Etiqueta: Mitología

  • YUGEN – 02 – HOGOSHA KOTODAMA – PROTECTORES DE ALMAS

    Una chica oriental, vestida con un larguísimo kimono azul turquesa  con algunos dibujos en las mangas. Está en unas rocas y el mar se extiende al otro
lado de estas. También en el lado  en el que está la chica, que tiene el pelo negro y muy largo. A su lado hay como un par de pequeños dragones. Y en el
horizonte se distingue una isla lejana, borrosa.
    Imagen libre de derechos de Panji Lara en pixabay

    Leyenda

    En un misterioso libro antiguo escrito en paralelo al Kojiki, libro que narra la historia antigua de Japón, existe una leyenda que explica el origen de los hogosha kotodama, clan de protectores de almas cuya ocupación era resguardar y proteger las almas humanas rescatadas por los ryoshi kotodama.

    Cuenta la leyenda que Amida, el dios protector de las almas humanas habló con Watatsumi para plantearle lo que estaba ocurriendo en el mundo mortal, pues él conocía la debilidad  del dios dragón por los humanos. El dios accedió y le propuso a amida la creación de un clan que, de la mano de los cazadores, se ocupara de resguardar las almas arrancadas de su receptáculo original. Puesto que una vez que el alma es robada por un shinigami, el cuerpo pierde el vínculo  y es imposible restaurarlo, era necesario proveerles de un nuevo receptáculo. Amida accedió y fue entonces que Watatsumi habló con su primogénita. La princesa Otohime aceptó colaborar y utilizó su sangre para crear una nueva raza de dragones; los ri-riu y los dotó con un sentido de la vista superior al de cualquier otra criatura. De esta forma ellos podrían ver mucho más allá de lo superficial e identificar a los shinigamis, así como al resto de criaturas sobrenaturales. Los ri-riu  se establecieron en el mundo mortal. La princesa dragón les concedió la facultad de transformarse en humanos. Una característica indispensable para poder pasar desapercibidos. Estos servidores de Watatsumi regresaban al mar  durante el plenilunio de cada mes y permanecían en él durante tres días con sus noches para poder recargar su energía vital; de lo contrario, su espíritu dragón quedaba confinado perdiendo sus poderes. Quedar confinado era tan doloroso que algunos decidieron ahogarse en el océano al no poder soportarlo. Esto dejaba libre a sus espíritus mientras que los cuerpos eran rescatados por Otohime quien los llevaba al palacio de su padre para que durmiesen allí el sueño eterno.


    Sinopsis

    En Kioto, una ola de muertes inexplicables mantiene oculta la desaparición de más de una decena de jóvenes. No hay rastros de cómo o por qué desaparecen. Lo único que tienen todos estos jóvenes en común es que forman parte del linaje directo de una casta desaparecida hace más de un milenio: los ri-riu, dragones cambiantes al servicio de Watatsumi, el dios dragón, quienes constituyeron el clan de los hogosha kotodama o  protectores de almas.

    Tras el ataque que sufre Kai, descendiente directa del linaje de los ri-riu, se descubre la existencia de los uwibami; dragones cambiantes cuya principal misión es evitar que los protectores de almas resurjan tal como lo han hecho los cazadores de almas.

    Kai tendrá en sus manos una difícil decisión: aceptar el legado que la convertirá en ri-riu  y así salvar miles de almas humanas o salvar la vida de su hermano gemelo. Decida lo que decida, hay un destino que no podrá eludir pues solo ella posee el poder para realizar el ritual que hará renacer las almas rescatadas.

    ¿Podrá Kai descubrir quién se oculta detrás de tanto odio contra la humanidad? ¿Logrará salvar la vida de su gemelo?

    Dragones, humanos, criaturas sobrenaturales, magia, leyendas; se unen para dar forma a una historia que funde fantasía y realidad en el marco de una de las culturas milenarias más fascinante del mundo.


    Kioto, 2021 d. C.

    El volumen de la televisión alcanza una magnitud insoportable. Kai sale de la cocina con intención de coger el control remoto. La joven se detiene al observar el rostro pálido de su gemelo. Kai lo estrecha entre sus brazos con fuerza. El joven tiembla. Una lágrima se le escapa.

    Kay se aparta de su gemelo. Le seca la lágrima furtiva y le quita el control remoto. Apaga el televisor y coge la barbilla de Kyoko. Se para frente a él de tal forma que el joven pueda verle bien todo el rostro.

    —Estoy segura de que lo encontrarán. —Kyoko la observa; sus ojos rezuman desconfianza.

    —Es el quinto que desaparece —dice más alto de lo que pretendía.

    —Lo sé, pero debemos confiar y mantener la calma.

    —No estará para nuestro cumpleaños —El joven se deja caer en el sillón.

    Kay se inclina y le besa la frente. Es consciente de lo importante  que es Kevin para su hermano. La rabia le acelera el pulso. Se muerde la lengua antes de maldecir a los dioses. No romperá la promesa que le hiciera a Kyoko. Su gemelo detesta que lo compadezca por cada circunstancia adversa que le toca afrontar. Perder a sus padres tan pronto la había convertido en una sobreprotectora insufrible. Sin darse cuenta casi lo convierte en un inútil. La rabia enardece su temperamento. ¿Por qué tiene su hermano que afrontar tantas pérdidas? Primero la audición, luego sus padres, ahora Kevin. El único que se había fijado en su hermano sin importarle nada más. Si es que los dioses son unos desalmados. El pensamiento se le escapa. Está demasiado enfadada para reprimirse o reprocharse. El pellizco de su hermano la devuelve a la realidad.

    —Deja de rumiar contra los dioses —le dice Kyoko—. Tienes razón, tenemos que seguir adelante. la vida no se detiene.

    El corazón de Kai da un salto olímpico y se le asienta de nuevo.

    —Vale, ven a la cocina, preparé lo que más te gusta.

    El joven se levanta consciente de que su hermana necesita estar segura de que no se quebrará. En realidad, él también lo necesita. Lo que menos desea es convertirse en un sufrimiento constante para Kai. Kyoko la sigue de cerca. Ambos se esfuerzan por apartar un rato de sus mentes y sus corazones la trágica noticia.

    ***

    El akuma aguarda las órdenes. En el instante en el que el dios se aproxima sus ojos flamean.

    —Necesito que vayas al mundo mortal y acabes con esta jovencita. —El dios invoca una imagen nítida de Kai.

    —¿Puedo jugar con ella?

    El rugido del dios obliga al demonio a recular varios pasos.

    —Vuestros jueguecitos han despertado la curiosidad de los humanos. Limítate a obedecer.

    —De acuerdo. —El demonio desaparece.

    Desde las sombras surge una silueta femenina. La mujer hace una reverencia que deja al descubierto el tatuaje que le cubre la espalda y otras partes del cuerpo. Es un uwibami de escamas negras y doradas, tres cuernos en la cabeza y ojos prominentes.

    —Asegúrate de que no falle bajo ningún concepto.

    —Como ordenes —responde la mujer.

    La asesina se difumina entre las sombras sin dejar rastro.

    ***

    Otohime escucha atenta la narración de la pequeña criatura marina. La despide con una leve reverencia y corre pasillo a través. Watatsumi, dios dragón de los mares se encuentra en medio de una recepción real. La princesa dragón avanza entre los comensales. El dios advierte la preocupación que empaña la mirada de su primogénita y se excusa para hablar con ella.

    —¿Qué te ocurre? —pregunta en voz muy baja.

    —Aquí no, padre. Hay demasiados ojos y oídos indiscretos.

    El dios asiente con la cabeza. ambos acuerdan encontrarse en cuanto finalice la pequeña recepción.

    Otohime deambula con el cuerpo tenso. La entrada de su padre la sobresalta.

    —Ahora sí, explícame qué ha ocurrido.

    —Los descendientes del linaje ri-riu están desapareciendo del mundo mortal sin dejar rastros. No hay una explicación precisa.

    —No la habrá para ti, pero está muy claro que tiene que ver con las muertes que vuelven a ocurrir. —La princesa se detiene.

    —Es lo más probable.

    —Me ocuparé de esto. No debemos permitir que los sigan eliminando, el desequilibrio sería irremediable.

    —Lo sé. El problema es que no estoy segura de que podamos protegerlos a todos.

    Watatsumi la abraza con firmeza. Ella apoya la frente en su pecho. El ritmo del corazón de su padre la serena.

    —Deja todo en mis manos y mantente atenta. En cualquier momento tendremos que entrenar a los nuevos protectores.

    Otohime se estremece ante la perspectiva de lo que implican las palabras de su padre. La pesadilla retornaba más de un milenio después y prometía ser mucho peor que la última vez.

    ***

    La pareja de ri-riu acuden a la convocatoria del dios dragón. Ambos son conscientes de que la situación debe ser comprometida para que se les haya solicitado acudir con tanta urgencia. Watatsumi explica la situación sin omitir detalles.

    —Debéis ir cuanto antes y protegerla. Sin ella la situación sería insostenible.

    —No pretendo contrariar vuestra voluntad, pero hasta el momento nadie sabe quién es —dice Umiko.

    —Tampoco hay evidencias de que su espíritu ri-riu tenga intenciones de despertar —agregó Isamu.

    —Alcanzará la mayoría de edad en unos días. correr el riesgo sería una insensatez. —La princesa se hace visible—. Además, en teoría, de los otros tampoco se conocía su identidad y han desaparecido.

    —Otohime os proporcionará la información que necesitéis —dice el dios—. Id con cautela. No quisiera perderos.

    El afecto del dios les alcanza el corazón. La emoción es tan embriagante como un buen sake.

    —Cuidaremos de ella con nuestra vida de ser necesario —declara la pareja al unísono.

    La princesa se ocupa de dar la información. Con los objetivos claros, Umiko e Isamu se marchan a la superficie.

