Etiqueta: suspense

  • Ceoltróirí: el orígen

    Bosque durante la noche. Además de los árboles se observa al fondo la cabeza de un monstruo de piedra con la boca muy abierta que semeja una entrada. Hay una mujer que pareciera haber salido de la boca del monstruo.
    Imagen libre de derechos de Stephan Keller en pixabay

    ScreamingWood, Pluckley primera rama del Mabinogi.

    El druida alzó los brazos. La brisa se convirtió en un viento tormentoso que aullaba con furia mientras arrastraba consigo las voces espectrales que rondaban el sotobosque de aquel lúgubre paraje. Las nubes se arremolinaron envolviendo a la luna y opacando el brillo platinado que había matizado hojas, troncos y cualquier superficie que hubiese entrado en contacto con ella; incluso la piel de aquellas bestias gigantescas y peludas que rodearon al hombre atraídas por su hipnótica voz se había tornado opaca a pesar del tono neblinoso que les había permitido mimetizarse durante la caza previa a ser invocadas por segunda vez.

    —En este día y a esta hora,
    mi voz elevo, mi vida entrego.
    Que la oscuridad reclame mi alma;
    y la magia de estas criaturas me sea otorgada
    Por derecho de heredad…
    ¡Hágase mi voluntad por toda la eternidad!

    Las criaturas aullaron al percibir el temblor de la tierra bajo sus patas. El druida reculó a tiempo y pudo evitar que el enorme cráter que se había abierto lo tragase. No obstante, los sabuesos no contaron con la misma suerte y terminaron engullidos por las fauces del inframundo.

    —Has llegado demasiado lejos, Atgas. —La potente voz de Arawn, dios y rey del inframundo provocó que algunos robles se resquebrajaran.

    Tras él, su legión primigenia le resguardaba la espalda lista para hacer frente a la amenaza que se cernía sobre el equilibrio entre los mundos.

    —¡Tengo derecho a reclamar lo que me pertenece!

    El dios ascendió flotando con lentitud. Las nubes se dispersaron y la plateada armadura destelló en el instante en que la luz blanquecina de la luna hizo contacto con su superficie. El intenso fulgor se fragmentó y salió disparado en todas direcciones. Uno de los rayos dio de lleno sobre Atgas y lo privó del sentido de la vista. El druida, desprovisto de uno de sus sentidos, cayó de rodillas mientras manoteaba para no dar de bruces contra el suelo.

    —Has manchado tu nombre y tu legado al practicar la magia prohibida y por eso serás condenado. —El dios alzó el puño.

    —¡No puedes condenarme!

    Atgas intentó ponerse de pie sin obtener resultado alguno.

    —Puedo y lo haré… serás recluido el resto de tu existencia en el foso de Annwn.

    Del puño del dios brotó un haz de luz rojizo que envolvió por completo al druida en una especie de red que se tensaba y absorbía la fuerza vital del hombre. La montaña que rodeaba al sotobosque se partió en dos. Lamentos y aullidos surgieron desde lo más profundo y se unieron a los gritos de Atgas que, presa de la desesperación, luchaba por zafarse de aquel encantamiento. Mientras más luchaba el druida, más dolorosa se volvía su prisión. El poder del dios lo arrastraba sin compasión. Atgas clavó sus dedos en la tierra para tratar de aferrarse. En medio de aquella lucha descarnada contra un poder que lo superaba con creces lanzó su último conjuro.

    —En este día y a esta hora,
    La maldición de mi sangre su raíz expande;
    testigo serás de mi poder,
    la magia prohibida no podrás contener.
    Espectros se alzarán; el alma de los impuros libres será…
    el equilibrio se romperá y los tres mundos me pertenecerán…
    ¡Hágase mi voluntad!

    El dios observó, horrorizado, cómo la tierra alrededor de las manos del druida se tornaba rojiza como la sangre y tras asolar cualquier vestigio de vida se volvía tan negra como la mismísima noche. Sin perder tiempo el dios del inframundo arrojó otra oleada de poder contra el druida.

    —Morirás antes de que puedas ver tu maldición convertirse en realidad.

    —¡Volveré! ¡algún día me liberaré y te haré pagar! ¡Estarás maldito sin descanso y cuando regrese seré tu peor pesadilla!

    Arawn hizo un ademán y las dos mitades de la montaña volvieron a unirse. Quiso acallar las voces espectrales; fue inútil. Frunció el entrecejo y sus labios formaron una delgada línea. Lanzó un hechizo para proteger las puertas de su reino. Pese a todos sus esfuerzos, la protección no resultaba lo bastante potente. Aquel maldito hechicero había dejado su huella en todo el lugar. De improviso sus ojos se fijaron en la criatura espectral que surgía desde la zona más distante. Arrojó una onda de poder y obligó al alma del impuro a regresar. Supo entonces que debía tomar cartas en el asunto y solicitar la intervención divina de Dagda. A fin de cuentas, fue uno de sus hijos quien cometió aquella ignominia.

