
El niño se sentó a leer en el claro del bosque. Encontrar aquel libro mágico había sido lo mejor que le había pasado en la vida. Abrió el tomo y esperó que las letras de la historia aparecieran. Luego se dejó arrastrar a su interior.
***
La pequeña mano regordeta dio un tirón hasta que pudo entrar en contacto con el grueso pelaje. Perro y niño se miraron a los ojos. El inmenso lebrel irlandés sacó la lengua. El chiquillo esbozó una sonrisa traviesa. En sus ojos grises brillaba la picardía.
—Tu madre se enfadará si descubre lo que pretendes, Sam.
—Secreto… secreto —balbuceó el pequeño transmitiendo su deseo con claridad.
—Ni secretos ni leches, enano. Sabes que no le gusta que uses la magia para jugar con los humanos.
Sin romper el contacto con la piel del animal, el niño envió a su mente perruna las imágenes claras de lo que pretendía.
—¿Ti?
—¡No! ¿Quieres que me dejen durmiendo toda la noche fuera? Porque como Enara se entere me echa a patadas.
El pequeñajo se abrazó al cuello del perro y lo llenó de besos mojados.
Avalon se tumbó largo a largo y resopló tras ponerse las patas sobre el hocico.
—Abusas de mi pobre corazón perruno, enano. —El niño soltó una risita y posó el culete en el suelo—. Venga, hazlo antes de que tu madre salga de la cama.
Samuel agitó ambas manos y en un parpadeo se hallaban en el jardín del vecino.
Como si estuviese en su propia cama, el niño se revolcó con el perro de tal forma que flores, hierba y frutos salieron disparados directo hacia la ventana de la cocina de su nuevo vecino.
—Pero ¡qué diablos!
Avalon y el pequeño Sam se quedaron muy quietos. Una cosa era ver al vecino desde la ventana en brazos de su madre y otra muy diferente enfrentarlo desde el suelo con aquel cabreo. El niño se cogió al collar del animal y puso su manito sobre el cuello de este.
—Te lo advertí, enano.
Borja, en dos zancadas los había alcanzado. La fiera mirada que les lanzó prometía una buena reprimenda.
—¿Se puede saber qué hacéis en mi jardín? ¡Habéis destrozado mi rosal y mi huerto! Sois unos delincuentes y todavía no tenéis ni estatura para ello. ¿Qué clase de madre tienes tú? El gran perro apoyó sus cuartos traseros contra la tierra húmeda y el niño lo imitó. En aquel momento la broma ya no le pareció tan divertida. Samuel hizo un puchero y los ojos se le llenaron de lágrimas. Aquello siempre funcionaba con su mamá. Sin embargo, con aquel gigante ni siquiera eso daba resultado. Gritos iban y venían. A Avalon se le estaba haciendo muy difícil no meterle un buen bocado a aquel tipo para que dejase de asustar al enano y si no lo hacía era porque estaba en contra de las soluciones violentas.
—¿Se puede saber a ti qué coño te pasa? —Enara cogió a su hijo en brazos.
—¿te parece poco? —dijo señalando los destrozos que el niño y su perro habían ocasionado.
—Pues sí —dijo para sorpresa del hombre—. Tampoco es algo que no tenga solución como para que grites como un energúmeno a un niño pequeño. Samuel sólo tiene dos años.
—¿Y porque tenga dos años no se le puede reprender? Pero ¿qué clase de madre eres tú?
Al pequeño Sam aquel hombre le gustaba mucho. Quería un papá y alguien que cuidara a su mamá. Pero que le hablase así ya no le gustaba, así que sin medir las consecuencias agitó los deditos y en menos de un minuto el suelo bajo los pies del hombre se onduló. Todo ocurrió con tanta rapidez que, a Borja no le dio tiempo de abrir la boca; en un par de segundos en su lugar había un conejo de proporciones considerables. Ojiplática, Enara intervino y lanzó un hechizo para anular el de su hijo. El niño dio palmaditas mientras reía con ganas.
