Se cruzó de brazos, enfurruñada. Resopló y el mechón que le caía sobre la frente, y le cosquilleaba en el ojo se levantó para luego volver a caer en su sitio. Enarcó una ceja y entornó los ojos.
A su lado, la chica nueva sonreía de oreja a oreja mientras cientos de plumas de colores danzaban en el aire al responder a cada una de sus indicaciones.
Le lanzó una mirada de pocos amigos y se acercó en dos zancadas.
La chica la miró y los hoyuelos que se le formaban en las mejillas se profundizaron.
Eloísa dio un manotazo. Las plumas cayeron en el suelo. La joven alzó las cejas y ladeó la cabeza. Tras algunos segundos de contemplación silenciosa se acuclilló para recoger sus plumas y volver a iniciar el hechizo.
Ofuscada por su propia frustración, la joven bruja volvió a manotear. El hechizo se rompió y las plumas volvieron a caer. La joven se llevó un mechón de pelo detrás de la oreja y repitió la operación.
Las plumas ahora no sólo danzaban; también cambiaban de color. La chica sonrió, satisfecha.
Eloísa gruñó, exasperada. Por tercera vez alzó la mano; sólo que esta vez chamuscó las plumas con una sola llamarada.
Plagada de sí misma se quedó observando a la novata. La jovencita se inclinó, murmuró algo en voz muy baja y cientos de plumas volvieron a surgir de las cenizas; esta vez con colores mucho más brillantes. la risa de la joven no se hizo esperar.
La bruja le dio un empujón.
—¿No sabes rendirte? —La chica ladeó la cabeza y sus rizos coquetos rebotaron con gracilidad.
—¿Por qué tendría que hacerlo? Que tú no disfrutes no significa que yo no deba disfrutar.
Eloísa se volvió a cruzar de brazos.
—¿Quién te dijo a ti que yo no disfruto? No me conoces para decirme eso.
—No necesito conocerte, basta con verte la cara. Parece que hacer magia te diera dolor de tripa.
—Y a ti parece que te estuvieran haciendo cosquillas todo el tiempo. Te la pasas con esa sonrisa bobalicona como si la magia fuese un entretenimiento.
Mariana se le quedó mirando sin parpadear. De pronto, sin venir a cuento, asintió con la cabeza. Era como si estuviese teniendo un diálogo interno con dos partes de sí misma.
—Así que ese es tu problema —murmuró mientras se sentaba en el suelo con las piernas cruzadas.
—Yo no tengo ningún problema, no sé de qué hablas. —replicó y apretó los puños—. ¿Qué haces, estás loca?
—¿Por qué?
—No puedes sentarte ahí.
—¿Por qué no? Es muy agradable sentarse en la hierba con las flores, es cómodo. —La chica golpeó el césped a su lado invitándola a sentarse.
—Haz el favor de levantarte, pareces una loca.
Mariana se tumbó y se llevó las manos a la cabeza a modo de almohada.
La bruja la veía con los ojos chispeantes de indignación.
—Mejor loca que amargada. ¿Sabías que para la gente como tú la esperanza de vida se reduce a la mitad?
Eloísa chilló y se inclinó para cogerla del pelo. La chica se desvaneció en sus narices y apareció a sus espaldas para darle un cachete en el trasero. La bruja se irguió, furiosa. Al volverse para enfrentarla todas las plumas se lanzaron en su dirección.
—¿Qué haces? ¡Para! —Las plumas se frotaban contra ella por todas partes—. ¡Para! ¡Auxilio… auxil…!
La chica sonreía de oreja a oreja mientras Eloísa yacía despatarrada en el suelo luchando contra las plumas y el ataque de risa que pugnaba por escapársele de la garganta.
—¿Venga, tía, ríndete!
Los ojos de la bruja brillaron con intensidad; segundos después, se carcajeaba tanto que las lágrimas fluían en libertad mojándole las sienes y las mejillas.
Mariana se sacudió una palma contra la otra y se dejó caer en el césped. Detuvo el ataque plumífero y le tendió una mano para ayudarla a incorporarse. Eloísa tosía en medio de las risas. Se asió con fuerza y se sentó con las piernas cruzadas.
—Ahora te toca. —La joven señaló el montón de plumas.
—Nunca he podido con el elemento aire, es inútil.
—Tú hazme caso, inténtalo mientras recuerdas la sensación de las cosquillas.
Eloísa inspiró hondo y cerró los párpados. Recordó la sensación de disfrute; la diversión en la mirada de la otra bruja y visualizó las plumas flotando. Las risas y las palmas la invitaron a abrir los ojos. Se quedó con la boca abierta. Frente a sí, las plumas flotaban y giraban en todas direcciones. Dejó la mirada fija en la bruja más joven. De pronto cayó en cuenta de que no era tan joven como ella creía. Alrededor de los ojos tenía muchas líneas de expresión al igual que en torno a la boca. Los hoyuelos se le volvieron a acentuar.
—En la vida, como en la magia, las cosas no son estáticas. Tener responsabilidades no implica alejarse del disfrute y disfrutar no es sinónimo de irresponsabilidad. —La bruja risueña se levantó con gracilidad y se sacudió la falda—. No siempre podemos controlar lo que nos rodea; sin embargo, lo que sí está en nuestras manos es la actitud con la que enfrentamos las situaciones de la vida o de la magia.
—La vida no siempre es risas… y la magia tampoco.
—Claro que no —replicó Mariana—. Por eso es importante saber reír y hacerlo todo lo que podamos. Nadie dice que tengas el deber de mostrarte feliz delante de todos; pero si te permites ser feliz desde lo más profundo de tu ser, nunca te faltará una sonrisa cálida en los momentos más difíciles. Los logros son importantes, Eloísa, pero disfrutar de la senda que atravesamos, de los pequeños momentos también lo es.
Eloísa guardó silencio mientras reflexionaba respecto de todo aquello. Quizá la chica tuviese razón y muchas veces se le hacía más cuesta arriba avanzar con la magia por estar más pendiente de graduarse de bruja que de disfrutar de lo que aprendía.
—Puede que tengas razón.
Mariana le guiñó un ojo.
—Puede que sí. —Eloísa se fijó en la dirección que tomaba la mirada de la bruja—. ¿Qué te parece si probamos mi teoría con aquel par?
La joven se había fijado en una pareja de brujos que permanecían enfrentados con actitud beligerante mientras el montón de plumas seguía aplastado contra el suelo. Los chicos manoteaban con vehemencia; era evidente que discutían.
Eloísa sonrió de oreja a oreja al ver los hoyuelos y esa mirada pícara en su compañera de travesura.
—Venga, pero deja que me encargue yo del moreno, quédate tú con el pelirrojo.
—Vale, la que provoque más carcajadas, gana.
Mariana chocó palmas con Eloísa y ambas se lanzaron al ataque.
El pequeño abrió mucho los ojos, se lamió el dedo y pasó a la siguiente página.
A todos esos corazones que todavía no han descubierto la magia que habita en ellos.
