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  • YUGEN – 02 – HOGOSHA KOTODAMA – PROTECTORES DE ALMAS

    Una chica oriental, vestida con un larguísimo kimono azul turquesa  con algunos dibujos en las mangas. Está en unas rocas y el mar se extiende al otro
lado de estas. También en el lado  en el que está la chica, que tiene el pelo negro y muy largo. A su lado hay como un par de pequeños dragones. Y en el
horizonte se distingue una isla lejana, borrosa.
    Imagen libre de derechos de Panji Lara en pixabay

    Leyenda

    En un misterioso libro antiguo escrito en paralelo al Kojiki, libro que narra la historia antigua de Japón, existe una leyenda que explica el origen de los hogosha kotodama, clan de protectores de almas cuya ocupación era resguardar y proteger las almas humanas rescatadas por los ryoshi kotodama.

    Cuenta la leyenda que Amida, el dios protector de las almas humanas habló con Watatsumi para plantearle lo que estaba ocurriendo en el mundo mortal, pues él conocía la debilidad  del dios dragón por los humanos. El dios accedió y le propuso a amida la creación de un clan que, de la mano de los cazadores, se ocupara de resguardar las almas arrancadas de su receptáculo original. Puesto que una vez que el alma es robada por un shinigami, el cuerpo pierde el vínculo  y es imposible restaurarlo, era necesario proveerles de un nuevo receptáculo. Amida accedió y fue entonces que Watatsumi habló con su primogénita. La princesa Otohime aceptó colaborar y utilizó su sangre para crear una nueva raza de dragones; los ri-riu y los dotó con un sentido de la vista superior al de cualquier otra criatura. De esta forma ellos podrían ver mucho más allá de lo superficial e identificar a los shinigamis, así como al resto de criaturas sobrenaturales. Los ri-riu  se establecieron en el mundo mortal. La princesa dragón les concedió la facultad de transformarse en humanos. Una característica indispensable para poder pasar desapercibidos. Estos servidores de Watatsumi regresaban al mar  durante el plenilunio de cada mes y permanecían en él durante tres días con sus noches para poder recargar su energía vital; de lo contrario, su espíritu dragón quedaba confinado perdiendo sus poderes. Quedar confinado era tan doloroso que algunos decidieron ahogarse en el océano al no poder soportarlo. Esto dejaba libre a sus espíritus mientras que los cuerpos eran rescatados por Otohime quien los llevaba al palacio de su padre para que durmiesen allí el sueño eterno.


    Sinopsis

    En Kioto, una ola de muertes inexplicables mantiene oculta la desaparición de más de una decena de jóvenes. No hay rastros de cómo o por qué desaparecen. Lo único que tienen todos estos jóvenes en común es que forman parte del linaje directo de una casta desaparecida hace más de un milenio: los ri-riu, dragones cambiantes al servicio de Watatsumi, el dios dragón, quienes constituyeron el clan de los hogosha kotodama o  protectores de almas.

    Tras el ataque que sufre Kai, descendiente directa del linaje de los ri-riu, se descubre la existencia de los uwibami; dragones cambiantes cuya principal misión es evitar que los protectores de almas resurjan tal como lo han hecho los cazadores de almas.

    Kai tendrá en sus manos una difícil decisión: aceptar el legado que la convertirá en ri-riu  y así salvar miles de almas humanas o salvar la vida de su hermano gemelo. Decida lo que decida, hay un destino que no podrá eludir pues solo ella posee el poder para realizar el ritual que hará renacer las almas rescatadas.

    ¿Podrá Kai descubrir quién se oculta detrás de tanto odio contra la humanidad? ¿Logrará salvar la vida de su gemelo?

    Dragones, humanos, criaturas sobrenaturales, magia, leyendas; se unen para dar forma a una historia que funde fantasía y realidad en el marco de una de las culturas milenarias más fascinante del mundo.


    Kioto, 2021 d. C.

    El volumen de la televisión alcanza una magnitud insoportable. Kai sale de la cocina con intención de coger el control remoto. La joven se detiene al observar el rostro pálido de su gemelo. Kai lo estrecha entre sus brazos con fuerza. El joven tiembla. Una lágrima se le escapa.

    Kay se aparta de su gemelo. Le seca la lágrima furtiva y le quita el control remoto. Apaga el televisor y coge la barbilla de Kyoko. Se para frente a él de tal forma que el joven pueda verle bien todo el rostro.

    —Estoy segura de que lo encontrarán. —Kyoko la observa; sus ojos rezuman desconfianza.

    —Es el quinto que desaparece —dice más alto de lo que pretendía.

    —Lo sé, pero debemos confiar y mantener la calma.

    —No estará para nuestro cumpleaños —El joven se deja caer en el sillón.

    Kay se inclina y le besa la frente. Es consciente de lo importante  que es Kevin para su hermano. La rabia le acelera el pulso. Se muerde la lengua antes de maldecir a los dioses. No romperá la promesa que le hiciera a Kyoko. Su gemelo detesta que lo compadezca por cada circunstancia adversa que le toca afrontar. Perder a sus padres tan pronto la había convertido en una sobreprotectora insufrible. Sin darse cuenta casi lo convierte en un inútil. La rabia enardece su temperamento. ¿Por qué tiene su hermano que afrontar tantas pérdidas? Primero la audición, luego sus padres, ahora Kevin. El único que se había fijado en su hermano sin importarle nada más. Si es que los dioses son unos desalmados. El pensamiento se le escapa. Está demasiado enfadada para reprimirse o reprocharse. El pellizco de su hermano la devuelve a la realidad.

    —Deja de rumiar contra los dioses —le dice Kyoko—. Tienes razón, tenemos que seguir adelante. la vida no se detiene.

    El corazón de Kai da un salto olímpico y se le asienta de nuevo.

    —Vale, ven a la cocina, preparé lo que más te gusta.

