Etiqueta: Narrativa

  • CASTA MERCENARIA – La Hermandad De La Fleuret Noire

    Joven mujer apuntando con un rifle a la espera de disparar a su objetivo
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com

    La Hermandad De La Fleuret Noire

    Salió escopetada tan rápido como pudo comprobar que su objetivo estaba liquidado. Dio esquinazo en lo que divisó al par de policías. Entró en el baño de damas como alma que lleva el diablo. Se cambió con rapidez lanzando todo en una bolsa negra de basura que luego quemaría en algún vertedero de las afueras de la ciudad. Tiró de la cadena y salió para retocarse el maquillaje. Su abundante cabellera morena enmarcaba un rostro de facciones casi perfectas. Se retocó el labial y salió con calma.

    Afuera en el centro comercial un jaleo daba cuenta del trabajo que acababa de finalizar. Se marchó en dirección contraria con una sonrisa en los labios.


    Dos días después de aquel encargo se encontraba en la hermandad. Había sido convocada por el gran hermano.

    —Este es tu nuevo objetivo, Michelle. —Frunció el entrecejo al ver la fotografía.

    Se dedicó un instante a detallarle. No parecía el típico asesino al cual acostumbraban a liquidar. Claro que aquella tupida barba podía ocultar muchas cosas debajo, al igual que aquellos ojos felinos que miraban con atención. Parecía pan comido.

    —Es más del tipo de François, ¿no? —Devolvió la fotografía, nunca se quedaba con ninguna.

    —¿Desde cuándo eres tú quien clasifica los objetivos?

    Se encogió de hombros ante el tono cortante de Pier. Era un capullo de primera, pero a ella eso le daba igual mientras le diese trabajo y ganase la misma cantidad de dinero que el resto de sus hermanos. Al menos él era el único que no la denigraba por ser mujer.

    —¿Para cuándo se le quiere fiambre?

    —Mañana a primera hora —respondió— asegúrate de marcarlo.

    Alzó las cejas, sorprendida. Ese requisito sólo se pedía cuando el objetivo tenía más de un contrato en contra.

    —¿Quién más le busca? —Se aventuró a pesar del mal humor de Pier.

    —La Corte. —La chica alzó las cejas, incrédula.

    Silbó antes de dejar caer su esbelto cuerpo en el sillón.

    —¿La paga?

    —Un millón —dijo— cuatrocientos para ti, seiscientos para nosotros, depositados en el banco suizo de siempre, en cuanto la marca se verifique.

    —¡Mondiù! —se puso en pie del tirón— ¿Hablas en serio?

    —Hoy tienes la vena de la estupidez muy latente, petit —el tono de amenaza permanecía bajo la sonrisa gélida que le ofrecía— yo no suelo bromear con el trabajo, lo sabes.

    Desde luego que lo sabía. No obstante, no solía tener tales encargos. Ese hombre tenía que ser en extremo peligroso si alguien estaba dispuesto a pagar semejante suma para verlo muerto.

    —¿Hay extras?

    —Si fallas se subirá la paga en cincuenta porciento y se incluirá tu cabeza en el contrato.

    No le sorprendió. En un encargo como aquel no podían permitirse los fallos. Lo que sí le sorprendía es que Pier la tuviese en cuenta por encima de François y Jeanpaul. Obvio que no le diría nada, pero se iría con tiento. Algo le olía a chamusquina y su instinto no solía fallarle.

    —Se te enviará el resto de información por la vía habitual, ya sabes qué hacer.

    Pier vio marchar a la chica y solo cuando verificó por las cámaras que hubo salido del edificio hizo la llamada que tenía pendiente.

    —La operación está en marcha —guardó silencio mientras escuchaba— no dio señales de sospecha, pero yo de ti me iba con cuidado; es digna hija de su padre y representante digna de su casta.

    Pier colgó tras aquella declaración. Tras un par de comandos pulsados con precisión activó las cámaras del estacionamiento.

    Michelle caminaba con paso seguro y elegante. Lamentaba salir de ella porque durante los últimos cinco años había resultado un buen elemento, pero negocios eran negocios. A su edad lo que pretendía era un retiro satisfactorio y ella se lo proveería. Suspendió la imagen enfocando su rostro. Tras otro par de comandos envió la fotografía a su contacto en La Corte.

    Cualquiera del gremio pensaría que su hermandad y La Corte eran enemigos acérrimos, pero nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que eran organizaciones cuyas transacciones se manejaban a un muy alto nivel y que quedaban solapadas, con frecuencia, a conveniencia. Siempre era preferible una buena coartada que moviese el mercado del sicariato permitiéndoles subir las tarifas que resignarse solo a depender del interés o la necesidad del cliente.

    Con la operación en marcha ahora solo quedaba esperar los resultados.


    Michelle se dirigió a la localización donde hallaría a su objetivo. Según el informe era un mercenario de La Corte que había desertado hacía un año. Esperaría el momento más propicio. Por fortuna esa tarde llovía a cántaros; sería mucho más sencillo camuflarse y pasar desapercibida.

