Etiqueta: Terror

  • Vilarsad: La maldición del circo de la bruma

    Un hombre con cabeza de calabaza de Halloween de ojos y boca llameantes sentado en una silla. Detrás se ve una pared con varias manos pintadas. en la pared un cuadro ladeado muestra un paisaje campestre.
    Imagen libre de derechos tomada de pxfuel

    Prólogo

    Vilarsad, 1723.

    Se asomó por el ventanuco de la pequeña habitación que ocupaba. En realidad, era el ático de la casa; pese a su reticencia, cuando cumplió los quince su padre lo acondicionó para que ella pudiese tener su propia habitación. Desde allí podía observar el cielo y el manto de estrellas; imaginar formas con las nubes y tratar de adivinar qué figuras se podían ver en los manchones de la luna. Miriam tenía una imaginación demasiado prolija y una curiosidad desbordante. Por eso vivía metida en problemas y era más el tiempo que pasaba castigada que el que disfrutaba fuera de su habitación con sus hermanos y el resto de chavales del pueblo. Nunca le importó demasiado, hasta que le negaron asistir al circo que recién había llegado y se había instalado en el descampado que había tras las plantaciones de calabazas. El circo ya llevaba casi tres semanas y ella todavía no había podido asistir.

    El deseo por descubrir qué tenía que ofrecer aquel circo se vio acentuado luego de escuchar aquella rara conversación entre sus padres.

    —No debiste autorizar que se instalasen allí, Mario.

    —¿Qué querías que hiciera? Sabes bien que Julian y Soraya nos habrían delatado. Es mejor eso que dejar solos a Miriam y los gemelos.

    —Como sigan así nos descubrirán igual, ¿es que no lo entiendes? Ellos terminarán por llevársela, Mario. No podemos permitirlo.

    Miriam los observaba desde la baranda de la segunda planta agazapada entre las sombras.

    —Me han jurado que se marcharán después de Samhain, cariño.

    La jovencita vio a su madre aferrada a la camisa que su padre siempre usaba los domingos.

    —¿Les crees?

    El padre guardó silencio. Los gemelos comenzaron a gritar. El estruendo podía escucharse en la primera planta. Miriam salió disparada hacia el ático. Esperaría a que el sol terminase de esconderse para emprender la aventura de su vida: descubriría el misterio que se ocultaba entre los integrantes del «Circo de la Bruma».

    ***

    Salió descalza con los zapatos en la mano. Pasó frente a la habitación de sus padres. La respiración suave y acompasada le sirvió de señal; se habían dormido. Bajó las escaleras con mucho cuidado de evitar los escalones que crujían; ya en la planta principal se dirigió a la cocina. Por fortuna era menuda y pudo escaparse por la portezuela de Calígula, el gato que su padre le había regalado hace dos navidades. Le costó salir; ahora, cumplidos los quince había desarrollado curvas que antes no tenía.

    La brisa soplaba traviesa trayendo consigo el aroma a tierra, humedad y algo más que no supo descifrar. Atisbó a lo lejos una columna de humo que se alzaba hasta fundirse con las nubes plomizas que envolvían la luna opacando su fulgor.

    Avanzó con tiento entre las plantas de calabazas. A medida que se acercaba al descampado el ruido habitual de las criaturas nocturnas se atenuaba y el coro de voces masculinas y femeninas se hacía más notorio. Dio un respingo gracias a un conejo que saltó sin que lo hubiese advertido. Se tapó la boca para ahogar la risita que estaba a punto de escapársele. No quería advertir de su presencia a los miembros de aquella singular agrupación. Se detuvo en el linde de la plantación. Desde suposición apenas alcanzaba a ver las carretas y parte de la  lona de la inmensa carpa dónde, de seguro, se realizaban las funciones más importantes.

    Caminó con cuidado rodeando todo el descampado. Todo aquel montaje era fascinante. Ahogó un grito y clavó los talones en el suelo al encontrarse de frente con un gran cartel que anunciaba a víctor el hechicero oscuro. Se reprochó ser tan tonta por asustarse con un simple cartel, aunque en el fondo tenía que reconocer que aquel hombre tenía una mirada insidiosa y una sonrisa siniestra.

