El sujeto bufó y la pantalla del ordenador parpadeó en respuesta.

    —No seas tonto, claro que no has perdido nada, a menos que te refieras al tiempo que estamos perdiendo en lugar de iniciar tu formación.

    A pesar de sentirme dentro de una dimensión paralela y surrealista, decidí seguirle la corriente a ver hasta dónde pensaba llegar aquella alucinación; porque tenía que ser una alucinación por cojones.

    —Supongamos que te creo —le dije poco convencido—. ¿En qué vas a formarme?
    El individuo sonrió de oreja a oreja.

    —Presta atención porque voy a revelarte cómo cambiar realidades… eso sí, debes cambiar primero tú.

    Lo de tener que cambiar no me hizo demasiada gracia, así que me crucé de brazos. Y lo cierto es que me enfurruñé como un crío pequeño. Me fastidiaba tener que alterar cualquier cosa que me hiciese sentir cómodo.

    —¿Y si no acepto? No sé quién seas, pero no puedes obligarme.

    El sujeto se acercó tanto a la pantalla que sólo podía verle los ojos.

    —No puedo obligarte, es verdad, pero puedo darte la tabarra. Soy buenísimo tocándole las narices a los demás. Por cierto, mi nombre es Filadelfio.

    —Ni creas que me intimidas con eso, ¿eh? —El fulano se encogió de hombros.

    De pronto la pantalla se puso negra y el ordenador hizo un ruido que me puso los pelos de punta. Con el temor reptándome bajo la piel ante la posibilidad de quedarme sin portátil cedí sin pensarlo dos veces.

    —Venga, no tienes por qué tomarla contra el ordenador, si él no te ha hecho nada. Además, si te lo cargas menos me vas a poder formar.

    En la pantalla apareció un texto en letras blancas y no era la marca del portátil:
    «¿Desea iniciar el proceso de formación? Pulse aceptar o cancelar para continuar».

    Miré la pantalla, ceñudo. Resoplé y pulsé en aceptar.

    La imagen del sujeto volvió. Se veía de lo más satisfecho y eso me tocó la moral, la verdad.

    —Me encanta que comencemos a entendernos. ¿Ves lo fácil que resulta?
    Evité responderle, entre otras cosas, porque cuando me cabreo suelto un montón de improperios y el fulano ya me había advertido que las palabrotas lo irritan. Además, si podía controlar mi ordenador de aquella manera, no es que tuviese muchas alternativas.

    —¿Y ahora qué? —Me le quedé mirando con los labios fruncidos.

    —Abre tu navegador, vas a ver que experiencia más chachi. —Obedecí; al mal paso darle prisa—. Venga, ahora ve a tu blog y me cuentas qué ves.

    Aquella invitación me puso los pelos de punta; sin embargo, no hice ningún comentario y fui disparado a ver el blog.

    Casi me desmayo y caigo largo a largo en el suelo. Las imágenes no estaban, el texto aparecía desordenado como si las letras no estuviesen en su lugar. Había zonas ilegibles; otras a las que no podía ni llegar porque de pronto la flecha del panel táctil, el ratón, para que nos entendamos se había congelado y no quería funcionar.

    Me puse blanco como un papel; luego la cara se me encendió de la rabia y comencé a respirar como si fuese una locomotora. Di un manotazo contra el escritorio y solté mil palabrotas.

    —¿Qué… diablos… es esto? —pregunté entre dientes.

    Filadelfio apareció con el hombro apoyado contra un lateral de la pantalla mientras se miraba las uñas de la mano izquierda.

    —Eso es lo que yo llamo EBED; es decir, experimentar barreras en directo.

    —¿Barreras? ¿De qué coño me estás hablando, tío? ¿Quién tiene barreras en internet? No digas gilipolleces, por favor.

    El fulano suspiró y ladeó la cabeza. El gesto me recordó a la escritora ciega del día anterior.

    —Muchas personas como tú no saben que internet, además de la autopista de la información, puede ser un puente roto que te deje aislado.

    Lo miré con renovado interés. Ver mi blog convertido en un desastre me había puesto de los nervios; aun así, lo que el sujeto decía me puso a pensar y cuando pienso es difícil que pueda permanecer cabreado durante mucho tiempo.

    —¿A qué te refieres? —El individuo comenzó a moverse de un lado a otro.

    —Hay personas con discapacidades, personas mayores, inmigrantes, gente del otro lado del charco con velocidades de internet que harían que te trepases por las paredes.

    —Vale. Pero ¿qué puedo hacer al respecto? —El tipo se detuvo y me lanzó una mirada tan penetrante que me quedé petrificado.

    Me dio escalofríos porque parecía un maniático. No obstante, evité abrir mi boca no fuese a arremeter de nuevo contra mi ordenador.

    —Podría decirte que conquistar el mundo —dijo y se le escapó una risita—. Tranquilo —agregó y su expresión se tornó seria—. Puedes hacer cambios que ayuden a muchas personas y yo te voy a explicar cómo.

    No supe si me hablaba en serio; aun así, mientras siguiese atrapado en la alucinación no tenía nada más que hacer.

    —Venga —le repliqué y me puse de pie—, pero primero necesito recargar mi dosis diaria de cafeína.

