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  • El Hechicero Y La Señora De La Luna Oscura

    fotografía de un árbol en medio de un paisaje algo tenebroso
    fotografía libre de derechos tomada de pixabay.com

    “A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo.” Jean de La Fontaine.

    Desplegó sus amplias alas el búho, antes de posarse en la rama de aquel vetusto roble y comenzar a emitir su tan singular ulular. Su plomiza compañera giró la cabeza con tal rapidez, que, de no tratarse de un movimiento típico en dichas aves, habría parecido un verdadero desplante. Estirando sus alas al máximo, el búho retaba una y otra vez a su compañera, quien guardaba silencio ante semejante comportamiento. La hembra, impasible, giró de nuevo su cabeza y abrió los ojos. El búho replegó sus alas en un solo movimiento. Su compañera comenzó a ulular siguiendo un ritmo hipnótico mientras le observaba de tal forma, que sus ojos refulgían como dos llamas ardientes esperando devorar todo a su paso.

    En lo alto, la luna brillaba acariciando con su luz aquel tétrico paisaje, mientras a lo lejos, el tenue ulular de otros búhos daba paso a un sinfín de sonidos esa noche.

    Minutos después, la usual cacofonía se veía interrumpida de improviso, permitiendo que el silencio lo subyugase todo. El búho, presa de la inquietud intentó alzar el vuelo, pero le fue imposible.

    Nubes densas y tormentosas se arremolinaban intentando sofocar a la luna, que luchaba por permanecer altiva ante el silencio que, retador se negaba a ceder el espacio ganado.

    Aquel singular ulular volvió a escucharse y de súbito una tormenta se desató con tal furia, que hasta los robles más robustos temblaban expectantes.

    El cielo estalló tras un relámpago iridiscente, seguido de cerca de un ruido atronador que se perdía en el horizonte, reverberando hasta el fondo del acantilado, confundiéndose con el rugir del mar que también embravecido, chocaba azotando las rocas.

    La lluvia, helada y filosa caía sin cesar empapando todo a su paso. Los búhos que minutos antes permanecían a resguardo, alzaron el vuelo en dirección al oscuro castillo que descansaba en lo más alto de la ciénaga.

    Las rapaces aves planearon rodeando la torre más alta, hasta que por fin decidieron avanzar. La ventana, abierta de par en par les dio la bienvenida.

    Tras otro potente relámpago, el empapado plumaje de aquellas aves fue desvaneciéndose bajo un par de pieles algo cenicientas, al menos bajo la tenue iluminación que mantenía casi en penumbra aquella estancia.

    —te he dicho mil veces, que un búho no es la mejor elección, Patrick ¿Por qué siempre te empeñas en desafiarle de esa manera?

    Patrick achicó los ojos mientras comenzaba a secarse el grueso y ondulado cabello, frotando con fuerza los mechones que le rozaban los hombros y que, a su vez, enmarcaban su rostro aguileño de facciones poco agraciadas que le otorgaban un aspecto de hombre frío e implacable.

    —Te crees una sabelotodo, ¿no? —Sorcha frunció el cejo, arrugando de paso la nariz, al escuchar aquella voz tan poco melodiosa, mientras hacía lo propio secándose y procurando avivar el fuego que se negaba a extinguirse en la chimenea.

    —No se trata de ser más lista; solo es cuestión de sentido común. —Patrick apretó los dientes con fuerza mientras se vestía con las prendas que había dejado sobre el brazo del sofá.

    —¿Y si es cuestión de sentido común, para qué te aventuraste conmigo? —Sorcha cerró los ojos un instante, mientras elevaba una plegaria que le ayudase a expandir su paciencia una vez más y se colocaba su atuendo habitual.

    —¿Será porque la señora me asignó como tu guardiana e instructora?

    —No necesito tal cosa.

    —Pues no me lo digas a mí, que no he pedido yo el cargo.