    Miriam se adentró aupada por el coro de voces que se hacía cada vez más nítido e hipnótico. Se detuvo al ver al grupo de personas alrededor de la hoguera. Al fondo, un hombre vestido con una túnica oscura permanecía con los brazos alzados en dirección a la luna.

    —Aquí en este día y a esta hora invocamos tu poder;
    escucha nuestra plegaria, madre de la oscuridad, señora de las tinieblas.
    Sangre te ofrecemos; ábrenos la puerta de tu reino;
    en este Samhain muerte por vida te hemos de entregar,
    para que en la tierra la oscuridad pueda reinar.
    Hágase nuestra voluntad.

    Las llamas de la hoguera se elevaron en una columna dorada que obligó a la jovencita a recular de la impresión. Las voces subieron de volumen; los cuerpos se balanceaban al ritmo de la salmodia y los tambores que sonaban en un sonsonete frenético.

    El hombre se volvió. Miriam se quedó muda de la impresión al ver aquellos ojos rojos dirigirse hacia ella. Las voces se acallaron al igual que la percusión. Los presentes se volvieron a mirarla. Pudo reconocer a algunos habitantes del pueblo. El hombre descendió del podio. En su mano izquierda algo destelló con demasiada rapidez.

    —Bienvenida, querida Miriam. Esperábamos por ti.

    Los presentes articulaban su nombre en voz baja formando una cacofonía gutural que le puso la piel de gallina. Sin pensarlo echó a correr.

    El viento aulló y las nubes se arremolinaron de nuevo en torno a la reina de la noche. La oscuridad se volvió insondable. A Miriam el corazón le martillaba en el pecho y el miedo se le enraizaba en las entrañas. Tropezó y cayó de rodillas. El ruido de unas alas la hicieron volverse. La jovencita palideció al ver al hombre lanzarse desde el aire cuchillo en mano hacia su posición. Las enormes alas rojas como la sangre se desplegaron en toda su magnificencia. Miriam gritó y se cubrió el rostro con el antebrazo. Un dolor agudo e insoportable le robó el aliento. La última gota de vida abandonó su cuerpo acompañada de una risa siniestra.

    ***

    El payaso recorría las callejas del pueblo repartiendo los volantes para la nueva función del fabuloso Circo de la Bruma. A todo pulmón anunciaba su nueva atracción.

    —¡Hoy no os podéis perder la grandiosa presentación de la niña lobo! ¡La única en su especie, la feroz niña licántropa! ¡Esta noche disfrutaréis de una presentación inolvidable! Acercaos, señoras y señores, a la gran función del único e inigualable «Circo de la Bruma».


    SinOpsis

    Eva Maneiro es una estudiante de antropología brillante y de mente abierta que centra su trabajo de fin de grado en el estudio de la influencia que tuvo el circo en la conducta de las sociedades antiguas. En pleno siglo XXII la diversión se ha centralizado en el uso de la tecnología en ambientes de realidad virtual. Todo se basa en hologramas y redes neuronales.

    Aunque el doctor Víctor Ruiz, su tutor, no está de acuerdo, Eva decide investigar sobre la leyenda de un pequeño pueblo casi apartado de la civilización en el que funcionó por muchísimo tiempo un afamado circo llamado «el Circo de la Bruma».

    Obsesionada por descubrir qué ocurrió con aquella atracción, Eva decide viajar al pasado y consultar de las fuentes directas lo que ocurrió la noche del 31 de octubre de 1823 cuando se llevó a cabo la última función.

    Lo que Eva no sabe es que sus antepasados están íntimamente relacionados con el final de aquel entretenimiento y el destino de los habitantes de Vilarsad.

    Un viaje en el tiempo; un pasado oculto, la magia más oscura que jamás se haya conocido y un fallo en los cálculos harán que Eva viva en carne propia el terror de la peor noche de Samhain.

    ¿Podrá Eva salir indemne de su investigación? O quedará atrapada en una época a la cual no pertenece y en la que cualquier desliz puede conducirla a la muerte.


    Este relato fue escrito para participar en el desafío literario de octubre propuesto por Jessica Galera Andreu.

    Puede que de aquí surja alguna novela, quién sabe.

  • Pesadilla en Oz. Retelling de El mago de Oz

    Mago oscuro que sostiene una bola de cristal en la mano de la cual emergen rayos
    Imagen libre de derechos tomada de pxfuel

    Dedicatoria

    A ti… que me lees en silencio. Gracias eternas.