    El sujeto hizo un ademán para despacharme con rapidez. Di un paso en dirección a la cocina y me detuve. Me pudo la curiosidad y lo vi por el rabillo del ojo. Tenía el pelo largo, con rizos desordenados que se le ponían de punta sobre la frente. Unas cejas gruesas y algo angulosas le enmarcaban aquellos ojos rasgados, de ese tono aguamarina que se ve en tantos ordenadores. Tenía una nariz achatada y descomunal, las orejas puntiagudas y una barba firme y alargada que le cubría la perilla. Avancé con rapidez antes de que me descubriese escudriñándolo y no pude evitar pensar que se parecía a un sátiro. Me preparé mi habitual jarra de café y tras volver de la cocina, me senté a esperar las instrucciones.

    *****
    —Lo primero que vamos a hacer —me dijo luego de sonarse los nudillos—, es cambiar la plantilla de tu blog.

    Lo miré ceñudo, ya que me había llevado días encontrar una que me gustase del todo.

    —No me mires así —me dijo—. Necesitamos que tu plantilla se vea bien en diferentes pantallas. Esa que tienes no se adapta.

    Lo vi sin entender una papa de lo que me decía. El tipo chasqueó los dedos. Solté un grito al ver cómo la pantalla se reducía y se agrandaba sola y el navegador mostraba un batiburrillo ininteligible que hizo que sintiese un vacío en el estómago de pensar en todo el tiempo que había perdido al configurar mi blog.

    —No seas quejica, hombre —dijo Filadelfio mientras me secaba el sudor de la frente con el antebrazo—. Es muy fácil. Vete ahí a la sección de apariencia, entra en los temas y escribe en la caja de texto ‘accesibilidad’
    —¿Qué es eso de ‘accesibilidad’? —pregunté mientras seguía las instrucciones y me fijaba en los resultados.

    —Definiciones de accesibilidad hay muchas —me dijo—. Lo importante es saber para qué sirve. —Me le quedé viendo con una ceja levantada—. Además de ser una característica de calidad, la accesibilidad es como una puerta abierta que permite que la mayor cantidad de personas accedan a tu blog y sus contenidos sin barreras. —Le di un trago a mi taza de café.

    La explicación del sujeto me había puesto a pensar. El asunto de las dichosas barreras seguía haciéndome ruido. Sin embargo, me callé y me dediqué a escoger de entre las opciones un tema que fuese de mi agrado. Para mi sorpresa encontré uno muy chulo y lo activé.

    —No fue tan difícil, ¿no? —me dijo.

    Negué con la cabeza, aunque seguir viendo el blog sin imágenes me tenía con el corazón en la boca.

    —Quita esa cara de estreñimiento, macho —me espetó— y prepárate, ahora viene la mejor parte.

    El fulano parecía demasiado contento. Se frotaba las manos y movía las orejas como si estuviese experimentando algún tipo de orgasmo. Ante semejante manifestación guardé silencio y me dediqué a esperar mientras me bebía la segunda taza de café. Desde luego, las ganas de esperar no me duraron demasiado.

    —Eh, amigo —dije para llamar su atención—. ¿será que seguimos con la inducción?
    —A ti no hay quien te entienda, ¿no? Primero que no te podía obligar, ahora parece que tienes un cohete en el culete. —Filadelfio soltó una risita chillona—. Me salió en verso sin mucho esfuerzo. —Puse los ojos en blanco y resoplé.

    —Déjate de cacofonías y dime qué sigue —le exigí —. No quiero pensar lo que pasará si el blog sigue así hecho todo un desastre por tu culpa.

    El individuo puso los ojos como dos rendijillas y se cruzó de brazos. En ese instante supe que me iba a poner al trote y todo por culpa de mi puta impaciencia.

    —Tres cosas muy importantes —me dijo con tres de sus rechonchos dedos—. La primera, añade el widget de traducción; la segunda, usa el widget para añadir HTML mejor que el de añadir texto; la tercera, evita las imágenes de fondo y escoge un color sólido que haga mucho, pero mucho contraste con el color de las letras y…
    —Dijiste que eran tres cosas.

    —Dije tres cosas muy importantes, no dije que fuesen las únicas —farfullé en voz queda y me dispuse a aplicar lo que me decía el fulano—. Deja de quejarte —me dijo—, aunque creas que no me entero, lo entiendo todo a pesar de que farfulles.

    Me puse rojo como un tomate y pese a mis ganas de soltarle una de las mías, me contuve. La verdad es que los cambios tampoco eran nada del otro mundo y el blog comenzaba a tomar forma. Eso hizo que me lo tomase con más calma. A fin de cuentas, aquella alucinación estaba siendo de lo más productiva.

    Alcé ambas palmas en son de paz.

    —Vale, vale —le dije—. Lamento ser tan impaciente, tío. ¿Podemos continuar?
    Filadelfio me miró con los ojillos entornados durante un rato que se me hizo eterno.

    —Bueno… pero como vuelvas a sacarme de mis casillas verás tú —me advirtió.

    —No tienes mucha paciencia, ¿no?
    Al fulano se le encendieron las mejillas y quise maldecir mi lengua. Antes de que fulminase el ordenador o cualquier otra cosa quise disculparme; sin embargo, el sujeto movió las manos para zanjar el tema.

    —Quita, quita… tienes razón, así que te ofrezco disculpas. Es la edad que, quieras que no, me pasa factura de vez en cuando.

    —Disculpas aceptadas —le dije y por fin se sonrió.

    Me fijé en sus dientecillos afilados y me dieron escalofríos. Como aquel tipo dejase el ordenador, se enfadase de verdad y le diese por darme un bocado, me iba a enterar. Lo mejor era mantenerlo contento, por si acaso.

