Etiqueta: Magia

  • Con los humanos no se juega

    Un niño pequeño sentado en una piedra en medio del bosque con un libro mágico. Hay un buho y un conejito que lo observan sin que el niño se percate de que lo miran.
    Imagen libre de derechos tomada de Pixabay

    El niño se sentó a leer en el claro del bosque. Encontrar aquel libro mágico había sido lo mejor que le había pasado en la vida. Abrió el tomo y esperó que las letras de la historia aparecieran. Luego se dejó arrastrar a su interior.

    ***

    La pequeña mano regordeta dio un tirón hasta que pudo entrar en contacto con el grueso pelaje. Perro y niño se miraron a los ojos. El inmenso lebrel irlandés sacó la lengua. El chiquillo esbozó una sonrisa traviesa. En sus ojos grises brillaba la picardía.

    —Tu madre se enfadará si descubre lo que pretendes, Sam.

    —Secreto… secreto —balbuceó el pequeño transmitiendo su deseo con claridad.

    —Ni secretos ni leches, enano. Sabes que no le gusta que uses la magia para jugar con los humanos.

    Sin romper el contacto con la piel del animal, el niño envió a su mente perruna las imágenes claras de lo que pretendía.

    —¿Ti?

    —¡No! ¿Quieres que me dejen durmiendo toda la noche fuera? Porque como Enara se entere me echa a patadas.

    El pequeñajo se abrazó al cuello del perro y lo llenó de besos mojados.

    Avalon se tumbó largo a largo y resopló tras ponerse las patas sobre el hocico.

    —Abusas de mi pobre corazón perruno, enano. —El niño soltó una risita y posó el culete en el suelo—. Venga, hazlo antes de que tu madre salga de la cama.


    Samuel agitó ambas manos y en un parpadeo se hallaban en el jardín del vecino.

    Como si estuviese en su propia cama, el niño se revolcó con el perro de tal forma que flores, hierba y frutos salieron disparados directo hacia la ventana de la cocina de su nuevo vecino.

    —Pero ¡qué diablos!

    Avalon y el pequeño Sam se quedaron muy quietos. Una cosa era ver al vecino desde la ventana en brazos de su madre y otra muy diferente enfrentarlo desde el suelo con aquel cabreo. El niño se cogió al collar del animal y puso su manito sobre el cuello de este.

    —Te lo advertí, enano.

    Borja, en dos zancadas los había alcanzado. La fiera mirada que les lanzó prometía una buena reprimenda.

    —¿Se puede saber qué hacéis en mi jardín? ¡Habéis destrozado mi rosal y mi huerto! Sois unos delincuentes y todavía no tenéis ni estatura para ello. ¿Qué clase de madre tienes tú? El gran perro apoyó sus cuartos traseros contra la tierra húmeda y el niño lo imitó. En aquel momento la broma ya no le pareció tan divertida. Samuel hizo un puchero y los ojos se le llenaron de lágrimas. Aquello siempre funcionaba con su mamá. Sin embargo, con aquel gigante ni siquiera eso daba resultado. Gritos iban y venían. A Avalon se le estaba haciendo muy difícil no meterle un buen bocado a aquel tipo para que dejase de asustar al enano y si no lo hacía era porque estaba en contra de las soluciones violentas.

    —¿Se puede saber a ti qué coño te pasa? —Enara cogió a su hijo en brazos.

    —¿te parece poco? —dijo señalando los destrozos que el niño y su perro habían ocasionado.

    —Pues sí —dijo para sorpresa del hombre—. Tampoco es algo que no tenga solución como para que grites como un energúmeno a un niño pequeño. Samuel sólo tiene dos años.

    —¿Y porque tenga dos años no se le puede reprender? Pero ¿qué clase de madre eres tú?

    Al pequeño Sam aquel hombre le gustaba mucho. Quería un papá y alguien que cuidara a su mamá. Pero que le hablase así ya no le gustaba, así que sin medir las consecuencias agitó los deditos y en menos de un minuto el suelo bajo los pies del hombre se onduló. Todo ocurrió con tanta rapidez que, a Borja no le dio tiempo de abrir la boca; en un par de segundos en su lugar había un conejo de proporciones considerables. Ojiplática, Enara intervino y lanzó un hechizo para anular el de su hijo. El niño dio palmaditas mientras reía con ganas.

    El escándalo atrajo la atención de los vecinos. La bruja, preocupada por la reacción del hombre ante aquel cambio de forma tan abrupto, se le acercó con la intención de ayudarlo. Pese a su buena disposición, Borja no estaba dispuesto a recibir su ayuda.

    —Haz el favor de dejarme en paz y aleja a ese pequeño monstruo de mí.

    —¿Qué has dicho?

    —¡Que alejes a tu pequeño monstruo de mí, ¿estás sorda?

    Avalon ladró y gruñó en respuesta a aquel comentario tan desagradable. Borja le lanzó una mirada asesina.

    —Para ser tan guapo es un humano demasiado idiota —Enara clavó sus ojos ambarinos en el perro a modo de advertencia—. Vale, vale, cierro el hocico.

    La mujer cabeceó y desvió la mirada hacia su vecino.

    —Serás gilipollas —soltó la bruja antes de darse vuelta y entrar en su casa.

    Borja refunfuñó cosas ininteligibles. Con agilidad se puso de pie. Observar los destrozos de su jardín aumentó su mala leche, aunque reconoció que quizá la mujer tenía algo de razón. A fin de cuentas, el monstruito era demasiado pequeño como para hacer las cosas con mala intención. Maldijo por lo bajo. Tendría que disculparse y no le apetecía ni un poco. Pese a lo atractiva que era su vecina, también era como una planta ponzoñosa con esa lengua viperina que se gastaba. Ella no sabía quién era él; no obstante, él si sabía quién era ella y por qué estaba allí.

    Enara entró por la puerta trasera que daba a la cocina. Sentó a su hijo en la silla de comer. Preparar el desayuno la ayudaría a serenar su carácter. Avalon se sentó junto a la silla en silencio. Conocía a su dueña y cuando se cabreaba era mejor quedarse quietecito a esperar que pasase el temporal. Sin venir a cuentas la mujer estampó la cuchara con la que había estado removiendo las gachas de avena.

    —¿Cuántas veces te he dicho que no juegues con la magia, Sam? —el niño hizo un puchero.

    Enara resopló y negó con la cabeza.

    —Mami…

    —Nada de mami ni pucheros o lloriqueo. ¿Quieres que nos pase de nuevo lo de la otra vez? —el niño sonrió de oreja a oreja al recordar—. ¿Quieres que nos echen de aquí también, Sam?

    El pequeño arrugó el entrecejo. Preocupado porque su madre tuviese razón le extendió los bracitos.

    —Penona ¿ti?

    Enara lo cogió en brazos y aspiró su aroma infantil mezclado con el olor a tierra mojada, flores y fresas silvestres.

    —Tienes que portarte bien, Sam. Las personas no son juguetes, ¿lo entiendes? —El niño asintió con la cabeza—. Por mucho que te gusten los animales, no puedes ir convirtiendo a los humanos en mascotas.

    —Se lo he dicho cientos de veces, pero ¿adivina de quién heredó la tozudez?

    Ella lo sentó de nuevo en la silla para darle desayuno. Con la cuchara de nuevo en la mano señaló al perrete.

    —Será mejor que cierres el hocico, Avalon. No te hagas el inocente porque no te va. Sam hace contigo lo que le da la gana.

    —¿Qué quieres que haga si me pueden sus pucheros? Soy un perrete sensible, ya lo sabes.

