Etiqueta: Magia

  • La escoba sagrada

    Estatuilla de una anciana bruja con su escoba
    Imagen de Igor Shubin tomada de pixabay.com

    Dedicatoria

    A todos esos corazones que todavía no han descubierto la magia que habita en ellos.


    Conocer a Eva había sido un gran acontecimiento en la vida de Madeleine, pero conocer su casa, era todavía mucho mejor. En la escuela no había nadie y lo sabía porque se había dedicado a investigar durante toda una semana, quienes de todos ellos habían puesto alguno de sus pies en la casa O’Donnell. Ni uno solo de sus compis del colegio sabía lo que se ocultaba tras aquella entrada de mansión de terror. Eso ya era suficiente para que Madeleine se sintiese afortunada y agradecida con la vida. ella, la niña regordeta de quien todos se burlaban, sería la única en pisar aquella casa y develar todos esos secretos que, de seguro, escondería la casa de Eva.

    Sonó el timbre. El griterío de sus compañeros la mantuvo aturdida por varios minutos; tantos, que no había escuchado la pregunta de su amiga. Porque a esas alturas ya podía decir que Eva O’Donnell era su amiga.

    —¿Madeleine? ¿Qué te pasa, estás atontada? —La chiquilla pestañeó y se quedó mirando a Eva como si fuese la primera vez que la veía.

    Eva le hizo carantoñas y aspavientos hasta que la niña asintió con las mejillas sonrojadas.

    —Vamos, mi abuela nos espera —invitó la niña.

    Madeleine se echó una mirada de autoevaluación. Se sacudió la falda del uniforme y se estiró la camisa. Luego, echó a andar tras Eva que, sin mirar atrás, había salido disparada.

    * * * *
    A Madeleine casi se le salen los ojos de las órbitas cuando bajó del coche. Tras las verjas de aquella mansión había todo un universo de criaturas que, quizá, pensó antes de pisar el primer escalón, cogerían vida durante la noche y se pasearían por los alrededores espantando a todo el que se les cruzase en el camino.

    La abuela de Eva miraba a la niña con una sonrisa. A Madeleine le parecía de todo, menos que fuese una bruja como la de los cuentos. La niña alzó la mirada ante aquella entrada con las puertas macizas de doble hoja y una cabeza de gárgola con un gigante aro de metal. Las puertas parecían pesar toneladas, pero la amable mujer las abrió sin mucho esfuerzo y la invitó a pasar.

    La niña no dejaba de ver el par de estatuas que custodiaban los escalones; tampoco era capaz de hacerse la vista gorda ante la pequeña alfombrilla de color burdeos que descansaba en el último escalón, con aquel mensaje que parecía estar escrito en un idioma muy raro. La niña se quedó parada en el segundo escalón, con la mirada clavada en la alfombrilla. La abuela de Eva, la observaba, divertida.

    —No pasa nada si la pisas, todos en la casa lo hacemos —dijo la mujer extendiéndole la mano a la niña.

    Madeleine se cogió de la señora y la calidez de su mano la reconfortó. Se sorprendió al sentir que los zapatos se le hundían, pero que las letras permanecían en su sitio. Eva soltó una risita y se detuvo un instante.

    Madeleine alzó las cejas y sus ojos adoptaron una expresión, mezcla de incredulidad y maravilla, cuando vio a su amiga con aquella curiosa escoba en la mano.

    Parecía tener todos los años del mundo. El mango estaba descolorido, el pelambre se veía desordenado y envejecido, como si la escoba hubiera sido usada por siglos y siglos para barrer.

    Eva sostuvo la singular escoba y pronunciando una especie de refrán comenzó a barrer desde donde estaba parada hacia afuera. Cuando terminó, la niña le guiñó un ojo y entregó la escoba a su abuela, quien, siguió con exactitud aquella especie de ritual.

