Etiqueta: Introspección

  • DE GUERRERA A ERUDITA

    Dos mujeres con un arco gigante a punto de disparar una flecha

    Deambulaba en el bosque con su carcaj y su arco. Lo cazaría, nada se lo impediría.

    La sumisión de su pueblo ante él, la llenaba de ira y repulsión.

    Se sorprendió al encontrarlo en aquel claro del bosque. Esperaba que fuese mucho más difícil. Sin pensarlo, cogió una flecha y disparó.

    Su corazón rebosaba de alegría, había sido un tiro perfecto.

    Se entristeció al encontrar su flecha clavada en la tierra.

    —Mientras habite en vuestras mentes, seguiré dominando vuestros corazones —le susurró el miedo.

    Decidida a ser libre, inició su propia revolución. Sus nuevas armas: palabras e imaginación.


    Este relato ha sido escrito para participar en el Escribir jugando de marzo, propuesto por Lidia Castro. El microrrelato cuenta con noventa y ocho palabras sin el título.

    Elementos a utilizar en el desafío:

    1. Imagen tras la carta: El espíritu de un león en el claro de un bosque
    2. Imagen tras el dado: Carcaj y flecha
    3. Una de las seis emociones: miedo, asco, ira, alegría, sorpresa y tristeza

    Si esta historia ha logrado captar tu atención y la disfrutaste, me ayudaría muchísimo si me obsequias un «me gusta» o si la difundes en tus redes sociales. Además, me encantaría que compartieras conmigo tus impresiones en la caja de comentarios que encontrarás más abajo. Y si te gusta lo que escribo, puedes convertirte en mi mecenas si me invitas el equivalente a un
    café
    en Paypal. Así Me estarías apoyando a seguir escribiendo.

    Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

  • LA ORUGA IMPERTINENTE Y EL HADA

    Bosque Mágico de cuento de Hadas
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com


    Dedicado a todos aquellos que necesitan aprender a mirarse más y mejor…


    Vagaba la pequeña hada triste por los recónditos rincones del bosque mágico, llorando la pérdida de su amor. Agazapada entre un montoncito de tréboles, la oruga se arrastraba con dificultad.

    —eh, tú —seseó la oruga, asomando su pequeña cabeza entre las aterciopeladas hojas—. ¿Puedes echarme una mano?

    El hada, ensimismada en su dolor, siguió ajena a la petición de la oruga, hasta que pensando que era una piedra, la pateó.

    —¡Ay! —chilló la oruga, frotándose entre las hojas para mitigar el dolor— ¿Qué acaso no ves por donde caminas, niña?

    El hada, sorprendida alzó la mirada. La pequeña oruga la observaba entre dolorida y consternada.

    —Lo siento —la voz del hada asombró a la pequeña oruga—; es que no te vi.

    —Y tanto que no me viste, si hasta me pateaste con ganas —Se quejó un poco la pequeña oruga.

    El hada alzó las cejas, negando con la cabeza.

    —¿Cómo dices que lo he hecho con ganas? ¿tú no estás en mi cabeza para saber qué pienso, ni en mi corazón, para saber qué siento.

    —Eso es cierto —confirmó la oruga—, pero no necesito estar allí dentro, igual me has pateado y ni cuenta te diste de ello —El hada se cruzó de brazos, enfurruñada—. Mírate ahora, a la defensiva; como si yo te hubiese hecho algo, cuando eres tú la que me ha pateado a mí.

    —Ya te dije que no fue adrede —Los labios del hada temblaban reprimiendo las lágrimas—. Es que tú no entiendes.

    —¿qué tengo que entender? … que vives en tu mundo ¿y por eso ni cuenta te das de lo que te rodea?

    El hada rompió a llorar, desconsolada. La oruga, se acercó un poco más, pero dejando la suficiente distancia por si el hada, distraída, la volvía a patear.

    —¿Por qué lloras así, niña?

    —Porque perdí a mi amor y también mi magia.

    —El amor no se pierde, ni la magia tampoco; eres un hada, deberías saberlo.

    —Ahora mismo no sé nada —el hada rompió de nuevo a llorar con ganas.

    La oruga, se acercó solo un poquitín, aún no confiaba en que el hada no la pateara por andar toda despistada.

    —Y si no lo sabes tú, ¿quién lo va a saber? —El hada se giró para mirar a la pequeña oruga.

    —¿A quien le importa eso? Nadie me entiende; tú tampoco.

    —a mí no me importaba, hasta que me pateaste.

    —¿Vas a seguir con la cantinela? Ya te dije que no fue adrede.