    Alzó sus manos en dirección al cielo; en su mente el deseo dio paso a la obsesión. Las llamas crepitaron en una danza salvaje.


    Dorothy respira hondo para recuperar el resuello. El huracán se había detenido con la misma rapidez con la que se había formado. Mira a su alrededor y siente un vacío en el estómago. No sabe dónde está.


    Salmodió en voz queda. El idioma más antiguo del mundo brotó de sus labios y se sintió invencible. La magia comenzó a fluir a través de sus dedos hacia su bola de cristal.


    Los ojos se le llenan de lágrimas; el miedo se anida en su mente y rompe a temblar. Totó comienza a ladrar; ella se gira con rapidez. Echa a correr despavorida en cuanto ve aquel espantapájaros al que le falta parte de la cabeza lanzarse a por ella. Mientras corría se lo imagina dándole un buen mordisco en la frente.


    Experimentó un instante de éxtasis. Entrecerró los ojos; el corazón le martilleó en el pecho producto de la anticipación.


    Logra esconderse tras un matorral. El espantapájaros pasa de largo y choca contra una figura de hojalata de mirada feroz y dientes puntiagudos con un gran hueco sangrante del lado izquierdo del pecho.


    Por fin pudo verla. Invocó al viento.


    Ahoga un chillido. Los dos monstruos se enzarzan en una pelea a puños y dentelladas. Piensa en correr; el rugido de una fiera la detiene. Solloza; se siente perdida. Recuerda a sus tíos y un nudo se le forma en la garganta. Totó se esconde tras ella. La niña se queda petrificada al ver aquel inmenso león saltar sobre el hombre de hojalata que termina aplastado por su peso. Luego, como si estuviese acostumbrado, destroza al espantapájaros con sus zarpas.


    la quería a su lado a como diese lugar.


    Dorothy se sorbe los mocos. Cree que puede escapar mientras la fiera está distraída; es inútil. Una carcajada siniestra retumba en todos lados; su eco se impone a los latidos de su corazón. Se le eriza la piel. El león se vuelve y clava sus ojos dorados en ella. Totó vuelve a ladrar; la bestia aplasta al perro entre sus fauces. La chiquilla grita, aterrorizada.


    —Ven a mí, querida Dottie. —El rostro de un anciano se forma entre las nubes y capta la mirada de la niña—. Entrégate a mí y te salvaré de las fauces de la bestia.


    Aquella pequeña bruja tenía que pertenecerle.


    Mira a uno y a otro, indecisa. Se pellizca el labio inferior entre los dientes; el sabor salado de su sangre le revuelve el estómago. Piensa que no volverá a comer golosinas a escondidas ni leerá cuentos de miedo antes de dormir. Percibe el olor de su orina y se estremece al sentir el líquido cálido mojarle las piernas y los calcetines. Sin sus tíos y sin Totó está más sola que nunca. Cree que ya no tiene nada más que perder; elige y, sólo entonces, la oscuridad la engulle.


    Agradecimientos

    1. A Daniel Hermosel (@danielturambar) por sus talleres de escritura en Twitch

    Tras la edición y corrección el retelling ha cambiado de título y ahora cuenta con 498 palabras.


    Si esta historia ha logrado captar tu atención y la disfrutaste, me ayudaría muchísimo si me obsequias un «me gusta» o si la difundes en tus redes sociales. Además, me encantaría que compartieras conmigo tus impresiones en la caja de comentarios que encontrarás más abajo. Y si te gusta lo que escribo, puedes convertirte en mi mecenas si me invitas el equivalente a un
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    Gracias por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

  • El superviviente

    Cabaña rústica abandonada
    Imagen libre de derechos tomada de Pixabay


    Dedicatoria

    A todos los soñadores y creadores de historias impresionantes.


    Comenzó a ascender por el acantilado. Había sobrevivido a la tempestad y el naufragio; pese a ello, aún no estaba a salvo. La escarpada pared rocosa ponía a prueba su resistencia. La daga que llevaba asida en el antebrazo rozó la roca y casi la pierde en el intento de no caer al vacío. El viento gélido arañaba su espalda y le heló hasta los huesos. El salitre le invadió las fosas nasales. Evitó mirar abajo. La humedad hacía difícil aferrarse a los salientes. El rugido del mar era estímulo suficiente para no desfallecer; flaquear en ese momento significaría terminar convertido en un amasijo sanguinolento y no le apetecía unirse a los restos del naufragio.

