Etiqueta: Misterio

  • Tetrakleliun

    El rostro de una hermosa mujer cubierto parcialmente por una máscara brillante rodeado de varios pliegues de tela. Del rostro femenino se observan los ojos, la punta de la nariz y la boca.
    Imagen libre de derechos de Stephan Keller en Pixabay

    Sinopsis

    Tras el Daur sagrado, la puerta que une los mundos, existe un lugar donde el tiempo no transcurre y el equilibrio es imperturbable. Para sus habitantes es el mismísimo paraíso; para quienes llegan allí, sin motivo aparente, es una condena eterna.

    Un augurio repentino señalará el fin de la paz en Daurmerna: «…cuando la hija de los elementos exhale su último aliento, el tetrakleliun será indetenible. Los poderes oscuros se alzarán y la vida de los inocentes tomada por la fuerza teñirá de sangre la tierra. El equilibrio se extinguirá por fin y las almas cautivas partirán a nuevos mundos.»

    La muerte de la princesa Cleya será el principio del fin. La amenaza se cierne sobre la tierra de gracia. Han de formarse los guerreros que deberán defender a los Daurmernenses antes de que el tetrakleliun sea indetenible.

    A las filas del ejército daurmernés se unirá una joven misteriosa que oculta casi todo su rostro tras una máscara. La desconfianza será su carta de presentación y ganarse el respeto de sus iguales su principal objetivo. Nadie sabe quién es; aun así, muchos desean atravesarle el corazón; entre ellos, el único que podría evitar que ella cumpla su destino.

    Una inevitable rebelión será el medio perfecto para saciar la ambición de quienes no se conforman; la   intriga el arma ideal para aquellos que justifican la traición. La férrea determinación de una mujer que no sabe rendirse será la única salida para los habitantes de Daurmerna.


    Devora las palabras como si de alguna forma fuesen un alimento vital. Los ojos le escuecen; aun así, deja de lado la sensación y desliza la mirada a través del siguiente párrafo. La tibieza que le acaricia la piel la obliga a levantar el rostro. La sorpresa la paraliza durante una fracción de segundos. Atónita al observar los rayos dorados que se filtran traviesos entre las cortinas suspira. Baja una vez más la mirada y se muerde el labio. La duda se esfuma igual que el rocío matinal que se evapora en cuanto el sol le da los buenos días; así que abandona la aventura. Como cada mañana, los matices del amanecer roban su atención y la subyugan.

    Un par de golpes delicados interrumpen su habitual contemplación. Sonríe y guarda silencio. Es consciente de que en menos de un minuto la puerta se abrirá; por tanto, deja que sus pupilas vaguen disfrutando la belleza que trae consigo el nacimiento de un nuevo día.

    Cierra los ojos e inspira profundo. La puerta se abre con suavidad.

    —Cleya, ¿has vuelto a pasarte la noche en vela? ¿qué haces allí que aún no te has vestido?

    La joven abandona el asiento junto a la ventana. Camina con los ojos cerrados. Le gusta entrenar sus sentidos para afrontar lo imprevisto. Prepararse para lo desconocido. Vivir en Daurmerna es tan perfecto; tan idílico que en ocasiones se pregunta si no formarán parte de una dimensión utópica o irreal.

    —Estaré lista enseguida. Ve a por Tlaya. Sabes que a ella le encanta dormir hasta tarde —dice y se detiene muy cerca de su scáthaya.

    —De acuerdo, pero por favor no te demores. —Cleya da un leve cabeceo.

    —Te aseguro que estaré lista, Moerna; ahora, ve al concilio y haz el anuncio pertinente.

    La muchacha se lleva la mano derecha al corazón y se inclina. Tras incorporarse sale a toda prisa.

    Una máscara tenebrosa rodeada de densas nubes. A un lado se observa la silueta de una mujer a la que no se le ve el rostro.
    Imagen libre de derechos de Stephan Keller en Pixabay.

    La mañana transcurre como tantas otras. Cleya permanece atenta. Los asuntos de estado que se tratan durante aquel concilio despiertan su interés, a diferencia de otras ocasiones en las que sólo se ha limitado a esforzarse por no quedarse dormida. El tema de los condenados siempre provoca discusiones álgidas y enfrentamientos entre los miembros a favor y en contra y aquella mañana la batalla verbal estuvo servida desde el principio.

    —Los condenados cumplen una función primordial; deshacernos de ellos o limitar su permanencia no es una opción. ¿Quién se ocuparía de las labores básicas? ¿Quiénes pasarían a ser nuestros scáthayas? —Eltron, miembro   supremo del concilio se pasea frente al resto sin parar de lanzar argumentos—. Dejaos de sensiblerías y sed prácticos. Hasta ahora no hemos tenido problemas y ellos no son una amenaza para el equilibrio de Daurmerna. Estamos fuera de los alcances del caos y los poderes oscuros. Nuestra protección es inexpugnable.

    —Este asunto no es sólo tema de pragmatismo, Eltron. Te niegas a escuchar. Entre los condenados, incluso aquellos a los que se les ha otorgado el beneficio de desempeñarse como nuestros scátahyas hay descontento. —Magnius se pone de pie y alza la voz—: Sabes bien que eso de estar protegidos no es una circunstancia absoluta. Los condenados llevan consigo el caos y algunos tienen poderes. Si niegas la realidad sólo retrasarás lo inevitable.

    Eltron toma aire por la nariz. Consciente de que Magnius es su principal rival quiere ofrecerle a todos un argumento irrefutable. Un murmullo cobra fuerza dentro del salón oval. Magnius, al igual que Eltron, se vuelve con el ceño fruncido.

    Una mujer lucha por abrirse paso y alcanzar el podio. Su apariencia andrajosa genera desprecio entre la mayoría de los asistentes. A ninguno se le ocurriría presentarse en palacio con semejante facha. Dos de los guerreros reales la cogen por los brazos. La mujer ofrece una resistencia sorprendente. Los asistentes se impacientan al escucharla vociferar enfurecida. Esa demostración es más propia de los condenados que de los Daurmernenses.

