Etiqueta: Relato Breve

  • El habitante del ático

    Silueta de un hombre que sostiene una especie de linterna en la mano dentro de un ático muy oscuro, lleno de trastos sucios y desordenados
    Imagen libre de derechos tomada de Pxfuel

    Esteban se detuvo a mitad de las escaleras. El pulso le palpitaba en la garganta como un potro salvaje. Otro aullido sobre su cabeza. Esa risa macabra. Titubeó una fracción de segundos. ¿De verdad quería confrontar al habitante del ático? El potente aroma a podredumbre se le filtró por la nariz. El recuerdo de su último encontronazo le revolvió las tripas. El regusto a bilis le alcanzó las papilas; la rabia se le disparó. El estruendo fue el broche de oro que necesitó para decidirse.

    La puerta del ático chirrió al abrirse. Esteban entró. Aferró la linterna. Pese a la fuerza con la que apretó el puño El haz de luz temblaba tanto que se perdió en la densa oscuridad. El cristal de la ventana estalló. Un viento gélido entró en tromba y levantó la capa de polvo asentada desde la última vez que subió. La figura que le dio la bienvenida despertó los miedos infantiles que creyó sepultados en lo más profundo de su psique. La luz se le resbaló de la mano… titiló un par de veces y la oscuridad se impuso. La carcajada siniestra rebotó contra las paredes. Esteban quiso correr; el cuerpo no le respondió. El reproche por su cobardía ahogó su mente… Se sintió perdido. La madera bajo sus pies se hundió…


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  • La macabra danza de la muerte

    Castillo en ruinas sobre la cima de una montaña. alrededor vuelan murciélagos y en las nubes se vislumbra un rostro feminino
    Imagen libre de derechos


    Dedicatoria

    A ti, que me lees en silencio…


    No sé cuánto tiempo tendré que permanecer aquí a la intemperie esperando a que decidas dar la cara. No importa en realidad. Estoy lista para enviarte con tu creador al infierno de los seres sin alma. Sé que te crees invencible. Te tengo malas noticias, Jason, porque no hay potestad en este mundo que te libre de convertirte en polvo cuando te alcance mi daga.

    Creíste que escondiéndote entre estas ruinas me harías renunciar a darte caza. Eres demasiado arrogante. No me conoces en absoluto. No me asusta la niebla ni el rugir del viento. No me ahuyenta el hedor de los muertos ni sus huesos asomándose entre las piedras; no me marcharé hasta que cumpla mi propósito.

    Te haré pagar por cada vida que has arrebatado. Ya no me interesa la justicia: quiero venganza. Por eso tu muerte será lenta y dolorosa. Y la disfrutaré sin un ápice de remordimiento porque los seres como tú no merecen compasión. Tú sólo mereces danzar entre las llamas del infierno.

    Te crees más inteligente, lo sé. Pese a ello, te demostraré que subestimarme será tu peor equivocación.

    No te subestimo, no lo hagas tú. Crees que no he notado tu presencia. Cuando te percates de la realidad será demasiado tarde para ti. A pesar de tus años como cazadora, todavía no comprendes a mi especie. Esa será tu perdición.

    Avanza; un poco más, allí… Sí, percibo el aroma de tu miedo; es tan excitante. Tus pensamientos sólo estimulan mi deseo.

    No he conocido a ninguna otra cazadora como tú y eso es una motivación adicional que me impulsa a cazarte. Me complace ver la agilidad de tu cuerpo; la concentración de tu mirada y el delicioso fluir de tu sangre por cada una de las venas que irrigan tu cuello, esbelto y delicado. Un manjar apetitoso; tanto, que se me hace agua la boca al imaginar el tibio sabor que tendrás cuando te clave los colmillos; cuando el feroz latido de tu corazón se apague mientras me sacio.
    Porque lo haré, querida Stephanie. No importa cuanto te esfuerces ni cuánto ocultes tu miedo tras esa coraza de valor. Nada me impedirá poseerte. Conocerás entre mis brazos la macabra danza de la muerte.