    El joven se levanta consciente de que su hermana necesita estar segura de que no se quebrará. En realidad, él también lo necesita. Lo que menos desea es convertirse en un sufrimiento constante para Kai. Kyoko la sigue de cerca. Ambos se esfuerzan por apartar un rato de sus mentes y sus corazones la trágica noticia.

    ***

    El akuma aguarda las órdenes. En el instante en el que el dios se aproxima sus ojos flamean.

    —Necesito que vayas al mundo mortal y acabes con esta jovencita. —El dios invoca una imagen nítida de Kai.

    —¿Puedo jugar con ella?

    El rugido del dios obliga al demonio a recular varios pasos.

    —Vuestros jueguecitos han despertado la curiosidad de los humanos. Limítate a obedecer.

    —De acuerdo. —El demonio desaparece.

    Desde las sombras surge una silueta femenina. La mujer hace una reverencia que deja al descubierto el tatuaje que le cubre la espalda y otras partes del cuerpo. Es un uwibami de escamas negras y doradas, tres cuernos en la cabeza y ojos prominentes.

    —Asegúrate de que no falle bajo ningún concepto.

    —Como ordenes —responde la mujer.

    La asesina se difumina entre las sombras sin dejar rastro.

    ***

    Otohime escucha atenta la narración de la pequeña criatura marina. La despide con una leve reverencia y corre pasillo a través. Watatsumi, dios dragón de los mares se encuentra en medio de una recepción real. La princesa dragón avanza entre los comensales. El dios advierte la preocupación que empaña la mirada de su primogénita y se excusa para hablar con ella.

    —¿Qué te ocurre? —pregunta en voz muy baja.

    —Aquí no, padre. Hay demasiados ojos y oídos indiscretos.

    El dios asiente con la cabeza. ambos acuerdan encontrarse en cuanto finalice la pequeña recepción.

    Otohime deambula con el cuerpo tenso. La entrada de su padre la sobresalta.

    —Ahora sí, explícame qué ha ocurrido.

    —Los descendientes del linaje ri-riu están desapareciendo del mundo mortal sin dejar rastros. No hay una explicación precisa.

    —No la habrá para ti, pero está muy claro que tiene que ver con las muertes que vuelven a ocurrir. —La princesa se detiene.

    —Es lo más probable.

    —Me ocuparé de esto. No debemos permitir que los sigan eliminando, el desequilibrio sería irremediable.

    —Lo sé. El problema es que no estoy segura de que podamos protegerlos a todos.

    Watatsumi la abraza con firmeza. Ella apoya la frente en su pecho. El ritmo del corazón de su padre la serena.

    —Deja todo en mis manos y mantente atenta. En cualquier momento tendremos que entrenar a los nuevos protectores.

    Otohime se estremece ante la perspectiva de lo que implican las palabras de su padre. La pesadilla retornaba más de un milenio después y prometía ser mucho peor que la última vez.

    ***

    La pareja de ri-riu acuden a la convocatoria del dios dragón. Ambos son conscientes de que la situación debe ser comprometida para que se les haya solicitado acudir con tanta urgencia. Watatsumi explica la situación sin omitir detalles.

    —Debéis ir cuanto antes y protegerla. Sin ella la situación sería insostenible.

    —No pretendo contrariar vuestra voluntad, pero hasta el momento nadie sabe quién es —dice Umiko.

    —Tampoco hay evidencias de que su espíritu ri-riu tenga intenciones de despertar —agregó Isamu.

    —Alcanzará la mayoría de edad en unos días. correr el riesgo sería una insensatez. —La princesa se hace visible—. Además, en teoría, de los otros tampoco se conocía su identidad y han desaparecido.

    —Otohime os proporcionará la información que necesitéis —dice el dios—. Id con cautela. No quisiera perderos.

    El afecto del dios les alcanza el corazón. La emoción es tan embriagante como un buen sake.

    —Cuidaremos de ella con nuestra vida de ser necesario —declara la pareja al unísono.

    La princesa se ocupa de dar la información. Con los objetivos claros, Umiko e Isamu se marchan a la superficie.

    ***

    Kai camina de la mano de su gemelo. Kioto sigue como siempre. Resulta increíble que la ciudad continúe imperturbable con todo y los crímenes que están ocurriendo. Una brisa la envuelve. Los aromas de la ciudad la distraen de sus cavilaciones. Entre las sombras un par de ojos dorados refulgen. La joven sonríe ante una broma de su gemelo. En la siguiente esquina, una pareja  observa la vitrina de la tienda a la cuál se dirigen. La joven se detiene junto a la mujer. Esta intercambia una mirada con su compañero. Otohime no había mencionado nada sobre un gemelo. El parecido entre ambos es innegable. Isamu se encoge de hombros.

    —entra tú —invita Kai—. Te espero aquí.

    Kyoko le da un beso en la mejilla y entra. La joven se vuelve para charlar con la mujer. La expresión de Umiko cambia; se torna feroz. Kai da un paso atrás. Isamu la coge por la muñeca y tira de ella en el instante en el que un demonio cierra los brazos con la intención clara de cogerla.

    ***

    Kai grita y se zafa del agarre. El miedo le palpita al mismo ritmo del corazón: desbocado como un animal salvaje. El demonio se abalanza sobre ella. La joven se agacha por puro instinto. Una voz interna le habla con firmeza; le advierte del peligro. En una curiosa pirueta, rueda sobre sí. Kai experimenta unos segundos de alivio que se esfuma tan pronto como aparece. El demonio le lanza un zarpazo que la alcanza en un hombro. Isamu maldice. Quiere librarse de esa criatura, el problema es que la joven está en el medio. Kai ahoga el grito. El dolor la recorre como una lengua ardiente y la hace trastabillar.

    La criatura acorta la distancia. En un intento por cogerla le clava las zarpas en la espalda. Kai cae al suelo. Una lágrima se le escapa al recordar a Kyoko.  Si muere su gemelo quedará a merced de esa criatura.