Conocer a Eva había sido un gran acontecimiento en la vida de Madeleine, pero conocer su casa, era todavía mucho mejor. En la escuela no había nadie y lo sabía porque se había dedicado a investigar durante toda una semana, quienes de todos ellos habían puesto alguno de sus pies en la casa O’Donnell. Ni uno solo de sus compis del colegio sabía lo que se ocultaba tras aquella entrada de mansión de terror. Eso ya era suficiente para que Madeleine se sintiese afortunada y agradecida con la vida. ella, la niña regordeta de quien todos se burlaban, sería la única en pisar aquella casa y develar todos esos secretos que, de seguro, escondería la casa de Eva.
Sonó el timbre. El griterío de sus compañeros la mantuvo aturdida por varios minutos; tantos, que no había escuchado la pregunta de su amiga. Porque a esas alturas ya podía decir que Eva O’Donnell era su amiga.
—¿Madeleine? ¿Qué te pasa, estás atontada? —La chiquilla pestañeó y se quedó mirando a Eva como si fuese la primera vez que la veía.
Eva le hizo carantoñas y aspavientos hasta que la niña asintió con las mejillas sonrojadas.
—Vamos, mi abuela nos espera —invitó la niña.
Madeleine se echó una mirada de autoevaluación. Se sacudió la falda del uniforme y se estiró la camisa. Luego, echó a andar tras Eva que, sin mirar atrás, había salido disparada.
* * * *
A Madeleine casi se le salen los ojos de las órbitas cuando bajó del coche. Tras las verjas de aquella mansión había todo un universo de criaturas que, quizá, pensó antes de pisar el primer escalón, cogerían vida durante la noche y se pasearían por los alrededores espantando a todo el que se les cruzase en el camino.
La abuela de Eva miraba a la niña con una sonrisa. A Madeleine le parecía de todo, menos que fuese una bruja como la de los cuentos. La niña alzó la mirada ante aquella entrada con las puertas macizas de doble hoja y una cabeza de gárgola con un gigante aro de metal. Las puertas parecían pesar toneladas, pero la amable mujer las abrió sin mucho esfuerzo y la invitó a pasar.
La niña no dejaba de ver el par de estatuas que custodiaban los escalones; tampoco era capaz de hacerse la vista gorda ante la pequeña alfombrilla de color burdeos que descansaba en el último escalón, con aquel mensaje que parecía estar escrito en un idioma muy raro. La niña se quedó parada en el segundo escalón, con la mirada clavada en la alfombrilla. La abuela de Eva, la observaba, divertida.
—No pasa nada si la pisas, todos en la casa lo hacemos —dijo la mujer extendiéndole la mano a la niña.
Madeleine se cogió de la señora y la calidez de su mano la reconfortó. Se sorprendió al sentir que los zapatos se le hundían, pero que las letras permanecían en su sitio. Eva soltó una risita y se detuvo un instante.
Madeleine alzó las cejas y sus ojos adoptaron una expresión, mezcla de incredulidad y maravilla, cuando vio a su amiga con aquella curiosa escoba en la mano.
Parecía tener todos los años del mundo. El mango estaba descolorido, el pelambre se veía desordenado y envejecido, como si la escoba hubiera sido usada por siglos y siglos para barrer.
Eva sostuvo la singular escoba y pronunciando una especie de refrán comenzó a barrer desde donde estaba parada hacia afuera. Cuando terminó, la niña le guiñó un ojo y entregó la escoba a su abuela, quien, siguió con exactitud aquella especie de ritual.
«¿Será que sí son brujos?», pensó Madeleine, mordiéndose el carrillo del lado derecho. «¿Le dejarían a ella también?» La chiquilla miraba la escoba como si esperase que esta le saltase haciendo chispas o algo parecido. De pronto recordó aquella escena de la peli de Disney donde Merlín embrujaba toda la cocina y casi se le escapa una risita.
—Si quieres intentarlo, adelante —animó la abuela de Eva acercándole la escoba como si le hubiese leído el pensamiento.
—¿Puedo? —La mujer asintió con una sonrisa.
La niña cogió la escoba, pero se quedó un tanto decepcionada, pues la vetusta limpiadora era un objeto inanimado más. Ni le hablaba ni parecía estar dotada de ningún poder mágico.
—La magia no está en los objetos, cariño —dijo la abuela de Eva interrumpiendo sus pensamientos—. La magia habita en nosotros.
—¿Yo tengo magia?
—Claro que sí —aseguró la mujer—. Ella habita en ti, igual que en los habitantes de esta casa.
La niña abrió tantísimo los ojos, que las cejas se le alzaron y en la frente se le formaron algunos plieguecillos. Hasta ese momento no se le había pasado por la cabeza que, además de conocer la casa de Eva, también conocería a su familia.
Presa de la curiosidad intentó pasar a toda prisa, pero algo la detuvo. Del susto casi se le cae la escoba al suelo. Un coro de risitas llamó su atención, pero por más que estiró el cuello, no logró divisar nada.
—Has de barrer de ti todo lo que te empañe la visión, querida —explicó la abuela de Eva.
Madeleine se quedó pensativa un instante.
—¿Eso cómo se hace? ¿Cómo sé lo que me empaña la vista? Que yo sepa, no necesito gafas para ver.
La abuela de Eva sonrió.
—No es complicado —aseguró mientras le explicaba cómo sujetar la escoba—. Solo necesitas imaginar que te deshaces de todas esas ideas que te ponen triste, esas que te hacen dudar de ti, de lo maravillosa que eres.
—¿Soy maravillosa?
—Desde luego que sí, cariño —Volvió a asegurar la mujer—. Por eso Eva te ha invitado a casa.
Madeleine sintió un calorcillo recorrerle desde los deditos de los pies hasta su pecho. Mirando a la mujer con los ojos llenos de expectativas, cogió la escoba con ambas manos.
—¿Qué tengo que hacer? —preguntó.
—Repite conmigo —ordenó la mujer.
La chiquilla asintió.
—Barro la duda y la oscuridad; —La chiquilla hizo el primer movimiento repitiendo despacio cada palabra—. Barro los miedos y la envidia… —Madeleine se sintió más liviana y puso más ímpetu en aquel curioso ritual—. Barro toda idea que me reste seguridad, porque así dejaré fuera de casa todo lo que pueda fastidiar la armonía de este hogar.
La chiquilla hizo el último movimiento y la abuela de Eva sonrió.
—Bienvenida a casa, pequeña.
Madeleine dio un paso al interior. Esa vez no encontró resistencia. La puerta se cerró tras ellas con tanto sigilo que la niña no dudó que la magia estuviese de por medio. Dio otro paso avanzando en aquel salón decorado como si fuese el salón de un palacio. Se detuvo un instante con la escoba en las manos cuando vio a los habitantes de aquella mansión. No sabía por qué, pero se había imaginado otra cosa, nunca pensó que la estuviera esperando tanta gente. Un aplauso cálido de bienvenida hizo que la niña se ruborizase de nuevo. Sorprendida ante el recibimiento de tantas personas de diferentes edades, la niña se quedó con la boca abierta. Eva se le acercó, sonriente.
—Cuelga la escoba, Made —dijo señalando el lugar donde era evidente que aquella desvencijada escoba debía permanecer. La chiquilla se quedó un poco perpleja. Haciendo memoria no se fijó que Eva entrase para volver a salir. ¿cómo había podido cogerla?
Como si le hubiese estado leyendo la mente, la abuela de Eva comenzó a explicar:
—La escoba sagrada viene a nosotros cuando nos percibe de pie en la puerta, Madeleine.
