Etiqueta: Traición

  • Kaencalot – El origen

    Un ser con rasgos femeninos que camina sobre el agua dejando una gran honda con centro en su pisada. Está calva y lleva algo parecido a un traje que solo tapa algunas partes y está completamente pegado a la piel. Hay detalles similares en la cara y las rodillas semejando casi tatuajes o una máscara. Sus labios son ligeramente rojizos; sonríe con amabilidad y confianza. Por todo el cuerpo tiene líneas y ramificaciones geométricas.
De la figura salen por los costados unas alas hechas de una materia sin consistencia, semitranslúcida, aparentemente mitad humo mitad luz que se expanden casi en horizontal desde el torso de la figura hasta los límites de la imagen. Al fondo se ve el universo plagado de estrellas. Detrás de la parte superior de la figura hay una luz sin un origen determinado que le da un aspecto de entidad superior. toda la imagen está matizada en tonos lilas y violetas.
    Imagen de Stephan Keller en Pixabay

    Sinopsis

    Kaencalot, el receptáculo que guarda los secretos de la magia más poderosa conocida en nagelot ha desaparecido de ahidris, el templo sagrado. El octágelot, su guardián ha sido asesinado y todo apunta a un único responsable: Sixtrius, el primogénito de Aletris, reina desterrada de Nagelot y exiliada en el enclave conocido como Dubdáleon.

    Kayla, una simple escudera en el Eddágelot será la única criatura capaz de ocupar el lugar del octágelot, pues su verdadera naturaleza y el poder que late en su interior, aunque oculto, es la llave que permitirá desvelar los secretos sagrados del Kaencalot.

    Sixtrius está dispuesto a todo con tal de demostrar su inocencia; Kayla está dispuesta a recuperar el legado que su abuelo protegió hasta el último día de su existencia. Unidos por algo más que un objetivo común, ambos deberán enfrentar a sus enemigos antes de que la oscuridad logre hacerse con los secretos que la luz del Kaencalot esconde.

    Dos enclaves enfrentados; la ambición por poseer la magia más antigua y poderosa guiarán las vidas de dos jóvenes destinados a luchar, aunque secretamente lo que menos desean es enfrentarse.


    El origen

    Y Dyamminlot creó el arriba y el abajo, la luz y la oscuridad.

    Y quiso otorgar vida. Creó a las criaturas a partir del poder primigenio de la luz a su imagen y semejanza.

    Y les concedió dones sublimes; dones poderosos para crear un lugar en el que vivir, crecer, reproducirse y morir.

    Y les obsequió el albedrío para que moldeasen sus vidas y el poder de la destrucción porque no hay arriba sin abajo, luz sin oscuridad, bondad sin maldad; para que así fuesen libres de escoger la senda que transitarían hasta el fin de su existencia.

    Y vivió entre ellos, les enseñó, los amó…

    Y cuando estuvieron listos, volvió al lugar primigenio desde donde, observadora, se regocija con sus triunfos y llora con sus tristezas…

    Y no los abandonó, aunque no permanezca junto a ellos; su promesa se cumplirá cada trescientos años cuando volverá a obsequiarles una parte de sí para que nunca olviden de donde provienen…

    ***

    La diosa descendió ante el llamado. La curiosidad por conocer lo que habían logrado sus primogénitos se impuso a la obligación de mantenerse al margen.

    Sonrió, fascinada. Aquel hermoso lugar era digno de sus hijos y, por tanto, de ella.

    Deambuló con paso firme mientras sus iris de múltiples colores registraban cada detalle y el resto de sus sentidos se empapaban con los aromas, sabores y sonidos de aquel paradisíaco lugar.

    —Madre, bienvenida. —Macho y hembra se inclinaron en una respetuosa reverencia.

    —Esperamos que os sintáis complacida y… venerada —dijo Avalaid.

    —Lo estoy, sin duda, hija mía.

    Los ojos de la joven refulgieron. La satisfacción inundó su pecho y sus coloridas alas se extendieron producto del inmenso gozo.

    —Contrólate, mujer. ¿qué pensará madre de tus arrebatos? —Dyamminlot curvó los labios en una cálida sonrisa.