    Con sumo cuidado preparó el arma que utilizaría esta vez. Puesto que su objetivo era alguien todavía más letal que ella, tendría que utilizar un método que le permitiese abatirlo a cierta distancia. Impregnó los dardos con un compuesto preparado utilizando cicutoxina y batraciotoxina, cuidando de no entrar en contacto con el compuesto. Eran dos sustancias costosas y difíciles de conseguir, pero altamente eficientes en casos como ese. Cargó los dardos en el disparador oculto en su paraguas y permaneció al acecho.

    A la hora estimada su objetivo se acercaba montando una Harley Davison. Tras reducir la velocidad ella avanzó por la calzada desplegando el paraguas a metro y medio. Con rapidez pulsó el botón del sistema automático y los dardos salieron disparados desde la punta hacia el cuello y la espalda del objetivo. Cubriéndose para no ser vista por el mercenario, permaneció de pie mientras el hombre caía hacia atrás presa del potente veneno.

    Luego de presenciar el último espasmo del hombre, Michelle se acercó con sigilo para marcar a su objetivo con el sello de la hermandad. Tuvo solo el tiempo justo de marcarlo con el ácido cuando por el rabillo del ojo atisbó un par de botas masculinas. Su instinto de supervivencia empezó a enviarle señales de peligro que no desoyó. Simulando continuar ajena a la presencia del recién llegado se movió cubriéndose con el paraguas extendido. Girando sobre el pie izquierdo esquivó por los pelos un cuchillo que se terminó clavando en la llanta delantera de la motocicleta. Aprovechando el impulso de su atacante se agachó y le hizo trastabillar golpeándole con el paraguas en las rodillas y haciendo que el hombre cayese de bruces.

    Con rapidez se puso en pie tras rodar sobre el costado izquierdo y extrajo uno de sus puñales; sin perder el impulso saltó empujando de nuevo al hombre contra el suelo.

    Montada ahorcajada sobre su espalda le tomó por el cabello, pero el mercenario se giró deshaciéndose de su agarre.

    Antes de que el asesino pudiera sujetarla volvió a rodar acuclillándose a cierta distancia. El mercenario le arrojó otro cuchillo que le rozó el brazo izquierdo haciendo un corte profundo que comenzó a sangrar de inmediato.

    Apretó los dientes para no chillar mientras permanecía atenta al hombre que se le acercaba con una sonrisa sardónica en los labios. Dejó que se aproximara lo suficiente como para poder atacarle con un ardid antiguo pero efectivo.

    Cuando lo tuvo a dos pasos a punto de cogerla hizo una finta simulando que le arrojaría algo a la cara. El hombre rompió su defensa y ella le clavó el puñal en el vientre causándole una herida lo bastante grave y en extremo dolorosa como para debilitarlo.

    El asesino perdió el equilibrio cayendo de rodillas mientras se presionaba la herida. Ella se fijó en él. No le reconocía, pero sabía que pertenecía a La Corte por aquel curioso tatuaje que mostraba en el cuello. Posó sus fríos ojos grises en su rival y esperó unos segundos para serenarse antes de hablar.

    —No fallé —murmuró la chica— vosotros quedáis fuera.

    —Tu cabeza…tiene…precio.

    Michelle se mantuvo estoica, aunque aquella revelación le había provocado una punzada de rabia y temor. En su profesión tarde o temprano se corría el riesgo de convertirse en objetivo.

    —¿Quién quiere mi cabeza?

    —La hermandad… ofreció …doscientos cincuenta mil.

    La joven mercenaria tragó grueso. Habría esperado cualquier otra cosa menos la traición de su propia gente.

    —Ve en paz —masculló antes de cortarle la garganta para evitarle una agonía atroz.


    Michelle abandonó el lugar sin mirar atrás. Tal como le había enseñado su padre manipuló la escena para borrar cualquier rastro de su presencia. En el fondo no sería tan difícil, de gran parte de la evidencia se haría cargo la lluvia que seguía cayendo sin cesar.

    Entrando a su refugio se encargó de la herida que el mercenario de La Corte le había provocado. Puntada tras puntada no dejaba de darle vueltas a lo que el asesino había dicho. Era poco probable que sus hermanos fuese los traidores. Si bien no veían con buenos ojos que ella siguiese la tradición familiar, había otras formas menos drásticas de un retiro prematuro por su parte. Solo una persona podría beneficiarse con aquello y si las malas lenguas tenían razón de cómo funcionaban las cosas en el gremio, ya sabía quién era el traidor.

    Para ese momento su nuevo objetivo tendría que saber que ella seguía en este mundo y si era inteligente, sabría también que ella estaba en conocimiento de su traición. Armada como ameritaba la situación, salió dispuesta a cobrar su recompensa porque como siempre decía su padre: «ningún Leroy deja deudas pendientes, eso es de muy mal gusto.»


    Entró sin anunciarse. Sentado en su escritorio, Pier la observaba de forma especulativa. Con los sentidos agudizados por la ira, ladeó la cabeza antes de dispararle en el hombro de su mano dominante con la cual pretendía avisar a sus gorilas de que estaba en una situación comprometida.

    La joven mercenaria se sentó en la silla de visitantes. Pier seguía observándola sin parpadear. Gotas de sudor se iban acumulando en su frente.

    —¿No te interesa saber por qué?