    La bruja resopló.

    —Que me avises no estaría mal.

    —No hablas en serio. Sabes que no soy ningún chivato. ¿Cómo me pides que lo delate? Eso es tan feo como contarte todos los revolcones que he tenido con las deliciosas labradoras de tu amigo el vete. Un poquito de por favor.

    Enara puso los ojos en blanco y llenó su cuenco de pienso. Luego se ocupó de darle desayuno a Samuel.

    —Dramas los justos, por favor. No puedes comparar una cosa con la otra.

    —Vale, pero tú tampoco puedes negar que ha sido gracioso verlo con aquella cola gigante, aunque quizá sería más atractivo si lo convirtiese en lobo.

    —Chist… no le des ideas, por favor.

    Un par de golpes hizo que ambos diesen un respingo. al ver al vecino parado en la puerta trasera, Samuel dio un chillido y dio palmas de contento. Enara se levantó como un resorte y dispuesta a ponerle los puntos sobre las íes a su vecino abrió la puerta de un tirón.

    —¿Qué quieres?

    —Mira, sé que me pasé diez pueblos con el comentario y sólo quiero disculparme por lo que dije sobre tu hijo. —El hombre alzó ambas manos y esbozó una pequeña sonrisa—. ¿Empezamos de nuevo?

    La mujer se fijó en el ramo de flores y en el bonito peluche con forma de lobo que su vecino cargaba en las manos.

    Ella cabeceó y se hizo a un lado. Borja interpretó el gesto como una invitación a pasar. En cuanto puso un pie en aquella cocina, el niño sonrió de oreja a oreja y movió las manitos.

    —¡Sam!

    Enara clavó la mirada en el techo y contó hasta diez. En su cocina, un gran lobo de pelaje castaño y ojos azules emitía sonidos guturales de evidente enfado.

    —¡Bito! —exclamó el pequeño brujo que, con rapidez desapareció para volver a aparecer junto al enorme animal. Su madre se cruzó de brazos y enarcó una ceja mientras observaba con mirada asesina a Avalon que, hacía un esfuerzo impresionante por no reír a carcajadas.

    —No, no, no… a mí no me mires así que el de la idea no he sido yo.

    —Samuel O’Neill, haz el favor de deshacer lo que hiciste o no volverás a salir de tu habitación.

    Antes de que su madre se enfadase más, el niño deshizo el hechizo. A gatas, Borja miraba al pequeñajo con ganas de morderlo.

    —Así que te gusta jugar, ¿no? —el pequeño cabeceó y curvó su boquita en una pícara sonrisa—.

    —Escucha, te lo puedo explicar. —Borja negó con la cabeza y tras alzar la palma en dirección al pequeño, lo convirtió en un cabrito montañés que, comenzó a balar con angustia.

    —Pe… pe… pero tú eres un…

    El hombre asintió en silencio. Sin perder tiempo cogió al cabrito por el cuello y se lo acercó a la cara.

    —Vamos a ver si al pequeño cabrito le gusta que jueguen así con él.

    —Cambia a mi hijo ahora mismo —exigió Enara tras darse cuenta de que sus hechizos no funcionaban.

    —No.

    El cabrito soltó una cagada pestilente que dio a parar en las botas del brujo.

    —Con dos cojones peludos, sí señor. —ambos brujos miraron al perro con cara de pocos amigos. Sam soltó otro balido lastimero.

    —No puedes dejarlo así, es demasiado pequeño.

    —¿Pequeño? Un liante. Eso es lo que es. Puedo y lo haré. Si tú que eres su madre no le da una lección, cuando alcance los cuatro y pueda pronunciar hechizos en voz alta estaremos en problemas.

    —El brujo guaperas tiene razón.

    —¡Cierra el hocico! —dijeron los brujos al mismo tiempo.

    Avalon se tumbó con las patas sobre la cabeza.

    —En todo caso, es mi problema, no el tuyo.

    —En eso te equivocas. Si os pillan yo estaré en problemas. Mi deber es vigilar que los humanos de esta zona se mantengan ignorantes respecto de nuestra naturaleza y tu pequeñajo comienza a ponerme las cosas difíciles.

    Enara alzó ambas palmas. El brujo tenía toda la razón y por más que le doliese debía hacer algo al respecto antes de que se viesen en graves problemas otra vez.

    —Sam —dijo dirigiendo la mirada hacia el cabrito que balaba sin parar—. Debes prometer que no usarás la magia de nuevo con ningún humano. ¿Lo prometes?

    El cabrito soltó un balido agudo. Los brujos se dieron por satisfechos y Borja devolvió la forma humana al pequeñajo.

    —A ver, Sam. ¿Qué no hay que hacer? —El niño miraba al hombretón con la carita muy seria.

    —Da maya e dos humanos.

    —Muy bien —dijo el brujo.

    El timbre sonó varias veces. Disculpándose con la mirada, Enara salió a toda prisa. El estruendo de unos chiquillos entrando en tromba en la cocina dejó a Borja sin palabras.

    —¡Tito! —Sam chilló.

    Los hombres se miraron. El niño agitó los deditos regordetes. En segundos, la cocina quedó convertida en una leonera y no por que estuviese hecha un desorden que también, sino por los cinco felinos que ocupaban todo el espacio disponible. El hermano de Enara rugió y sus hijos lo imitaron.

    Borja soltó al pequeño en brazos de su madre y se llevó las manos a la cabeza. Enara reprimió una risita y Avalon permaneció agazapado bajo la mesa.

    —¿Será posible? —El brujo miraba a su alrededor sin dar crédito—. Pero ¿es que acaso tu hijo no es capaz de seguir órdenes?

    —Bueno… —Enara quiso explicarse, sin embargo, Borja negó con la cabeza.

    —¡Tetes! —la bruja sujetó las manos de su hijo antes de que el desaguisado fuese peor.

    —Seguirlas, las sigue —interrumpió Avalon—. Le habéis hecho prometer que nada de magia con los humanos, pero su títo y sus primos no son humanos, son brujos. A ver si empezáis a ser más cuidadosos que no os voy a durar toda la vida.

    El brujo miró a su vecina con aquel pequeño monstruito en los brazos y exhaló un suspiro. Después de deshacer los hechizos y realizar las presentaciones correspondientes se marchó a casa; era eso o terminar convirtiendo a aquel chiquillo de nuevo en un cabrito o cualquier otro animal de corral, cosa que a la bruja de su madre no le gustaría ni un pelo. Los hermanos lo vieron cruzar el jardín. En sus rostros la preocupación formaba pequeñas arruguitas alrededor de sus bocas. Por el contrario, el pequeño Sam sonreía y daba palmas encantado mientras en su mente traviesa más ideas cobraban forma. Avalon tembló en cuanto el pequeñajo le plantó la mano en el hocico.

    —No, no, no. Conmigo no cuentes, enano. Quiero alcanzar mi mayoría de edad y como me embauques el brujo me despelleja y me convierte en abrigo de invierno. —Sam se carcajeó.

    —¡Ti! —El perrete se cubrió los ojos con las patas mientras Sam lo llenaba de besos mojados otra vez.

    —¿Qué tramáis? —Enara miró a su hijo y luego a su gran perro.

    —No quieres saberlo, créeme que no quieres saberlo.

    —Yo de ti le haría caso a Avalon, querida —cuchicheó su hermano—. Al menos así el colega no va a poder inculparte.

    —Inculparme es lo de menos… Va a querer pulverizarme —dijo Enara arrugando la nariz en una mueca.

    —Por la forma en que te mira, polvorizarte sí que puede querer.