    ***

    Kai camina de la mano de su gemelo. Kioto sigue como siempre. Resulta increíble que la ciudad continúe imperturbable con todo y los crímenes que están ocurriendo. Una brisa la envuelve. Los aromas de la ciudad la distraen de sus cavilaciones. Entre las sombras un par de ojos dorados refulgen. La joven sonríe ante una broma de su gemelo. En la siguiente esquina, una pareja  observa la vitrina de la tienda a la cuál se dirigen. La joven se detiene junto a la mujer. Esta intercambia una mirada con su compañero. Otohime no había mencionado nada sobre un gemelo. El parecido entre ambos es innegable. Isamu se encoge de hombros.

    —entra tú —invita Kai—. Te espero aquí.

    Kyoko le da un beso en la mejilla y entra. La joven se vuelve para charlar con la mujer. La expresión de Umiko cambia; se torna feroz. Kai da un paso atrás. Isamu la coge por la muñeca y tira de ella en el instante en el que un demonio cierra los brazos con la intención clara de cogerla.

    ***

    Kai grita y se zafa del agarre. El miedo le palpita al mismo ritmo del corazón: desbocado como un animal salvaje. El demonio se abalanza sobre ella. La joven se agacha por puro instinto. Una voz interna le habla con firmeza; le advierte del peligro. En una curiosa pirueta, rueda sobre sí. Kai experimenta unos segundos de alivio que se esfuma tan pronto como aparece. El demonio le lanza un zarpazo que la alcanza en un hombro. Isamu maldice. Quiere librarse de esa criatura, el problema es que la joven está en el medio. Kai ahoga el grito. El dolor la recorre como una lengua ardiente y la hace trastabillar.

    La criatura acorta la distancia. En un intento por cogerla le clava las zarpas en la espalda. Kai cae al suelo. Una lágrima se le escapa al recordar a Kyoko.  Si muere su gemelo quedará a merced de esa criatura.

    Isamu saca su espada Y se lanza al ataque. El demonio forma una espada flamígera.

    —¡Sácala de aquí! —ordena el ri-riu antes de lanzar un mandoble.

    Umiko gesticula. Un Kanji brillante se forma sobre el cuerpo de Kai. En minutos, un enorme dragón azul con forma de serpiente surge desde un portal.

    —Sheiryu, es urgente llevarla con Watatsumi.

    —¿Necesitáis ayuda con esa cosa? —Umiko niega con la cabeza.

    La enorme criatura coge a Kai con delicadeza y la lleva consigo al fondo del océano.

    ***

    Umiko desenvaina su espada en el instante en el que el portal se cierra y desaparece. El demonio se encuentra acorralado. Por el rabillo del ojo Isamu distingue una figura femenina.

    —Qué lucha más desigual. No os importa si me uno para equilibrarla, ¿no?

    Los ri-riu intercambian una mirada. Acaban de escoger a su adversario.

    Umiko se abalanza sobre el demonio. Entre tanto, Isamu hace lo propio con la recién llegada. Las espadas chocan contra el suelo. La mujer ayuda al demonio y evita que la espada lo atraviese.

    Los ri-riu unen su energía vital. Umiko dibuja un kanji de ataque que se estampa contra la frente del demonio. La criatura suelta la espada. Isamu aprovecha para lanzar un mandoble contra la mujer. La asesina se carcajea. En un estallido de energía se transforma en una dragona de escamas negras y doradas, de ojos saltones y tres cuernos sobre la cabeza. la uwibami lanza un zarpazo. Isamu no logra esquivarla a tiempo. Las tres garras se le clavan en el hombro derecho. Como puede el ri-riu se libera. Incapaz de transformarse debido a la herida que drena su energía vital, entretiene a la asesina mientras Umiko absorbe el alma del demonio y resguarda el resto en los recipientes sagrados.

    Isamu recoge la espada. La uwibami se percata de la intención de Umiko y desvía el ataque. El ri-riu lo intercepta y la hiere. La dragona desaparece entre las sombras.

    —¿Puedes aguantar? —Isamu cabecea.

    Umiko se encarga de eliminar cualquier evidencia sospechosa y deshace el velo que los mantenía a cubierto de ojos humanos.

    —volvamos a casa —dice la ri-riu mientras coge a su compañero con firmeza.

    Kyoko sale corriendo de la tienda. Quiere detener a la pareja. La última vez que había visto a Kai estaba de pie al lado de esa mujer. No permitirá que se larguen sin decirle dónde está su gemela. ¿qué hicieron con ella? El pulso se le acelera ante la posibilidad de no volver a verla. Si la perdía a ella también, moriría.

    Los ri-riu aceleran el paso. La mujer aprovecha  el callejón que se abre a la derecha. Arrastra a su compañero. Kyoko corre y se adentra. Grita enfurecido al encontrar el callejón vacío  sin advertir el peligro que se cierne sobre él.


    Glosario

    Amida: dios protector de las almas humanas.

    Kojiki: libro que narra la historia de japón.

    Kotodama: alma.

    Hachiman: dios de los samuráis, el arco y protector de japón.

    Ikigai: sentido de la existencia. razón que motiva a seguir adelante cada día.

    Inari: dios del arroz y la fertilidad.

    Kitsune: sirviente de Inari con habilidades mágicas y la capacidad de adoptar forma de zorro. Son considerados entes espirituales.

    Ryoshi: cazador.

    Shinobi: ninja o asesino.

    Shinigami: ser sobrenatural que induce la muerte en los humanos o siembra en ellos el deseo de morir.

    Shoshinsha: eterno aprendiz.

    Akuma: demonio o espíritu maléfico.

    Kiuketsuki: vampiro.

    Kanjis: símbolos del alfabeto japonés.

    Takamagahara: el cielo.

    Otohime: Princesa dragón de los mares e hija de Ryujin (Watatsumi).

    Watatsumi: este dios del mar también se conoce como el dios dragón, Ryujin, y tiene la capacidad de cambiar de forma a la forma humana. Se representa como un dragón en forma de serpiente de color verde.

    Sheiryu: es un dragón enorme de color azul que se dice que protege el este y la ciudad de Kioto y que representa el agua y la primavera.

    Uwibami: este dragón simboliza mirar en todas direcciones antes de actuar.

    Ri-Riu: es un dragón bastante desconocido. Se dice que es el dragón que posee la mejor vista en comparación a otros dragones.

    Hogosha: protector.


    Nota de la autora

    Ante todo ofrezco disculpas anticipadas a los amantes de la cultura nipona por si os encontráis algunas imprecisiones en relación a la mitología o algunas criaturas sobrenaturales. Pese a mis dos días de documentación, es muy posible que sea necesario afinar algún detalle.
    He de confesar que algunas palabras las he utilizado a favor de dar forma a la trama y los personajes. Asimismo, confieso que la leyenda y lo que se desglosa de ella es ficción y responsabilidad de quien escribe.
    Hechas las aclaraciones que considero más relevantes, solo me queda agradeceros si habéis llegado hasta aquí. Ojalá hayáis disfrutado la historia.


    Este relato ha sido escrito para participar en el #DesafíoSinOpsisAbril2021, propuesto por Jessica Galera Andreu @Jess_YK82.


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  • YUGEN – 01 – RYOSHI KOTODAMA – CAZADORES DE ALMAS

    Una joven asiática que viste un kimono de color rojo con flores. La joven lleva el cabello recogido y adornado con flores de color rojo. Lleva un parasol en la mano. al fondo se observa un bosque floreado con mucha niebla
    Imagen libre de derechos de Sasint Tipchai en pixabay

    Sinopsis

    Una ola de muertes inexplicables azota Kioto y sus alrededores. En pleno siglo XXI, resurge la casta de un clan de shinobis extintos hace un milenio. Los misteriosos asesinos constituyen el clan de los ryoshi kotodama o cazadores de almas.

    Hiruko, kitsune de Inari, dios que prometió albergar en sus templos a los cazadores de almas, acude  ante la convocatoria que recibe por parte del dios junto a otros mensajeros a su servicio. El dios expone la crítica situación e informa que los elegidos serán convertidos en ryoshi kotodama y su ikigai será, de ahora en adelante,  cazar a quienes están robando las almas humanas.

    Los únicos aliados con los que contarán los nuevos cazadores han sido sus peores enemigos hasta el momento. Ningún kitsune se habría imaginado jamás colaborando codo con codo junto a las criaturas más despreciadas desde tiempos inmemoriales. Por su parte,  los kiuketsukis se ven obligados a forjar una alianza que garantice su supervivencia, pues sin los humanos, se quedan sin su alimento vital.

    Sanadores que han de convertirse en guerreros; vampiros que deberán transformarse en maestros y un objetivo en común: librarse de los demonios que pretenden exterminar a la humanidad, confluyen en una historia donde  criaturas sobrenaturales, la magia, las leyendas y la cultura de la tierra del sol naciente cobran vida y se transforman en una maravillosa oportunidad que invita a los lectores a evadirse de la realidad.

    Leyenda

    En un misterioso libro antiguo escrito en paralelo al Kojiki, libro que narra la historia antigua de Japón, existe una leyenda que explica el origen de los  ryoshi kotodama o cazadores de almas. Un clan de shinobis (asesinos que absorben el alma de un shinigami transformado en akuma y rescatan la humana que los demonios han robado previamente) creados por Hachiman a petición de Amida.

    Cuenta la leyenda que el dios protector de las almas humanas, preocupado por la ola de muertes inexplicables que estaban ocurriendo en el mundo mortal, solicitó ayuda a su hermano. Antes de conceder el favor, el dios de los samuráis y protector de Japón indagó entre sus fieles seguidores para conocer de primera mano lo que estaba sucediendo. Los samuráis explicaron al dios que Aneko, una shoshinsha (aprendiza) había solicitado el favor de Inari porque quería tener descendencia. El dios se lo concedió y la mujer yació con un  shinigami. Inari enfureció al percatarse de lo sucedido entre el demonio y la shoshinsha y la condenó a permanecer en el Yomi. La situación se torció durante el parto, ya que la criatura demoníaca que había engendrado Aneko bebió su sangre hasta provocarle la muerte y se quedó con parte de su alma. La criatura vagaba entre los vivos y se reproducía sin control. Era necesario contar con una fuerza capaz de hacerles frente y asesinarlos, además de recuperar las almas robadas. Debido a su naturaleza, a esos demonios solo se les podía asesinar absorbiendo sus almas.

