La gelidez en su tono le provocó escalofríos. Las palabras se le agolpaban en la garganta; tuvo que dejarlas en libertad o se atragantaría.
—Se arrepentirá, detective —soltó en voz alta.
—¿Es una amenaza? Le recuerdo que está en una comisaría rodeada de policías y testigos.
Samantha resopló. Que un agente la guiara fuera del lugar casi a empujones la crispó.
—No se lo tenga en cuenta, señorita Finch. Marlon no es mal tipo y es un estupendo policía de homicidios.
—¿Usted es? —preguntó un poco desorientada.
—Lucas Trevor. —Enseguida giró el rostro en dirección a la voz—. Puedo llevarla si gusta. Sé que antes me mostré un poco brusco, no lo hice por mal, es solo que…
—Nadie quiere a una ciega dando por culo, lo entiendo, no se preocupe.
El hombre carraspeó y reprimió una risita.
—Comparta el chiste conmigo —invitó ella.
—No piense que me burlo de usted, es solo que sigue siendo tan deslenguada como siempre y esperaba…
—Moriré deslenguada, entre otras cosas, porque afortunadamente solo se me jodió el quiasma óptico. El resto de mis neuronas funcionan.
—Y vaya si funcionan —masculló Lucas—. ¿Me acepta un café?
—Solo si no es la bazofia que soléis beber ahí dentro —señaló hacia donde creyó que estaba la comisaría.
Desde entonces y tras cada desaparición, Lucas acudía a Samantha. El detective no daba crédito a la precisión de la información que ella les ofrecía en ocasiones. Pese a su reticencia y a sus dudas; al rechazo contundente de Patterson a contar con su ayuda, el detective había mantenido contacto continuo con la periodista; no solo por disponer de alguien con una perspectiva tan analítica, sino porque le preocupaba su seguridad. Al menos había sido así hasta la noche en que había descubierto que no existía ninguna fuente.
Samantha se había hecho un ovillo, tumbada en el sofá de su salón. Por más que Lucas la sacudía con la intención de despertarla, ella continuaba sumida en un estado que el detective no había visto jamás. Frenó el bofetón justo a tiempo. Los enormes ojos acerados de Samantha miraban desorbitados al vacío.
—¿Qué coño ha sido todo esto? —preguntó apenas la vio parpadear—. ¿Consumes drogas?
Samantha se enjugó las lágrimas y negó con la cabeza.
—Te lo explicaré, aunque nunca vuelvas a creer en mí.
—Habla, no puede ser tan grave —dijo y se sentó frente a ella.
La periodista le contó la verdad, aunque omitió un pequeño detalle. No lanzaría una acusación tan grave hasta no contar con alguna certeza.
—¿Esperas que crea que eres una especie de clarividente?
—Desde luego que no —replicó y tras encoger las piernas se abrazó las rodillas—. Esto no va de ver el futuro, Lucas. Se trata de un vínculo distinto. Yo veo a través de los ojos del asesino.
—No esperarás que te crea, ¿verdad? —ella negó con la cabeza y al detective se le encogió el corazón.
Pese a lo descabellado de aquel asunto, la vio tan resignada que experimentó una punzada de culpabilidad.
—Hoy ha ido a por la tercera víctima. Es una Estudiante universitaria. Si no es nadadora, debe practicar algún otro deporte acuático.
—No sigas con esto —dijo y se puso de pie—. Será mejor que me marche. —Ella asintió con la cabeza en un gesto casi imperceptible.
Una semana después, Lucas había regresado. La vergüenza se traslucía en el tono de voz y esa manera singular de titubear que solía aflorar cuando más incómodo se sentía.
—¿Hay alguna posibilidad de que sepas algo más?
—Pasa, te daré lo que llevo apuntado hasta ahora; con eso creo que podréis encontrar el cuerpo.
Samantha no necesitó verle la cara. La forma en que se dejó caer en el sillón le habló de su abatimiento.
—Tendría que haberte escuchado; debí haberte creído.
Ella le extendió una mano.
—Todavía no es demasiado tarde, le cogeremos; yo te ayudaré todo lo que pueda.
El insistente sonido de las notificaciones la catapultó de vuelta. El último mensaje en el chat cifrado hizo que el corazón le diese un vuelco.
«Voy a por ti, preciosa. Falta muy poco». Samantha revisó los mensajes previos. La desconexión intempestiva había interrumpido el mensaje de advertencia de Lucas. «¿Sabes quién soy?». La idea que cruzó por su mente le aceleró el pulso. El timbre de la puerta sonó una vez más de lo habitual. Cogió el abrecartas y se lo guardó bajo la manga de la sudadera sujeto con la correa del reloj.
—Señorita Finch, es la policía. Soy el detective Patterson. ¿está Trevor con usted?
Samantha entornó los párpados. Con cautela se aproximó a la puerta y cogió el bastón. Plegado como estaba lo mantuvo oculto a sus espaldas y abrió la puerta sin retirar la cadena.
—Lucas no… —Marlon Patterson empujó la puerta.
La chapa de la cadena saltó con la embestida. La periodista reculó un par de pasos. El hombre entró dispuesto a abalanzarse sobre ella. Samantha tiró de la liga y el bastón se extendió. El sonido sorprendió al policía el tiempo suficiente para que ella cogiera el bastón como si fuese un bate de beisbol. Con el corazón en la garganta lanzó el primer bastonazo. El jarrón en la mesita cerca de la entrada estalló convertido en añicos. ambos respiraban jadeantes. El crujido de los cristales la ayudó a abanicar de nuevo el bastón.
Marlon chilló. La esfera giratoria le había dado de lleno en el pómulo. Furioso, saltó sobre ella. Ambos cayeron al suelo. Rodaron hechos una madeja de brazos y piernas. La periodista recordó el abrecartas y lo cogió con la mano diestra. Desesperada, se revolvía bajo el cuerpo masculino; entre tanto, Marlon le aferraba la muñeca. Ella levantó la izquierda y le clavó las uñas en el rostro. El policía gritó y aflojó el agarre. Impulsada por la adrenalina, aferró el abrecartas y se lo hundió varias veces.
El olor ferruginoso se le filtró por la nariz. La humedad viscosa que le empapó las manos hizo que se le resbalara el objeto. La fetidez a baño de carretera le revolvió el estómago.
El policía se desplomó sobre ella. La angustia de verse atrapada le llenó los ojos de lágrimas.
—Pudimos haber sido los mejores —le susurró muy cerca de la oreja antes de exhalar su último aliento.
Samantha gritó. El alarido se impuso a la advertencia de la policía que entraba en tromba en el piso.
—Está a salvo, señorita. Nos ocuparemos —aseguró un agente.
—¡Sammy! —La voz de Lucas le devolvió el alma al cuerpo—. ¡Déjame pasar, Nicholson! ¿Sammy, estás bien?
Ella extendió los brazos. El detective la estrechó con fuerza.
—LO, lo maté; creo que lo maté.
—No pienses en eso ahora —dijo y la ayudó a levantarse.
Tres semanas después, Samantha volvía a teclear como posesa frente al ordenador. Otro asesino serial rondaba por la ciudad. Las noches volvían a teñirse de escarlata. La cacería había comenzado de nuevo.
Esta historia fue escrita para participar en el Va de reto de agosto 2021 propuesto por Jose A. Sánchez. La premisa era escribir una historia que ocurriese durante la noche.