    —¡Calla, insensato!

    Ambos se miraron y, aunque trataron de mantener la seriedad, no tardaron en estallar en carcajadas. Ante las risas de su madre y de su tito, Sam movió de nuevo los deditos y desapareció. El grito del vecino Hizo vibrar los cristales de la cocina.

    —Te advertí que no ibas a querer saber —Enara le sacó la lengua a su perrete antes de acudir en auxilio de su vecino con su hermano pisándole los talones.


    Este relato ha sido escrito para participar en el «Va de reto enero 2021» propuesto por Jose A. Sánchez en su blog.

    La condición era crear una historia llena de optimismo y alegría. Lo del optimismo y la alegría no sé si se cumpla, pero he tratado de crear una historia divertida, eso sí. En la que las travesuras infantiles están a la orden del día.

    Me encantaría que compartieses conmigo tus impresiones en los comentarios más abajo.

  • Ceoltróirí: el orígen

    Bosque durante la noche. Además de los árboles se observa al fondo la cabeza de un monstruo de piedra con la boca muy abierta que semeja una entrada. Hay una mujer que pareciera haber salido de la boca del monstruo.
    Imagen libre de derechos de Stephan Keller en pixabay

    ScreamingWood, Pluckley primera rama del Mabinogi.

    El druida alzó los brazos. La brisa se convirtió en un viento tormentoso que aullaba con furia mientras arrastraba consigo las voces espectrales que rondaban el sotobosque de aquel lúgubre paraje. Las nubes se arremolinaron envolviendo a la luna y opacando el brillo platinado que había matizado hojas, troncos y cualquier superficie que hubiese entrado en contacto con ella; incluso la piel de aquellas bestias gigantescas y peludas que rodearon al hombre atraídas por su hipnótica voz se había tornado opaca a pesar del tono neblinoso que les había permitido mimetizarse durante la caza previa a ser invocadas por segunda vez.

    —En este día y a esta hora,
    mi voz elevo, mi vida entrego.
    Que la oscuridad reclame mi alma;
    y la magia de estas criaturas me sea otorgada
    Por derecho de heredad…
    ¡Hágase mi voluntad por toda la eternidad!

    Las criaturas aullaron al percibir el temblor de la tierra bajo sus patas. El druida reculó a tiempo y pudo evitar que el enorme cráter que se había abierto lo tragase. No obstante, los sabuesos no contaron con la misma suerte y terminaron engullidos por las fauces del inframundo.

    —Has llegado demasiado lejos, Atgas. —La potente voz de Arawn, dios y rey del inframundo provocó que algunos robles se resquebrajaran.

    Tras él, su legión primigenia le resguardaba la espalda lista para hacer frente a la amenaza que se cernía sobre el equilibrio entre los mundos.

    —¡Tengo derecho a reclamar lo que me pertenece!

    El dios ascendió flotando con lentitud. Las nubes se dispersaron y la plateada armadura destelló en el instante en que la luz blanquecina de la luna hizo contacto con su superficie. El intenso fulgor se fragmentó y salió disparado en todas direcciones. Uno de los rayos dio de lleno sobre Atgas y lo privó del sentido de la vista. El druida, desprovisto de uno de sus sentidos, cayó de rodillas mientras manoteaba para no dar de bruces contra el suelo.

    —Has manchado tu nombre y tu legado al practicar la magia prohibida y por eso serás condenado. —El dios alzó el puño.

    —¡No puedes condenarme!

    Atgas intentó ponerse de pie sin obtener resultado alguno.

    —Puedo y lo haré… serás recluido el resto de tu existencia en el foso de Annwn.

    Del puño del dios brotó un haz de luz rojizo que envolvió por completo al druida en una especie de red que se tensaba y absorbía la fuerza vital del hombre. La montaña que rodeaba al sotobosque se partió en dos. Lamentos y aullidos surgieron desde lo más profundo y se unieron a los gritos de Atgas que, presa de la desesperación, luchaba por zafarse de aquel encantamiento. Mientras más luchaba el druida, más dolorosa se volvía su prisión. El poder del dios lo arrastraba sin compasión. Atgas clavó sus dedos en la tierra para tratar de aferrarse. En medio de aquella lucha descarnada contra un poder que lo superaba con creces lanzó su último conjuro.

    —En este día y a esta hora,
    La maldición de mi sangre su raíz expande;
    testigo serás de mi poder,
    la magia prohibida no podrás contener.
    Espectros se alzarán; el alma de los impuros libres será…
    el equilibrio se romperá y los tres mundos me pertenecerán…
    ¡Hágase mi voluntad!

    El dios observó, horrorizado, cómo la tierra alrededor de las manos del druida se tornaba rojiza como la sangre y tras asolar cualquier vestigio de vida se volvía tan negra como la mismísima noche. Sin perder tiempo el dios del inframundo arrojó otra oleada de poder contra el druida.

    —Morirás antes de que puedas ver tu maldición convertirse en realidad.

    —¡Volveré! ¡algún día me liberaré y te haré pagar! ¡Estarás maldito sin descanso y cuando regrese seré tu peor pesadilla!

    Arawn hizo un ademán y las dos mitades de la montaña volvieron a unirse. Quiso acallar las voces espectrales; fue inútil. Frunció el entrecejo y sus labios formaron una delgada línea. Lanzó un hechizo para proteger las puertas de su reino. Pese a todos sus esfuerzos, la protección no resultaba lo bastante potente. Aquel maldito hechicero había dejado su huella en todo el lugar. De improviso sus ojos se fijaron en la criatura espectral que surgía desde la zona más distante. Arrojó una onda de poder y obligó al alma del impuro a regresar. Supo entonces que debía tomar cartas en el asunto y solicitar la intervención divina de Dagda. A fin de cuentas, fue uno de sus hijos quien cometió aquella ignominia.

    🌩🌩🌩

    En cuanto el dios de la sabiduría puso los pies en aquella tierra maldita las voces se atenuaron; el viento se convirtió en una brisa gélida y la tormenta que amenazaba con estallar en cualquier momento se mantuvo a buena distancia de ellos.

    —Mi intervención no será suficiente para devolver el estado de equilibrio, mi buen amigo. —Arawn se cruzó de brazos.

    —¿Vas a lavarte las manos? Ha sido uno de los tuyos, no lo olvides.

    Dagda suspiró profundo.

    —Desde luego que no pienso quedarme de brazos cruzados, Arawn. Lo que te estoy diciendo es que hará falta algo más que tu intervención y la mía para contrarrestar la magia prohibida.

    —Maldita sea, dagda. Casi subyuga a mis sabuesos. Los traería de vuelta, pero me temo que ya no sean tan fáciles de dominar. Han probado el alma de ese idiota y no se conformarán sólo con la de los impuros.

    El dios de la sabiduría asintió con la cabeza y dio un vistazo alrededor. Con un ademán hizo aparecer su arpa mágica. El dios del inframundo arqueó una ceja y clavó los ojos en el instrumento.

    —¿Qué pretendes?

    —Tratar de poner en marcha la única solución efectiva que se me ocurre en este momento.

    El arpa emitió una suave melodía que se perdió ante la cantidad de gritos y lamentos espeluznantes que retomaban su tétrica cantinela.

    —¿Qué solución es esa?

    Arawn mantenía su atención dividida entre Dagda y las almas de los impuros que acababan de escapar a toda velocidad.

    —Hemos de crear una nueva raza que llamaremos «ceoltóirí». Les daré parte de mi magia y mi sabiduría y tú les darás vida y tus propios dones.