    Magnius baja del podio principal seguido por Eltron. El segundo se detiene a buena distancia de la mujer y los guerreros. El primero, en cambio, gesticula en dirección a los hombres que, a duras penas, mantienen sujeta a la desconocida.

    Dispuestos a obedecer, los guerreros se aproximan. Una exclamación recorre la audiencia.

    —¿Quién eres y cómo te atreves a presentarte aquí e interrumpir el concilio, mujer? —Eltron pregunta con evidente desdén y provoca otra oleada de murmullos.

    —Quién soy es lo de menos. Lo importante es lo que os vengo a decir.

    El anciano se cruza de brazos. Magnius enarca una ceja y observa a la desconocida con curiosidad.

    —Habla pues, mujer. Devela eso tan importante que te trajo hasta aquí.

    —No tenemos tiempo para tonterías, Magnius. Sacadla de aquí para que podamos continuar.

    —Nadie va a sacar a esa mujer de aquí. Siento curiosidad por saber qué viene a decir. —Cleya se levanta del trono y desciende el trío de peldaños.

    —Princesa, por favor. El asunto que estamos tratando es de vital importancia. Nada de lo que pueda decir esta mujer merece la pena como para interrumpir el concilio.

    La princesa pasa a un lado de Eltron sin responder a su comentario. Avanza con seguridad y se detiene frente a la mujer. Esboza una sonrisa con la intención de infundirle algo de confianza. La mujer la mira con intensidad. La princesa le sostiene la mirada.

    —Soltadla.

    —Princesa, por vuestra seguridad… —La joven alza la mano derecha para interrumpir la advertencia del anciano.

    —He dado una orden precisa —dice mirando a sus guerreros.

    Los hombres sueltan a la mujer sin apartarse demasiado de su espacio vital. El protocolo que han de seguir para garantizar la seguridad de la princesa es claro: matar primero, indagar después. Moerna se posiciona a su izquierda y clava los ojos en la mujer. La desconocida inspira hondo antes de hablar. Necesita reunir el valor para revelar ante todos lo que a ella se le ha develado. El silencio y la evidente tensión que mantiene a la mujer firme como una estaca se difunde con rapidez. La inquietud es casi palpable y el desasosiego se transforma en exclamaciones exigentes de quienes esperan su turno para ser atendidos.

    Cleya pide calma con un ademán. Las voces se silencian.

    —Por favor, comparte con nosotros eso tan importante que te motivó a presentarte ante esta audiencia.

    La mujer da un paso hacia la princesa. Los guerreros abrazan la empuñadura de sus espadas. Moerna le corta el paso. La desconocida observa a la scáthaya con fingido desinterés. Si permite que sus emociones afloren estará muerta antes de abrir la boca.

    «No debo dilatarlo más.» El pensamiento la golpea como una fusta antes de convertirse en un destello que abre la puerta a esa dimensión que muchos de los que son como ella, temen. Un espasmo lleva su cabeza hacia atrás. Los párpados le tiemblan; el movimiento ocular se percibe a través de sus párpados cerrados.

    Un trueno rompe el silencio. La exclamación ahogada de todos los que aguardan enmudece de pronto. El viento ruge. Los cristales vibran. La desconocida alza los brazos y se yergue en toda su estatura. Su pelo enmarañado se agita bajo la inclemencia de un viento que nadie percibe. Al abrir los ojos sólo hay oscuridad… densa, caótica, insondable.

    —El día se acerca y deberéis preparaos para afrontar la oscuridad que se cierne sobre vosotros… —La voz de aquella mujer es grave, casi gutural—. El equilibrio se extinguirá cuando la hija de los elementos exhale su último aliento. La nueva era aguarda su momento. Los poderes oscuros se alzarán por fin; la vida de los inocentes tomada por la fuerza bañará de sangre la tierra; el Tetrakleliun será indetenible y las almas cautivas volverán a ser libres, en otros mundos, en otras eras. Sólo su alma podrá restablecer la paz… sólo entonces Daurmerna volverá a ser tierra de gracia.

    La mujer calla. El rostro ceniciento de quienes acaban de escuchar el augurio es el vivo reflejo de la incredulidad y el terror.

    —¡Detenedla!

    La orden de Eltron quiebra la tensa calma. La mujer se tambalea. Los guerreros extienden sus manos a fin de retenerla. Moerna se interpone entre la desconocida y Cleya su deber es protegerla a cualquier precio, aunque eso implique sacrificar su propia vida. Un chillido atrae la atención de los miembros del concilio: sin saber cómo, La mujer ha desaparecido.


    Este relato y la sinopsis han sido escritos para participar en el desafío literario enero 2021 propuesto por Jessica Galera Andreu en su web.

    Me encantaría que compartieses tus impresiones conmigo en los comentarios. ¿Te gustaría que esta historia se convirtiese en una novela?

  • Solsticio escarlata

    Un puente en forma de arco sobre un río. Bajo el puente, en la parte posterior se ve el rostro enorme de un demonio que también se refleja en las aguas. todo tiene un matiz rojizo. A la derecha en lo alto brilla la luna llena y en las márgenes del río se divisan algunos árboles.
    Imagen libre de derechos de Parallelvision en Pixabay

    Sinopsis

    Mukáchevo, Ucrania 2125 d. C.

    Tanya Popova, una de las mejores Inspectoras de policía del departamento de homicidios ucraniano ha decidido tomarse unas vacaciones luego de años de trabajo ininterrumpido. Cansada de tanta violencia, sangre y muerte se traslada a una preciosa población del oeste de Ucrania. Apenas comienza su estadía, un sorprendente suceso captura toda su atención y, pese a que su propósito es desligarse de su profesión, su voluntad se ve sometida ante el deseo persistente de develar el misterio que hace que cada veintiuno de diciembre, al iniciar el solsticio de invierno, las blanquísimas nieves de la zona se tiñan de escarlata durante nueve noches contínuas.