    «¿Será que sí son brujos?», pensó Madeleine, mordiéndose el carrillo del lado derecho. «¿Le dejarían a ella también?» La chiquilla miraba la escoba como si esperase que esta le saltase haciendo chispas o algo parecido. De pronto recordó aquella escena de la peli de Disney donde Merlín embrujaba toda la cocina y casi se le escapa una risita.

    —Si quieres intentarlo, adelante —animó la abuela de Eva acercándole la escoba como si le hubiese leído el pensamiento.

    —¿Puedo? —La mujer asintió con una sonrisa.

    La niña cogió la escoba, pero se quedó un tanto decepcionada, pues la vetusta limpiadora era un objeto inanimado más. Ni le hablaba ni parecía estar dotada de ningún poder mágico.

    —La magia no está en los objetos, cariño —dijo la abuela de Eva interrumpiendo sus pensamientos—. La magia habita en nosotros.

    —¿Yo tengo magia?
    —Claro que sí —aseguró la mujer—. Ella habita en ti, igual que en los habitantes de esta casa.

    La niña abrió tantísimo los ojos, que las cejas se le alzaron y en la frente se le formaron algunos plieguecillos. Hasta ese momento no se le había pasado por la cabeza que, además de conocer la casa de Eva, también conocería a su familia.

    Presa de la curiosidad intentó pasar a toda prisa, pero algo la detuvo. Del susto casi se le cae la escoba al suelo. Un coro de risitas llamó su atención, pero por más que estiró el cuello, no logró divisar nada.

    —Has de barrer de ti todo lo que te empañe la visión, querida —explicó la abuela de Eva.

    Madeleine se quedó pensativa un instante.

    —¿Eso cómo se hace? ¿Cómo sé lo que me empaña la vista? Que yo sepa, no necesito gafas para ver.

    La abuela de Eva sonrió.

    —No es complicado —aseguró mientras le explicaba cómo sujetar la escoba—. Solo necesitas imaginar que te deshaces de todas esas ideas que te ponen triste, esas que te hacen dudar de ti, de lo maravillosa que eres.

    —¿Soy maravillosa?
    —Desde luego que sí, cariño —Volvió a asegurar la mujer—. Por eso Eva te ha invitado a casa.

    Madeleine sintió un calorcillo recorrerle desde los deditos de los pies hasta su pecho. Mirando a la mujer con los ojos llenos de expectativas, cogió la escoba con ambas manos.

    —¿Qué tengo que hacer? —preguntó.

    —Repite conmigo —ordenó la mujer.

    La chiquilla asintió.

    —Barro la duda y la oscuridad; —La chiquilla hizo el primer movimiento repitiendo despacio cada palabra—. Barro los miedos y la envidia… —Madeleine se sintió más liviana y puso más ímpetu en aquel curioso ritual—. Barro toda idea que me reste seguridad, porque así dejaré fuera de casa todo lo que pueda fastidiar la armonía de este hogar.

    La chiquilla hizo el último movimiento y la abuela de Eva sonrió.

    —Bienvenida a casa, pequeña.

    Madeleine dio un paso al interior. Esa vez no encontró resistencia. La puerta se cerró tras ellas con tanto sigilo que la niña no dudó que la magia estuviese de por medio. Dio otro paso avanzando en aquel salón decorado como si fuese el salón de un palacio. Se detuvo un instante con la escoba en las manos cuando vio a los habitantes de aquella mansión. No sabía por qué, pero se había imaginado otra cosa, nunca pensó que la estuviera esperando tanta gente. Un aplauso cálido de bienvenida hizo que la niña se ruborizase de nuevo. Sorprendida ante el recibimiento de tantas personas de diferentes edades, la niña se quedó con la boca abierta. Eva se le acercó, sonriente.

    —Cuelga la escoba, Made —dijo señalando el lugar donde era evidente que aquella desvencijada escoba debía permanecer. La chiquilla se quedó un poco perpleja. Haciendo memoria no se fijó que Eva entrase para volver a salir. ¿cómo había podido cogerla?
    Como si le hubiese estado leyendo la mente, la abuela de Eva comenzó a explicar:
    —La escoba sagrada viene a nosotros cuando nos percibe de pie en la puerta, Madeleine.