El escándalo atrajo la atención de los vecinos. La bruja, preocupada por la reacción del hombre ante aquel cambio de forma tan abrupto, se le acercó con la intención de ayudarlo. Pese a su buena disposición, Borja no estaba dispuesto a recibir su ayuda.
—Haz el favor de dejarme en paz y aleja a ese pequeño monstruo de mí.
—¿Qué has dicho?
—¡Que alejes a tu pequeño monstruo de mí, ¿estás sorda?
Avalon ladró y gruñó en respuesta a aquel comentario tan desagradable. Borja le lanzó una mirada asesina.
—Para ser tan guapo es un humano demasiado idiota —Enara clavó sus ojos ambarinos en el perro a modo de advertencia—. Vale, vale, cierro el hocico.
La mujer cabeceó y desvió la mirada hacia su vecino.
—Serás gilipollas —soltó la bruja antes de darse vuelta y entrar en su casa.
Borja refunfuñó cosas ininteligibles. Con agilidad se puso de pie. Observar los destrozos de su jardín aumentó su mala leche, aunque reconoció que quizá la mujer tenía algo de razón. A fin de cuentas, el monstruito era demasiado pequeño como para hacer las cosas con mala intención. Maldijo por lo bajo. Tendría que disculparse y no le apetecía ni un poco. Pese a lo atractiva que era su vecina, también era como una planta ponzoñosa con esa lengua viperina que se gastaba. Ella no sabía quién era él; no obstante, él si sabía quién era ella y por qué estaba allí.
Enara entró por la puerta trasera que daba a la cocina. Sentó a su hijo en la silla de comer. Preparar el desayuno la ayudaría a serenar su carácter. Avalon se sentó junto a la silla en silencio. Conocía a su dueña y cuando se cabreaba era mejor quedarse quietecito a esperar que pasase el temporal. Sin venir a cuentas la mujer estampó la cuchara con la que había estado removiendo las gachas de avena.
—¿Cuántas veces te he dicho que no juegues con la magia, Sam? —el niño hizo un puchero.
Enara resopló y negó con la cabeza.
—Mami…
—Nada de mami ni pucheros o lloriqueo. ¿Quieres que nos pase de nuevo lo de la otra vez? —el niño sonrió de oreja a oreja al recordar—. ¿Quieres que nos echen de aquí también, Sam?
El pequeño arrugó el entrecejo. Preocupado porque su madre tuviese razón le extendió los bracitos.
—Penona ¿ti?
Enara lo cogió en brazos y aspiró su aroma infantil mezclado con el olor a tierra mojada, flores y fresas silvestres.
—Tienes que portarte bien, Sam. Las personas no son juguetes, ¿lo entiendes? —El niño asintió con la cabeza—. Por mucho que te gusten los animales, no puedes ir convirtiendo a los humanos en mascotas.
—Se lo he dicho cientos de veces, pero ¿adivina de quién heredó la tozudez?
Ella lo sentó de nuevo en la silla para darle desayuno. Con la cuchara de nuevo en la mano señaló al perrete.
—Será mejor que cierres el hocico, Avalon. No te hagas el inocente porque no te va. Sam hace contigo lo que le da la gana.
—¿Qué quieres que haga si me pueden sus pucheros? Soy un perrete sensible, ya lo sabes.
La bruja resopló.
—Que me avises no estaría mal.
—No hablas en serio. Sabes que no soy ningún chivato. ¿Cómo me pides que lo delate? Eso es tan feo como contarte todos los revolcones que he tenido con las deliciosas labradoras de tu amigo el vete. Un poquito de por favor.
Enara puso los ojos en blanco y llenó su cuenco de pienso. Luego se ocupó de darle desayuno a Samuel.
—Dramas los justos, por favor. No puedes comparar una cosa con la otra.