    Tanya sabe que los habitantes ocultan demasiados secretos, entre ellos, Nikita Kaminski, el atractivo gerente del hotel donde se aloja; sin embargo, ellos no son los únicos que guardan secretos; ella también oculta una verdad que podría llevarla a perderlo todo si llega a salir a la luz.

    Aunque su existencia se verá en peligro a medida que se acerca a la verdad, la inspectora Popova será incapaz de apartarse de la investigación más importante de toda su carrera.

    Sacrificios humanos, criaturas sobrenaturales, rituales y férreas creencias mantendrán a Tanya embebida en una espiral que puede arrastrarla, sin remedio, a perder la poca humanidad que todavía prevalece en su alma. Sólo Nikita tendrá la oportunidad de salvarla; el problema es que deberá caer en la única tentación que quizá lo condene por toda la eternidad.

    ¿Podrá Tanya descubrir el misterio que se esconde en Mukáchevo y detener el baño de sangre que se sucede cada veintiuno de diciembre? ¿Será Nikita capaz de dejarlo todo por salvar a la única mujer que ha puesto su rutinaria existencia de cabeza?


    «… Y el príncipe de los ángeles sucumbirá, pues nada es más tentador que el poder sobre las almas.
    Y recibirá su condena con regocijo, en tanto que la desconfianza ha echado raíces en su corazón y ya no es capaz de albergar la pureza del espíritu.
    Pero no se marchará sólo… consigo arrastrará la mano que hubo de ajusticiarlo porque tanto poder debe ser puesto a resguardo de las debilidades humanas.
    Entonces el guardián se ocupará de mantener sellada la novena puerta hasta que el primer sacrificio de sangre suceda
    y el caos reine entre los hijos del hombre que adoren la oscuridad.»

    Presagio del libro pagano de los seguidores de Junier

    ***

    La espada recién desenvainada refleja la luz del sol mortecino. En segundos una llamarada dorada envuelve la hoja. el tiempo se ralentiza. Las nubes adoptan un matiz escarlata. Los vientos rugen y azotan la bóveda celeste. Un relámpago surge de la nada. la figura espectral del príncipe de los ángeles se materializa.

    Junier extiende los brazos. sus imponentes alas se expanden y eclipsan la luz que aún se niega a perecer.

    —Te supliqué mil veces que no me obligaras a hacer esto. —Junier fija los ojos en su interlocutor y esboza una sonrisa siniestra.

    —Cumple con tu misión, hermano que yo cumpliré mi destino. sin embargo, no creas que te librarás. el creador nunca juega todas sus cartas. Recuérdalo cuando descubras lo que tiene reservado para ti.

    la espada se eleva al mismo tiempo que dos látigos de fuego celestial se enroscan en las muñecas de Junier. En una fracción de segundos las seis alas caen envueltas en fuego. Lágrimas de sangre muerden las mejillas del serafín. La voz del creador retumba a la par de un trueno.

    —Tu condena será permanecer en el infierno por toda la eternidad.

    Junier echa la cabeza hacia atrás. su cuerpo tiembla. Un grito desgarrador brota de su garganta y recorre los cielos. Un par de alas escarlatas resurge de los muñones del serafín que, lanza una última mirada a su igual.

    —Nos veremos en la novena puerta del infierno, hermano. —Junier se deja caer al vacío.

    Un fogonazo deslumbra al verdugo. La espada cae desde su mano. el fuego celestial se extingue.

    —Has sabido cumplir con tu deber. —Las alas del serafín se agitan—. Sin embargo, requiero de tu entrega absoluta. Junier ha de ser vigilado de cerca.

    —Lo habéis sentenciado por toda la eternidad. condenado a arder en las llamas del infierno.

    —No basta —interrumpe el creador—. Su poder es inmenso y los humanos son vulnerables. Necesito que guardes la novena puerta y evites a toda costa que Junier pise el mundo terrenal.

    El serafín se estremece. boquiabierto observa al creador sin poder dar crédito a lo que acaba de escuchar.

    —¿Me condenáis también a mí?

    —Vivir entre los humanos no es una condena. Sólo actúo en consecuencia a la confianza que tengo en tu lealtad. Nadie mejor que tú para mantener a raya a Junier. Acabas de demostrar que eres el único capaz de someterlo.

    —Permanecer fuera del paraíso es una condena en sí misma. Estar sometido a las emociones humanas lo es mucho más.

    —Confío en que no sucumbas a ellas. hasta ahora eres el único que tras bajar a la tierra se ha mantenido inmune a sus efectos.

    El serafín niega con la cabeza. En su mente los pensamientos giran como un huracán. Las palabras de Junier regresan con fuerza; la verdad lo golpea y desequilibra todo lo que hasta ahora había defendido.

    —Podéis enviar a cualquier otro.

    —No.

    El serafín cabecea. La tozudez del creador no le sorprende. es consciente de que desobedecer no es una opción. No obstante, por primera vez en toda su existencia se atreve a decir lo que piensa:

    —Me habéis utilizado sin que os importe cuán difícil resulta lo que acabo de hacer por vos. —El ambiente alrededor del serafín se caldea—. Obedeceré porque no hacerlo implica una condena mucho más severa que no estoy dispuesto a asumir; no cuando me he ceñido siempre a cumplir vuestra voluntad.

    —No permitas que Junier enturbie tu criterio. sus palabras sólo buscan… —El serafín alza la palma e interrumpe por primera vez al creador.

    —Nunca antes he tenido tanta claridad de pensamiento. Sólo quisiera saber si hay forma de que durante mi permanencia en la tierra no tenga que comunicarme de nuevo con vos.

    —Enviaré contigo a un aliado. —El serafín asiente en silencio y extiende sus alas antes de lanzarse en picada hacia el plano terrenal.


    Este breve relato, así como la sinopsis han sido escritos para participar en el desafío diciembre 2020 propuesto por Jessica Galera Andreu en su web.