    Hachiman habla entonces con Inari y le plantea sus requerimientos antes de crear la nueva casta de guerreros. El dios de la fertilidad accede a que los cazadores de almas se escondan tras los muros de su santuario.



    Kioto, 2021 d. C.

    La luz del poste más cercano se refleja en el pálido pelaje. El pequeño animal avanza con cautela. El cuerpo femenino aún emana calor. El zorro olisquea muy cerca del rostro. Arruga el hocico. Un estallido platinado da paso a la figura de una joven de larga cabellera. Hiruko gesticula con rapidez. Una serie de símbolos dorados se aproximan a la piel de la mujer tendida en el suelo. La sanadora frunce el entrecejo al percatarse de que se desvanecen sin más. Con el pulso acelerado y el temor aleteándole en el pecho lo intenta de nuevo; una, dos, cuatro veces. Es inútil. Un grito distante llama su atención. Coge entre sus dedos la perla que lleva colgada en el cuello. Algo terrible se había desatado en la ciudad. Vuelve a transformarse y sale disparada hacia donde le dicta el instinto. Mientras avanza quiere comunicarse con sus hermanos. Su voz psíquica no obtiene respuesta. El temor le recorre por las venas. Lo único que logra percibir es una desolación aterradora. Lo que sea que esté ocurriendo es mucho peor de lo que alcanza a imaginarse. Hiruko eleva una plegaria silenciosa. La presencia de los dioses es su única oportunidad.

    ***

    El joven baja la escalerilla de acceso al templo y trastabilla. Da manotazos para mantener el equilibrio. Una brisa gélida le cala hasta los huesos. Levanta la mirada. El cielo se había aborregado de improviso.

    Echa a andar hacia la salida del santuario. Una sombra se atraviesa en su camino. Abre la boca con intención de pedir una explicación. El grito se le queda atascado en la garganta. Las piernas le tiemblan como si fuesen de gelatina. Un recuerdo infantil surge desde lo más profundo de su memoria. A su abuela le encantaba contarle las leyendas relacionadas con los demonios. El akuma curva los labios delgadísimos en una mueca que pretende simular una sonrisa; sus ojos llamean segundos antes de abalanzarse sobre el joven para apoderarse de su sangre y su alma.

    ***

    Inari adopta forma humana. Encontrar el cadáver del joven casi a las puertas del templo lo enfurece. Una ristra de malos recuerdos le ensombrece el rostro. Su espíritu viaja más de un milenio atrás.

    —Escucha mi súplica, Inari. Es el latido de mi corazón quien te ruega.

    —¿Qué anhela tu corazón? —La joven shoshinsha se irguió en presencia del dios.

    —Un heredero a quien pueda legar tus enseñanzas. Te serviremos —prometió la joven aprendiza.

    —Así sea —concedió el dios.

    Si tan solo se hubiese tomado la molestia de indagar un poco más, se recriminó Inari. Con toda la delicadeza de la que fue capaz recogió el cuerpo sin vida y entró al templo. La rabia que hervía en su interior era casi tan letal como aquella que le produjo descubrir a la aprendiza abierta de piernas para ese maldito shinigami. Condenarla a permanecer en el Yomi no serviría de nada si no lograba evitar lo que él mismo había ocasionado por su negligencia. Ese demonio atrevido no se saldría con la suya si él podía evitarlo. Qué ingenuo y que arrogante había sido. La semilla del mal había arraigado en aquel vientre y ni con todo su poder fue capaz de arrancarla. Desde luego, nada lo había preparado para lo que ocurriría meses después. Y todo había sido por su culpa. Encontrarse a la aprendiza exhalando su último aliento vital le ofreció un alivio momentáneo. Apenas un fragmento diminuto de esa alma débil era lo que había dejado el engendro. Las cosas no podían ir a peor.

    ***

    Amida, dios protector de las almas humanas, se paseaba por el Takamagahara incapaz de detenerse. La atmósfera en el cielo era casi tan sombría como en el mundo mortal. Tantas muertes sin sentido. El corazón del dios se estremeció. Lo peor, además de la cantidad de humanos que morían sin una explicación razonable era la pérdida de sus almas. Algo terrible ocurría y él no lograba dar con la verdad.

    —Hermano —saludó Hachiman—. ¿qué acongoja tanto tu espíritu?

    —He perdido mis dones, hermano —admitió con gran preocupación—. entre los mortales se ha desatado una ola de muertes irracionales y a destiempo y no logro contactar con sus almas. Están perdidas.

    —Eso es imposible. ¿Estás seguro?

    —Completamente. Por eso te convoqué. Necesito tu ayuda.

    —Cuenta con ella.

    Los dioses se trasladaron al mundo mortal. En las afueras de Kioto todo era un caos debido a tantos fallecidos. Hachiman observaba con el entrecejo fruncido. el espectáculo era dantesco y nada tenía que ver con muertes naturales. Mucho menos podían endosárselas a alguna mano humana, por muy cruel que esta fuera.

    —¿Qué es lo que ocurre? —inquirió el dios a uno de sus samuráis.

    —Hay una plaga de criaturas demoníacas. Beben sangre hasta absorber el alma de quien tengan entre sus fauces.

    —Los kiuketsukis no son ladrones de almas.

    —Ellos no; estas criaturas sí. Son muy parecidas a un shinigami, sólo que tienen mirada de fuego y colmillos oscuros y ponzoñosos.

    —¿De dónde han salido? En el Yomi no existe nada similar —aseguró Amida.

    El samurái informó a los dioses sobre lo ocurrido entre la shoshinsha e Inari.

    —Os encargaréis de cazar a esas criaturas —ordenó Hachiman.

    —Somos simples samuráis. Nuestra espada no tiene ningún efecto sobre esos akuma. Necesitáis guerreros silenciosos; asesinos implacables con algún don que les otorgue ventaja.

    Hachiman meditó respecto de la solución que había propuesto el samuray. Era consciente de lo que debía hacer. Sin embargo, tendría que hablar primero con Inari.

    ***

    Inari observaba a sus iguales. En su rostro la rabia y la vergüenza se turnaban para reflejar lo contrariado  y compungido que se encontraba. No hizo falta preguntar el motivo de su inesperada visita. El dios era consciente de lo que estaba ocurriendo, así que se limitó a escuchar la propuesta y responder las preguntas que le hicieron.

    —¿Estáis seguros de lo que pretendéis hacer?

    —No tenemos otra alternativa —dijo Amida con el rostro surcado de líneas por la preocupación.

    —Los samuráis no pueden asumir ese ikigai, Inari —recalcó Hachiman—. Sería pedirles demasiado y morirían inútilmente.

    —Ese samurái es una filtración que no nos conviene en este momento.

    —No te preocupes por él, eso ha quedado resuelto. A esta hora ni siquiera recuerda que hemos estado en el santuario.

    El dios de la fertilidad meditó mientras deambulaba sin parar.

    —De acuerdo. Crea a los cazadores de almas. Yo me comprometo a ofrecerles el resguardo necesario y garantizar el secreto.

    —Gracias, no olvidaré esto, Inari —dijo amida.

    —Así sea —decretó Hachiman.

    Inari fue testigo de la creación de los nuevos guerreros. El corazón le palpitaba con fuerza y solo esperaba poder enmendar su terrible error algún día.

    ***

    Kioto, 2021 d. C.

    Hiruko camina a paso rápido por la acera derecha. Acaba de anochecer. Necesita darse prisa. No da buena imagen llegar tarde cuando tu dios te convoca con urgencia. Mira ceñuda de un lado a otro. La aparente tranquilidad le pone la piel de gallina. Esos últimos días habían sido una verdadera locura. Se estremece de pies a cabeza. el recuerdo de los cadáveres hace que el corazón y también el estómago le den un vuelco. En toda su vida como kitsune nunca había visto algo semejante. No había poder ni kanji sanador que contrarrestase tanta malevolencia.

    Cruza hacia la otra acera. A lo lejos distingue las luces del santuario. Está lista para transformarse cuando el aroma penetrante a canela y clavos la envuelve.

    —No tengo tiempo para juegos, Kasumi —dice y se cruza de brazos—. Inari me espera.

    El vampiro cabecea una vez y se aparta a un lado. La joven entrecierra los ojos. El recelo surge en su interior con tanta fuerza como la que posee un volcán en erupción.

    —Ten cuidado, preciosa. la noche ha dejado de ser segura para vosotros… en realidad para cualquiera que se precie de tener alma.

    —Serás descarado —dice acusatoria—. Os estáis aprovechando, pero te aseguro que se os va a acabar la fiesta.

    —Ni yo ni los míos somos responsables de nada de lo que pretendes acusarnos.

    —¿Esperas que crea que sois inocentes?

    —Lo somos —dice con tono acerado—. Si prefieres una voz más confiable, pregunta a Inari. Luego puedes ofrecerme disculpas.

    —Ni lo sueñes —espeta y se transforma en una preciosa zorra de pelaje blanco.

    —Como prefieras —dice el vampiro en voz baja—. Solo asegúrate de ir con cuidado. El peligro acecha.

    La kitsune sale disparada sin mirar atrás.

    ***

    Inari hace acto de presencia. En el templo una veintena de sus más fieles kitsunes aguarda para reunirse con él. El dios clava la mirada en la pequeña zorra que acaba de llegar. Corría con tanto agobio por el temor de ser reprendida que casi le roba una sonrisa. De no ser por el verdadero motivo por el cual los había convocado, se habría tomado el tiempo de tranquilizar a la criatura. La joven se transforma y ocupa su lugar en las filas. Inari se aproxima. El gesto solemne de sus fieles kitsunes le revuelve el estómago. Estaba a punto de cometer una acción desesperada que los pondrá en riesgo absoluto. Ojalá pudiera retractarse; es imposible. Todo volvía a repetirse y esta vez debían actuar con mucha más premura.