    —No necesito tus explicaciones —replicó con tono gélido— Saldaremos nuestras deudas, es lo único importante en este momento.

    —Puedo negarme.

    —Y yo puedo torturarte durante toda la noche hasta que hagas lo que has debido hacer desde el principio —la joven se reclinó cruzando las piernas—, todo es asunto de decisiones. Tú decides si sufres una muerte rápida y compasiva o una dolorosa y muy, pero muy lenta.

    —Eres una mala imitación de Gerard, ¿lo sabías?

    Michelle se encogió de hombros. Puede que en otro momento aquella puya le hiciese saltar, pero Pier había dejado de formar parte de sus afectos.

    —Tu opinión carece de valor ahora mismo, hermano. —El hombre tragó grueso al verla tan fría y controlada.

    —Quizá tus hermanos no piensen lo mismo que tú, ¿no crees?

    La joven negó con la cabeza.

    —Ellos saben tan bien como yo que la traición solo se paga con la muerte, Pier.

    —No te atreverás a dejar la hermandad a la deriva —espetó—, nadie te seguirá.

    Michelle sonrió y sus labios se curvaron con lentitud. Su rostro mostraba una curiosa satisfacción.

    —Desde luego que lo harán, sobre todo cuando vean cómo el gran hermano exhala su último aliento a manos de una Leroy.

    Gritos terroríficos de súplica rompieron el silencio en aquella oficina, pero nadie acudió.


    Doce horas después todos los miembros activos y no activos de la hermandad recibían un enlace y una notificación de cambio de mando, además de una nueva normativa la cual podían aceptar o rechazar asumiendo las consecuencias. Michelle sonrió al ver en la pantalla del ordenador de su nuevo despacho como iban llegando las notificaciones de aceptación y respaldo. La hermandad de la fleuret Noire estaba bajo su mando.


    Este relato ha sido escrito para participar en el desafío literario Imagena de enero ‘solo puede quedar uno’, propuesto por Jessica Galera en Fantépica.

    elementos a utilizar en el desafío:

    1. Cuatro personajes de los que solo debía quedar uno.
    2. elemento escogido al azar como arma: Un paraguas.
  • EL MAGO Y EL CANTAOR

    Hombre tocando una guitarra acústica al aire libre
    Imagen libre de derechos, tomada de pixabay.com

    DEDICATORIA


    A ti, que has alegrado muchos momentos de tristeza tan solo con tu don de gente
    y tu guitarra gentil.
    Que tus cuerdas vibren por siempre
    Y que el universo llene de felicidad cada paso que des hoy, mañana y siempre.


    Cuenta una antiquísima leyenda que, en un reino olvidado por los hombres habitaba un mago. Este mago, de quien nadie quiere recordar su nombre, jugaba con las artes oscuras porque ambicionaba dinero y poder.

    Tras una lucha contra la hechicera Loredana, el mago, al que no le gustaba perder, apostó con la hechicera y esta que era mucho más lista y perversa, lo engañó utilizando un acertijo que solo un hombre sobre la faz de la tierra era capaz de resolver, pero claro, el mago no supo esto hasta que fue demasiado tarde.


    Dime buen mago
    Como puede suceder,
    Que de cinco partidas de ajedrez
    Cada jugador ganase tres…

    El mago que intentó dar todas las respuestas posibles, falló en todos los intentos. Así que la hechicera le robó todo su poder y el mago, al verse despojado de la magia juró encontrar al hombre que fuese capaz de responder aquel acertijo.

    Muchos soles y muchas lunas hubo de pasar el mago caminando por el mundo hasta que un día, en medio del camino se tropezó con un cantaor que llevaba su guitara y un pequeño fardo. El mago, ante la pinta de gitano de aquel joven, desconfió.

    —No tengo dinero —advirtió el mago.

    —¿Y quién te ha dicho a ti que yo quiero tu dinero, payo?

    El mago achicó los ojos, todavía más desconfiado que al principio.

    —Y si no quieres mi dinero, entonces ¿qué quieres?

    —Algo que ni tú ni nadie con todo el oro del mundo me podría otorgar.

    —No hay nada imposible para la magia, gitano —afirmó el mago.

    —tú no tienes aspecto de mago, payo —el cantaor lo observaba de arriba abajo, risueño.

    —Pero lo soy y muy poderoso —se pavoneó el mago—. Capaz nos podemos ayudar el uno al otro.

    El cantaor ladeó la cabeza, desconfiado ante la propuesta.

    —¿Qué puede necesitar un mago tan poderoso como tú de un cantaor como yo?

    —Necesito encontrar a un hombre. Es un hombre muy especial porque es capaz de responder todo tipo de acertijos.

    El cantaor sonrió mirando al hombre.

    —Mira si estarás de suerte… ese hombre, soy yo mismo. Dime tu acertijo y lo responderé, en un dos por tres.

    El mago algo incrédulo lo miraba de soslayo pensando que aquel pobre hombre estaba tocado de la cabeza. No iba Loredana a escoger a un humano tan como aquel para semejante responsabilidad, ¿no?.

    —a ver, buen hombre ¿y usted que quiere a cambio?

