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  • Kaencalot – El origen

    Un ser con rasgos femeninos que camina sobre el agua dejando una gran honda con centro en su pisada. Está calva y lleva algo parecido a un traje que solo tapa algunas partes y está completamente pegado a la piel. Hay detalles similares en la cara y las rodillas semejando casi tatuajes o una máscara. Sus labios son ligeramente rojizos; sonríe con amabilidad y confianza. Por todo el cuerpo tiene líneas y ramificaciones geométricas.
De la figura salen por los costados unas alas hechas de una materia sin consistencia, semitranslúcida, aparentemente mitad humo mitad luz que se expanden casi en horizontal desde el torso de la figura hasta los límites de la imagen. Al fondo se ve el universo plagado de estrellas. Detrás de la parte superior de la figura hay una luz sin un origen determinado que le da un aspecto de entidad superior. toda la imagen está matizada en tonos lilas y violetas.
    Imagen de Stephan Keller en Pixabay

    Sinopsis

    Kaencalot, el receptáculo que guarda los secretos de la magia más poderosa conocida en nagelot ha desaparecido de ahidris, el templo sagrado. El octágelot, su guardián ha sido asesinado y todo apunta a un único responsable: Sixtrius, el primogénito de Aletris, reina desterrada de Nagelot y exiliada en el enclave conocido como Dubdáleon.

    Kayla, una simple escudera en el Eddágelot será la única criatura capaz de ocupar el lugar del octágelot, pues su verdadera naturaleza y el poder que late en su interior, aunque oculto, es la llave que permitirá desvelar los secretos sagrados del Kaencalot.

    Sixtrius está dispuesto a todo con tal de demostrar su inocencia; Kayla está dispuesta a recuperar el legado que su abuelo protegió hasta el último día de su existencia. Unidos por algo más que un objetivo común, ambos deberán enfrentar a sus enemigos antes de que la oscuridad logre hacerse con los secretos que la luz del Kaencalot esconde.

    Dos enclaves enfrentados; la ambición por poseer la magia más antigua y poderosa guiarán las vidas de dos jóvenes destinados a luchar, aunque secretamente lo que menos desean es enfrentarse.


    El origen

    Y Dyamminlot creó el arriba y el abajo, la luz y la oscuridad.

    Y quiso otorgar vida. Creó a las criaturas a partir del poder primigenio de la luz a su imagen y semejanza.

    Y les concedió dones sublimes; dones poderosos para crear un lugar en el que vivir, crecer, reproducirse y morir.

    Y les obsequió el albedrío para que moldeasen sus vidas y el poder de la destrucción porque no hay arriba sin abajo, luz sin oscuridad, bondad sin maldad; para que así fuesen libres de escoger la senda que transitarían hasta el fin de su existencia.

    Y vivió entre ellos, les enseñó, los amó…

    Y cuando estuvieron listos, volvió al lugar primigenio desde donde, observadora, se regocija con sus triunfos y llora con sus tristezas…

    Y no los abandonó, aunque no permanezca junto a ellos; su promesa se cumplirá cada trescientos años cuando volverá a obsequiarles una parte de sí para que nunca olviden de donde provienen…

    ***

    La diosa descendió ante el llamado. La curiosidad por conocer lo que habían logrado sus primogénitos se impuso a la obligación de mantenerse al margen.

    Sonrió, fascinada. Aquel hermoso lugar era digno de sus hijos y, por tanto, de ella.

    Deambuló con paso firme mientras sus iris de múltiples colores registraban cada detalle y el resto de sus sentidos se empapaban con los aromas, sabores y sonidos de aquel paradisíaco lugar.

    —Madre, bienvenida. —Macho y hembra se inclinaron en una respetuosa reverencia.

    —Esperamos que os sintáis complacida y… venerada —dijo Avalaid.

    —Lo estoy, sin duda, hija mía.