    El dios del inframundo entornó los párpados. Los músculos del rostro se le contraían una y otra vez.

    —No sé, Dagda. Jamás he querido tener descendientes. Ya viste lo que pasó con uno de los tuyos.

    —Si quieres mantener el equilibrio no tienes otra alternativa.

    Arawn exhaló un hondo suspiro y se posicionó frente a su igual. Ambos juntaron las manos sin rozarse la piel y tras establecer el vínculo divino iniciaron el conjuro.

    —Yo, dagda, padre de dioses,
    dador de vida y muerte
    invoco a los cuatro elementos y cedo parte de mi poder
    para que una nueva raza pueda florecer.

    El mazo sagrado del dios se materializó entre ambos mientras se desplazaban a toda velocidad en dirección a la bóveda celeste.

    —Yo, Arawn, dios y rey del «Otro mundo»,
    Mago, cambiante y guerrero,
    cazador de los impuros…
    cedo consciente mis dones,
    Para dar vida a los «ceoltóirí».
    Brujos, cambiantes y guerreros;
    protegerán las puertas de mi reino.
    El equilibrio en el mundo mantendrán,
    desde ahora y por toda la eternidad.

    Una ráfaga de poder proveniente del dios del inframundo envolvió al mazo sagrado y se fundió con el poder de Dagda. Los cuatro elementos se unieron para formar una espiral que engulló al mazo y lo mantuvo girando a una velocidad de vértigo.

    —¡Hágase nuestra voluntad!

    Del mazo surgieron dos esferas brillantes. a medida que el poder fluía entre ambos dioses, las esferas tomaban formas diversas: distintos animales se formaron y deformaron hasta que, por fin, luego de que ambas burbujas se expandieran y estallaran en millones de luces diminutas, dos figuras humanas se materializaron. Los dioses descendieron y rodearon a la pareja.

    —Bienvenidos a este mundo, hijos míos. —La voz de Arawn se tornó cálida. En los ojos del dios un brillo de satisfacción no tardó en hacerse visible.

    Los brujos hicieron una pequeña reverencia. Dagda los abordó sin dilaciones.

    —Os hemos dado vida para que os convirtáis en protectores y guardianes. Vuestro deber ha de estar por encima de cualquier cosa. Os debéis a vuestro padre y a él debéis rendir culto, devoción y obediencia.

    El dios del «Otro mundo» se adelantó y tomó las manos de cada uno de sus hijos.

    —No estaréis solos. Yo siempre velaré por vosotros; por vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos. Seréis mis hijos, pero también crearéis mi nueva legión.

    Hombre y mujer asintieron con los ojos cargados de afecto hacia su padre.

    —Ahora, preparaos para recibir el don más importante que se os concederá. —Los ceoltóirí fijaron su atención en Dagda—.  Recibid pues, a «shiansach».

    El arpa mágica del dios comenzó a emitir la melodía más hermosa que jamás se hubiese escuchado sobre el mundo mortal. Los brujos cayeron de rodillas. De sus ojos brotaron lágrimas de sangre y en el pecho del lado izquierdo se les formó una marca de sangre en forma de espiral.

    —Debéis guardar el secreto de este don y sólo hacer uso de él de ser absolutamente necesario.

    Los brujos miraron a su padre. El dios secó sus lágrimas y los ayudó a levantarse.

    —Este será vuestro mayor legado. Transmitiréis el don de generación en generación, pero sólo los elegidos podrán desarrollarlo. —Dagda clavó los ojos primero en el hombre, luego en la mujer—. Si hacéis uso indebido de este don seréis condenados por toda la eternidad y se os negará la entrada al reino eterno de las almas. ¿Lo habéis comprendido?

    Ambos cabecearon con suavidad.

    —No os defraudaremos —dijeron al mismo tiempo.

    —Marchaos entonces y estad atentos a mi llamada. Sabréis cuando os necesite porque reconoceréis los signos. La luna y el sol se encontrarán; la tierra temblará y las aves os anunciarán mi mensaje. Cuando estos aparezcan deberéis acudir a mi presencia. Si os negáis dejaréis de ser mis hijos, pero podréis quedaros entre los humanos si así lo decidís.

    Los ceoltóirí hicieron una pequeña reverencia con el puño derecho apoyado sobre el corazón. Minutos después avanzaban bosque a través en dirección al poblado más cercano.

    Los dioses vieron partir a la pareja de brujos. En el firmamento la reina de la noche ofrecía sus últimos destellos. La bóveda celeste atenuó el azul medianoche para dar paso a la gama de colores pasteles que anunciaba la llegada de un nuevo día y con él, el inicio de otra era.


    Este relato fue escrito para participar en el desafío noviembre 2020 propuesto por Jessica Galera Andreu @Jess_YK82.

    Si te gustó la historia me encantaría que compartas conmigo tu impresión en la caja de comentarios que encontrarás más abajo. También puedes compartir el enlace a esta entrada en redes sociales.

    Mil gracias por estar allí. Os abrazo grande y fuerte.

  • Lecciones de vida y magia

    Un niño que lee. En su rostro se plasma la sorpresa. El libro que está leyendo parece desprender magia.
    Imagen libre de derechos tomada de pxfuel

    Se cruzó de brazos, enfurruñada. Resopló y el mechón que le caía sobre la frente, y le cosquilleaba en el ojo se levantó para luego volver a caer en su sitio. Enarcó una ceja y entornó los ojos.

    A su lado, la chica nueva sonreía de oreja a oreja mientras cientos de plumas de colores danzaban en el aire al responder a cada una de sus indicaciones.

    Le lanzó una mirada de pocos amigos y se acercó en dos zancadas.

    La chica la miró y los hoyuelos que se le formaban en las mejillas se profundizaron.

    Eloísa dio un manotazo. Las plumas cayeron en el suelo. La joven alzó las cejas y ladeó la cabeza. Tras algunos segundos de contemplación silenciosa se acuclilló para recoger sus plumas y volver a iniciar el hechizo.

    Ofuscada por su propia frustración, la joven bruja volvió a manotear. El hechizo se rompió y las plumas volvieron a caer. La joven se llevó un mechón de pelo detrás de la oreja y repitió la operación.

    Las plumas ahora no sólo danzaban; también cambiaban de color. La chica sonrió, satisfecha.

    Eloísa gruñó, exasperada. Por tercera vez alzó la mano; sólo que esta vez chamuscó las plumas con una sola llamarada.

    Plagada de sí misma se quedó observando a la novata. La jovencita se inclinó, murmuró algo en voz muy baja y cientos de plumas volvieron a surgir de las cenizas; esta vez con colores mucho más brillantes. la risa de la joven no se hizo esperar.

    La bruja le dio un empujón.

    —¿No sabes rendirte? —La chica ladeó la cabeza y sus rizos coquetos rebotaron con gracilidad.

    —¿Por qué tendría que hacerlo? Que tú no disfrutes no significa que yo no deba disfrutar.

    Eloísa se volvió a cruzar de brazos.

    —¿Quién te dijo a ti que yo no disfruto? No me conoces para decirme eso.

    —No necesito conocerte, basta con verte la cara. Parece que hacer magia te diera dolor de tripa.

    —Y a ti parece que te estuvieran haciendo cosquillas todo el tiempo. Te la pasas con esa sonrisa bobalicona como si la magia fuese un entretenimiento.

    Mariana se le quedó mirando sin parpadear. De pronto, sin venir a cuento, asintió con la cabeza. Era como si estuviese teniendo un diálogo interno con dos partes de sí misma.

