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  • EL ÚLTIMO DE LOS KOLTAN

    Un joven de pie junto a unas rocas. viste una especie de sobre todo algo antiguo. lleva una mano enguantada de cuyos dedos emergen luces. En la otra mano sostiene una espada que apunta al suelo. Es de noche y al fondo parece distinguirse un poblado.
    Imagen libre de derechos de Jim Cooper en Pixabay

    ¿Alguna vez imaginaste una historia en la que una sentencia de muerte se convierte en una oportunidad? No es tan absurdo como parece. Aguarda y prepárate; cuando conozcas a Fred Tamray, mi protegido, lo entenderás.

    ¿Piqué tu curiosidad? No te enfades, esa era la idea. ¡Joder! No te separes de mí, antes de contarte sobre Fred voy a tener que hacer una pausa pequeñita. Por cierto, me llamo Saenza. No te asustes si ves que todo se acerca a prisa; estoy acostumbrada a lanzarme en picado y planear.

    —¿Con quién diablos hablas, Saenza?

    —Ahora no, Fred. Luego te lo explico.

    —Ese par de ahí abajo… Bueno, ya ni tanto.

    —Calla, chiquillo que espantas a nuestro visitante.

    Verás, Fred tiene una conexión especial conmigo. No te preocupes, a ti no puede verte ni escucharte. ¡Madre mía del amor hermoso! Menudo momento para enfrentamientos. No entiendes nada, lo siento, va todo tan rápido que no he podido ponerte al día.

    Mira, el guaperas es Reeve Koltan, el último mago del linaje y regente de Claionte. El otro es Ramtay Malvioq; un demonio que, como en toda historia de magia, ambiciona el poder y gobernar nuestra terra.

    —No deberías revelar esas cosas, Saenza, menos a alguien que no conoces.

    —Chist, déjame escuchar; además nuestro visitante también quiere enterarse. No me seas cobardica.

    ¡Buen ataque ese! Bien por el mago.

    —¿Es que no piensas rendirte nunca? El origen jamás va a quedar en manos de un demonio, acéptalo de una puñetera vez.

    —Eres tan egoísta como todo tu linaje. Mañana morirás y contigo, Claionte entero. ¿Acaso no te importan las vidas que segarás por tu tozudez?

    —Como si tú fueses a permitirles vivir. ¿Crees que no sé lo que te propones?

    Llevas razón, ese ataque casi le alcanza el corazón al mago.

    —Morirás de todas formas. ¿Qué más te da entregarme el legado si me apropiaré de él?

    —El origen no puede robarse. —Ese puño en alto está listo para atacar—. Ha de cederse; de lo contrario aniquilaría al portador.

    —¡Mientes! —Demonio cabrón; se ha elevado dispuesto a arrojar la bola de poder que tiene entre las manos.

    Ah no, eso sí que no. Convocar a la magia prohibida es una afrenta imperdonable. No permitiré que ese pelafustán gane con trampa. ¡Agárrate! ¡Ahí voy!

    —¡Cuidado, Saenza!

    —No grites, Fred, no estoy sorda.

    ¡Toma ya! Puaj, que asco la sangre demoníaca. Ni se te ocurra probarla, ¿eh? Venga, aférrate bien. Necesito que me ayudes. Cierto, no estás aquí, pero igual puedes proporcionarme energía para quintuplicar mi tamaño y remontar el vuelo. Mira que Reeve pesa lo suyo. Eso, así, imagíname gigante. Ahora ya puedo llevármelo con Fred.

    —¿Conmigo? ¿Vas a traértelo aquí? Coño, si me descubre soy hombre muerto.

    —Claro que no. Prepáralo todo, va a necesitar unos cuantos remiendos.

    ¿Sigues allí? Ah vale, creí que te habías perdido durante el vuelo. Mola nuestra cabaña, ¿no crees? Es pequeña pero acogedora. Ese que ves ahí sobre el guaperas es mi protegido. Parece un simple naguerot, aunque en realidad es un mestizo. Coño, ya se ha cabreado. Odia que le diga así; aquí entre tú y yo (acércate más para que no nos oiga): tener sangre demoníaca como legado es un verdadero coñazo. Razón aparte, estos jóvenes de hoy no son nada tolerantes.

    —¿Por qué no cierras ese pico de una vez? ¿Qué quieres? Si el regente se entera de qué soy me mandará a la guillotina.