    Exhaló el aire en cuanto pudo dejarse caer sobre la espalda. La noche se alzaba majestuosa y siniestra. Sabía que no debía, aun así, no pudo resistir la tentación de asomarse al borde de aquel acantilado. Se estremeció al ver flotar los restos del «Destino Incierto»; cerró los ojos un instante; el suficiente para dejar que su deseo de supervivencia primase y lo sacase de ahí. Al menos podría hacerle honor a la oportunidad de haber sobrevivido al naufragio que acabó con toda su tripulación. Abrió los ojos y clavó su mirada en el mar. Creyó ver restos ensangrentados sobre algún madero y se estremeció.

    Se puso en pie y afianzó la funda en su antebrazo. Dio una mirada valorativa a su alrededor. El lugar pareció desierto; solo una cabaña rústica, algo desvencijada se atisbaba oculta en medio de algunos robustos árboles. Una densa niebla se movía con lentitud envolviendo sus simientes. La lluvia arreció de nuevo y no pudo controlar sus estremecimientos al recordar cómo su navío se había partido en dos.

    Avanzó con cautela. El silencio reinante le crispó los nervios. Al latido desbocado de su corazón se unió el crujido de sus pasos al aproximarse hacia aquel posible refugio. Alcanzó la puerta y la empujó. Los goznes emitieron un chirrido espeluznante. Apretó los dientes y entró.

    El hedor a moho y encierro fue su anfitrión. Evitó respirar demasiado hondo. Se cubrió la nariz con un jirón de la camisa que le trajo de vuelta el olor cobrizo que penetró sus fosas nasales mientras los cuerpos de los tripulantes bajo su mando eran zarandeados con fuerza para luego ser engullidos por el mar.

    Un trueno restalló con fuerza; el silencio se disolvió ante la tormenta que volvía a apoderarse de la noche. Un relámpago cruzó el firmamento. En medio de su resplandor una silueta deforme se recortó contra la ventana. Intentó echar a correr; no tuvo caso; su cuerpo no respondía al deseo de su mente de ponerse a salvo; en su corazón palpitaba algo mucho más fuerte: el odio.

    Fijó su mirada en aquellos ojos que brillaron en la oscuridad sedientos de sangre y venganza. Los vio acercarse despacio y la piel se le erizó. Tragó grueso al percatarse de la furtiva curva blanquecina que se dibujó mostrando el par de colmillos que alguna vez vio destrozar gargantas sin remordimientos. Aún quedaba una prueba más para el superviviente.

    —Octavius —susurró y deslizó la daga que llevaba sujeta en el antebrazo hasta rozar su empuñadura con los dedos.

    —Te advertí que volveríamos a vernos, Nicodemus. ¿Listo para saludar a la parca?
    Aferró la empuñadura de la daga con fuerza.

    —Dale tú, saludos de mi parte —espetó mientras le clavaba la daga entre las costillas.

    La figura se hizo polvo. Nicodemus cerró los ojos y arrugó la nariz ante el pestilente hedor.

    «Uno menos y descontando», pensó antes de dejarse caer al suelo.


    Agradecimientos

    1. A Daniel Turambar(@danielturambar) por la convocatoria realizada por Twitter y las correcciones durante el taller vía Twitch
    2. Elementos a utilizar: la palabra cabaña y la palabra desierto; máximo 500 palabras
    3. </ol

      Nota: La presente versión es el resultado de la corrección realizada por Daniel. En la actualidad el relato cuenta con 599 palabras.

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  • Cautiva del mal


    Dedicatoria

    A la vida misma y a ti que siempre me lees y me sigues apoyando…


    La reina de la noche brillaba en lo alto. Su platinada luz se colaba por el resquicio entre la ventana y las cortinas. En la penumbra, ella permanecía sentada en mitad de la cama abrazada a sus rodillas y meciendo su cuerpo adelante y atrás como si siguiese el ritmo de una melodía que solo ella era capaz de escuchar.