    —Así que ese es tu problema —murmuró mientras se sentaba en el suelo con las piernas cruzadas.

    —Yo no tengo ningún problema, no sé de qué hablas. —replicó y apretó los puños—. ¿Qué haces, estás loca?

    —¿Por qué?

    —No puedes sentarte ahí.

    —¿Por qué no? Es muy agradable sentarse en la hierba con las flores, es cómodo. —La chica golpeó el césped a su lado invitándola a sentarse.

    —Haz el favor de levantarte, pareces una loca.

    Mariana se tumbó y se llevó las manos a la cabeza a modo de almohada.

    La bruja la veía con los ojos chispeantes de indignación.

    —Mejor loca que amargada. ¿Sabías que para la gente como tú la esperanza de vida se reduce a la mitad?

    Eloísa chilló y se inclinó para cogerla del pelo. La chica se desvaneció en sus narices y apareció a sus espaldas para darle un cachete en el trasero. La bruja se irguió, furiosa. Al volverse para enfrentarla todas las plumas se lanzaron en su dirección.

    —¿Qué haces? ¡Para! —Las plumas se frotaban contra ella por todas partes—. ¡Para! ¡Auxilio… auxil…!

    La chica sonreía de oreja a oreja mientras Eloísa yacía despatarrada en el suelo luchando contra las plumas y el ataque de risa que pugnaba por escapársele de la garganta.

    —¿Venga, tía, ríndete!

    Los ojos de la bruja brillaron con intensidad; segundos después, se carcajeaba tanto que las lágrimas fluían en libertad mojándole las sienes y las mejillas.

    Mariana se sacudió una palma contra la otra y se dejó caer en el césped. Detuvo el ataque plumífero y le tendió una mano para ayudarla a incorporarse. Eloísa tosía en medio de las risas. Se asió con fuerza y se sentó con las piernas cruzadas.

    —Ahora te toca. —La joven señaló el montón de plumas.

    —Nunca he podido con el elemento aire, es inútil.

    —Tú hazme caso, inténtalo mientras recuerdas la sensación de las cosquillas.

    Eloísa inspiró hondo y cerró los párpados. Recordó la sensación de disfrute; la diversión en la mirada de la otra bruja y visualizó las plumas flotando. Las risas y las palmas la invitaron a abrir los ojos. Se quedó con la boca abierta. Frente a sí, las plumas flotaban y giraban en todas direcciones. Dejó la mirada fija en la bruja más joven. De pronto cayó en cuenta de que no era tan joven como ella creía. Alrededor de los ojos tenía muchas líneas de expresión al igual que en torno a la boca. Los hoyuelos se le volvieron a acentuar.

    —En la vida, como en la magia, las cosas no son estáticas. Tener responsabilidades no implica alejarse del disfrute y disfrutar no es sinónimo de irresponsabilidad. —La bruja risueña se levantó con gracilidad y se sacudió la falda—. No siempre podemos controlar lo que nos rodea; sin embargo, lo que sí está en nuestras manos es la actitud con la que enfrentamos las situaciones de la vida o de la magia.

    —La vida no siempre es risas… y la magia tampoco.

    —Claro que no —replicó Mariana—. Por eso es importante saber reír y hacerlo todo lo que podamos. Nadie dice que tengas el deber de mostrarte feliz delante de todos; pero si te permites ser feliz desde lo más profundo de tu ser, nunca te faltará una sonrisa cálida en los momentos más difíciles. Los logros son importantes, Eloísa, pero disfrutar de la senda que atravesamos, de los pequeños momentos también lo es.

    Eloísa guardó silencio mientras reflexionaba respecto de todo aquello. Quizá la chica tuviese razón y muchas veces se le hacía más cuesta arriba avanzar con la magia por estar más pendiente de graduarse de bruja que de disfrutar de lo que aprendía.

    —Puede que tengas razón.

    Mariana le guiñó un ojo.

    —Puede que sí. —Eloísa se fijó en la dirección que tomaba la mirada de la bruja—. ¿Qué te parece si probamos mi teoría con aquel par?

    La joven se había fijado en una pareja de brujos que permanecían enfrentados con actitud beligerante mientras el montón de plumas seguía aplastado contra el suelo. Los chicos manoteaban con vehemencia; era evidente que discutían.

    Eloísa sonrió de oreja a oreja al ver los hoyuelos y esa mirada pícara en su compañera de travesura.

    —Venga, pero deja que me encargue yo del moreno, quédate tú con el pelirrojo.

    —Vale, la que provoque más carcajadas, gana.

    Mariana chocó palmas con Eloísa y ambas se lanzaron al ataque.


    El pequeño abrió mucho los ojos, se lamió el dedo y pasó a la siguiente página.


    Este relato fue escrito para participar en el va de reto de octubre propuesto por Jose A. Sánchez. La condición era escribir un relato que hablara sobre la Jovialidad.

  • Nefasta resurrección

    Libro fuego y un pentáculo, símbolos de un ritual ocultista
    Imagen de Darkmoon_de en pixabay

    El fantasma de la culpa acicateaba su dolorido corazón y sumía su mente en una tiniebla que lo engullía sin compasión. Los recuerdos volvían una y otra vez sin darle tregua.

    Se maldijo en voz queda mientras permanecía de pie con los ojos cerrados.

    La imagen de aquella escalera lo golpeó con tanta nitidez que le arrancó un jadeo. Sabía lo que venía a continuación: su pequeño Mario moviendo los brazos como si fuese un avión mientras caminaba de puntillas en el borde del escalón y gritaba entre risas para llamar su atención y él, maldito fuese por el resto de su existencia, seguía al pie de la escalera discutiendo por teléfono con aquel idiota de Marco que nunca se sentía satisfecho y nunca tenía tiempo para dedicarles mientras él miraba por el rabillo del ojo.

    Se estremeció ante el recuerdo del aullido que por fin había capturado toda su atención. Mario rodaba escaleras abajo sin control.

    Al igual que aquel aciago día, se quedó paralizado por la impresión y la incredulidad. Sólo el crujido del hueso al astillarse en mil trozos diminutos lo sacó de su letargo. Sintió las mismas náuseas y el mismo vacío en el estómago. Ese día los ojos sin vida de su pequeño se clavaron en sus retinas; desde entonces, aquella mirada perdida lo perseguía día y noche sin que pudiese arrancársela del corazón.

    Abrió los ojos con lentitud. Tuvo que parpadear para luchar contra el fulgor que lo había obligado a cerrarlos en cuanto hubo separado las tapas del libro.

    Dejó que su mirada vagase por aquellas páginas. Un cosquilleo se le instauró en la boca del estómago mientras el corazón comenzaba a martillarle en el pecho con tanta fuerza que podía escuchar sus latidos con total claridad. Dibujó el pentáculo y chasqueó los dedos para encender el fuego.

    Estaba prohibido; lo sabía. Pese a la sentencia que se cernía sobre su alma alzó los brazos y comenzó a pronunciar el conjuro.

    El suelo bajo sus pies comenzó a sacudirse. El viento chillaba y chocaba contra los ventanales de su estudio. Las nubes se arremolinaron arropando el fulgor de la reina nocturna que, como si hubiese anticipado lo que ocurriría, había preferido no ser testigo de aquella abominación.

    La piel se le erizó en cuanto escuchó aquella risita familiar que otrora le había regocijado el corazón. Bajó los brazos y clavó sus pupilas en aquel cuadro que había pintado días antes de la muerte de su pequeño Mario. Tragó grueso en cuanto la figura de su hijo comenzó a moverse con la clara intención de abandonar el lienzo donde lo había inmortalizado.