    Me encantaría conocer tu impresión y también saber si te gustaría leer esta novela en un futuro. Si te animas, déjame tu comentario más abajo.

    Si esta historia ha logrado captar tu atención y la disfrutaste, me ayudaría muchísimo si me obsequias un «me gusta» o si la difundes en tus redes sociales. Además, me encantaría que compartieras conmigo tus impresiones en la caja de comentarios que encontrarás más abajo. Y si te gusta lo que escribo, puedes convertirte en mi mecenas si me invitas el equivalente a un
    café
    en Paypal. Así Me estarías apoyando a seguir escribiendo.

    Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

    Valora esta historia

    para entradas


    Si esta entrada ha logrado captar tu atención y la disfrutaste, me ayudaría muchísimo si me obsequias un «me gusta» o si la difundes en tus redes sociales. Además, me encantaría que compartieras conmigo tus impresiones en la caja de comentarios que encontrarás más abajo. Y si te gusta lo que escribo, puedes convertirte en mi mecenas si me invitas el equivalente a un
    café
    en Paypal. Así Me estarías apoyando a seguir escribiendo.

    Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

  • La treceava constelación

    Una mujer mirando las constelaciones en el cielo nocturno en un paisaje natural
    Imagen libre de derechos tomada de Pxfuel

    Dedicatoria

    A ti, que crees en tus sueños y luchas por alcanzarlos…


    El reloj de arena dejó caer su último grano. Ansiosa por emprender la aventura se puso la capa y se ajustó la capucha. Abrió la puerta de su habitación con tanto cuidado que se sorprendió de sí misma; nunca se había movido de forma tan silenciosa como en aquel instante. Cerró la puerta tras de sí y echó a andar en dirección a la biblioteca.

    Había sido muy cautelosa cuando robó la llave de la sala prohibida. La sancionarían si llegaban a descubrir que había sido ella quien la había robado; claro, para eso tendrían que pillarla primero y Enya no estaba dispuesta a ponérselos tan fácil.

    Miró a un lado y a otro; no vio a nadie. Inspiró hondo y se coló en la biblioteca. La luz de la gran Jealach se filtraba por una de las ventanas. Se estremeció de pronto al divisar el movimiento de las sombras contra el suelo y las paredes. Se recriminó lo tonta que era por haberse asustado tanto; aquello a esas horas era algo más que natural.

    Avanzó con el corazón en la garganta, aunque jamás lo admitiría en voz alta. Se detuvo en cuanto vio la gran puerta de la sala prohibida. Las manos le sudaban y le temblaban por igual. Por un momento se preguntó si no sería mejor volverse; hasta ese instante nadie la había descubierto y podría librarse de una buena reprimenda o algo más si se arrepentía.

    Una vocecita chillona y endiablada la acusó de cobarde. ¿Cómo iba a perderse aquella oportunidad de descubrir el gran misterio? Enya cerró los ojos un instante. La tentación de saciar su curiosidad la acicateaba cada vez con más fuerza y resultaba mucho más embriagante que el miedo a ser castigada.

    Abrió los ojos y clavó su mirada en aquella vetusta cerradura. Sin detenerse más sacó la llave, la introdujo y giró el picaporte.

    Los goznes chirriaron con tanta intensidad que se quedó paralizada mientras se esforzaba por escuchar algo más que su desbocado corazón. Exhaló el aire despacio al darse cuenta de que el silencio seguía imperturbable. Decidida a seguir adelante con su aventura entró en la sala.

    Alzó una ceja algo incrédula y no pudo evitar la punzada de decepción que sintió al darse cuenta de que lo que tenía frente a sí no era nada parecido a lo que se había imaginado. Ahí no había grandes estanterías ni la sala era tan enorme como había creído.

    Dio una mirada algo especulativa a su alrededor y soltó un suspiro. Dejó que sus ojos vagasen de nuevo sobre el antiguo escritorio, el sillón de piel algo desvencijada, la chimenea con marco, la lamparita y el grueso cortinaje que, de seguro, protegía la estancia de miradas indiscretas. Sus ojos se fijaron en la alfombra desgastada y en aquellas paredes de piedra oscura como la obsidiana. Se acercó un poco al escritorio. Sus cejas se juntaron al fruncir el ceño cuando su mirada se posó en aquel libro grande y grueso. Parpadeó tantas veces que los ojos se le humedecieron. Cuando entró no lo había visto allí o quizá sí; no podía recordarlo. Embelesada por la extraña fascinación que el viejo volumen causaba en ella, no se percató de que la puerta se había cerrado a sus espaldas.

    Avanzó otro poco. Frunció la boca y arrugó su respingada nariz; un olor a encerrado le provocó ganas de estornudar. Hizo tropecientas muecas y movimientos hasta que el escozor cesó lo bastante como para que pudiese respirar sin riesgo de hacer un gran escándalo con sus característicos estornudos.

    La joven ninfa extendió el brazo; dentro de sí un hormigueo desconocido y difícil de reprimir le provocó el inusitado deseo de rozar las gruesas tapas del libro. En cuanto sus dedos hicieron contacto con la aterciopelada piel, la lamparita del escritorio se encendió y el libro se abrió como por arte de magia. La jovencita dio un respingo y se llevó la mano a la boca para ahogar un gritito. Con el movimiento la capucha cayó hacia atrás y dejó al descubierto la gruesa melena indómita color caramelo que la distinguía de entre sus compañeros. Se reprochó por ser tan impresionable; no debería extrañarse tanto de que esas cosas ocurrieran en el mundo que habitaba. Había estado leyendo demasiado sobre Domhan y los duine. Ahí nada era como en Aislingí y no debía olvidarlo.