    Había tenido que cerrar los ojos, pero en cuanto los abrió vio las sombras que danzaban a su alrededor, burlonas, cínicas, malévolas. Escuchó sus risitas y apretó los dientes mientras repetía en su mente la misma oración de cada noche:
    «Ángel de mi guarda, dulce compañía… no me desampares ni de noche ni de día porque me perdería»
    El viento que aullaba, lastimero, intensificó su desgarradora cantinela. La temperatura de la habitación se tornó gélida, casi glaciar.

    Comenzó a tiritar de anticipación; sabía que estaba allí fuera, esperando el momento preciso.

    La doceava campanada del reloj tañó. Ella se aferraba con más fuerza a sus rodillas mientras en su interior podía sentir cómo la llamaba… se negaría como siempre, pero él buscaría la manera de tentarla.

    Las nubes se arremolinaron alrededor de la luna. La habitación quedó envuelta en una profunda oscuridad. Las sombras desaparecieron.

    La cama comenzó a vibrar, los objetos cayeron y se hicieron añicos contra el suelo. Las cortinas se abrieron de lado a lado movidas por unas manos invisibles que dejaron al descubierto el cristal.

    Apretó los ojos en cuanto sintió su llamada. Estaba ahí, acechándola; esperando que ella se entregara.

    Sintió aquella mano rozándole el rostro, obligándola a girar la cabeza en dirección a la ventana.

    Sus ojos, esta vez infantiles, la miraban sin pestañear.

    Ella, incapaz de resistir su siniestra presencia, gritó, pero nadie la escuchó; seguía presa en el laberinto de su mente.


    La voz que narra este breve relato en el video es de quien escribe. Espero os guste y gracias totales por estar allí.

  • EL PRECIO DE LA RESURRECCIÓN

    Bruja vampiresa vestida al estilo gótico con los labios rojos y un colmillo que se asoma entre los labios.
    Imagen de Rondell Melling tomada de pixabay.com


    Dedicatoria

    A vosotros que siempre estáis allí animándome a seguir.

    Abrí los ojos despacio. La profunda y aterradora oscuridad me dio la bienvenida a mi cautiverio. Un aroma putrefacto me golpeó con fuerza las fosas nasales provocándome arcadas que se sucedieron una y otra vez hasta que mi cerebro registró que mi estómago estaba vacío y tan solo un poco de bilis se animó a satisfacer aquel doloroso reflejo.

    Intenté ponerme en pie. El suelo terroso y húmedo me estremeció y por un momento me pareció percibir el ruido de alguna criatura arrastrándose a mi alrededor. Sentí los diminutos guijarros clavarse en mis rodillas cuando por fin pude ponerme a gatas, no sin el suficiente esfuerzo como para quedarme sin aliento.

    Una carcajada estentórea me dejó aturdido. Arrastrándome como pude me desplacé hacia un rincón. Las ásperas paredes vibraban devolviendo el eco de aquella carcajada siniestra. Mi mente se negaba a colaborar hasta que mi voluntad se impuso y entonces recordé.

    —Muy bien —la carcajada se interrumpió de golpe— Ya era hora de que reaccionaras, cariño.

    —¿dónde estoy?

    —Donde estás no tiene la mínima importancia —dijo— Lo importante es por qué, no te parece, ¿Misael?

    —Déjate de juegos —exigí— más vale que me liberes…

    —Y si no te libero, ¿qué? ¿Vas a invocar a todos los demonios del infierno? O quizá a tus guerreros de sangre —rio malévola— ¿Olvidas que he absorbido casi toda tu fuente vital? Ahora soy yo quien tiene el poder.

    —¿Qué coño quieres, Miriah?

    —Me decepcionas —el suelo comenzó a vibrar con fuerza— pero no importa, puedo refrescarte la memoria.

    Parpadeé varias veces forzando a mis ojos a adaptarse a la oscuridad. Tragué grueso cuando pude vislumbrar unos dedos esqueléticos que comenzaban a emerger con rapidez hacia la superficie. Los recuerdos fueron invadiendo mi mente uno tras otro. Cerré los ojos con fuerza. Era imposible.

    —Nada es imposible y lo sabes.

    —No tienes idea de lo que pretendes, Miriah —advertí— Ni siquiera absorbiendo mi poder podrías ocupar mi lugar… mucho menos convertirte en la reina.

    —¡Mientes! —el grito retumbó con tanta fuerza que las paredes se agrietaron y sentí un líquido humedeciendo mis oídos. Los sonidos me llegaban atenuados como lejanos murmullos.