    —Os he convocado porque os necesito —dice y fija la mirada en cada uno de ellos—. Para ninguno de vosotros es un secreto lo que está ocurriendo en la ciudad. Es hora de que hagamos algo o la humanidad corre un grave peligro.

    —¿Qué más podemos hacer? Nuestro poder de sanación no tiene efecto.

    —Tendréis que luchar —advierte el dios.

    —Pero sólo somos kitsunes —dice uno de los presentes.

    —Dejaréis de serlo. —El miedo se expande entre los jóvenes.

    —¿Qué seremos? —Las voces trémulas cobran algo de ímpetu—. Se nos ha entrenado para serviros.

    —Y lo seguiréis haciendo, sólo que ahora seréis cazadores de almas.

    Una exclamación general queda ahogada por una voz aguda que se alza víctima de la descarga de adrenalina que no le permite pensar con claridad.

    —No sabemos ser otra cosa —exclama Hiruko—. Estaremos muertos antes de poder actuar como unos guerreros…

    —Aprenderéis

    —Dentro de vosotros arde una llama potente. El miedo está bien. os mantendrá alerta. Lo que no debéis es darle el poder de paralizaros.

    Los jóvenes se quedan petrificados al escuchar la voz de Hachiman. Ellos nunca habían permanecido con él en el mismo plano y lugar. La presencia del dios es acojonante.

    —Hachiman se ocupará de vuestra transformación y también de vuestro entrenamiento. Siempre podréis acudir a mí —declara Inari.

    —¿Y si no aceptamos? —la insolencia de Hiruko crispa los nervios de ambos dioses.

    —No podéis rechazar —responde Inari—. Quien no acepte, morirá. El secreto que se os acaba de revelar no debe salir de esta estancia.

    —Pero es que no podéis…

    Hiruko se muerde la lengua. Nunca se imaginó en una tesitura semejante. Si alguno de sus compañeros le hubiese afirmado que estaría frente a frente ante dos dioses cuestionando sus designios, le habría dicho que se había vuelto loco. El pulso se le dispara. Las manos se le convierten en dos témpanos y un sudor desagradable la envuelve como una segunda piel. Apenas si puede abrir los ojos y cerrar la boca. Las palabras que pronuncia Hachiman se le clavan en el alma y sublevan a su espíritu. Segundos más tarde, la joven arde envuelta en el fuego de la transmutación. La agonía es indescriptible. Cada instante de su vida pasa ante sus ojos ciegos por el dolor. Morirá; está segura de ello. Hiruko está convencida de no poseer el alma de una guerrera, tampoco la fortaleza física; mucho menos el valor. Lágrimas de sangre le arañan las mejillas. Todo su cuerpo se convulsiona y arquea en respuesta al poder del dios.

    El fuego da paso a una gelidez que penetra en cada célula de su maltrecho cuerpo. el entumecimiento no se hace esperar. un sopor asfixiante la envuelve y enseguida todo lo que la rodea se convierte en una densa oscuridad que engulle su conciencia. Convencida de que dormiría el sueño eterno, la joven permite que la nada la absorba por completo y que sus pensamientos se fundan con el silencio.


    Glosario

    Amida: dios protector de las almas humanas.

    Kojiki: libro que narra la historia de japón.

    Kotodama: alma.

    Hachiman: dios de los samuráis, el arco y protector de japón.

    Ikigai: sentido de la existencia. razón que motiva a seguir adelante cada día.

    Inari: dios del arroz y la fertilidad.

    Kitsune: sirviente de Inari con habilidades mágicas y la capacidad de adoptar forma de zorro. Son considerados entes espirituales.

    Ryoshi: cazador.

    Shinobi: ninja o asesino.

    Shinigami: ser sobrenatural que induce la muerte en los humanos o siembra en ellos el deseo de morir.

    Shoshinsha: eterno aprendiz.

    Akuma: demonio o espíritu maléfico.

    Kiuketsuki: vampiro.

    Kanjis: símbolos del alfabeto japonés.

    Takamagahara: el cielo.


    Nota de la autora

    Ante todo ofrezco disculpas anticipadas a los amantes de la cultura nipona por si os encontráis algunas imprecisiones en relación a la mitología o algunas criaturas sobrenaturales. Pese a mis dos días de documentación, es muy posible que sea necesario afinar algún detalle.
    He de confesar que algunas palabras las he utilizado a favor de dar forma a la trama y los personajes. Asimismo, confieso que la leyenda y lo que se desglosa de ella es ficción y responsabilidad de quien escribe.
    Hechas las aclaraciones que considero más relevantes, solo me queda agradeceros si habéis llegado hasta aquí. Ojalá hayáis disfrutado la historia.


    Este relato ha sido escrito para participar en el #VaderetoAbril2021, propuesto por Jose A. Sánchez @JascNet. La condición era escribir una historia ambientada en Japón y usar alguna de las palabras propuestas. En este caso he incluido ‘ikigai’ y también ‘shoshinsha’ que se refiere al eterno aprendiz.


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  • Cazador de thentraes

    Un castillo imponente en una cima. al lado se observa otra edificación más pequeña. Hay algunos árboles y un hombre que porta un gran arco en las manos. el arco va apuntando hacia el suelo como si estuviese colocando la flecha y preparándolo para disparar. Hay mucha niebla en los alrededores. el cielo también está nuboso, aunque en lo alto se observa la luna.
    Imagen libre de derechos de Shrikesh Kumar en Pixabay

    «Al fin llegué a los pies de aquella impresionante y antiquísima deidad. Su anchura me limitaba todo el horizonte y se elevaba de forma tan indefinida que parecía perderse más allá del firmamento.

    El silencio era tan intenso que dañaba los sentidos. Solo mi corazón se empeñaba en querer quebrantarlo. La quietud era tan profunda que ni la más tenue brisa se atrevía a perturbarla.

    Con un hondo suspiro hinqué mi rodilla ante ella. Agaché la cabeza y le dediqué la plegaria que desde pequeño me habían inculcado. Deposité mi carga en el suelo y le agradecí su protección y vitalidad para la consecución de mi misión.

    Me fui dejando tras de mí el pesadísimo lastre que me había encadenado durante tanto tiempo y sentí ganas de salir volando.

    Allí quedaron solos, como en un encantamiento, los espíritus ancestrales y su cadáver.

    …»

    ***

    Entorno los párpados. La luz me ciega una fracción de segundos. Tomo una bocanada que expande mis pulmones a su máxima capacidad. Tenso todo mi cuerpo y fijo la mirada. En segundos el cuchillo se clava en el blanco. Me encamino a recogerlo. La satisfacción que me había hormigueado en el pecho se esfuma. El tiro no fue como esperaba. Arranco el cuchillo. Vuelvo a mi posición inicial. No me iré hasta que no logre un lanzamiento perfecto.

    —¡Ahí estás! —Maxtra se aproxima a la carrera.

    —¿Qué ha ocurrido? —enfundo el cuchillo.

    —Han llegado los mecenas… Padre te está buscando.

    —Padre es un iluso, Maxtra. Ningún mecenas apostará por el hijo adolescente y bastardo del señor de Nirtea.

    —Eso no lo sabes, Klíon. —La fe que deposita en mí me enternece—. Además, en dos días cumplirás veintiuno.

    —Eso es lo de menos. Siempre seré el bastardo de Menleoth.

    —Estás insoportable —me dice—. Tú sabrás. Yo he cumplido con el encargo de padre. Luego no te quejes.

    Un estruendo interrumpe nuestra discusión. Maxtra corre en dirección al castillo. La sigo de cerca. Desenvaino el cuchillo y le exijo a mis piernas que vuelen. Otro estruendo nos asusta lo suficiente como para dejarnos el alma en el camino. Los recuerdos del último ataque se reavivan en mi cabeza. El corazón me da un vuelco. El temor de lo que encontraremos tras la muralla me revuelve el estómago.

    Enormes columnas se elevan hacia el firmamento. Dentro de mi cabeza las imágenes se suceden una tras otra. Los ojos se me nublan un instante. «Maldita visión.» El pensamiento surge y se esfuma tan pronto que no tengo tiempo de reaccionar. Avanzo a ciegas mientras los recuerdos me roban el aliento. Han regresado por Maxtra, lo sé. Vuelvo a maldecir mi inutilidad. Desesperado, elevo una plegaria silenciosa. «Mi vida a tu servicio si salvas a mi hermana. Escucha mi súplica, señora de la vida y de la muerte. Liberaré tu reino de los thentraes… lo juro. Y si acaso incumpliese mi juramento, te entregaré mi corazón como trofeo.»

    El suelo ondula bajo mis pies. Tropiezo y ruedo sobre cientos de raíces que terminan de clavárseme en la piel. Abro la boca. La voz se me queda estrangulada en la garganta. El aire se torna gélido. El aroma metálico se mezcla con el olor acre del humo que se disipa. Mi cuerpo no responde. Las ramas y raíces me envuelven… en breve todo habrá terminado, lo presiento. Una voz sugestiva me invita a rendirme. Demandante me recuerda el juramento que acabo de hacer. Mi espíritu rebelde se niega a rendirse sin una certeza. El dolor me atraviesa y grito. Grito como un loco. La tierra sigue agitada. Un trueno retumba. Gotas filosas caen como aguijones y me recuerdan que si aún siento dolor es porque sigo aferrado a mi humanidad.

    —Dejarás de ser Klíon el Bastardo —dice la voz—. Me honrarás con más ahínco tal como se te ha inculcado desde niño porque ahora serás mi hijo y como tal se te reconocerá.

    —Maxtra… —insisto.

    —Escucha su voz por última vez, hijo mío. Despídete de esta vida y abraza la que yo te otorgaré de ahora en adelante.

    El pulso me galopa a un ritmo vertiginoso. El miedo que me mantiene paralizado da paso a la resignación con demasiada lentitud. La incertidumbre llega tardía. Me habría encantado recibirla mucho antes; quizá me hubiera persuadido. Voces se elevan a mi alrededor. Entre ellas esa que espero para poder morir en paz. Porque moriré para renacer convertido en una criatura muy diferente. Deambularé entre el mundo de los vivos y los muertos. Cazaré en la penumbra; la noche será mi guía, la luna mi compañera.