    Los ojos de la joven refulgieron. La satisfacción inundó su pecho y sus coloridas alas se extendieron producto del inmenso gozo.

    —Contrólate, mujer. ¿qué pensará madre de tus arrebatos? —Dyamminlot curvó los labios en una cálida sonrisa.

    —Pensaré que es feliz y eso me llenará de alegría, hijo mío.

    Markryus se estremeció ante el contacto de la diosa. La ternura del gesto le erizó la piel y las plumas. Sus ojos se perdieron en aquellos iris mágicos que igualaban al color de sus alas.

    —Madre —interrumpió Avalaid—. Además de invitaros a conocer Nagelot —sus palabras acompañaban un ademán elocuente—, hay otro motivo muy importante que debéis conocer.

    La vida que palpitaba en el interior de Avalaid reveló su existencia antes de que su madre abriese la boca. La joven se llevó la mano hasta el vientre; los ojos se le llenaron de lágrimas, conmovida al percibir, por primera vez, los vestigios de la vida que había engendrado con tanto amor.

    Markryus tomó de la mano a su pareja. La diosa ensanchó su sonrisa; de sus iris manaba una luz que envolvió a la joven de pies a cabeza. Era una luz tan blanca como sus alas y las hebras luminiscentes que se extendían, etéreas, fascinantes, creando un halo mágico cautivador que manifestaba, sin lugar a dudas, su carácter divino.

    —Me habéis obsequiado con mucho más de lo que yo esperaba, hijos míos. Ahora yo os obsequiaré con el primer regalo para vuestro primogénito.

    La pareja permaneció en silencio. La imagen de la diosa cobró mucha más luminosidad.

    —Vuestra presencia es el regalo más sublime que podéis darnos, madre. No necesitamos nada más. —La humildad de Markryus regocijó a Dyamminlot.

    —Puede que ahora os parezca innecesario —dijo la diosa mientras entre sus manos un objeto cobraba forma—. Sin embargo, llegado el momento comprenderéis la vital importancia de lo que hoy os entrego.

    La pareja guardó silencio. Ser testigos de la creación de manos de su diosa no merecía más que admiración y respeto. Flotando frente a sus ojos un cristal luminoso del cual fluían luces de colores esperaba a ser reconocido.

    —Es maravilloso, madre —reconoció Avalaid.

    Dyamminlot asintió con suavidad antes de tomar las manos de sus hijos y colocarlas a cada lado del cristal. La pareja entreabrió los labios. La calidez que recorrió sus cuerpos y se albergó en sus corazones le llenó los ojos de lágrimas. El conocimiento se abrió paso y anidó en lo más profundo de ambas psiquis.

    —Dadle nombre y resguardadlo como a vuestra propia vida. Tenéis en vuestras manos el poder primigenio. De él proviene la magia que os brindará felicidad o desgracia. Haced uso de él como tengáis a bien. Seguid los dictados de vuestra conciencia y escuchad siempre la voz de vuestras almas.

    Ambos aceptaron la responsabilidad. Con la aceptación la magia primigenia los rodeó dotándolos de una luminiscencia que antes no poseían.

    —El Kaencalot será protegido, madre —afirmó Markryus—. Construiremos su templo y nos encargaremos de cuidar de vuestro obsequio.

    —Nuestro primogénito será su primer octágelot —dijo Avalaid—. Le enseñaremos a velar por sus secretos… no os defraudaremos.

    —Así sea, hijos de mi sangre y de mi corazón.

    Dyamminlot se marchó. La pareja cumplió su promesa. Ahidris, el templo sagrado, fue construido. Tras cumplir veintiún años el primer octágelot ocupó su lugar y Nagelot disfrutó de paz y prosperidad por más de mil quinientos años, hasta que la traición de un corazón insatisfecho lo cambió todo.


    El texto y la sinopsis han sido escritos para participar en el desafío SinOpsis febrero2021 propuesto por Jessica Galera Andreu en su web.