    —Puedes matarme si quieres —susurré— pero jamás te develaré el secreto.

    —Haré algo mejor que eso, Misael —el tono de su voz me advirtió que era capaz de todo— serás testigo del final de tu estirpe.

    El esqueleto terminó de emerger. De pie frente a mí con sus cuencas vacías emitió un chillido antes de convertirse en polvo.

    un torbellino invadió el pequeño espacio tirando de mí hacia arriba, hacia la nada sacándome de las catacumbas.

    Sentí cómo cada partícula de mi cuerpo se desintegraba con rapidez y volvía a juntarse adhiriéndose a las fibras teñidas de aquel legendario receptáculo que narraba la historia de los guerreros de la noche. Intenté usar mi poder para materializarme en la estancia, pero todo fue inútil. Miriah me había condenado a habitar el tapiz. Las imágenes iban agregándose en tiempo real. Observé horrorizado cómo Miriah iba asesinando a cada uno de mis hermanos, mis compañeros de lucha. Los guerreros de la noche dejarían de existir y solo aquel tapiz daría cuenta de lo ocurrido. Tenía que hacer lo que fuese para impedirlo.

    —¡Detente! —La vampiresa desvió su mirada hacia mí sonriendo con los labios manchados de la sangre de quien fuese mi guerrero más leal.

    —Parece que te lo has pensado mejor, ¿no? —soltó el cuerpo desmadejado.

    —Te develaré el secreto de la resurrección —dije usando mi canal telepático.

    —Así me gusta, cariño —sonrió satisfecha—. Verás que reinar junto a mí no es tan malo después de todo.

    Otro tirón de energía me extrajo de forma dolorosa del tapiz y di de bruces a los pies de la bruja.

    —¿A qué esperas?

    —Necesito que me devuelvas mi poder —dije jadeante— o al menos que me permitas beber de ti.

    Desconfiada achicó los ojos mientras hurgaba en mi mente tras segundas intenciones. Cuando se hubo cerciorado de que no mentía dio un paso hacia mí.

    Soltó una carcajada siniestra y me expuso la garganta. La sed impactó en mis entrañas y un ardor me quemó con fuerza desde la boca del estómago. Me abalancé sobre ella sin pensarlo y clavé los filosos colmillos en aquella vena palpitante.

    Intentó zafarse al darse cuenta de mis verdaderas intenciones, pero mi agarre era mucho más fuerte cada vez. Bebí hasta saciarme y un poco más.

    Pálida y sudorosa me observaba con los ojos desorbitados.

    —Ahora aprenderás la resurrección de primera mano, querida —dije con la voz ronca— pero no digas que no te lo advertí.

    Intentó echar a correr, pero mi poder había regresado junto al que había robado del resto de mis guerreros así que la paralicé en medio de aquella estancia bañada en sangre.

    —¡Levantaos hijos de la noche; guerreros y guardianes del legado de la sangre! —Alcé los brazos invocando el poder primigenio de la oscuridad— ¡Volved a este plano y cumplid con vuestro mandato!

    Los cuerpos marchitos de mis compañeros de armas fueron retomando forma y sustancia.

    —¡alzaos y reclamad nuestro derecho de sangre! ¡Recuperad el poder y la vida que os fue arrebatado!

    Los doce guerreros que yacían inertes cobraron vida. sedientos y furiosos se abalanzaron contra Miriah.

    Me dejé caer en el trono mientras observaba la carnicería y en mi interior el intercambio entre mi alma y el poder de las tinieblas sucedía sin que pudiese evitarlo.


    Rodilla en tierra los guerreros me mostraban su lealtad y rendían culto a su rey.

    —A ti debemos nuestra existencia, alteza —dijo Noel sin alzar la mirada— seguiremos tu mandato.

    —Cazad a toda la estirpe de esa bruja maldita —ordené— No las hagáis arder, bebed su sangre hasta que se marchiten.

    Noel me observó, sorprendido.

    —Pero… su alteza…

    —Lo que ha ocurrido esta noche no puede volver a suceder —expliqué— Tenéis que apoderaros de sus almas y todo su poder. Si las quemáis, pueden reencarnar o poseer a cualquier otra criatura con alma —fijé mi mirada donde solo polvo permanecía inerte—. Querrán venganza luego de esto.

