Etiqueta: Paranormal

  • CAZA NOCTURNA

    Un sujeto que viste una sudadera con capucha, sostiene un gran cuchillo en una mano. La capucha impide que se le distinga el rostro. El fondo es negro y brinda una atmósfera lúgubre a la imagen.
    Imagen libre de derechos tomada de Pxfuel

    Samantha cerró los ojos y, como cada noche, se dejó arrastrar. Vinculada a la psique del asesino observó a la siguiente víctima. Bloqueó el torbellino de pensamientos de la mente masculina. El ansia de saborear las vísceras, en vivo y directo, ejercía un poder demasiado seductor, casi hipnótico. Logró dar un vistazo una fracción de segundos antes de que la conexión se rompiera. Apenas pudo atisbar la matrícula del coche; la exaltación la expulsó con violencia de regreso a su mente.

    Abrió los ojos y se enjugó las lágrimas. Inspiró hondo y se ajustó los auriculares. Tecleó como una posesa a medida que la síntesis de voz le ofrecía el retorno. Pulsó en enviar y se recostó contra el respaldo de la silla. Desde el accidente que la mantuvo en coma durante seis meses y le había robado la vista, Samantha había tenido que aprender a vivir a tientas. Todavía le costaba entenderse con la tecnología; sin embargo, desde el primer episodio nocturno se propuso encontrar una alternativa que no pusiese en duda su credibilidad. Aún recordaba la primera vez que se encontró con el Detective Marlon Patterson.

    —Comprendo su preocupación, señorita Finch. No obstante, este asunto es demasiado importante como para fiarnos de corazonadas.

    Algo en la manera de hablar del policía le resultó vagamente familiar. El intenso perfume varonil despertó un zumbido en su memoria que se esfumó demasiado rápido como para asimilarlo. Apartó la idea de sus pensamientos. Necesitaba enfocarse y convencerlo.

    —No se trata de ninguna corazonada, detective. Le estoy diciendo que una buena fuente me ha confirmado que la mujer desaparecida hace una semana ha sido asesinada. Tiene que escucharme.

    —Y la escuché. Dígame el nombre de su fuente para poder citarle a comisaría a que declare.

    —Sabe muy bien que no puedo hacer eso —dijo y bajó la mirada; aferraba con tanta fuerza el bastón que los nudillos le palidecieron.

    —Que tenga buen día —respondió y en segundos había dado media vuelta.

    La gelidez en su tono le provocó escalofríos. Las palabras se le agolpaban en la garganta; tuvo que dejarlas en libertad o se atragantaría.

    —Se arrepentirá, detective —soltó en voz alta.

    —¿Es una amenaza? Le recuerdo que está en una comisaría rodeada de policías y testigos.

    Samantha resopló. Que un agente la guiara fuera del lugar casi a empujones la crispó.

    —No se lo tenga en cuenta, señorita Finch. Marlon no es mal tipo y es un estupendo policía de homicidios.

    —¿Usted es? —preguntó un poco desorientada.

    —Lucas Trevor. —Enseguida giró el rostro en dirección a la voz—. Puedo llevarla si gusta. Sé que antes me mostré un poco brusco, no lo hice por mal, es solo que…

    —Nadie quiere a una ciega dando por culo, lo entiendo, no se preocupe.

    El hombre carraspeó y reprimió una risita.

    —Comparta el chiste conmigo —invitó ella.

    —No piense que me burlo de usted, es solo que sigue siendo tan deslenguada como siempre y esperaba…

    —Moriré deslenguada, entre otras cosas, porque afortunadamente solo se me jodió el quiasma óptico. El resto de mis neuronas funcionan.

    —Y vaya si funcionan —masculló Lucas—. ¿Me acepta un café?

    —Solo si no es la bazofia que soléis beber ahí dentro —señaló hacia donde creyó que estaba la comisaría.