    —Está bien. ¿qué era lo que ibas a decirme antes?
    —Ah, sí. Mira, chaval. Como hay personas que no ven los colores —Mi cara se fue poniendo pálida al imaginarme algo así— es mejor que no dejes todo en manos del color ni siquiera de las negritas o las cursivas, ¿sabes? Hay que darle sentido y ponerlo fácil, así que es bueno usar el HTML.

    —esas son las palabras que van encerradas entre menor que y mayor que, ¿no? —Al tipo se le iluminaron los ojos otra vez y asintió con la cabeza.

    Fruncí el ceño. Había visto algo de eso en algún sitio, pero ahora para acordarme. Además, qué coñazo andar escribiendo tanto. Como si el fulano me hubiese leído la mente me dijo:
    —Abre tu mente, muchacho. Voy a revelarte un secreto que va a ponerte las cosas muy fáciles. Tú préstame atención.

    «como si pudiera hacer otra cosa», pensé y me crucé de brazos.

    —A ver…
    —Para indicar que el texto es un título o subtítulo puedes usar el mismo símbolo de las etiquetas de la red esa donde todos van y sueltan lo que se le pasa por la cabeza sin pensar demasiado.

    —¿Twitter?
    —¡Eso! —me sobresalté por el chillido—. Coño, qué listo eres. Pues tú suma el símbolo y a más símbolos pongas, aumenta el nivel del encabezado. Si usas uno sólo será de primer nivel, si usas dos será de segundo nivel y así, sucesivamente.

    Que aquello fuese tan fácil no me convencía del todo, así que fui a probarlo por mí mismo.

    —Serás incrédulo —me espetó.

    Me sonrojé un poco; por fortuna el individuo de mi alucinación no me lo tuvo en cuenta.

    —¿Hay más trucos de esos? —pregunté porque mi curiosidad iba en aumento.

    —Claro, chaval —confirmó—. Puedes usar un asterisco para iniciar una lista sin orden y un número si la quieres ordenada; y si quieres indicar que el texto es una cita textual puedes colocar un símbolo de mayor qué al inicio.

    Probé en el modo visual de mi blog todo lo que el tipo me decía y la verdad es que todo funcionaba al dedillo.

    —No me lo tomes a mal —le dije con cierto temor—, pero ¿todo esto para qué sirve? —vi cómo torcía el gesto y corrí a explicarme mejor—. Me refiero a ¿a quién ayuda esto?
    —¿Te acuerdas de la escritora de ayer? —Asentí con la cabeza—. Pues a personas como ella que utilizan lectores de pantalla; a personas que usan navegadores de texto; a personas que necesitan cierta estructura con jerarquía para comprender los contenidos, hasta a las personas mayores les sirve. No creerías que iba a enseñarte cosas inútiles, ¿no?
    Mis cejas se alzaron en respuesta a la sorpresa. ¿qué me habría imaginado yo que tantas personas podrían verse beneficiadas con esos cambios?
    —Ella me dijo algo de describir las imágenes… ¿tú sabes de qué va eso?
    —Te ha picado la curiosidad, ¿eh? —El tipo sonrió con picardía.

    Me quedé callado, entre otras cosas porque siempre me ha costado manejar eso de quedar al descubierto. Lo cierto es que sí, ella había logrado sembrarme la espinita y este fulano me la había clavado entera. El orgullo no me permitía admitir nada, aunque creo que a él no le hacía falta ninguna confirmación. Lo había dado por sentado y la peor parte es que había dado en el clavo.

    —Bueno, ¿sabes? O no sabes. —la impaciencia me pudo para no variar.

    —Joder, macho, menos mal que tú no tienes a tu cargo el tiempo o nos tendrías a todos camino a un futuro incierto. —Torcí la boca en un gesto indefinido que reflejaba mi opinión sobre aquella perspectiva—. Mira, eso es muy fácil, aunque ya te digo, no sólo deberías ofrecer una alternativa a las imágenes, deberías hacerlo también al audio y los videos. De todas formas, antes de meternos con las imágenes, algunas cosas que has de tener en cuenta para el texto.

    —No tengo videos ni audios por el momento —dije y me crucé de brazos—. ¿qué es lo que pasa con los textos?
    —Vale, sólo te lo dije a modo informativo, coño, no te cabrees que íbamos muy bien. el asunto de los textos…
    —Ujum. —Lo miré con cara de pocos amigos.

    —Deberías poner un buen tamaño a la letra y si vas a añadir algún enlace, por lo que más quieras, no uses ‘pincha aquí’, ‘más’, y cosas que son tan ambiguas.

    —¿Qué con eso? Todo el mundo pone enlaces así. —Filadelfio me echó una mirada asesina.

    —O sea que si mañana te dicen lánzate por la ventana, tú te lanzas, ¿no?
    —Claro que no, ¿por quién me tomas? No soy ningún idiota, macho.

    —Pues eso. Que todo el mundo ponga enlaces así no significa que tú tengas que hacer lo mismo, chaval. —Pensé que tenía algo de razón en su argumento así que me quedé callado—. Mira, tú imagínate que la única forma que tienes de ir de una página a otra es una lista donde te aparece varias veces el mismo texto… ‘leer más’, por ejemplo. No ves nada del texto de la web, sólo eso.

    —Que putada —murmuré mientras me imaginaba la situación.

    —Lo vas pillando y menos mal, ya me había comenzado a preocupar.

    —Coño, no sabía nada de esto, tío. supongo que otra gente tampoco sabe.