    —Joder, no te enfades. Solo ponía al día a nuestro visitante. Además, Reeve sigue tumbado a pierna suelta, ¿cómo va a enterarse de que eres un mestizo y no un simple mortal?

    ¡Qué lengua de sapo la mía!, ¿cuándo aprenderé a no hablar de más? Verás tú cómo se me echa encima ahora.

    —¿Hablas con un halcón? Porque no veo a nadie más aquí. —Qué sueño más ligero tiene este regente.

    Qué pálido se ha puesto Fred; con qué lentitud se mueve.

    —Majestad…

    —Levántate y responde a mi pregunta. —Coño, esos ojos violetas van a atravesar las defensas de mi muchacho.

    —Así es, señor. Desde crío he hablado con Saenza.

    —¿Y con otras criaturas?

    —No lo he intentado jamás. —Sí, también me di cuenta. Reeve lo observa con curiosidad.

    —¿Vives solo?

    Iba todo demasiado bien. Verás tú cómo ahora se enfurruña. Y con razón, no se le puede negar. Los Koltan la vienen cagando desde hace mucho tiempo.

    —Vuestro linaje ha sentenciado a los míos por eones, majestad. De mi familia solo quedo yo.

    —Un error que he intentado corregir. Durante mi mandato no se ha vuelto a cazar a ningún mestizo.

    Punto para el regente, la verdad. Esperemos a ver qué dice ahora.

    —¿Me libraréis del ostracismo?

    —Con una condición.

    Comienzo a arrepentirme de haber ayudado a este capullín. ¿No te provoca darle un sopapo? Sí, a mí también.

    —¿Con quién coño habla tu puñetero halcón? ¿Albergas demonios en este lugar? —Reeve ya se puso a la defensiva, verás tú.

    Culpa mía, en realidad, por olvidar que como mago tiene la capacidad de detectar todos los vínculos mágicos. También el nuestro, por lo que veo, aunque no por eso voy a permitirle ofensas.

    —Más respeto. Podrás ostentar el cargo de regente de Claionte, pero no toleraré que dudes de mi decencia y la de mi protegido, aunque su sangre no sea tan pura como la tuya. Aquí no hay demonios. Solo la presencia de alguien que nos visita desde otro plano.

    —¿Ese visitante nos ve?

    —Sería más preciso decir que nos lee, majestad; solo es un mero espectador. —No te preocupes, a ti no puede tocarte ni un pelo.

    —¡Perfecto! —Vaya, mira cómo le brillan los ojos—. Es lo que necesitaba. Con testigos nadie podrá refutar mi decisión. Ahora, debo hacerte una pregunta…

    —Fred, majestad, ese es mi nombre.

    —¿Aceptarías convertirte en receptáculo del origen?

    —Estaría muerto en segundos. Todo Claionte sabe que solo los Koltan podéis…

    —Los mestizos también sois aptos, por eso se os ha cazado durante tanto tiempo. Escúchame… —Menuda revelación; ahora le ha cogido de ambas manos—. La profecía se cumple mañana. Debo morir para que Claionte viva y tú eres mi mejor… nuestra única oportunidad.

    —No sé, majestad. Solo soy un simple cetrero.

    —No te hagas de rogar. Tienes una oportunidad valiosa. —Ya sabía yo que ese gesto con las manos traía trampa; verlas entrelazadas con las de Reeve ya le disparó el pulso.

    —Ella tiene razón. Acepta el legado que estoy dispuesto a concederte y gobernarás Claionte.

    —Necesito pensarlo, majestad.

    —No tardes demasiado. —Al menos pide y no exige—. Solo tengo hasta el amanecer.

    Como el cabezota de Fred se niegue, nos iremos todos a la porra. Sí, en cierta forma tú también porque si desaparecemos no podrás volver. Ya sé, es una putada en letras mayúsculas. Diecinueve años; tantas primaveras cuidando de él y ahora… gracias, que imagines que me acaricias el plumaje consuela muchísimo. Claro, ayudaría más si Fred accede a convertirse en el nuevo regente.

    —Venga, Saenza, deja ya el dramatismo. Voy a aceptar. ¿Contenta? Solo espero sobrevivir y no terminar convertido en un cadáver seco y arrugado.