    —¿La escoba sagrada? —La niña bajó la mirada y se sintió avergonzada por haber pensado que era una escoba vieja.

    Eva soltó una carcajada cantarina.

    —Es una escoba viejísima, Made —dijo la niña— Pertenecía a la tatarabuela de mi abuela, ¿te imaginas? —Madeleine negó con la cabeza.

    —Es una escoba que ha pasado de generación en generación, cariño —explicó la abuela—. Ahora permanece con nosotros, es parte de este hogar.

    —Pero yo no vivo aquí —murmuró la pequeña mientras se mecía de un lado a otro.

    —No vives aquí, pero puedes formar parte de nuestra familia si quieres. —dijo la voz de un joven que a la niña le pareció el más guapo que hubiese visto en toda su vida.

    —Es verdad —dijo titubeante Eva—. di por sentado que querías, pero si no quieres…
    —Claro que quiero —respondió Madeleine, mirando la escoba con tanta emoción que pensó que se pondría a llorar ahí mismo como si fuera una cría pequeña.

    —Entonces solo has de colgar la escoba —dijo un señor con el pelo gris y los ojos de un azul tan oscuro, que casi parecían negros.

    Tras morderse el labio inferior, se fijó en lo alto que estaba el gancho donde colgaba la escoba.

    —Pídeselo —sugirió una jovencita que se parecía mucho a Eva.

    La niña buscó la mirada de la abuela de Eva y esta le sonrió, asintiendo.

    —Escobita, ¿puedes colgarte en tu sitio?
    Nada pasó.

    —Así no, Made —corrigió Eva tocándose la frente con un dedo para luego tocarse el pecho donde está el corazón—. Intenta lo mismo, pero sin hablar con la boca.

    —Entonces ¿con qué le hablo a la escoba?
    —Con el corazón —respondió la jovencita que se parecía a Eva.

    —Vale.

    La niña adoptó una expresión seria. Estaba concentrándose, pero nada sucedía.

    —Deja que el deseo se forme en tu corazón —indicó la abuela—, luego deja que fluya fuera de ti.

    Madeleine siguió la indicación. La escoba flotó desde sus manos hasta dejarse caer en el gancho donde colgaba y que estaba ubicado tras una de las hojas de la maciza puerta de la entrada. Los vítores del resto de habitantes no se hicieron esperar. La niña volvió a sonrojarse, pero se sentía contenta. Por primera vez en todo lo que recordaba de su corta vida, se sentía parte de algo. Eso la llenaba de alegría.

    —Muy bien —felicitó la abuela acariciándole la cabeza—. Ahora es tiempo de tomar una merienda, luego podréis explicar a Madeleine cómo son las cosas en esta casa.

    Eva tomó de la mano a su nueva compañera de conjuros y echó a correr atravesando el amplio salón.


  • EL CLUB DE MAGIA

    Ilustración de una bruja adorable volando con un gatito entre las manos con nubes alrededor y la luna brillante
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com

    Sostuvo la cerilla con una mano, maravillada. El fuego era como su magia, brillante, cálida y atemporal.

    En 1827 se convirtió en bruja. Casi 200 años después, todavía hacía magia; el poder habitaba en su corazón.

    Miró el reloj y dejó la tetera en la mesita; las chicas del club de magia llegarían enseguida.

    Cogió su sombrero y añadió la etiqueta con el nombre de la nueva aprendiz.

    Abrió la puerta, sonriente. Las brujas entraron rodeándola.

    La chica vio su nombre en aquella rama y gritó, eufórica.

    —Enciéndela —Invitó Margot.

    Elisa cerró los ojos. La cerilla se encendió.


    Este relato ha sido escrito para participar en el escribir jugando de febrero, propuesto por Lidia Castro. Cuenta con 98 palabras sin el título.