    El cantaor con el rostro ensombrecido dijo:

    —Quiero cantar como los ruiseñores; como la luna le canta a la noche y el sol al amanecer.

    Al mago le parecía algo sencillo de satisfacer si tuviese con él todo su poder.

    —Muy bien, preste atención al acertijo y si usted me brinda la solución,
    Yo gustoso, le otorgaré ese don.
    El cantaor estrechó su mano con la de aquel mago y así sellaron aquel trato que a ambos al final benefició.

    Tras escuchar aquel acertijo en versos, el cantaor recitó:


    En un juego de ajedrez,
    Dos contrincantes pueden,
    Ganar de cinco partidas tres,
    Si juegan por separado
    Cada uno por su lado,
    Y nunca a la misma vez.

    Los ojos del mago brillaron cuando sintió volver toda su magia y en su mente Loredana gritaba de rabia por verse obligada a devolverle su poder.

    —ahora mi buen amigo, tenga usted su beneficio por responder el acertijo que ha devuelto mi poder.

    El cantaor lo miraba algo incrédulo, pero decidió comprobar si aquel viejo mago le decía la verdad. Cogió su guitarra y tras afinarla de oído comenzó a tocar y cantar. Se quedó tan sorprendido de ver el público que a su alrededor se agrupaba que cuando cayó en cuenta que todavía no le había agradecido al mago por su regalo, este ya había desaparecido.

    Y fue así como aquel hombre fue por todos conocido, como el cantaor que hizo que aquel mago de quien nadie sabe el nombre, resolviese el acertijo.

  • LA ÚLTIMA ECLOSIÓN


    Las palabras de mi mentor seguían resonando en mi cabeza. A pesar de que el consejo se había tomado la libertad de liberarlo de sus obligaciones para conmigo, continuábamos encontrándonos como cada día, en la antesala de mis aposentos. Verle morir entre mis brazos había sido un golpe muy duro de asumir. La culpa por su muerte me acompañaría hasta el final de mi existencia. Tener la certeza de que alguien me quería muerto no hizo sino acicatear mi propósito: cumplir la última voluntad de Gerard.

    Tras apertrecharme como correspondía a un ciudadano de mi rango, me dirigí al despacho de la Alianza. Atravesé cada control de seguridad hasta que por fin me vi en mi destino. Me coloqué en el sillón y pulsé en el teclado digital la clave que me había susurrado Gerard segundos antes de exhalar su último aliento.

    El holograma de mi mentor me dio la bienvenida al materializarse frente a mí. Se me formó un nudo en la garganta producto de la tristeza y la culpa, pero respiré profundo y me sobrepuse. No había tiempo para gilipolleces sentimentales. Su voz, grave y profunda me advirtió que una vez me adentrase en el campus virtual no habría marcha atrás. Asentí, pues sabía que era imperativo acceder a la información que se me había estado ocultando, a pesar de haber sido escogido por el consejo como el próximo líder de la alianza entre carcax y progrex.

    Respiré profundo y tragué para poder controlar el nudo que se iba formando en mis entrañas al ver aquellas imágenes. Tomas aéreas mostraban el verdadero estado de la tierra luego del cataclismo ocurrido en 2050. Comprobar con mis propios ojos aquella devastación empezaba a mermar mis fuerzas; pero lo peor estaba todavía por venir.

    Ante mis ojos una gran cantidad de datos comenzaba a pasar con rapidez y entonces lo comprendí, nos habían estado engañando por casi un siglo. En realidad, no se estaba haciendo nada por revertir los daños; tampoco era cierto que estábamos repoblando la tierra, todo lo contrario, se había estado ejecutando un programa de selectividad tan severo que todo aquel que no cumpliese con determinados requisitos biológicos era exterminado, esterilizado o desterrado; era indispensable no malgastar los pocos recursos naturales y artificiales con los que habíamos estado sobreviviendo hasta el momento. La falsa igualdad que la alianza pretendía vender solo había sido una pantomima. En realidad, no teníamos derechos ni libertades; no éramos ciudadanos iguales ante la ley, ni podíamos tomar nuestras propias decisiones.

    No estábamos intentando recuperar el planeta, solo nos habíamos asegurado la supervivencia al precio que fuese, incluso si eso contemplaba vidas humanas. No éramos una nueva nación, ni la representación de la evolución del ser humano. Sacrificábamos a nuestra propia especie, sobre todo aquella que no estuviese dispuesta a acatar las directrices de la alianza sin oponer resistencia.

    Di un respingo ante aquella palabra. Un fuerte dolor de cabeza se me había alojado en la base del cráneo anulando por segundos mis sentidos. Casi entré en pánico al verme a oscuras sin poder percibir nada a mi alrededor. La voz de Gerard me reconfortó. Seguí sus instrucciones y en segundos logré recobrar mi percepción. Las imágenes que se sucedían ante mí no necesitaban palabras, ni adjetivos; la verdad estaba ocurriendo ante mí. Los renegados existían y los rumores que tanto se habían esforzado por acallar cobraban vida. Ahora comprendía por qué Richard y los otros no habían regresado nunca.