    —Es lo más probable —admitió mientras se sobaba la barba—. Al menos tú comienzas a formar parte de quienes pueden impulsar el cambio.

    No estaba tan seguro de eso, pero no iba a decírselo por obvias razones.

    —¿Y qué con lo de las imágenes? —Se quedó en mute por una fracción de segundos. Los ojillos se le movían de un lado a otro como si tuviese un tic nervioso.

    —Perdona, se me había olvidado —me dijo y se sentó sobre uno de los íconos—. Verás… En esta plataforma donde tienes tu blog es muy fácil. cuando insertes la imagen te van a aparecer varias cajas de texto. Hay una en particular que suele estar identificada con dos palabras: texto alternativo o alt text. —Mientras el tipo hablaba yo me había puesto a cacharrear en el blog y vi que sí, en efecto, las cajas de texto existían—. Bueno, pues en esa que te digo colocas el texto que describa la imagen.

    Me mordí el labio inferior al pensar en todas las imágenes que tenía que describir y el corazón casi se me sale del pecho.

    —¿Hay que describirlas todas?
    —Si crees que aportan al contenido, sí. Si solo son dibujitos decorativos, no, eso ya es cosa tuya. Quita esa cara de susto, joder, que parece que hubieses visto un fantasma o te hubiese dicho que te vas a morir mañana.

    Aquella respuesta me había dado algo de alivio. Sin embargo, me surgió la pregunta de todos los tiempos.

    —¿Cómo coño hago eso? —Mis ojos se quedaron fijos en la pequeña cajita.

    Filadelfio se me quedó mirando y a mí los cojones se me subieron a la garganta. Estaba seguro de que ahora sí iba a cabrearse a lo grande.

    —Chico, muy fácil. tú piensa que estás al teléfono y le estás contando lo que hay en la foto a esa persona con la que hablas. No tiene más.

    Enarqué una ceja. Que todo fuese tan fácil me había sembrado una inquietud. ¿Por qué estas cosas no se sabían? Para no variar, el sujeto me dio el susto de mi vida al gritar de aquella manera por los altavoces del portátil.

    —¡Porque la sociedad es gilipollas perdía, por eso y lo que tiene que enseñar se lo pasa por el coño alante! —Comenzó a deambular de un lado a otro de la pantalla—. Si es que… nadie allí arriba quiere darme un poder porque ya te digo, si yo tuviese un poder… los ponía a asarse a fuego lento.

    Me quedé perplejo ante aquella salida de tono. El individuo se había cabreado tanto que hasta los pelos de la barba se le pusieron de punta. Con aquella guisa ni se me ocurrió preguntarle a quienes se refería.

    —¡Coño! ¿me estás leyendo la mente? o qué. —Me maldije por mi estupidez.

    Lo que me faltaba en aquel momento es que al fulano le diese por querer churruscarme a mí también.

    —Algo así. —me puse blanco como un papel y el tipo se echó a reír—. Es broma, chaval. Lo que ocurre es que todo el que pasa por mis manos se termina haciendo la misma pregunta y pone la misma cara que tú. Es un clásico.

    —Ya veo ya.

    En cierta forma, luego de meditarlo pensé que el fulano tenía razón en cabrearse así. Con cosas tan sencillas de aplicar no se justificaba que no se hiciese más difusión y que esas cosas no se enseñasen. Qué sé yo, que hubiese un apartado en la sección de ayuda de todas las plataformas que alojan blogs o páginas web no vendría nada mal. Me quedé absorto en mis cavilaciones. El visitante inesperado de mi ordenador comenzó a carraspear como poseso. Me fijé que se atusaba el pelo y la barba y me pregunté con qué me iba a salir ahora.

    —Es hora de irme —me soltó y tuve que parpadear por la impresión.

    —¿Te vas ya? ¿Esto era todo?
    El tipo me vio con una ceja levantada.

    —Claro, ¿qué esperabas? Este es el curso para principiantes.

    —Bueno… no sé, es que pensé que todo iba a ser más largo, pesado y complicado.

    Filadelfio puso los ojos en blanco.

    —No hijo, no. Como te mantuviese aquí durante otra página más, se te funden las neuronas o te peta la patata, una de dos; con esa ansiedad tuya no llegábamos muy lejos.

    —Qué considerado, tú —le dije y me incliné contra el respaldo de la silla.

    —¡Ja!
    La risotada me dio un susto tan grande que me fui hacia atrás con todo y silla. Me golpeé la cabeza con tanta fuerza que en los ojos se me formaron chiribitas y habría jurado que a mi alrededor revoloteaban seres diminutos idénticos al que se había apropiado de mi ordenador.

    No puedo precisarte cuánto tiempo estuve despatarrado en el suelo. Lo que sí puedo decirte es que desde ese día nada ha sido igual. No me he vuelto a topar con el intruso aquel y, aunque por mucho tiempo creí que había sido producto de mi imaginación, la verdad es que los cambios en el blog siguen ahí y desde entonces tengo más visitas y comentarios, San Google trata mi sitio con más cariño y he conocido a muchas personas increíbles desde que cuido más mis contenidos y la forma en que se los ofrezco a los demás. Algunos dicen que ahora soy inclusivo. Yo prefiero dejar de lado la etiqueta y pensar que ahora ofrezco contenidos con calidad que muchas personas pueden disfrutar sin importar cuál es su condición, cómo interactúan con la tecnología, la edad que tengan, la cultura a la que pertenezcan o el idioma que hablen. Y lo mejor de todo ¿sabes qué es? Que tú puedes hacer lo mismo también y sin que te visite el ser fantástico que de vez en cuando se cuela en los ordenadores para dejarte el legado de cambiar realidades y mejorar la experiencia de muchos mediante pequeños detalles.