    —Klíon… ¡Klíon!

    El aroma fresco a flores silvestres me envuelve. Su mano tierna me limpia el rostro. No abro los ojos, no tiene sentido. De todas formas, llevaré conmigo su sonrisa en lo más profundo de mi memoria.

    —Cuida de padre —le pido—. Y, sobre todo, cuídate tú.

    —¿Por qué lo hiciste, Klíon? ¿Cómo voy a seguir sin ti?

    —Por ti.

    El llanto desgarrador que se le escapa me parte en dos el corazón. Por fin me entrego, ya nada me retiene. Me despido de mi vida y de todo lo que he sido hasta ese instante.

    ***

    Avanzo sigiloso pese a la excitación que me recorre de pies a cabeza. Han sido demasiados siglos al servicio de la gran diosa. Hoy por fin podré dar por terminada esta existencia. La anticipación me acelera el pulso. No obstante, me obligo a mantener la serenidad. La luz de la luna platina cada superficie. El firmamento tachonado de diamantes espectrales me señala la senda. A poca distancia distingo la oscura figura. No necesito más. Acorto la distancia que nos separa; no quiero perderlo de nuevo.

    Descubre mi presencia. No le doy importancia. Esta vez estoy mucho mejor preparado que la anterior. Da igual cuánto corra o quiera esconderse. La persecución dará el fruto que espero, nada me lo impedirá.

    Me difumino con el entorno. El thentrae acelera el paso. Me desmaterializo para luego aparecer frente a sus narices. La criatura frena. El grito que brota de sus fauces me hiela la sangre. Me apresuro antes de que retome ventaja. Cojo una flecha del carcaj, la coloco en el arco, apunto y suelto la saeta.

    La flecha se le clava en la garganta. El thentrae cae de rodillas. Cojo otra flecha y disparo. Esta se le clava en el pecho. Repito la operación tal como manda el ritual y por fin lo veo caer de bruces contra el suelo.


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    Esta historia ha sido escrita para participar en el Va de reto marzo 2021, propuesto por Jose A sánchez @JascNet.

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  • EL ZAFIRO DEL DESTINO

    fotografía en la que se observa un castillo irlandés en Kimbane
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com


    Si es que soy imbécil. Con tantos años en esta profesión tendría que haber adivinado que nada iba a ser tan sencillo como me lo habían pintado. No sé cuándo aprenderé a prestar atención a la voz de mi intuición que rara vez se equivoca.

    Era la una menos veinte. Me apresuré a desbloquear la puerta de la caja fuerte y contuve la respiración cuando por fin escuché el tan ansiado clic del mecanismo.

    Levanté la pequeña linterna. El tenue haz fue iluminando el interior de aquella caja empotrada. Maldije por lo bajo al darme cuenta de que allí dentro había de todo menos lo que estaba buscando. Revisé los documentos y vi aquella factura que no olvidaré en lo que me queda de existencia.

    Fotografié la factura y la fotografía que permanecía adjunta.

    Con el sigilo que me otorgaban los años de experiencia abandoné el despacho y salí al corredor. Anduve casi de puntillas hasta alcanzar la escalera de servicio por la cuál descendí en tromba directo a mi habitación.


    Tras asegurar el pestillo dejé mi riñonera sobre la cama y me quité los guantes, la ropa y las zapatillas. Me tumbé en la cama tan tenso como cuerda de guitarra y comencé a hurgar en mi memoria.

    Recordé con facilidad el día en que Armand me convocó. A pesar de nuestras diferencias, yo siempre procuré mantener los negocios separados de la familia y el placer. Tendría que haber sabido que mi querido primo estaba muy lejos de haber aprendido la filosofía familiar y que de alguna forma me cobraría lo que pasó hace cinco años.

    Siendo honesto no todo es culpa suya. He debido confiar menos e investigar más. De esa forma Armand no habría podido embaucarme en este proyecto que de seguro iba a traerme más de un dolor de cabeza. Una cosa era robar gemas que podían posicionarse con facilidad en el mercado negro, otra robar una pieza como aquella. Tendría que haber comprendido, luego de poner patas arriba aquel castillo y no encontrar nada, que algo no andaba bien.

    Cerré los ojos obligándome a respirar profundo y a poner la mente en blanco. Tendría que elaborar otro plan sobre la marcha, ya que seguir siendo el manitas del castillo de Zima no me iba a abrir las puertas al gran baile de máscaras que se llevaría a cabo dentro de dos días, aunque sí que me haría mucho más fácil algunas otras tareas que ya iban materializándose en mi mente. Sonreí mientras, en silencio, otro plan con revancha incluida iba tomando forma. Durante un buen rato consideré las ventajas y las desventajas y cuando estuve satisfecho, me entregué al mundo de los sueños.


    Me levanté más temprano que de costumbre. El castillo permanecía todavía en brazos de las hadas del sueño así que fue sencillo ocuparme de algunos detalles en el despacho y la primera planta.

    Entré en la cocina silbando como siempre. Sophie permanecía de pie frente a los fogones preparando el desayuno. Un estruendo de cristales junto a algunas voces rompió la armonía matutina. Wilfred, el mayordomo entró a toda velocidad. Su expresión de alivio al verme no se me escapó, pero evité mostrar cualquier reacción que pudiese delatarme.

    —Menos mal ya está usted en pie —dijo procurando mantener la compostura—, Ha habido un pequeño inconveniente con el ventanal del despacho. La señora requiere sus servicios de inmediato.

    Asentí con la cabeza y eché a andar tras Wilfred quien ya se había movido y me esperaba en la puerta.

    —El muchacho todavía no ha desayunado, Wilfred —la cocinera se giró para ver al mayordomo con desaprobación.

    —Luego tendrá tiempo de eso, Sophie —respondió saliendo a toda prisa.

    Le guiñé un ojo a la cocinera y me dio tiempo de pillar aquella sonrisa maternal que tanto me gustaba de ella antes de seguir al mayordomo que caminaba como si tuviera un cohete en el culo.


    Al entrar en el despacho nos recibió la tragedia personificada. La señora O’Donnell miraba el ventanal hecho añicos como si le hubiesen dado un golpe en el hígado.

    —¡Esto es una tragedia, Bryan! —repetía deambulando de un lado a otro aferrando con fuerza las perlas que descansaban en su esbelto cuello.

    —No es para tanto, querida.

    —Pero ¿cómo me dices eso? —preguntó horrorizada— ¿Acaso no te das cuenta de que aún no termino de hacer las invitaciones del baile, la lista y todo lo demás? —el señor O’Donnell desvió su mirada hacia nosotros y puso los ojos en blanco—. Esto es un desastre… una tragedia.

    —No se preocupe, señora —interrumpí—, si me permite me ocuparé de dejarle su despacho como nuevo antes de la comida.

    La mujer se detuvo en seco mirándome con interés.

    —¿Puede ocuparse de eso, Jean?

    —Es Liam, señora —corrigió Wilfred.

    La mujer hizo un gesto restando importancia a su desliz memorístico.

    —Si, señora —respondí—, solo necesito que desalojéis el despacho y ya me ocupo yo de todo lo demás.

    —¿Lo ves, querida?

    A la mujer se le pasaron todos los males como por arte de magia.

    —Empiece enseguida, Jonás —ordenó—, necesito el despacho operativo antes de la comida.

    El señor O’Donnell volvió a poner los ojos en blanco, mientras arrastraba a su mujer fuera del despacho en una caravana protocolar presidida por Wilfred.

    Cuando me aseguré de que se encontraban en el comedor cerré la puerta y me dispuse a ocuparme de aquel desastre.


    Saqué unos guantes del bolsillo trasero de mis vaqueros y encendí el ordenador. Luego de varios minutos hallé el fichero que buscaba, añadí el nombre, guardé y cerré el fichero. Me conecté vía bluetooth y copié el fichero en mi móvil y antes de apagar el ordenador borré cualquier huella sospechosa.

    Con rapidez pillé una de las invitaciones en blanco y la rellené usando la pluma que encontré junto al lote. Me fijé en alguna de las que ya estaban escritas desde el día anterior y me esforcé en imitar la letra lo mejor que pude. Soplé con delicadeza antes de doblar la tarjeta de invitación y con mucho cuidado la introduje por la abertura de mi camisa. Cogí el teléfono y fui pulsando las teclas con rapidez.

    Colgué una vez hecho el pedido del ventanal y los materiales; salí del despacho y me quité los guantes metiéndolos con rapidez en el bolsillo trasero donde solía siempre llevar un par. Desde el salón señorial se escuchaban las voces de los señores y algunos de sus invitados que ya se alojaban en el castillo. Seguí mi camino. Entré en la cocina de nuevo y Sophie me esperaba con un desayuno suculento. Le hice señas de que me esperase un segundo y me dirigí a la zona de alojamiento de la servidumbre. Entré en mi habitación y cerré la puerta con sigilo. Cogí la invitación con cuidado y la escondí. Luego pillé mi cinturón de herramientas, me lo abroché en las caderas y volví a la cocina. Sophie me señaló la silla y luego el plato. Su gesto era lo bastante elocuente como para obedecer sin siquiera intentar llevarle la contraria. Me senté y me dispuse a desayunar.


    Tal como le había ofrecido a la señora O’Donnell, su ventanal estuvo listo antes de que se sirviese la comida. En pago a mi excelente servicio, me daban el día siguiente libre. Sonreí como cualquier hijo de vecino habría hecho al saber que tendría un fin de semana largo a su entera disposición.

    Pasé toda la tarde ocupándome de arreglos menores y de lo que más me interesaba, la instalación eléctrica. Al castillo Seguían llegando invitados. Prestando atención a dos de las chicas de servicio me enteré de que este primer grupo formaba parte de la familia en mayor o menor medida. La una cotilleaba con la otra sobre los disfraces tan extravagantes que algunos llevarían y eso me dio una idea. Tomé nota de todo lo que iba escuchando y supe cuál sería el primer lugar que visitaría al día siguiente.


