Etiqueta: #Sentimientos

  • Sammy – El koala

    Fondo verde oscuro. A la izquierda la imagen de un koala muy tierno que abraza a un árbol. A la derecha una frase que dice: a veces solo hace falta dar un paso o recibir un abrazo para que todo vuelva a estar bien.
    Imagen libre de derechos

    Sammy, el koala asustadizo, llevaba días sin bajar de la misma rama. Pimpinela, una ardilla rojiza de filosos dientes y horrible temperamento aterrizó junto al pequeño oso.

    —¿Cuánto más vas a seguir aquí arriba?

    —No lo sé —reconoció con timidez.

    —Vale, entonces no te importará que me haga con las hojas y bayas que recopilaron para la fiesta, ¿no? Mejor me las como yo antes de que se pierdan.

    Sammy cabeceó en silencio. No dijo nada, él solía ser muy callado. No obstante, le había sentado mal que Pimpinela se preocupase más por las bayas que por cómo se sentía él.

    —No hagas caso —dijo Malaquías y se ajustó las gafas—. Pimpinela no es mala, lo que pasa es que es cortita de miras.

    La ardilla refunfuñó ante el comentario del viejo búho y se marchó a otra rama.

    —A nadie le importa como me siento —dijo el koala.

    —A mí me importa y, de seguro, a don Euca, también. Si no me crees, pregúntale —sugirió el búho.

    —¿Y cómo hago eso? Don Euca me da sus hojas, pero nunca le he visto una boca ni me ha hablado.

    El búho esbozó una sonrisa y dijo:

    —Lo que pasa es que tú nunca lo has abrazado. Si lo hubieses hecho, sabrías que el le habla a tu corazón.

    —¿De verdad?

    —Desde luego —dijo el búho y rodeó el tronco con sus grandes alas.

    —Ahora mismo me está diciendo que está muy contento de que estemos sobre su rama, pero que le gustaría que le dieses un abrazo para poder hablar contigo.

    El koala abrió mucho los ojos y se arrimó. El viejo búho le cedió el lugar. Medio dubitativo, Sammy se tomó un tiempo antes de acercarse lo suficiente y extender las garras para abrazar al árbol.

    Después de varios minutos, el koala suspiró. El corazón le aleteaba de alegría. La tristeza se había espantado gracias al afecto que le brindó don Euca.

    —¿Ahora sí lo escuchaste? —El koala volvió la cabeza y asintió.

    —A don Euca no le molesta que me coma sus hojas. Me dijo que así podían salirle otras nuevas. Además, me preguntó por qué estaba triste.

    —Muy bien, ¿Te das cuenta de que a veces solo hace falta acercarse un poquitín?

    —Pues sí que llevabas razón —dijo con los ojitos brillantes—. Tampoco le importa que sea diferente y que no me guste mucho ir abajo con los otros animales. Me dijo que a él le gustaba porque así le hacía compañía.

    —Eso es porque A él sí que le importa cómo te sientes.

    —Sí, es que yo no lo sabía.

    —Porque no habías intentado hablar con él antes. Ahora puedes hablar con don Euca cuando quieras.

    El koala volvió a asentir y se abrazó de nuevo al tronco del árbol.

    Malaquías se guardó las gafas entre el plumaje y se lanzó en picado. Dio un par de picotazos juguetones a los animales que se divertían a los pies de don Euca y luego remontó el vuelo. Sammy lo siguió con la mirada hasta que sólo fue un punto diminuto en el firmamento.


    En ocasiones nos sentimos solos e incomprendidos. Creemos que a nadie le interesa cómo nos sentimos. En esos momentos lo más frecuente es aislarnos cuando, quizá, si nos comunicamos con alguien, nos demos cuenta de que hemos estado equivocados. Nos encantaría que los demás se diesen cuenta apenas nos ven, de cómo nos sentimos. No obstante, la verdad es que los demás no pueden adivinar nuestro estado de ánimo; no pueden saber lo que nos pasa si nos cerramos y guardamos todo dentro. Otras veces, un abrazo es suficiente para reconfortarnos; empero, el orgullo nos impide pedirlo.

