Levantó la mirada en cuanto percibió su presencia. La expresión de su rostro hablaba por sí sola; ni siquiera hizo preguntas.
—Me marcharé en cuanto finalice el ocaso.
—No es necesario, Puedes quedarte el tiempo que quieras, es solo que…
—Que prefieres que me marche, lo entiendo. —Él negó con la cabeza; MENTÍA, ELLA LO CONNOCÍA BIEN.
Le apoyó la palma sobre el pecho a la altura del corazón. La sed despertó más acuciante que nunca. La lujuria, como tantas otras veces, tejió una red entre ambos que los conminaba a saciarse el uno del otro.
—No tengo nada que ofrecerte más allá de un polvo ocasional. Mi corazón es incapaz de sentir, lo sabes.
—Siempre tan honesto —dijo y se inclinó para rozarle la piel del cuello con los colmillos.
—Esta será nuestra última noche, luego te marcharás —decretó y hundió los dedos en su cabellera para atraerla hacia sí.
ella se relamió la gota de sangre que había arrastrado con la atrevida caricia. Él maldijo en silencio porque justo en ese instante comprendió que la tentación por ella le había ganado la partida.
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