    🌩🌩🌩

    En cuanto el dios de la sabiduría puso los pies en aquella tierra maldita las voces se atenuaron; el viento se convirtió en una brisa gélida y la tormenta que amenazaba con estallar en cualquier momento se mantuvo a buena distancia de ellos.

    —Mi intervención no será suficiente para devolver el estado de equilibrio, mi buen amigo. —Arawn se cruzó de brazos.

    —¿Vas a lavarte las manos? Ha sido uno de los tuyos, no lo olvides.

    Dagda suspiró profundo.

    —Desde luego que no pienso quedarme de brazos cruzados, Arawn. Lo que te estoy diciendo es que hará falta algo más que tu intervención y la mía para contrarrestar la magia prohibida.

    —Maldita sea, dagda. Casi subyuga a mis sabuesos. Los traería de vuelta, pero me temo que ya no sean tan fáciles de dominar. Han probado el alma de ese idiota y no se conformarán sólo con la de los impuros.

    El dios de la sabiduría asintió con la cabeza y dio un vistazo alrededor. Con un ademán hizo aparecer su arpa mágica. El dios del inframundo arqueó una ceja y clavó los ojos en el instrumento.

    —¿Qué pretendes?

    —Tratar de poner en marcha la única solución efectiva que se me ocurre en este momento.

    El arpa emitió una suave melodía que se perdió ante la cantidad de gritos y lamentos espeluznantes que retomaban su tétrica cantinela.

    —¿Qué solución es esa?

    Arawn mantenía su atención dividida entre Dagda y las almas de los impuros que acababan de escapar a toda velocidad.

    —Hemos de crear una nueva raza que llamaremos «ceoltóirí». Les daré parte de mi magia y mi sabiduría y tú les darás vida y tus propios dones.

    El dios del inframundo entornó los párpados. Los músculos del rostro se le contraían una y otra vez.

    —No sé, Dagda. Jamás he querido tener descendientes. Ya viste lo que pasó con uno de los tuyos.

    —Si quieres mantener el equilibrio no tienes otra alternativa.

    Arawn exhaló un hondo suspiro y se posicionó frente a su igual. Ambos juntaron las manos sin rozarse la piel y tras establecer el vínculo divino iniciaron el conjuro.

    —Yo, dagda, padre de dioses,
    dador de vida y muerte
    invoco a los cuatro elementos y cedo parte de mi poder
    para que una nueva raza pueda florecer.

    El mazo sagrado del dios se materializó entre ambos mientras se desplazaban a toda velocidad en dirección a la bóveda celeste.

    —Yo, Arawn, dios y rey del «Otro mundo»,
    Mago, cambiante y guerrero,
    cazador de los impuros…
    cedo consciente mis dones,
    Para dar vida a los «ceoltóirí».
    Brujos, cambiantes y guerreros;
    protegerán las puertas de mi reino.
    El equilibrio en el mundo mantendrán,
    desde ahora y por toda la eternidad.

    Una ráfaga de poder proveniente del dios del inframundo envolvió al mazo sagrado y se fundió con el poder de Dagda. Los cuatro elementos se unieron para formar una espiral que engulló al mazo y lo mantuvo girando a una velocidad de vértigo.

    —¡Hágase nuestra voluntad!

    Del mazo surgieron dos esferas brillantes. a medida que el poder fluía entre ambos dioses, las esferas tomaban formas diversas: distintos animales se formaron y deformaron hasta que, por fin, luego de que ambas burbujas se expandieran y estallaran en millones de luces diminutas, dos figuras humanas se materializaron. Los dioses descendieron y rodearon a la pareja.

    —Bienvenidos a este mundo, hijos míos. —La voz de Arawn se tornó cálida. En los ojos del dios un brillo de satisfacción no tardó en hacerse visible.

    Los brujos hicieron una pequeña reverencia. Dagda los abordó sin dilaciones.

    —Os hemos dado vida para que os convirtáis en protectores y guardianes. Vuestro deber ha de estar por encima de cualquier cosa. Os debéis a vuestro padre y a él debéis rendir culto, devoción y obediencia.

    El dios del «Otro mundo» se adelantó y tomó las manos de cada uno de sus hijos.

    —No estaréis solos. Yo siempre velaré por vosotros; por vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos. Seréis mis hijos, pero también crearéis mi nueva legión.

    Hombre y mujer asintieron con los ojos cargados de afecto hacia su padre.

    —Ahora, preparaos para recibir el don más importante que se os concederá. —Los ceoltóirí fijaron su atención en Dagda—.  Recibid pues, a «shiansach».

    El arpa mágica del dios comenzó a emitir la melodía más hermosa que jamás se hubiese escuchado sobre el mundo mortal. Los brujos cayeron de rodillas. De sus ojos brotaron lágrimas de sangre y en el pecho del lado izquierdo se les formó una marca de sangre en forma de espiral.