    Agradecimientos

    1. A Daniel Turambar por su taller de escritura en Twitch

    Nota: este texto constaba de 350 palabras. Tras las correcciones ha pasado a constar de 370. El requisito principal era utilizar narrador en segunda persona.

  • El superviviente

    Cabaña rústica abandonada
    Imagen libre de derechos tomada de Pixabay


    Dedicatoria

    A todos los soñadores y creadores de historias impresionantes.


    Comenzó a ascender por el acantilado. Había sobrevivido a la tempestad y el naufragio; pese a ello, aún no estaba a salvo. La escarpada pared rocosa ponía a prueba su resistencia. La daga que llevaba asida en el antebrazo rozó la roca y casi la pierde en el intento de no caer al vacío. El viento gélido arañaba su espalda y le heló hasta los huesos. El salitre le invadió las fosas nasales. Evitó mirar abajo. La humedad hacía difícil aferrarse a los salientes. El rugido del mar era estímulo suficiente para no desfallecer; flaquear en ese momento significaría terminar convertido en un amasijo sanguinolento y no le apetecía unirse a los restos del naufragio.

    Exhaló el aire en cuanto pudo dejarse caer sobre la espalda. La noche se alzaba majestuosa y siniestra. Sabía que no debía, aun así, no pudo resistir la tentación de asomarse al borde de aquel acantilado. Se estremeció al ver flotar los restos del «Destino Incierto»; cerró los ojos un instante; el suficiente para dejar que su deseo de supervivencia primase y lo sacase de ahí. Al menos podría hacerle honor a la oportunidad de haber sobrevivido al naufragio que acabó con toda su tripulación. Abrió los ojos y clavó su mirada en el mar. Creyó ver restos ensangrentados sobre algún madero y se estremeció.

    Se puso en pie y afianzó la funda en su antebrazo. Dio una mirada valorativa a su alrededor. El lugar pareció desierto; solo una cabaña rústica, algo desvencijada se atisbaba oculta en medio de algunos robustos árboles. Una densa niebla se movía con lentitud envolviendo sus simientes. La lluvia arreció de nuevo y no pudo controlar sus estremecimientos al recordar cómo su navío se había partido en dos.

    Avanzó con cautela. El silencio reinante le crispó los nervios. Al latido desbocado de su corazón se unió el crujido de sus pasos al aproximarse hacia aquel posible refugio. Alcanzó la puerta y la empujó. Los goznes emitieron un chirrido espeluznante. Apretó los dientes y entró.

    El hedor a moho y encierro fue su anfitrión. Evitó respirar demasiado hondo. Se cubrió la nariz con un jirón de la camisa que le trajo de vuelta el olor cobrizo que penetró sus fosas nasales mientras los cuerpos de los tripulantes bajo su mando eran zarandeados con fuerza para luego ser engullidos por el mar.

    Un trueno restalló con fuerza; el silencio se disolvió ante la tormenta que volvía a apoderarse de la noche. Un relámpago cruzó el firmamento. En medio de su resplandor una silueta deforme se recortó contra la ventana. Intentó echar a correr; no tuvo caso; su cuerpo no respondía al deseo de su mente de ponerse a salvo; en su corazón palpitaba algo mucho más fuerte: el odio.

    Fijó su mirada en aquellos ojos que brillaron en la oscuridad sedientos de sangre y venganza. Los vio acercarse despacio y la piel se le erizó. Tragó grueso al percatarse de la furtiva curva blanquecina que se dibujó mostrando el par de colmillos que alguna vez vio destrozar gargantas sin remordimientos. Aún quedaba una prueba más para el superviviente.

    —Octavius —susurró y deslizó la daga que llevaba sujeta en el antebrazo hasta rozar su empuñadura con los dedos.

    —Te advertí que volveríamos a vernos, Nicodemus. ¿Listo para saludar a la parca?
    Aferró la empuñadura de la daga con fuerza.

    —Dale tú, saludos de mi parte —espetó mientras le clavaba la daga entre las costillas.

    La figura se hizo polvo. Nicodemus cerró los ojos y arrugó la nariz ante el pestilente hedor.

    «Uno menos y descontando», pensó antes de dejarse caer al suelo.