—¿La escoba sagrada? —La niña bajó la mirada y se sintió avergonzada por haber pensado que era una escoba vieja.
Eva soltó una carcajada cantarina.
—Es una escoba viejísima, Made —dijo la niña— Pertenecía a la tatarabuela de mi abuela, ¿te imaginas? —Madeleine negó con la cabeza.
—Es una escoba que ha pasado de generación en generación, cariño —explicó la abuela—. Ahora permanece con nosotros, es parte de este hogar.
—Pero yo no vivo aquí —murmuró la pequeña mientras se mecía de un lado a otro.
—No vives aquí, pero puedes formar parte de nuestra familia si quieres. —dijo la voz de un joven que a la niña le pareció el más guapo que hubiese visto en toda su vida.
—Es verdad —dijo titubeante Eva—. di por sentado que querías, pero si no quieres…
—Claro que quiero —respondió Madeleine, mirando la escoba con tanta emoción que pensó que se pondría a llorar ahí mismo como si fuera una cría pequeña.
—Entonces solo has de colgar la escoba —dijo un señor con el pelo gris y los ojos de un azul tan oscuro, que casi parecían negros.
Tras morderse el labio inferior, se fijó en lo alto que estaba el gancho donde colgaba la escoba.
—Pídeselo —sugirió una jovencita que se parecía mucho a Eva.
La niña buscó la mirada de la abuela de Eva y esta le sonrió, asintiendo.
—Escobita, ¿puedes colgarte en tu sitio?
Nada pasó.
—Así no, Made —corrigió Eva tocándose la frente con un dedo para luego tocarse el pecho donde está el corazón—. Intenta lo mismo, pero sin hablar con la boca.
—Entonces ¿con qué le hablo a la escoba?
—Con el corazón —respondió la jovencita que se parecía a Eva.
—Vale.
La niña adoptó una expresión seria. Estaba concentrándose, pero nada sucedía.
—Deja que el deseo se forme en tu corazón —indicó la abuela—, luego deja que fluya fuera de ti.
Madeleine siguió la indicación. La escoba flotó desde sus manos hasta dejarse caer en el gancho donde colgaba y que estaba ubicado tras una de las hojas de la maciza puerta de la entrada. Los vítores del resto de habitantes no se hicieron esperar. La niña volvió a sonrojarse, pero se sentía contenta. Por primera vez en todo lo que recordaba de su corta vida, se sentía parte de algo. Eso la llenaba de alegría.
—Muy bien —felicitó la abuela acariciándole la cabeza—. Ahora es tiempo de tomar una merienda, luego podréis explicar a Madeleine cómo son las cosas en esta casa.
Eva tomó de la mano a su nueva compañera de conjuros y echó a correr atravesando el amplio salón.
La nave se estremecía de forma frenética. El capitán miró de soslayo a su copiloto androide mientras intentaba recordar si había programado la secuencia de búsqueda y rescate de forma correcta. La alarma estalló en una secuencia estridente. Luces parpadeaban en el tablero. Los controles parecían registrar los datos de forma errónea.
Aquella travesía por distintos planetas de la galaxia del triángulo había sido una verdadera odisea. Visitar trece planetas con breves paradas tan solo para cargar y descargar la mercancía y sin poder beberse ni un trago de whisky dangeriano ya le pasaba factura. Era lo que tenía formar parte de los piratas espaciales. Podían convocarte en cualquier nanosegundo y rechazar un encargo era aceptar la misma muerte. Nadie escapaba una vez era acogido entre las filas de aquella organización conocida en varias galaxias por su temeridad al contrabandear entre las distintas razas extraterrestres. Eran los mejores, de eso no cabía la menor duda. Por ello medio universo andaba tras su búsqueda y captura.
* ~ *
El capitán aferró los mandos, se ajustó el casco y activó los propulsores. Tras revisar los mapas digitales concluyó que si quería escapar de aquel ataque tendría que dar un salto espaciotemporal rompiendo la barrera y atravesando el agujero de gusano que se hallaba unos grados en dirección noreste.
Otro disparo impactó desestabilizando la nave.
—Tenemos un escuadrón aproximándose a gran velocidad, capitán.
—Prepárate, Lucius, vamos a salir escopetados.
—No poseo información sobre ese término en mi banco de datos, señor.
Aljxur puso los ojos en blanco. Antes de que el androide pudiera decir cualquier otra estupidez empujó los mandos hacia adelante y contuvo el aliento. La nave se sacudió y en nanosegundos solo una estela lumínica rompía la ingrávida oscuridad. El escuadrón se quedó persiguiendo el vacío.
* ~ *
El piloto seguía aferrado a los mandos cuando una fuerte sacudida le hizo perder el control de la nave.
—Hemos entrado en la atmósfera terrestre, capitán.
El androide tecleaba a toda velocidad.
—Dime algo que no sepa ya.
—Iniciando secuencia de eyección…
A Aljxur le castañeaban los dientes. La nave seguía sacudiéndose. En cualquier momento las llamas convertirían la nave en un meteorito flamígero, al menos es lo que verían los habitantes terrestres.
—Iniciando protección ignífuga en cinco segundos…
El capitán cerró los ojos cuando divisó por la escotilla aquella visión blanquecina y extensa que parecía fundirse con el cielo en el horizonte.
—Cinco segundos para eyección…
Ambos asientos salieron disparados por la compuerta superior justo a tiempo. diez segundos después, la nave se había transformado en una inmensa bola dorada que terminó estrellándose contra el lado norte de aquella formación geológica que refulgía como el cristal gracias a la luz solar. Un fuerte destello cegó a Aljxur antes de que su cuerpo chocase contra la arena y perdiese el conocimiento.
* ~ *
El sol abrasaba el cielo del Farafra. Lucius se esforzaba en sacudirse los restos de arena sin mucho éxito. Revisando su pulsera de control escaneó los daños. Sus sensores de proximidad y el módulo de micro geolocalización se vieron afectados. El módulo de comunicaciones también tenía algunos daños menores. El resto de funciones parecían estar intactas. El programa de búsqueda y rescate lo impelía a ponerse en movimiento. Debía encontrar al capitán y activar el módulo de comunicaciones antes de que los habitantes de aquel planeta se percatasen de su existencia. La historia era muy clara. Los humanos eran terribles sanguinarios y había que evitarlos a como diese lugar.
Lucius se giró con brusquedad y supo que era demasiado tarde.
* ~ *
El androide permaneció impasible ante la nube de arena que se levantaba frente a él. Bajo sus rígidos pies el suelo vibraba cada vez con más fuerza. tras lo que le pareció un lapso de tiempo demasiado largo, un grupo de beduinos sobre unas criaturas que, gracias a su banco de datos pudo identificar como camellos, se detuvo. Luego de observarlo con curiosidad, los hombres se dirigieron sendas miradas de sorpresa y alguna que otra de recelo.
—Saludos, caballeros beduinos —pronunció el androide en árabe.
Los beduinos se miraron entre sí, luego clavaron sus oscuros ojos en Lucius. A pesar de no ser humano, el androide había sido creado con la apariencia de uno. Con su largo pelo dorado y sus ojos verdes, Lucius bien podría pasar por un turista anglosajón. Que hablase en árabe sin acento extranjero como si fuese un nativo de aquellas tierras fue algo que desconcertó a los beduinos.