    Cerré los ojos un instante y negué con la cabeza. No quería dar crédito a tanta crueldad. Con qué facilidad se nos engañó haciendo pasar como reconocimiento y honor lo que solo podía representar una pena de muerte encubierta, tan solo por el hecho de disentir, de ser diferente; de no querer formar parte de una mente colectiva con pensamiento único; por no querer olvidar el pasado.

    Respiré profundo y negué con la cabeza a la propuesta de abandonar el campus virtual. Tenía que ver cada imagen, cada vida extinguida, cada promesa de la alianza incumplida; pues ese sería de ahora en adelante el motor que impulsara mi nuevo propósito

    Me sequé las lágrimas con el dorso de la mano y me esforcé para recomponerme; más que nunca tenía que ser fuerte, sobre todo si pretendía darle una oportunidad a la tierra y a la especie humana. Tal como estaba programado el campus se autodestruyó sin dejar rastro alguno una vez se reprodujeron todos los ficheros almacenados en el repositorio. Gerard sabía bien lo que hacía, ahora todo lo llevaría grabado a fuego y terror en el laberinto de mi memoria. Por fortuna no fue lo único que se autodestruyó.

    Revisé de forma minuciosa toda la información que ahora formaría parte de mí y apreté los dientes esperando la característica disonancia, pero esta nunca llegó. Luego de respirar profundo un par de veces, utilicé mi comunicador y establecí contacto.

    Hora y media después me encontraba en el salón del consejo asumiendo mi puesto como el nuevo líder de la alianza. Entre tanto, bajo tierra, los renegados permanecían expectantes ante el discurso que estaba siendo transmitido en ambas estaciones continentales.

    —¿De verdad confías en él? —Richard apoyó una mano en el hombro de su interlocutor.

    —Confío y tú también deberías confiar.

    Ambos se giraron hacia la gran pantalla al escuchar el final de aquel discurso.

    —No os defraudaré. Honraré el compromiso que me habéis otorgado. Tiempos de cambio vendrán para quedarse y el futuro será tal y como lo habéis imaginado.

    Richard y su interlocutor sonrieron comprendiendo el verdadero significado de aquellas palabras: la última eclosión acababa de comenzar y esta vez, sería definitiva.


    Este cuento fue seleccionado por la Revista Penumbria de México, para formar parte de su quincuagésima antología, que lleva por nombre «Antología de cuento fantástico, dedicada al fin del mundo».

  • A SALVAR LA NAVIDAD

    Escena de un pesebre
    Imagen libre de derechos, tomada de pixabay.com


    «Era una noche tan fría que hasta los árboles tiritaban. Ningún animal se atrevía a salir de su guarida y las blancas calles dormían totalmente desiertas.

    Las chimeneas escupían convulsivamente las sobras de las casas y los cristales empañados de las ventanas impedían ver el interior de las familias.

    »Esa noche tenía un trabajo que realizar y nada ni nadie en el mundo me impediría ejercer mi encargo. Tal vez fuera la última vez en mi vida, pero, ni el clima más despiadado ni el deseo por el calor de mi dulce hogar me harían desistir en mi cometido.

    » Volví a comprobar mi puñal, la cuerda y mi ansiedad, y sin más demora, me adentré en el pueblo…»

    Con los dientes castañeteando y los dedos ateridos de frío, eché a andar rumbo a la iglesia. El pesebre, ubicado a un lateral permanecía casi intacto y ese era, en resumidas cuentas, el problema.

    Me acerqué por si fuese posible que un milagro ocurriese en vísperas de Navidad, pero no pude estar más equivocada. Justo ahí, tal como me describía Santa en su carta, había un gran espacio vacío. Respiré profundo para mantener mi ansiedad a raya.

    Conté despacio ayudándome con los dedos y sí, en efecto, las cuentas no daban. Resoplé, fastidiada. A pesar de lo cabezotas que suelo ser, todavía tenía esperanza de poder regresar a casa en un santiamén, pero algo me decía que eso no iba a ser posible.

    Rodeé el pesebre rumbo a la casita parroquial y con todo el aplomo del que pude disponer, toqué la puerta. Una octogenaria se asomó a la ventana llevando en las manos una vela cuya llama danzaba en la penumbra, otorgándole un aspecto misterioso. Como pude le hice señas a ver si se animaba a abrirme la puerta, pero la señora parecía una estatua del siglo pasado. Tras varios intentos infructuosos, decidí seguir por mi cuenta antes de que el culo se me congelara tanto como la nariz y las orejas.

    Saqué la carta del bolsillo interno de mi abrigo y me acerqué al poste más próximo. Releí hasta las últimas líneas, la doblé con cuidado y la guardé de nuevo.

    Miré mi reloj y apreté el paso. Según Santa tenía que cumplir su petición antes de las doce de la noche o el mundo se quedaría este año sin Navidad. Y bueno, ¿quién puede negarse a salvar la Navidad?

    —¿Qué fetichismo tendrían todos con esa jodida hora? —Me detuve a recobrar el resuello, mientras mi mente seguía pensando por qué todo tenía siempre que girar en torno a la media noche. El frío me iba calando los huesos y solo me restaba hora y media.

    Me puse a pensar qué haría si fuese una figurita de pesebre en descontento. ¿a dónde me iría? Iluminada de pronto con una lucidez inusitada muy poco propia de mi estructura de pensamiento, salí corriendo como alma que lleva el diablo.