    Un aullido desgarrador interrumpió la risa infantil. Por el ventanal, Malcolm podía atisbar parte del risco platinado con timidez por la luz de la luna que lograba colarse entre las nubes.

    La figura de su hijo se aproximó con una sonrisa en los labios. Dejó caer el peluche que tanto había adorado y extendió sus bracitos para impulsarse fuera del cuadro.

    El pintor contuvo el aliento. «quizá aquella prohibición no era más que mera superstición. Una regla sin fundamento con el objetivo de mantener el control de quienes ostentaban el poder», pensó antes de dar un paso en dirección a la pared donde descansaba el cuadro. Marco se había negado; sin embargo, él no era capaz de resignarse a haberlo perdido para siempre. Por eso había extraído el libro de la biblioteca del clan.

    El corazón le dio un brinco y la palidez se apoderó de su cara en cuanto pudo ver cómo el rostro de su pequeño se desfiguraba con aquella mueca terrorífica. Supo entonces, que la prohibición tenía algo más que fundamento. El suelo seguía vibrando bajo sus pies. Podía autoengañarse todo lo que quisiese; las señales eran claras y la condena de su alma era, a todas luces, ineludible.

    —Te has portado mal, papi —dijo el niño mientras sus labios se curvaban en una sonrisa macabra—. Tienes que recibir un castigo.

    Malcolm se quedó paralizado mientras la figura fantasmal de su pequeño se aproximaba hacia él; temió por Marco y, aunque trató de advertirle, todos sus intentos fueron en vano. Resignado a su destino, cerró los ojos y se entregó. Lo último que quedó registrado en su corazón fue aquella risa infantil. Después de la dolorosa agonía, se vio envuelto en una sempiterna oscuridad.

    Marco temió lo peor en el instante en que percibió el desequilibrio. La puerta entre el mundo de los vivos y los muertos se había abierto y supo sin duda alguna quién había sido el responsable.

    Apenas si tuvo tiempo de coger su atame cuando vio la figura infantil aproximarse hacia él. Un dolor inenarrable le atravesó el pecho; antes de poder pronunciar las palabras que pondrían fin a aquella nefasta resurrección cayó sin vida.

    Mario se acuclilló junto al cuerpo del brujo. Se inclinó y pegó mucho su cara a la de su segundo padre. Soltó una risita traviesa y se fue dando saltitos; tenía que conseguirse a alguien más con quien jugar.


    Este relato ha sido escrito para participar en el Va de reto septiembre 2020, propuesto por Jose A. Sánchez, @JascNet.


    Elementos a utilizar en el desafío

    Las tresimágenes propuestas.

  • La treceava constelación

    Una mujer mirando las constelaciones en el cielo nocturno en un paisaje natural
    Imagen libre de derechos tomada de Pxfuel

    Dedicatoria

    A ti, que crees en tus sueños y luchas por alcanzarlos…


    El reloj de arena dejó caer su último grano. Ansiosa por emprender la aventura se puso la capa y se ajustó la capucha. Abrió la puerta de su habitación con tanto cuidado que se sorprendió de sí misma; nunca se había movido de forma tan silenciosa como en aquel instante. Cerró la puerta tras de sí y echó a andar en dirección a la biblioteca.

    Había sido muy cautelosa cuando robó la llave de la sala prohibida. La sancionarían si llegaban a descubrir que había sido ella quien la había robado; claro, para eso tendrían que pillarla primero y Enya no estaba dispuesta a ponérselos tan fácil.

    Miró a un lado y a otro; no vio a nadie. Inspiró hondo y se coló en la biblioteca. La luz de la gran Jealach se filtraba por una de las ventanas. Se estremeció de pronto al divisar el movimiento de las sombras contra el suelo y las paredes. Se recriminó lo tonta que era por haberse asustado tanto; aquello a esas horas era algo más que natural.

    Avanzó con el corazón en la garganta, aunque jamás lo admitiría en voz alta. Se detuvo en cuanto vio la gran puerta de la sala prohibida. Las manos le sudaban y le temblaban por igual. Por un momento se preguntó si no sería mejor volverse; hasta ese instante nadie la había descubierto y podría librarse de una buena reprimenda o algo más si se arrepentía.

    Una vocecita chillona y endiablada la acusó de cobarde. ¿Cómo iba a perderse aquella oportunidad de descubrir el gran misterio? Enya cerró los ojos un instante. La tentación de saciar su curiosidad la acicateaba cada vez con más fuerza y resultaba mucho más embriagante que el miedo a ser castigada.

    Abrió los ojos y clavó su mirada en aquella vetusta cerradura. Sin detenerse más sacó la llave, la introdujo y giró el picaporte.

    Los goznes chirriaron con tanta intensidad que se quedó paralizada mientras se esforzaba por escuchar algo más que su desbocado corazón. Exhaló el aire despacio al darse cuenta de que el silencio seguía imperturbable. Decidida a seguir adelante con su aventura entró en la sala.

    Alzó una ceja algo incrédula y no pudo evitar la punzada de decepción que sintió al darse cuenta de que lo que tenía frente a sí no era nada parecido a lo que se había imaginado. Ahí no había grandes estanterías ni la sala era tan enorme como había creído.

    Dio una mirada algo especulativa a su alrededor y soltó un suspiro. Dejó que sus ojos vagasen de nuevo sobre el antiguo escritorio, el sillón de piel algo desvencijada, la chimenea con marco, la lamparita y el grueso cortinaje que, de seguro, protegía la estancia de miradas indiscretas. Sus ojos se fijaron en la alfombra desgastada y en aquellas paredes de piedra oscura como la obsidiana. Se acercó un poco al escritorio. Sus cejas se juntaron al fruncir el ceño cuando su mirada se posó en aquel libro grande y grueso. Parpadeó tantas veces que los ojos se le humedecieron. Cuando entró no lo había visto allí o quizá sí; no podía recordarlo. Embelesada por la extraña fascinación que el viejo volumen causaba en ella, no se percató de que la puerta se había cerrado a sus espaldas.

    Avanzó otro poco. Frunció la boca y arrugó su respingada nariz; un olor a encerrado le provocó ganas de estornudar. Hizo tropecientas muecas y movimientos hasta que el escozor cesó lo bastante como para que pudiese respirar sin riesgo de hacer un gran escándalo con sus característicos estornudos.

    La joven ninfa extendió el brazo; dentro de sí un hormigueo desconocido y difícil de reprimir le provocó el inusitado deseo de rozar las gruesas tapas del libro. En cuanto sus dedos hicieron contacto con la aterciopelada piel, la lamparita del escritorio se encendió y el libro se abrió como por arte de magia. La jovencita dio un respingo y se llevó la mano a la boca para ahogar un gritito. Con el movimiento la capucha cayó hacia atrás y dejó al descubierto la gruesa melena indómita color caramelo que la distinguía de entre sus compañeros. Se reprochó por ser tan impresionable; no debería extrañarse tanto de que esas cosas ocurrieran en el mundo que habitaba. Había estado leyendo demasiado sobre Domhan y los duine. Ahí nada era como en Aislingí y no debía olvidarlo.

    Tragó grueso en cuanto el libro detuvo el avanzar de sus páginas. Sin pensarlo demasiado se inclinó para poder leer mejor. Los ojos se le abrieron tanto que creyó que se le podrían salir de las órbitas. Ahí estaban… las palabras que Maoinie había estado recitando durante el receso de la clase de historia de la magia. Esa era la leyenda que explicaba el secreto de la treceava constelación. Cautivada y embelesada por los trazos elegantes y delicados de aquella letra cogió el libro entre sus manos. El sillón se apartó del escritorio como si la invitase a ocuparlo; Enya no lo pensó dos veces.