—Encuentro vuestra cultura algo… fascinante —dijo intentando establecer conversación.
—¿Nuestra cultura?
El androide asintió.
—De donde yo vengo… —Hizo unos gestos algo peculiares—. Vuestras costumbres forman parte de la antigüedad.
Los beduinos intercambiaron más miradas. Alguno dejó en claro que pensaba que aquel turista se habría vuelto loco por la insolación.
—¿Y dónde es eso? —la pregunta lo tomó por sorpresa.
—En el tri… —interrumpió la respuesta antes de meter la pata—. De bastante lejos —finalizó procurando adoptar una postura menos amenazadora.
—Ajá…
El androide permaneció en silencio mientras investigaba lo que su banco de datos tenía sobre aquellos humanos.
—¿Cómo es que un tipo con esa pinta que traes está aquí? —El beduino señaló al horizonte—. ¿En medio del desierto blanco? ¿Dónde está la excursión?
El androide frunció el cejo y la frente.
—¿Excursión?
—El sol quizá le tiene la cabeza chamuscada —dijo otro beduino señalando el sol que brillaba ahora con más fuerza.
El líder de los beduinos asintió con la cabeza, mirando a su compañero.
—Además con esas ropas que lleva tiene que estar deshidratado.
El hombre señaló el atuendo del androide.
Lucius bajó la mirada alzando una ceja al ver su aspecto desaliñado. Su uniforme preferido estaba sucio y lleno de arena. Frente a la posibilidad de ocasionar un problema intergaláctico, el androide sopesó sus posibilidades. Cuando el módulo de probabilidades en situaciones de peligro le ofreció un noventa por ciento de éxito, abrió la boca. No tenía tiempo que perder.
—Veréis —intentó explicar Lucius— Pasa que nos despistamos con lo de hace rato y pues ahora yo estoy aquí, pero el capi… digo mi compañero está en otro lado —mintió.
—Ajá… —repitió el líder beduino.
—Vosotros que sois buenas personas… —Gesticuló el androide haciendo casi una reverencia—. Podríais brindarme ayuda para encontrar a mi compañero, ¿verdad? Los libros…
El líder beduino hizo algunas señas a sus hombres y estos se acercaron rodeando al androide, interrumpiendo su discurso. Lucius, sin tener claro qué pretendían los hombres adoptó una postura defensiva que había visto en algunos ficheros de esos que los humanos llamaban película; en la época antigua se realizaban muchas de esas historias visuales. Se supone que la idea era entretener, o eso había entendido Lucius al realizar distintas búsquedas en la red interestelar.
Los beduinos se carcajearon con ganas.
—Calma —dijo el líder beduino cuando sus hombres dejaron de reír—. Nuestro campamento está en el oasis de Bahariya, podemos llevarte ahí y luego de reponer provisiones buscar a tu compañero.
Lucius abandonó la postura y asintió con la cabeza. Estuvo a punto de preguntar el motivo de aquellas risas, pero se dijo que era mejor no distraer a los humanos.
—Os lo agradezco, buen señor beduino.
Los hombres que lo rodeaban se apartaron un poco para dar paso al más joven de todos ellos quien traía de las riendas a uno de los camellos. El líder de los beduinos observaba a Lucius con curiosidad mal disimulada.
—Sabes montar, ¿no?
Lucius veía al animal con los ojos entrecerrados.
—Desde luego —respondió con poco convencimiento.
—Bien.
El líder tiró de las riendas de su montura.
Lucius se acercó al camello. El joven le entregó las riendas. Tras un rato en el que pareció permanecer contemplativo ante aquel animal emitió unos gruñidos y el camello dobló sus patas arrodillándose de tal forma que el androide pudo alcanzar la silla. Siguiendo el manual que había consultado sobre civilizaciones antiguas y sus medios de transporte, el androide montó y volvió a gruñir.
Los beduinos lo miraron con asombro y suspicacia.
—Venga animalito del desierto —el androide hablaba en voz muy baja— sé un buen camellito y sigue a tus colegas.
El camello gruñó al levantarse y echó a andar siguiendo a la caravana. El androide se tambaleaba peligrosamente y logró mantener el equilibrio a duras penas.
Aliviado por haber logrado un contacto satisfactorio con aquel grupo de humanos y una vez dominada la postura sobre aquellas jorobas, el androide entró en modo ahorro de energía aprovechando la luz solar para recargar sus baterías extras. No era igual que la luz en la galaxia del triángulo, pero le valdría para seguir operativo el tiempo suficiente como para rescatar al capitán.
* ~ *
Aljxur despertó desorientado y con un dolor de cabeza que le impedía pensar con claridad. Cerró de nuevo los ojos. Tumbado boca arriba se quitó los guantes y rozó el terreno que lo rodeaba. Respiró de forma superficial para no aspirar demasiado aire de la tierra. Si bien lo toleraba mejor que otros dangerianos, no es que no tuviese ciertas consecuencias en su organismo. Revisó su comunicador de pulsera. Maldijo en danger al darse cuenta de que con el impacto se había averiado. Se retiró el traje; la temperatura comenzaba a ser demasiado alta para seguir dentro. Por fortuna siempre llevaba una camiseta y unos pantalones impermeables debajo. De esa forma si le tocaba escapar de alguna redada podría escabullirse con facilidad.
Abrió los ojos de nuevo. Esta vez tuvo la precaución de no hacerlo de golpe. La luz terrestre era mucho más luminosa y solía dejarlo ciego con mucha rapidez. Esperó a que sus pupilas se adaptasen para dar un vistazo a su entorno. Suspiró profundo al identificar aquella formación geológica. La conocida «Montaña de Cristal». La buena noticia era que si no había retrocedido demasiado en el tiempo estaría cerca de algunos asentamientos beduinos. La mala era que, si no había sido así, podría darse por muerto.
Decidió ponerse en pie. Cuando pudo mantener el equilibrio intentó orientarse. Miró hacia donde apuntaba su propia sombra y echó a andar hacia el este. Casi una hora después sintió el suelo vibrar. entrecerró los ojos y aguzó la vista para distinguir qué podía ser aquello. Sorprendido, se quedó inmóvil. Un grupo de hombres, de varias edades, montados sobre unos raros cuadrúpedos se aproximaban en una vigorosa cabalgata. La buena noticia es que, entre todos ellos, Lucius permanecía en la retaguardia. Reconocería ese mal intento de melena en cualquier lugar del universo.
Los hombres redujeron la velocidad hasta detener a los animales cerca de lo que supusieron era el compañero del turista. Nerviosos y desconfiados, decidieron mantener cierta distancia de seguridad. No era común encontrar hombres con semejante altura y complexión. Aquel hombre parecía más un gigante que una persona. Dándose cuenta del estado de ánimo de aquel grupo de humanos, el capitán permaneció con la mirada clavada en el suelo arenoso. Era mejor pasar por introvertido que espantar a aquel grupo mostrando sus peculiares ojos de pupilas verticales e iris púrpura tornasol. Bastante tenía con que viesen su pelo naranja chillón. Siempre podría decir que el color era artificial; al menos ahí no habría ninguna mujer que pudiera darse cuenta y desmentirlo.
El androide avanzó adelantando al grupo para acercarse a Aljxur e inclinarse lo bastante como para poder hablar en el idioma interestelar y en voz muy baja.