    —Debéis guardar el secreto de este don y sólo hacer uso de él de ser absolutamente necesario.

    Los brujos miraron a su padre. El dios secó sus lágrimas y los ayudó a levantarse.

    —Este será vuestro mayor legado. Transmitiréis el don de generación en generación, pero sólo los elegidos podrán desarrollarlo. —Dagda clavó los ojos primero en el hombre, luego en la mujer—. Si hacéis uso indebido de este don seréis condenados por toda la eternidad y se os negará la entrada al reino eterno de las almas. ¿Lo habéis comprendido?

    Ambos cabecearon con suavidad.

    —No os defraudaremos —dijeron al mismo tiempo.

    —Marchaos entonces y estad atentos a mi llamada. Sabréis cuando os necesite porque reconoceréis los signos. La luna y el sol se encontrarán; la tierra temblará y las aves os anunciarán mi mensaje. Cuando estos aparezcan deberéis acudir a mi presencia. Si os negáis dejaréis de ser mis hijos, pero podréis quedaros entre los humanos si así lo decidís.

    Los ceoltóirí hicieron una pequeña reverencia con el puño derecho apoyado sobre el corazón. Minutos después avanzaban bosque a través en dirección al poblado más cercano.

    Los dioses vieron partir a la pareja de brujos. En el firmamento la reina de la noche ofrecía sus últimos destellos. La bóveda celeste atenuó el azul medianoche para dar paso a la gama de colores pasteles que anunciaba la llegada de un nuevo día y con él, el inicio de otra era.


    Este relato fue escrito para participar en el desafío noviembre 2020 propuesto por Jessica Galera Andreu @Jess_YK82.

    Si te gustó la historia me encantaría que compartas conmigo tu impresión en la caja de comentarios que encontrarás más abajo. También puedes compartir el enlace a esta entrada en redes sociales.

    Mil gracias por estar allí. Os abrazo grande y fuerte.

  • Fecha de caducidad

    Francotiradora rubia con rifle apuntando a su objetivo
    Imagen libre de derechos tomada de pxfuel


    Dedicatoria

    A ti, que sigues allí leyéndome en silencio…


    La asesina se tumba en la azotea. Roza con la barbilla el hormigón. Coge los binoculares y enfoca. Ve la ventana. El hombre se mueve. Ella sonríe. Nicole recuerda el nombre de la víctima: Taylor Ford.

    Deja de acechar y coge el rifle. Ajusta la mirilla. El hombre gira; le da la espalda.

    Nicole apunta; puede ver la nuca de Taylor. Toma aire y lo retiene. El viento aúlla.

    El hombre se vuelve y cierra la ventana. Ella aguarda; el índice en el gatillo espera para contraerse.

    Nicole escucha el jaleo de los vecinos de Taylor. el ruido la paraliza; el hombre se tensa. Ella se fija en la mujer y maldice; detesta los imprevistos. Exhala el aire y suspira. evita moverse, debe finalizar el encargo.

    Taylor se vuelve. Nicole ve la nuca del hombre por la mirilla; se prepara. Empieza a sentir el cosquilleo de anticipación en el estómago.

    Taylor alza el puño. Ella aprieta el gatillo. El cristal de la ventana estalla. La bala le atraviesa el cráneo.

    Nicole ve la sangre y los sesos de Taylor esparcirse. El hombre cae. La asesina escucha el grito de la mujer. Vuelve a disparar. La bala le perfora la frente; la mujer cae. Nicole chasquea la lengua; le molesta desperdiciar balas. Odia dejar rastros que la comprometan.

    Recoge el rifle y los binoculares. Baja del tejado y sale del edificio. Echa a andar por la acera. Cruza la calle.

    Escucha la sirena. La patrulla se aproxima. Las luces del techo giran y la distraen. El coche se detiene; el frenazo se impone a los ruidos de la noche. Policías bajan del vehículo.

    Nicole alza la ceja. Reconoce el rostro de la agente que la mira al entrar empuñando su arma de reglamento. La asesina Piensa con desagrado en los giros que da la vida y retoma la caminata. Cruza la calle en la esquina y voltea.

    Cierra los ojos; el rostro de la policía se le aparece; la mujer le agrada; matarla le incomoda.

    Retoma la caminata; acelera el paso y se pregunta: ¿sabrá Josephine Coleman que su vida tiene fecha de caducidad?


    Agradecimientos

    1. A Daniel Hermosel @danielturambar por sus talleres de escritura en Twitch

    Este reto consistía en escribir un relato sin utilizar adverbios ni adjetivos con menos de 500 palabras. Este consta de 353.

  • Cautiva del mal


    Dedicatoria

    A la vida misma y a ti que siempre me lees y me sigues apoyando…


    La reina de la noche brillaba en lo alto. Su platinada luz se colaba por el resquicio entre la ventana y las cortinas. En la penumbra, ella permanecía sentada en mitad de la cama abrazada a sus rodillas y meciendo su cuerpo adelante y atrás como si siguiese el ritmo de una melodía que solo ella era capaz de escuchar.