    —Ya sabía yo que eras un joven muy inteligente. Te he educado bien. —Me hace gracia esa forma de Fred de poner los ojos en blanco.

    ¿No te parece que los dos son guapísimos? Harían una pareja encantadora.

    —¡Saenza! Cierra el pico.

    —Déjala, no me molestan sus especulaciones… —sí, también me fijé en que sus ojos sonríen con picardía—. A fin de cuentas, no miente. Eres un joven muy atractivo.

    Fred es tan mono cuando se sonroja, ¿no crees? Ajá, al final si todo sale bien puede que haya romance. Llevas razón, mejor cierro el pico.

    —Acepto vuestro legado, majestad. —Me choca cuando baja la mirada—. ¿Qué debo hacer?

    —Ven. —¿Has visto cómo entrelazó sus dedos con los de Fred?—. Vamos afuera.

    Alzaré el vuelo. Es mejor estar atentos por si surgen complicaciones. ¿Te parece que soy pesimista? Lo que pasa es que como vives en otro plano no te imaginas la de improvistos que llegan a ocurrir en un simple parpadeo. No te preocupes, desde aquí arriba puedo vigilarlos sin problemas. Además, es mejor que tengan cierta privacidad.

    —Esa rapaz tuya es de armas tomar.

    —Es picoflojo, sin embargo…

    —No tienes que defenderla, no me molesta, todo lo contrario. Agradezco que interviniese en mi favor. Gracias a ella y a ti, claro, sigo vivo. ¿Estás listo? —Fred suele inspirar hondo antes de asentir, no te preocupes.

    Llevan un rato en ello, sí. Yo no noto nada diferente. ¿Tú desde allí has atisbado algo? Eso pensé. Voy a planear más bajo, así podremos oírlos mejor.

    —Quizá yo no sea el indicado, majestad.

    —Chist, lo que tienes es que abrirte a mí, a mi magia, quiero decir. —No sé por qué Reeve apoya las palmas sobre el pecho de Fred. Qué calor más asfixiante envuelve al chiquillo.

    Tengo la sensación de que algo no marcha bien. Me posaré en la rama de ese árbol de allí. Agárrate fuerte.

    —¿Está seguro de que es posible lo que pretende, majestad? —Pobrete, cómo tose; apoyado a gatas sobre el césped parece un animalillo—. Quizá deba buscar a otro.

    —Lamento haberte herido. Hago lo correcto, estoy seguro. Lo que necesito es que confíes más en ti y en mí.

    Sí, a mí también me preocupa. El amanecer no tardará en llegar. No sé, quizá metí la garra hasta el fondo por insistir.

    —Túmbate a mi lado y cierra los ojos. —Fred siempre ha sido obediente—. Ahora, imagina que hay un sendero que llega hasta tu corazón. Al final hay una verja. Ábrela e invítame a pasar.

    Reeve debe tener una buena razón para introducir la mano entre la apertura de la camisa y apoyar así la palma sobre el pecho desnudo. Quizá el fuerte latido del corazón juvenil le infunda confianza en su decisión.

    El alba despunta. Creo que algo ha ocurrido. ¿No lo sientes? Sí, la vista de ambos juntos es tan tierna.

    —¿Majestad? —Menos mal que abrieron los ojos.

    —Serás un justo gobernante para Claionte. —Ya le sacó los colores—. ¿Me concederías dos deseos?

    —Por supuesto. Lo que quiera.

    —Tutéame y bésame. Quiero morir y entregarte mi último aliento.

    —Majestad…

    —Por favor… —¿Has visto cómo se lanzó a comerle los morros?

    —¡Cuidado, Fred!

    ¿Cómo que por qué los interrumpo? ¿Quieres que la historia acabe sin final feliz? Reeve ya quedó laxo entre los brazos del nuevo regente.

    —Tienes algo que me pertenece. —Ramtay no le quita los ojos de encima al cuerpo del último Koltan, será capullo—. Entrégamelo y te perdonaré la vida.

    —Mientes. —Fred no es tonto, no te preocupes.

    —Da igual, ¿no crees? En todo caso, la verdad es que no estás preparado para gobernar Claionte; ni siquiera sabes qué hacer con el origen. La magia te consumirá.

    Espero que no se olvide de lo que le dijo Reeve. Si pierde la confianza será nuestro fin.