    —Pensaré que es feliz y eso me llenará de alegría, hijo mío.

    Markryus se estremeció ante el contacto de la diosa. La ternura del gesto le erizó la piel y las plumas. Sus ojos se perdieron en aquellos iris mágicos que igualaban al color de sus alas.

    —Madre —interrumpió Avalaid—. Además de invitaros a conocer Nagelot —sus palabras acompañaban un ademán elocuente—, hay otro motivo muy importante que debéis conocer.

    La vida que palpitaba en el interior de Avalaid reveló su existencia antes de que su madre abriese la boca. La joven se llevó la mano hasta el vientre; los ojos se le llenaron de lágrimas, conmovida al percibir, por primera vez, los vestigios de la vida que había engendrado con tanto amor.

    Markryus tomó de la mano a su pareja. La diosa ensanchó su sonrisa; de sus iris manaba una luz que envolvió a la joven de pies a cabeza. Era una luz tan blanca como sus alas y las hebras luminiscentes que se extendían, etéreas, fascinantes, creando un halo mágico cautivador que manifestaba, sin lugar a dudas, su carácter divino.

    —Me habéis obsequiado con mucho más de lo que yo esperaba, hijos míos. Ahora yo os obsequiaré con el primer regalo para vuestro primogénito.

    La pareja permaneció en silencio. La imagen de la diosa cobró mucha más luminosidad.

    —Vuestra presencia es el regalo más sublime que podéis darnos, madre. No necesitamos nada más. —La humildad de Markryus regocijó a Dyamminlot.

    —Puede que ahora os parezca innecesario —dijo la diosa mientras entre sus manos un objeto cobraba forma—. Sin embargo, llegado el momento comprenderéis la vital importancia de lo que hoy os entrego.

    La pareja guardó silencio. Ser testigos de la creación de manos de su diosa no merecía más que admiración y respeto. Flotando frente a sus ojos un cristal luminoso del cual fluían luces de colores esperaba a ser reconocido.

    —Es maravilloso, madre —reconoció Avalaid.

    Dyamminlot asintió con suavidad antes de tomar las manos de sus hijos y colocarlas a cada lado del cristal. La pareja entreabrió los labios. La calidez que recorrió sus cuerpos y se albergó en sus corazones le llenó los ojos de lágrimas. El conocimiento se abrió paso y anidó en lo más profundo de ambas psiquis.

    —Dadle nombre y resguardadlo como a vuestra propia vida. Tenéis en vuestras manos el poder primigenio. De él proviene la magia que os brindará felicidad o desgracia. Haced uso de él como tengáis a bien. Seguid los dictados de vuestra conciencia y escuchad siempre la voz de vuestras almas.

    Ambos aceptaron la responsabilidad. Con la aceptación la magia primigenia los rodeó dotándolos de una luminiscencia que antes no poseían.

    —El Kaencalot será protegido, madre —afirmó Markryus—. Construiremos su templo y nos encargaremos de cuidar de vuestro obsequio.

    —Nuestro primogénito será su primer octágelot —dijo Avalaid—. Le enseñaremos a velar por sus secretos… no os defraudaremos.

    —Así sea, hijos de mi sangre y de mi corazón.

    Dyamminlot se marchó. La pareja cumplió su promesa. Ahidris, el templo sagrado, fue construido. Tras cumplir veintiún años el primer octágelot ocupó su lugar y Nagelot disfrutó de paz y prosperidad por más de mil quinientos años, hasta que la traición de un corazón insatisfecho lo cambió todo.


    El texto y la sinopsis han sido escritos para participar en el desafío SinOpsis febrero2021 propuesto por Jessica Galera Andreu en su web.

    Como añadidura contar que las escenas que conforman las pinceladas de esta historia (la primera de Nagelot) sólo esperan ser escritas. Gracias a todos por estar allí, os abrazo grande y fuerte.

