
Ninosca inspiró hondo. Tragó saliva un par de veces. El nudo que le oprimía la garganta reflejaba con exactitud la sensación que le atenazaba la boca del estómago.
El acento familiar de la azafata le recordó la razón principal por la cual había dejado su patria. Obedeció las instrucciones y apoyó la cabeza en el respaldo del asiento. Una lágrima furtiva rodó mejilla abajo. Las llamas consumiendo el esfuerzo de tres años de planificación afloraron desde lo más recóndito de su memoria, donde había decidido sepultarlas antes de que consumieran la poca fe que le quedaba. Mantuvo el temple a duras penas. Apartó de sus pensamientos la crueldad de quienes la dejaron sin identidad. La tierna calidez del pulgar que le enjugaba las lágrimas la sobresaltó.
—Perder una batalla no implica perder la guerra. Hoy volvemos; en algún momento lograremos la libertad.
—¿Lo cree de verdad? Porque yo no estoy tan segura.
—Nuestra patria es cuna de vencedores —dijo y le dio un apretón en el antebrazo—. No permitas que la xenofobia aplaste tu espíritu.
Ninosca cerró los ojos de nuevo. Mientras el avión cobraba altura con destino norte, ella alimentaba un sueño: nada le impediría cruzar la frontera una vez más; algún día volvería a ser libre.
Esta historia fue escrita para participar en el Va de reto de septiembre 2021, propuesto por Jose A. Sánchez. La premisa era escribir una historia que ocurriese en un avión. Cuenta con doscientas nueve palabras. Está inspirada en hechos reales.
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