    Elementos a utilizar en el desafío:

    1. Imagen del dado en el que hay una mano

    2. Imagen tras una carta donde se ve una mujer mayor con un sombrero en la cabeza que tiene etiquetas en sus ramas y una tetera en la mesita que se ve al lado
    3. Una foto de una cerilla con su fecha de invención: 1827
  • EL MAGO OSCURO Y EL PARAGUA DE LOS DESEOS

    Hombre caminando bajo el cielo nublado protegiéndose con un paraguas durante el otoño
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com

    Frunció el entrecejo cuando subió a aquel desván cubierto por aquella capa gruesa de polvo. Dio una mirada a cada rincón y suspiró. Lograr que aquel lugar pareciese habitable le llevaría toda la vida. Estaba a punto de bajar por la escalerilla cuando sintió un siseo insistente.

    —¿Quién anda ahí? —Achicó los ojos para ver si divisaba alguna silueta, pero no vio nada más que cajas apiladas y trastos viejos.

    —Estoy aquí… —parpadeó varias veces pensando que no volvería a pasarse con las cervecitas durante la cena.

    —Yo no veo a nadie —respondió a pesar de parecerle una soberana estupidez hacerlo.

    —¿Cómo vas a verme si sigues ahí parado como un gilipollas?

    el hombre se rascó la barba y luego la cabeza. si aquello era un truco de los críos, vaya que era la hostia.

    —Vamos a ver —espetó— ya está bien de que os burléis, enanos. Salid de donde estéis o dejad ya…

    —Qué enanos ni que enanos —la voz se escuchaba mosqueada— tú mueve ese culo de foca aquí … hasta este trío de cajas.

    El hombre ya algo mosqueado también se acercó tumbando las cajas de arriba.

    —Joder, hasta que te funcionó la sesera, macho —el hombre abrió los ojos como platos mirando aquel paraguas.

    —¿Y tú qué? ¿Llevas un micrófono escondido de esos que salen en la televisión?

    —Serás cateto —dijo la voz del paraguas— ¿Nunca has visto un objeto mágico?

    —Pues la verdad… no —reconoció— ¿Se supone que tú lo eres?

    —La duda ofende, macho —respondió el paraguas— a menos que tú estés tan majara que siempre hables con los paraguas.

    El hombre puso mala cara y se dio la vuelta dispuesto a marcharse.

    —Espera… ¿a dónde vas?

    —Abajo —respondió cortante— no tengo porqué aguantarme esta ridiculez.

    —Pero si todavía no te he explicado lo de los deseos, tío. —El hombre se acercó con interés renovado cogiendo al paraguas.

    —Cucha, con más cuidado, ¿eh? Que se me doblan las varillas.

    —Será posible —masculló entre dientes— Explícate o te dejo arrumado aquí mismo.

    —Vale, vale —dijo el paraguas— Mira, es muy sencillo. Si me llevas contigo puedo concederte cuatro deseos.

    El hombre alzó una ceja. Observando al paraguas que yacía entre el resto de objetos de aquella caja pensó que les daría un buen susto a sus sobrinos.

    —Muy bien —dijo— vamos fuera.

    El hombre cogió el paraguas y abandonó el desván del nuevo almacén que acababa de comprar.

    —¿No vas a pedir tu primer deseo? —preguntó el paraguas.

    Tras meditarlo un poco el hombre dijo como si tal cosa.

    —Deseo que mi vecino, el carnicero, deje de afilar sus cuchillos cada noche. Ese ruido es infernal.

    —hecho —dijo el paraguas.

    El hombre salió del almacén rumbo a su casa. Luego de cenar y darse una ducha, se puso el pijama y se tumbó en la cama. El paraguas permanecía en el taburete junto a la cómoda.