  • El secreto de Ceannródaí

    Hermosa chica feérica rubia con una larguísima trenza y un vestido que camina en un bosque.
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com


    Me asomé al vetusto espejo. Busqué adecuar mi apariencia a lo que mejor se ajustase al encargo que me habían encomendado esta vez. Un simple toque me bastó para que mi cabellera creciese sedosa y lustrosa; mi cuerpo adoptase la sinuosidad suficiente para resultar apetecible y mi rostro larguirucho y poco agraciado se transformase en el de una criatura irresistible; una a la que nadie se negaría a mirar. Satisfecha con el resultado abandoné mis aposentos tras dar una última mirada; sabía siempre cuándo tenía que abandonar mi refugio; nunca, cuándo volvería a él.

    Te preguntarás quien soy o quizá, solo sea un tonto deseo por mi parte que, acostumbrada a ser invisible para este mundo, desearía por primera vez que alguien tuviese un poco de genuina curiosidad por saber quién soy.

    Confío en que habrás deducido que soy una cambiaformas. Es lo más evidente, desde luego. Ya has visto cómo he modificado mi aspecto.

    Nací durante el siglo primero de Síceapaite. Una tierra apartada del resto de mundos feéricos y, por supuesto, del mundo mortal que tú conoces. Una tierra donde no brilla el sol ni crece la vegetación como la que, de seguro, conoces; una tierra donde el firmamento es plomizo y la noche ofrece una sempiterna oscuridad carente de brillo. Una tierra yerma a donde se desterraron a todas las criaturas demasiado diferentes y sí, demasiado poderosas para convivir con los demás. Claro que, el destierro no ha evitado que reyes, reinas, incluso dioses, nos recluten como herramientas útiles para sus fines más oscuros.

    Nosotros los dúnbhásaithe, poseemos la magia de los brujos oscuros, la cualidad de cambiar nuestro aspecto como un druida, el dominio de los elementos como los feéricos y el don de la sugestión como cualquier hada. Somos únicos e indeseables.

    No conocemos la moral y nuestro único principio transversal es la supervivencia propia y de nuestra especie. Somos poderosos; pese a ello, como nada en el universo es lo bastante perfecto, nuestro poder es limitado y una vez se agota, somos vulnerables como cualquier criatura mortal. La inmortalidad entre nosotros ha sido negada y justo esa es nuestra mayor debilidad.

    Somos explotados de forma indiscriminada por lo que nuestra esperanza de vida suele ser demasiado corta. Por eso, anhelamos la inmortalidad, la libertad y el amor. Este último, es un sueño inalcanzable porque nuestra raza carece de emociones. Esa es otra de nuestras debilidades, aunque algunos se engañen creyendo que es una de nuestras mejores y más valiosas fortalezas.

    Imagino que ahora habrás comenzado a entender por qué se nos ha desterrado, se nos teme y se nos utiliza.

    Por si no salgo viva de esta, me presento: soy Ceannródaí; dúnbhásaithe mercenaria de la reina Uaillmhianach y en menos de unas cuantas horas, la asesina del rey de Iontach.

    ******
    El bosque parece silencioso. En lo alto la luna brilla exuberante opacando el tenue titilar de los diamantes que la acompañan rubricando el manto aterciopelado de esa portentosa oscuridad que tanto me ha fascinado siempre. Sí, soy asidua a la noche, lo tenebroso, lo desconocido. Cruzar la frontera entre ambas tierras no fue difícil; lo he hecho demasiadas veces; tantas, que ya reconozco las trampas a cierta distancia.

    Me muevo con agilidad fingiendo una despreocupación que estoy muy lejos de experimentar. Mis sentidos están alertas; mi mente permanece concentrada en ubicar a mi objetivo.

    Detengo mi andar en cuanto escucho acercarse la comitiva a galope. Descubro al instante la traición; no me coge por sorpresa, ya la esperaba, siempre es igual.

    Sé que ya me ha visto. Puedo percibir su lujuria elevarse ante la imagen que ofrezco y que, sé, explota su lívido. Me desea y decide tal como era de esperarse. Desoyendo a sus escoltas, cambia el rumbo. Se dirigen ahora hacia mí.