    —Puede que no sepa qué hacer. Para tu desgracia, aprendo rápido. Así pues, no seré yo quien acabe contigo. Será la magia que tanto ambicionas. —Qué listo mi chiquillo; permitió que el poder que lo habita cogiese las riendas.

    ¡Toma! Eso te pasa por gilipollas. ¿Te has fijado?, ha sido un ataque fantástico. ¡Mierda! Eso ha tenido que dolerle. Pobre de mi chico. ¿Te vienes conmigo? Voy a enseñarle a ese charlatán demoníaco lo que significa meterse con el polluelo de Saenza.

    Un demonio con aspecto de guerrero; muy cerca de él flota un pequeño halcón
    Imagen libre de derechos de Jim Cooper en Pixabay

    Lo he dicho antes y lo certifico: la sangre de demonio sabe asquerosa; ni hablar de cómo huele. Oye, esa es una brillante idea. Se lo diré.

    —Fred, chiquillo, dice nuestro visitante que lances un ataque directo al corazón. Yo distraeré a la bestia esperpéntica.

    —¡Maldito avechucho! ¡Sal de mi camino!

    —Dale saludos al regente del infierno.

    Ese movimiento de brazos extendidos hacia adelante hace que parezca todo un guerrero, ¿no crees? ¡Joder! Huelen mucho peor cuando arden a fuego intenso. Qué asco. No te preocupes, ya te digo que apestan. ¿Qué? ¿Qué dices? ¡Mierda! Llevas razón. El poder del demonio amenaza con arrasarlo todo.

    —¿Y ahora qué? No tengo idea de qué hacer, Saenza.

    Es verdad, ¿por qué no se me había ocurrido eso antes?

    —Nuestro visitante cree que si absorbes el poder del demonio podrías detener la hecatombe de nuestra terra.

    —Eso suena muy bien. ¿Cómo rayos lo hago? ¿Se os olvida que soy un simple cetrero?

    —¿Olvidas que llevas sangre de demonio en tus venas? ¡Atráelo! La sangre llama a la sangre.

    —Lo intentaré.

    ¿Has visto eso? ¡Parece una pértiga ahí de pie con las piernas separadas y los brazos estirados en dirección al sol! ¡Está atrayendo todo el poder! ¿Qué dices? No sé, se lo puedo comentar, aunque eso va contra las reglas universales. Llevas razón, Reeve ya se saltó una al darle el poder a Fred. Quizá funcione.

    —¿Ahora qué pretendéis? —Pobrete, se ha quedado sin resuello.

    —Verás, nuestro visitante cree que podrías intentar resucitar a Reeve.

    —¿Os creéis que soy un dios? —Supongo que llevas razón; caer en el césped de esa forma debe doler.

    —No pierdes nada si lo intentas.

    —No sé cómo hacerlo. —Tumbado junto a Reeve parece tan indefenso, ¿verdad?

    —¿Y si pruebas la técnica de todos los príncipes de cuentos de hadas?

    —Lees demasiada fantasía, Saenza.

    —Venga, inténtalo. Dale un beso.

    —De acuerdo. —Sí, el pobre se avergüenza muchísimo.

    No debería revelarte sus intimidades, pero ya que estás ahí, te lo cuento: posar los labios de nuevo sobre la boca de Reeve está despertando en él, cientos de sensaciones nuevas. El recuerdo del beso anterior le provocó un cosquilleo en el estómago y un aleteo en el corazón. Ha cedido, una vez más, el control a la magia que lo habita. El poder fluye de uno a otro en una comunión perfecta. Espero que no siga conteniendo así la respiración. ¡Uf! Por fin abrió los ojos.

    —¿Has muerto conmigo? ¿Todo se ha perdido? —sí, Fred es una monada cuando sonríe.

    Menos mal que negó con la cabeza o al pobre de Reeve le habría dado un soponcio. Chist, vamos a ver qué hacen ahora.

    —Bienvenido de vuelta, majestad. —¡Ostras! Sonrisa y beso de final de cuento.

    Vaya pillín está hecho Reeve. Como siga así terminarán… Mejor les dejamos intimidad para que sigan a lo suyo. Ahora que Claionte ya no corre peligro, el resto del mundo y otros planos pueden esperar.

    ¿Se te ha hecho corta la estancia esta vez? No te preocupes, historias habrá muchas más. Nos volveremos a encontrar cada vez que te apetezca leer.

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