    Había tenido que cerrar los ojos, pero en cuanto los abrió vio las sombras que danzaban a su alrededor, burlonas, cínicas, malévolas. Escuchó sus risitas y apretó los dientes mientras repetía en su mente la misma oración de cada noche:
    «Ángel de mi guarda, dulce compañía… no me desampares ni de noche ni de día porque me perdería»
    El viento que aullaba, lastimero, intensificó su desgarradora cantinela. La temperatura de la habitación se tornó gélida, casi glaciar.

    Comenzó a tiritar de anticipación; sabía que estaba allí fuera, esperando el momento preciso.

    La doceava campanada del reloj tañó. Ella se aferraba con más fuerza a sus rodillas mientras en su interior podía sentir cómo la llamaba… se negaría como siempre, pero él buscaría la manera de tentarla.

    Las nubes se arremolinaron alrededor de la luna. La habitación quedó envuelta en una profunda oscuridad. Las sombras desaparecieron.

    La cama comenzó a vibrar, los objetos cayeron y se hicieron añicos contra el suelo. Las cortinas se abrieron de lado a lado movidas por unas manos invisibles que dejaron al descubierto el cristal.

    Apretó los ojos en cuanto sintió su llamada. Estaba ahí, acechándola; esperando que ella se entregara.

    Sintió aquella mano rozándole el rostro, obligándola a girar la cabeza en dirección a la ventana.

    Sus ojos, esta vez infantiles, la miraban sin pestañear.

    Ella, incapaz de resistir su siniestra presencia, gritó, pero nadie la escuchó; seguía presa en el laberinto de su mente.


    La voz que narra este breve relato en el video es de quien escribe. Espero os guste y gracias totales por estar allí.

  • Los héroes también tienen pesadillas

    Un niño de entre 7 y 8 años con magulladuras en rodillas y en el rostro, sentado sobre un arcón. Tras él en la pared proyecta la silueta de Batman. La atmósfera de la estancia es algo triste y apagada. el niño permanece con cara pensativa.
    Imagen libre de derechos de Lothard Dieterich.


    La tarde ofrecía una brisa cálida, un sol brillante y un cielo claro donde las nubes jugaban a crear formas divertidas.

    Se asomó por la ventana y la vio en el jardín trasero. Salió corriendo de su habitación con Manchas siguiéndole muy de cerca. Descendió por las escaleras brincando a cada dos escalones y sonrió triunfal cuando aterrizó con ambos pies sobre la pequeña alfombra que su madre mantenía a los pies de la escalera.

    —Quieto ahí, Mike —dijo su madre cortándole el avance con los brazos en jarra—. ¿A dónde vas?
    —Nela está en el jardín, mamá —dijo como si aquello fuese razón suficiente.

    —De acuerdo, pero solo un rato, ¿eh? Luego vendrás y harás tus deberes.

    El niño asintió con la cabeza y salió disparado antes de que su madre pudiera cogerle para llevar a cabo el tedioso ritual de aplacarle el pelo rebelde y meter su camiseta por dentro de sus pantaloncillos cortos.

    Se percató de que tenía los cordones de una zapatilla sueltos y se agachó para atarlos con un lazo doble. Tras ocuparse de eliminar cualquier cosa que pudiera representar un peligro para una eventual escapada fugaz, se aproximó al jardín de su vecina.

    Manchas maulló con fuerza. Se arqueó y sacó las zarpas. Él sabía por qué; también lo había visto y estaba demasiado cerca.

    Inés se alejó de su hermana pequeña cuando el móvil comenzó a sonar con aquella melodía estridente. Mike echó a correr para evitar que se marchara, pero no llegó a tiempo. La verja lo había retenido demasiado. Estaba perdiendo la costumbre y la agilidad y eso no debía pasar.

    Sentada en su silla de ruedas, Nela se esforzaba por aumentar la distancia, pero aquella criatura monstruosa se movía demasiado rápido y la silla tenía el freno puesto.

    Desesperado ante la posibilidad de que el recolector atacase a su amiga otra vez, Mike se dobló y recogió dos piedras antes de echar a correr con todas sus fuerzas.

    Frenando y deslizándose entre la silla de ruedas y el monstruo, lanzó una piedra y luego la otra. La primera pasó a centímetros de aquella cornamenta repugnante mientras que la segunda dio en el blanco. La criatura chilló y se lanzó a por el chaval alejándose de la silla. Manchas echó a correr y de un salto llegó al regazo de Nela.

    Con la intención de alejarlo tanto como le fuese posible, Mike fue provocando al recolector que, no perdió tiempo en iniciar su persecución y señalarlo como objetivo.