    Reinicio la caminata y me finjo distraída. Todo ocurre con una velocidad de vértigo. Los caballos relinchan y piafan ante mi presencia. El rey grita; sus soldados intentan obedecer. Extiendo mi poder y me hago con la voluntad de las bestias que, bajo mi control se encabritan y los jinetes caen sin poder evitarlo.

    Ambos soldados se ponen en pie y desenfundan sus espadas, aunque saben que será inútil en cuanto adopto mi verdadera apariencia.

    El primero se abalanza espada en mano y lanza un mandoble que no llega a rozarme pues lo he hecho trastabillar forzando que la tierra bajo sus pies se mueva.

    Arrojo mi daga certera y le atravieso la garganta. El soldado cae desangrándose. Su compañero viene a por mí. Me mira con repulsión y desprecio. Me grita cientos de insultos mientras lanza mandobles una y otra vez. Me ha rozado con su espada tres veces; no obstante, me muevo demasiado rápido como para que llegue a notarlo.

    Invoco al viento y el hombre suelta un grito feroz que muere en cuanto provoco que este lo arroje contra los árboles. Una rama lo atraviesa desde la espalda y asoma por su vientre. Me mira con incredulidad hasta que sus ojos se apagan y la vida se escapa a un plano distinto.

    Mis heridas sangran; eso tampoco me resulta desconocido. Me aproximo al rey luego de haberle arrancado mi daga al soldado muerto. Su alteza permanece tumbado de espaldas en el suelo. Su rostro muestra un rictus de dolor y una palidez enfermiza. Se ha roto la espalda al caer de la montura y es incapaz de moverse. Me pide ayuda; se esfuerza en ofrecer y tentar una compasión que no existe en los seres como yo.

    Me acuclillo con la daga en la mano. Termino por cercenarle la garganta. Sus ojos me miran confundidos.

    Me yergo al escuchar los cascos aproximarse con cierta lentitud. El rey ve a su mujer y un brillo de comprensión aparece en su mirada justo antes de que la misma se torne vidriosa. Articula un por qué, lo he podido ver con claridad. Ella sonríe de lado, satisfecha al verlo exhalar su último aliento.

    Los soldados que la acompañan desmontan. Mantengo firme la daga.

    Alza la barbilla y me mira con altivez. Su arrogancia terminará por acabar con ella, solo que todavía no lo sabe.

    —Detenedla —ordena.

    Clavo mis ojos en ella, no quiero perderme su expresión.

    Se lleva las manos a la garganta. Su sangre real empapa sus sedosos guantes. Me mira incrédula y aunque intenta pedir ayuda, tiene la boca llena de sangre y termina desplomándose de la montura.

    Los soldados luchan para zafarse de las enredaderas que los sujetan hasta las rodillas. Me acerco a la reina; todavía respira, aunque le queda muy poco para hacerle compañía a su rey.

    —Lo peor que puede hacerse con un dúnbhásaithe, es subestimarlo y creer que se le puede traicionar con facilidad.

    Arranqué mi daga de su garganta. La sangre comenzó a fluir muchísimo más rápido. La reina me miró consternada. Desvió sus ojos al ver la figura que acababa de materializarse junto a nosotras y supo que había sido traicionada por alguien más.

    —Hiciste un buen trabajo —me dijo guardando las distancias.

    —Ya sabes dónde enviar el pago.

    —No tienes que irte tan pronto.

    Miré al druida oscuro y hurgué de forma sutil en su mente. Con el poder que tenía reservado, me desvanecí no sin antes dejarle un mensaje alto y claro a través de la conexión que había logrado establecer sin que se diese cuenta.

    —Más vale que pagues tu deuda, o el próximo en acompañar a los reyes serás tú, Saudach.

    —Maldita zorra —masculló mientras se esforzaba por dar con mi paradero.

    —Por eso sigo viva.

    ******
    Me desplomé en cuanto pisé mi refugio. Vaciada de poder y herida como estaba no tuve otro remedio que aguardar a que esta vez pudiese sobrevivir. ¿cuánto tardaría mi recuperación? Ni yo misma podía determinarlo. Todo dependía de la rapidez con la que mi cuerpo quisiera ponerse en funcionamiento otra vez.