    Isamu saca su espada Y se lanza al ataque. El demonio forma una espada flamígera.

    —¡Sácala de aquí! —ordena el ri-riu antes de lanzar un mandoble.

    Umiko gesticula. Un Kanji brillante se forma sobre el cuerpo de Kai. En minutos, un enorme dragón azul con forma de serpiente surge desde un portal.

    —Sheiryu, es urgente llevarla con Watatsumi.

    —¿Necesitáis ayuda con esa cosa? —Umiko niega con la cabeza.

    La enorme criatura coge a Kai con delicadeza y la lleva consigo al fondo del océano.

    ***

    Umiko desenvaina su espada en el instante en el que el portal se cierra y desaparece. El demonio se encuentra acorralado. Por el rabillo del ojo Isamu distingue una figura femenina.

    —Qué lucha más desigual. No os importa si me uno para equilibrarla, ¿no?

    Los ri-riu intercambian una mirada. Acaban de escoger a su adversario.

    Umiko se abalanza sobre el demonio. Entre tanto, Isamu hace lo propio con la recién llegada. Las espadas chocan contra el suelo. La mujer ayuda al demonio y evita que la espada lo atraviese.

    Los ri-riu unen su energía vital. Umiko dibuja un kanji de ataque que se estampa contra la frente del demonio. La criatura suelta la espada. Isamu aprovecha para lanzar un mandoble contra la mujer. La asesina se carcajea. En un estallido de energía se transforma en una dragona de escamas negras y doradas, de ojos saltones y tres cuernos sobre la cabeza. la uwibami lanza un zarpazo. Isamu no logra esquivarla a tiempo. Las tres garras se le clavan en el hombro derecho. Como puede el ri-riu se libera. Incapaz de transformarse debido a la herida que drena su energía vital, entretiene a la asesina mientras Umiko absorbe el alma del demonio y resguarda el resto en los recipientes sagrados.

    Isamu recoge la espada. La uwibami se percata de la intención de Umiko y desvía el ataque. El ri-riu lo intercepta y la hiere. La dragona desaparece entre las sombras.

    —¿Puedes aguantar? —Isamu cabecea.

    Umiko se encarga de eliminar cualquier evidencia sospechosa y deshace el velo que los mantenía a cubierto de ojos humanos.

    —volvamos a casa —dice la ri-riu mientras coge a su compañero con firmeza.

    Kyoko sale corriendo de la tienda. Quiere detener a la pareja. La última vez que había visto a Kai estaba de pie al lado de esa mujer. No permitirá que se larguen sin decirle dónde está su gemela. ¿qué hicieron con ella? El pulso se le acelera ante la posibilidad de no volver a verla. Si la perdía a ella también, moriría.

    Los ri-riu aceleran el paso. La mujer aprovecha  el callejón que se abre a la derecha. Arrastra a su compañero. Kyoko corre y se adentra. Grita enfurecido al encontrar el callejón vacío  sin advertir el peligro que se cierne sobre él.


    Glosario

    Amida: dios protector de las almas humanas.

    Kojiki: libro que narra la historia de japón.

    Kotodama: alma.

    Hachiman: dios de los samuráis, el arco y protector de japón.

    Ikigai: sentido de la existencia. razón que motiva a seguir adelante cada día.

    Inari: dios del arroz y la fertilidad.

    Kitsune: sirviente de Inari con habilidades mágicas y la capacidad de adoptar forma de zorro. Son considerados entes espirituales.

    Ryoshi: cazador.

    Shinobi: ninja o asesino.

    Shinigami: ser sobrenatural que induce la muerte en los humanos o siembra en ellos el deseo de morir.

    Shoshinsha: eterno aprendiz.

    Akuma: demonio o espíritu maléfico.

    Kiuketsuki: vampiro.

    Kanjis: símbolos del alfabeto japonés.

    Takamagahara: el cielo.

    Otohime: Princesa dragón de los mares e hija de Ryujin (Watatsumi).

    Watatsumi: este dios del mar también se conoce como el dios dragón, Ryujin, y tiene la capacidad de cambiar de forma a la forma humana. Se representa como un dragón en forma de serpiente de color verde.

    Sheiryu: es un dragón enorme de color azul que se dice que protege el este y la ciudad de Kioto y que representa el agua y la primavera.

    Uwibami: este dragón simboliza mirar en todas direcciones antes de actuar.

    Ri-Riu: es un dragón bastante desconocido. Se dice que es el dragón que posee la mejor vista en comparación a otros dragones.

    Hogosha: protector.


    Nota de la autora

    Ante todo ofrezco disculpas anticipadas a los amantes de la cultura nipona por si os encontráis algunas imprecisiones en relación a la mitología o algunas criaturas sobrenaturales. Pese a mis dos días de documentación, es muy posible que sea necesario afinar algún detalle.
    He de confesar que algunas palabras las he utilizado a favor de dar forma a la trama y los personajes. Asimismo, confieso que la leyenda y lo que se desglosa de ella es ficción y responsabilidad de quien escribe.
    Hechas las aclaraciones que considero más relevantes, solo me queda agradeceros si habéis llegado hasta aquí. Ojalá hayáis disfrutado la historia.


    Este relato ha sido escrito para participar en el #DesafíoSinOpsisAbril2021, propuesto por Jessica Galera Andreu @Jess_YK82.


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  • La treceava constelación

    Una mujer mirando las constelaciones en el cielo nocturno en un paisaje natural
    Imagen libre de derechos tomada de Pxfuel

    Dedicatoria

    A ti, que crees en tus sueños y luchas por alcanzarlos…


    El reloj de arena dejó caer su último grano. Ansiosa por emprender la aventura se puso la capa y se ajustó la capucha. Abrió la puerta de su habitación con tanto cuidado que se sorprendió de sí misma; nunca se había movido de forma tan silenciosa como en aquel instante. Cerró la puerta tras de sí y echó a andar en dirección a la biblioteca.