    La criatura intentó embestirlo, pero Mike lo esquivó al rodar por el agreste terreno. Se raspó las rodillas y los codos, pero no le importó. Lo único que tenía en mente era que aquella criatura no se llevase el alma de Nela. Cogió varias piedras y se las lanzó. Muchas se perdieron sin dar en el cuerpo de aquella bestia, pero otro tanto sí que dio en el blanco.

    Frunció la nariz cuando vio aquel líquido espeso, verdoso y pestilente manar de las heridas del recolector.

    —Eres un crío estúpido —siseó la bestia—. Cuando acabe contigo, iré a por ella y tendré las almas que necesito.

    —Primero tendrás que atraparme, ¿no?
    La bestia dio un gran salto y ambos entraron en los predios del tupido bosque que circundaba su casa y la de Nela.

    Redujo un poco la velocidad porque necesitaba que la criatura lo persiguiese sin cambiar de opinión.

    Cuando llegaron al claro del bosque, el atardecer se vislumbraba en la bóveda celeste. Miles de formas fantasmagóricas; sombras espeluznantes se formaban entre los árboles y los arbustos. Inspiró hondo varias veces y tragó grueso cuando lo vio acercarse.

    Era todavía más horrible que el que los estuvo persiguiendo hacía unos meses.

    La criatura curvó lo que, en teoría deberían ser unos labios. Una hilera de dientes puntiagudos se extendía a lo largo de la curva. El recolector sacó su lengua y Mike pudo ver el aguijón. Tenía que ser valiente por Nela, ella ya lo había salvado una vez; por eso estaba en aquella silla; no podía rendirse, no justo ahora.

    La criatura hizo un ruido esperpéntico y Mike comenzó a temblar. Recordó la primera vez que había visto a Nela, sus hoyuelos al sonreír y la forma en que arrugaba la nariz cuando le explicaba cómo matar a cada monstruo. Ellos eran los elegidos y una vez te daban ese honor, ya no podías rendirte nunca jamás.

    Dio un brinco hacia atrás y evitó las garras venenosas por los pelos. Rodó por el suelo y se escabulló entre sus espantosas patas. El recolector se dobló sobre sí mismo para intentar cogerlo, pero Mike fue más rápido y al ponerse de pie, le dio una patada en el trasero a la criatura que fue a dar con las napias contra la roca que tenía en frente.

    El ruido de algo duro al quebrarse le dio escalofríos. Jadeante como estaba solo era capaz de pensar en Nela y en mantener a aquella cosa espantosa lo más alejado de ella.

    La criatura se levantó dando tumbos. El cuerno que sobresalía desde su hocico se había quebrado casi desde la raíz. Supo el instante preciso en que tenía que echar a correr antes de que aquella criatura se lanzase de nuevo al ataque y eso justo fue lo que hizo.

    El corazón le galopaba dentro del pecho, el aire le quemaba la garganta y la nariz. Los ruidos del bosque se iban interrumpiendo a su paso y tras cada chillido de aquella bestia el silencio que surgía en respuesta, se tornaba horripilante. Tropezó y dio con las rodillas en el suelo raspándose con los arbustos gran parte del rostro. Se volvió en el momento exacto en que el recolector lo apresaba entre sus garras y acercaba su aliento fétido hasta su boca.

    —¡Mike! ¿Despierta ya! —Se incorporó de golpe con el pelo pegado a su cabeza y una capa de sudor resbalándole por todo el cuerpo.

    —¿Qué pasa?
    Nela se cruzó de brazos haciendo un puchero. Se frotó los ojos bastante desorientado.

    —Te volviste a quedar dormido mientras leíamos el libro… —El chaval tiró de su camiseta para secarse el sudor que se le metía en los ojos—. ¿Cómo vamos a exponer mañana si tú te duermes?
    —¿Exponer?
    —¡Mike! Si sigues así de memo no voy a volver a sentarme contigo en clase.

    El niño se levantó, se tumbó en el suelo boca abajo y se asomó debajo de la cama. Luego comenzó a hurgar por toda la habitación.

    —¡Qué estás haciendo, jope! Verás tú como venga mi madre y me suelte una regañina por culpa de tu desorden.

    —Busco a los monstruos.

    —No seas tonto, Mike… los monstruos no existen.

    El grito de la madre de Marianela se escuchó amortiguado, pero con la suficiente claridad como para que la niña abriese mucho los ojos.

    —Venga, vamos a merendar… mi madre ha hecho bizcocho de chocolate y tenemos helado también. —La chiquilla tiró de su camiseta apremiándolo a moverse.

    Mike no dejaba de sentir como si alguien los estuviese vigilando. La piel se le puso de gallina cuando Nela salió disparada de su habitación. Escuchó sus pasos corriendo por la escalera y respiró hondo. Se volvió solo un instante y por el rabillo del ojo vio lo que creyó eran varias sombras moverse entre los muebles y las paredes. Le pareció escuchar voces muy bajitas y se quedó petrificado un instante. Los gritos de Nela lo hicieron apresurarse.