    El día siguiente transcurrió sin contratiempos. El paraguas no había vuelto a hablar con él, así que pensó que sus sobrinos se habrían cansado de aquella estúpida broma. Y menos mal porque ya comenzaba a sentirse influenciado por aquel asunto; tanto, que había pasado toda la noche soñando con el puto paraguas y el vecino. Cuando llegó a casa se dio cuenta de que el vecino no estaba afilando sus cuchillos y sonrió, satisfecho.

    —Parece que en realidad eres mágico. —Aquel pensamiento se le había escapado en voz alta.

    —Claro que lo soy ¿qué te creías?

    El hombre abrió los ojos al ver que una pálida figura iba formándose junto al paraguas.

    —¡Hostia! —el hombre se puso de pie de un salto— ¿qué coño eres?

    La figura puso los ojos en blanco.

    —¿A ti qué te parece?

    —No sé, nunca había visto una transparencia como tú antes.

    —Más respeto —reclamó la figura— a ver si te crees que es muy fácil tomar forma.

    —Coño, pero no te enfades.

    —¿Estás listo para pedir tu segundo deseo?

    El hombre se rascó la cabeza y torció los labios en un gesto por demás, curioso.

    —Creo que… sí.

    La figura hizo un gesto invitándole a realizar su petición.

    —Deseo que la vecina de arriba deje de recoger esos gatos tan inmundos que resultan tan molestos.

    —Concedido.

    La figura se desvaneció y el hombre siguió con su rutina de siempre al llegar a casa. Luego de cenar, ver televisión y vestirse con el pijama, el hombre se metió en la cama. Tal como la noche anterior comenzó a tener sueños con la vecina, el paragua y los gatos. Se despertó sobresaltado con el paraguas en la mano empuñado como si fuera un arma.

    Extrañado lo dejó sobre la mesita de luz y se dispuso a iniciar el día.
    Al salir del edificio se dio cuenta de que ningún gato deambulaba por la planta baja y sonrió, satisfecho.


    Esa noche volvió a casa cansado y de mal humor. Las cosas en la tienda no estaban yendo como esperaba, todo por su vecino y más acérrimo competidor. Entró en su casa dando un portazo y fue directo a su habitación.

    —Parece que hoy andamos con muy mala leche, ¿no?

    —Claro ¿cómo no? Si no fuese por ese gilipollas del Merchán, hoy las ventas estarían en alza —espetó furioso caminando de un lado a otro— vaya si desearía que se largase muy lejos y dejase de joderme la venta.


    —Concedido —dijo la voz del paraguas.


    Durante toda la noche al igual que las demás, tuvo sueños espantosos con el paragua y con Merchán. Al llegar la mañana se sentía agotado y con poquísimas ganas de trabajar. Estaba por tomarse el primer café del día cuando tocaron a la puerta con insistencia así que salió con rapidez antes de que se la aboyasen.

    Se quedó muy sorprendido al ver a un par de agentes de policía.

    —Buenos días, caballero.

    —Buenos días —respondió— ¿qué puedo hacer por vosotros?

    El par de policías dieron una mirada al interior del salón. El hombre se apartó para dejarles paso y los hombres entraron.

    —¿Vive usted solo? —el hombre asintió rascándose la barba.

    —Les ofrezco alguna cosa, ¿café? —Los hombres negaron con la cabeza.

    —Estamos aquí investigando la muerte de dos de sus vecinos —El hombre alzó las cejas, sorprendido.

    —No tenía idea de que hubiese muerto alguien.

    —Pues así es… ¿señor?

    —Suárez —respondió— me llamo francisco Suárez.

    Los hombres apuntaron en una pequeña libreta.

    —Bien, señor Suárez —Francisco se dejó caer en un sillón invitando a los policías a sentarse— ¿desde cuándo no ve usted al señor Sánchez?

    —¿El carnicero?

    —En efecto —Francisco se rascó la cabeza, pensativo.

    —Si les soy honesto, no sabría decirles —confesó— ayer no escuché su afiladora, pero tampoco le di tanta importancia.

    —¿Y a la señorita Martínez?

    El hombre parecía confundido.