    Desde entonces y tras cada desaparición, Lucas acudía a Samantha. El detective no daba crédito a la precisión de la información que ella les ofrecía en ocasiones. Pese a su reticencia y a sus dudas; al rechazo contundente de Patterson a contar con su ayuda, el detective había mantenido contacto continuo con la periodista; no solo por disponer de alguien con una perspectiva tan analítica, sino porque le preocupaba su seguridad. Al menos había sido así hasta la noche en que había descubierto que no existía ninguna fuente.

    Samantha se había hecho un ovillo, tumbada en el sofá de su salón. Por más que Lucas la sacudía con la intención de despertarla, ella continuaba sumida en un estado que el detective no había visto jamás. Frenó el bofetón justo a tiempo. Los enormes ojos acerados de Samantha miraban desorbitados al vacío.

    —¿Qué coño ha sido todo esto? —preguntó apenas la vio parpadear—. ¿Consumes drogas?

    Samantha se enjugó las lágrimas y negó con la cabeza.

    —Te lo explicaré, aunque nunca vuelvas a creer en mí.

    —Habla, no puede ser tan grave —dijo y se sentó frente a ella.

    La periodista le contó la verdad, aunque omitió un pequeño detalle. No lanzaría una acusación tan grave hasta no contar con alguna certeza.

    —¿Esperas que crea que eres una especie de clarividente?

    —Desde luego que no —replicó y tras encoger las piernas se abrazó las rodillas—. Esto no va de ver el futuro, Lucas. Se trata de un vínculo distinto. Yo veo a través de los ojos del asesino.

    —No esperarás que te crea, ¿verdad? —ella negó con la cabeza y al detective se le encogió el corazón.

    Pese a lo descabellado de aquel asunto, la vio tan resignada que experimentó una punzada de culpabilidad.

    —Hoy ha ido a por la tercera víctima. Es una Estudiante universitaria. Si no es nadadora, debe practicar algún otro deporte acuático.

    —No sigas con esto —dijo y se puso de pie—. Será mejor que me marche. —Ella asintió con la cabeza en un gesto casi imperceptible.

    Una semana después, Lucas había regresado. La vergüenza se traslucía en el tono de voz y esa manera singular de titubear que solía aflorar cuando más incómodo se sentía.

    —¿Hay alguna posibilidad de que sepas algo más?

    —Pasa, te daré lo que llevo apuntado hasta ahora; con eso creo que podréis encontrar el cuerpo.

    Samantha no necesitó verle la cara. La forma en que se dejó caer en el sillón le habló de su abatimiento.

    —Tendría que haberte escuchado; debí haberte creído.

    Ella le extendió una mano.

    —Todavía no es demasiado tarde, le cogeremos; yo te ayudaré todo lo que pueda.

    El insistente sonido de las notificaciones la catapultó de vuelta. El último mensaje en el chat cifrado hizo que el corazón le diese un vuelco.

    «Voy a por ti, preciosa. Falta muy poco». Samantha revisó los mensajes previos. La desconexión intempestiva había interrumpido el mensaje de advertencia de Lucas. «¿Sabes quién soy?». La idea que cruzó por su mente le aceleró el pulso. El timbre de la puerta sonó una vez más de lo habitual. Cogió el abrecartas y se lo guardó bajo la manga de la sudadera sujeto con la correa del reloj.

    —Señorita Finch, es la policía. Soy el detective Patterson. ¿está Trevor con usted?

    Samantha entornó los párpados. Con cautela se aproximó a la puerta y cogió el bastón. Plegado como estaba lo mantuvo oculto a sus espaldas y abrió la puerta sin retirar la cadena.

    —Lucas no… —Marlon Patterson empujó la puerta.

    La chapa de la cadena saltó con la embestida. La periodista reculó un par de pasos. El hombre entró dispuesto a abalanzarse sobre ella. Samantha tiró de la liga y el bastón se extendió. El sonido sorprendió al policía el tiempo suficiente para que ella cogiera el bastón como si fuese un bate de beisbol. Con el corazón en la garganta lanzó el primer bastonazo. El jarrón en la mesita cerca de la entrada estalló convertido en añicos. ambos respiraban jadeantes. El crujido de los cristales la ayudó a abanicar de nuevo el bastón.