    Agradecimientos

    1. A Daniel Turambar(@danielturambar) por la convocatoria realizada por Twitter y las correcciones durante el taller vía Twitch
    2. Elementos a utilizar: la palabra cabaña y la palabra desierto; máximo 500 palabras
    3. </ol

      Nota: La presente versión es el resultado de la corrección realizada por Daniel. En la actualidad el relato cuenta con 599 palabras.

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  • Cautiva del mal


    Dedicatoria

    A la vida misma y a ti que siempre me lees y me sigues apoyando…


    La reina de la noche brillaba en lo alto. Su platinada luz se colaba por el resquicio entre la ventana y las cortinas. En la penumbra, ella permanecía sentada en mitad de la cama abrazada a sus rodillas y meciendo su cuerpo adelante y atrás como si siguiese el ritmo de una melodía que solo ella era capaz de escuchar.

    Había tenido que cerrar los ojos, pero en cuanto los abrió vio las sombras que danzaban a su alrededor, burlonas, cínicas, malévolas. Escuchó sus risitas y apretó los dientes mientras repetía en su mente la misma oración de cada noche:
    «Ángel de mi guarda, dulce compañía… no me desampares ni de noche ni de día porque me perdería»
    El viento que aullaba, lastimero, intensificó su desgarradora cantinela. La temperatura de la habitación se tornó gélida, casi glaciar.

    Comenzó a tiritar de anticipación; sabía que estaba allí fuera, esperando el momento preciso.

    La doceava campanada del reloj tañó. Ella se aferraba con más fuerza a sus rodillas mientras en su interior podía sentir cómo la llamaba… se negaría como siempre, pero él buscaría la manera de tentarla.

    Las nubes se arremolinaron alrededor de la luna. La habitación quedó envuelta en una profunda oscuridad. Las sombras desaparecieron.

    La cama comenzó a vibrar, los objetos cayeron y se hicieron añicos contra el suelo. Las cortinas se abrieron de lado a lado movidas por unas manos invisibles que dejaron al descubierto el cristal.

    Apretó los ojos en cuanto sintió su llamada. Estaba ahí, acechándola; esperando que ella se entregara.

    Sintió aquella mano rozándole el rostro, obligándola a girar la cabeza en dirección a la ventana.

    Sus ojos, esta vez infantiles, la miraban sin pestañear.

    Ella, incapaz de resistir su siniestra presencia, gritó, pero nadie la escuchó; seguía presa en el laberinto de su mente.


    La voz que narra este breve relato en el video es de quien escribe. Espero os guste y gracias totales por estar allí.

  • VÍNCULO MORTAL (Relato Breve)

    Ángel de piedra entre lápidas
    Imagen libre de derechos


    «La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es
    y cuando la muerte es, nosotros no somos». Antonio Machado.


    Se escucha la alerta de cierre de puertas. Alguien avanza corriendo y entra antes de que éstas se cierren. El vagón comienza a moverse. Ella está tensa, la rigidez se le ve de la punta del cabello a la punta de los pies. Él parece abatido, intentando conservar la dignidad a pesar de todo.Ella le mira de reojo con desprecio, Él evita, avergonzado, que se crucen sus miradas.

    El movimiento del vagón hace que sus cuerpos se rocen. La expresión de ella es de repugnancia, la de él es de tristeza. Cualquiera diría que son una pareja en conflicto, él le ha sido infiel y ella le descubre. Sin embargo, no hay vínculo, no, al menos de pareja.
    Él tiene anillo de casado, ella apenas lleva reloj de pulsera.

    Parece que él quisiera hablarle, su rostro fatigado y con ojeras son muestra de una pésima noche. Ella se gira levemente; una lágrima brota y se desliza; cae sin remedio y se pierde entre su blusa arrugada y de un color indescifrable.

    A ambos los une una tragedia, un vínculo de tristeza y de dolor.


    El hombre se baja una estación antes; ella se baja dos estaciones después. Las lágrimas ya no brotaban con timidez, ahora caían libremente, acompañando un lamento quedo que resonaba a cada paso.

    La vi estremecerse presa de un temblor incontrolable mientras se asía con firmeza al pasamano de la escalera mecánica. El tren inició la marcha y la perdí de vista.