    Había sido muy cautelosa cuando robó la llave de la sala prohibida. La sancionarían si llegaban a descubrir que había sido ella quien la había robado; claro, para eso tendrían que pillarla primero y Enya no estaba dispuesta a ponérselos tan fácil.

    Miró a un lado y a otro; no vio a nadie. Inspiró hondo y se coló en la biblioteca. La luz de la gran Jealach se filtraba por una de las ventanas. Se estremeció de pronto al divisar el movimiento de las sombras contra el suelo y las paredes. Se recriminó lo tonta que era por haberse asustado tanto; aquello a esas horas era algo más que natural.

    Avanzó con el corazón en la garganta, aunque jamás lo admitiría en voz alta. Se detuvo en cuanto vio la gran puerta de la sala prohibida. Las manos le sudaban y le temblaban por igual. Por un momento se preguntó si no sería mejor volverse; hasta ese instante nadie la había descubierto y podría librarse de una buena reprimenda o algo más si se arrepentía.

    Una vocecita chillona y endiablada la acusó de cobarde. ¿Cómo iba a perderse aquella oportunidad de descubrir el gran misterio? Enya cerró los ojos un instante. La tentación de saciar su curiosidad la acicateaba cada vez con más fuerza y resultaba mucho más embriagante que el miedo a ser castigada.

    Abrió los ojos y clavó su mirada en aquella vetusta cerradura. Sin detenerse más sacó la llave, la introdujo y giró el picaporte.

    Los goznes chirriaron con tanta intensidad que se quedó paralizada mientras se esforzaba por escuchar algo más que su desbocado corazón. Exhaló el aire despacio al darse cuenta de que el silencio seguía imperturbable. Decidida a seguir adelante con su aventura entró en la sala.

    Alzó una ceja algo incrédula y no pudo evitar la punzada de decepción que sintió al darse cuenta de que lo que tenía frente a sí no era nada parecido a lo que se había imaginado. Ahí no había grandes estanterías ni la sala era tan enorme como había creído.

    Dio una mirada algo especulativa a su alrededor y soltó un suspiro. Dejó que sus ojos vagasen de nuevo sobre el antiguo escritorio, el sillón de piel algo desvencijada, la chimenea con marco, la lamparita y el grueso cortinaje que, de seguro, protegía la estancia de miradas indiscretas. Sus ojos se fijaron en la alfombra desgastada y en aquellas paredes de piedra oscura como la obsidiana. Se acercó un poco al escritorio. Sus cejas se juntaron al fruncir el ceño cuando su mirada se posó en aquel libro grande y grueso. Parpadeó tantas veces que los ojos se le humedecieron. Cuando entró no lo había visto allí o quizá sí; no podía recordarlo. Embelesada por la extraña fascinación que el viejo volumen causaba en ella, no se percató de que la puerta se había cerrado a sus espaldas.

    Avanzó otro poco. Frunció la boca y arrugó su respingada nariz; un olor a encerrado le provocó ganas de estornudar. Hizo tropecientas muecas y movimientos hasta que el escozor cesó lo bastante como para que pudiese respirar sin riesgo de hacer un gran escándalo con sus característicos estornudos.

    La joven ninfa extendió el brazo; dentro de sí un hormigueo desconocido y difícil de reprimir le provocó el inusitado deseo de rozar las gruesas tapas del libro. En cuanto sus dedos hicieron contacto con la aterciopelada piel, la lamparita del escritorio se encendió y el libro se abrió como por arte de magia. La jovencita dio un respingo y se llevó la mano a la boca para ahogar un gritito. Con el movimiento la capucha cayó hacia atrás y dejó al descubierto la gruesa melena indómita color caramelo que la distinguía de entre sus compañeros. Se reprochó por ser tan impresionable; no debería extrañarse tanto de que esas cosas ocurrieran en el mundo que habitaba. Había estado leyendo demasiado sobre Domhan y los duine. Ahí nada era como en Aislingí y no debía olvidarlo.

    Tragó grueso en cuanto el libro detuvo el avanzar de sus páginas. Sin pensarlo demasiado se inclinó para poder leer mejor. Los ojos se le abrieron tanto que creyó que se le podrían salir de las órbitas. Ahí estaban… las palabras que Maoinie había estado recitando durante el receso de la clase de historia de la magia. Esa era la leyenda que explicaba el secreto de la treceava constelación. Cautivada y embelesada por los trazos elegantes y delicados de aquella letra cogió el libro entre sus manos. El sillón se apartó del escritorio como si la invitase a ocuparlo; Enya no lo pensó dos veces.

    El mullido asiento se hundió bajo su peso y la piel crujió mientras lograba sentarse para ponerse cómoda. Una vez alcanzó la mejor posición comenzó a leer en voz queda.

    «Creados Domhan y Aislingí y los habitantes de cada mundo decidimos reunir nuestros dones en un objeto sagrado que ayudase a proteger al mundo onírico del cual dependían las almas de los duine. El crosier sería nuestro legado; el obsequio que como dioses del Aislingí dejaríamos para que ambos mundos pudiesen existir sin depender de nuestra intervención permanente. Si tan sólo hubiésemos sospechado lo que iba a ocurrir…»

    Enya tragó grueso y se lamió un dedo para humedecerlo y poder pasar la página. El corazón le latió con más fuerza al leer y asimilar lo que los dioses de las emociones habían creado. Todo lo que una vez consideró un mito en realidad existía: el báculo sagrado había sido real. ¿Sería cierto todo lo demás? Dejó que sus ojos se pasearan sobre aquella pulcra caligrafía. La necesidad de develar el misterio la espoleaba a leer sin parpadear.