    ******
    Una mano delicada y de tacto gélido comenzó a ocuparse de mis heridas. Exhalé un suspiro y abrí los ojos.

    Kosanta se ocupaba de mí, como siempre. Desvió su mirada en cuanto se cruzó con la mía. Él evitaba demostrarme sus emociones y yo valoraba su esfuerzo moderando mi acritud.

    —¿Cuántos días?
    Clavó sus ojos dorados en mí.

    —Casi una semana. —Asentí con la cabeza y volví a cerrar los ojos.

    —¿Llegaron todos los ceadanna?
    —Todos, menos uno.

    Sentí su movimiento y lo cogí por la muñeca. Pensé que se zafaría de mi contacto; no lo hizo. Lo escuché inspirar muy hondo antes de hablarme.

    —No aguantarás mucho más.

    —Lo sé —respondí y lo liberé de mi agarre—. Aguantaré todo lo que pueda.

    —Podrías retirarte —dijo— alguien más puede sustituirte si lo entrenas.

    —Sabes bien que no es tan sencillo. Allí fuera hay muchos más como yo.

    —No como tú, Ceannródaí. —Su mano me acarició el rostro—. Hay mercenarios, asesinos; ninguno de ellos sacrifica su existencia para obtener esos salvoconductos.

    —Cada quien se busca la vida como puede —apostillé—. Sobrevivir es su única meta.

    —No la tuya… Si tan solo explicases.

    —No lo entenderían, lo sabes.

    Suspiró. Abrí los ojos. Su semblante era el de siempre que teníamos aquella discusión.

    —Yo solo sé que es injusto que te sacrifiques y que nadie lo valore —dijo con la voz trémula-. Que todos te repudien porque no saben en realidad lo que obtienes a cambio.

    —Te he dicho mil veces que no debes sufrir por algo que yo no sufro, Kosanta. Esto no es un asunto de reconocimiento; eso es algo que no necesito ni espero.

    »Hago lo que hago porque es justo que mi raza tenga la oportunidad de ser libres como el resto de criaturas sobrenaturales. Que puedan decidir otro destino.

    —Lo sé. —Sus ojos dorados me vieron con anhelo.

    Guardamos silencio, también como siempre que llegábamos al mismo punto. Hacía un esfuerzo por comprenderme; yo lo sabía. Desde su mentalidad y sus necesidades humanas, la vida tenía distintas perspectivas. A su lado he aprendido mucho, entre otras cosas, el valor de la justicia. Lo que no he podido aprender es a sentir; a amar en esa medida en que él se entrega a mí; a mi cuidado, a mi lucha. No se lo he pedido, lo hace porque según él, alguien tiene que cuidar de mí. alguien tiene que enseñarme a amar. Le he explicado cientos de veces que no experimentamos las emociones humanas; pese a ello, sigue aquí, conmigo.

    No puedo negar que quizá sí que somos una pareja perfecta. No creemos en las mismas cosas de la misma manera; aun así, seguimos adelante. No sentimos ni afrontamos las pérdidas con la misma fortaleza; sin embargo, sabemos que contamos el uno con el otro. Es la única criatura en la que he llegado a confiar.

    Miento y me disculpo por ello. También he confiado en ti al contarte sobre mí y sobre él. No obstante, yo de ti iría con cuidado porque si alguien más llega a saber de su existencia y algo le pasa, sé a quien he de cobrarle la deuda. Y no lo dudes un instante, sabré donde ir a por ti.


    Este relato ha sido escrito para participar en el desafío imagena junio 2020, propuesto por Jessica Galera Andreu.