    —No veo que te desagrade demasiado ser testigo de mis fracasos —Sorcha se abalanzó en segundos sobre el joven, gruñendo de forma visceral mientras le cogía del cuello, mostrándole aquel par de filosos colmillos.

    —comienzas a agotar mi paciencia, hechicero —Patrick permaneció inmóvil, sin perder de vista aquellos colmillos.

    En menos de lo que dura una inspiración profunda, la habitación se oscureció por completo adoptando una temperatura casi glacial.

    Sorcha soltó a Patrick, empujándole contra el sofá, mientras se hacía a un lado, esforzándose por recobrar la compostura.

    —Lo siento, mi señora —Lilith hizo un gesto con la mano, restando importancia al incidente.

    —Déjanos a solas, hija mía —Sorcha intentó contradecir la petición, pero no lo pensó dos veces, hizo una ligera reverencia y se desvaneció.

    Patric observaba con evidente repulsión a su carcelera.

    —Parece que no te encuentras a gusto, querido. ¿No te ha parecido encantadora la tormenta? —Patrick luchaba por ponerse en pie, pero una fuerza sobrenatural le mantenía hundido en el sofá.

    —Quiero salir de este encierro y volver. No puedes retenerme aquí.

    Lilith sonrió, benevolente.

    —Puedo, de hecho, es lo que haré y sería mejor que lo asumas; Sorcha no suele tener demasiada paciencia con los hombres rebeldes y tengo muchos planes para ti que no quiero retrasar —Patrick se esforzaba cada vez más para combatir a lo que sea que lo tuviese retenido de aquella manera.

    Lilith se acercó, despacio. Disfrutaba del espectáculo que le proporcionaba la reticencia del hechicero. Cuando estuvo apenas a centímetros de distancia, se inclinó un poco para rozarle el rostro con la yema de los dedos.

    —Es la hora, hechicero. Tu destino está por comenzar.

    Patrick intentó alejarse de aquella caricia y aquel rostro que un día le había subyugado al punto de hacerle perder la voluntad; con todas sus fuerzas quiso gritarle; quería arrojar todo su poder contra esa criatura, pero fue incapaz de abrir la boca o moverse.

    —Disfrutaré mucho tu conversión. Tenerte entre mis filas es la mejor decisión que he podido tomar en siglos, Patrick.

    —sueña con eso, pero no lo des por hecho, maldita bruja —Lilith rio complacida escuchando los pensamientos de Patric, mientras acariciaba aquella tentadora yugular de arriba abajo, en una caricia tan erótica que ni el poder del hechicero pudo soslayarla.

    —No luches, mi fiel guerrero. Entrégate al placer y a mi voluntad.

    —No quiero convertirme en un maldito chupasangre; no quiero servir a tu oscuridad, ni ser uno más de tus esclavos —los pensamientos de Patrick fluían desordenados, víctimas del poder de Lilith que se acercaba con sutileza al cuello del hechicero, rozando sus labios sobre aquel punto palpitante, erotizándolo, seduciéndolo, a pesar de los intentos del hombre por no sucumbir al deseo.

    —Siempre has servido a mi oscuridad, Patrick, aún sin saberlo. Aún cuando creíste que servías al señor de las tinieblas; lo cierto es que siempre me has servido a mí. —Patrick cerró los ojos al sentir el poder de la oscuridad abriéndose paso por cada centímetro de su cuerpo, mientras Lilith hundía sus filosos colmillos y comenzaba a vaciar su vitalidad.

    —No puedes tenerme —musitó el hechicero, mientras se sentía arder en las llamas del infierno.

    Lilith succionó por última vez y lamió ambos orificios con delicadeza. Satisfecha por sentir el poder de ambos vibrando y dando paso a una nueva existencia, se apartó despacio admirando su obra.

    —Puedo y te tendré. Serás el comandante de mis ejércitos —Patrick reprimió un gemido al sentir como se corría en un potente orgasmo y su cuerpo se transformaba con brutal avidez, gracias al poder de la señora de la luna oscura.