    Tragó grueso en cuanto el libro detuvo el avanzar de sus páginas. Sin pensarlo demasiado se inclinó para poder leer mejor. Los ojos se le abrieron tanto que creyó que se le podrían salir de las órbitas. Ahí estaban… las palabras que Maoinie había estado recitando durante el receso de la clase de historia de la magia. Esa era la leyenda que explicaba el secreto de la treceava constelación. Cautivada y embelesada por los trazos elegantes y delicados de aquella letra cogió el libro entre sus manos. El sillón se apartó del escritorio como si la invitase a ocuparlo; Enya no lo pensó dos veces.

    El mullido asiento se hundió bajo su peso y la piel crujió mientras lograba sentarse para ponerse cómoda. Una vez alcanzó la mejor posición comenzó a leer en voz queda.

    «Creados Domhan y Aislingí y los habitantes de cada mundo decidimos reunir nuestros dones en un objeto sagrado que ayudase a proteger al mundo onírico del cual dependían las almas de los duine. El crosier sería nuestro legado; el obsequio que como dioses del Aislingí dejaríamos para que ambos mundos pudiesen existir sin depender de nuestra intervención permanente. Si tan sólo hubiésemos sospechado lo que iba a ocurrir…»

    Enya tragó grueso y se lamió un dedo para humedecerlo y poder pasar la página. El corazón le latió con más fuerza al leer y asimilar lo que los dioses de las emociones habían creado. Todo lo que una vez consideró un mito en realidad existía: el báculo sagrado había sido real. ¿Sería cierto todo lo demás? Dejó que sus ojos se pasearan sobre aquella pulcra caligrafía. La necesidad de develar el misterio la espoleaba a leer sin parpadear.

    «Me he reunido con Téigh, Brón, Éaradh, Iontas, Grá y Aoibhneas; ellos están tan consternados como yo y aunque se niegan a intervenir, he sido firme en mi posición. Como diosa del equilibrio no puedo dejar de hacer algo ante el desastre que se ha desatado tras el robo del báculo sagrado. Anord se negó a admitir su responsabilidad; pese a su insistencia, sabemos que Uaillmhian, su primogénito, fue quien robó el báculo. Es él quien está sembrando el terror entre los duine; es él quien provoca sus pesadillas y roba sus almas mientras se encuentran indefensos. Tal bajeza no la podemos permitir y por más que mis hermanos se opongan, no me quedaré con los brazos cruzados para ver cómo nuestra creación queda destruida por la ambición».

    La joven ninfa frunció la boca; sus rosados labios formaron una delgada línea. En su corazón despertó una sensación de incomodidad y rechazo. ¿Cómo podían los dioses pretender desentenderse luego de que todo estuviese de cabeza por su culpa? Como habitantes del mundo onírico se les inculcaba desde muy pequeños un alto sentido de la responsabilidad ante sus actos. De muchos de ellos dependía la estabilidad emocional de los duine. Sabía que era una falta de respeto cuestionar a los dioses; aun así, le resultaba muy difícil no hacerlo. Aquella negativa a intervenir le parecía un total acto de cobardía. Al darse cuenta de que estaba dejándose llevar por sus emociones hizo un alto y respiró profundo. No era propio de ella juzgar sin tener toda la información, así que decidió seguir adelante con la lectura. Quizá las cosas no terminaban tan mal después de todo. Que ambos mundos siguiesen existiendo era buena prueba de ello. Se humedeció el dedo una vez más y enfocó sus ojos en la siguiente página.

    «No sé si habré tomado la mejor decisión. Me pesa muchísimo tener que encargarle a una de mis hijas más jóvenes la tarea de detener a Uaillmhian. Nuestra situación es desesperada y aunque no sea ético, debemos recurrir a todo lo que tengamos a mano. Ella sabe a lo que se expone; ha sido su fe, su lealtad y su valentía la que me ha empujado a pedirle que se encargue de esta misión. Él está loco por ella; su obsesión puede ser nuestra única salvación».

    Enya apretó los dientes con tanta fuerza que sintió una punzada en la mandíbula. Sin poder evitarlo cerró el puño y golpeó el libro como si así pudiese darle a la diosa en todo el rostro. ¿cómo podía Iarmhéid utilizar a una de sus hijas? ¿Acaso no eran ellos los dioses? ¿No podían ellos hacerse cargo? Estaba furiosa y de no ser por el amor que profesaba por los libros, habría arrancado aquella página sin sentir ni una pizca de remordimiento. Bufó indignada y a punto estuvo de cerrar el libro y lanzarlo contra el suelo de no ser por su insaciable curiosidad. Ya que había llegado hasta allí, lo justo era saber cómo había terminado todo aquello.

    «Áilleacht logró atraerlo tal como esperaba. Lo citó en el lugar indicado y eso lo condujo hasta nosotros. Él no llegó a sospechar que le tendimos una trampa…».

    La joven ninfa se quedó inmóvil mientras sus pensamientos no dejaban de darle vuelta en la cabeza. Nunca se imaginó que los dioses fuesen criaturas tan taimadas y traicioneras. Se mordió el labio inferior preocupada por su falta de sensatez; podrían desterrarla si se supiese lo que había llegado a pensar sobre los dioses. Cerró los ojos y negó con la cabeza; necesitaba despejar su mente de prejuicios tan insanos. Bajó la mirada y siguió adelante con la lectura.

    «La lucha fue terrible. A pesar de que hemos logrado detenerlo, la pérdida de mi hija más querida me pesará siempre en el corazón. Quizá por ello no me ha temblado el pulso. Está mal, muy mal que reconozca que me he dejado llevar por la venganza y lo he convertido en una nathair; el vivo ejemplo de lo que un ser como él es: una serpiente rastrera. No me ha importado condenarlo por toda la eternidad a formar parte del báculo. Lo mejor que podemos hacer es que ninguno de los dos esté al alcance de otro espíritu perverso sediento de poder y ambición. Por eso he cumplido el deseo de mi pequeña Áilleacht que, en sus últimos segundos de existencia pidió que del mal se crease algo digno de apreciar. De no ser así lo habría condenado a vivir entre las sombras. No fue fácil; pese a mis deseos y los de mis hermanos, lo hemos transformado en parte del firmamento. Al menos así cada vez que Grian lo roce con su refulgente brillo, el alma de mi pequeña brillará».