—Encuentro venturoso que se halle en un estado aceptable, capitán.
Aljxur resopló. Lo remilgado de Lucius solía hacerle gracia y por ello no había modificado su módulo de lenguaje y comunicación, pero en aquel momento le resultó exasperante.
—¿Has podido enviar el mensaje para que nos saquen de aquí?
—La prioridad del programa es asegurar la supervivencia.
El capitán se cogió del pelo con fuerza.
—Envía el puto mensaje ahora mismo —ordenó—, o voy a convertirte en un asistente de cocina mercuriana.
—Necesito ser reparado, capitán.
El dangeriano apenas se contuvo, para no lanzarse y arrancarle la cabeza.
—¿Va todo bien?
El líder de los beduinos no quitaba los ojos de encima de aquel gigante que parecía salido de una película de terror.
Lucius se irguió y enseguida se giró sonriendo.
—Ningún problema, buen señor —dijo—. Si no os importa ayudaré a mi… compañero a montar y seguiremos nuestro camino, no queremos causaros más inconvenientes.
El líder beduino asintió. En el fondo aquel dichoso compañero le ponía los pelos de punta. Lucius se giró, acarició al camello mientras le gruñía algo que a Aljxur le parecieron adulaciones. El joven que había asistido al androide se acercó guiando a otro camello. Lucius cogió las riendas y el joven salió disparado.
Aljxur veía al animal con desconfianza. Tal como había hecho Lucius con su montura, gruñó, y el animal se arrodilló.
—Haga el favor de montar, capitán —sugirió el androide— debemos darnos prisa.
El pirata miró la silla sobre el camello y luego a Lucius. Deduciendo lo que debía hacer se sentó sobre la silla. El androide hizo una serie de ruidos y el camello se levantó. El capitán maldijo en dangeriano cogiéndose con fuerza a aquellas tiras de cuero para no salir disparado.
Antes de emprender la marcha, Lucius agradeció la ayuda a los beduinos. El líder los despidió y dio la orden de regresar a su campamento.
* ~ *
Varias horas después, el capitán y su acompañante entraban en la ciudad. El ocaso le daba la bienvenida a la noche y la temperatura impactaba causando estragos en Aljxur, que esperaba de pie fuera de una tienda de electrónica, a que su androide hiciese acto de presencia. Cuando por fin salió, el capitán respiró. Le preocupaba que Lucius llamase demasiado la atención. Habían sido muy afortunados en no retroceder mucho en el tiempo, lo que ayudaba a que no hubiese una diferencia tan significativa en la tecnología terrestre que, no por ser insidiosos, pero iba siempre bastante más atrasada que la usada en la galaxia del triángulo.
—¿Y bien?
—He logrado reparar los daños —confirmó Lucius—. La extracción se realizará en cinco minutos con treinta segundos y…
El capitán lo cortó tirando de él hacia el callejón.
—Habla más bajo o los terrestres terminarán por darse cuenta de que no pertenecemos aquí.
Lucius asintió, pensativo. Comenzaba a preguntarse si no habría algún error en la información de que disponían en la red intergaláctica. Claro que, habían llegado unos cuantos años antes de la guerra apocalíptica, con lo que quizá el problema radicaba en que, de esta época no se tenían registros fidedignos. Lo cierto es que, de lo que había conocido hasta el momento, nada coincidía con su banco de datos y eso resultaba desconcertante.
El transporte hizo su aparición en el tiempo establecido. Ambos abordaron la nave sin ser vistos. Utilizando el camuflaje básico, se elevaron y abandonaron la atmósfera terrestre a la velocidad de la luz.
—Joder, Aljxur… te ves peor que la mierda espacial de Andrómeda, macho —dijo Gouel—. ¿Qué coño pasó?
—Mejor no preguntes.
El piloto alzó sus cuatro manos en son de paz.
—Ajustaos cinturones y cascos, volvemos a casa.
Tras activar los mandos y programar las coordenadas, la nave dio un salto temporal hacia el futuro. Con la nave en piloto automático ambos piratas permanecían tumbados en sus camastros.
—Aquí entre nosotros —dijo Aljxur en voz baja— tenemos que tener un chivato.
Gouel se incorporó de golpe.
—Esa es una acusación muy grave.
—Grave o no… —Se escuchó la voz del androide por los altavoces—. Algo raro pasa y no solo porque tengamos un comité de bienvenida.
* ~ *
Ambos piratas salieron directo a la cabina.
—¿Quién más sabía aparte de ti que venías a por mí?
—El comandante y… —El Rideriano se dio con sus dos manos derechas en la amplia frente—. Soy un redomado idiota.
—Idiota o no, saca nuestros culos de aquí… ¡ahora!
Gouel asintió ocupando el asiento del piloto mientras Lucius se ocupaba de la consola para programar las defensas de la nave.
—Clostha tiene que ser la chivata. —concluyó el rideriano.
Sin dejar de mascullar, seguía maniobrando la nave buscando la forma de colarse entre aquella formación.
—Tiene sentido —admitió el dangeriano con tristeza—. Tendría que haber sabido que ella se vengaría tarde o temprano.
—He informado al comandante… —interrumpió Lucius—. La mujer será ejecutada en… —Miró el panel—. Diez minutos y cuarenta segundos.
Aljxur vio a su androide con incredulidad
El capitán se pasó la mano por la cara, abatido. Clostha había sido su primer amor. Entre ellos siempre había existido una pasión y una lujuria desbordada, pero demasiado tóxica para sostenerse durante toda una vida. Aunque la separación había sido dura y tormentosa, él creyó que eso era agua pasada. Se había engañado por demasiado tiempo pensando que ella en realidad había aceptado aquella ruptura. Era evidente que no había sido así y que el hecho de enredarse con otras mujeres había sido la gota que derramó el vaso. Lamentaría su ausencia, era una colega estupenda y una piloto excepcional, pero ella había tomado una nefasta decisión y la traición a un compañero de contrabando se pagaba con la muerte.
—Preparaos… —dijo Gouel por el comunicador— romperemos la barrera en cinco segundos.
Aljxur se cogió con fuerza mientras la nave viraba en un ángulo imposible y salía disparada sin que la flota interestelar pudiese hacer nada para atraparlos.
Luego de atravesar el agujero de gusano la nave permanecía en curso a velocidad constante.
—Lamento su pérdida, capitán.
El hombre negó con la cabeza.
—Nada que lamentar, Lucius… ella se labró su destino.
—Espero que no tenga pensado alguna tarea para … —El androide titubeó observando su propio reflejo en el cristal—. Desensamblar vuestras herramientas.
El capitán se quedó en silencio. Le gustaba fastidiar al androide de vez en cuando. Lucius carraspeó y cuando iba a iniciar una de sus largas peroratas explicativas, Aljxur lo cortó dándole una palmada en el hombro.
—Tranquilo, todavía nos queda una larga bitácora de aventuras.
—Esas son buenas noticias, capitán —dijo el androide retomando su puesto junto al piloto—. Son excelentes noticias.
—Si que lo son, Lucius, sí que lo son.
La nave se dirigía rumbo al cuartel general de los piratas espaciales. Mientras observaba la constelación triangulum, el capitán dangeriano agradecía seguir vivo y en una sola pieza.