    —Lo siento, pero esa no sé quién es, agente.

    —La joven que vivía en el 5B, señor Suárez.

    —La chavala de los gatos?

    Los hombres cabecearon a la vez, asintiendo.

    —Pues el jueves por la mañana la vi dándole de comer a uno de esos gatos malolientes.

    —¿No escuchó usted nada raro el jueves por la noche?

    —Pues la verdad es que no ¿debería?

    Los hombres se miraron el uno al otro antes de hablar.

    —El jueves por la noche la señorita Martínez fue asesinada brutalmente —dijo uno de los policías—. Todavía no hemos podido identificar el arma homicida.

    —Y la noche anterior fue asesinado el señor Sánchez —informó el otro.

    —En circunstancias… similares, a decir verdad. —ambos policías hablaron a la vez.

    Francisco se quedó inmóvil. El impacto de las noticias le había dejado sin habla.
    Su cabeza comenzó a ir a toda velocidad asociando ideas que, aunque absurdas, iban cobrando vida a medida que los hombres le informaban sobre ambos hechos.

    Aunque surrealista, se parecían demasiado a sus sueños. Se dirigió a su habitación dando zancadas luego de que los policías se marcharan lleno de angustia por si sus sospechas fueran ciertas.

    —¿Qué coño fue lo que hiciste?

    —¿Perdona? —la figura que habitaba el paraguas se había materializado y ahora era mucho más tangible.

    Francisco se dio cuenta de que era un hombre que aparentaba unos treinta y tantos y que vestía de negro.

    —Me escuchaste bien, no voy a repetirme.

    —Dirás en todo caso, ¿qué hiciste tú… —Francisco veía a aquel sujeto con los puños apretados.

    —Yo no he hecho nada.

    —Claro que sí —afirmó la figura— pediste tus deseos y se te concedieron.

    —Eres una maldición —La figura se echó a reír.

    —Y tú eres un cateto —rio— ¿qué te pensabas, que los paraguas hablan? —dijo con sorna—. Ah, no, claro, seguro creíste que podías pedir deseos y no pagar un precio, ¿no?

    Francisco temblaba de la rabia. En un esfuerzo inútil cogió el dichoso paraguas e intentó romperlo con las manos, pero nada pasó. Luego de un buen rato desistió, frustrado.

    —Tienes que parar -exigió— dime cómo me deshago de ti.

    —Si te refieres a detener tu último deseo, es imposible —El hombre se cruzó de brazos— la única forma de que te deshagas de mi valiosa compañía es que te sacrifiques. ¿estás dispuesto?

    Francisco se tambaleó ante aquella revelación. Morir no estaba dentro de sus planes a corto plazo.

    El hombre soltó una carcajada siniestra.

    —¿Qué eres tú? —preguntó tropezándose con el borde de la cama.

    —Soy un mago oscuro, desde luego.

    —Puedo dejarte tirado en la basura.

    —Eso solo retrasará las cosas, pero no las detendrá —explicó—, además, puedo seguir fortaleciéndome de la fuerza vital de cualquiera que me toque.

    La mente de Francisco marchaba a mil por hora. Alguna solución tendría que haber, no podía permitir que más personas inocentes muriesen por culpa de aquel maldito mago. Recordando el libro que siempre les leía a sus sobrinos se le ocurrió una idea.

    —Tienes que concederme mi cuarto deseo por cojones, ¿no?

    —Bueno sí, pero ¿a qué viene eso ahora? Para concederte el deseo tienes que morir, ya te lo dije.

    —Responde mi pregunta, no te cuesta nada.

    El mago lo vio con cierta suspicacia, pero al final accedió.

    —Sí, hombre, sí. Si pides tu cuarto deseo te lo tengo que conceder.

    —Muy bien —dijo Francisco-. Deseo que desaparezcas de la faz de la tierra con todo y paraguas y que nunca vuelvas a pisarla.

    —¡No! ¿Hijo de la gran puta, no puedes hacerme esto!

