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  • La leyenda de la Señora de la Luna Oscura

    Fotografía del bosque de Irlanda del Norte Dark Hedges
    Imagen tomada de Pixabay.com

    “Cuenta la leyenda, que cada treinta y dos meses en Dark Hedges, cuando llega la luna negra, La señora desciende entre los humanos para iniciar a sus elegidas. Solo aquellas de sus hijas que acepten su esencia y amen en libertad, se encargarán de perpetuar su legado por toda la eternidad.”

    Despertó sobresaltada y sudorosa. Abrió los ojos con lentitud y atisbó de lejos el pequeño reloj digital que descansaba sobre su escritorio. Gritó, incorporándose de golpe, mientras luchaba con las sábanas que, rebeldes se enredaban entre sus esbeltas piernas.

    —maldición —pensó al observar desde su ventana, los colores del atardecer dando paso a una noche cerrada.

    Había dormido más de la cuenta, apenas si le quedaban dos horas para alistarse y salir. Como pudo se puso en pie. El desorden de su habitación era más significativo que de costumbre, pero esa noche nada importaba. Llevaba demasiado tiempo intentando dar con la solución al enigma que había regido y marcado su vida desde antes de su nacimiento. Según su abuelo, ella era especial; tanto que algún día su vida cambiaría para siempre, le había dicho luego de horas y horas de pregunta tras pregunta sobre las mujeres de su familia.

    Comenzó a buscar entre aquel remolino de papeles y libros hasta que por fin lo encontró. Una sensación de premura comenzó a recorrerle desde la punta de los dedos de los pies, adentrándose cada vez más profundo en su interior.

    Acarició las suaves tapas de piel y se acercó el pequeño diario a la nariz. Le pareció reconocer el aroma, aunque luego de tantos años tendría que ser imposible.

    Abrió el diario, levantando con delicadeza la tapa frontal. Una hoja amarillenta y desgastada le dio la bienvenida. Su dedo recorría aquella caligrafía tan elaborada y con cada palabra el anhelo resurgía en su corazón, calentándola desde lo más hondo.

    “Este es mi legado, mi obsequio para ti y todas mis hijas. Buscad la verdad en vuestra oscuridad y hallareis la luz que guiará vuestro destino. Cuando llegue el novilunio acudid a mi y yo os estaré esperando como hija y descendiente de Lilith que soy. No tengáis miedo, lo que habita en vosotras forma parte del todo y como tal, si queréis ser en realidad libres, habréis de conocerlo y aceptarlo.”

    Deirdre continuó leyendo hasta que por fin dio con el párrafo que tanto la había marcado.

    “El tercer día del novilunio, buscadme, os estaré esperando en nuestro lugar sagrado. Mi sonrisa os guiará. No temáis a mis sombras, pues ellas os permitirán saber que soy yo, la señora de la luna oscura quien os espera para daros la bienvenida a mi reino, que será vuestro, en tanto y en cuanto os aceptéis tal y como sois, pues yo os he creado a mi imagen y semejanza.”

    —aceptación, cuánto me ha costado y que precio tan alto he tenido que pagar —murmuró, mientras una lágrima se escapaba furtiva, recordándole cada instante vivido desde que reconoció que era diferente.

    Inspiró profundo, se secó las lágrimas y cerró el diario. Sabía lo que tenía que hacer y en donde; así que decidida alzó la mirada y se encontró con su imagen en el espejo.

    —No hay manera de que te eches atrás ahora. Ve a por tu destino —se dijo, mientras comenzaba a alistarse.

    La noche parecía más oscura que de costumbre. El sendero que de niña recorrió tantas veces, le llevaba cada vez más lejos. De cuando en cuando volteaba al escuchar algún ruido y aunque el miedo le atenazaba con fuerza, su deseo palpitaba con más intensidad venciendo su resistencia.

    Irguió la cabeza y entonces la vio. Al oeste, moviéndose desde el horizonte, una delgada franja de luz arqueada, permitía divisar un conjunto de sombras que parecían moverse como un remolino en dirección a ella.

    Comenzó a correr a toda prisa hacia el claro del bosque. La neblina se arremolinaba entre sus pies, acariciándole los tobillos. La humedad y el roce de la hierva fresca le cosquilleaba en la piel. Trastabilló un par de veces, pero retomó el equilibrio. El viento comenzó a soplar con fuerza, la oscuridad la engullía haciendo que se fundiese con las formas del bosque. Jadeando tras la carera se detuvo en seco. Parpadeó varias veces; con los ojos llenos de lágrimas le resultaba difícil mirar. Pero sí, allí estaba, tenía que ser ella.

    —Acércate, hija mía, te esperaba.

    Deirdre se acercó con cautela. La belleza de aquella mujer la deslumbraba. Mitad mujer, mitad fuego, aquella presencia le subyugaba de una manera inenarrable.

    —Pensé que eras una leyenda —Lilith le sonrió, mostrando sus afilados colmillos y extendiéndole la mano—. He venido tantas veces, no puedo creer que por fin estés aquí.

    —Pero nada dice que las leyendas no podamos formar parte de la realidad, ¿no? —Deirdre esbozó una tenue sonrisa y se asió con fuerza de aquella mano tan suave y cálida—. Todo tiene su momento, mi pequeña guerrera; y el tuyo por fin ha llegado. ¿Lista, hija mía? —Deirdre cerró los ojos, tragó con fuerza y asintió.