    Son muchas las veces en que nos mantenemos al margen sin darnos apenas cuenta de que lo único que necesitamos es dar un paso.


    Si esta historia ha logrado captar tu atención y la disfrutaste, me ayudaría muchísimo si me obsequias un «me gusta» o si la difundes en tus redes sociales. Además, me encantaría que compartieras conmigo tus impresiones en la caja de comentarios que encontrarás más abajo. Y si te gusta lo que escribo, puedes convertirte en mi mecenas si me invitas el equivalente a un
    café
    en Paypal. Así Me estarías apoyando a seguir escribiendo.

    Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

    Valora esta historia



  • Lecciones de vida y magia

    Un niño que lee. En su rostro se plasma la sorpresa. El libro que está leyendo parece desprender magia.
    Imagen libre de derechos tomada de pxfuel

    Se cruzó de brazos, enfurruñada. Resopló y el mechón que le caía sobre la frente, y le cosquilleaba en el ojo se levantó para luego volver a caer en su sitio. Enarcó una ceja y entornó los ojos.

    A su lado, la chica nueva sonreía de oreja a oreja mientras cientos de plumas de colores danzaban en el aire al responder a cada una de sus indicaciones.

    Le lanzó una mirada de pocos amigos y se acercó en dos zancadas.

    La chica la miró y los hoyuelos que se le formaban en las mejillas se profundizaron.

    Eloísa dio un manotazo. Las plumas cayeron en el suelo. La joven alzó las cejas y ladeó la cabeza. Tras algunos segundos de contemplación silenciosa se acuclilló para recoger sus plumas y volver a iniciar el hechizo.

    Ofuscada por su propia frustración, la joven bruja volvió a manotear. El hechizo se rompió y las plumas volvieron a caer. La joven se llevó un mechón de pelo detrás de la oreja y repitió la operación.

    Las plumas ahora no sólo danzaban; también cambiaban de color. La chica sonrió, satisfecha.

    Eloísa gruñó, exasperada. Por tercera vez alzó la mano; sólo que esta vez chamuscó las plumas con una sola llamarada.

    Plagada de sí misma se quedó observando a la novata. La jovencita se inclinó, murmuró algo en voz muy baja y cientos de plumas volvieron a surgir de las cenizas; esta vez con colores mucho más brillantes. la risa de la joven no se hizo esperar.

    La bruja le dio un empujón.

    —¿No sabes rendirte? —La chica ladeó la cabeza y sus rizos coquetos rebotaron con gracilidad.

    —¿Por qué tendría que hacerlo? Que tú no disfrutes no significa que yo no deba disfrutar.

    Eloísa se volvió a cruzar de brazos.

    —¿Quién te dijo a ti que yo no disfruto? No me conoces para decirme eso.

    —No necesito conocerte, basta con verte la cara. Parece que hacer magia te diera dolor de tripa.

    —Y a ti parece que te estuvieran haciendo cosquillas todo el tiempo. Te la pasas con esa sonrisa bobalicona como si la magia fuese un entretenimiento.

    Mariana se le quedó mirando sin parpadear. De pronto, sin venir a cuento, asintió con la cabeza. Era como si estuviese teniendo un diálogo interno con dos partes de sí misma.

    —Así que ese es tu problema —murmuró mientras se sentaba en el suelo con las piernas cruzadas.

    —Yo no tengo ningún problema, no sé de qué hablas. —replicó y apretó los puños—. ¿Qué haces, estás loca?

    —¿Por qué?

    —No puedes sentarte ahí.

    —¿Por qué no? Es muy agradable sentarse en la hierba con las flores, es cómodo. —La chica golpeó el césped a su lado invitándola a sentarse.

    —Haz el favor de levantarte, pareces una loca.

    Mariana se tumbó y se llevó las manos a la cabeza a modo de almohada.

    La bruja la veía con los ojos chispeantes de indignación.

    —Mejor loca que amargada. ¿Sabías que para la gente como tú la esperanza de vida se reduce a la mitad?