    Como añadidura contar que las escenas que conforman las pinceladas de esta historia (la primera de Nagelot) sólo esperan ser escritas. Gracias a todos por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

  • Ceoltróirí: el orígen

    Bosque durante la noche. Además de los árboles se observa al fondo la cabeza de un monstruo de piedra con la boca muy abierta que semeja una entrada. Hay una mujer que pareciera haber salido de la boca del monstruo.
    Imagen libre de derechos de Stephan Keller en pixabay

    ScreamingWood, Pluckley primera rama del Mabinogi.

    El druida alzó los brazos. La brisa se convirtió en un viento tormentoso que aullaba con furia mientras arrastraba consigo las voces espectrales que rondaban el sotobosque de aquel lúgubre paraje. Las nubes se arremolinaron envolviendo a la luna y opacando el brillo platinado que había matizado hojas, troncos y cualquier superficie que hubiese entrado en contacto con ella; incluso la piel de aquellas bestias gigantescas y peludas que rodearon al hombre atraídas por su hipnótica voz se había tornado opaca a pesar del tono neblinoso que les había permitido mimetizarse durante la caza previa a ser invocadas por segunda vez.

    —En este día y a esta hora,
    mi voz elevo, mi vida entrego.
    Que la oscuridad reclame mi alma;
    y la magia de estas criaturas me sea otorgada
    Por derecho de heredad…
    ¡Hágase mi voluntad por toda la eternidad!

    Las criaturas aullaron al percibir el temblor de la tierra bajo sus patas. El druida reculó a tiempo y pudo evitar que el enorme cráter que se había abierto lo tragase. No obstante, los sabuesos no contaron con la misma suerte y terminaron engullidos por las fauces del inframundo.

    —Has llegado demasiado lejos, Atgas. —La potente voz de Arawn, dios y rey del inframundo provocó que algunos robles se resquebrajaran.

    Tras él, su legión primigenia le resguardaba la espalda lista para hacer frente a la amenaza que se cernía sobre el equilibrio entre los mundos.

    —¡Tengo derecho a reclamar lo que me pertenece!

    El dios ascendió flotando con lentitud. Las nubes se dispersaron y la plateada armadura destelló en el instante en que la luz blanquecina de la luna hizo contacto con su superficie. El intenso fulgor se fragmentó y salió disparado en todas direcciones. Uno de los rayos dio de lleno sobre Atgas y lo privó del sentido de la vista. El druida, desprovisto de uno de sus sentidos, cayó de rodillas mientras manoteaba para no dar de bruces contra el suelo.

    —Has manchado tu nombre y tu legado al practicar la magia prohibida y por eso serás condenado. —El dios alzó el puño.

    —¡No puedes condenarme!

    Atgas intentó ponerse de pie sin obtener resultado alguno.

    —Puedo y lo haré… serás recluido el resto de tu existencia en el foso de Annwn.

    Del puño del dios brotó un haz de luz rojizo que envolvió por completo al druida en una especie de red que se tensaba y absorbía la fuerza vital del hombre. La montaña que rodeaba al sotobosque se partió en dos. Lamentos y aullidos surgieron desde lo más profundo y se unieron a los gritos de Atgas que, presa de la desesperación, luchaba por zafarse de aquel encantamiento. Mientras más luchaba el druida, más dolorosa se volvía su prisión. El poder del dios lo arrastraba sin compasión. Atgas clavó sus dedos en la tierra para tratar de aferrarse. En medio de aquella lucha descarnada contra un poder que lo superaba con creces lanzó su último conjuro.

    —En este día y a esta hora,
    La maldición de mi sangre su raíz expande;
    testigo serás de mi poder,
    la magia prohibida no podrás contener.
    Espectros se alzarán; el alma de los impuros libres será…
    el equilibrio se romperá y los tres mundos me pertenecerán…
    ¡Hágase mi voluntad!