    —La próxima vez no escaparás…
    Se volvió con brusquedad, pero no vio nada. Se encogió de hombros y pensó que quizá Nela tenía razón y tendría que dejar de leer tanto terror por las noches.

    Dejó la puerta entornada y salió corriendo hacia las escaleras… por eso no vio los siniestros ojos endrinos que lo miraban marchar, difuminados entre las sombras.


    Este relato ha sido escrito para participar en el Va de reto de mayo 2020, propuesto por Jose a. Sánches, @JascNet.

    Elementos a utilizar en el desafío:

    1. La imagen que se propone y que está incluida en esta entrada
  • LA MUERTE VINO A POR MÍ

    Imagen en blanco y negro que muestra la silueta de un hombre que parece estar encerrado a oscuras
    Imagen tomada del blog acervo de Letras.


    Me dolía la cabeza y el frío me calaba hasta los huesos. El fuerte olor a cuerpos en descomposición me trajo a la realidad.

    Abrí los ojos. Parpadeé intentando forzar a mis ojos a una oscuridad tan perturbadora, pero fue inútil. Los ojos se me llenaron de lágrimas.

    ¿Cómo no lo vi venir? Tendría que haber sospechado que nadie, nadie en esta vida es tan magnífico y perfecto.

    Tendría que haber sabido que yo sería su próxima víctima.

    Me había estado enviando señales. Ahora las veía con total claridad. Aquellas puestas en escena tan macabras. Aquel perfil de víctimas tan particular. todas tan parecidas a mí.

    Me cegó mi propia arrogancia y ahora pagaría las consecuencias.

    Nadie podría hallarme en este lugar, aislado de todo y de todos. El escondite perfecto en un vertedero casi abandonado.

    Hallarían solo mi cadáver en el cierre del caso más extraordinario de asesinos seriales de todos los tiempos.

    Para mí, el fin de una carrera brillante como detective. Para él, el cierre con broche de oro de una venganza que había comenzado hace quince años sin que yo fuese consciente de ello.

    Un silbido melódico rompió el silencio. escuché el eco de sus pasos aproximarse a la puerta. Las llaves chocaron entre sí. Una risita maquiavélica y un tanto infantil me puso los pelos de punta.

    La llave giró una, dos, tres veces. El pomo de la puerta se movió hacia la derecha. Los goznes chirriaron y la puerta se abrió despacio.

    Tragué grueso al ver su silueta a contra luz y contuve el aliento.

    Sus dientes blancos relumbraron en la oscuridad.

    —Saluda a la muerte, doctora Jonson.

    Pensé en correr, pero no tuve tiempo y cuando me atrapó, supe sin duda alguna que con mi muerte disfrutaría como con ninguna otra.


    Este relato ha sido escrito para participar en el va de reto febrero 2020, propuesto por Jose A. Sánchez.

    elementos a utilizar en el desafío:

    1. La fotografía incluida en la entrada
    2. responder algunas preguntas: ¿Dónde está? ¿Cómo ha llegado allí? ¿Quién lo ha encerrado? ¿Por qué? …
  • EL MAGO OSCURO Y EL PARAGUA DE LOS DESEOS

    Hombre caminando bajo el cielo nublado protegiéndose con un paraguas durante el otoño
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com

    Frunció el entrecejo cuando subió a aquel desván cubierto por aquella capa gruesa de polvo. Dio una mirada a cada rincón y suspiró. Lograr que aquel lugar pareciese habitable le llevaría toda la vida. Estaba a punto de bajar por la escalerilla cuando sintió un siseo insistente.

    —¿Quién anda ahí? —Achicó los ojos para ver si divisaba alguna silueta, pero no vio nada más que cajas apiladas y trastos viejos.

    —Estoy aquí… —parpadeó varias veces pensando que no volvería a pasarse con las cervecitas durante la cena.

    —Yo no veo a nadie —respondió a pesar de parecerle una soberana estupidez hacerlo.

    —¿Cómo vas a verme si sigues ahí parado como un gilipollas?

    el hombre se rascó la barba y luego la cabeza. si aquello era un truco de los críos, vaya que era la hostia.

    —Vamos a ver —espetó— ya está bien de que os burléis, enanos. Salid de donde estéis o dejad ya…

    —Qué enanos ni que enanos —la voz se escuchaba mosqueada— tú mueve ese culo de foca aquí … hasta este trío de cajas.

    El hombre ya algo mosqueado también se acercó tumbando las cajas de arriba.

    —Joder, hasta que te funcionó la sesera, macho —el hombre abrió los ojos como platos mirando aquel paraguas.

    —¿Y tú qué? ¿Llevas un micrófono escondido de esos que salen en la televisión?

    —Serás cateto —dijo la voz del paraguas— ¿Nunca has visto un objeto mágico?

    —Pues la verdad… no —reconoció— ¿Se supone que tú lo eres?