    Elementos a utilizar en el desafío:

    1. La foto incluida en la entrada
    2. que la protagonista fuese una malvada
  • CASTA MERCENARIA – La Hermandad De La Fleuret Noire

    Joven mujer apuntando con un rifle a la espera de disparar a su objetivo
    Imagen libre de derechos tomada de pixabay.com


    La Hermandad De La Fleuret Noire

    Salió escopetada tan rápido como pudo comprobar que su objetivo estaba liquidado. Dio esquinazo en lo que divisó al par de policías. Entró en el baño de damas como alma que lleva el diablo. Se cambió con rapidez lanzando todo en una bolsa negra de basura que luego quemaría en algún vertedero de las afueras de la ciudad. Tiró de la cadena y salió para retocarse el maquillaje. Su abundante cabellera morena enmarcaba un rostro de facciones casi perfectas. Se retocó el labial y salió con calma.

    Afuera en el centro comercial un jaleo daba cuenta del trabajo que acababa de finalizar. Se marchó en dirección contraria con una sonrisa en los labios.


    Dos días después de aquel encargo se encontraba en la hermandad. Había sido convocada por el gran hermano.

    —Este es tu nuevo objetivo, Michelle. —Frunció el entrecejo al ver la fotografía.

    Se dedicó un instante a detallarle. No parecía el típico asesino al cual acostumbraban a liquidar. Claro que aquella tupida barba podía ocultar muchas cosas debajo, al igual que aquellos ojos felinos que miraban con atención. Parecía pan comido.

    —Es más del tipo de François, ¿no? —Devolvió la fotografía, nunca se quedaba con ninguna.

    —¿Desde cuándo eres tú quien clasifica los objetivos?

    Se encogió de hombros ante el tono cortante de Pier. Era un capullo de primera, pero a ella eso le daba igual mientras le diese trabajo y ganase la misma cantidad de dinero que el resto de sus hermanos. Al menos él era el único que no la denigraba por ser mujer.

    —¿Para cuándo se le quiere fiambre?

    —Mañana a primera hora —respondió— asegúrate de marcarlo.

    Alzó las cejas, sorprendida. Ese requisito sólo se pedía cuando el objetivo tenía más de un contrato en contra.

    —¿Quién más le busca? —Se aventuró a pesar del mal humor de Pier.

    —La Corte. —La chica alzó las cejas, incrédula.

    Silbó antes de dejar caer su esbelto cuerpo en el sillón.

    —¿La paga?

    —Un millón —dijo— cuatrocientos para ti, seiscientos para nosotros, depositados en el banco suizo de siempre, en cuanto la marca se verifique.

    —¡Mondiù! —se puso en pie del tirón— ¿Hablas en serio?

    —Hoy tienes la vena de la estupidez muy latente, petit —el tono de amenaza permanecía bajo la sonrisa gélida que le ofrecía— yo no suelo bromear con el trabajo, lo sabes.

    Desde luego que lo sabía. No obstante, no solía tener tales encargos. Ese hombre tenía que ser en extremo peligroso si alguien estaba dispuesto a pagar semejante suma para verlo muerto.

    —¿Hay extras?

    —Si fallas se subirá la paga en cincuenta porciento y se incluirá tu cabeza en el contrato.

    No le sorprendió. En un encargo como aquel no podían permitirse los fallos. Lo que sí le sorprendía es que Pier la tuviese en cuenta por encima de François y Jeanpaul. Obvio que no le diría nada, pero se iría con tiento. Algo le olía a chamusquina y su instinto no solía fallarle.

    —Se te enviará el resto de información por la vía habitual, ya sabes qué hacer.

    Pier vio marchar a la chica y solo cuando verificó por las cámaras que hubo salido del edificio hizo la llamada que tenía pendiente.

    —La operación está en marcha —guardó silencio mientras escuchaba— no dio señales de sospecha, pero yo de ti me iba con cuidado; es digna hija de su padre y representante digna de su casta.

    Pier colgó tras aquella declaración. Tras un par de comandos pulsados con precisión activó las cámaras del estacionamiento.

    Michelle caminaba con paso seguro y elegante. Lamentaba salir de ella porque durante los últimos cinco años había resultado un buen elemento, pero negocios eran negocios. A su edad lo que pretendía era un retiro satisfactorio y ella se lo proveería. Suspendió la imagen enfocando su rostro. Tras otro par de comandos envió la fotografía a su contacto en La Corte.