    «Me he reunido con Téigh, Brón, Éaradh, Iontas, Grá y Aoibhneas; ellos están tan consternados como yo y aunque se niegan a intervenir, he sido firme en mi posición. Como diosa del equilibrio no puedo dejar de hacer algo ante el desastre que se ha desatado tras el robo del báculo sagrado. Anord se negó a admitir su responsabilidad; pese a su insistencia, sabemos que Uaillmhian, su primogénito, fue quien robó el báculo. Es él quien está sembrando el terror entre los duine; es él quien provoca sus pesadillas y roba sus almas mientras se encuentran indefensos. Tal bajeza no la podemos permitir y por más que mis hermanos se opongan, no me quedaré con los brazos cruzados para ver cómo nuestra creación queda destruida por la ambición».

    La joven ninfa frunció la boca; sus rosados labios formaron una delgada línea. En su corazón despertó una sensación de incomodidad y rechazo. ¿Cómo podían los dioses pretender desentenderse luego de que todo estuviese de cabeza por su culpa? Como habitantes del mundo onírico se les inculcaba desde muy pequeños un alto sentido de la responsabilidad ante sus actos. De muchos de ellos dependía la estabilidad emocional de los duine. Sabía que era una falta de respeto cuestionar a los dioses; aun así, le resultaba muy difícil no hacerlo. Aquella negativa a intervenir le parecía un total acto de cobardía. Al darse cuenta de que estaba dejándose llevar por sus emociones hizo un alto y respiró profundo. No era propio de ella juzgar sin tener toda la información, así que decidió seguir adelante con la lectura. Quizá las cosas no terminaban tan mal después de todo. Que ambos mundos siguiesen existiendo era buena prueba de ello. Se humedeció el dedo una vez más y enfocó sus ojos en la siguiente página.

    «No sé si habré tomado la mejor decisión. Me pesa muchísimo tener que encargarle a una de mis hijas más jóvenes la tarea de detener a Uaillmhian. Nuestra situación es desesperada y aunque no sea ético, debemos recurrir a todo lo que tengamos a mano. Ella sabe a lo que se expone; ha sido su fe, su lealtad y su valentía la que me ha empujado a pedirle que se encargue de esta misión. Él está loco por ella; su obsesión puede ser nuestra única salvación».

    Enya apretó los dientes con tanta fuerza que sintió una punzada en la mandíbula. Sin poder evitarlo cerró el puño y golpeó el libro como si así pudiese darle a la diosa en todo el rostro. ¿cómo podía Iarmhéid utilizar a una de sus hijas? ¿Acaso no eran ellos los dioses? ¿No podían ellos hacerse cargo? Estaba furiosa y de no ser por el amor que profesaba por los libros, habría arrancado aquella página sin sentir ni una pizca de remordimiento. Bufó indignada y a punto estuvo de cerrar el libro y lanzarlo contra el suelo de no ser por su insaciable curiosidad. Ya que había llegado hasta allí, lo justo era saber cómo había terminado todo aquello.

    «Áilleacht logró atraerlo tal como esperaba. Lo citó en el lugar indicado y eso lo condujo hasta nosotros. Él no llegó a sospechar que le tendimos una trampa…».

    La joven ninfa se quedó inmóvil mientras sus pensamientos no dejaban de darle vuelta en la cabeza. Nunca se imaginó que los dioses fuesen criaturas tan taimadas y traicioneras. Se mordió el labio inferior preocupada por su falta de sensatez; podrían desterrarla si se supiese lo que había llegado a pensar sobre los dioses. Cerró los ojos y negó con la cabeza; necesitaba despejar su mente de prejuicios tan insanos. Bajó la mirada y siguió adelante con la lectura.

    «La lucha fue terrible. A pesar de que hemos logrado detenerlo, la pérdida de mi hija más querida me pesará siempre en el corazón. Quizá por ello no me ha temblado el pulso. Está mal, muy mal que reconozca que me he dejado llevar por la venganza y lo he convertido en una nathair; el vivo ejemplo de lo que un ser como él es: una serpiente rastrera. No me ha importado condenarlo por toda la eternidad a formar parte del báculo. Lo mejor que podemos hacer es que ninguno de los dos esté al alcance de otro espíritu perverso sediento de poder y ambición. Por eso he cumplido el deseo de mi pequeña Áilleacht que, en sus últimos segundos de existencia pidió que del mal se crease algo digno de apreciar. De no ser así lo habría condenado a vivir entre las sombras. No fue fácil; pese a mis deseos y los de mis hermanos, lo hemos transformado en parte del firmamento. Al menos así cada vez que Grian lo roce con su refulgente brillo, el alma de mi pequeña brillará».

    Una lágrima rodó por el níveo rostro de Enya. Se la enjugó con un dedo y tragó grueso. El nudo de emociones que tenía en la garganta le hacía difícil respirar. Cerró el libro y se levantó. Tras dejarlo sobre el escritorio se aproximó al cortinaje. Era pesado y olía a viejo. Lo levantó sin importarle llenarse la mano de polvo. Alzó la mirada hacia el cielo tachonado de estrellas. Jealach brillaba en lo alto y su platinado fulgor le sirvió de referencia. Desvió la cabeza y entrecerró los ojos. Tras algunos segundos de vacilación pudo divisarla. Entre el escorpión y el arquero, la figura del crosier y la Nathair enroscada en su extensión podía verse con claridad. Mientras observaba la treceava constelación recordó la cantidad de veces que se había preguntado de dónde habría surgido. Lo que se les enseñaba desde pequeños es que había sido una invención de los duine; sin embargo, a ella esa explicación le solía parecer vaga e insuficiente. Por mucha imaginación que tuviesen, ella creía que hacía falta algo más para explicar las maravillas que conformaban ambos mundos y no podía decirse que los duine fueran muy propensos a creer en la magia. Tampoco podía decirse, aunque se les enseñase lo contrario, que los dioses eran ajenos a las emociones y las debilidades como cualquier otra criatura. Siendo así ¿Quién era ella para juzgarlos? Si pretendía que los dioses fuesen justos, ella debía serlo también.