    —La duda ofende, macho —respondió el paraguas— a menos que tú estés tan majara que siempre hables con los paraguas.

    El hombre puso mala cara y se dio la vuelta dispuesto a marcharse.

    —Espera… ¿a dónde vas?

    —Abajo —respondió cortante— no tengo porqué aguantarme esta ridiculez.

    —Pero si todavía no te he explicado lo de los deseos, tío. —El hombre se acercó con interés renovado cogiendo al paraguas.

    —Cucha, con más cuidado, ¿eh? Que se me doblan las varillas.

    —Será posible —masculló entre dientes— Explícate o te dejo arrumado aquí mismo.

    —Vale, vale —dijo el paraguas— Mira, es muy sencillo. Si me llevas contigo puedo concederte cuatro deseos.

    El hombre alzó una ceja. Observando al paraguas que yacía entre el resto de objetos de aquella caja pensó que les daría un buen susto a sus sobrinos.

    —Muy bien —dijo— vamos fuera.

    El hombre cogió el paraguas y abandonó el desván del nuevo almacén que acababa de comprar.

    —¿No vas a pedir tu primer deseo? —preguntó el paraguas.

    Tras meditarlo un poco el hombre dijo como si tal cosa.

    —Deseo que mi vecino, el carnicero, deje de afilar sus cuchillos cada noche. Ese ruido es infernal.

    —hecho —dijo el paraguas.

    El hombre salió del almacén rumbo a su casa. Luego de cenar y darse una ducha, se puso el pijama y se tumbó en la cama. El paraguas permanecía en el taburete junto a la cómoda.


    El día siguiente transcurrió sin contratiempos. El paraguas no había vuelto a hablar con él, así que pensó que sus sobrinos se habrían cansado de aquella estúpida broma. Y menos mal porque ya comenzaba a sentirse influenciado por aquel asunto; tanto, que había pasado toda la noche soñando con el puto paraguas y el vecino. Cuando llegó a casa se dio cuenta de que el vecino no estaba afilando sus cuchillos y sonrió, satisfecho.

    —Parece que en realidad eres mágico. —Aquel pensamiento se le había escapado en voz alta.

    —Claro que lo soy ¿qué te creías?

    El hombre abrió los ojos al ver que una pálida figura iba formándose junto al paraguas.

    —¡Hostia! —el hombre se puso de pie de un salto— ¿qué coño eres?

    La figura puso los ojos en blanco.

    —¿A ti qué te parece?

    —No sé, nunca había visto una transparencia como tú antes.

    —Más respeto —reclamó la figura— a ver si te crees que es muy fácil tomar forma.

    —Coño, pero no te enfades.

    —¿Estás listo para pedir tu segundo deseo?

    El hombre se rascó la cabeza y torció los labios en un gesto por demás, curioso.

    —Creo que… sí.

    La figura hizo un gesto invitándole a realizar su petición.

    —Deseo que la vecina de arriba deje de recoger esos gatos tan inmundos que resultan tan molestos.

    —Concedido.

    La figura se desvaneció y el hombre siguió con su rutina de siempre al llegar a casa. Luego de cenar, ver televisión y vestirse con el pijama, el hombre se metió en la cama. Tal como la noche anterior comenzó a tener sueños con la vecina, el paragua y los gatos. Se despertó sobresaltado con el paraguas en la mano empuñado como si fuera un arma.

    Extrañado lo dejó sobre la mesita de luz y se dispuso a iniciar el día.
    Al salir del edificio se dio cuenta de que ningún gato deambulaba por la planta baja y sonrió, satisfecho.


    Esa noche volvió a casa cansado y de mal humor. Las cosas en la tienda no estaban yendo como esperaba, todo por su vecino y más acérrimo competidor. Entró en su casa dando un portazo y fue directo a su habitación.

    —Parece que hoy andamos con muy mala leche, ¿no?

    —Claro ¿cómo no? Si no fuese por ese gilipollas del Merchán, hoy las ventas estarían en alza —espetó furioso caminando de un lado a otro— vaya si desearía que se largase muy lejos y dejase de joderme la venta.


    —Concedido —dijo la voz del paraguas.


    Durante toda la noche al igual que las demás, tuvo sueños espantosos con el paragua y con Merchán. Al llegar la mañana se sentía agotado y con poquísimas ganas de trabajar. Estaba por tomarse el primer café del día cuando tocaron a la puerta con insistencia así que salió con rapidez antes de que se la aboyasen.

    Se quedó muy sorprendido al ver a un par de agentes de policía.

    —Buenos días, caballero.

    —Buenos días —respondió— ¿qué puedo hacer por vosotros?

    El par de policías dieron una mirada al interior del salón. El hombre se apartó para dejarles paso y los hombres entraron.

    —¿Vive usted solo? —el hombre asintió rascándose la barba.

    —Les ofrezco alguna cosa, ¿café? —Los hombres negaron con la cabeza.