    —Ya lo he hecho.

    Ante los ojos de Francisco, el paraguas y el mago oscuro desaparecieron. Esa noche tras haber dejado todo en orden, abandonó el mundo de los mortales.

  • LA BAILARINA Y EL MAGO OSCURO

    Bailarina de ballet clásico con zapatillas de punta y tutú.
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com


    Sabía que no tardaría en volver a encontrarle. Se sentó con calma a observar el espectáculo y sonrió para sí.
    Ella, ajena a cualquier otra cosa que no fuese finalizar de manera magistral su interpretación, no tenía idea de lo que estaba a punto de enfrentar.

    Tras la tercera salida ante el público esperó que el telón descendiese para marcharse a su camerino. Presurosa por salir del teatro entró al camerino a toda prisa para cambiarse.

    La melodía de aquella cajita musical reverberó en la pequeña estancia. Las luces se apagaron y solo la llama de aquella estilizada vela atravesó la penumbra.

    Sintió un nudo en la garganta y el corazón a punto de estallarle en el pecho. Sus miradas se encontraron en el espejo.
    Los ojos se le llenaron de lágrimas al ver su malévola sonrisa como vaticinio del destino que le esperaba.

    No suplicó, era inútil. Siglo tras siglo había intentado obtener alguna respuesta, pero él jamás contestaba, solo le observaba. Alisó su vestido y se acomodó la tiara.
    Minutos después un estallido luminoso daba paso a la más profunda oscuridad.

    Dejó la cajita musical sobre el vetusto altar y alzó la tapa. Un brillo destelló en sus traslúcidos ojos al observarle girar en el lugar al cual pertenecía desde tiempos inmemoriales.

    De nuevo podría disfrutar de su compañía. Su preciosa bailarina no tendría descanso nunca más; su destino era danzar para él durante toda la eternidad.


    Esta breve historia ha sido escrita para va de reto especialpropuesto por Jose A. Sánchez, @JascNet en su acervo de letras.

    Elementos seleccionados de cada reto propuesto:

    1. Escribir jugando diciembre: ‘tiara’
    2. 5 Líneas diciembre: palabra ‘descanso’
    3. emociones en 50 palabras diciembre: ‘sonido de cajita musical’
    4. Desafío literario diciembre: Género libre y joven que no puede hablar
  • EL HADA ANCESTRAL

    Figura de un hada de color negro sobre fondo blanco
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com


    DEDICATORIA

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    a ti, mi hermana de vida y de corazón.
    que el universo te obsequie con lo suficiente para que seas feliz hoy, mañana y siempre.
    Te quiero del tamaño del universo.


    cuenta la leyenda que de tanto en tanto decide pasearse entre los humanos para permanecer entre algunos pocos elegidos y compartir su sabiduría.

    Siempre al azar escoge su disfraz. algunas veces será doctora, otras, enfermera, cuidadora, abogada, periodista, escritora, pero sin duda lo que más disfruta es ser maestra.

    No te sorprendas si en alguno de tus más curiosos sueños se presenta ante ti y te revela algún mágico secreto, ella es así: comparte la magia que lleva dentro de sí.

    Se sabe que para que te elija como aprendiz, lo que has de hacer es ser tú y no dejar de sonreír. Abre bien los ojos entonces, quizá a tu lado la puedas descubrir.

  • EL MAGO Y EL CANTAOR

    Hombre tocando una guitarra acústica al aire libre
    Imagen libre de derechos, tomada de pixabay.com


    DEDICATORIA


    A ti, que has alegrado muchos momentos de tristeza tan solo con tu don de gente
    y tu guitarra gentil.
    Que tus cuerdas vibren por siempre
    Y que el universo llene de felicidad cada paso que des hoy, mañana y siempre.


    Cuenta una antiquísima leyenda que, en un reino olvidado por los hombres habitaba un mago. Este mago, de quien nadie quiere recordar su nombre, jugaba con las artes oscuras porque ambicionaba dinero y poder.