    —Y tú, ¿vas a seguir con la llorantina, llevándote por delante a todo ser viviente porque nadie entiende cómo te sientes?

    —Yo no hago eso.

    —¿Seguro? —el hada miraba a la oruga, pensativa.

    —Creo que no lo hago —titubeó un instante—; al menos no me he dado cuenta.

    —¡Touchè! —El hada se sobresaltó, frunciendo el cejo—. Estás tan ensimismada en tu dolor, en lo que sea que sientes, que no te das cuenta de lo que haces, de lo que dices. Eso es un problema, ¿sabías?

    —¿Para quién va a ser un problema?

    —Para lo que te rodea, niña… incluso para ti misma —el hada se puso de pie, enfadada.

    —tú no sabes lo que dices, eres una simple oruga, tú no entiendes.

    —bueno, no hay mucho que entender —La oruga la observaba, serena—. Estás dolida, te sientes sola y abandonada.

    —¡te dije que mi amor se murió!

    —No, me dijiste que lo habías perdido… lamento que te sientas así, pero sabes una cosa, aferrarte al dolor, la tristeza y el pasado no revive a ningún ser viviente.

    —Eres una oruga tonta e insensible… estúpida.

    —Puede que lleves razón, pero no soy la única criatura tonta por aquí en este mundo —el hada miraba a la oruga con rabia—. Lo de insensible, es cuestionable —el hada abrió mucho los ojos, atónita ante aquella criatura—. ¿por qué soy insensible según tú? Porque no sufro como tú, porque me atreví a decirte lo que pienso, o porque no busco consolarte como te gustaría.

    —Eres una oruga insufrible y malvada.

    —Lo de malvada también es cuestionable, ¿lo sabías? —El hada comenzó a deambular frente a la pequeña oruga, resoplando.

    —Es que tú no me escuchas… nadie lo hace en realidad.

    —No has dicho nada todavía. Solo te lamentas y repites siempre lo mismo.

    —¿Cómo que no he dicho nada? —la oruga asintió con un leve movimiento de cabeza.

    —a mí no me has dicho nada de ti. Solo hablas de tu amor… ¿y qué de ti? Tu amor se murió, pero tú sigues aquí.

    —Es que él lo era todo para mí.

    —Pues que pena que sea así y que no seas tú todo para ti misma.

    El hada, furiosa por el atrevimiento de la oruga le lanzó un hechizo que casi la convierte en piedra como al helecho.

    —¡Vaya! —exclamó la oruga—, después de todo no has perdido tu magia como decías, ¿no?

    El hada se sonrojó hasta las puntiagudas orejas.

    —Eres una oruga exasperante, insensible y muy estúpida.

    —Es posible, pero cuestionable. Por cierto, ¿sabías que todo eso que te molesta de los demás, es lo que no aceptas de ti misma, niña?

    —¡que te den! Vete a hacerle terapia a una hoja de lechuga.

    —¿Y ahora quién es la insensible? —el hada estaba furiosa y sus pequeñas alas comenzaban a refulgir recobrando su verdadero color—. Hacerle terapia a algo que vas a comerte segundos después es muy cruel, por si no te habías dado cuenta de ello.

    —No sé por qué pierdo mi tiempo hablando con una oruga come lechugas y estúpida.

    —Esa es una muy buena pregunta, que solo puedes responderte tú, como todas las preguntas que tengan relación contigo, tu vida, tus sueños, tus metas, tus esperanzas.

    —Eres odiosa —La oruga estuvo a punto de responderle, pero el hada la interrumpió—… sí, ya sé, me dirás que eso también es cuestionable.

    —Desde luego, todo en la vida lo es, niña —El hada se dejó caer sobre un colchón de musgo, frustrada.

    —Es demasiado duro vivir sin él.

    —La vida es dura, niña. Mírame a mí, pasaré toda la noche haciendo mi crisálida y mañana la romperé y ya no seré yo, seré otra. Y dolerá, porque todos los cambios profundos y trascendentales duelen —El hada negó con la cabeza.

    —No es lo mismo, tú estás sola, no has perdido a nadie…

    —sí, y no entiendo… si eso ya me lo has dicho antes —interrumpió la oruga—. En el fondo no sabes nada de mí; si he perdido o no he perdido a alguien. En todo caso, por si no te has dado cuenta, nacemos y morimos solos y aunque encontremos a alguien con quien compartir nuestras hojas de lechuga —el hada frunció el cejo ante aquel comentario—, crecemos solos. Nadie nace, crece o muere por nosotros… otra cosa es que decidamos echarnos a morir porque resulta más fácil y cómodo.