Agradecimientos
A Jessica Galera (@Jess_YK82 quien inspiró este curioso relato sembrándome la imagen de un androide montando en camello.
Salió escopetada tan rápido como pudo comprobar que su objetivo estaba liquidado. Dio esquinazo en lo que divisó al par de policías. Entró en el baño de damas como alma que lleva el diablo. Se cambió con rapidez lanzando todo en una bolsa negra de basura que luego quemaría en algún vertedero de las afueras de la ciudad. Tiró de la cadena y salió para retocarse el maquillaje. Su abundante cabellera morena enmarcaba un rostro de facciones casi perfectas. Se retocó el labial y salió con calma.
Afuera en el centro comercial un jaleo daba cuenta del trabajo que acababa de finalizar. Se marchó en dirección contraria con una sonrisa en los labios.
Dos días después de aquel encargo se encontraba en la hermandad. Había sido convocada por el gran hermano.
—Este es tu nuevo objetivo, Michelle. —Frunció el entrecejo al ver la fotografía.
Se dedicó un instante a detallarle. No parecía el típico asesino al cual acostumbraban a liquidar. Claro que aquella tupida barba podía ocultar muchas cosas debajo, al igual que aquellos ojos felinos que miraban con atención. Parecía pan comido.
—Es más del tipo de François, ¿no? —Devolvió la fotografía, nunca se quedaba con ninguna.
—¿Desde cuándo eres tú quien clasifica los objetivos?
Se encogió de hombros ante el tono cortante de Pier. Era un capullo de primera, pero a ella eso le daba igual mientras le diese trabajo y ganase la misma cantidad de dinero que el resto de sus hermanos. Al menos él era el único que no la denigraba por ser mujer.
—¿Para cuándo se le quiere fiambre?
—Mañana a primera hora —respondió— asegúrate de marcarlo.
Alzó las cejas, sorprendida. Ese requisito sólo se pedía cuando el objetivo tenía más de un contrato en contra.
—¿Quién más le busca? —Se aventuró a pesar del mal humor de Pier.
—La Corte. —La chica alzó las cejas, incrédula.
Silbó antes de dejar caer su esbelto cuerpo en el sillón.
—¿La paga?
—Un millón —dijo— cuatrocientos para ti, seiscientos para nosotros, depositados en el banco suizo de siempre, en cuanto la marca se verifique.
—¡Mondiù! —se puso en pie del tirón— ¿Hablas en serio?
—Hoy tienes la vena de la estupidez muy latente, petit —el tono de amenaza permanecía bajo la sonrisa gélida que le ofrecía— yo no suelo bromear con el trabajo, lo sabes.
Desde luego que lo sabía. No obstante, no solía tener tales encargos. Ese hombre tenía que ser en extremo peligroso si alguien estaba dispuesto a pagar semejante suma para verlo muerto.
—¿Hay extras?
—Si fallas se subirá la paga en cincuenta porciento y se incluirá tu cabeza en el contrato.
No le sorprendió. En un encargo como aquel no podían permitirse los fallos. Lo que sí le sorprendía es que Pier la tuviese en cuenta por encima de François y Jeanpaul. Obvio que no le diría nada, pero se iría con tiento. Algo le olía a chamusquina y su instinto no solía fallarle.
—Se te enviará el resto de información por la vía habitual, ya sabes qué hacer.
Pier vio marchar a la chica y solo cuando verificó por las cámaras que hubo salido del edificio hizo la llamada que tenía pendiente.
—La operación está en marcha —guardó silencio mientras escuchaba— no dio señales de sospecha, pero yo de ti me iba con cuidado; es digna hija de su padre y representante digna de su casta.
Pier colgó tras aquella declaración. Tras un par de comandos pulsados con precisión activó las cámaras del estacionamiento.
Michelle caminaba con paso seguro y elegante. Lamentaba salir de ella porque durante los últimos cinco años había resultado un buen elemento, pero negocios eran negocios. A su edad lo que pretendía era un retiro satisfactorio y ella se lo proveería. Suspendió la imagen enfocando su rostro. Tras otro par de comandos envió la fotografía a su contacto en La Corte.
Cualquiera del gremio pensaría que su hermandad y La Corte eran enemigos acérrimos, pero nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que eran organizaciones cuyas transacciones se manejaban a un muy alto nivel y que quedaban solapadas, con frecuencia, a conveniencia. Siempre era preferible una buena coartada que moviese el mercado del sicariato permitiéndoles subir las tarifas que resignarse solo a depender del interés o la necesidad del cliente.
Con la operación en marcha ahora solo quedaba esperar los resultados.
Michelle se dirigió a la localización donde hallaría a su objetivo. Según el informe era un mercenario de La Corte que había desertado hacía un año. Esperaría el momento más propicio. Por fortuna esa tarde llovía a cántaros; sería mucho más sencillo camuflarse y pasar desapercibida.
Con sumo cuidado preparó el arma que utilizaría esta vez. Puesto que su objetivo era alguien todavía más letal que ella, tendría que utilizar un método que le permitiese abatirlo a cierta distancia. Impregnó los dardos con un compuesto preparado utilizando cicutoxina y batraciotoxina, cuidando de no entrar en contacto con el compuesto. Eran dos sustancias costosas y difíciles de conseguir, pero altamente eficientes en casos como ese. Cargó los dardos en el disparador oculto en su paraguas y permaneció al acecho.
A la hora estimada su objetivo se acercaba montando una Harley Davison. Tras reducir la velocidad ella avanzó por la calzada desplegando el paraguas a metro y medio. Con rapidez pulsó el botón del sistema automático y los dardos salieron disparados desde la punta hacia el cuello y la espalda del objetivo. Cubriéndose para no ser vista por el mercenario, permaneció de pie mientras el hombre caía hacia atrás presa del potente veneno.
Luego de presenciar el último espasmo del hombre, Michelle se acercó con sigilo para marcar a su objetivo con el sello de la hermandad. Tuvo solo el tiempo justo de marcarlo con el ácido cuando por el rabillo del ojo atisbó un par de botas masculinas. Su instinto de supervivencia empezó a enviarle señales de peligro que no desoyó. Simulando continuar ajena a la presencia del recién llegado se movió cubriéndose con el paraguas extendido. Girando sobre el pie izquierdo esquivó por los pelos un cuchillo que se terminó clavando en la llanta delantera de la motocicleta. Aprovechando el impulso de su atacante se agachó y le hizo trastabillar golpeándole con el paraguas en las rodillas y haciendo que el hombre cayese de bruces.
Con rapidez se puso en pie tras rodar sobre el costado izquierdo y extrajo uno de sus puñales; sin perder el impulso saltó empujando de nuevo al hombre contra el suelo.
Montada ahorcajada sobre su espalda le tomó por el cabello, pero el mercenario se giró deshaciéndose de su agarre.
Antes de que el asesino pudiera sujetarla volvió a rodar acuclillándose a cierta distancia. El mercenario le arrojó otro cuchillo que le rozó el brazo izquierdo haciendo un corte profundo que comenzó a sangrar de inmediato.
Apretó los dientes para no chillar mientras permanecía atenta al hombre que se le acercaba con una sonrisa sardónica en los labios. Dejó que se aproximara lo suficiente como para poder atacarle con un ardid antiguo pero efectivo.