    —Estamos aquí investigando la muerte de dos de sus vecinos —El hombre alzó las cejas, sorprendido.

    —No tenía idea de que hubiese muerto alguien.

    —Pues así es… ¿señor?

    —Suárez —respondió— me llamo francisco Suárez.

    Los hombres apuntaron en una pequeña libreta.

    —Bien, señor Suárez —Francisco se dejó caer en un sillón invitando a los policías a sentarse— ¿desde cuándo no ve usted al señor Sánchez?

    —¿El carnicero?

    —En efecto —Francisco se rascó la cabeza, pensativo.

    —Si les soy honesto, no sabría decirles —confesó— ayer no escuché su afiladora, pero tampoco le di tanta importancia.

    —¿Y a la señorita Martínez?

    El hombre parecía confundido.

    —Lo siento, pero esa no sé quién es, agente.

    —La joven que vivía en el 5B, señor Suárez.

    —La chavala de los gatos?

    Los hombres cabecearon a la vez, asintiendo.

    —Pues el jueves por la mañana la vi dándole de comer a uno de esos gatos malolientes.

    —¿No escuchó usted nada raro el jueves por la noche?

    —Pues la verdad es que no ¿debería?

    Los hombres se miraron el uno al otro antes de hablar.

    —El jueves por la noche la señorita Martínez fue asesinada brutalmente —dijo uno de los policías—. Todavía no hemos podido identificar el arma homicida.

    —Y la noche anterior fue asesinado el señor Sánchez —informó el otro.

    —En circunstancias… similares, a decir verdad. —ambos policías hablaron a la vez.

    Francisco se quedó inmóvil. El impacto de las noticias le había dejado sin habla.
    Su cabeza comenzó a ir a toda velocidad asociando ideas que, aunque absurdas, iban cobrando vida a medida que los hombres le informaban sobre ambos hechos.

    Aunque surrealista, se parecían demasiado a sus sueños. Se dirigió a su habitación dando zancadas luego de que los policías se marcharan lleno de angustia por si sus sospechas fueran ciertas.

    —¿Qué coño fue lo que hiciste?

    —¿Perdona? —la figura que habitaba el paraguas se había materializado y ahora era mucho más tangible.

    Francisco se dio cuenta de que era un hombre que aparentaba unos treinta y tantos y que vestía de negro.

    —Me escuchaste bien, no voy a repetirme.

    —Dirás en todo caso, ¿qué hiciste tú… —Francisco veía a aquel sujeto con los puños apretados.

    —Yo no he hecho nada.

    —Claro que sí —afirmó la figura— pediste tus deseos y se te concedieron.

    —Eres una maldición —La figura se echó a reír.

    —Y tú eres un cateto —rio— ¿qué te pensabas, que los paraguas hablan? —dijo con sorna—. Ah, no, claro, seguro creíste que podías pedir deseos y no pagar un precio, ¿no?

    Francisco temblaba de la rabia. En un esfuerzo inútil cogió el dichoso paraguas e intentó romperlo con las manos, pero nada pasó. Luego de un buen rato desistió, frustrado.

    —Tienes que parar -exigió— dime cómo me deshago de ti.

    —Si te refieres a detener tu último deseo, es imposible —El hombre se cruzó de brazos— la única forma de que te deshagas de mi valiosa compañía es que te sacrifiques. ¿estás dispuesto?

    Francisco se tambaleó ante aquella revelación. Morir no estaba dentro de sus planes a corto plazo.

    El hombre soltó una carcajada siniestra.

    —¿Qué eres tú? —preguntó tropezándose con el borde de la cama.

    —Soy un mago oscuro, desde luego.

    —Puedo dejarte tirado en la basura.

    —Eso solo retrasará las cosas, pero no las detendrá —explicó—, además, puedo seguir fortaleciéndome de la fuerza vital de cualquiera que me toque.

    La mente de Francisco marchaba a mil por hora. Alguna solución tendría que haber, no podía permitir que más personas inocentes muriesen por culpa de aquel maldito mago. Recordando el libro que siempre les leía a sus sobrinos se le ocurrió una idea.

    —Tienes que concederme mi cuarto deseo por cojones, ¿no?

    —Bueno sí, pero ¿a qué viene eso ahora? Para concederte el deseo tienes que morir, ya te lo dije.

    —Responde mi pregunta, no te cuesta nada.

    El mago lo vio con cierta suspicacia, pero al final accedió.

    —Sí, hombre, sí. Si pides tu cuarto deseo te lo tengo que conceder.

    —Muy bien —dijo Francisco-. Deseo que desaparezcas de la faz de la tierra con todo y paraguas y que nunca vuelvas a pisarla.

    —¡No! ¿Hijo de la gran puta, no puedes hacerme esto!

    —Ya lo he hecho.

    Ante los ojos de Francisco, el paraguas y el mago oscuro desaparecieron. Esa noche tras haber dejado todo en orden, abandonó el mundo de los mortales.