    El amanecer apenas se vislumbraba en el horizonte. Me aseguré de no dejar nada en aquella habitación y abandoné el castillo antes de que Sophie o Wilfred dejasen sus respectivas camas. Tenía mucho por hacer todavía si pretendía asistir esa noche al gran baile de máscaras.

    Dublín me daba los buenos días con ese ir y venir de sus habitantes que tanto me gustaba. Aparqué la furgoneta frente a mi destino y salí cerrando de un portazo. Sonreí al fijarme en la vitrina y su exhibición. Las campanillas anunciaron mi llegada.

    —Buenos días…

    La tendera abrió los ojos como platos al reconocerme y rodeó el mostrador con tanta prisa que casi me derrumba al abrazarme.

    —Ingrato, hijo de puta —sonreí ante aquella sarta de insultos.

    —Yo también te quiero, hermanita.

    —¿Qué haces aquí? —preguntó soltándome y examinando mi semblante.

    —Necesito un favor… pequeñito —dije acercando el índice y el pulgar.

    —Tus favores nunca son pequeñitos —dijo achicando los ojos— ¿qué te traes entre manos, Liam?

    Puse cara de cordero degollado ante aquella sugerencia y Sinéad soltó una carcajada. Aunque no era mi intención involucrarla no me pareció correcto no informarle lo que había ocurrido con Armand, así que la puse al día. Luego de soltar todos los improperios que se le ocurrieron y alguno más que yo no conocía se fue a la trastienda. Cuando volvió traía todo lo que le había pedido y algo más. Me quedé perplejo al ver aquel objeto, ya que se suponía era un mito fundado en el conocimiento transmitido de generación en generación. Cogí el medallón en la palma de la mano. Era macizo y lo bastante pesado como para valer una pequeña fortuna. Observé en detalle aquel grabado intrincado. Dos serpientes entrelazadas formando un círculo al morder una la cola de la otra. en el interior del círculo un sistema de raíces arbóreas entretejidas. El nudo del destino junto a la protección del guerrero. Iba a protestar, pero Sinéad acalló mi protesta colgando aquel medallón de mi cuello.

    —Que la bendición de Lubra te acompañe y te guíe.

    —Que la bendición de Lubra te proteja —respondí.

    Mi hermana me abrazó con fuerza y no fui capaz de resistirme a devolverle el abrazo con el mismo ímpetu.

    —Ve y patéale el culo a ese primo nuestro —sonreí y le di un beso en la frente.

    —Lo patearé tan duro que escucharás sus chillidos, hermanita.

    Asintió y luego adoptó su expresión habitual hosca y reservada. Supe que era hora de irme, así que recogí todo aquel atuendo y me marché.

    Hice una pequeña parada en un suburbio de la ciudad. Dejé la fotografía de aquel collar, acordé un precio y una hora, y seguí mi camino. Todavía había detalles por afinar para que todo saliera a pedir de boca.


    Observé mi reflejo en el espejo. Teñirme el cabello de aquel tono ónix y usar aquel maquillaje broncíneo me daban un aspecto bastante diferente. Nada de pecas ni pelo rojizo por ninguna parte. Me colgué de nuevo el medallón y comencé a vestirme. Me aseguré que bajo el peto de la armadura todo lo que necesitaba estuviese bien sujeto.

    El destello sobre la cama me hizo parpadear un instante. La verdad es que era increíble el talento que algunas personas podían tener. Terminé de recoger todo, me ajusté la capa y salí rumbo al castillo.


    Alquilar aquella limusina era el mejor negocio que había podido hacer. Aunque el chofer me veía como si fuese un chalado recién salido del psiquiátrico, la paga fue lo bastante atractiva como para hacer que mantuviese la boca cerrada.

    Presentamos la invitación en el primer punto de control. Respiré profundo cuando la limusina comenzó a moverse al interior del castillo.

    Bajé del vehículo no sin antes encomendarme a Lubra, diosa del destino, y recordarle al chofer sus instrucciones. Con un sutil movimiento de cabeza me confirmó haber entendido, así que seguí con paso altivo y arrogante hacia la edificación.


    Como quien se siente deslumbrado por el paisaje que observa, me desvié de la entrada principal donde un par de seguratas franqueaban el portón revisando a cada invitado de forma minuciosa. Anduve deambulando por los jardines hasta que divisé la salida posterior que daba directo hacia el área destinada a la servidumbre. La cocina era un hervidero de personas, gritos, aromas y un calor sofocante. Sabía que no tardaría en ser detectado y contaba con ello. Aquel disfraz era lo bastante extravagante como para arrancarle las risitas a más de una, aunque no fue lo único que arrancó al final, ya que alguna mano se fue deslizando por partes de mi anatomía que prefiero no mencionar.

    Tal como imaginé que ocurriría fui despedido con sutil elegancia por la servidumbre luego de fingirme desconcertado y extraviado. Por un instante creí que Sophie me había descubierto, pero al final no fue sino mi prolija imaginación.


    Conducido hacia la entrada y luego un poco más allá, la chica que me servía de amable guía me dejó a mi suerte. Aprovechando mi soledad me escabullí en dirección al salón principal. Necesitaba ubicar el lugar donde se verificaba la lista que de seguro estaría por allí muy cerca. Me moví con rapidez para ocultarme entre las sombras y que Wilfred no pudiera verme. Alguna cosa había obrado en mi favor, «Lubra, de seguro», pensé cuando vi cómo se alejaba del pequeño mostrador al cual me acerqué para, por fin, cambiar la lista de invitados.

    Menos mal era de manos ágiles y pude hacerlo antes de que el mayordomo reapareciera y me pillase infraganti merodeando en las afueras del gran salón, donde la música y las voces comenzaban a cobrar vigor.

    —Disculpe, sir —dijo cortándome el paso— Debo verificar su nombre en la lista. Si me da unos minutos.

    Asentí solo con la cabeza. Mientras menos escuchase mi voz, mucho mejor.

    —Perdone, me dijo que su nombre era…

    —Armand Gautier.

    Observé el dedo de Wilfred moverse con parsimonia por aquellas páginas y sentí ganas de darle un puntapié, pero me contuve.

    —Aquí está —dijo golpeando la hoja con el índice y ofreciendo su típica sonrisa oficial— sígame por aquí, por favor y bienvenido.

    Asentí con la cabeza una vez más y caminé algunos pasos por detrás. El ruido me golpeó un instante cuando las hojas de la puerta se deslizaron frente a mí.

    Di un paso al frente y sentí cuando las puertas se cerraron. Oteé a mi alrededor en un vistazo de reconocimiento hasta que por fin ubiqué a mi objetivo.

    La señora O’Donnell permanecía junto a su flamante marido. Ambos llevaban trajes victorianos con sendos antifaces que les cubrían un tercio del rostro.

    El zafiro del destino descansaba deslumbrante en aquel esbelto cuello y sonreí.


    La música comenzó a sonar y varias parejas se dirigieron al centro del salón. Tal como habían estado cotilleando las chicas el día anterior, los disfraces eran la mar de variopintos. Como no podía ser de otra forma, varias miradas se clavaron en mí. No todos los días veías a una buena imitación de un dios celta. Me acerqué despacio y tras hacer una reverencia solicité permiso para bailar con la anfitriona. El señor O’Donnell nos hizo una seña gentil con la mano y extendí el brazo con galantería hacia la mujer. Pude percibir su nerviosismo cuando apoyó su mano enguantada sobre mi palma.

    Aunque mi máscara impedía distinguir mis verdaderos rasgos, a mí me permitía observar sin disimulo. La mujer me comía con los ojos desde el casco hasta mis doradas sandalias.

    —Permítame adivinar… —dijo coqueta— representa usted a Manannan, ¿verdad?

    Asentí con la cabeza, mientras ella ofrecía una risita algo chillona. La estreché entre mis brazos y pude ver cómo se le aceleraba el pulso. Comenzamos a girar de forma vigorosa. Aunque no hablaba, tan solo me limitaba a asentir o negar con la cabeza, a través de mis manos el mensaje que transmitía era muy diferente. La señora O’Donnell se estremecía con la respiración algo agitada; es lo que tiene practicar mucho con las manos.

    Aprovechando un impulso que la hizo chocar contra mi peto, logré activar el mando que provocó una falla eléctrica general. El salón principal y parte de la mansión quedaron en penumbras. La mujer gimió nerviosa. Voces y quejidos se iban alzando en la oscuridad, mientras se escuchaban pasos y voces fuera del salón.

    —Relájese —susurré con un marcado acento francés— todo estará perfectamente —deslicé mi mano derecha hacia su nuca mientras con el dorso de la otra le rozaba los pechos.

    —¿Usted cree? —jadeó estremecida.

    —Desde luego —volví a susurrar muy cerca de su oreja.

    La señora ahogó un gemido cuando volví a rozarle los pechos.

    —Creo… creo que se me ha aflojado el collar.

    —No se preocupe, deje que me encargue de ajustárselo.

    La estreché con más fuerza mientras deslizaba mi mano una vez más hasta su nuca.

    Las luces se encendieron en el gran salón y suspiros de alivio se fueron escuchando cada vez con más intensidad.

    —Por favor, disculpad las molestias —exclamó el señor O’Donnell indicando a la orquesta que retomase la música.

    Hice una reverencia a mi acompañante y me escabullí. La señora O’Donnell regresó junto a su marido, sofocada, con las mejillas arreboladas y demasiado ocupada en disimular su turbación como para volver su atención a aquel atrevidísimo dios celta.

    La música y el baile continuaron sin que los presentes notasen mi ausencia. Una vez fuera mientras esperaba la limusina, sonreí, satisfecho sintiendo en el interior de mi peto aquella fabulosa joya.


    Una semana más tarde, en un cibercafé me encargaba de enviar información valiosa a la familia O’Donnell y a la policía. Pagué mi tarifa y me marché silbando.

    Armand aprendería una valiosa lección después de todo esto.