    Marlon chilló. La esfera giratoria le había dado de lleno en el pómulo. Furioso, saltó sobre ella. Ambos cayeron al suelo. Rodaron hechos una madeja de brazos y piernas. La periodista recordó el abrecartas y lo cogió con la mano diestra. Desesperada, se revolvía bajo el cuerpo masculino; entre tanto, Marlon le aferraba la muñeca. Ella levantó la izquierda y le clavó las uñas en el rostro. El policía gritó y aflojó el agarre. Impulsada por la adrenalina, aferró el abrecartas y se lo hundió varias veces.

    El olor ferruginoso se le filtró por la nariz. La humedad viscosa que le empapó las manos hizo que se le resbalara el objeto. La fetidez a baño de carretera le revolvió el estómago.

    El policía se desplomó sobre ella. La angustia de verse atrapada le llenó los ojos de lágrimas.

    —Pudimos haber sido los mejores —le susurró muy cerca de la oreja antes de exhalar su último aliento.

    Samantha gritó. El alarido se impuso a la advertencia de la policía que entraba en tromba en el piso.

    —Está a salvo, señorita. Nos ocuparemos —aseguró un agente.

    —¡Sammy! —La voz de Lucas le devolvió el alma al cuerpo—. ¡Déjame pasar, Nicholson! ¿Sammy, estás bien?

    Ella extendió los brazos. El detective la estrechó con fuerza.

    —LO, lo maté; creo que lo maté.

    —No pienses en eso ahora —dijo y la ayudó a levantarse.

    Tres semanas después,  Samantha volvía a teclear como posesa frente al ordenador. Otro asesino serial rondaba por la ciudad. Las noches volvían a teñirse de escarlata. La cacería había comenzado de nuevo.

    Esta historia fue escrita para participar en el Va de reto de agosto 2021 propuesto por Jose A. Sánchez. La premisa era escribir una historia que ocurriese durante la noche.

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  • Asesina frivolidad

    Arruga la nariz. Siempre es lo mismo. La impoluta camisa del tipo es un desastre. Le pega un puntapié. Por fin ha quedado fiambre.

    Se ajusta el sombrero dispuesto a marcharse.

    Un ruido estentóreo lo detiene. Se vuelve; empuña la navaja. Los ojos se le desorbitan; sus esfínteres se aflojan.

    —No pensarías abandonarme aquí, Boris.

    Se tambalea. La macabra sonrisa de su interlocutor es elocuente. Baja la mirada. Una mancha borgoña le ha jodido la camisa nueva. Maldice, ceñudo; en el infierno no hay tintorería.

    Un hombre guapísimo que viste una camisa negra que se funde con el fondo del mismo color. Lleva una corbata roja y en la mano sostiene un cuchillo ensangrentado.
    Imagen de Sammy Williams en Pixabay

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  • La loca de las ánimas

    El viento aulló. Las ramas secas chocaron contra el cristal de la ventana. La lechuza ululó y, como cada noche del tercer viernes de cada mes, Minerva abrió los ojos. También, como cada vez que era reclamada, la temperatura descendió; quizá por ello, posar el pie descalzo sobre el piso gélido no rompió el malentendido sonambulismo que, según algunos, la sacaba de la cama.

    —Tardas demasiado. —La exigencia le puso la piel de gallina.

    Minerva, a diferencia de otras veces, no apresuró el paso. La voz la apremió de nuevo. La batalla que la joven libraba en su interior tenía un final predestinado. Quizá, por esa razón, se resistía, aunque en el fondo era un esfuerzo inútil; ella tenía el poder, ella no la dejaría escapar; ella no era como las otras almas que reclamaban su guía para cruzar… ella reinaba del otro lado.

    —Tu destino está junto a mí, no te resistas, entrégate. —Una lágrima furtiva le rodó mejilla abajo.