    Cualquiera del gremio pensaría que su hermandad y La Corte eran enemigos acérrimos, pero nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que eran organizaciones cuyas transacciones se manejaban a un muy alto nivel y que quedaban solapadas, con frecuencia, a conveniencia. Siempre era preferible una buena coartada que moviese el mercado del sicariato permitiéndoles subir las tarifas que resignarse solo a depender del interés o la necesidad del cliente.

    Con la operación en marcha ahora solo quedaba esperar los resultados.


    Michelle se dirigió a la localización donde hallaría a su objetivo. Según el informe era un mercenario de La Corte que había desertado hacía un año. Esperaría el momento más propicio. Por fortuna esa tarde llovía a cántaros; sería mucho más sencillo camuflarse y pasar desapercibida.

    Con sumo cuidado preparó el arma que utilizaría esta vez. Puesto que su objetivo era alguien todavía más letal que ella, tendría que utilizar un método que le permitiese abatirlo a cierta distancia. Impregnó los dardos con un compuesto preparado utilizando cicutoxina y batraciotoxina, cuidando de no entrar en contacto con el compuesto. Eran dos sustancias costosas y difíciles de conseguir, pero altamente eficientes en casos como ese. Cargó los dardos en el disparador oculto en su paraguas y permaneció al acecho.

    A la hora estimada su objetivo se acercaba montando una Harley Davison. Tras reducir la velocidad ella avanzó por la calzada desplegando el paraguas a metro y medio. Con rapidez pulsó el botón del sistema automático y los dardos salieron disparados desde la punta hacia el cuello y la espalda del objetivo. Cubriéndose para no ser vista por el mercenario, permaneció de pie mientras el hombre caía hacia atrás presa del potente veneno.

    Luego de presenciar el último espasmo del hombre, Michelle se acercó con sigilo para marcar a su objetivo con el sello de la hermandad. Tuvo solo el tiempo justo de marcarlo con el ácido cuando por el rabillo del ojo atisbó un par de botas masculinas. Su instinto de supervivencia empezó a enviarle señales de peligro que no desoyó. Simulando continuar ajena a la presencia del recién llegado se movió cubriéndose con el paraguas extendido. Girando sobre el pie izquierdo esquivó por los pelos un cuchillo que se terminó clavando en la llanta delantera de la motocicleta. Aprovechando el impulso de su atacante se agachó y le hizo trastabillar golpeándole con el paraguas en las rodillas y haciendo que el hombre cayese de bruces.

    Con rapidez se puso en pie tras rodar sobre el costado izquierdo y extrajo uno de sus puñales; sin perder el impulso saltó empujando de nuevo al hombre contra el suelo.

    Montada ahorcajada sobre su espalda le tomó por el cabello, pero el mercenario se giró deshaciéndose de su agarre.

    Antes de que el asesino pudiera sujetarla volvió a rodar acuclillándose a cierta distancia. El mercenario le arrojó otro cuchillo que le rozó el brazo izquierdo haciendo un corte profundo que comenzó a sangrar de inmediato.

    Apretó los dientes para no chillar mientras permanecía atenta al hombre que se le acercaba con una sonrisa sardónica en los labios. Dejó que se aproximara lo suficiente como para poder atacarle con un ardid antiguo pero efectivo.

    Cuando lo tuvo a dos pasos a punto de cogerla hizo una finta simulando que le arrojaría algo a la cara. El hombre rompió su defensa y ella le clavó el puñal en el vientre causándole una herida lo bastante grave y en extremo dolorosa como para debilitarlo.

    El asesino perdió el equilibrio cayendo de rodillas mientras se presionaba la herida. Ella se fijó en él. No le reconocía, pero sabía que pertenecía a La Corte por aquel curioso tatuaje que mostraba en el cuello. Posó sus fríos ojos grises en su rival y esperó unos segundos para serenarse antes de hablar.

    —No fallé —murmuró la chica— vosotros quedáis fuera.

    —Tu cabeza…tiene…precio.

    Michelle se mantuvo estoica, aunque aquella revelación le había provocado una punzada de rabia y temor. En su profesión tarde o temprano se corría el riesgo de convertirse en objetivo.