    El dios observó, horrorizado, cómo la tierra alrededor de las manos del druida se tornaba rojiza como la sangre y tras asolar cualquier vestigio de vida se volvía tan negra como la mismísima noche. Sin perder tiempo el dios del inframundo arrojó otra oleada de poder contra el druida.

    —Morirás antes de que puedas ver tu maldición convertirse en realidad.

    —¡Volveré! ¡algún día me liberaré y te haré pagar! ¡Estarás maldito sin descanso y cuando regrese seré tu peor pesadilla!

    Arawn hizo un ademán y las dos mitades de la montaña volvieron a unirse. Quiso acallar las voces espectrales; fue inútil. Frunció el entrecejo y sus labios formaron una delgada línea. Lanzó un hechizo para proteger las puertas de su reino. Pese a todos sus esfuerzos, la protección no resultaba lo bastante potente. Aquel maldito hechicero había dejado su huella en todo el lugar. De improviso sus ojos se fijaron en la criatura espectral que surgía desde la zona más distante. Arrojó una onda de poder y obligó al alma del impuro a regresar. Supo entonces que debía tomar cartas en el asunto y solicitar la intervención divina de Dagda. A fin de cuentas, fue uno de sus hijos quien cometió aquella ignominia.

    🌩🌩🌩

    En cuanto el dios de la sabiduría puso los pies en aquella tierra maldita las voces se atenuaron; el viento se convirtió en una brisa gélida y la tormenta que amenazaba con estallar en cualquier momento se mantuvo a buena distancia de ellos.

    —Mi intervención no será suficiente para devolver el estado de equilibrio, mi buen amigo. —Arawn se cruzó de brazos.

    —¿Vas a lavarte las manos? Ha sido uno de los tuyos, no lo olvides.

    Dagda suspiró profundo.

    —Desde luego que no pienso quedarme de brazos cruzados, Arawn. Lo que te estoy diciendo es que hará falta algo más que tu intervención y la mía para contrarrestar la magia prohibida.

    —Maldita sea, dagda. Casi subyuga a mis sabuesos. Los traería de vuelta, pero me temo que ya no sean tan fáciles de dominar. Han probado el alma de ese idiota y no se conformarán sólo con la de los impuros.

    El dios de la sabiduría asintió con la cabeza y dio un vistazo alrededor. Con un ademán hizo aparecer su arpa mágica. El dios del inframundo arqueó una ceja y clavó los ojos en el instrumento.

    —¿Qué pretendes?

    —Tratar de poner en marcha la única solución efectiva que se me ocurre en este momento.

    El arpa emitió una suave melodía que se perdió ante la cantidad de gritos y lamentos espeluznantes que retomaban su tétrica cantinela.

    —¿Qué solución es esa?

    Arawn mantenía su atención dividida entre Dagda y las almas de los impuros que acababan de escapar a toda velocidad.

    —Hemos de crear una nueva raza que llamaremos «ceoltóirí». Les daré parte de mi magia y mi sabiduría y tú les darás vida y tus propios dones.

    El dios del inframundo entornó los párpados. Los músculos del rostro se le contraían una y otra vez.

    —No sé, Dagda. Jamás he querido tener descendientes. Ya viste lo que pasó con uno de los tuyos.

    —Si quieres mantener el equilibrio no tienes otra alternativa.

    Arawn exhaló un hondo suspiro y se posicionó frente a su igual. Ambos juntaron las manos sin rozarse la piel y tras establecer el vínculo divino iniciaron el conjuro.

    —Yo, dagda, padre de dioses,
    dador de vida y muerte
    invoco a los cuatro elementos y cedo parte de mi poder
    para que una nueva raza pueda florecer.

    El mazo sagrado del dios se materializó entre ambos mientras se desplazaban a toda velocidad en dirección a la bóveda celeste.