    Eloísa chilló y se inclinó para cogerla del pelo. La chica se desvaneció en sus narices y apareció a sus espaldas para darle un cachete en el trasero. La bruja se irguió, furiosa. Al volverse para enfrentarla todas las plumas se lanzaron en su dirección.

    —¿Qué haces? ¡Para! —Las plumas se frotaban contra ella por todas partes—. ¡Para! ¡Auxilio… auxil…!

    La chica sonreía de oreja a oreja mientras Eloísa yacía despatarrada en el suelo luchando contra las plumas y el ataque de risa que pugnaba por escapársele de la garganta.

    —¿Venga, tía, ríndete!

    Los ojos de la bruja brillaron con intensidad; segundos después, se carcajeaba tanto que las lágrimas fluían en libertad mojándole las sienes y las mejillas.

    Mariana se sacudió una palma contra la otra y se dejó caer en el césped. Detuvo el ataque plumífero y le tendió una mano para ayudarla a incorporarse. Eloísa tosía en medio de las risas. Se asió con fuerza y se sentó con las piernas cruzadas.

    —Ahora te toca. —La joven señaló el montón de plumas.

    —Nunca he podido con el elemento aire, es inútil.

    —Tú hazme caso, inténtalo mientras recuerdas la sensación de las cosquillas.

    Eloísa inspiró hondo y cerró los párpados. Recordó la sensación de disfrute; la diversión en la mirada de la otra bruja y visualizó las plumas flotando. Las risas y las palmas la invitaron a abrir los ojos. Se quedó con la boca abierta. Frente a sí, las plumas flotaban y giraban en todas direcciones. Dejó la mirada fija en la bruja más joven. De pronto cayó en cuenta de que no era tan joven como ella creía. Alrededor de los ojos tenía muchas líneas de expresión al igual que en torno a la boca. Los hoyuelos se le volvieron a acentuar.

    —En la vida, como en la magia, las cosas no son estáticas. Tener responsabilidades no implica alejarse del disfrute y disfrutar no es sinónimo de irresponsabilidad. —La bruja risueña se levantó con gracilidad y se sacudió la falda—. No siempre podemos controlar lo que nos rodea; sin embargo, lo que sí está en nuestras manos es la actitud con la que enfrentamos las situaciones de la vida o de la magia.

    —La vida no siempre es risas… y la magia tampoco.

    —Claro que no —replicó Mariana—. Por eso es importante saber reír y hacerlo todo lo que podamos. Nadie dice que tengas el deber de mostrarte feliz delante de todos; pero si te permites ser feliz desde lo más profundo de tu ser, nunca te faltará una sonrisa cálida en los momentos más difíciles. Los logros son importantes, Eloísa, pero disfrutar de la senda que atravesamos, de los pequeños momentos también lo es.

    Eloísa guardó silencio mientras reflexionaba respecto de todo aquello. Quizá la chica tuviese razón y muchas veces se le hacía más cuesta arriba avanzar con la magia por estar más pendiente de graduarse de bruja que de disfrutar de lo que aprendía.

    —Puede que tengas razón.

    Mariana le guiñó un ojo.

    —Puede que sí. —Eloísa se fijó en la dirección que tomaba la mirada de la bruja—. ¿Qué te parece si probamos mi teoría con aquel par?

    La joven se había fijado en una pareja de brujos que permanecían enfrentados con actitud beligerante mientras el montón de plumas seguía aplastado contra el suelo. Los chicos manoteaban con vehemencia; era evidente que discutían.

    Eloísa sonrió de oreja a oreja al ver los hoyuelos y esa mirada pícara en su compañera de travesura.

    —Venga, pero deja que me encargue yo del moreno, quédate tú con el pelirrojo.

    —Vale, la que provoque más carcajadas, gana.

    Mariana chocó palmas con Eloísa y ambas se lanzaron al ataque.


    El pequeño abrió mucho los ojos, se lamió el dedo y pasó a la siguiente página.


    Este relato fue escrito para participar en el va de reto de octubre propuesto por Jose A. Sánchez. La condición era escribir un relato que hablara sobre la Jovialidad.