    Frené en seco al llegar a mi destino. En efecto, había atinado del todo; lástima que no se tratase de la lotería o el bingo; seguro que en esos juegos de azar terminaba siendo más afortunada.

    Cogí la cuerda y como pude hice un nudo de tal forma que pudiese servirme de correa y me lancé a por mi objetivo.

    Margareta, no se dio ni por enterada. Sentada con placidez en medio del parque central, ni si quiera se inmutó al sentir cómo mi cuerda la lazaba. Di un pequeño tirón; solo lo suficiente para que la cuerda se ajustase a su cuello sin ahorcarla. Como me cargara a la oveja favorita de Santa, iba a ser otra la que ocupase su lugar y a mí, la verdad, esto de personificar se me da fatal.

    —Venga, Margareta, tienes que volver a tu lugar en el pesebre —Margareta seguía a su bola masticando las pocas hojitas que todavía no se habían cubierto de nieve—. No me obligues a convertirte en filetes, tú no te lo imaginas, pero a Santa le gusta el cordero al vino con patatas.

    Margareta ladeó la cabeza un instante y el gorrito rojo amenazó con caerse. Como pude se lo enderecé e insistí, pero la jodida oveja seguía sin obedecerme.

    Tras cuarenta minutos de tira y empuja, saqué mi cuchillo. De haber sabido que era un método más persuasivo, lo habría sacado desde el principio.

    A rastras logré devolver a Margareta a su lugar. La dejé atada como precaución, por si se sentía impelida a abandonar de nuevo el pesebre. Justo al dar las doce menos veinte, apareció santa frente a mis narices.

    Margareta baló con fuerza cuando Santa cogió el gorrito y se lo colocó en su brillante cabeza.

    —Gracias, esto de ir de casa en casa con este frío que pela y sin tener como cubrirme la calva es un poco coñazo —abrí los ojos como platos sin dar crédito a lo que escuchaba.

    —¿Y Margareta?

    —No te preocupes de nada, ella estará perfecta como siempre —Santa hurgó en su bolsillo derecho y me extendió el puño. Por reflejo extendí la palma y dos monedas rarísimas cayeron en mi mano.

    Alcé la mirada y vi el trineo recortarse contra la luz de la luna. Desde el cielo Santa saludaba risueño, Margareta había vuelto a su estado pétreo y yo miraba perpleja aquel par de monedas, preguntándome si al menos don Cayetano me las aceptaría a cambio de glorias y polvorones.


    Esta historia ha sido creada para participar en el ‘Va de Reto’ del mes de diciembre, propuesto por José Antonio Sánchez (@JascNet) en su Acervo de Letras.

  • LA ORUGA IMPERTINENTE Y EL HADA

    Bosque Mágico de cuento de Hadas
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com


    Dedicado a todos aquellos que necesitan aprender a mirarse más y mejor…


    Vagaba la pequeña hada triste por los recónditos rincones del bosque mágico, llorando la pérdida de su amor. Agazapada entre un montoncito de tréboles, la oruga se arrastraba con dificultad.

    —eh, tú —seseó la oruga, asomando su pequeña cabeza entre las aterciopeladas hojas—. ¿Puedes echarme una mano?

    El hada, ensimismada en su dolor, siguió ajena a la petición de la oruga, hasta que pensando que era una piedra, la pateó.

    —¡Ay! —chilló la oruga, frotándose entre las hojas para mitigar el dolor— ¿Qué acaso no ves por donde caminas, niña?

    El hada, sorprendida alzó la mirada. La pequeña oruga la observaba entre dolorida y consternada.

    —Lo siento —la voz del hada asombró a la pequeña oruga—; es que no te vi.

    —Y tanto que no me viste, si hasta me pateaste con ganas —Se quejó un poco la pequeña oruga.

    El hada alzó las cejas, negando con la cabeza.

    —¿Cómo dices que lo he hecho con ganas? ¿tú no estás en mi cabeza para saber qué pienso, ni en mi corazón, para saber qué siento.

    —Eso es cierto —confirmó la oruga—, pero no necesito estar allí dentro, igual me has pateado y ni cuenta te diste de ello —El hada se cruzó de brazos, enfurruñada—. Mírate ahora, a la defensiva; como si yo te hubiese hecho algo, cuando eres tú la que me ha pateado a mí.

    —Ya te dije que no fue adrede —Los labios del hada temblaban reprimiendo las lágrimas—. Es que tú no entiendes.

    —¿qué tengo que entender? … que vives en tu mundo ¿y por eso ni cuenta te das de lo que te rodea?

    El hada rompió a llorar, desconsolada. La oruga, se acercó un poco más, pero dejando la suficiente distancia por si el hada, distraída, la volvía a patear.

    —¿Por qué lloras así, niña?

    —Porque perdí a mi amor y también mi magia.

    —El amor no se pierde, ni la magia tampoco; eres un hada, deberías saberlo.

    —Ahora mismo no sé nada —el hada rompió de nuevo a llorar con ganas.

    La oruga, se acercó solo un poquitín, aún no confiaba en que el hada no la pateara por andar toda despistada.