    —Yo, Arawn, dios y rey del «Otro mundo»,
    Mago, cambiante y guerrero,
    cazador de los impuros…
    cedo consciente mis dones,
    Para dar vida a los «ceoltóirí».
    Brujos, cambiantes y guerreros;
    protegerán las puertas de mi reino.
    El equilibrio en el mundo mantendrán,
    desde ahora y por toda la eternidad.

    Una ráfaga de poder proveniente del dios del inframundo envolvió al mazo sagrado y se fundió con el poder de Dagda. Los cuatro elementos se unieron para formar una espiral que engulló al mazo y lo mantuvo girando a una velocidad de vértigo.

    —¡Hágase nuestra voluntad!

    Del mazo surgieron dos esferas brillantes. a medida que el poder fluía entre ambos dioses, las esferas tomaban formas diversas: distintos animales se formaron y deformaron hasta que, por fin, luego de que ambas burbujas se expandieran y estallaran en millones de luces diminutas, dos figuras humanas se materializaron. Los dioses descendieron y rodearon a la pareja.

    —Bienvenidos a este mundo, hijos míos. —La voz de Arawn se tornó cálida. En los ojos del dios un brillo de satisfacción no tardó en hacerse visible.

    Los brujos hicieron una pequeña reverencia. Dagda los abordó sin dilaciones.

    —Os hemos dado vida para que os convirtáis en protectores y guardianes. Vuestro deber ha de estar por encima de cualquier cosa. Os debéis a vuestro padre y a él debéis rendir culto, devoción y obediencia.

    El dios del «Otro mundo» se adelantó y tomó las manos de cada uno de sus hijos.

    —No estaréis solos. Yo siempre velaré por vosotros; por vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos. Seréis mis hijos, pero también crearéis mi nueva legión.

    Hombre y mujer asintieron con los ojos cargados de afecto hacia su padre.

    —Ahora, preparaos para recibir el don más importante que se os concederá. —Los ceoltóirí fijaron su atención en Dagda—.  Recibid pues, a «shiansach».

    El arpa mágica del dios comenzó a emitir la melodía más hermosa que jamás se hubiese escuchado sobre el mundo mortal. Los brujos cayeron de rodillas. De sus ojos brotaron lágrimas de sangre y en el pecho del lado izquierdo se les formó una marca de sangre en forma de espiral.

    —Debéis guardar el secreto de este don y sólo hacer uso de él de ser absolutamente necesario.

    Los brujos miraron a su padre. El dios secó sus lágrimas y los ayudó a levantarse.

    —Este será vuestro mayor legado. Transmitiréis el don de generación en generación, pero sólo los elegidos podrán desarrollarlo. —Dagda clavó los ojos primero en el hombre, luego en la mujer—. Si hacéis uso indebido de este don seréis condenados por toda la eternidad y se os negará la entrada al reino eterno de las almas. ¿Lo habéis comprendido?

    Ambos cabecearon con suavidad.

    —No os defraudaremos —dijeron al mismo tiempo.

    —Marchaos entonces y estad atentos a mi llamada. Sabréis cuando os necesite porque reconoceréis los signos. La luna y el sol se encontrarán; la tierra temblará y las aves os anunciarán mi mensaje. Cuando estos aparezcan deberéis acudir a mi presencia. Si os negáis dejaréis de ser mis hijos, pero podréis quedaros entre los humanos si así lo decidís.

    Los ceoltóirí hicieron una pequeña reverencia con el puño derecho apoyado sobre el corazón. Minutos después avanzaban bosque a través en dirección al poblado más cercano.

    Los dioses vieron partir a la pareja de brujos. En el firmamento la reina de la noche ofrecía sus últimos destellos. La bóveda celeste atenuó el azul medianoche para dar paso a la gama de colores pasteles que anunciaba la llegada de un nuevo día y con él, el inicio de otra era.


    Este relato fue escrito para participar en el desafío noviembre 2020 propuesto por Jessica Galera Andreu @Jess_YK82.

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    Mil gracias por estar allí. Os abrazo grande y fuerte.