    Al día siguiente salí a caminar un rato hasta que sin darme cuenta llegué a la pequeña tienda de antigüedades de Sinéad. Como siempre las campanillas anunciaron mi llegada.

    —Pareces contento —dijo— se entiende que ha ido todo bien, ¿no?

    Asentí con las manos en los bolsillos.

    —Venga, comamos y así me pones al día de todo —ordenó— y no omitas ningún detalle, aunque sea escabroso.

    La seguí al interior de la trastienda. Mientras la observaba cocinar y servir le fui contando cómo había hecho para colarme en el gran baile de máscaras, seducir a la anfitriona y robarme la joya. Sinéad escuchaba atenta asintiendo o riendo de vez en cuando. Luego de sentarse activó el mando del pequeño televisor que descansaba sobre la encimera.

    Alzó las cejas, sorprendida, al ver la imagen de Armand en una toma que no le favorecía demasiado, mientras era sacado por la policía de su flamante joyería, esposado y custodiado por dos agentes.

    Su rostro magullado daba cuenta de que aquel arresto no había ocurrido de forma pacífica.

    Sinéad se giró mirándome con los ojos muy abiertos.

    —¿Cómo hiciste para implicarlo?

    —Me colé en su despacho y dejé el zafiro en su caja fuerte.

    —Joder, menudo bribón estás hecho.

    Me encogí de hombros.

    —Que conste que no empecé yo —me justifiqué— al menos no con intención.

    Mi hermana hizo un gesto con la mano descartando la posibilidad de culparme de haberme tomado la venganza en mi mano de aquella manera. Ella al igual que yo seríamos incapaz de joder a la familia por muchos errores que alguno cometiese. Éramos conscientes de nuestra humanidad y, por tanto, nuestra falibilidad. Otra cosa muy distinta era perdonar la traición ex profeso.

    La observé en silencio mientras comíamos sin perder de vista el arresto de nuestro primo y supe que creía con fervor, tanto como yo, que se lo tenía bien merecido.


    Este relato ha sido escrito para participar en el reto de Lubra febrero 20, propuesto por Jessica Galera.

    elementos a utilizar en el desafío según Lubra:

    1. Frase inicial: «Si es que soy imbécil»
    2. Indicación: «el personaje es pillado merodeando fuera del salón principal»
    3. Frase final: «Se lo tenía bien merecido»
  • CASTIGO POR AMOR (Relato)

    Cuenta una leyenda, que hace mucho, mucho tiempo hubo una crisis entre los dioses celestiales Aztecas. Como consecuencia, un poblado mesoamericano dejó de tener descendencia y sus pobladores comenzaron a envejecer sin que nadie entendiese el motivo de aquel suceso.

     

    —Hemos enfadado a los dioses —exclamaron varios pobladores.

     

    —Tenemos que hacer sacrificios, algo para que vuelvan a vernos con buenos ojos, dejemos de envejecer y nuestras mujeres vuelvan a concebir —dijeron con el temor reflejado en sus ojos.

     

    Un trueno hizo temblar el cielo dejando a los pobladores presas del miedo.

     

    —¡Tonacatecuhtli!, ¡Tonacatecuhtli! —gritaba, furioso, Tonatiuh.

    Tonacatecuhtli se hizo presente; iba con los hombros caídos, las ojeras acentuadas y un aspecto terrorífico. Arrastraba los pies y era evidente que algo le generaba gran pesadumbre.

    —Por todos los dioses del panteón, ¿se puede saber qué es lo que te pasa? ¿y qué chingaos pasa contigo y con tu mujer? Tengo ahí abajo una población arrugándose como una pasa y sin panzonas ni chamacos por ningún lado. Haz el favor de explicarme ahora mismo —exigió Tonatiuh.

    Tonacatecuhtli suspiró profundo y comenzó a relatar lo que había estado ocurriendo entre él y su mujer.

    —Pero serás pendejo, cabrón —espetó Tonatiuh, exasperado.

    —¡Tonacacihuatl! ¡Haz el favor de venir de inmediato y no quiero excusas! —ordenó Tonatiuh.

    La diosa hizo su aparición con muchos efectos; a leguas se notaba que estaba tan furiosa como una leona enjaulada.

    —¿Qué es lo que quieres, Tonatiuh? ¿Vas a interceder por este cabrón hijo de su chingada madre? Si es que los hombres todos se alcahuetean —dijo Tonacacihuatl, indignada.

    —Cierra ese pico de urraca rezongona. Te mandé llamar para escuchar tu versión de los hechos, así que habla de una vez, que no tengo tiempo para ridiculeces, mujer —espetó el dios con impaciencia.

     

    Diosa Xochiquétzal seduciendo a una figura masculina
    Imagen tomada del códice Borg’ia

     

    Tonacacihuatl contó su versión de los hechos, animando de vez en cuando a ciertas nubes para representar lo ocurrido de manera más directa.

    —Comprendo —murmuró Tonatiuh.

    —Como verás, yo no puedo tolerar semejante traición. Esto me ha dejado devastada, casi tengo que pedir terapia y demás. ¿Cómo quieres que piense en copulaciones ni concepciones cuando mi propio marido me pone casi los cuernos con una diosa de tan baja calaña? —dijo Tonacacihuatl, llorando a moco suelto.

    —Cariño, tú misma lo has dicho… casi, no te puse los cuernos, te lo juro por lo más sagrado —intentaba explicar Tonacatecuhtli cuando truenos y relámpagos le hicieron callar de golpe.

    Dios Tláloc

    —Me mandaste llamar, Tonatiuh —dijo Tláloc, materializándose montado sobre una nube adornada con relámpagos y estrellas.

    —¿Qué sabes tú al respecto de este asunto? —preguntó Tonatiuh, con expresión sombría.

    —Que te lo intenté advertir —dijo Tláloc— pero no hiciste ni puto caso; ¿ahora qué quieres? Tengo pendiente desatar una tormenta allí abajo para acabar con la sequía y no tengo tiempo de chismorreos, así que si no te importa… —dijo, esfumándose entre truenos y relámpagos.

    Tonatiuh suspiró.

    — Itztlacoliuhqui-Ixquimilli, ¿sería tan amable de acercarse? Requerimos su presencia para un asunto delicado —llamó Tonatiuh, adoptando un tono mucho más formal.

    Itztlacoliuhqui-Ixquimilli hizo acto de presencia; miró a su alrededor y alzó una ceja.

    —¿Qué se te ofrece, Tonatiuh? —preguntó la deidad, intrigada.

    Tonatiuh, a sabiendas que el dios del castigo no era muy paciente, le puso al tanto de la situación.

    —Bien, siendo así… —asintió la deidad y con un movimiento de muñeca hizo aparecer ante todos a Xochiquétzal.

    Diosa Xochiquétzal

    Tonacatecuhtli empalideció, mientras Tonacacihuatl enrojecía de la furia e intentaba abalanzarse contra la joven deidad.

    Itztlacoliuhqui-Ixquimilli apresó a la diosa, furiosa con un manto de obsidiana. Tonacacihuatl se enfureció aún más, rezongando y gritando todo tipo de imprecaciones.

    —Cierra el pico, o la sentencia te alcanzará a ti también, ¿eh? —advirtió Itztlacoliuhqui-Ixquimilli.

    Xochiquétzal comenzó a temblar.

    —Algo no andaba bien y todo por culpa de la bruja esa, que no sabía entender una simple bromita —pensaba la joven, mientras miraba a Tonatiuh, intentando descifrar alguna cosa.

    —Xochiquétzal, serás convertida en criatura vegetal y permanecerás así allí abajo, hasta que sanes el corazón de un hombre herido por una traición; serás devorada por los pobladores y solo podrás adoptar forma humana durante la noche; ah, sí, antes de que lo olvide… sufrirás las inclemencias de cualquier ser vegetal que habite en el mundo. Esa es mi última palabra —sentenció Itztlacoliuhqui-Ixquimilli, desapareciendo justo antes de que la joven cayese de rodillas suplicando clemencia.

    —Cuaxólotl —llamó Tonatiuh—. Ni se te ocurra echarle una mano, o haré que pagues tú también, ¿has entendido?

    Cuaxólotl asintió y desapareció, no sin antes mirar a la joven con tristeza.

    —Nahual —dijo Tonatiuh—. Serás su tutor mientras cumple su castigo.

    El joven frunció el cejo en silencio. No le hacía gracia formar parte de aquel castigo, pero estando los dioses tan enojados mejor era quedarse callado.

    Tonatiuh al ver su expresión fue a replicarle, pero luego lo pensó mejor y se abstuvo. Bastante castigo era enviarle como tutor a cuidar a semejante jovencita, irreverente y díscola.

    —Por favor… no permitas que me hagan esto… por favor —suplicaba Xochiquétzal ante los pies de Tonatiuh.

    —Te lo advertí muchas veces… he sido demasiado tolerante ante tus juegos y tu desfachatez —murmuró Tonatiuh—. Has llegado demasiado lejos; y perjudicar a mi gente conlleva un alto precio.

    La joven seguía arrodillada suplicando clemencia, pero los dioses hicieron caso omiso.

    Nahual le cogió de un brazo para ayudarla a ponerse en pie.

    —Es inútil —masculló entre dientes Nahual—. Vamos, mientras más pronto comiences, más pronto estaremos de regreso.

    Xochiquétzal se limpió las lágrimas y sin abandonar del todo esa actitud soberbia que le había granjeado tantos problemas, dio media vuelta y desapareció junto a Nahual. Ambos se marcharon rumbo a la tierra, habitando la zona de Mesoamérica… Nahual convertido en las espigas protectoras de la flor de Izote y Xochiquétzal como los capullos acampanillados.

    Por su parte, Tonacatecuhtli y Tonacacihuatl con ayuda de Patécatl, sanaron a los pobladores, quienes dejaron de envejecer y comenzaron a reproducirse restableciéndose el equilibrio.