    Imagen de un bosque otoñal en el que destaca un árbol marchito. en lo alto se observa parte del rostro de una mujer al que se le ve un ojo y la boca. el rostro parece difuminarse entre nubes.
    Imagen libre de derechos en Pixabay

    El viento sopló con más fuerza; consigo llevaba el aroma a tierra mojada, madera mohosa y magia antigua. El bosque se silenció como sutil bienvenida. Minerva avanzó sin mirar atrás; despedirse era un sinsentido. nadie añoraría a «la loca de las ánimas». Así la llamaban todos; así la llamarían muchos… en otros lugares…  en otros tiempos una vez que su leyenda traspasara la frontera de aquel pueblo perdido y fantasmal.

    Alcanzó el roble marchito. Su pulso disminuyó; su corazón se detuvo. Ella la esperaba con los brazos abiertos. Se fundieron cuerpo, mente y espíritu en un abrazo mortal.

    Minerva desapareció; nadie hizo preguntas. Sin embargo, la noche del tercer viernes de cada mes hay quien dice que ve su rostro entre las nubes; que oye su voz y su risa cuando el viento aúlla y las ánimas pasean reclamando a su guía.


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  • La leyenda de la Señora de la Luna Oscura

    Fotografía del bosque de Irlanda del Norte Dark Hedges
    Imagen tomada de Pixabay.com

    “Cuenta la leyenda, que cada treinta y dos meses en Dark Hedges, cuando llega la luna negra, La señora desciende entre los humanos para iniciar a sus elegidas. Solo aquellas de sus hijas que acepten su esencia y amen en libertad, se encargarán de perpetuar su legado por toda la eternidad.”

    Despertó sobresaltada y sudorosa. Abrió los ojos con lentitud y atisbó de lejos el pequeño reloj digital que descansaba sobre su escritorio. Gritó, incorporándose de golpe, mientras luchaba con las sábanas que, rebeldes se enredaban entre sus esbeltas piernas.

    —maldición —pensó al observar desde su ventana, los colores del atardecer dando paso a una noche cerrada.

    Había dormido más de la cuenta, apenas si le quedaban dos horas para alistarse y salir. Como pudo se puso en pie. El desorden de su habitación era más significativo que de costumbre, pero esa noche nada importaba. Llevaba demasiado tiempo intentando dar con la solución al enigma que había regido y marcado su vida desde antes de su nacimiento. Según su abuelo, ella era especial; tanto que algún día su vida cambiaría para siempre, le había dicho luego de horas y horas de pregunta tras pregunta sobre las mujeres de su familia.

    Comenzó a buscar entre aquel remolino de papeles y libros hasta que por fin lo encontró. Una sensación de premura comenzó a recorrerle desde la punta de los dedos de los pies, adentrándose cada vez más profundo en su interior.

    Acarició las suaves tapas de piel y se acercó el pequeño diario a la nariz. Le pareció reconocer el aroma, aunque luego de tantos años tendría que ser imposible.

    Abrió el diario, levantando con delicadeza la tapa frontal. Una hoja amarillenta y desgastada le dio la bienvenida. Su dedo recorría aquella caligrafía tan elaborada y con cada palabra el anhelo resurgía en su corazón, calentándola desde lo más hondo.

    “Este es mi legado, mi obsequio para ti y todas mis hijas. Buscad la verdad en vuestra oscuridad y hallareis la luz que guiará vuestro destino. Cuando llegue el novilunio acudid a mi y yo os estaré esperando como hija y descendiente de Lilith que soy. No tengáis miedo, lo que habita en vosotras forma parte del todo y como tal, si queréis ser en realidad libres, habréis de conocerlo y aceptarlo.”

    Deirdre continuó leyendo hasta que por fin dio con el párrafo que tanto la había marcado.

    “El tercer día del novilunio, buscadme, os estaré esperando en nuestro lugar sagrado. Mi sonrisa os guiará. No temáis a mis sombras, pues ellas os permitirán saber que soy yo, la señora de la luna oscura quien os espera para daros la bienvenida a mi reino, que será vuestro, en tanto y en cuanto os aceptéis tal y como sois, pues yo os he creado a mi imagen y semejanza.”