    Una lágrima rodó por el níveo rostro de Enya. Se la enjugó con un dedo y tragó grueso. El nudo de emociones que tenía en la garganta le hacía difícil respirar. Cerró el libro y se levantó. Tras dejarlo sobre el escritorio se aproximó al cortinaje. Era pesado y olía a viejo. Lo levantó sin importarle llenarse la mano de polvo. Alzó la mirada hacia el cielo tachonado de estrellas. Jealach brillaba en lo alto y su platinado fulgor le sirvió de referencia. Desvió la cabeza y entrecerró los ojos. Tras algunos segundos de vacilación pudo divisarla. Entre el escorpión y el arquero, la figura del crosier y la Nathair enroscada en su extensión podía verse con claridad. Mientras observaba la treceava constelación recordó la cantidad de veces que se había preguntado de dónde habría surgido. Lo que se les enseñaba desde pequeños es que había sido una invención de los duine; sin embargo, a ella esa explicación le solía parecer vaga e insuficiente. Por mucha imaginación que tuviesen, ella creía que hacía falta algo más para explicar las maravillas que conformaban ambos mundos y no podía decirse que los duine fueran muy propensos a creer en la magia. Tampoco podía decirse, aunque se les enseñase lo contrario, que los dioses eran ajenos a las emociones y las debilidades como cualquier otra criatura. Siendo así ¿Quién era ella para juzgarlos? Si pretendía que los dioses fuesen justos, ella debía serlo también.

    —Llevas razón, en realidad son muy pocos los duine que creen en la magia. Sin embargo, sus almas son tan valiosas como la de cualquiera de nosotros. Sólo por ello merece la pena el sacrificio de salvaguardar su existencia. Respecto de los dioses… es mucho más difícil de lo que se os inculca. El poder trae consigo responsabilidad y también la posibilidad de cometer errores porque en ocasiones nos ciega y opaca nuestra capacidad de impartir justicia. —Enya se volvió con brusquedad al escuchar aquella voz grave y acompasada—. No debes temer, hija mía. He permitido que llegases hasta aquí porque creo que es tiempo de que se sepan algunos secretos.

    La joven ninfa dejó caer el cortinaje. La boca se le secó y las manos le comenzaron a sudar. No todos los días se tenía la oportunidad de ver a una diosa cara a cara.

    —Siento mucho haber leído vuestras memorias —dijo Enya mientras permanecía inmóvil con la mirada clavada en la alfombra.

    Iarmhéid hizo un gesto con la mano para restarle importancia.

    —No debes preocuparte por ello —respondió y esbozó una sonrisa—. Si no hubiese querido que lo hicieras, no habrías podido llegar hasta aquí sin ser descubierta. —Enya alzó la mirada; sus ojos azul verdoso se clavaron en la diosa.

    —Puedo haceros una pregunta? —La diosa asintió con la cabeza—. ¿Por qué ahora? ¿Por qué yo?

    El rostro de la diosa se ensombreció.

    —Porque la historia amenaza con repetirse y necesito que me ayudes… que nos ayudes.

    —El báculo sagrado es inalcanzable y Uaillmhian ha quedado apresado con él. —La diosa desvió la mirada y en su rostro se dibujó algo que a Enya le pareció vergüenza.

    —El crosier no fue el único objeto sagrado que crearon mis hermanos. —La joven ninfa disimuló la sorpresa ante la revelación.

    —¿Por qué no convertís a ese otro objeto como hicisteis con el báculo?

    Las mejillas de la diosa se tiñeron de un rubor parecido al tono del ocaso y Enya estuvo segura de que la diosa estaba avergonzada.

    —Tenemos un pequeño problema —dijo en voz queda—. El objeto se ha perdido y no sabemos quién pudo haberlo extraído de la bóveda donde guardamos todos esos obsequios.

    La joven ninfa se mordió la lengua. A punto estuvo de revelar que para ella esos dichosos objetos lo menos que representaban era un obsequio. No obstante, no era estúpida y sabía que una cosa era pensar y otra muy diferente cuestionar de viva voz a una diosa; lo segundo no era algo que pudiese hacerse sin tener consecuencias. La exasperó sobremanera que la diosa utilizase semejante eufemismo; por lo que podía entender, el objeto había sido robado, no se había extraviado solo. Inspiró muy hondo para aplacar su irritación antes de hablar.

    —Entiendo que me habéis elegido para esta misión, ¿no?

    —Puedes negarte si no te sientes capaz… —replicó la diosa.

    Enya advirtió la provocación. La diosa la conocía y sabía que su peor debilidad era el orgullo. No obstante, no entraría en ese juego.

    —Si pudiera hacerlo no me habríais traído hasta aquí. —Iarmhéid puso gesto adusto—. Lamento si no os gusta mi respuesta —dijo la joven al ver la reacción de la diosa.

    —Lo que no me gusta es tener que hacer esto por segunda vez… créeme, si pudiera no lo haría.

    Enya exhaló un suspiro y decidió aproximarse a Iarmhéid. Luego de lo que había leído sabía que le decía la verdad. Dar el primer paso en su dirección le había costado; en su interior el miedo y el sentido del deber se debatían en una lucha encarnada. Al final ganó el deber. Era una ninfa onírica y como tal debía luchar contra cualquier cosa que amenazara al Aislingí. También debía proteger las almas de los duine y ella era fiel a sus principios. La diosa lo sabía, por eso la había convocado y ella no se negaría a servirle.

    —Os serviré y cumpliré con mi deber —dijo tras inclinar la cabeza en una respetuosa reverencia.

    —No esperaba menos de ti querida mía. —La diosa posó ambas manos sobre la cabeza de la ninfa—. Tu misión será difícil y arriesgada. Has de viajar a Domhan, y encontrar al duine que ha robado la gema sagrada de la verdad; el equilibrio entre Éadrom y Scáthanna depende de que recuperes la gema.