    Un calor abrasador le recorrió el cuerpo. En su mente vibraban imágenes, sensaciones, emociones, pensamientos. Un mundo entero de historia se rendía a sus pies. La eternidad y la inmortalidad le daban la bienvenida y entonces supo por fin quién era y descubrió el sentido de su existencia.

    Abrió los ojos por fin y entonces la vio. Una tormenta de recuerdos y emociones la estremeció. Frente a ella, el verdadero amor de su vida se hallaba, expectante.

    De pie, entre ambas, Lilith extendió su otra mano y finalmente, las unió.

    —ahora, bebed de mí y consagrad vuestro legado. Uníos a pesar de lo que diga el hombre, pues su palabra nunca podrá estar por encima de quienes y lo que sois: Hijas de la noche, portadoras de los secretos de la oscuridad y el caos.

    Ambas asintieron y bebieron. Deirdre se sentía pletórica. Esa noche había recibido mucho más de lo que jamás imaginó.

    Lilith acarició el cabello y las mejillas de ambas mujeres; señal de que había sido suficiente, al menos por esa noche.

    —id en paz, mis pequeñas guerreras de la oscuridad. Esperad el siguiente novilunio y venid aquí. Os estaré esperando. Amaos como yo os amo y nunca olvidéis qué sois. No bajéis la cabeza, no os rindáis ante la intolerancia. Sois amor y sabiduría, poder y eternidad, desde hoy y para siempre.

    Ambas asintieron, entrelazando los dedos de sus manos en una caricia tan íntima, que los dieciocho años de ausencia desaparecieron como si nunca hubiesen existido.

    Lilith las observó complacida y finalmente se desvaneció en medio de la noche.

    —Pensé que te había perdido para siempre.

    Laila negó con la cabeza, mientras acariciaba el rostro juvenil de la única mujer que había amado en toda su existencia.

    —Vamos a casa, tengo mucho que contarte.

    —¿A la tuya? o a la mía

    —A la nuestra, cariño; a la nuestra —Deirdre sonrió al sentir aquellos labios que tanto añoró, acariciar los suyos de aquella forma tan dulce que siempre le hacía derretirse por dentro. Y así, en medio de la noche, ambas desaparecieron.

    La habitación permanecía en silencio. Luego de unos minutos, un suspiro profundo dio paso a un par de risitas divertidas.

    —No sé de qué os reís, si es que sois muy tontas —Elaine volvió a suspirar mientras dejaba vagar su mirada entre las llamas vivas de la chimenea.

    —tú eres demasiado graciosa, siempre suspirando toda pillada por las historias de mamá —Elaine hizo una mueca y se sentó cruzando las piernas, mientras sus hermanas le hacían carantoñas.

    Laila y Deirdre decidieron intervenir.

    —No comencéis de nuevo, chicas. Dejad de molestar a Elaine.

    Las gemelas se levantaron de un salto y corrieron al regazo de Laila.

    Laila les acomodó en su regazo como pudo, una sobre cada muslo.

    —Pero mami, es que ella siempre está suspirando, parece enamorada —dijeron las niñas, mientras se enroscaban algunos mechones de su madre entre los pequeños dedos.

    —bueno, así era vuestra madre más o menos a su edad —Laila vio de reojo a Deirdre, que se había sentado junto a su hija para darle apoyo moral.

    Las niñas abrieron mucho los ojos mirando a su otra madre.

    —¿es verdad, mami?

    Deirdre asintió, sonriendo.

    —Siempre he sido la más romántica de las dos, niñas.

    Las niñas miraron entonces a su hermana, quien parecía satisfecha perdida en algún lugar de su imaginación, mientras rememoraba trozos de la historia de amor entre sus madres.

    —¿Y cuándo nos vais a llevar, mami?

    —todavía sois muy pequeñajas —las gemelas achicaron los ojos mirando a su hermana, mientras arrugaban la nariz en un gesto que denotaba que comenzaría en breve otra batalla.

    Deirdre decidió intentar elevar la bandera de tregua.

    —cuando os llegue el momento vosotras también iréis, chicas. Ahora vamos a la cama, ha sido suficiente por el día de hoy.

    Deirdre se acercó a Laila, se inclinó para darle un dulce beso en los labios y tomó a cada gemela de una mano.

    —Vamos, chicas. Esta noche os cuento yo una historia.

    Las niñas se asieron de la mano de su madre y bajaron del regazo de Laila con rapidez, dando pequeños saltitos mientras subían las escaleras.

    Laila y Elaine las vieron desaparecer al girar la curva de la escalera.

    —mamá, ¿puedo ir con vosotras la próxima vez?

    Laila miró a su hija mayor, admirando lo mucho que se parecía a su amada Deirdre.

    —Vendrás cuando la señora lo quiera así. No antes, no después, cariño.

    —pero mamá, es que yo quiero verla. Ya no soy una niña, quiero iniciarme igual que vosotras.

    Laila acarició el suave cabello de su hija.

    —en la vida todo tiene un tiempo, cariño. El tuyo todavía no ha llegado aún. Pero llegará, no tengas duda de ello.

    Elaine suspiró profundo mirando el chisporrotear del fuego.

    —¿crees que le gustaré a la señora, mamá?

    —claro que sí, cariño, le gustarás mucho.

    Laila se acercó más a su hija, abrazándola con ternura.

    —Cuéntame más de la señora de la luna oscura, mamá. Di que sí, por favor.

    Laila sonrió para sus adentros y comenzó a narrarle a su hija como encontró aquel diario que le abrió las puertas a la libertad y a una nueva vida.