    —Y si no lo sabes tú, ¿quién lo va a saber? —El hada se giró para mirar a la pequeña oruga.

    —¿A quien le importa eso? Nadie me entiende; tú tampoco.

    —a mí no me importaba, hasta que me pateaste.

    —¿Vas a seguir con la cantinela? Ya te dije que no fue adrede.

    —Y tú, ¿vas a seguir con la llorantina, llevándote por delante a todo ser viviente porque nadie entiende cómo te sientes?

    —Yo no hago eso.

    —¿Seguro? —el hada miraba a la oruga, pensativa.

    —Creo que no lo hago —titubeó un instante—; al menos no me he dado cuenta.

    —¡Touchè! —El hada se sobresaltó, frunciendo el cejo—. Estás tan ensimismada en tu dolor, en lo que sea que sientes, que no te das cuenta de lo que haces, de lo que dices. Eso es un problema, ¿sabías?

    —¿Para quién va a ser un problema?

    —Para lo que te rodea, niña… incluso para ti misma —el hada se puso de pie, enfadada.

    —tú no sabes lo que dices, eres una simple oruga, tú no entiendes.

    —bueno, no hay mucho que entender —La oruga la observaba, serena—. Estás dolida, te sientes sola y abandonada.

    —¡te dije que mi amor se murió!

    —No, me dijiste que lo habías perdido… lamento que te sientas así, pero sabes una cosa, aferrarte al dolor, la tristeza y el pasado no revive a ningún ser viviente.

    —Eres una oruga tonta e insensible… estúpida.

    —Puede que lleves razón, pero no soy la única criatura tonta por aquí en este mundo —el hada miraba a la oruga con rabia—. Lo de insensible, es cuestionable —el hada abrió mucho los ojos, atónita ante aquella criatura—. ¿por qué soy insensible según tú? Porque no sufro como tú, porque me atreví a decirte lo que pienso, o porque no busco consolarte como te gustaría.

    —Eres una oruga insufrible y malvada.

    —Lo de malvada también es cuestionable, ¿lo sabías? —El hada comenzó a deambular frente a la pequeña oruga, resoplando.

    —Es que tú no me escuchas… nadie lo hace en realidad.

    —No has dicho nada todavía. Solo te lamentas y repites siempre lo mismo.

    —¿Cómo que no he dicho nada? —la oruga asintió con un leve movimiento de cabeza.

    —a mí no me has dicho nada de ti. Solo hablas de tu amor… ¿y qué de ti? Tu amor se murió, pero tú sigues aquí.

    —Es que él lo era todo para mí.

    —Pues que pena que sea así y que no seas tú todo para ti misma.

    El hada, furiosa por el atrevimiento de la oruga le lanzó un hechizo que casi la convierte en piedra como al helecho.

    —¡Vaya! —exclamó la oruga—, después de todo no has perdido tu magia como decías, ¿no?

    El hada se sonrojó hasta las puntiagudas orejas.

    —Eres una oruga exasperante, insensible y muy estúpida.

    —Es posible, pero cuestionable. Por cierto, ¿sabías que todo eso que te molesta de los demás, es lo que no aceptas de ti misma, niña?

    —¡que te den! Vete a hacerle terapia a una hoja de lechuga.

    —¿Y ahora quién es la insensible? —el hada estaba furiosa y sus pequeñas alas comenzaban a refulgir recobrando su verdadero color—. Hacerle terapia a algo que vas a comerte segundos después es muy cruel, por si no te habías dado cuenta de ello.

    —No sé por qué pierdo mi tiempo hablando con una oruga come lechugas y estúpida.

    —Esa es una muy buena pregunta, que solo puedes responderte tú, como todas las preguntas que tengan relación contigo, tu vida, tus sueños, tus metas, tus esperanzas.

    —Eres odiosa —La oruga estuvo a punto de responderle, pero el hada la interrumpió—… sí, ya sé, me dirás que eso también es cuestionable.

    —Desde luego, todo en la vida lo es, niña —El hada se dejó caer sobre un colchón de musgo, frustrada.

    —Es demasiado duro vivir sin él.

    —La vida es dura, niña. Mírame a mí, pasaré toda la noche haciendo mi crisálida y mañana la romperé y ya no seré yo, seré otra. Y dolerá, porque todos los cambios profundos y trascendentales duelen —El hada negó con la cabeza.

    —No es lo mismo, tú estás sola, no has perdido a nadie…

    —sí, y no entiendo… si eso ya me lo has dicho antes —interrumpió la oruga—. En el fondo no sabes nada de mí; si he perdido o no he perdido a alguien. En todo caso, por si no te has dado cuenta, nacemos y morimos solos y aunque encontremos a alguien con quien compartir nuestras hojas de lechuga —el hada frunció el cejo ante aquel comentario—, crecemos solos. Nadie nace, crece o muere por nosotros… otra cosa es que decidamos echarnos a morir porque resulta más fácil y cómodo.

    —estás loca, ¿sabías? —La oruga asintió, sonriendo.

    —todos estamos un poco locos y quien lo niega está más loco todavía.

    —Pero yo no hago eso, no me hecho a morir.