    Enya no tuvo tiempo de reaccionar. En una fracción de segundos se sintió arrastrada en una espiral vertiginosa que la arrancó del mundo onírico y la expulsó luego a un mundo que sólo conocía a través de los libros que tanto había leído.

    Desorientada y angustiada por verse atrapada en el mundo real elevó una plegaria a los dioses para que Iarmhéid no se hubiese equivocado al elegirla y para que en breve pudiese recuperar sus poderes antes de verse metida en serios problemas. Estaba segura de que la diosa no exageraba al decir que el equilibrio entre la luz y las sombras de su mundo peligraba si aquel objeto seguía en las manos equivocadas; también estaba segura, aunque eso no se lo hubiese dicho, de que la estabilidad emocional de todas las almas que habitaban el mundo real estaba expuesta a un grave peligro.

    Un crujido a sus espaldas la puso en tensión. La vibración de una energía oscura y poderosa le advirtió que su aventura acababa de comenzar y que no tendría demasiado tiempo que perder si acaso pretendía hallar la gema sagrada y salvar a ambos mundos de la amenaza inminente que podría destruirlos para siempre.


    Glosario

    Áilleacht: Ninfa onírica. Puede sanar el alma de los habitantes del mundo real a través de los sueños.
    Aislingí: mundo de los sueños.
    Anord: dios del caos.
    Aoibhneas: diosa de la alegría.
    Brón: dios de la tristeza.
    Crosier: el báculo mágico que otorga poder a quien lo posea para controlar el mundo de los sueños.
    Domhan: mundo real.
    Duine: habitantes del mundo real.
    Éadrom : luz.
    Éaradh: dios del asco la repulsión y el rechazo.
    Enya: Ninfa onírica. Escogida por la diosa para emprender la búsqueda de otro objeto sagrado.
    Iarmhéid: diosa del equilibrio.
    Iontas: diosa de la sorpresa.
    Jealach: astro nocturno parecido a la luna.
    Grá: diosa del amor.
    Grian: astro diurno parecido al sol.
    Nathair: reptil similar a una serpiente.
    Scáthanna: sombras.
    Téigh: Dios de la ira.
    Uaillmhian: Mago oscuro del caos; provoca pesadillas y roba el alma a través de los sueños.

  • Uaigneac: el refugio del hechicero

    Mansión antigua y tenebrosa flotando sobre isla rocosa en el mar durante una  noche muy oscura con algunas gaviotas al vuelo
    Imagen de Enrique Meseguer en Pixabay


    Extendió las manos con las palmas en dirección a la chimenea. En segundos, un fuego crepitaba, vigoroso. Posó sus singulares ojos color amatista sobre las llamas que danzaban ajenas al torbellino que se formaba en su interior. Un trueno retumbó rompiendo el silencio; desvió su mirada hacia el amplio ventanal desde donde podía vislumbrar las olas elevarse con fiereza para luego chocar contra la barrera invisible que mantenía su hogar a salvo de la inclemencia del clima y las miradas indiscretas de navegantes atrevidos que se lanzaban a la aventura de conquistar el mar de Oighearshruth.

    Inspiró muy hondo mientras las nubes se apoderaban del platinado fulgor de la luna. Se volvió en cuanto escuchó los pasos y sintió su presencia.

    —¿Seguro no quieres venir? Marcus y Bradach vendrán conmigo. —Negó con la cabeza mientras lo veía fruncir el ceño.

    —Sabes que prefiero permanecer a buen resguardo. Id vosotros y divertíos. —Su primo suspiró hondo.

    —Como quieras, cariño. En todo caso, por si volvemos y ya te has metido en tu guarida, feliz cumpleaños.

    Esbozó una sonrisa y sus ojos brillaron apenas un instante.

    —Gracias, Giralt.

    Advirtió la duda en los ojos de su primo. Le habría gustado aproximarse y dar rienda suelta a sus afectos; volver a sentir el abrazo cálido de un ser querido. No pudo y agradecía a todos los dioses la infinita comprensión que Giralt le obsequiaba a pesar de sí mismo. Lo vio marcharse y dejó vagar sus ojos en aquella estancia iluminada solo por el fuego que había encendido. Se acercó al ventanal y apartó el cortinaje. La lluvia comenzó a caer con fuerza. las gotas chocaban contra el cristal repiqueteando en una sinfonía melancólica. Se distrajo un instante hasta que el eco de su voz le robó el aliento, como le ocurría cada aniversario.

    Se volvió con lentitud. Estaba allí en medio del salón parada frente al fuego. Su larga y dorada melena refulgía robándole protagonismo al fuego. Las hebras de oro estaban trenzadas como de costumbre, en un intrincado recogido que las retorcía con minuciosa delicadeza. Sus ojos verdes lo contemplaban con adoración; sin embargo, solo se aproximó en cuanto hubo extendido sus brazos hacia él.

    —Lo siento, lo siento tanto —dijo con voz queda mientras se estrechaban en un abrazo lleno de añoranza y afecto.

    Ella reculó un paso y acunó su rostro con ambas manos. Sus ojos se llenaron de lágrimas que dejó correr en libertad, apenas se vio reflejado en su mirada maternal, esa que lo ha acompañado año tras año junto a cada latir de su corazón.

    —Mi pequeño que ya no es tan pequeño —le dijo recogiendo sus lágrimas con dulzura—. Te culpas cuando no debes hacerlo y mi corazón sufre por no saber cómo brindarte el sosiego que tu espíritu necesita.

    Apoyó sus ásperas palmas en esas manos que lo acogían con tanto amor.

    —Si no fuese por mí y lo que soy, estarías todavía conmigo, madre. ¿cómo quieres que sea feliz si por conservar mi inútil existencia te perdí?
    —No debes hablar así, Nicholas —le reprochó fijando sus ojos en él—. di mi vida por ti, porque, aunque no eres de mi sangre, eres el hijo de mi corazón.