    No me malentiendas, el sujeto puede llegar a ser simpático luego de que lo piensas con cabeza fría. Eso sí, el susto de muerte que te puedes evitar si tienes en cuenta mi experiencia no es moco de pavo.

    Dicho lo dicho, si acaso te encuentras con Filadelfio, ven a mi blog y déjame tu comentario.


    Notas de la autora

    Essta historia surgió con la idea de difundir estrategias sencillas de aplicar por quienes tengan blogs y deseen ofrecer contenidos accesibles. No hay detalles en extremo técnicos ni se han incluido aspectos avanzados. La idea es que cualquiera pueda aplicar las recomendaciones, aunque no posea demasiados conocimientos sobre herramientas tecnológicas.

    Si te ha gustado esta historia o si crees que puede resultarle útil a alguien, difúndela y pon tu granito de arena en que más personas podamos disfrutar de contenidos en internet con calidad y sin barreras. Y si quieres realizar tu propio aporte para mejorarla, deja tu comentario; prometo tenerlo en cuenta y buscar la forma de agregarlo.

    Gracias a todos por estar allí. Os abrazo muy grande y fuerte.

  • El secreto de Ceannródaí

    Hermosa chica feérica rubia con una larguísima trenza y un vestido que camina en un bosque.
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com

    Me asomé al vetusto espejo. Busqué adecuar mi apariencia a lo que mejor se ajustase al encargo que me habían encomendado esta vez. Un simple toque me bastó para que mi cabellera creciese sedosa y lustrosa; mi cuerpo adoptase la sinuosidad suficiente para resultar apetecible y mi rostro larguirucho y poco agraciado se transformase en el de una criatura irresistible; una a la que nadie se negaría a mirar. Satisfecha con el resultado abandoné mis aposentos tras dar una última mirada; sabía siempre cuándo tenía que abandonar mi refugio; nunca, cuándo volvería a él.

    Te preguntarás quien soy o quizá, solo sea un tonto deseo por mi parte que, acostumbrada a ser invisible para este mundo, desearía por primera vez que alguien tuviese un poco de genuina curiosidad por saber quién soy.

    Confío en que habrás deducido que soy una cambiaformas. Es lo más evidente, desde luego. Ya has visto cómo he modificado mi aspecto.

    Nací durante el siglo primero de Síceapaite. Una tierra apartada del resto de mundos feéricos y, por supuesto, del mundo mortal que tú conoces. Una tierra donde no brilla el sol ni crece la vegetación como la que, de seguro, conoces; una tierra donde el firmamento es plomizo y la noche ofrece una sempiterna oscuridad carente de brillo. Una tierra yerma a donde se desterraron a todas las criaturas demasiado diferentes y sí, demasiado poderosas para convivir con los demás. Claro que, el destierro no ha evitado que reyes, reinas, incluso dioses, nos recluten como herramientas útiles para sus fines más oscuros.

    Nosotros los dúnbhásaithe, poseemos la magia de los brujos oscuros, la cualidad de cambiar nuestro aspecto como un druida, el dominio de los elementos como los feéricos y el don de la sugestión como cualquier hada. Somos únicos e indeseables.

    No conocemos la moral y nuestro único principio transversal es la supervivencia propia y de nuestra especie. Somos poderosos; pese a ello, como nada en el universo es lo bastante perfecto, nuestro poder es limitado y una vez se agota, somos vulnerables como cualquier criatura mortal. La inmortalidad entre nosotros ha sido negada y justo esa es nuestra mayor debilidad.

    Somos explotados de forma indiscriminada por lo que nuestra esperanza de vida suele ser demasiado corta. Por eso, anhelamos la inmortalidad, la libertad y el amor. Este último, es un sueño inalcanzable porque nuestra raza carece de emociones. Esa es otra de nuestras debilidades, aunque algunos se engañen creyendo que es una de nuestras mejores y más valiosas fortalezas.

    Imagino que ahora habrás comenzado a entender por qué se nos ha desterrado, se nos teme y se nos utiliza.

    Por si no salgo viva de esta, me presento: soy Ceannródaí; dúnbhásaithe mercenaria de la reina Uaillmhianach y en menos de unas cuantas horas, la asesina del rey de Iontach.

    ******
    El bosque parece silencioso. En lo alto la luna brilla exuberante opacando el tenue titilar de los diamantes que la acompañan rubricando el manto aterciopelado de esa portentosa oscuridad que tanto me ha fascinado siempre. Sí, soy asidua a la noche, lo tenebroso, lo desconocido. Cruzar la frontera entre ambas tierras no fue difícil; lo he hecho demasiadas veces; tantas, que ya reconozco las trampas a cierta distancia.

    Me muevo con agilidad fingiendo una despreocupación que estoy muy lejos de experimentar. Mis sentidos están alertas; mi mente permanece concentrada en ubicar a mi objetivo.

    Detengo mi andar en cuanto escucho acercarse la comitiva a galope. Descubro al instante la traición; no me coge por sorpresa, ya la esperaba, siempre es igual.

    Sé que ya me ha visto. Puedo percibir su lujuria elevarse ante la imagen que ofrezco y que, sé, explota su lívido. Me desea y decide tal como era de esperarse. Desoyendo a sus escoltas, cambia el rumbo. Se dirigen ahora hacia mí.