Cuando lo tuvo a dos pasos a punto de cogerla hizo una finta simulando que le arrojaría algo a la cara. El hombre rompió su defensa y ella le clavó el puñal en el vientre causándole una herida lo bastante grave y en extremo dolorosa como para debilitarlo.
El asesino perdió el equilibrio cayendo de rodillas mientras se presionaba la herida. Ella se fijó en él. No le reconocía, pero sabía que pertenecía a La Corte por aquel curioso tatuaje que mostraba en el cuello. Posó sus fríos ojos grises en su rival y esperó unos segundos para serenarse antes de hablar.
—No fallé —murmuró la chica— vosotros quedáis fuera.
—Tu cabeza…tiene…precio.
Michelle se mantuvo estoica, aunque aquella revelación le había provocado una punzada de rabia y temor. En su profesión tarde o temprano se corría el riesgo de convertirse en objetivo.
—¿Quién quiere mi cabeza?
—La hermandad… ofreció …doscientos cincuenta mil.
La joven mercenaria tragó grueso. Habría esperado cualquier otra cosa menos la traición de su propia gente.
—Ve en paz —masculló antes de cortarle la garganta para evitarle una agonía atroz.
Michelle abandonó el lugar sin mirar atrás. Tal como le había enseñado su padre manipuló la escena para borrar cualquier rastro de su presencia. En el fondo no sería tan difícil, de gran parte de la evidencia se haría cargo la lluvia que seguía cayendo sin cesar.
Entrando a su refugio se encargó de la herida que el mercenario de La Corte le había provocado. Puntada tras puntada no dejaba de darle vueltas a lo que el asesino había dicho. Era poco probable que sus hermanos fuese los traidores. Si bien no veían con buenos ojos que ella siguiese la tradición familiar, había otras formas menos drásticas de un retiro prematuro por su parte. Solo una persona podría beneficiarse con aquello y si las malas lenguas tenían razón de cómo funcionaban las cosas en el gremio, ya sabía quién era el traidor.
Para ese momento su nuevo objetivo tendría que saber que ella seguía en este mundo y si era inteligente, sabría también que ella estaba en conocimiento de su traición. Armada como ameritaba la situación, salió dispuesta a cobrar su recompensa porque como siempre decía su padre: «ningún Leroy deja deudas pendientes, eso es de muy mal gusto.»
Entró sin anunciarse. Sentado en su escritorio, Pier la observaba de forma especulativa. Con los sentidos agudizados por la ira, ladeó la cabeza antes de dispararle en el hombro de su mano dominante con la cual pretendía avisar a sus gorilas de que estaba en una situación comprometida.
La joven mercenaria se sentó en la silla de visitantes. Pier seguía observándola sin parpadear. Gotas de sudor se iban acumulando en su frente.
—¿No te interesa saber por qué?
—No necesito tus explicaciones —replicó con tono gélido— Saldaremos nuestras deudas, es lo único importante en este momento.
—Puedo negarme.
—Y yo puedo torturarte durante toda la noche hasta que hagas lo que has debido hacer desde el principio —la joven se reclinó cruzando las piernas—, todo es asunto de decisiones. Tú decides si sufres una muerte rápida y compasiva o una dolorosa y muy, pero muy lenta.
—Eres una mala imitación de Gerard, ¿lo sabías?
Michelle se encogió de hombros. Puede que en otro momento aquella puya le hiciese saltar, pero Pier había dejado de formar parte de sus afectos.
—Tu opinión carece de valor ahora mismo, hermano. —El hombre tragó grueso al verla tan fría y controlada.
—Quizá tus hermanos no piensen lo mismo que tú, ¿no crees?
La joven negó con la cabeza.
—Ellos saben tan bien como yo que la traición solo se paga con la muerte, Pier.
—No te atreverás a dejar la hermandad a la deriva —espetó—, nadie te seguirá.
Michelle sonrió y sus labios se curvaron con lentitud. Su rostro mostraba una curiosa satisfacción.
—Desde luego que lo harán, sobre todo cuando vean cómo el gran hermano exhala su último aliento a manos de una Leroy.
Gritos terroríficos de súplica rompieron el silencio en aquella oficina, pero nadie acudió.
Doce horas después todos los miembros activos y no activos de la hermandad recibían un enlace y una notificación de cambio de mando, además de una nueva normativa la cual podían aceptar o rechazar asumiendo las consecuencias. Michelle sonrió al ver en la pantalla del ordenador de su nuevo despacho como iban llegando las notificaciones de aceptación y respaldo. La hermandad de la fleuret Noire estaba bajo su mando.
Como toda bruja que se precie de serlo, cada semana visito el abarrote de Merlín, ese, que está en la esquina de Apariciones con tierra de Nadie. Toda bruja y hechicero lo conoce, porque se especializa en los ingredientes más selectos y difíciles de hallar, además de que tiene la singularidad de funcionar las 24 horas.
Por supuesto, las brujas de verdad no vamos allí de día, el horario diurno solo es para aquellos mortales carentes de magia, que lo que buscan es alimentar sus estómagos.
Si los tontos mortales supieran que mucho de lo que ellos llaman gourmet, nosotros lo usamos para ¡hechizos de limpieza!
¿Dónde me quedé? Ah, sí. Como os iba diciendo, todas las semanas voy al abarrote de Merlín, a abastecerme apropiadamente. Ayer, cuál fue mi sorpresa, mientras me paseaba por el túnel de los retinianos, me conseguí a ¡Ravena!; y no es por andar de lengua viperina, pero la pobre nunca consiguió retomar su belleza inicial después de intentar acabar con Blanca Nieves. Arrugas le sobraban a raudales. Claro está que, por diplomacia brujeril, omití deliberadamente hacérselo saber. Y menos mal tuve la astucia suficiente de hacerle señas a Maléfica, que venía de la catacumba de los dragones, antes de que metiese la pata hasta el fondo; porque veréis,Maléfica es demasiado transparente, y todo, absolutamente todo se le nota ¡y todo se le sale!
Afortunadamente, Ravena tiene presbicia y miopía, así que ni cuenta se dio del tic nervioso de Maléfica intentando aguantarse para no soltarle una buena parrafada de ingredientes para pócimas rejuvenecedoras. Debo acotar que no todo lo hice yo sola, el guapo de Mandrake me echó un cable al hacer que todos los calderos comenzaran a desfilar al son de la macarena —Merlín le enseñó ese truco hace añales—; desliz que también aprovecharon Flora, Fauna y primavera para colarse sin que Maléfica se diese cuenta.
Tristemente la noche no fue perfecta; el que no debe ser nombrado, sí, ese mismo, se apareció del brazo de Bellatrix y casi nos arruina la tertulia lanzando Avadas Kedabras por doquier; es que ese también anda bien cegato, gracias a Harry Potter.
Hablando de Potter, se apareció de lo más campante con Ron, Hermione y Gini, su mujer; menos mal que para ese momento, Voldemort ya había agotado la paciencia de unos cuantos Hechiceros y magos, y lo sacaron a empujones, luego de haber alborotado a todas las ranas rinocerontes del camino de los batracios. De no haber sido así, ¿os imagináis cómo habría quedado el abarrote de Merlín?