    —¿Estáis seguro de ello, mi señor?

    —Lo estoy —confirmé—. Son fuertes y capaces de desalojar el alma de cualquier criatura haciendo que vaguen perdidas en la eternidad.

    —Se hará entonces como ordenes, alteza.

    Tras ponerse en pie, los guerreros abandonaron la estancia. Observé el tapiz viendo los cambios que iban añadiéndose con rapidez.

    El poder de la maldad palpitaba anhelante en mi interior instigándome a cobrar aquella afrenta de sangre contra todo el mundo feérico. Mantenerlo a raya sería mi lucha de ahora en adelante. todo hechizo potente tiene un precio y resucitar a la casta de los guerreros de la noche no sería la excepción. De no ser por Miriah y su maldita ambición de poder nada de esto habría ocurrido. Tendría que haber advertido sus intenciones cuando la traje al castillo la primera vez. Había cometido demasiados errores cegado por la lujuria. No debí convertirla y lo hice. Tampoco debí tomarla como consorte y también lo hice. Era mi responsabilidad y la asumiría costase lo que costase. Pero no sometería a criaturas inocentes a la ley de sangre. Ya bastante tendría este mundo con tener que sobrevivir a la guerra que empezaría desde esta noche y que quien sabe cuando llegaría a su fin.

    Me deslicé sin rozar el suelo hasta alcanzar el tapiz. En él la muerte de Miriah aparecía reflejada con exactitud. Suspiré profundo y me giré para atisbar por el gran ventanal. Sentí el llamado de la oscuridad y de la sangre y desaparecí en busca de alguna garganta que pudiese mitigar mi despiadada e insaciable sed.


    Agradecimientos

    Este relato surgió gracias a una convocatoria en la que no pude participar. He decidido ir publicando tanto los relatos que no llegue a enviar, como aquellos que no resulten seleccionados. Es una forma de ir observando mi propia evolución al escribir, además de que resulta muy edificante poder publicar y saber que alguien en algún rinconcito del mundo te leerá.
    Gracias a todos por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

  • AL ACECHO

    Fotografía de un hombre parado de perfil con capucha observando; frente a él una metrópoli.
    Imagen de Enrique Meseguer en Pixabay.com


    Apretó los dientes con fuerza. El sudor le empapaba la frente, el pecho y la espalda. Gotas de sudor corrían salpicando el suelo. Parpadeó para evitar que le atacase aquel ardor furibundo cada vez que una gota de sudor le entraba en los ojos.

    Ladeó la cabeza al percatarse de aquellos zapatos que se habían detenido tan cerca de su cara. Le parecía haberlos visto en algún otro lado, pero no podía recordar dónde. Bajó en una última flexión cuando se quedó a oscuras. El golpe seco de una puerta al cerrarse con estrépito se escuchó reverberar en la sala de pesas. Intentó levantar la cabeza cuando sintió un dolor recorriéndole desde los dedos hasta el centro de la espalda. Se dejó caer boca abajo contra el suelo gritando de agonía. El crujido de huesos rompiéndose tras el eco de aquellas mancuernas al rebotar contra el suelo se mezclaba con unos chillidos aterradores que provenían de lo más profundo de su garganta.

    Una risita malévola empezó a escucharse cada vez con más fuerza. Por la acústica de aquel gimnasio parecía provenir de todos lados. Se giró tan rápido como el dolor le permitió moverse, al sentir varios discos de 20 kilos caer demasiado cerca de su cabeza.

    El leve haz de la luz de una pantalla móvil le hizo apartar la mirada un instante. Esforzándose para adaptar sus ojos a la penumbra, parpadeó de nuevo varias veces. El dolor en ambas manos le resultaba insoportable. El aroma de su propia sangre le revolvía el estómago. Respirando profundo para controlar las arcadas, se fijó en aquel tufillo tan característico.

    —¿tú? —Un par de ojillos diminutos se fijaban en su rostro, mostrando un brillo malicioso que jamás había percibido en ellos antes. Las gruesas gafas de pasta se deslizaron por aquella protuberante nariz.

    —¿Qué, te sorprende que el empollón al que todos acosáis y despreciáis, al final tenga agallas? —el tono desapasionado de su perseguidor le erizó los pelos de la nuca.