    Reinicio la caminata y me finjo distraída. Todo ocurre con una velocidad de vértigo. Los caballos relinchan y piafan ante mi presencia. El rey grita; sus soldados intentan obedecer. Extiendo mi poder y me hago con la voluntad de las bestias que, bajo mi control se encabritan y los jinetes caen sin poder evitarlo.

    Ambos soldados se ponen en pie y desenfundan sus espadas, aunque saben que será inútil en cuanto adopto mi verdadera apariencia.

    El primero se abalanza espada en mano y lanza un mandoble que no llega a rozarme pues lo he hecho trastabillar forzando que la tierra bajo sus pies se mueva.

    Arrojo mi daga certera y le atravieso la garganta. El soldado cae desangrándose. Su compañero viene a por mí. Me mira con repulsión y desprecio. Me grita cientos de insultos mientras lanza mandobles una y otra vez. Me ha rozado con su espada tres veces; no obstante, me muevo demasiado rápido como para que llegue a notarlo.

    Invoco al viento y el hombre suelta un grito feroz que muere en cuanto provoco que este lo arroje contra los árboles. Una rama lo atraviesa desde la espalda y asoma por su vientre. Me mira con incredulidad hasta que sus ojos se apagan y la vida se escapa a un plano distinto.

    Mis heridas sangran; eso tampoco me resulta desconocido. Me aproximo al rey luego de haberle arrancado mi daga al soldado muerto. Su alteza permanece tumbado de espaldas en el suelo. Su rostro muestra un rictus de dolor y una palidez enfermiza. Se ha roto la espalda al caer de la montura y es incapaz de moverse. Me pide ayuda; se esfuerza en ofrecer y tentar una compasión que no existe en los seres como yo.

    Me acuclillo con la daga en la mano. Termino por cercenarle la garganta. Sus ojos me miran confundidos.

    Me yergo al escuchar los cascos aproximarse con cierta lentitud. El rey ve a su mujer y un brillo de comprensión aparece en su mirada justo antes de que la misma se torne vidriosa. Articula un por qué, lo he podido ver con claridad. Ella sonríe de lado, satisfecha al verlo exhalar su último aliento.

    Los soldados que la acompañan desmontan. Mantengo firme la daga.

    Alza la barbilla y me mira con altivez. Su arrogancia terminará por acabar con ella, solo que todavía no lo sabe.

    —Detenedla —ordena.

    Clavo mis ojos en ella, no quiero perderme su expresión.

    Se lleva las manos a la garganta. Su sangre real empapa sus sedosos guantes. Me mira incrédula y aunque intenta pedir ayuda, tiene la boca llena de sangre y termina desplomándose de la montura.

    Los soldados luchan para zafarse de las enredaderas que los sujetan hasta las rodillas. Me acerco a la reina; todavía respira, aunque le queda muy poco para hacerle compañía a su rey.

    —Lo peor que puede hacerse con un dúnbhásaithe, es subestimarlo y creer que se le puede traicionar con facilidad.

    Arranqué mi daga de su garganta. La sangre comenzó a fluir muchísimo más rápido. La reina me miró consternada. Desvió sus ojos al ver la figura que acababa de materializarse junto a nosotras y supo que había sido traicionada por alguien más.

    —Hiciste un buen trabajo —me dijo guardando las distancias.

    —Ya sabes dónde enviar el pago.

    —No tienes que irte tan pronto.

    Miré al druida oscuro y hurgué de forma sutil en su mente. Con el poder que tenía reservado, me desvanecí no sin antes dejarle un mensaje alto y claro a través de la conexión que había logrado establecer sin que se diese cuenta.

    —Más vale que pagues tu deuda, o el próximo en acompañar a los reyes serás tú, Saudach.

    —Maldita zorra —masculló mientras se esforzaba por dar con mi paradero.

    —Por eso sigo viva.

    ******
    Me desplomé en cuanto pisé mi refugio. Vaciada de poder y herida como estaba no tuve otro remedio que aguardar a que esta vez pudiese sobrevivir. ¿cuánto tardaría mi recuperación? Ni yo misma podía determinarlo. Todo dependía de la rapidez con la que mi cuerpo quisiera ponerse en funcionamiento otra vez.

    ******
    Una mano delicada y de tacto gélido comenzó a ocuparse de mis heridas. Exhalé un suspiro y abrí los ojos.

    Kosanta se ocupaba de mí, como siempre. Desvió su mirada en cuanto se cruzó con la mía. Él evitaba demostrarme sus emociones y yo valoraba su esfuerzo moderando mi acritud.

    —¿Cuántos días?
    Clavó sus ojos dorados en mí.

    —Casi una semana. —Asentí con la cabeza y volví a cerrar los ojos.

    —¿Llegaron todos los ceadanna?
    —Todos, menos uno.

    Sentí su movimiento y lo cogí por la muñeca. Pensé que se zafaría de mi contacto; no lo hizo. Lo escuché inspirar muy hondo antes de hablarme.

    —No aguantarás mucho más.

    —Lo sé —respondí y lo liberé de mi agarre—. Aguantaré todo lo que pueda.

    —Podrías retirarte —dijo— alguien más puede sustituirte si lo entrenas.

    —Sabes bien que no es tan sencillo. Allí fuera hay muchos más como yo.

    —No como tú, Ceannródaí. —Su mano me acarició el rostro—. Hay mercenarios, asesinos; ninguno de ellos sacrifica su existencia para obtener esos salvoconductos.