    —Llevas razón, en realidad son muy pocos los duine que creen en la magia. Sin embargo, sus almas son tan valiosas como la de cualquiera de nosotros. Sólo por ello merece la pena el sacrificio de salvaguardar su existencia. Respecto de los dioses… es mucho más difícil de lo que se os inculca. El poder trae consigo responsabilidad y también la posibilidad de cometer errores porque en ocasiones nos ciega y opaca nuestra capacidad de impartir justicia. —Enya se volvió con brusquedad al escuchar aquella voz grave y acompasada—. No debes temer, hija mía. He permitido que llegases hasta aquí porque creo que es tiempo de que se sepan algunos secretos.

    La joven ninfa dejó caer el cortinaje. La boca se le secó y las manos le comenzaron a sudar. No todos los días se tenía la oportunidad de ver a una diosa cara a cara.

    —Siento mucho haber leído vuestras memorias —dijo Enya mientras permanecía inmóvil con la mirada clavada en la alfombra.

    Iarmhéid hizo un gesto con la mano para restarle importancia.

    —No debes preocuparte por ello —respondió y esbozó una sonrisa—. Si no hubiese querido que lo hicieras, no habrías podido llegar hasta aquí sin ser descubierta. —Enya alzó la mirada; sus ojos azul verdoso se clavaron en la diosa.

    —Puedo haceros una pregunta? —La diosa asintió con la cabeza—. ¿Por qué ahora? ¿Por qué yo?

    El rostro de la diosa se ensombreció.

    —Porque la historia amenaza con repetirse y necesito que me ayudes… que nos ayudes.

    —El báculo sagrado es inalcanzable y Uaillmhian ha quedado apresado con él. —La diosa desvió la mirada y en su rostro se dibujó algo que a Enya le pareció vergüenza.

    —El crosier no fue el único objeto sagrado que crearon mis hermanos. —La joven ninfa disimuló la sorpresa ante la revelación.

    —¿Por qué no convertís a ese otro objeto como hicisteis con el báculo?

    Las mejillas de la diosa se tiñeron de un rubor parecido al tono del ocaso y Enya estuvo segura de que la diosa estaba avergonzada.

    —Tenemos un pequeño problema —dijo en voz queda—. El objeto se ha perdido y no sabemos quién pudo haberlo extraído de la bóveda donde guardamos todos esos obsequios.

    La joven ninfa se mordió la lengua. A punto estuvo de revelar que para ella esos dichosos objetos lo menos que representaban era un obsequio. No obstante, no era estúpida y sabía que una cosa era pensar y otra muy diferente cuestionar de viva voz a una diosa; lo segundo no era algo que pudiese hacerse sin tener consecuencias. La exasperó sobremanera que la diosa utilizase semejante eufemismo; por lo que podía entender, el objeto había sido robado, no se había extraviado solo. Inspiró muy hondo para aplacar su irritación antes de hablar.

    —Entiendo que me habéis elegido para esta misión, ¿no?

    —Puedes negarte si no te sientes capaz… —replicó la diosa.

    Enya advirtió la provocación. La diosa la conocía y sabía que su peor debilidad era el orgullo. No obstante, no entraría en ese juego.

    —Si pudiera hacerlo no me habríais traído hasta aquí. —Iarmhéid puso gesto adusto—. Lamento si no os gusta mi respuesta —dijo la joven al ver la reacción de la diosa.

    —Lo que no me gusta es tener que hacer esto por segunda vez… créeme, si pudiera no lo haría.

    Enya exhaló un suspiro y decidió aproximarse a Iarmhéid. Luego de lo que había leído sabía que le decía la verdad. Dar el primer paso en su dirección le había costado; en su interior el miedo y el sentido del deber se debatían en una lucha encarnada. Al final ganó el deber. Era una ninfa onírica y como tal debía luchar contra cualquier cosa que amenazara al Aislingí. También debía proteger las almas de los duine y ella era fiel a sus principios. La diosa lo sabía, por eso la había convocado y ella no se negaría a servirle.

    —Os serviré y cumpliré con mi deber —dijo tras inclinar la cabeza en una respetuosa reverencia.

    —No esperaba menos de ti querida mía. —La diosa posó ambas manos sobre la cabeza de la ninfa—. Tu misión será difícil y arriesgada. Has de viajar a Domhan, y encontrar al duine que ha robado la gema sagrada de la verdad; el equilibrio entre Éadrom y Scáthanna depende de que recuperes la gema.

    Enya no tuvo tiempo de reaccionar. En una fracción de segundos se sintió arrastrada en una espiral vertiginosa que la arrancó del mundo onírico y la expulsó luego a un mundo que sólo conocía a través de los libros que tanto había leído.

    Desorientada y angustiada por verse atrapada en el mundo real elevó una plegaria a los dioses para que Iarmhéid no se hubiese equivocado al elegirla y para que en breve pudiese recuperar sus poderes antes de verse metida en serios problemas. Estaba segura de que la diosa no exageraba al decir que el equilibrio entre la luz y las sombras de su mundo peligraba si aquel objeto seguía en las manos equivocadas; también estaba segura, aunque eso no se lo hubiese dicho, de que la estabilidad emocional de todas las almas que habitaban el mundo real estaba expuesta a un grave peligro.

    Un crujido a sus espaldas la puso en tensión. La vibración de una energía oscura y poderosa le advirtió que su aventura acababa de comenzar y que no tendría demasiado tiempo que perder si acaso pretendía hallar la gema sagrada y salvar a ambos mundos de la amenaza inminente que podría destruirlos para siempre.