No, no, mejor ni pensar en eso, que ya tuvimos bastante aquel día en que la Bruja Mala del Oeste se puso a perseguir a la Bruja Buena del Sur por todo el laberinto herbáceo. ¡Nos tuvieron casi un mes sin provisiones! Ni lavanda, ni jazmín, ni hierbabuena, ni albahaca, ni eléboro, Ni cáñamo, ni sándalo, ni eucalipto.
¡Mejor no lo recuerdo, que me termino perdiendo en el tiempo! Es que, veréis, distraerse en el abarrote de Merlín es sumamente fácil y termina una siempre o en otra dimensión, o en otra época; y la masa no está para bollos, ni la magia para que una la desperdicie en semejantes gilipolleces.
Pero como os iba diciendo, menos mal que no se encontraron Potter y el que vosotros sabéis, o nos habrían tenido perdiendo toda la noche esquivando rayos verdes, varitas y librándonos de transformaciones a medias. Claro, que la aparición de Jadis, casi casi, ocasiona que las hadas se quedasen congeladas más allá de la primavera y nos quedásemos sin polvo de hadas hasta que a ella se le ocurriese, pero por suerte solo entró por unas cuantas sanguijuelas y con la misma se marchó, dejando todo helado como una nevera.
Suerte que yo iba con una lista pequeñita —apenas buscaba escamas de dragón de fuego, pezuñas de unicornio, polvo de hadas, hiervas varias, velas de colores, uñas y pelos de un gato negro, un calderito de cobre y una escoba nueva de cedro—; y Hendricks, el druida, muy amablemente me colaboró, mientras yo estaba atrapada entre Ravena, Mandrake y Maléfica, a quien de pronto se le ocurrió explicarnos una nueva forma de convertir príncipes en sapos, para lo cual pretendía usar a Gandalf, a quien, por supuesto no le hizo nada de gracia el intento; de hecho, se puso tan furioso que le lanzó un hechizo para convertirla en lagartija y por un pelo de unicornio, no convirtió a Elías, el gnomo —asistente de Merlín— en un dragón de Comodo.
Qué nochecita, ¡qué nochecita! Hacía mucho no me divertía tanto yendo de compras y es que nunca imaginé que sería tan divertido ver correr a Maléfica, varita y tacones en mano, con un Gandalf furioso detrás, intentando todo hechizo transformador, mientras ella de cuando en cuando se defendía hechizando calderos, escobas y báculos. En realidad yo creo que esos dos se traen algo, pero Delfos, el oráculo no ha querido confirmarlo.
¡Y eso que llevamos siglos preguntándoselo!
Confieso que esta vez aproveché el alboroto para desaparecer —no sin antes pagar por mi pequeño surtido de ingredientes mágicos—; no me apetecía exponerme al asedio de Fistandantilus que, como sabéis, tiene esa obsesión por querer robarle la vida a los demás, y, no, gracias, me gusta mucho mi vida siendo bruja; así que sin pensarlo mucho, tomé mi alforja mágica y, ¡zas! me esfumé. Menos mal he aprendido a desaparecer en un pestañeo, porque por poco no lo cuento, el fastidioso de Randall Flagg me seguía los pasos, el muy necio; es que ¿sabéis? hay magos y hechiceros que no aceptan un «no», por respuesta.
En fin, otro día os contaré mi historia con Randall, que ahora mismo ya no me queda tiempo; Mandrake casi llega y prefiero no hacerle esperar; ¡hoy tocan hechizos de amor danzando desnudos bajo la luna llena!
La observaba, sí. La palidez de su rostro me ofrecía una satisfacción inusitada. Verla temblar de terror era un placer que disfrutaba sin premura. Echó a correr y sentí el vibrante llamado de la cacería. Le di ventaja, total, daba igual hacia donde quisiera huir, podía darle alcance en un parpadeo, fundiéndome con el poder primigenio de la noche.
Sus jadeos me incitaban a avanzar con sigilo, a la expectativa de su primer alarido; ese que comenzaba a formarse en el fondo de sus entrañas, subiendo, despacio, hasta alojarse como un nudo asfixiante en su garganta. La empujé un poco más, enviando sonidos e imágenes a esa mente tan dulce y prolija. Ver sus ojos desorbitados por el pánico me deleitaron de una forma desconocida para mí.
La luna brillaba en lo alto iluminando la oscuridad del acantilado con una hermosura espectral sobre aquellas rocas donde mi viejo amigo, el mar, me daba la bienvenida. La empujé un poco más, hasta tenerla justo donde quería. La vi detenerse en seco, dubitativa ante aquel espectáculo aterrador de observarse a sí misma sin salida, de pie al borde del acantilado. Invadí su mente sin contemplaciones, provocándola, incitándola a dar el paso definitivo hacia el vacío y saboreé su indecisión.
Ese último atisbo de valor que vislumbré entre sus atormentados pensamientos era inadmisible, así que me materialicé frente a ella, reptando con lentitud en forma de niebla, espesa, fétida y pegajosa. La vi tragar grueso, estremecida ante la sensación de mi presencia sobre su piel y sus lágrimas fueron el mejor obsequio que cualquier mortal pudiera haberme concedido antes de apoderarme de su alma.
Seguí reptando sobre su piel, ascendiendo poco a poco. El aroma de su miedo me resultaba un bálsamo y abría mi apetito insaciable. La escuché gritar como un animal herido y supe que sería un manjar como pocos. Me filtré entre las células de su piel y disfruté cada estremecimiento, cada intento de su mente por combatirme una vez fue consciente del destino que le aguardaba. Alcancé su corazón y me envolví a su alrededor, apretando con paciencia y dedicación hasta exprimir toda su fuerza vital.
Que no se rindiese fue la guinda del pastel. No hay nada más apetecible que la resistencia durante los últimos segundos de existencia. Abandoné aquella cáscara marchita y tomé forma humana. Había un indescriptible deleite en observar cómo los cuerpos humanos se consumían una vez te apoderabas de su fuerza vital y su alma.
Sonreí con regocijo al percibir el aroma dulzón de la muerte, mientras los restos de mi reciente banquete se esparcían de la mano del viento del norte. Fue tanta mi satisfacción, que no pude evitar compartir una carcajada triunfal antes de marcharme a por otra suculenta alma; es lo que tiene ser el príncipe de la noche, un cazador de almas; el amo y señor de la oscuridad.
—Señorita… —Di un respingo al sentir aquella mano huesuda sobre mi hombro.
—Lo siento, perdí la noción del tiempo.
—Es lo que tiene ser amante de la lectura, no se preocupe, pero debo pedirle que abandone la biblioteca, el horario de atención al público terminó hace horas. —Algo en la sonrisa de aquel hombre me provocó un vacío en el estómago.
Cerré el libro y se lo entregué en las manos. Quizá fue mi imaginación, pero por un instante me pareció ver un brillo maligno en aquellos ojos oscuros, sin mencionar el estremecimiento que el roce de aquellos dedos me provocó en la piel; así que asentí y sin más dilaciones abandoné la biblioteca.
Eché a andar atravesando la calle hacia la acera de enfrente. Imágenes de la reciente lectura, en la que había estado sumergida, comenzaron a invadirme sin cesar y un miedo atroz empezaba a palpitar en mi interior.
«No mires atrás», pensé, pero mi cuerpo no obedeció a mi mente.
Palidecí echando a correr y sin dar crédito a aquel instante, comprendí que había tenido entre mis manos el preludio de mi propia muerte.
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