    —aceptación, cuánto me ha costado y que precio tan alto he tenido que pagar —murmuró, mientras una lágrima se escapaba furtiva, recordándole cada instante vivido desde que reconoció que era diferente.

    Inspiró profundo, se secó las lágrimas y cerró el diario. Sabía lo que tenía que hacer y en donde; así que decidida alzó la mirada y se encontró con su imagen en el espejo.

    —No hay manera de que te eches atrás ahora. Ve a por tu destino —se dijo, mientras comenzaba a alistarse.

    La noche parecía más oscura que de costumbre. El sendero que de niña recorrió tantas veces, le llevaba cada vez más lejos. De cuando en cuando volteaba al escuchar algún ruido y aunque el miedo le atenazaba con fuerza, su deseo palpitaba con más intensidad venciendo su resistencia.

    Irguió la cabeza y entonces la vio. Al oeste, moviéndose desde el horizonte, una delgada franja de luz arqueada, permitía divisar un conjunto de sombras que parecían moverse como un remolino en dirección a ella.

    Comenzó a correr a toda prisa hacia el claro del bosque. La neblina se arremolinaba entre sus pies, acariciándole los tobillos. La humedad y el roce de la hierva fresca le cosquilleaba en la piel. Trastabilló un par de veces, pero retomó el equilibrio. El viento comenzó a soplar con fuerza, la oscuridad la engullía haciendo que se fundiese con las formas del bosque. Jadeando tras la carera se detuvo en seco. Parpadeó varias veces; con los ojos llenos de lágrimas le resultaba difícil mirar. Pero sí, allí estaba, tenía que ser ella.

    —Acércate, hija mía, te esperaba.

    Deirdre se acercó con cautela. La belleza de aquella mujer la deslumbraba. Mitad mujer, mitad fuego, aquella presencia le subyugaba de una manera inenarrable.

    —Pensé que eras una leyenda —Lilith le sonrió, mostrando sus afilados colmillos y extendiéndole la mano—. He venido tantas veces, no puedo creer que por fin estés aquí.

    —Pero nada dice que las leyendas no podamos formar parte de la realidad, ¿no? —Deirdre esbozó una tenue sonrisa y se asió con fuerza de aquella mano tan suave y cálida—. Todo tiene su momento, mi pequeña guerrera; y el tuyo por fin ha llegado. ¿Lista, hija mía? —Deirdre cerró los ojos, tragó con fuerza y asintió.

    Un calor abrasador le recorrió el cuerpo. En su mente vibraban imágenes, sensaciones, emociones, pensamientos. Un mundo entero de historia se rendía a sus pies. La eternidad y la inmortalidad le daban la bienvenida y entonces supo por fin quién era y descubrió el sentido de su existencia.

    Abrió los ojos por fin y entonces la vio. Una tormenta de recuerdos y emociones la estremeció. Frente a ella, el verdadero amor de su vida se hallaba, expectante.

    De pie, entre ambas, Lilith extendió su otra mano y finalmente, las unió.

    —ahora, bebed de mí y consagrad vuestro legado. Uníos a pesar de lo que diga el hombre, pues su palabra nunca podrá estar por encima de quienes y lo que sois: Hijas de la noche, portadoras de los secretos de la oscuridad y el caos.

    Ambas asintieron y bebieron. Deirdre se sentía pletórica. Esa noche había recibido mucho más de lo que jamás imaginó.

    Lilith acarició el cabello y las mejillas de ambas mujeres; señal de que había sido suficiente, al menos por esa noche.

    —id en paz, mis pequeñas guerreras de la oscuridad. Esperad el siguiente novilunio y venid aquí. Os estaré esperando. Amaos como yo os amo y nunca olvidéis qué sois. No bajéis la cabeza, no os rindáis ante la intolerancia. Sois amor y sabiduría, poder y eternidad, desde hoy y para siempre.

    Ambas asintieron, entrelazando los dedos de sus manos en una caricia tan íntima, que los dieciocho años de ausencia desaparecieron como si nunca hubiesen existido.