—Vale, pero tú tampoco puedes negar que ha sido gracioso verlo con aquella cola gigante, aunque quizá sería más atractivo si lo convirtiese en lobo.
—Chist… no le des ideas, por favor.
Un par de golpes hizo que ambos diesen un respingo. al ver al vecino parado en la puerta trasera, Samuel dio un chillido y dio palmas de contento. Enara se levantó como un resorte y dispuesta a ponerle los puntos sobre las íes a su vecino abrió la puerta de un tirón.
—¿Qué quieres?
—Mira, sé que me pasé diez pueblos con el comentario y sólo quiero disculparme por lo que dije sobre tu hijo. —El hombre alzó ambas manos y esbozó una pequeña sonrisa—. ¿Empezamos de nuevo?
La mujer se fijó en el ramo de flores y en el bonito peluche con forma de lobo que su vecino cargaba en las manos.
Ella cabeceó y se hizo a un lado. Borja interpretó el gesto como una invitación a pasar. En cuanto puso un pie en aquella cocina, el niño sonrió de oreja a oreja y movió las manitos.
—¡Sam!
Enara clavó la mirada en el techo y contó hasta diez. En su cocina, un gran lobo de pelaje castaño y ojos azules emitía sonidos guturales de evidente enfado.
—¡Bito! —exclamó el pequeño brujo que, con rapidez desapareció para volver a aparecer junto al enorme animal. Su madre se cruzó de brazos y enarcó una ceja mientras observaba con mirada asesina a Avalon que, hacía un esfuerzo impresionante por no reír a carcajadas.
—No, no, no… a mí no me mires así que el de la idea no he sido yo.
—Samuel O’Neill, haz el favor de deshacer lo que hiciste o no volverás a salir de tu habitación.
Antes de que su madre se enfadase más, el niño deshizo el hechizo. A gatas, Borja miraba al pequeñajo con ganas de morderlo.
—Así que te gusta jugar, ¿no? —el pequeño cabeceó y curvó su boquita en una pícara sonrisa—.
—Escucha, te lo puedo explicar. —Borja negó con la cabeza y tras alzar la palma en dirección al pequeño, lo convirtió en un cabrito montañés que, comenzó a balar con angustia.
—Pe… pe… pero tú eres un…
El hombre asintió en silencio. Sin perder tiempo cogió al cabrito por el cuello y se lo acercó a la cara.
—Vamos a ver si al pequeño cabrito le gusta que jueguen así con él.
—Cambia a mi hijo ahora mismo —exigió Enara tras darse cuenta de que sus hechizos no funcionaban.
—No.
El cabrito soltó una cagada pestilente que dio a parar en las botas del brujo.
—Con dos cojones peludos, sí señor. —ambos brujos miraron al perro con cara de pocos amigos. Sam soltó otro balido lastimero.
—No puedes dejarlo así, es demasiado pequeño.
—¿Pequeño? Un liante. Eso es lo que es. Puedo y lo haré. Si tú que eres su madre no le da una lección, cuando alcance los cuatro y pueda pronunciar hechizos en voz alta estaremos en problemas.
—El brujo guaperas tiene razón.
—¡Cierra el hocico! —dijeron los brujos al mismo tiempo.
Avalon se tumbó con las patas sobre la cabeza.
—En todo caso, es mi problema, no el tuyo.
—En eso te equivocas. Si os pillan yo estaré en problemas. Mi deber es vigilar que los humanos de esta zona se mantengan ignorantes respecto de nuestra naturaleza y tu pequeñajo comienza a ponerme las cosas difíciles.
Enara alzó ambas palmas. El brujo tenía toda la razón y por más que le doliese debía hacer algo al respecto antes de que se viesen en graves problemas otra vez.
—Sam —dijo dirigiendo la mirada hacia el cabrito que balaba sin parar—. Debes prometer que no usarás la magia de nuevo con ningún humano. ¿Lo prometes?
El cabrito soltó un balido agudo. Los brujos se dieron por satisfechos y Borja devolvió la forma humana al pequeñajo.