    El mullido asiento se hundió bajo su peso y la piel crujió mientras lograba sentarse para ponerse cómoda. Una vez alcanzó la mejor posición comenzó a leer en voz queda.

    «Creados Domhan y Aislingí y los habitantes de cada mundo decidimos reunir nuestros dones en un objeto sagrado que ayudase a proteger al mundo onírico del cual dependían las almas de los duine. El crosier sería nuestro legado; el obsequio que como dioses del Aislingí dejaríamos para que ambos mundos pudiesen existir sin depender de nuestra intervención permanente. Si tan sólo hubiésemos sospechado lo que iba a ocurrir…»

    Enya tragó grueso y se lamió un dedo para humedecerlo y poder pasar la página. El corazón le latió con más fuerza al leer y asimilar lo que los dioses de las emociones habían creado. Todo lo que una vez consideró un mito en realidad existía: el báculo sagrado había sido real. ¿Sería cierto todo lo demás? Dejó que sus ojos se pasearan sobre aquella pulcra caligrafía. La necesidad de develar el misterio la espoleaba a leer sin parpadear.

    «Me he reunido con Téigh, Brón, Éaradh, Iontas, Grá y Aoibhneas; ellos están tan consternados como yo y aunque se niegan a intervenir, he sido firme en mi posición. Como diosa del equilibrio no puedo dejar de hacer algo ante el desastre que se ha desatado tras el robo del báculo sagrado. Anord se negó a admitir su responsabilidad; pese a su insistencia, sabemos que Uaillmhian, su primogénito, fue quien robó el báculo. Es él quien está sembrando el terror entre los duine; es él quien provoca sus pesadillas y roba sus almas mientras se encuentran indefensos. Tal bajeza no la podemos permitir y por más que mis hermanos se opongan, no me quedaré con los brazos cruzados para ver cómo nuestra creación queda destruida por la ambición».

    La joven ninfa frunció la boca; sus rosados labios formaron una delgada línea. En su corazón despertó una sensación de incomodidad y rechazo. ¿Cómo podían los dioses pretender desentenderse luego de que todo estuviese de cabeza por su culpa? Como habitantes del mundo onírico se les inculcaba desde muy pequeños un alto sentido de la responsabilidad ante sus actos. De muchos de ellos dependía la estabilidad emocional de los duine. Sabía que era una falta de respeto cuestionar a los dioses; aun así, le resultaba muy difícil no hacerlo. Aquella negativa a intervenir le parecía un total acto de cobardía. Al darse cuenta de que estaba dejándose llevar por sus emociones hizo un alto y respiró profundo. No era propio de ella juzgar sin tener toda la información, así que decidió seguir adelante con la lectura. Quizá las cosas no terminaban tan mal después de todo. Que ambos mundos siguiesen existiendo era buena prueba de ello. Se humedeció el dedo una vez más y enfocó sus ojos en la siguiente página.

    «No sé si habré tomado la mejor decisión. Me pesa muchísimo tener que encargarle a una de mis hijas más jóvenes la tarea de detener a Uaillmhian. Nuestra situación es desesperada y aunque no sea ético, debemos recurrir a todo lo que tengamos a mano. Ella sabe a lo que se expone; ha sido su fe, su lealtad y su valentía la que me ha empujado a pedirle que se encargue de esta misión. Él está loco por ella; su obsesión puede ser nuestra única salvación».

    Enya apretó los dientes con tanta fuerza que sintió una punzada en la mandíbula. Sin poder evitarlo cerró el puño y golpeó el libro como si así pudiese darle a la diosa en todo el rostro. ¿cómo podía Iarmhéid utilizar a una de sus hijas? ¿Acaso no eran ellos los dioses? ¿No podían ellos hacerse cargo? Estaba furiosa y de no ser por el amor que profesaba por los libros, habría arrancado aquella página sin sentir ni una pizca de remordimiento. Bufó indignada y a punto estuvo de cerrar el libro y lanzarlo contra el suelo de no ser por su insaciable curiosidad. Ya que había llegado hasta allí, lo justo era saber cómo había terminado todo aquello.

    «Áilleacht logró atraerlo tal como esperaba. Lo citó en el lugar indicado y eso lo condujo hasta nosotros. Él no llegó a sospechar que le tendimos una trampa…».

    La joven ninfa se quedó inmóvil mientras sus pensamientos no dejaban de darle vuelta en la cabeza. Nunca se imaginó que los dioses fuesen criaturas tan taimadas y traicioneras. Se mordió el labio inferior preocupada por su falta de sensatez; podrían desterrarla si se supiese lo que había llegado a pensar sobre los dioses. Cerró los ojos y negó con la cabeza; necesitaba despejar su mente de prejuicios tan insanos. Bajó la mirada y siguió adelante con la lectura.

    «La lucha fue terrible. A pesar de que hemos logrado detenerlo, la pérdida de mi hija más querida me pesará siempre en el corazón. Quizá por ello no me ha temblado el pulso. Está mal, muy mal que reconozca que me he dejado llevar por la venganza y lo he convertido en una nathair; el vivo ejemplo de lo que un ser como él es: una serpiente rastrera. No me ha importado condenarlo por toda la eternidad a formar parte del báculo. Lo mejor que podemos hacer es que ninguno de los dos esté al alcance de otro espíritu perverso sediento de poder y ambición. Por eso he cumplido el deseo de mi pequeña Áilleacht que, en sus últimos segundos de existencia pidió que del mal se crease algo digno de apreciar. De no ser así lo habría condenado a vivir entre las sombras. No fue fácil; pese a mis deseos y los de mis hermanos, lo hemos transformado en parte del firmamento. Al menos así cada vez que Grian lo roce con su refulgente brillo, el alma de mi pequeña brillará».

    Una lágrima rodó por el níveo rostro de Enya. Se la enjugó con un dedo y tragó grueso. El nudo de emociones que tenía en la garganta le hacía difícil respirar. Cerró el libro y se levantó. Tras dejarlo sobre el escritorio se aproximó al cortinaje. Era pesado y olía a viejo. Lo levantó sin importarle llenarse la mano de polvo. Alzó la mirada hacia el cielo tachonado de estrellas. Jealach brillaba en lo alto y su platinado fulgor le sirvió de referencia. Desvió la cabeza y entrecerró los ojos. Tras algunos segundos de vacilación pudo divisarla. Entre el escorpión y el arquero, la figura del crosier y la Nathair enroscada en su extensión podía verse con claridad. Mientras observaba la treceava constelación recordó la cantidad de veces que se había preguntado de dónde habría surgido. Lo que se les enseñaba desde pequeños es que había sido una invención de los duine; sin embargo, a ella esa explicación le solía parecer vaga e insuficiente. Por mucha imaginación que tuviesen, ella creía que hacía falta algo más para explicar las maravillas que conformaban ambos mundos y no podía decirse que los duine fueran muy propensos a creer en la magia. Tampoco podía decirse, aunque se les enseñase lo contrario, que los dioses eran ajenos a las emociones y las debilidades como cualquier otra criatura. Siendo así ¿Quién era ella para juzgarlos? Si pretendía que los dioses fuesen justos, ella debía serlo también.