    Glosario

    Áilleacht: Ninfa onírica. Puede sanar el alma de los habitantes del mundo real a través de los sueños.
    Aislingí: mundo de los sueños.
    Anord: dios del caos.
    Aoibhneas: diosa de la alegría.
    Brón: dios de la tristeza.
    Crosier: el báculo mágico que otorga poder a quien lo posea para controlar el mundo de los sueños.
    Domhan: mundo real.
    Duine: habitantes del mundo real.
    Éadrom : luz.
    Éaradh: dios del asco la repulsión y el rechazo.
    Enya: Ninfa onírica. Escogida por la diosa para emprender la búsqueda de otro objeto sagrado.
    Iarmhéid: diosa del equilibrio.
    Iontas: diosa de la sorpresa.
    Jealach: astro nocturno parecido a la luna.
    Grá: diosa del amor.
    Grian: astro diurno parecido al sol.
    Nathair: reptil similar a una serpiente.
    Scáthanna: sombras.
    Téigh: Dios de la ira.
    Uaillmhian: Mago oscuro del caos; provoca pesadillas y roba el alma a través de los sueños.

  • La leyenda de la Señora de la Luna Oscura

    Fotografía del bosque de Irlanda del Norte Dark Hedges
    Imagen tomada de Pixabay.com

    “Cuenta la leyenda, que cada treinta y dos meses en Dark Hedges, cuando llega la luna negra, La señora desciende entre los humanos para iniciar a sus elegidas. Solo aquellas de sus hijas que acepten su esencia y amen en libertad, se encargarán de perpetuar su legado por toda la eternidad.”

    Despertó sobresaltada y sudorosa. Abrió los ojos con lentitud y atisbó de lejos el pequeño reloj digital que descansaba sobre su escritorio. Gritó, incorporándose de golpe, mientras luchaba con las sábanas que, rebeldes se enredaban entre sus esbeltas piernas.

    —maldición —pensó al observar desde su ventana, los colores del atardecer dando paso a una noche cerrada.

    Había dormido más de la cuenta, apenas si le quedaban dos horas para alistarse y salir. Como pudo se puso en pie. El desorden de su habitación era más significativo que de costumbre, pero esa noche nada importaba. Llevaba demasiado tiempo intentando dar con la solución al enigma que había regido y marcado su vida desde antes de su nacimiento. Según su abuelo, ella era especial; tanto que algún día su vida cambiaría para siempre, le había dicho luego de horas y horas de pregunta tras pregunta sobre las mujeres de su familia.

    Comenzó a buscar entre aquel remolino de papeles y libros hasta que por fin lo encontró. Una sensación de premura comenzó a recorrerle desde la punta de los dedos de los pies, adentrándose cada vez más profundo en su interior.

    Acarició las suaves tapas de piel y se acercó el pequeño diario a la nariz. Le pareció reconocer el aroma, aunque luego de tantos años tendría que ser imposible.

    Abrió el diario, levantando con delicadeza la tapa frontal. Una hoja amarillenta y desgastada le dio la bienvenida. Su dedo recorría aquella caligrafía tan elaborada y con cada palabra el anhelo resurgía en su corazón, calentándola desde lo más hondo.

    “Este es mi legado, mi obsequio para ti y todas mis hijas. Buscad la verdad en vuestra oscuridad y hallareis la luz que guiará vuestro destino. Cuando llegue el novilunio acudid a mi y yo os estaré esperando como hija y descendiente de Lilith que soy. No tengáis miedo, lo que habita en vosotras forma parte del todo y como tal, si queréis ser en realidad libres, habréis de conocerlo y aceptarlo.”

    Deirdre continuó leyendo hasta que por fin dio con el párrafo que tanto la había marcado.

    “El tercer día del novilunio, buscadme, os estaré esperando en nuestro lugar sagrado. Mi sonrisa os guiará. No temáis a mis sombras, pues ellas os permitirán saber que soy yo, la señora de la luna oscura quien os espera para daros la bienvenida a mi reino, que será vuestro, en tanto y en cuanto os aceptéis tal y como sois, pues yo os he creado a mi imagen y semejanza.”

    —aceptación, cuánto me ha costado y que precio tan alto he tenido que pagar —murmuró, mientras una lágrima se escapaba furtiva, recordándole cada instante vivido desde que reconoció que era diferente.

    Inspiró profundo, se secó las lágrimas y cerró el diario. Sabía lo que tenía que hacer y en donde; así que decidida alzó la mirada y se encontró con su imagen en el espejo.

    —No hay manera de que te eches atrás ahora. Ve a por tu destino —se dijo, mientras comenzaba a alistarse.

    La noche parecía más oscura que de costumbre. El sendero que de niña recorrió tantas veces, le llevaba cada vez más lejos. De cuando en cuando volteaba al escuchar algún ruido y aunque el miedo le atenazaba con fuerza, su deseo palpitaba con más intensidad venciendo su resistencia.

    Irguió la cabeza y entonces la vio. Al oeste, moviéndose desde el horizonte, una delgada franja de luz arqueada, permitía divisar un conjunto de sombras que parecían moverse como un remolino en dirección a ella.

    Comenzó a correr a toda prisa hacia el claro del bosque. La neblina se arremolinaba entre sus pies, acariciándole los tobillos. La humedad y el roce de la hierva fresca le cosquilleaba en la piel. Trastabilló un par de veces, pero retomó el equilibrio. El viento comenzó a soplar con fuerza, la oscuridad la engullía haciendo que se fundiese con las formas del bosque. Jadeando tras la carera se detuvo en seco. Parpadeó varias veces; con los ojos llenos de lágrimas le resultaba difícil mirar. Pero sí, allí estaba, tenía que ser ella.

    —Acércate, hija mía, te esperaba.

    Deirdre se acercó con cautela. La belleza de aquella mujer la deslumbraba. Mitad mujer, mitad fuego, aquella presencia le subyugaba de una manera inenarrable.

    —Pensé que eras una leyenda —Lilith le sonrió, mostrando sus afilados colmillos y extendiéndole la mano—. He venido tantas veces, no puedo creer que por fin estés aquí.