    »Si hubieses muerto aquella noche, yo habría muerto contigo. Puedo no estar en cuerpo, cariño mío, aun así, mi alma, mi espíritu está aquí y siempre estará aquí, cuidando de ti.

    » Uaigneac es mi legado para ti. Ella soy yo; ambas somos tu hogar; tu protección; tu refugio.

    —Lo sé, mamá —dijo con un hilo de voz tras apoyar su frente en la de ella—. Solo es que te echo demasiado de menos y, aunque sienta tu fuerza vital y tu espíritu en cada pared de esta mansión, nada se compara a tenerte junto a mí.

    Ella le dio un beso en cada mejilla.

    —Es hora de que vuelvas a vivir, cariño mío. —Se tensó ante aquella petición—. Te has erradicado del mundo; te has alejado de todo y de todos de forma absoluta y eso no es bueno para ningún espíritu.

    —No puedo, madre —dijo y la sujetó por las muñecas—. No me pidas que exponga a nadie más.

    Caomhnóir lo miró con tristeza.

    —No tiene por qué ser así. Uaigneac se moviliza por una razón: que no pierdas el contacto; gracias a eso tienes a Giralt; podrías encontrar el amor igual que él lo hizo.

    Le dio la espalda, molesto.

    —No insistas, por favor.

    Otro trueno retumbó en lo alto como reflejo de las emociones que se movían inquietas en su corazón. El miedo se retorcía arañando cada rincón de su mente. Era un habitante del que no había podido librarse desde que cumplió veintiún años.

    No pudo evitar trasladarse a través de sus recuerdos. Un siglo había transcurrido y para él seguía siendo como si fuese el día anterior.

    Estaba rebosante de alegría; por fin Ilandria había aceptado salir con él. sobre sus labios; en su lengua; su memoria guardaba con fidelidad el sabor de sus besos, la suavidad de sus labios y mucho más profundo, la traición de aquel abrazo que lo había marcado para siempre.

    No lo vio venir; sin embargo, su madre había estado atenta. Se atravesó en el momento preciso en el que aquel hechizo fulminante viajaba en dirección a su pecho. Nada lo había preparado para resistir el dolor de perder a la única persona que lo había amado y protegido con su propia vida.

    Se arrepentía en parte; presa del dolor dejó que este tomara el control y arrasó con aquella bruja maldita; también con un tercio de los habitantes de Rondearmad.

    Todavía podía saborear lo amargo de sus lágrimas al descubrir su verdadera naturaleza; la sal que llevaba consigo la brisa de la bahía. Con su madre en brazos se adentró en el mar y siguiendo sus instrucciones dio vida a aquella isla rocosa donde descansaría su nuevo hogar. Porque sí, ella tenía razón, aunque muchos creyeran que Uaigneac era una mansión sostenida bajo el influjo de una maldición, lo cierto es que era su hogar; el único lugar del mundo donde podía permanecer a salvo de quienes lo querían muerto y donde podía refugiarse de sí mismo para no tomar ninguna otra vida bajo el deseo de la venganza o la falsa ilusión que proveía el autoengaño en la obtención de justicia.

    La tierna caricia en su espalda lo trajo de vuelta al presente. Se volvió para verla; ella sostenía un talismán; lo reconoció al instante. Creyó haberlo perdido aquel aciago día.

    Caomhnóir se aproximó y se lo pasó por la cabeza. La joya que pendía del pentágono de oro refulgía palpitante. La observó y apretó su puño alrededor. El calor que emitía la gema sosegó su corazón.

    —Legado de tu estirpe; tu sangre y la de los tuyos encierra un enorme poder —dijo y le acarició el rostro—. Ha llegado el tiempo de que vuelva a ti y lo que ha permanecido dormido, despierte.

    »Vienen tiempos difíciles, cariño mío y has de estar preparado. El diamante de sangre te protegerá aún si yo desaparezco de este plano de forma definitiva.

    —Madre, por favor. —Ella negó con la cabeza y lo hizo callar posando un dedo en sus labios.

    —Escucha lo que he venido a decirte. Luego has de decidir —lo tomó de la mano y se acercaron al fuego—; eso sí, no olvides, no siempre podemos dejar en manos de la razón lo que ha de decidir el corazón.

    Se dejaron caer sobre la mullida alfombra. Con los dedos entrelazados y las piernas cruzadas unieron sus espíritus. Vio parte del pasado, del presente y del futuro próximo. Sus oídos fueron testigos de lo vaticinado por el oráculo de Glare y no pudo evitar que un escalofrío le recorriese la columna vertebral.

    «Cuando la tormenta se alce y el mar ruja imponente,
    el poder oculto se hará evidente.

    Misterio y oscuridad, sangre y muerte volverán, si la elegida no pone a su vida final.

    La magia se unirá si en la trama del destino cae; un oculto secreto guarda la clave.

    Nada volverá a ser igual si el legado cambia amor por lealtad;
    recordad hijos de Glare: vuestra sangre será derramada sin sentido,
    si la ofensa de los Rúndiamhaires dejáis en el olvido».

    Permaneció sumido en aquella visión hasta que se topó con esos ojos; verdes, profundos, cargados de secretos. Sintió las voces de su estirpe clamando justicia; vio las mismas muertes que aquellos ojos tuvieron que ver cuando la inocencia todavía poseía buena parte de su alma. Sintió su tristeza y su dolor; la amargura y la huella del odio tatuado a la fuerza en un noble corazón.

    La visión llegó a su fin. Abrió los ojos y supo, sin duda, que su corazón ya había decidido.


    Este relato ha sido escrito para participar en el desafío Imagena, propuesto por Jessica Galera Andreu. Decir que es muy probable que este fragmento se convierta en parte de una novela. Seguiremos informando. si os ha gustado, podeis leer la sinopsis tentativa de esta historia y contarme qué os parece.

    Elementos a utilizar en el desafío:

    • La fotografía que aparece en el reto Sin-Opsis
    • La imagen de seis personajes que pueden formar parte de la historia