    —Llevas razón, en realidad son muy pocos los duine que creen en la magia. Sin embargo, sus almas son tan valiosas como la de cualquiera de nosotros. Sólo por ello merece la pena el sacrificio de salvaguardar su existencia. Respecto de los dioses… es mucho más difícil de lo que se os inculca. El poder trae consigo responsabilidad y también la posibilidad de cometer errores porque en ocasiones nos ciega y opaca nuestra capacidad de impartir justicia. —Enya se volvió con brusquedad al escuchar aquella voz grave y acompasada—. No debes temer, hija mía. He permitido que llegases hasta aquí porque creo que es tiempo de que se sepan algunos secretos.

    La joven ninfa dejó caer el cortinaje. La boca se le secó y las manos le comenzaron a sudar. No todos los días se tenía la oportunidad de ver a una diosa cara a cara.

    —Siento mucho haber leído vuestras memorias —dijo Enya mientras permanecía inmóvil con la mirada clavada en la alfombra.

    Iarmhéid hizo un gesto con la mano para restarle importancia.

    —No debes preocuparte por ello —respondió y esbozó una sonrisa—. Si no hubiese querido que lo hicieras, no habrías podido llegar hasta aquí sin ser descubierta. —Enya alzó la mirada; sus ojos azul verdoso se clavaron en la diosa.

    —Puedo haceros una pregunta? —La diosa asintió con la cabeza—. ¿Por qué ahora? ¿Por qué yo?

    El rostro de la diosa se ensombreció.

    —Porque la historia amenaza con repetirse y necesito que me ayudes… que nos ayudes.

    —El báculo sagrado es inalcanzable y Uaillmhian ha quedado apresado con él. —La diosa desvió la mirada y en su rostro se dibujó algo que a Enya le pareció vergüenza.

    —El crosier no fue el único objeto sagrado que crearon mis hermanos. —La joven ninfa disimuló la sorpresa ante la revelación.

    —¿Por qué no convertís a ese otro objeto como hicisteis con el báculo?

    Las mejillas de la diosa se tiñeron de un rubor parecido al tono del ocaso y Enya estuvo segura de que la diosa estaba avergonzada.

    —Tenemos un pequeño problema —dijo en voz queda—. El objeto se ha perdido y no sabemos quién pudo haberlo extraído de la bóveda donde guardamos todos esos obsequios.

    La joven ninfa se mordió la lengua. A punto estuvo de revelar que para ella esos dichosos objetos lo menos que representaban era un obsequio. No obstante, no era estúpida y sabía que una cosa era pensar y otra muy diferente cuestionar de viva voz a una diosa; lo segundo no era algo que pudiese hacerse sin tener consecuencias. La exasperó sobremanera que la diosa utilizase semejante eufemismo; por lo que podía entender, el objeto había sido robado, no se había extraviado solo. Inspiró muy hondo para aplacar su irritación antes de hablar.

    —Entiendo que me habéis elegido para esta misión, ¿no?

    —Puedes negarte si no te sientes capaz… —replicó la diosa.

    Enya advirtió la provocación. La diosa la conocía y sabía que su peor debilidad era el orgullo. No obstante, no entraría en ese juego.

    —Si pudiera hacerlo no me habríais traído hasta aquí. —Iarmhéid puso gesto adusto—. Lamento si no os gusta mi respuesta —dijo la joven al ver la reacción de la diosa.

    —Lo que no me gusta es tener que hacer esto por segunda vez… créeme, si pudiera no lo haría.

    Enya exhaló un suspiro y decidió aproximarse a Iarmhéid. Luego de lo que había leído sabía que le decía la verdad. Dar el primer paso en su dirección le había costado; en su interior el miedo y el sentido del deber se debatían en una lucha encarnada. Al final ganó el deber. Era una ninfa onírica y como tal debía luchar contra cualquier cosa que amenazara al Aislingí. También debía proteger las almas de los duine y ella era fiel a sus principios. La diosa lo sabía, por eso la había convocado y ella no se negaría a servirle.

    —Os serviré y cumpliré con mi deber —dijo tras inclinar la cabeza en una respetuosa reverencia.

    —No esperaba menos de ti querida mía. —La diosa posó ambas manos sobre la cabeza de la ninfa—. Tu misión será difícil y arriesgada. Has de viajar a Domhan, y encontrar al duine que ha robado la gema sagrada de la verdad; el equilibrio entre Éadrom y Scáthanna depende de que recuperes la gema.

    Enya no tuvo tiempo de reaccionar. En una fracción de segundos se sintió arrastrada en una espiral vertiginosa que la arrancó del mundo onírico y la expulsó luego a un mundo que sólo conocía a través de los libros que tanto había leído.

    Desorientada y angustiada por verse atrapada en el mundo real elevó una plegaria a los dioses para que Iarmhéid no se hubiese equivocado al elegirla y para que en breve pudiese recuperar sus poderes antes de verse metida en serios problemas. Estaba segura de que la diosa no exageraba al decir que el equilibrio entre la luz y las sombras de su mundo peligraba si aquel objeto seguía en las manos equivocadas; también estaba segura, aunque eso no se lo hubiese dicho, de que la estabilidad emocional de todas las almas que habitaban el mundo real estaba expuesta a un grave peligro.

    Un crujido a sus espaldas la puso en tensión. La vibración de una energía oscura y poderosa le advirtió que su aventura acababa de comenzar y que no tendría demasiado tiempo que perder si acaso pretendía hallar la gema sagrada y salvar a ambos mundos de la amenaza inminente que podría destruirlos para siempre.


    Glosario

    Áilleacht: Ninfa onírica. Puede sanar el alma de los habitantes del mundo real a través de los sueños.
    Aislingí: mundo de los sueños.
    Anord: dios del caos.
    Aoibhneas: diosa de la alegría.
    Brón: dios de la tristeza.
    Crosier: el báculo mágico que otorga poder a quien lo posea para controlar el mundo de los sueños.
    Domhan: mundo real.
    Duine: habitantes del mundo real.
    Éadrom : luz.
    Éaradh: dios del asco la repulsión y el rechazo.
    Enya: Ninfa onírica. Escogida por la diosa para emprender la búsqueda de otro objeto sagrado.
    Iarmhéid: diosa del equilibrio.
    Iontas: diosa de la sorpresa.
    Jealach: astro nocturno parecido a la luna.
    Grá: diosa del amor.
    Grian: astro diurno parecido al sol.
    Nathair: reptil similar a una serpiente.
    Scáthanna: sombras.
    Téigh: Dios de la ira.
    Uaillmhian: Mago oscuro del caos; provoca pesadillas y roba el alma a través de los sueños.

  • Sean y el dragón

    Dragón volando sobre una torre
    Imagen libre de derechos tomada de Pixabay

    Escuchó la voz infantil que reclamaba su presencia. Abandonó la torre que había tomado como refugio.

    El pequeño Sean tragó grueso; el miedo hizo que el corazón le saltase dentro del pecho. El dragón plegó sus alas y lo miró con curiosidad; se fijó en su espada y sonrió.

    —¿Quieres batirte en duelo conmigo? —Sean negó con la cabeza.

    —Quiero tu ayuda, Lyuch. Si nos unimos, podremos derrotar al demonio.

    Miró a los ojos del niño; vio valor y determinación.

    —¡Machaquemos al demonio! —rugió en respuesta.

    Sean subió a su lomo. Ambos alzaron el vuelo.

    El libro mágico se cerró.


    Este relato ha sido escrito para participar en el Escribir Jugando Julio 2020, propuesto por Lidia Castro Navas.

    Elementos a utilizar en el desafío:

    • La imagen de la carta y el objeto del dado: torre
    • Que aparezca el nombre del humano y del dragón que aparecen en la imagen

    El relato cuenta con 100 palabras.


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