    —Pero nada dice que las leyendas no podamos formar parte de la realidad, ¿no? —Deirdre esbozó una tenue sonrisa y se asió con fuerza de aquella mano tan suave y cálida—. Todo tiene su momento, mi pequeña guerrera; y el tuyo por fin ha llegado. ¿Lista, hija mía? —Deirdre cerró los ojos, tragó con fuerza y asintió.

    Un calor abrasador le recorrió el cuerpo. En su mente vibraban imágenes, sensaciones, emociones, pensamientos. Un mundo entero de historia se rendía a sus pies. La eternidad y la inmortalidad le daban la bienvenida y entonces supo por fin quién era y descubrió el sentido de su existencia.

    Abrió los ojos por fin y entonces la vio. Una tormenta de recuerdos y emociones la estremeció. Frente a ella, el verdadero amor de su vida se hallaba, expectante.

    De pie, entre ambas, Lilith extendió su otra mano y finalmente, las unió.

    —ahora, bebed de mí y consagrad vuestro legado. Uníos a pesar de lo que diga el hombre, pues su palabra nunca podrá estar por encima de quienes y lo que sois: Hijas de la noche, portadoras de los secretos de la oscuridad y el caos.

    Ambas asintieron y bebieron. Deirdre se sentía pletórica. Esa noche había recibido mucho más de lo que jamás imaginó.

    Lilith acarició el cabello y las mejillas de ambas mujeres; señal de que había sido suficiente, al menos por esa noche.

    —id en paz, mis pequeñas guerreras de la oscuridad. Esperad el siguiente novilunio y venid aquí. Os estaré esperando. Amaos como yo os amo y nunca olvidéis qué sois. No bajéis la cabeza, no os rindáis ante la intolerancia. Sois amor y sabiduría, poder y eternidad, desde hoy y para siempre.

    Ambas asintieron, entrelazando los dedos de sus manos en una caricia tan íntima, que los dieciocho años de ausencia desaparecieron como si nunca hubiesen existido.

    Lilith las observó complacida y finalmente se desvaneció en medio de la noche.

    —Pensé que te había perdido para siempre.

    Laila negó con la cabeza, mientras acariciaba el rostro juvenil de la única mujer que había amado en toda su existencia.

    —Vamos a casa, tengo mucho que contarte.

    —¿A la tuya? o a la mía

    —A la nuestra, cariño; a la nuestra —Deirdre sonrió al sentir aquellos labios que tanto añoró, acariciar los suyos de aquella forma tan dulce que siempre le hacía derretirse por dentro. Y así, en medio de la noche, ambas desaparecieron.

    La habitación permanecía en silencio. Luego de unos minutos, un suspiro profundo dio paso a un par de risitas divertidas.

    —No sé de qué os reís, si es que sois muy tontas —Elaine volvió a suspirar mientras dejaba vagar su mirada entre las llamas vivas de la chimenea.

    —tú eres demasiado graciosa, siempre suspirando toda pillada por las historias de mamá —Elaine hizo una mueca y se sentó cruzando las piernas, mientras sus hermanas le hacían carantoñas.

    Laila y Deirdre decidieron intervenir.

    —No comencéis de nuevo, chicas. Dejad de molestar a Elaine.

    Las gemelas se levantaron de un salto y corrieron al regazo de Laila.

    Laila les acomodó en su regazo como pudo, una sobre cada muslo.

    —Pero mami, es que ella siempre está suspirando, parece enamorada —dijeron las niñas, mientras se enroscaban algunos mechones de su madre entre los pequeños dedos.

    —bueno, así era vuestra madre más o menos a su edad —Laila vio de reojo a Deirdre, que se había sentado junto a su hija para darle apoyo moral.

    Las niñas abrieron mucho los ojos mirando a su otra madre.

    —¿es verdad, mami?

    Deirdre asintió, sonriendo.

    —Siempre he sido la más romántica de las dos, niñas.

    Las niñas miraron entonces a su hermana, quien parecía satisfecha perdida en algún lugar de su imaginación, mientras rememoraba trozos de la historia de amor entre sus madres.

    —¿Y cuándo nos vais a llevar, mami?

    —todavía sois muy pequeñajas —las gemelas achicaron los ojos mirando a su hermana, mientras arrugaban la nariz en un gesto que denotaba que comenzaría en breve otra batalla.

    Deirdre decidió intentar elevar la bandera de tregua.

    —cuando os llegue el momento vosotras también iréis, chicas. Ahora vamos a la cama, ha sido suficiente por el día de hoy.

    Deirdre se acercó a Laila, se inclinó para darle un dulce beso en los labios y tomó a cada gemela de una mano.

    —Vamos, chicas. Esta noche os cuento yo una historia.

    Las niñas se asieron de la mano de su madre y bajaron del regazo de Laila con rapidez, dando pequeños saltitos mientras subían las escaleras.

    Laila y Elaine las vieron desaparecer al girar la curva de la escalera.

    —mamá, ¿puedo ir con vosotras la próxima vez?

    Laila miró a su hija mayor, admirando lo mucho que se parecía a su amada Deirdre.

    —Vendrás cuando la señora lo quiera así. No antes, no después, cariño.

    —pero mamá, es que yo quiero verla. Ya no soy una niña, quiero iniciarme igual que vosotras.

    Laila acarició el suave cabello de su hija.

    —en la vida todo tiene un tiempo, cariño. El tuyo todavía no ha llegado aún. Pero llegará, no tengas duda de ello.

    Elaine suspiró profundo mirando el chisporrotear del fuego.

    —¿crees que le gustaré a la señora, mamá?

    —claro que sí, cariño, le gustarás mucho.

    Laila se acercó más a su hija, abrazándola con ternura.

    —Cuéntame más de la señora de la luna oscura, mamá. Di que sí, por favor.

    Laila sonrió para sus adentros y comenzó a narrarle a su hija como encontró aquel diario que le abrió las puertas a la libertad y a una nueva vida.