    El periódico matutino mostraba en primera plana la foto de aquel hombre y aquella mujer; acompañando a las gráficas, un titular encabezaba la noticia de un crimen pasional.

    “Adolescente de 16 años asesina a su novia de 15 en un arrebato de celos”.

    El padre del joven afirmó desconocer que el mismo poseía un arma de fuego.
    La hermana de la occisa declaró, que ella sospechaba que el joven andaba en malos pasos y por eso había aconsejado a su hermana que terminase la relación.
    En una fiesta realizada en el mismo barrio donde vivían ambos, el joven presa de un ataque de celos, arremetió a tiros contra su exnovia al verla bailando con uno de sus vecinos. En medio de la conmoción, el joven intentó escapar, pero fue linchado hasta la muerte por un grupo de vecinos que lo habían identificado como uno de los azotes más peligroso del barrio.
    Las familias de los jóvenes esperan por la morgue para iniciar los trámites de ambos sepelios.


    Cerré el periódico, lo doblé y me puse en pie. el sonido de murmullos en el vagón me parecía tan lejano.

    Los recordaba. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan impotente. trabajo codo a codo con la muerte y nunca, nunca mi trabajo me había pesado tanto como aquella noche.

    Eran tan jóvenes, con toda una vida por delante.

    ¿Qué puede llevar a un adolescente a vaciar un cartucho entero sobre una criatura semejante?

    es una pregunta a la que quizá, nunca le encuentre respuesta.


    Salí de la estación y me dirigí a la parada de autobuses. que contraste tan impresionante. Personas de un lado a otro, llenas de vida, de objetivos, de ilusiones iban caminando por la acera.

    Del otro lado esperando su turno para abordar el autobús, personas cuyo rostro muestra ese miedo a enfrentar lo que, con toda probabilidad sus corazones les gritan; desde hace varios días en algunos casos, varios meses en otros.

    Por fin bajo del autobús. el tumulto de personas me habla de otro fin de semana sangriento, de una pila de cuerpos esperando a que pueda dar una respuesta.

    Respiro profundo. Entro con el anhelo de que algún día vuelva a creer que trabajar con la muerte tiene algún sentido.

    No me he desensibilizado apesar de los años, será que mi problema siempre ha sido que soy demasiado humana, o que con el tiempo, la madurez me ha ablandado más de lo que me imaginaba.


    El olor a cadáveres en descomposición me da la bienvenida. Decido no pensar y ponerme a trabajar. No quiero tentar a mi suerte y que la esperanza de un cambio se me vuelva a escapar entre los dedos.

    Siento que me observan. con aquel pequeño cuerpo sobre la mesa, parpadeo por si fuese producto de mi imaginación. Niego con la cabeza, me estiro un poco y sigo analizando con cuidado aquellos restos.

    La presencia sigue ahí. Por el rabillo del ojo percibo una forma difusa, casi humana.

    Alucino, lo sé; pero mi curiosidad y mi carácter irreverente me lleva a enfrentarme a ello.

    Me giro y ahí está, ahora más clara, casi tangible.

    Detengo el craneotomo y busco su mirada. No tengo miedo, a fin y al cabo nos conocemos desde hace tanto tiempo.

    Me mira con un gesto casi reverencial. guardo silencio. Se acerca a la mesa, su mano de dedos largos y finos parece querer acariciar aquel rostro infantil.

    Veo compasión en su mirada; su gesto me sorprende, pero no digo nada. sigo a la espera, como si entre nosotras hubiese una especie de pacto intangible; tan inexplicable como esa delgada línea que separa la ética de la morbosidad.

    Vuelve a mirarme, ahora con más respeto. No habla, pero su mirada me lo dice todo. Se aparta para dejarme culminar mi trabajo.

    Se desvanece con lentitud, dejando un frío glacial que parece penetrarme hasta los huesos.

    Respiro tan profundo como puedo y sigo trabajando con aquel pequeño, mientras no dejo de pensar en este vínculo mortal, el que me mantiene en pie desde hace tantos años. Ese que solo se romperá cuando llegue mi momento.

    Fin.

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