    Lilith las observó complacida y finalmente se desvaneció en medio de la noche.

    —Pensé que te había perdido para siempre.

    Laila negó con la cabeza, mientras acariciaba el rostro juvenil de la única mujer que había amado en toda su existencia.

    —Vamos a casa, tengo mucho que contarte.

    —¿A la tuya? o a la mía

    —A la nuestra, cariño; a la nuestra —Deirdre sonrió al sentir aquellos labios que tanto añoró, acariciar los suyos de aquella forma tan dulce que siempre le hacía derretirse por dentro. Y así, en medio de la noche, ambas desaparecieron.

    La habitación permanecía en silencio. Luego de unos minutos, un suspiro profundo dio paso a un par de risitas divertidas.

    —No sé de qué os reís, si es que sois muy tontas —Elaine volvió a suspirar mientras dejaba vagar su mirada entre las llamas vivas de la chimenea.

    —tú eres demasiado graciosa, siempre suspirando toda pillada por las historias de mamá —Elaine hizo una mueca y se sentó cruzando las piernas, mientras sus hermanas le hacían carantoñas.

    Laila y Deirdre decidieron intervenir.

    —No comencéis de nuevo, chicas. Dejad de molestar a Elaine.

    Las gemelas se levantaron de un salto y corrieron al regazo de Laila.

    Laila les acomodó en su regazo como pudo, una sobre cada muslo.

    —Pero mami, es que ella siempre está suspirando, parece enamorada —dijeron las niñas, mientras se enroscaban algunos mechones de su madre entre los pequeños dedos.

    —bueno, así era vuestra madre más o menos a su edad —Laila vio de reojo a Deirdre, que se había sentado junto a su hija para darle apoyo moral.

    Las niñas abrieron mucho los ojos mirando a su otra madre.

    —¿es verdad, mami?

    Deirdre asintió, sonriendo.

    —Siempre he sido la más romántica de las dos, niñas.

    Las niñas miraron entonces a su hermana, quien parecía satisfecha perdida en algún lugar de su imaginación, mientras rememoraba trozos de la historia de amor entre sus madres.

    —¿Y cuándo nos vais a llevar, mami?

    —todavía sois muy pequeñajas —las gemelas achicaron los ojos mirando a su hermana, mientras arrugaban la nariz en un gesto que denotaba que comenzaría en breve otra batalla.

    Deirdre decidió intentar elevar la bandera de tregua.

    —cuando os llegue el momento vosotras también iréis, chicas. Ahora vamos a la cama, ha sido suficiente por el día de hoy.

    Deirdre se acercó a Laila, se inclinó para darle un dulce beso en los labios y tomó a cada gemela de una mano.

    —Vamos, chicas. Esta noche os cuento yo una historia.

    Las niñas se asieron de la mano de su madre y bajaron del regazo de Laila con rapidez, dando pequeños saltitos mientras subían las escaleras.

    Laila y Elaine las vieron desaparecer al girar la curva de la escalera.

    —mamá, ¿puedo ir con vosotras la próxima vez?

    Laila miró a su hija mayor, admirando lo mucho que se parecía a su amada Deirdre.

    —Vendrás cuando la señora lo quiera así. No antes, no después, cariño.

    —pero mamá, es que yo quiero verla. Ya no soy una niña, quiero iniciarme igual que vosotras.

    Laila acarició el suave cabello de su hija.

    —en la vida todo tiene un tiempo, cariño. El tuyo todavía no ha llegado aún. Pero llegará, no tengas duda de ello.

    Elaine suspiró profundo mirando el chisporrotear del fuego.

    —¿crees que le gustaré a la señora, mamá?

    —claro que sí, cariño, le gustarás mucho.

    Laila se acercó más a su hija, abrazándola con ternura.

    —Cuéntame más de la señora de la luna oscura, mamá. Di que sí, por favor.

    Laila sonrió para sus adentros y comenzó a narrarle a su hija como encontró aquel diario que le abrió las puertas a la libertad y a una nueva vida.