    ___

    Muchas noches, muchas lunas pasaron hasta que Xochiquétzal dejó su soberbia y su orgullo de lado y se propuso cumplir con el castigo impuesto. Estaba harta de ser engullida por aquellos seres humanos que ni siquiera apreciaban su belleza, su delicada forma, su tersura y mucho menos su sabor. Estaba harta de las inclemencias enviadas adrede por Tláloc, de ser cortada para adornar las viviendas, de ser infravalorada por tantos y tantos siglos.

    También estaba un poco harta de tantas mujeres y hombres con el corazón roto en pedazos negados a sanar, envenenados por la semilla del odio y la desconfianza; ya no le parecían tan graciosos sus juegos, sus intrigas y sus bromas para con los dioses que habían decidido convivir en pareja.

    Se había cansado de las quejas de Nahual, pero por sobre todas las cosas, se había cansado de tanta soledad.

    —¿De qué me sirve poder tomar forma humana por las noches, si siempre las paso en compañía de la soledad? —pensó con tristeza Xochiquétzal, mientras paseaba bajo la luz de la luna que, en lo alto parecía iluminarla solo a ella.

    Laguna vista de noche

    Xochiquétzal suspiró, recogiendo una lágrima que resbalaba solitaria cruzando su hermoso rostro.

    —Una mujer tan hermosa no debería llorar —dijo una voz detrás de ella.

    Xochiquétzal dio un respingo y se apartó.

    El joven se acercó un poco más. Aquella mujer tan hermosa parecía una aparición; un regalo de los dioses.

    La diosa le miraba en silencio. Los ojos de aquel joven emanaban magnetismo, pero también una profunda tristeza rodeada de desconfianza.

    Xochiquétzal lo miró a los ojos; el joven desvió la mirada y se giró observando el paisaje abrirse hacia el horizonte, bañado por la luz plateada de aquella luna enorme y hechicera.
    El joven parpadeó y sacudió su cabeza varias veces. Volteó con disimulo; ahí seguía ella.

    —¿Cómo te llamas? —preguntó la diosa.

    —¿Qué importancia puede tener eso ahora? ¿qué puede importarle a una mujer como tú? —replicó el joven con desdén.

    —¿Qué significa una mujer cómo yo? —preguntó Xochiquétzal.

    El joven guardó silencio y le dio la espalda. No quería seguir mirándola, no quería sentir aquella atracción tan poderosa nunca más, ni por ella, ni por ninguna otra.

    Xochiquétzal se acercó, cautelosa. Con delicadeza le puso la mano en el brazo. El joven, arisco, se apartó.

    —Márchate —ordenó el joven—. Las mujeres como tú solo piensan en satisfacer sus caprichos; solo quieren jugar con el corazón de los hombres —dijo, sin percatarse de lo dolorosas que resultaban sus palabras para Xochiquétzal.

    —Puede que tengas razón —murmuró la diosa con tristeza—. Las mujeres somos criaturas caprichosas y perversas… pero, ¿sabes? También podemos ser criaturas inteligentes, de corazón puro y buenas intenciones; también aprendemos la lección.

    El joven se giró, sorprendido por aquella declaración. La profunda tristeza que reflejaban aquellos ojos no parecía fingida.

    —¿A ti también te rompieron el corazón? ¿Por eso estás tan triste? —preguntó el joven, con curiosidad.

    Xochiquétzal negó, derramando un par de lágrimas que se cristalizaron antes de tocar el suelo.

    El joven la miraba confundido.

    —He sido yo, que por inmadurez y egoísmo, he roto muchos corazones, he sembrado la duda y la desconfianza, he perjudicado sin querer a mucha, mucha gente —declaró Xochiquétzal bajando la mirada.

    El joven asintió, reflexivo.

    —¿Te arrepientes de lo que hiciste? —preguntó el joven, sin dejar de observarla.

    Xochiquétzal asintió.

    —Mucho, muchísimo —confesó la diosa—. Por eso debo pagar el precio de vivir como vivo, de pasar noche a noche, tan solo en compañía de mi soledad.

    —Puedo venir a hacerte compañía —propuso el joven—. No llevo mucho en la región; quizá tú puedas mostrarme algunos lugares.

    Xochiquétzal lo miró, sorprendida.

    —¿Vendrías a visitarme? —preguntó, incrédula.

    El joven asintió.

    —Mira, yo quiero alejarme de mis cuates que se la pasan insistiendo en que salga con chicas, que así se me va a pasar lo que ella… bueno, el despecho —explicó—; pero a mí no me interesa. Yo solo quiero olvidar y, tú pareces tan sola y triste.

    —¿Te doy pena? —preguntó ella.

    El joven negó.

    —No, no me da pena tu situación, creo que es justo, si has sido tan mala mujer; pero sé lo que se siente la soledad —explicó—. Solo pensé que podíamos juntar tu soledad y la mía y quizá eso nos sirva, aunque sea de consuelo.

    —Puede que tengas razón, sí —murmuró la diosa.

    —Nada perdemos con intentarlo, al menos —dijo el joven, esbozando una tenue sonrisa.

    Xochiquétzal lo miró y sintió una calidez invadirle todo el cuerpo. Una suave brisa trajo el susurro de un ser que ella conocía muy bien.

    —Tengo que irme —dijo la diosa, girando para marcharse en sentido contrario.

    El joven la detuvo, cogiéndole por un brazo.

    —¿Volverás?

    —volveré, si en realidad quieres que vuelva.

    —Te esperaré aquí mañana —afirmó el joven, sin dejar de verle a los ojos.

    Xochiquétzal, se fijó en aquella mirada y se estremeció.

    —Así será —dijo, y se marchó.

    Cuaxólotl, sonrió, escondida entre los matorrales.

    —Te meterás en problemas —susurró Nahual a la diosa.

    —Que va —comentó esta, haciendo un gesto con la mano—. Se me prohibió ayudarle a ella, pero nadie dice que no pueda ayudarle a él —explicó, señalando al joven.

    Nahual se encogió de hombros.

    ___

    Noche a noche, por varias lunas, ambos se encontraron junto a la laguna. Paseaban, conversaban, se sanaban. Sin saber cómo, ambos corazones se reconciliaron con la vida y el amor.

    Una noche el joven apareció, pero había algo diferente en él. Sus ojos brillaban, se notaba que estaba emocionado. Xochiquétzal sintió su corazón rebosar de alegría. Nada le hacía más feliz que verle tan animado. Atrás habían quedado aquellos días de tanta amargura y tristeza.

    —Tengo que contarte algo —dijo, andando nervioso de un lado a otro.

    Xochiquétzal se sentó en una roca y le invitó a sentarse junto a ella.

    —Cuéntame —invitó la diosa.

    El joven inició su relato. A medida que avanzaba, Xochiquétzal sentía como su corazón se iba rompiendo en pedazos.

    —¿No te alegras por mí? —preguntó él, mirándole a los ojos.

    Xochiquétzal tragó grueso y haciendo acopio de todas sus fuerzas, asintió y esbozó una sonrisa.

    —Desde luego que sí; es maravilloso que hayas conocido a alguien así de especial —murmuró ella.

    —Me gustaría que la conocieras, le he hablado mucho de ti —sugirió el joven.

    —Quizá sea un poco difícil —comentó ella— ya ves que solo tengo tiempo libre por las noches.

    —Lo sé, pero sería muy importante para mí, sobre todo ahora que… —intentó terminar la frase, pero ella le detuvo.

    —No te preocupes —le tranquilizó—. Imagino que querrás pasar mucho más tiempo con ella y ya no podrás venir como solías hacer.

    El joven asintió; Xochiquétzal mantenía a duras penas la sonrisa. No podía flaquear y dañarle aquel momento; su felicidad era lo que más le importaba. Ya tendría tiempo de llorar y lamentarse por lo que habría deseado que fuese y no fue… lo que, de hecho, nunca sería.

    —Tengo que irme —anunció el joven.

    Xochiquétzal se puso en pie y con mucha delicadeza estampó un beso en su mejilla.

    —Promete que serás muy feliz —dijo ella.

    —Claro que sí —respondió él—. De todas maneras, no creas que me olvidaré de ti ni mucho menos, vendré cada vez que pueda; incluso trataré de que ella venga, así se conocen… te encantará, lo sé —concluyó el joven, sonriente.

    —Seguro que sí —afirmó ella, mientras le veía marchar.

    Xochiquétzal lloró amargamente hasta quedarse sin lágrimas.

    —¿Estás lista para volver? —preguntó Nahual.

    —Me quedaré —declaró ella.

    —¡Estás loca!; yo no paso aquí un momento más —exclamó Nahual con enfado.

    —Tú puedes volver si es lo que quieres —murmuró—. Yo ya no tengo razones para volver, tampoco tengo razones para seguir siendo una diosa.

    Nahual iba a replicarle, pero una mano en el hombro le detuvo. Tonatiuh se materializó ante ellos. Xochiquétzal lo miraba con un profundo pesar.

    Dios Tonatiuh

    —Te permitiré permanecer en la tierra hasta que tu corazón sane, pero luego deberás volver al panteón —dijo el dios, mirándole a los ojos.

    —Como ordenes —murmuró la diosa.

    —No podrás adoptar forma humana por las noches, serás solo una criatura vegetal —sentenció Tonatiuh.

    Xochiquétzal miró a Nahual con preocupación.

    —No te preocupes —dijo el dios—. Le haré volver y dejaré que las espigas formen parte de ti.

    La joven diosa le miró, agradecida.

     

    Flores de Izote en Maquilishuat

    Muchos siglos pasaron antes de que Xochiquétzal volviese al panteón de los dioses. Desde entonces, en toda Mesoamérica florece entre abril y mayo, aquella hermosa flor cuyas espigas miran al cielo y cuyos capullos acampanillados ornamentan el paisaje de la región y deleitan el paladar de los más diversos comensales.

     

    Si te ha llamado la atención la cosmogonía de este relato, puedes visitar un resumen del panteón azteca.

     

    Gracias por leer y no te olvides de dejarme tu comentario que, ten por seguro será bien recibido.

     

    ¡Nos leemos en la próxima historia!

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