—A ver, Sam. ¿Qué no hay que hacer? —El niño miraba al hombretón con la carita muy seria.
—Da maya e dos humanos.
—Muy bien —dijo el brujo.
El timbre sonó varias veces. Disculpándose con la mirada, Enara salió a toda prisa. El estruendo de unos chiquillos entrando en tromba en la cocina dejó a Borja sin palabras.
—¡Tito! —Sam chilló.
Los hombres se miraron. El niño agitó los deditos regordetes. En segundos, la cocina quedó convertida en una leonera y no por que estuviese hecha un desorden que también, sino por los cinco felinos que ocupaban todo el espacio disponible. El hermano de Enara rugió y sus hijos lo imitaron.
Borja soltó al pequeño en brazos de su madre y se llevó las manos a la cabeza. Enara reprimió una risita y Avalon permaneció agazapado bajo la mesa.
—¿Será posible? —El brujo miraba a su alrededor sin dar crédito—. Pero ¿es que acaso tu hijo no es capaz de seguir órdenes?
—Bueno… —Enara quiso explicarse, sin embargo, Borja negó con la cabeza.
—¡Tetes! —la bruja sujetó las manos de su hijo antes de que el desaguisado fuese peor.
—Seguirlas, las sigue —interrumpió Avalon—. Le habéis hecho prometer que nada de magia con los humanos, pero su títo y sus primos no son humanos, son brujos. A ver si empezáis a ser más cuidadosos que no os voy a durar toda la vida.
El brujo miró a su vecina con aquel pequeño monstruito en los brazos y exhaló un suspiro. Después de deshacer los hechizos y realizar las presentaciones correspondientes se marchó a casa; era eso o terminar convirtiendo a aquel chiquillo de nuevo en un cabrito o cualquier otro animal de corral, cosa que a la bruja de su madre no le gustaría ni un pelo. Los hermanos lo vieron cruzar el jardín. En sus rostros la preocupación formaba pequeñas arruguitas alrededor de sus bocas. Por el contrario, el pequeño Sam sonreía y daba palmas encantado mientras en su mente traviesa más ideas cobraban forma. Avalon tembló en cuanto el pequeñajo le plantó la mano en el hocico.
—No, no, no. Conmigo no cuentes, enano. Quiero alcanzar mi mayoría de edad y como me embauques el brujo me despelleja y me convierte en abrigo de invierno. —Sam se carcajeó.
—¡Ti! —El perrete se cubrió los ojos con las patas mientras Sam lo llenaba de besos mojados otra vez.
—¿Qué tramáis? —Enara miró a su hijo y luego a su gran perro.
—No quieres saberlo, créeme que no quieres saberlo.
—Yo de ti le haría caso a Avalon, querida —cuchicheó su hermano—. Al menos así el colega no va a poder inculparte.
—Inculparme es lo de menos… Va a querer pulverizarme —dijo Enara arrugando la nariz en una mueca.
—Por la forma en que te mira, polvorizarte sí que puede querer.
—¡Calla, insensato!
Ambos se miraron y, aunque trataron de mantener la seriedad, no tardaron en estallar en carcajadas. Ante las risas de su madre y de su tito, Sam movió de nuevo los deditos y desapareció. El grito del vecino Hizo vibrar los cristales de la cocina.
—Te advertí que no ibas a querer saber —Enara le sacó la lengua a su perrete antes de acudir en auxilio de su vecino con su hermano pisándole los talones.
Este relato ha sido escrito para participar en el «Va de reto enero 2021» propuesto por Jose A. Sánchez en su blog.
La condición era crear una historia llena de optimismo y alegría. Lo del optimismo y la alegría no sé si se cumpla, pero he tratado de crear una historia divertida, eso sí. En la que las travesuras infantiles están a la orden del día.
Me encantaría que compartieses conmigo tus impresiones en los comentarios más abajo.