    —Venga, tío. No es para tanto —el dolor hacía que su voz se escuchase quebrada y suplicante—. Solo era una broma, ya sabes. El típico cachondeo.

    Aquellos ojos diminutos no dejaban de observarle. Supo que estaba en problemas cuando le vio sonreír de esa forma tan macabra. Se levantó a trompicones como pudo y echó a correr. Tropezaba con bancos, máquinas y colchonetas cada vez que le sentía acercarse. Una estela sanguinolenta iba marcándole el camino a su perseguidor que, mancuerna en mano disfrutaba de la caza.

    Se encontró atapado en el vestuario y se echó a llorar.

    —No quieres hacerte esto, macho —su perseguidor ladeó la cabeza, observándolo con atención—. No eres un asesino.

    —¿Por qué no? Porque soy un empollón, desgarbado, ¿un fracasado en la vida, un esperpento repulsivo que solo sirve para respirar y tragar la mierda de los retretes que os gusta utilizar? —A cada paso que su perseguidor daba empuñando la mancuerna, él retrocedía. Trastabilló dando varios pasos hacia atrás intentando evitar que le desfigurase el rostro con ella. Un dolor intenso y el ruido de más huesos quebrándose, le aturdió durante unos segundos. La sangre comenzó a brotar con fluidez desde su pómulo izquierdo, empapándole el cuello y revistiendo de más rojo aquella camiseta ajustada que le encantaba lucir.

    Sintió la pared y se dejó caer de culo en el suelo. El choque y el rebote le hizo soltar otro alarido por el intenso dolor que comenzaba a nublarle el pensamiento.

    —dime qué quieres y te juro por lo más sagrado que te lo doy —Aquellos ojos lo miraban con renovado interés.

    —quiero el libro que me robasteis.

    —Está ahí dentro —Hizo un leve movimiento de cabeza señalando el casillero que tenían un par de metros más atrás—, busca en la mochila; tengo la llave aquí en el colgante de cuero.

    Se quedó muy quieto cuando aquellos ojos se le acercaron a tan pocos centímetros. Se encontraba tan cerca, que pudo percibir como ese aliento agrio del que tanto se habían burlado le invadía las fosas nasales. El fuerte tirón que sintió en el cuello le dejó un instante sin respiración. Jadeó ahogando un grito al escuchar aquellos pasos alejarse y detenerse.

    Contuvo la respiración hasta que escuchó el sonido de la puerta del casillero al abrir y cerrarse.

    Su perseguidor tomó el libro entre sus manos y lo observaba con adoración en medio de la penumbra. Acarició la tapa con la yema de los dedos; abrió el libro y aspiró con fuerza. Mientras sus dedos rozaban las hojas, iba gesticulando como si estuviese recitando de memoria cada frase. Lo cerró con sumo cuidado y lo guardó entre su camiseta y la sudadera negra que llevaba esa noche.

    Se encogió intentando hacerse un ovillo. Aterrorizado, recordó cada instante de burlas y abusos, de risas y golpes, todo por quitarle aquel puto libro. Tragó grueso esperando que su perseguidor recogiese la mancuerna y terminase lo que había empezado.

    —No tengo intención de acabar contigo… todavía —suspiró profundo guardando silencio—. quiero que le lleves un mensaje a tus colegas —Asintió con la cabeza.

    —Lo que digas.

    —dile a tus amigotes que esta historia apenas comienza.

    Las luces se encendieron y el brillo le cegó varios minutos. Comenzó a temblar y llorar descontrolado, cuando vio aquella sudadera alejarse y salir por la puerta del vestuario.


    El sonido de la alarma le sobresaltó haciendo que el libro que descansaba sobre su pecho cayera al suelo. Se estiró has que pudo cogerlo. Lo dejó sobre la mesita de luz y mirando la portada, suspiró. La estampa del protagonista con sus gafas de pasta, la sudadera negra con capucha y aquella mirada siniestra le había atrapado desde que había visto el libro en la estantería.

    —Puta pesadilla —pensó, dirigiéndose al baño—. No leo más esa mierda terrorífica antes de dormir.

    fuera, al cruzar la calle, un joven con sudadera negra y gruesas gafas de pasta miraba expectante hacia la ventana de aquella habitación.

    Historia creada para el Va de Reto de noviembre propuesto por @JascNet