    —Cada quien se busca la vida como puede —apostillé—. Sobrevivir es su única meta.

    —No la tuya… Si tan solo explicases.

    —No lo entenderían, lo sabes.

    Suspiró. Abrí los ojos. Su semblante era el de siempre que teníamos aquella discusión.

    —Yo solo sé que es injusto que te sacrifiques y que nadie lo valore —dijo con la voz trémula-. Que todos te repudien porque no saben en realidad lo que obtienes a cambio.

    —Te he dicho mil veces que no debes sufrir por algo que yo no sufro, Kosanta. Esto no es un asunto de reconocimiento; eso es algo que no necesito ni espero.

    »Hago lo que hago porque es justo que mi raza tenga la oportunidad de ser libres como el resto de criaturas sobrenaturales. Que puedan decidir otro destino.

    —Lo sé. —Sus ojos dorados me vieron con anhelo.

    Guardamos silencio, también como siempre que llegábamos al mismo punto. Hacía un esfuerzo por comprenderme; yo lo sabía. Desde su mentalidad y sus necesidades humanas, la vida tenía distintas perspectivas. A su lado he aprendido mucho, entre otras cosas, el valor de la justicia. Lo que no he podido aprender es a sentir; a amar en esa medida en que él se entrega a mí; a mi cuidado, a mi lucha. No se lo he pedido, lo hace porque según él, alguien tiene que cuidar de mí. alguien tiene que enseñarme a amar. Le he explicado cientos de veces que no experimentamos las emociones humanas; pese a ello, sigue aquí, conmigo.

    No puedo negar que quizá sí que somos una pareja perfecta. No creemos en las mismas cosas de la misma manera; aun así, seguimos adelante. No sentimos ni afrontamos las pérdidas con la misma fortaleza; sin embargo, sabemos que contamos el uno con el otro. Es la única criatura en la que he llegado a confiar.

    Miento y me disculpo por ello. También he confiado en ti al contarte sobre mí y sobre él. No obstante, yo de ti iría con cuidado porque si alguien más llega a saber de su existencia y algo le pasa, sé a quien he de cobrarle la deuda. Y no lo dudes un instante, sabré donde ir a por ti.


    Este relato ha sido escrito para participar en el desafío imagena junio 2020, propuesto por Jessica Galera Andreu.

    Elementos a utilizar en el desafío:

    1. La foto incluida en la entrada
    2. que la protagonista fuese una malvada
  • Los héroes también tienen pesadillas

    Un niño de entre 7 y 8 años con magulladuras en rodillas y en el rostro, sentado sobre un arcón. Tras él en la pared proyecta la silueta de Batman. La atmósfera de la estancia es algo triste y apagada. el niño permanece con cara pensativa.
    Imagen libre de derechos de Lothard Dieterich.

    La tarde ofrecía una brisa cálida, un sol brillante y un cielo claro donde las nubes jugaban a crear formas divertidas.

    Se asomó por la ventana y la vio en el jardín trasero. Salió corriendo de su habitación con Manchas siguiéndole muy de cerca. Descendió por las escaleras brincando a cada dos escalones y sonrió triunfal cuando aterrizó con ambos pies sobre la pequeña alfombra que su madre mantenía a los pies de la escalera.

    —Quieto ahí, Mike —dijo su madre cortándole el avance con los brazos en jarra—. ¿A dónde vas?
    —Nela está en el jardín, mamá —dijo como si aquello fuese razón suficiente.

    —De acuerdo, pero solo un rato, ¿eh? Luego vendrás y harás tus deberes.

    El niño asintió con la cabeza y salió disparado antes de que su madre pudiera cogerle para llevar a cabo el tedioso ritual de aplacarle el pelo rebelde y meter su camiseta por dentro de sus pantaloncillos cortos.

    Se percató de que tenía los cordones de una zapatilla sueltos y se agachó para atarlos con un lazo doble. Tras ocuparse de eliminar cualquier cosa que pudiera representar un peligro para una eventual escapada fugaz, se aproximó al jardín de su vecina.

    Manchas maulló con fuerza. Se arqueó y sacó las zarpas. Él sabía por qué; también lo había visto y estaba demasiado cerca.

    Inés se alejó de su hermana pequeña cuando el móvil comenzó a sonar con aquella melodía estridente. Mike echó a correr para evitar que se marchara, pero no llegó a tiempo. La verja lo había retenido demasiado. Estaba perdiendo la costumbre y la agilidad y eso no debía pasar.

    Sentada en su silla de ruedas, Nela se esforzaba por aumentar la distancia, pero aquella criatura monstruosa se movía demasiado rápido y la silla tenía el freno puesto.

    Desesperado ante la posibilidad de que el recolector atacase a su amiga otra vez, Mike se dobló y recogió dos piedras antes de echar a correr con todas sus fuerzas.

    Frenando y deslizándose entre la silla de ruedas y el monstruo, lanzó una piedra y luego la otra. La primera pasó a centímetros de aquella cornamenta repugnante mientras que la segunda dio en el blanco. La criatura chilló y se lanzó a por el chaval alejándose de la silla. Manchas echó a correr y de un salto llegó al regazo de Nela.

    Con la intención de alejarlo tanto como le fuese posible, Mike fue provocando al recolector que, no perdió tiempo en iniciar su persecución y señalarlo como objetivo.