    Tras una lucha contra la hechicera Loredana, el mago, al que no le gustaba perder, apostó con la hechicera y esta que era mucho más lista y perversa, lo engañó utilizando un acertijo que solo un hombre sobre la faz de la tierra era capaz de resolver, pero claro, el mago no supo esto hasta que fue demasiado tarde.


    Dime buen mago
    Como puede suceder,
    Que de cinco partidas de ajedrez
    Cada jugador ganase tres…

    El mago que intentó dar todas las respuestas posibles, falló en todos los intentos. Así que la hechicera le robó todo su poder y el mago, al verse despojado de la magia juró encontrar al hombre que fuese capaz de responder aquel acertijo.

    Muchos soles y muchas lunas hubo de pasar el mago caminando por el mundo hasta que un día, en medio del camino se tropezó con un cantaor que llevaba su guitara y un pequeño fardo. El mago, ante la pinta de gitano de aquel joven, desconfió.

    —No tengo dinero —advirtió el mago.

    —¿Y quién te ha dicho a ti que yo quiero tu dinero, payo?

    El mago achicó los ojos, todavía más desconfiado que al principio.

    —Y si no quieres mi dinero, entonces ¿qué quieres?

    —Algo que ni tú ni nadie con todo el oro del mundo me podría otorgar.

    —No hay nada imposible para la magia, gitano —afirmó el mago.

    —tú no tienes aspecto de mago, payo —el cantaor lo observaba de arriba abajo, risueño.

    —Pero lo soy y muy poderoso —se pavoneó el mago—. Capaz nos podemos ayudar el uno al otro.

    El cantaor ladeó la cabeza, desconfiado ante la propuesta.

    —¿Qué puede necesitar un mago tan poderoso como tú de un cantaor como yo?

    —Necesito encontrar a un hombre. Es un hombre muy especial porque es capaz de responder todo tipo de acertijos.

    El cantaor sonrió mirando al hombre.

    —Mira si estarás de suerte… ese hombre, soy yo mismo. Dime tu acertijo y lo responderé, en un dos por tres.

    El mago algo incrédulo lo miraba de soslayo pensando que aquel pobre hombre estaba tocado de la cabeza. No iba Loredana a escoger a un humano tan como aquel para semejante responsabilidad, ¿no?.

    —a ver, buen hombre ¿y usted que quiere a cambio?

    El cantaor con el rostro ensombrecido dijo:

    —Quiero cantar como los ruiseñores; como la luna le canta a la noche y el sol al amanecer.

    Al mago le parecía algo sencillo de satisfacer si tuviese con él todo su poder.

    —Muy bien, preste atención al acertijo y si usted me brinda la solución,
    Yo gustoso, le otorgaré ese don.
    El cantaor estrechó su mano con la de aquel mago y así sellaron aquel trato que a ambos al final benefició.

    Tras escuchar aquel acertijo en versos, el cantaor recitó:


    En un juego de ajedrez,
    Dos contrincantes pueden,
    Ganar de cinco partidas tres,
    Si juegan por separado
    Cada uno por su lado,
    Y nunca a la misma vez.

    Los ojos del mago brillaron cuando sintió volver toda su magia y en su mente Loredana gritaba de rabia por verse obligada a devolverle su poder.

    —ahora mi buen amigo, tenga usted su beneficio por responder el acertijo que ha devuelto mi poder.

    El cantaor lo miraba algo incrédulo, pero decidió comprobar si aquel viejo mago le decía la verdad. Cogió su guitarra y tras afinarla de oído comenzó a tocar y cantar. Se quedó tan sorprendido de ver el público que a su alrededor se agrupaba que cuando cayó en cuenta que todavía no le había agradecido al mago por su regalo, este ya había desaparecido.

    Y fue así como aquel hombre fue por todos conocido, como el cantaor que hizo que aquel mago de quien nadie sabe el nombre, resolviese el acertijo.