    —¿Quién quiere mi cabeza?

    —La hermandad… ofreció …doscientos cincuenta mil.

    La joven mercenaria tragó grueso. Habría esperado cualquier otra cosa menos la traición de su propia gente.

    —Ve en paz —masculló antes de cortarle la garganta para evitarle una agonía atroz.


    Michelle abandonó el lugar sin mirar atrás. Tal como le había enseñado su padre manipuló la escena para borrar cualquier rastro de su presencia. En el fondo no sería tan difícil, de gran parte de la evidencia se haría cargo la lluvia que seguía cayendo sin cesar.

    Entrando a su refugio se encargó de la herida que el mercenario de La Corte le había provocado. Puntada tras puntada no dejaba de darle vueltas a lo que el asesino había dicho. Era poco probable que sus hermanos fuese los traidores. Si bien no veían con buenos ojos que ella siguiese la tradición familiar, había otras formas menos drásticas de un retiro prematuro por su parte. Solo una persona podría beneficiarse con aquello y si las malas lenguas tenían razón de cómo funcionaban las cosas en el gremio, ya sabía quién era el traidor.

    Para ese momento su nuevo objetivo tendría que saber que ella seguía en este mundo y si era inteligente, sabría también que ella estaba en conocimiento de su traición. Armada como ameritaba la situación, salió dispuesta a cobrar su recompensa porque como siempre decía su padre: «ningún Leroy deja deudas pendientes, eso es de muy mal gusto.»


    Entró sin anunciarse. Sentado en su escritorio, Pier la observaba de forma especulativa. Con los sentidos agudizados por la ira, ladeó la cabeza antes de dispararle en el hombro de su mano dominante con la cual pretendía avisar a sus gorilas de que estaba en una situación comprometida.

    La joven mercenaria se sentó en la silla de visitantes. Pier seguía observándola sin parpadear. Gotas de sudor se iban acumulando en su frente.

    —¿No te interesa saber por qué?

    —No necesito tus explicaciones —replicó con tono gélido— Saldaremos nuestras deudas, es lo único importante en este momento.

    —Puedo negarme.

    —Y yo puedo torturarte durante toda la noche hasta que hagas lo que has debido hacer desde el principio —la joven se reclinó cruzando las piernas—, todo es asunto de decisiones. Tú decides si sufres una muerte rápida y compasiva o una dolorosa y muy, pero muy lenta.

    —Eres una mala imitación de Gerard, ¿lo sabías?

    Michelle se encogió de hombros. Puede que en otro momento aquella puya le hiciese saltar, pero Pier había dejado de formar parte de sus afectos.

    —Tu opinión carece de valor ahora mismo, hermano. —El hombre tragó grueso al verla tan fría y controlada.

    —Quizá tus hermanos no piensen lo mismo que tú, ¿no crees?

    La joven negó con la cabeza.

    —Ellos saben tan bien como yo que la traición solo se paga con la muerte, Pier.

    —No te atreverás a dejar la hermandad a la deriva —espetó—, nadie te seguirá.

    Michelle sonrió y sus labios se curvaron con lentitud. Su rostro mostraba una curiosa satisfacción.

    —Desde luego que lo harán, sobre todo cuando vean cómo el gran hermano exhala su último aliento a manos de una Leroy.

    Gritos terroríficos de súplica rompieron el silencio en aquella oficina, pero nadie acudió.


    Doce horas después todos los miembros activos y no activos de la hermandad recibían un enlace y una notificación de cambio de mando, además de una nueva normativa la cual podían aceptar o rechazar asumiendo las consecuencias. Michelle sonrió al ver en la pantalla del ordenador de su nuevo despacho como iban llegando las notificaciones de aceptación y respaldo. La hermandad de la fleuret Noire estaba bajo su mando.


    Este relato ha sido escrito para participar en el desafío literario Imagena de enero ‘solo puede quedar uno’, propuesto por Jessica Galera en Fantépica.

    elementos a utilizar en el desafío:

    1. Cuatro personajes de los que solo debía quedar uno.
    2. elemento escogido al azar como arma: Un paraguas.