    La criatura intentó embestirlo, pero Mike lo esquivó al rodar por el agreste terreno. Se raspó las rodillas y los codos, pero no le importó. Lo único que tenía en mente era que aquella criatura no se llevase el alma de Nela. Cogió varias piedras y se las lanzó. Muchas se perdieron sin dar en el cuerpo de aquella bestia, pero otro tanto sí que dio en el blanco.

    Frunció la nariz cuando vio aquel líquido espeso, verdoso y pestilente manar de las heridas del recolector.

    —Eres un crío estúpido —siseó la bestia—. Cuando acabe contigo, iré a por ella y tendré las almas que necesito.

    —Primero tendrás que atraparme, ¿no?
    La bestia dio un gran salto y ambos entraron en los predios del tupido bosque que circundaba su casa y la de Nela.

    Redujo un poco la velocidad porque necesitaba que la criatura lo persiguiese sin cambiar de opinión.

    Cuando llegaron al claro del bosque, el atardecer se vislumbraba en la bóveda celeste. Miles de formas fantasmagóricas; sombras espeluznantes se formaban entre los árboles y los arbustos. Inspiró hondo varias veces y tragó grueso cuando lo vio acercarse.

    Era todavía más horrible que el que los estuvo persiguiendo hacía unos meses.

    La criatura curvó lo que, en teoría deberían ser unos labios. Una hilera de dientes puntiagudos se extendía a lo largo de la curva. El recolector sacó su lengua y Mike pudo ver el aguijón. Tenía que ser valiente por Nela, ella ya lo había salvado una vez; por eso estaba en aquella silla; no podía rendirse, no justo ahora.

    La criatura hizo un ruido esperpéntico y Mike comenzó a temblar. Recordó la primera vez que había visto a Nela, sus hoyuelos al sonreír y la forma en que arrugaba la nariz cuando le explicaba cómo matar a cada monstruo. Ellos eran los elegidos y una vez te daban ese honor, ya no podías rendirte nunca jamás.

    Dio un brinco hacia atrás y evitó las garras venenosas por los pelos. Rodó por el suelo y se escabulló entre sus espantosas patas. El recolector se dobló sobre sí mismo para intentar cogerlo, pero Mike fue más rápido y al ponerse de pie, le dio una patada en el trasero a la criatura que fue a dar con las napias contra la roca que tenía en frente.

    El ruido de algo duro al quebrarse le dio escalofríos. Jadeante como estaba solo era capaz de pensar en Nela y en mantener a aquella cosa espantosa lo más alejado de ella.

    La criatura se levantó dando tumbos. El cuerno que sobresalía desde su hocico se había quebrado casi desde la raíz. Supo el instante preciso en que tenía que echar a correr antes de que aquella criatura se lanzase de nuevo al ataque y eso justo fue lo que hizo.

    El corazón le galopaba dentro del pecho, el aire le quemaba la garganta y la nariz. Los ruidos del bosque se iban interrumpiendo a su paso y tras cada chillido de aquella bestia el silencio que surgía en respuesta, se tornaba horripilante. Tropezó y dio con las rodillas en el suelo raspándose con los arbustos gran parte del rostro. Se volvió en el momento exacto en que el recolector lo apresaba entre sus garras y acercaba su aliento fétido hasta su boca.

    —¡Mike! ¿Despierta ya! —Se incorporó de golpe con el pelo pegado a su cabeza y una capa de sudor resbalándole por todo el cuerpo.

    —¿Qué pasa?
    Nela se cruzó de brazos haciendo un puchero. Se frotó los ojos bastante desorientado.

    —Te volviste a quedar dormido mientras leíamos el libro… —El chaval tiró de su camiseta para secarse el sudor que se le metía en los ojos—. ¿Cómo vamos a exponer mañana si tú te duermes?
    —¿Exponer?
    —¡Mike! Si sigues así de memo no voy a volver a sentarme contigo en clase.

    El niño se levantó, se tumbó en el suelo boca abajo y se asomó debajo de la cama. Luego comenzó a hurgar por toda la habitación.

    —¡Qué estás haciendo, jope! Verás tú como venga mi madre y me suelte una regañina por culpa de tu desorden.

    —Busco a los monstruos.

    —No seas tonto, Mike… los monstruos no existen.

    El grito de la madre de Marianela se escuchó amortiguado, pero con la suficiente claridad como para que la niña abriese mucho los ojos.

    —Venga, vamos a merendar… mi madre ha hecho bizcocho de chocolate y tenemos helado también. —La chiquilla tiró de su camiseta apremiándolo a moverse.

    Mike no dejaba de sentir como si alguien los estuviese vigilando. La piel se le puso de gallina cuando Nela salió disparada de su habitación. Escuchó sus pasos corriendo por la escalera y respiró hondo. Se volvió solo un instante y por el rabillo del ojo vio lo que creyó eran varias sombras moverse entre los muebles y las paredes. Le pareció escuchar voces muy bajitas y se quedó petrificado un instante. Los gritos de Nela lo hicieron apresurarse.

    —La próxima vez no escaparás…
    Se volvió con brusquedad, pero no vio nada. Se encogió de hombros y pensó que quizá Nela tenía razón y tendría que dejar de leer tanto terror por las noches.

    Dejó la puerta entornada y salió corriendo hacia las escaleras… por eso no vio los siniestros ojos endrinos que lo miraban marchar, difuminados entre las sombras.


    Este relato ha sido escrito para participar en el Va de reto de mayo 2020, propuesto por Jose a. Sánches, @JascNet.

    Elementos a utilizar en el desafío:

    1. La imagen que se propone y que está incluida en esta entrada