    —estás loca, ¿sabías? —La oruga asintió, sonriendo.

    —todos estamos un poco locos y quien lo niega está más loco todavía.

    —Pero yo no hago eso, no me hecho a morir.

    —¿Seguro? Lo mismo dijiste antes —El hada desvió la mirada, abrazándose las rodillas.

    —a veces es más fácil aferrarse a la tristeza, a los recuerdos, que lanzarse al abismo de lo desconocido, de lo que está por venir y no tenemos idea de cómo será —Los ojos del hada se llenaron de lágrimas—. Otras veces la culpa sabotea y pensamos que aferrándonos al recuerdo de quien se fue, nos resarcimos de lo que pensamos no hicimos como debíamos; nos autoengañamos creyendo que podemos mantenerlo vivo de alguna manera, porque de forma inconsciente creemos que seguir adelante es una forma de traicionar su memoria, de traicionarles.

    —¿Y no lo es? —La oruga se encogió de hombros.

    —¿eso qué importancia tiene? Tu amor ya no habita este plano.

    —Importa para mí.

    Importa para ti, pero no para el resto del mundo, ¿lo entiendes —el hada negó con la cabeza, secándose las lágrimas.

    —Eres un hada, si sigues como vas, ocasionarás un desequilibrio en el mundo de las hadas. ¿Acaso no conoces el efecto mariposa? —El hada volvió a negar.

    —Olvídalo, lo importante es que entiendas una cosa —El hada escuchaba con atención—: él ya no está aquí y por mucha magia que reúnas, no le harás volver. Te aferres, te apegues, hables de él todo el día, pienses en él todo el día. Él se fue, quien sigue viva eres tú.

    —¿Insinúas que no cumplo mi rol de hada?

    —Bueno, a mí me pateaste y casi me petrificas, tú me dirás.

    —Pero ¿quién te has creído?

    —solo soy una oruga, ni más ni menos —El hada cambió de posición, lanzándole una mirada fulminante—. Además, ¿quién fue la que dijo que había perdido su magia?

    —Eres una oruga entrometida, insensible, gorda y estúpida.

    —Y venga de nuevo. ¿nadie te ha dicho que te pones muy víctima, niña? —La oruga comenzó a moverse, despacio.

    —¡Capulla! —La oruga alzó una de sus cejas, pensativa.

    —Eso tiene más sentido, la verdad, aunque te has adelantado unas cuantas horas; lo que no quita que te pones un poco víctima cuando se te dice lo que no te gusta —La oruga comenzó a alejarse.

    —¿Me dices eso y te vas?

    —la vida sigue, niña. Ya tienes bastante con qué sentarte a pensar. Yo tengo que ir a construir mi capullo.

    —Puedo hacerte uno con mi magia —La oruga asintió.

    —Puedes, pero no sería igual. Cada quien tiene que ocuparse de crecer y definirse a sí mismo y hay tareas en que las ayudas entorpecen el camino —La oruga la miró por última vez—. Ocúpate de ti, niña y fíjate más en lo que haces, no sea que termines pateando a alguien más.

    —Eres insoportable.

    —Es lo que tiene ser una oruga a punto de ganar.

    —¿Cómo que a punto de ganar?

    —claro, niña… mañana, cuando rompa mi crisálida, ganaré un par de alas y con ellas, mi libertad —La oruga miraba las alas del hada con gran admiración.

    —¿Qué miras?

    —tus alas… son preciosas y tan llenas de color.

    —No lo sabía, como nunca me las veo.

    —bueno, quizá es hora de que empieces a verte más.

    La lluvia empezó a caer. El hada volvió a su pequeña aldea entre la copa de los árboles. A la mañana siguiente el sol brillaba en lo alto, creando diminutos arcoíris al chocar contra las gotas que aún quedaban descansando perezosas sobre las otoñales hojas.

    Un poco más allá, en la rama de enfrente, El tenue aleteo de una mariposa produjo una suave brisa. El hada inspiró profundo reconociendo el aroma de los olivos. Presa de la curiosidad, salió de su pequeña cabaña y pudo ver a la mariposa alejarse, revoloteando y posándose en las diferentes flores que cubrían el suelo de aquel bosque mágico.

    Recordando las palabras de la oruga, descendió para asomarse en la curiosa charca que siempre se formaba tras una noche entera de lluvia. El precioso color de sus alas la dejó sorprendida. Las palabras de aquella sabia criatura cobraron una vitalidad inusitada. Ella tenía razón, no había perdido ni el amor ni la magia, porque ambos habitaban en su alma.