    —¿Seguro? Lo mismo dijiste antes —El hada desvió la mirada, abrazándose las rodillas.

    —a veces es más fácil aferrarse a la tristeza, a los recuerdos, que lanzarse al abismo de lo desconocido, de lo que está por venir y no tenemos idea de cómo será —Los ojos del hada se llenaron de lágrimas—. Otras veces la culpa sabotea y pensamos que aferrándonos al recuerdo de quien se fue, nos resarcimos de lo que pensamos no hicimos como debíamos; nos autoengañamos creyendo que podemos mantenerlo vivo de alguna manera, porque de forma inconsciente creemos que seguir adelante es una forma de traicionar su memoria, de traicionarles.

    —¿Y no lo es? —La oruga se encogió de hombros.

    —¿eso qué importancia tiene? Tu amor ya no habita este plano.

    —Importa para mí.

    Importa para ti, pero no para el resto del mundo, ¿lo entiendes —el hada negó con la cabeza, secándose las lágrimas.

    —Eres un hada, si sigues como vas, ocasionarás un desequilibrio en el mundo de las hadas. ¿Acaso no conoces el efecto mariposa? —El hada volvió a negar.

    —Olvídalo, lo importante es que entiendas una cosa —El hada escuchaba con atención—: él ya no está aquí y por mucha magia que reúnas, no le harás volver. Te aferres, te apegues, hables de él todo el día, pienses en él todo el día. Él se fue, quien sigue viva eres tú.

    —¿Insinúas que no cumplo mi rol de hada?

    —Bueno, a mí me pateaste y casi me petrificas, tú me dirás.

    —Pero ¿quién te has creído?

    —solo soy una oruga, ni más ni menos —El hada cambió de posición, lanzándole una mirada fulminante—. Además, ¿quién fue la que dijo que había perdido su magia?

    —Eres una oruga entrometida, insensible, gorda y estúpida.

    —Y venga de nuevo. ¿nadie te ha dicho que te pones muy víctima, niña? —La oruga comenzó a moverse, despacio.

    —¡Capulla! —La oruga alzó una de sus cejas, pensativa.

    —Eso tiene más sentido, la verdad, aunque te has adelantado unas cuantas horas; lo que no quita que te pones un poco víctima cuando se te dice lo que no te gusta —La oruga comenzó a alejarse.

    —¿Me dices eso y te vas?

    —la vida sigue, niña. Ya tienes bastante con qué sentarte a pensar. Yo tengo que ir a construir mi capullo.

    —Puedo hacerte uno con mi magia —La oruga asintió.

    —Puedes, pero no sería igual. Cada quien tiene que ocuparse de crecer y definirse a sí mismo y hay tareas en que las ayudas entorpecen el camino —La oruga la miró por última vez—. Ocúpate de ti, niña y fíjate más en lo que haces, no sea que termines pateando a alguien más.

    —Eres insoportable.

    —Es lo que tiene ser una oruga a punto de ganar.

    —¿Cómo que a punto de ganar?

    —claro, niña… mañana, cuando rompa mi crisálida, ganaré un par de alas y con ellas, mi libertad —La oruga miraba las alas del hada con gran admiración.

    —¿Qué miras?

    —tus alas… son preciosas y tan llenas de color.

    —No lo sabía, como nunca me las veo.

    —bueno, quizá es hora de que empieces a verte más.

    La lluvia empezó a caer. El hada volvió a su pequeña aldea entre la copa de los árboles. A la mañana siguiente el sol brillaba en lo alto, creando diminutos arcoíris al chocar contra las gotas que aún quedaban descansando perezosas sobre las otoñales hojas.

    Un poco más allá, en la rama de enfrente, El tenue aleteo de una mariposa produjo una suave brisa. El hada inspiró profundo reconociendo el aroma de los olivos. Presa de la curiosidad, salió de su pequeña cabaña y pudo ver a la mariposa alejarse, revoloteando y posándose en las diferentes flores que cubrían el suelo de aquel bosque mágico.

    Recordando las palabras de la oruga, descendió para asomarse en la curiosa charca que siempre se formaba tras una noche entera de lluvia. El precioso color de sus alas la dejó sorprendida. Las palabras de aquella sabia criatura cobraron una vitalidad inusitada. Ella tenía razón, no había perdido ni el amor ni la magia, porque ambos habitaban en su alma.

  • Viajando entre Líneas

    fotografía de unas manos sosteniendo una pila de libros de diferente tamaño
    Imagen tomada del Blog de Lidia Castro


    Echó a andar a toda prisa al ver aquel rayo atravesando el cielo oscuro y turbulento, seguido del trueno que presagiaba el inicio de la tormenta.

    Sintió las primeras gotas caer sobre su rostro justo cuando subía los escalones rumbo a la biblioteca. Unirse al club de lectura fue la mejor decisión que pudo haber tomado en su vida.

    Cogió aquel libro entre sus manos y lo acarició con devoción. Se ajustó las gafas, se acomodó en el asiento y aclarándose la voz, se preparó para volver a viajar al mundo de fantasías que le esperaba entre aquellas gastadas páginas.

    Esta historia fue escrita para participar en el ‘Escribir Jugando’ propuesto por Lidia Castro en su blog.